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Desde la perspectiva histórico-filosófica iniciada por Michel Foucault (genealogía arqueológica), este libro se esfuerza por describir un archivo histórico particular a la historia colombiana y latinoamericana, pero también por narrar esas vidas infames que han padecido las prácticas de dicho archivo. El mejor homenaje que se puede hacer a un pensador, no es repetirlo, es poner en ejercicio su práctica investigativa. Además, están los hechos: los archivos históricos contradicen la historia teleológica y lineal del progreso y de los grandes héroes a la que estábamos acostumbrados. Este libro trata de una historia "menor", no más pequeña y sin importancia, trata de la vida de los "hombres infames". Es a la vez un testimonio del "archivo histórico" y una "antología de las existencias". "De vidas contadas en unas cuantas líneas o en algunas páginas, de desgracias y aventuras sin nombre, recogidas en un puñado de palabras". Vidas acalladas por la nosopolítica, es decir, por el uso de la enfermedad, su definición, su diagnóstico, su tratamiento y cuadriculación, con fines políticos. No existe sociedad que no ponga en funcionamiento una suerte de nosopolítica como estrategia de poder, que se ordene por medio del bienestar físico, la salud óptima, la longevidad. Pero también, que ejerza una oposición a todos los desórdenes que se originen en el organismo y sus emanaciones, en la promiscuidad, en el consumo de bebidas populares, en los bailes obscenos de la muchedumbre embriagada. La nosopolítica, es un programa eugenésico de regeneración racial de las clases bajas, impuesto desde finales del siglo XIX, con la complaciente colaboración del saber científico.
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González, William
Nosopolítica de los discursos biomédicos en Colombia: finales del siglo XIX y principios del XX / William González, Juan Carlos Alegría, Manuel Arce.-- Bogotá : Programa Editorial Universidad del Valle, 2017.
512 páginas : 24 cm.
1. Foucault, Michel, 1926-1984- Crítica e interpretación 2. Medicina interna -Colombia- Siglos XIX-XX 3. Filosofía de la medicina 4. Nosología 5. Genealogía 6. Arqueología I. Muñoz Alegría, Juan Carlos, 1978-, autor II. Arce, Manuel, 1928- , autor III. Tít.
616 cd 21 ed.
A1568868
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Universidad del Valle
Programa Editorial
Título:Nosopolítica de los discursos biomédicos en Colombia – Finales del siglo XIX y principios del XX
Autores: William González - Juan Carlos Alegría - Manuel Arce
ISBN: 978-958-765-356-4
ISBN PDF: 978-958-765-357-1
ISBN EPUB: 978-958-507-029-5 (2023)
Colección: Artes y Humanidades
Primera edición
© Universidad del Valle
© William González - Juan Carlos Alegría - Manuel Arce
Diseño y diagramación: Dany Stivenz Pacheco Bravo
Corrección de estilo: Jorge Salazar
Imagen de portada: Monstruo de Jean Roland
Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita por la Universidad del Valle.
El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión del autor y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. El autor es responsable del respeto a los derechos de autor del material contenido en la publicación (textos, fotografías, ilustraciones, tablas, etc.), razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.
Cali, Colombia, abril de 2017
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
À tous mes amis de l’Ambassade de France en Colombie.
À tous les efforts que vous avez faits pour l’internationalisation de la philosophie et le dialogue intellectuel avec la France. Je voudrais remercier, Monsieur l`Ambassadeur, Jean-Marc LAFORÊT en tête; le Service de la Coopération et de l’Action Culturelle de l`Ambassade, spécialement, à Mon Monsieur Adelino BRAZ, à Monsieur Régis GUILLAUME et Enrique ALBARRACIN; à l’Institut Français; à notre Ministre de l`Education nationale, de l`enseignement supérieur et de la Recherche, Madame Najat VALLAUD-BELKACEM; au Chef du bureau du cabinet du Conseil de l`Ordre, Monsieur Jean-Jacques LADVIE; à Madame Maria Victoria de CRUZ, toujours si présente; merci, encore une fois pour nous aider à être moins seuls.
WILLIAM GONZÁLEZ
INTRODUCCIÓN
Un homenaje a Michel Foucault
La genealogía arqueológica como liberación de la facultad de juzgar
Del historiador al Poeta
Un acercamiento a la pedagogía nosopolítica de los discursos biomédicos en Europa Occidental
La pedagogía nosopolítica de los discursos biomédicos en Colombia
Primitivos, bárbaros y salvajes
La función misional
Las buenas maneras importadas
Contra el onanismo criollo
Incesto
La regeneración racial
Trabajo, rehabilitación y producción
Bebidas antihigiénicas
El “Zarathustra montañés”
CAPÍTULO 1
LOS PERVERTIDOS: UNA GENEALOGÍA DE LA CRIMINALIDAD EN TIERRA TROPICAL. EL RETOÑO DEL MAL
Introducción
El Primer el libro de los monstruos. Antípodas, hermafroditas, siameses y sodomitas
Del influjo del clima sobre los seres organizados. La mandrágora criminal
Estúpidos, cretinos e insensatos
La gran familia del crimen. Vagos, mal entretenidos y mendigos
CAPÍTULO 2
EL BUEN SALVAJE Y LA FORMACIÓN DE LA INFANTILIZACIÓN PERVERSA
Introducción
El redescubrimiento de la infancia y la invención de la infancia anormal
La herencia y la descendencia maldita
Una nueva fragmentación de la enfermedad mental
La masturbación
La herencia morbosa
Las razas infantiles y el bárbaro inocente-pacífico
Caras de la demencia
Los cretinos y la no-imputabilidad penal
CAPÍTULO 3
NUESTROS BÁRBAROS BISABUELOS
Introducción
La violencia como modo de vida
La penalidad del crimen
Tecnologías de la anormalidad
En un estado de guerra, eliminar es legítimo
Nosología politico-económica de la violencia
CAPÍTULO 4
EL MONSTRUO HUMANO
Introducción
El gran salón universal de las monstruosidades
El Monstruo Político
Totem & Tabú
Una nueva mirada científica a los órganos sexuales
La taxonomía del mal
Formas de la locura criminal
Una nueva fragmentación de la locura
La personalidad criminal
Tótem
La Familia Criminal y El Gran Libertino
CAPÍTULO 5
PREVENCIÓN Y SEGURIDAD
Introducción
Prevenir y curar
Peligrosidad y seguridad
La implementación del modelo de las epidemias como modelo general de la criminalidad
Nacionalización de la criminalidad
Una nueva clasificación
Violencia, terrorismo y pacificación
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS AL PIE
Pensar ni consuela ni hace feliz. Pensar se arrastra lánguidamente como una perversión; pensar se repite con aplicación sobre un teatro; pensar se echa de golpe fuera del cubilete de los dados. Y cuando el azar, el teatro y la perversión entran en resonancia, cuando el azar quiere que entre los tres haya esta resonancia, entonces el pensamiento es un trance; y entonces vale la pena pensar.
MICHEL FOUCAULT.
Theatrum Philosophicum.
Este libro es un homenaje cifrado a la obra de Michel Foucault. Y decimos “cifrado” ya que no corresponde a un estudio de su obra, ni a un análisis de sus tesis, pero si al intento de utilizar sus herramientas e instrumentos filosóficos e históricos para ponerlos al servicio de nuestro pasado y nuestra actualidad, estudiando la nosopolítica de los discursos biomédicos en Colombia entre finales del siglo XIX y principios del XX. El mejor homenaje que se puede hacer a un autor no es repetirlo, es servirse de su obra.
Todos sabemos que la técnica de investigación foucaultiana, su “genealogía arqueológica”, como nosotros la denominamos, no es fácilmente definible ni sintetizable, lo cual podrá dejar en el lector de este libro el sinsabor de no ser radicalmente foucaultianos en nuestra forma de operar en el archivo y en la filosofía. A esto se suman los cambios, mejor aún las “sacudidas” –como decía Gilles Deleuze– bajo las cuales la obra de Foucault avanza. Por eso nos vemos obligados a utilizar un artificio, es decir, a servirnos sólo de una parte de su extensa reflexión. Por un lado, acudiremos a su técnica investigativa, la “genealogía arqueológica”; y por otra recuperaremos de forma práctica el viejo proyecto inconcluso de 1971 de escribir “La vida de los hombres infames”. Aquí se agrupan dos formas de historiar y de filosofar diferentes pero complementarias. Por un lado, está la “descripción del archivo” como función de la nueva historia o historia general. Y del otro el recurso al archivo biográfico, que para ser justos es más bien una “antología de las existencias” –los exampla– para mostrar el poder en su propio ejercicio sobre vidas humanas concretas. Digamos dos cosas sobre estas maneras tan particulares y complementarias de investigar a las cuales nosotros recurriremos en el corpus de este texto.
Foucault denominó hasta 1969 a su técnica de investigación “Arqueología” y posteriormente la denominó “Genealogía”. Recordemos que la arqueología fue definida como una técnica descriptiva de los enunciados. Describir el enunciado, equivale a caracterizar la función que ha dado una existencia específica a una serie de signos. Desde sus primeros trabajos, Foucault nos pone en guardia contra la filosofía del sujeto. El discurso no es la producción continua de un sujeto que piensa, es una prueba que el sujeto es la creación de las reglas del saber. La arqueología es la técnica que describe los enunciados, pero describir estos enunciados es para Foucault describir el inconsciente del saber. No se trata de un inconsciente negativo, sino de un
inconsciente positivo del saber: un nivel que escapa a la consciencia del investigador, y que sin embargo hace parte del discurso científico; o tal vez, la parte de consciencia era superficial, limitada y casi fantasía pura (Adanson, por ejemplo, soñaba con establecer una denominación artificial de las plantas; Turgot comparaba la acuñación de monedas y el lenguaje); pero, sin ser conscientes, los naturalistas, los economistas, los gramáticos utilizaban las mismas reglas para definir los objetos propios a sus campos de estudio, para formar sus conceptos, construir sus teorías. Son estas reglas de formación que no tuvieron jamás otra formulación y que se perciben sólo a través de las teorías, de los conceptos y de los objetos de estudio diferentes, que yo he tratado de sacar a la luz, aislando como lugar específico, un nivel que he llamado, tal vez de manera un tanto arbitraria, arqueología1.
Esta carencia de consciencia con respecto a la formación del saber que expresamos, este no pensado que existe en todo pensamiento, es la rareza del enunciado, pues él es, no visible y sin embrago no oculto. El inconsciente del saber, no es el producto de un rechazo colectivo o individual, es el fruto de una ignorancia y de una neutralización de la facultad de juzgar, de una “afasia epistémica” dirá Foucault en el prólogo a Las palabras y las cosas (1966). Es porque viene de otra parte (de otra épistémê,) que el enunciado, cuando es sacado a la luz, es raro, ilógico, discontinuo, parcial, heterotópico, arbitrario o extraño. Con relación al saber nos sucede lo que, al campesino, que asegura que el límite del territorio es el límite de su campo visual. De allí que sólo podamos reír frente a la descripción de una tal enciclopedia china que divide a los animales en a) pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) perros sueltos, g) incluidos en esta clasificación, h) que se agitan como locos, i) innumerables, j) dibujados con un finísimo pincel de camello, k) etc., l) que acaban de romper el jarrón y m) que de lejos parecen moscas. Lo que se observa en esta clasificación que tanto nos hace reír, no es el encanto exótico de otra cultura como lo creen los antropólogos, sino el límite de nuestro pensamiento, el límite para pensar algo que escapa a nuestras reglas del saber. ¿Cómo comprender entonces estos enunciados en su materialidad propia y que son la historia que nos constituye?
Para describir el enunciado, es necesario recurrir a la investigación histórica. Foucault comienza oponiendo a una historia global, una historia general. Esta oposición se encuentra problematizada en las primeras páginas de la Arqueología del saber (1969). Una historia global es una historia transcendental, cargada de conceptos a priori aceptados por todos. Esta historia Foucault la rechaza ya que establece relaciones homogéneas a partir de la analogía, la causalidad y la teleología y nos conduce hacia una explicación lineal y continua de los acontecimientos históricos. Esta historia que Foucault ataca, presupone que los acontecimientos pueden articularse en grandes unidades o estadios a través de un principio de cohesión. Defiende una evolución racional, investida por el humanismo, en donde el sujeto es garante de ese principio de cohesión. La historia general o la historia nueva, es decir la arqueología, se presenta como una aproximación diferencial de las modalidades del discurso. Se esfuerza por describir las prácticas discursivas y por establecer la regularidad de los enunciados. La historia general, no es ni la historia de las mentalidades o de los comportamientos, ni la historia de las instituciones o de la vida privada. Es la historia de las condiciones de posibilidad de estos acontecimientos, de cómo ellos han sido posibles y ninguna otra cosa en su lugar. Por ejemplo, no es la historia contada por la institución psiquiátrica la que puede explicar el surgimiento de la locura, como tampoco es la historia psicológica de la vida de un médico como Bichat la que explica el surgimiento de la disección a finales del siglo XVIII. Es el horizonte del saber, que en su variación hace posible que los hombres hacia finales del siglo XVIII busquen la enfermedad al interior del cuerpo y por lo tanto abran algunos cadáveres. En efecto, para explicar la aparición de la disección es necesario establecer la relación entre la enfermedad y la muerte en la sociedad a finales del siglo XVIII, y tomar en cuenta el interés de la sociedad industrial por cuadruplicar la población para así poder desarrollarse; por eso se hicieron censos sanitarios y se abrieron grandes hospitales.
Si tratamos de comprender cómo el conocimiento médico ha sido institucionalizado en esta época “[…] entonces podremos comprender la relación entre la enfermedad, el enfermo, el hospital, el cadáver y la anatomía patológica”2. Y esto no tiene nada que ver con la historia personal de Bichat, ni con su perfil psicológico. Es igual para la psiquiatría. Preguntemos de donde ha salido la utilización del “choque eléctrico”, por ejemplo. La historia corriente o global lo ve como un progreso científico e incluso humanístico, como el deseo de curar la locura. Pero la verdad es otra. Thomas Szasz, especialista de la historia de la psiquiatría demuestra que Ugo Cerletti, psiquiatra italiano, fue informado que en los mataderos de cerdos de Roma se utilizaba corriente eléctrica (125 voltios) que dejaba a los animales inconscientes y entonces el matarife utilizaba este lapso de tiempo para acribillar al animal. Entonces Cerletti concluye:
Me pareció, que los cerdos podían proporcionarme materiales de grandísimo valor para mis experimentos […] estas observaciones me proporcionaron pruebas convincentes del hecho que una aplicación de corriente de 125 voltios durante algunas décimas de segundo en la cabeza, suficiente para causar un ataque convulsivo completo no implicaba ningún daño. Llegado a este punto me convencí de que podíamos intentar hacer la experiencia sobre seres humanos y di instrucciones a mis asistentes para que estuvieran al acecho del sujeto adecuado. El 15 de abril de 1938 el comisario de policía de Roma mandó a nuestro Instituto a un individuo con la siguiente remisión: S. E; 39 años, técnico, residente en Milán, arrestado en la estación ferroviaria mientras trataba de subirse a los trenes que partían sin tener boleto. No parece estar en plena posesión de sus facultades mentales y le envío a su hospital para que sea puesto bajo observación […] Fue elegido este sujeto para el primer experimento de convulsiones eléctricamente inducidas sobre el hombre. Se aplicaron dos grandes electrodos en la región frontoparietal del individuo y decidí empezar con cautela, aplicando una corriente de baja intensidad, 80 voltios, durante 0.2 segundos. Apenas se indujo la corriente, el paciente reaccionó con un sobresalto y sus músculos se pusieron rígidos; después se desplomó sobre la cama sin perder el conocimiento. Empezó a cantar con voz clara y después se calmó.
Naturalmente nosotros, que estábamos conduciendo el experimento, estábamos sometidos a una fortísima tensión emotiva y parecía que ya habíamos corrido un riesgo considerable. No obstante, esto, era evidente para todos que habíamos utilizado un voltaje demasiado bajo. Se propuso dejar que el paciente se reposase un poco y repetir el experimento al día siguiente. De improviso el paciente, que evidentemente había seguido nuestra conversación, dijo, clara y solemnemente, sin mostrar la falta de articulación en su discurso que había demostrado hasta entonces: “¡Otra vez no! ¡Es terrible!”
Confieso, dice Cerletti, que una advertencia así de explícita, en aquellas circunstancias, tan enfática y autoritaria, hecha por una persona cuya enigmática jerga hasta entonces había sido tan difícil de comprender, hizo vacilar mi determinación de continuar el experimento. Pero fue sólo el temor de ceder a una idea supersticiosa lo que me hizo decidirme. Se aplicaron nuevamente los electrodos y suministramos una descarga de 110 voltios durante 0.2 segundos3.
Ayd en 1963 nos hace conocer otro aspecto interesante del primer electrochoque de la historia. Dice que Cerletti tenía la costumbre de evocar aquella memorable experiencia. “Mientras describía lo sucedido solía decir: ‘Cuando vi la reacción del paciente pensé: debería abolirse esto’. Desde aquel momento he esperado y anhelado que se descubriese un nuevo tratamiento que sustituyese al electrochoque”. Pero la verdad es que nadie pronunció en público esta confesión. Lo que demuestra como dice Szasz, que en estos casos no puede esperarse que la ley proteja a la víctima. Es este tipo de historia con documentos reales y no sólo la que se basa en intuiciones o deducciones filosóficas, la que le interesa a Foucault. Cerletti abrió un vasto campo del saber y las prácticas psiquiátricas, de las cuales somos aún tributarios.
Pero volvamos a la técnica arqueológica foucaultiana. Si la arqueología y la historia general son una descripción y no una interpretación de las regularidades enunciativas, lo es porque para Foucault, interpretar es una forma de reaccionar a la pobreza enunciativa, tratando de compensarla con la multiplicación de sentidos (hermenéutica). Describir (arqueologizar) es buscar la ley de esta pobreza. En este sentido si la filosofía no puede escapar a la hermenéutica, la arqueología será el límite más extremo de la filosofía. Para Foucault, el humanismo y la teoría del sujeto, hacen parte de esta compensación, funcionan como discursos latentes que serían la interpretación de los discursos manifiestos. Por ser descriptiva, la arqueología es neutra.
Durante esta fase arqueológica4 (que va desde Historia de la locura en la época clásica hasta 1969), la primacía investigativa está inclinada hacia lo discursivo5. Durante la fase genealógica (si tuviésemos que dar una fecha, entre 1969 y 1984), la primacía se desplaza del lado de las prácticas. La manera de cuestionar cambiará, pero la crítica al humanismo y a la teoría del sujeto, será conservada6. Con la llegada de la genealogía la pregunta será: si bajo cada una de estas modificaciones discursivas hay una repercusión sobre la práctica cotidiana de las personas, sobre su vida y esa de las instituciones ¿Qué es lo que operó esta división, este cambio? Es en Vigilar y castigar (1975) que se encuentra el puente entre las prácticas discursivas y las relaciones que se establecen con los dispositivos de poder. A esta prolongación metodológica, la llamaremos: genealogía arqueológica.
La genealogía arqueológica se opone a la búsqueda del origen y del comienzo, como instante que designaría un responsable, un sujeto creador, una teleología. Los acontecimientos históricos son para Foucault el producto de un conjunto de fuerzas. La genealogía y la arqueología descubren que “eso que se encuentra en el comienzo histórico de las cosas, no es la identidad aún preservada del origen, es la discordia frente a otras cosas, es el disparate”. Mientras que la arqueología responde a la pregunta ¿cómo es posible que, en un momento determinado de la historia, haya aparecido tal acontecimiento y no otro en su lugar? La genealogía responde a la pregunta ¿por qué esto sucedió así y no de otra manera?
A partir de este momento, los cambios de base serán fundamentales en la construcción de la genealogía arqueológica. Foucault extiende y renueva su batería crítica de conceptos. La épistémê, es decir las reglas del saber que rigen a una época determinada, por ejemplo, en la genealogía, se vuelven dispositivo. En 1977 Foucault nos dirá:
El dispositivo es esto: estrategias de relaciones de fuerza soportando tipos de saber y soportados por ellos. En Las palabras y las cosas (1966), queriendo hacer la historia de la épistémê, me encontré en un callejón sin salida. Ahora (1977), lo que quisiera hacer es tratar de mostrar que eso que llamo dispositivo es un caso mucho más general de la épistémê. O mejor aún, la épistémê es un dispositivo específicamente discursivo, a diferencia del dispositivo que es, discursivo y no discursivo, siendo sus elementos mucho más heterogéneos7.
La primera en darse cuenta de estos cambios internos en la obra de Foucault es la revista Hérodote, que en 1976 señala la aparición de conceptos geográficos en su obra Vigilar y castigar8. Foucault responderá que se le ha reprochado bastante la utilización de metáforas espaciales (región, dominio, táctica, estrategia, desplazamiento), pero afirma que esto le ha permitido encontrar eso que buscaba desde hace tiempo: comprender el proceso de intercambio existente entre el poder y el saber.
Con la introducción de estos cambios, Foucault debe estar más atento con las prácticas reales y termina por modificar la concepción intuitiva de poder que tenía en un comienzo. En un texto típicamente arqueológico como Historia de la locura en la época clásica el concepto de poder era negativo, era esencialmente lo que reprime, la idea del poder como represión acompañará a la obra de Foucault hasta El orden del discurso (1970) que ha sido denunciado por el mismo Foucault:
Creo haber mezclado, en El orden del discurso, dos concepciones o más bien, haber propuesto una respuesta inadecuada a una cuestión que considero legítima (la articulación de los hechos del discurso sobre los mecanismos de poder). Este es un libro que he escrito en un momento de transición. Hasta ese momento me parece que aceptaba la concepción tradicional de poder, el poder como esencialmente jurídico […]. Ahora considero esta concepción inadecuada. Ella me había servido en la Historia de la locura (esto no quiere decir que este libro sea satisfactorio suficiente puesto que la locura es un caso privilegiado […]; me pareció que a partir de un cierto momento ella era insuficiente y esto, durante una experiencia concreta que pude hacer en los años 1971-1972 a propósito de las prisiones. El caso de la penalidad me convenció que no era en términos de derecho, sino en términos de tecnología, en términos de táctica y estrategia que debía hacerse el análisis. Y es esta substitución de una visión técnica-estratégica en lugar de una visión jurídica y negativa, lo que he tratado de introducir en Vigilar y castigar y en Historia de la sexualidad9.
Más que analizarlo o comentarlo, nos serviremos de los diferentes horizontes: 1. Queremos mostrar cómo los diagnósticos arqueológicos y genealógicos de Foucault, sobre la relación existente entre la medicina higienista y la pedagogía, constituyó entre los siglos XIX y XX en Europa, lo que podría denominarse una “nosopolítica”. 2. Consideramos que la mejor manera de hacerle un homenaje a un gran pensador como Foucault es utilizar su técnica de rastreo del archivo, es decir, “convertir los documentos en monumentos”, para mostrar cómo durante la misma épistémê nuestros pueblos latinoamericanos, y en especial Colombia, atravesaban igualmente por un tipo específico de reglas constitutivas del saber, “no dichas y sin embargo no ocultas”, que iban desde la cura del “salvaje y el bárbaro”, hasta la instauración de los buenos modales de la clase educada. Desde la persecución al onanismo y la prohibición del incesto, hasta el paso del monstruo al anormal. Aquí y allá, en Colombia como en Europa, escuelas, manuales, estrategias religiosas, códigos civiles y leyes, fueron promulgados y puestos en práctica para generar una nosopolítica; es decir, el uso de la enfermedad, su definición, su diagnóstico, su creación y cuadriculación, con fines políticos.
El proyecto de escribir una “Vida de los hombres infames”, aparece como un texto desencadenado –desde el punto de vista metodológico– de la obra histórica y filosófica de Michel Foucault. Esta vez no es una genealogía arqueológica, lo que el autor nos presenta, es una antología de textos. Él mismo lo confirmará de entrada, casi como una advertencia a la vez gentil y desafiante a sus lectores:
Este no es un libro de historia […] es una antología de las existencias. De vidas contadas en unas cuantas líneas o en algunas páginas, de desgracias y aventuras sin nombre, recogidas en un puñado de palabras. Vidas breves encontradas por azar en libros y documentos. Son exampla, pero –a diferencia de esos que los virtuosos recogían en el curso de sus lecturas– estos son ejemplos que contienen menos lecciones para meditar que breves efectos en los cuales la fuerza se apaga casi enseguida10.
Es normal que la escasez de palabras llegue ante tanta invención perversa. Para el pensador, es un momento de gracia entre la vida y la muerte, en donde decir el acontecimiento, a pesar del asombro y la rabia, esta vez, vale más que un análisis explicativo.
No hay un estilo más eficaz que el biográfico para exponer la suerte de tantas vidas arrasadas y después sepultadas por el olvido. Este es sin duda el motivo que lleva a Foucault a cambiar la descripción de las regularidades discursivas, utilizada en sus textos anteriores, por el relato biográfico. Es cierto que el estilo biográfico fue escogido en muchos momentos históricos para justificar, a través de una sana personalidad descrita en la biografía, las perversiones cínicas de muchos personajes. Pero igualmente el estilo biográfico, ha sido la bandera, el remanso y la trinchera de todos esos hombres infames pulverizados por la humillación, el doblegamiento, la manipulación, el encausamiento, el exterminio, la exclusión, por el poder en sus diversos estados. Al menos es esta la lección que nos dejan los sobrevivientes de los campos de concentración Nazi y del gulag comunista, por ejemplo. Es a esta segunda utilización del estilo biográfico a la que Foucault recurre en su texto inacabado La vida de los hombres infames y en la que nosotros intentaremos profundizar.
De La vida de los hombres infames, Gilles Deleuze dijo que era un chef-d’oeuvre. En este artículo,
Foucault extraerá una curiosa concepción de ‘hombre infame’, una concepción plena de un goce discreto. Es lo opuesto a Georges Bataille: el hombre infame no se define por un exceso en el mal, sino que etimológicamente se define como un hombre ordinario, común, bruscamente empujado a la luz por hechos diversos, una queja de sus vecinos, demandas policiales, procesos […] Es el hombre confrontado al poder, obligado a hablar y a hacerse ver. Está más cerca de Tchekhov que de Kafka. En Tchekhov, hay un relato en el que la sirvienta estrangula al bebé ya que no puede dormir durante la noche, o del campesino sometido a un proceso jurídico, pues para alimentar su caña de pescar, levanta los rieles del tren. El hombre infame es el Dasein. El hombre infame es una partícula tomada en un haz de luz y una onda acústica. Es posible que la ‘gloria’ proceda de esta manera: ser capturado por un poder, por una instancia de poder que nos hace ver y hablar. Hubo un momento en el que Foucault no soportaba el hecho de ser reconocido: dijese lo que dijese, se lo esperaba para alabarlo o criticarlo, sin intentar comprenderlo. ¿Cómo reconquistar lo inesperado? Lo inesperado es la condición de trabajo. Ser un hombre infame era como un sueño para Foucault, era su sueño cómico, su risa: ¿Soy un hombre infame? Su texto, La vida de los hombres infames, es un chef-d’oeuvre11.
En este artículo que estaba destinado a ser un libro, Foucault no nos habla ni de arqueología ni de genealogía, estas herramientas históricas empleadas en todos sus otros textos, dan ahora paso al afecto, a la capacidad de afectar y ser afectado, al sentimiento certero en medio del malestar confuso, al oxímoron, a la poesía que debe contar lo más próximo y lejano de mi o de otro. En esta suerte de relato se debe decir por qué una infamia puede ser bella y por qué ciertas bellezas son infames, y por qué, entonces, pueden ser exampla.
Sentimiento confuso y escritura quebrada en medio de esta antología. Escritura llevada al límite de las potencias de lo decible al enfrentar semejantes biografías: “tengo dificultades para justificar la intensidad ahora que ha pasado el primer momento del descubrimiento, decía Foucault”12.
Es cierto que hay una diferencia entre antología y biografía, pero en lo que aquí nos ocupa, ésta no es tanto de oposición como de posición. La antología es la recopilación de obras literarias o musicales. Es un florilegio, pues la construcción gramatical de la palabra viene de anthos (que significa flor) y legein (que significa escoger). La biografía es la historia de la vida de un personaje, cuya construcción gramatical viene de bios (que significa vida) y graphein (que significa describir). En este sentido las dos palabras no se oponen, se complementan. Se trata pues de una biobibliografía o si se quiere de una bioantología. Nada de inventos ni de ficciones, descripción pura del cruce incesante de individuos por el sendero de la desgracia, de las obras cumplidas que generan ciertos actos, “se trata de la rapidez del relato y de la realidad de los acontecimientos presentados […] vidas singulares, convertidas, por no sé qué azar, en extraños poemas, he allí eso que he querido reunir en una especie de herbario”13.
Una biografía tratada en términos de una antología es menos una personalización de lo sucedido y más una puntualización del acontecimiento. Es sacar a la superficie las trampas, las armas, las intrigas, pero también los gritos, la irreverencia, la revuelta y la resistencia.
Esta bioantología venida de lejos, que para el caso de Foucault se ubica entre los siglos XVIII y XIX, tiene casi el carácter de “noticia”, de “novedad” (nouvelle) e incluso de novela, ya que surge después de dos siglos y medio de silencio, provocando un efecto aún más fuerte que el de la literatura. Pues no se trata solamente de un problema fruto de la destreza del imaginario, ni de audacia de la transgresión por parte de individuos poderosos. Es la realidad pura llevada a sus límites en la práctica y confundida a su vez con el delirio, la ebriedad o lo esotérico. Pues curiosamente esta bioantología realizada con talleres histórico-filosóficos, da cuenta de lo macabro y lo fatal que es el exceso de poder y sus prácticas. Ya en su Historia de la Locura en la época clásica, documentos biográficos habían sido utilizados por Foucault para realizar el análisis de la razón de ser de estas exclusiones, de estos castigos, de estos encarnizamientos. Allí Foucault había tratado de entender por qué en un momento determinado, una sociedad como la nuestra, decide estigmatizar al ateo, acallar a un monje escandaloso, a un literato exuberante o un caminante solitario […] Sin embargo, Foucault confiesa que las primeras intensidades que lo habían motivado cuando leyó teles testimonios, se habían quedado por fuera de sus análisis anteriores en los que se describían regularidades discursivas, tácticas y estrategias:
y puesto que existía el riesgo que no pasaran en el orden de las razones, puesto que mi discurso era incapaz de reportarlas como debidamente, ¿acaso no era lo mejor dejarlas en la forma misma en que las había sentido? […] largo tiempo soñé en presentar esta compilación según un orden sistemático con algunos elementos de explicación, de manera que pudiesen tener un mínimo de significación histórica. Renuncié a esto14.
Se trataba de hacer con la escritura lo que el cine había logrado con la imagen. Y Foucault lo sabía muy bien. Cuando H-J Syberberg hizo su filme La estética de Hitler, un filme de Alemania en 1977, no se trataba de hacer una crítica política, se trataba del simple relato que hacía surgir lo infame. Syberberg produce un “bello monstruo” según las palabras del propio Foucault, ya que hace brotar una bella historia de toda esta catástrofe sorda y abyecta. Él logra mostrar que el embrujo del nazismo gira en torno a lo abyecto, lo bajo, lo mediocre, contrariamente a lo que se creía. Syberberg muestra cómo un hombre normalmente constituido puede entrar en el nazismo, si se le fabrica una “utopía real” como lo afirma B. Sobel. “Utopía real” quiere decir hacer insoportable lo cotidiano: “la calidad del filme de Syberberg está en decir que el horror es banal, que la banalidad comporta en sí misma dimensiones de horror y que hay reversibilidad entre el horror y la banalidad”15.
Para realizar esta bioantología en los mejores términos posibles, Foucault se impone cuatro reglas y espera de ellas un resultado que él no puede expresar más que sobre la forma de un oxímoron16: “que del choque de estas vidas nazca para nosotros, un efecto mezclado de belleza y pavor”17. Las cuatro reglas son: 1) La existencia de personajes reales. 2) Una existencia obscura e infortunada. 3) Que hayan sido contadas en breves páginas o breves frases. 4) Que estos relatos no sean solo parte de las anécdotas, sino de la gran historia minúscula de la infamia universal.
Presentar estos textos que existieron realmente, dejando de lado toda imaginación y literatura posible, es mostrar la “dramaturgia de lo real”, es referirse a lo real y ver cómo se opera efectivamente en él lo infame. El resultado no es menos sorprendente: un espacio de rareza, en el que la ficción y lo real empiezan a confundirse, pero no a partir de un esfuerzo literario, sino por el simple hecho de sacar de la sombra estas vidas y estas vivencias casi inconfesables, que sólo pueden ser relatadas llevándolas al extremo del lenguaje. Curiosamente si estos son personajes casi de ficción, lo son porque han sido golpeados de frente y sin tapujos por la realidad cruel del poder:
Mathurin Milan, entró al hospital de Charenton el 31 de agosto de 1707: su locura ha consistido en esconderse de su familia, tener en la campiña una vida obscura, tener en su contra procesos jurídicos, prestar a usura y fondo perdido, pasear su pobre espíritu en calles desconocidas y creerse capaz de las más grandes proezas18.
Para que estas vidas infames, de personajes desposeídos de todo título nobiliario, de todo heroísmo, fortuna o genio hayan llegado hasta nosotros, ha sido necesario que el acecho del poder las haya perseguido, capturado y confiscado en su interior, en su juego, en su relación. Pero aquí “poder” no significa solamente soportar y padecer una carga; es en la relación de poder en donde la lucha con él o contra él se instaura. El poder es lo que se hace insoportable ya que busca controlarnos y sin embargo, es eso sin lo cual no podemos vivir. El azar de la historia ha logrado hacer que estas “leyendas negras” se conserven casi a contrapelo de lo que el poder hubiese deseado guardar. No son pues historias continuas, sino fragmentos sin tradición, cargados de rupturas, de olvidos, que muestran a partir de esta misma estructura un poder que no se esconde para castigar.
Habría una infamia famosa y otra que lo es menos. Cartouche, Sade, Laceniere, el Chacal, Bin Laden, etc., pertenecerían a la primera infamia, a la infamia famosa. Ellos gozan de un recuerdo abominable, pero al mismo tiempo de un horror respetuoso. Hacen parte de una leyenda gloriosa, a pesar de sus gestos, sus expresiones y sobre todo de sus acciones crueles, violentas o incomprendidas; por lo tanto “su infamia no es más que una modalidad de la fama universal”19. Los otros, los espíritus vagabundos, los desentendidos de las reglas, los que tenían una opinión torcida y desencajada de lo real, esos son infames en todo rigor. A estos últimos, no se los condena ni por terror, ni por gloria, se los condena por llevar una vida y solo por llevar esa vida: “tal es la infamia estricta, esa que, no estando mezclada ni de escándalo ambiguo, ni de sorda admiración, no tiene nada que ver con ninguna gloria”20. No hay en ellos ni heroísmo, ni santidad, ni genio; son vidas destinadas a pasar sin consecuencia ni referencia. Son hombres comunes, con vidas sin embargo indefensas ya que nunca se les prestó el relato literario, ni el poder de la ley; por eso cuando surgen repentinamente a la luz, asustan o producen pena. Pero al mismo tiempo estas biografías muestran que las relaciones de poder que allí se practican, generan resistencias por parte de los que enfrentan al poder. Esos que no tienen ni teoría ni preceptor, ya que no son discípulos ni directores de consciencia, fabrican, sin embargo, una estrategia de vida para hacer su existencia menos dolorosa. Pero para nosotros que relatamos esas resistencias, esto es ya una resiliencia, una identificación afectiva con algo que sucedió y de lo cual igualmente tenemos una sombra, pero que deseamos, no se vuelva a repetir.
Nada hace probable que estos hombres surjan de la sombra, ellos más que otros, con sus vidas y sus infelicidades. Divirtámonos, si así lo preferimos, y veamos en esto una revancha: la suerte que permite que esta gente sin gloria surja en medio de tantos muertos, que gesticulen aún, que manifiesten su rabia, su afición o su invencible terquedad a divagar, esto tal vez compense la mala suerte que había puesto sobre ellos, a pesar de su modestia y anonimato, el relámpago del poder21.
Decir lo que hay detrás de todas estas relaciones de poder, detrás de todos estos dispositivos de poder, detrás de todas estas estrategias de poder, es un trabajo que Foucault denominó “analítica del poder”. Ahora bien, hay momentos curiosos de esta “analítica” en los que el estudio de los mecanismos de poder que se abaten sobre los individuos, no entra ya en las categorías históricas (genealógicas y arqueológicas) que Foucault utilizó en la mayoría de sus investigaciones, sino que van más allá, se ponen del lado de lo biográfico, de lo anecdótico, de lo antológico, del florilegio. A través del oxímoron (“bello monstruo”, “utopía real”, “bello pavor”) el historiador se vuelve poeta. No es curioso entonces que los recursos más profundos de la lengua surjan y que la poesía y la literatura aparezcan como la forma más eficiente para decir las relaciones poder y de resistencia:
la literatura hace parte de este gran sistema de coacción a través del cual Occidente ha obligado a lo cotidiano a ponerse en discurso; pero ella ocupa igualmente un lugar particular: empeñada en buscar lo cotidiano por encima de sí mismo, a franquear los límites, a levantar brutalmente o insidiosamente los secretos, a desplazar las reglas y los códigos, a hacer decir lo inconfesable, ella tenderá a ponerse por fuera de la ley o a asumir la carga del escándalo, la transgresión o la revuelta. Más que ser otra forma de lenguaje, la literatura sigue siendo el discurso de la infamia: a ella le corresponde decir lo más indecible, lo peor, lo más secreto, lo más intolerable, lo penoso22.
Recalcamos, que estas dos vertientes de la investigación foucaultiana –la “genealogía arqueológica” y la “bioantología” serán utilizadas constantemente en la investigación y el desarrollo de nuestro texto.
Ahora recorreremos las principales tesis desarrolladas por Michel Foucault sobre la implantación en Europa Occidental de los discursos biomédicos al servicio de esta nosopolítica. Y en un segundo momento, daremos unas pinceladas esta misma temática para el caso colombiano entre finales del siglo XIX y principios del XX, que será lo que desarrollemos al interior de los capítulos del texto.
Foucault nos explica que desde los confines del siglo XVII los discursos pedagógicos de la salud en Europa Occidental tenían una estrecha relación con la medicina. La “asistencia” y el “servicio” a los pobres e indigentes, era la tarea principal que desarrollaba el antiguo hospital. Pero no tardó mucho tiempo, para que en el siglo XVIII, se realizara un examen general sobre el modo de inversión y capitalización de estos “servicios” y de estas “asistencias”, de tal manera que fuesen redireccionados hacia otros horizontes. Por aquella época era frecuente escuchar decir: “no se puede seguir sosteniendo a pobres, vagos, fugitivos y enfermos”. Era necesario clasificar estos dudosos comportamientos y sobre todo, atarlos al aparato productivo, argumentando que incluso este hecho podía servir como “forma de tratamiento”. Como lo podemos sospechar, lo que se buscaba era hacer más liviana la carga de los pobres para la sociedad. Esta nueva clasificación que se realizó en el siglo XVIII, estaba centrada en el examen, el diagnóstico, la exaltación moral y la terapéutica individual; allí emergerá la noción de “enfermo valido” y “no válido”. En este espacio se generará una “dislocación”, dice Foucault, en donde “la puesta en funcionamiento progresiva de la gran medicina de siglo XIX no puede ser disociada de la organización, en la misma época, de una política de la salud y de la consideración de las enfermedades como un problema político y económico, que se plantea a las colectividades y que ellas deben tratar de resolver al nivel de las decisiones de conjunto. Medicina “privada” y medicina “socializada” provienen de su apoyo recíproco y de su oposición, de una estrategia global. No hay ninguna sociedad que no ponga en funcionamiento una suerte de nosopolítica23. Para Foucault este hecho no marca tanto la entrada en la medicina social, esto sería aceptar la eterna explicación humanista de la “buena intención”; se trata de una estrategia de poder centrada en una nosopolítica reflexionada, dirigida y con intereses particulares.
Por supuesto no son los “aparatos de Estado” los que organizan el control de esta pedagogía nosopolítica, si bien existen políticas múltiples de salud (distribución gratuita de medicamentos en los períodos de Luís XIV y Luís XVI, creación del Colegio Sanitario de Prusia en 1685 o de la Real Sociedad de Medicina de Francia en 1776), otras instancias como los grupos religiosos, las asociaciones de auxilio y beneficencia, filántropos y academias querían y tenían como proyecto, cuantificar la morbilidad. “La nosopolítica en el siglo XVIII no se traduce como una intervención uniforme del Estado en la práctica de la medicina, sino como la emergencia, en múltiples puntos del cuerpo social, de la salud y de la enfermedad como problemas que solicitan de una manera u otra, ser acogidos colectivamente.”24 Pero ¿qué es esta nosología política? Foucault no tarda en responder: es definir las enfermedades desde lo político, tomar la salud de una población, desde múltiples puntos como un objetivo general de la política.
Ya en el siglo XVII decíamos, existía una preocupación por las enfermedades de la colectividad y por la asistencia a los pobres; se sabe que los hospitales de la Edad Clásica se ocupaban primordialmente de la ayuda material, en donde estaba incluida la enfermedad como un elemento relacionado con la pobreza, la edad, la imposibilidad de encontrar trabajo y el saneamiento básico. Otras organizaciones de la caridad en la misma época, se ocuparán igualmente de la distribución de alimentos, repartición de ropa, acogida de niños abandonados[…] Pero en los confines del siglo XVIII, la caridad será regentada; ya no se dirige al pobre en general, que comenzará a ser una categoría confusa para los sistemas de clasificación operados por aquella época. Nuevas categorías aparecerán: “ocioso voluntario” y “desempleado involuntario”, “buen” y “mal” pobre, los que “pueden realizar un trabajo” y “los que no”. Dicho brevemente, el antiguo pobre será expulsado sin misericordia del reino de la caridad. A partir de ahora, la pregunta esencial será: ¿cómo hacer útil al “buen” pobre, al admitido y validado por la clasificación? ¿Cómo transformarlos en mano de obra útil o al menos autofinanciable? ¿Cómo hacer rentable la inversión hecha en huérfanos y niños abandonados? “Se dibuja así toda una descomposición utilitaria de la pobreza, en donde comienza a surgir el problema específico de la enfermedad de los pobres en relación con los imperativos del trabajo y la necesidad de la producción”25.
Otro asunto que surge a finales del siglo XVIII es la preocupación del poder político por el “bienestar físico de la población en general”. Se constriñe a cada uno a ocuparse de su propia salud. Se trata de elevar el nivel de la salud del cuerpo social, no para castigarlo, sino para “ayudarlo”. Mientras la Edad Media tenía como objetivo la guerra y la paz a través del monopolio de las armas y aseguraba así la solución de litigios y el castigo de los delitos para mantener el orden y la organización de la riqueza, en el siglo XVIII emerge una nueva función asociada a la pedagogía nosopolítica: “el ordenamiento de la sociedad como medio de bienestar físico, de óptima salud y de longevidad”26.
De ahora en adelante, el orden, el enriquecimiento y la salud estarán asegurados por un conjunto de reglamentos e instituciones que, ya desde el siglo XVII, se conocían bajo el término de “policía”. Es evidente que no se trataba de la simple institución policial, sino de algo más amplio que incluía a la salud. Foucault cita el tratado de La Mare, Traité de la police (1705), que muestra de manera impecable hacia donde se dirige esta pedagogía nosopolítica, que igualmente fue replicada en Colombia como lo veremos más adelante. En este Tratado se reparten las actividades en tres grupos:
1. Respeto a la reglamentación económica (circulación de mercancías, procedimientos de fabricación, obligaciones del oficio entre personas que lo ejercen o de la clientela). 2. Respeto a las medidas de orden (vigilancia de los individuos peligrosos, caza a los vagabundos y eventualmente a los mendigos, persecución de los criminales). 3. Respeto a las reglas generales de higiene (vigilar la calidad de las subastas puestas a la venta, el aprovisionamiento en agua, la limpieza de las calles)27.
Es en el siglo XVIII donde se cruzarán, una “economía analítica de la asistencia” con una “policía general de la salud”. De esta manera la enfermedad de los pobres queda inscrita en el problema general de la salud de las poblaciones. Foucault dice que se desplaza del auxilio de la caridad hacia una “policía médica” con sus obligaciones y servicios. El archivo histórico al que recurre Foucault tiene como ejemplos mayores de este cambio, los textos de W. T. Rau Gedanken von dem Nutzen und der Nothwendi einer medicinischen Policey-Ordnung in einem Staat, Ulm (1764) y los 6 volúmenes de J. P. Frank, System einer Vollständigen medicinischen Polizey, Mannheim, C. F. (1779-1790).
Es la gran explosión demográfica de Europa Occidental y su necesidad de organizarla e integrarla al aparato productivo lo que produjo esta transformación hacia una policía general de la salud. Aquí emerge la noción de “población” bajo sus diversas formas y se abre la posibilidad de esbozar el proyecto de una “tecnología de la población” con sus estadísticas demográficas, cálculos de edad, esperanza de vida, mortalidad, incitación al matrimonio, incitación a la natalidad, a la educación y a la formación profesional. El “cuerpo” de los individuos y de las poblaciones en su biología más profunda son objeto de una gestión económica que asegura no sólo su sometimiento, sino igualmente el aumento constante de su utilidad. Dos bloques analíticos y estratégicos, de lo que Foucault denomina la nosopolítica del siglo XVIII, que también encontraremos en Colombia, pueden señalarse:
1. El privilegio de la infancia y la medicalización de la familia. Al problema de los “niños” (cantidad de natalidad y mortalidad) se agrega el de la “infancia” (condiciones de vida, duración, cuidado), “No se trata solamente de producir un número óptimo de niños, sino de gerenciar convenientemente esta edad de la vida”28. Aparecen nuevas reglas que se dirigen a los cuidados del cuerpo, a la higiene, a la alimentación del niño, al modo en que la familia debe protegerlo. Se constituye así un hecho nuevo: el lazo conyugal no es solamente lo que permite pasar de una generación a otra, sino de asegurar la producción de un ser humano que llegue lo más lejos posible en la sociedad. La familia debe mantener un cuerpo sano, lugares pulcros y aseados, debe haber una distribución médica óptima para los individuos, la cama, la ropa, los utensilios deben ser los adecuados. Esto funciona como leyes morales esenciales de la familia, que van más allá de lo médico y lo higiénico, hasta el punto que la familia se convirtió en “el agente más constante de la medicalización”, lo que se produce a través de ella “es una especie de homeostasis de la salud”29. El archivo histórico esgrimido por Foucault son textos como: N. Andry de Boisregard, L´Orthopédie, ou l´Art de prévenir et de corriger dans les enfants les difformités du corps, Paris, (1741). C-A. Vandermonde, Essai sur la manière de perfectionner la nature humaine, Paris, (1756). W. Cadogan, An Essay upon Nursing and the Management of Children from their Birth to three years of Age, Londres, (1752) F. Buisson, Le Nestor français, ou Guide morale et physiologique pour conduire la jeunesse au bonheur, Paris, (1807).
En el siglo XIX esta literatura aumentará a través de los periódicos dirigidos a las clases populares. Surgen pues campañas de todos los órdenes, desde las vacunaciones bajo la responsabilidad de la familia, hasta hospitales para niños huérfanos y lugares de acogida para estos niños al interior de las familias en donde harán una parte de las tareas domésticas. La familia ocupará el lugar en donde confluye una ética privada de la salud y una técnica científica de la cura. De ahora en adelante se tiene derecho a solicitar el servicio de salud, pero también el deber de cuidar a otros so pretexto de intervención autoritaria del poder. En todo caso,
la institucionalización y la defensa de la relación privada con el médico, en su multiplicidad y coherencia, marca el funcionamiento global de la política de la salud en el siglo XIX, pero no puede comprenderse si se hace abstracción de este elemento central que se formó en el siglo XVIII: la familia medicalizada y medicalizante30.
El privilegio de la higiene y el funcionamiento de la medicina como instancia de control social, se convertirá en el régimen colectivo de la población. El espacio urbano en el siglo XVIII se vuelve patógeno, las ciudades son patógenas, al igual que los barcos, las prisiones y los hospitales. Todos estos lugares se convierten en espacios de la medicalización muchas veces autoritaria. Los médicos tendrán de ahora en adelante una tarea pedagógica y es la de enseñar las reglas de higiene, en la alimentación, en el habitad, en el cuidado de sí. Y se produce entonces una transformación sorprendente que, en algunos aspectos, al menos en Colombia, todavía se preserva:
La medicina como técnica general de la salud, más que como servicio a las enfermedades y al arte de la cura, toma un lugar cada vez más importante en las estructuras administrativas de esta máquina de poder que no cesa, en el curso del siglo XVIII, de extenderse y afirmarse. El médico toma su lugar en las diferentes instancias de poder. La administración le sirve de punto de apoyo, y muchas veces de partida a las grandes encuestas médicas sobre la salud de las poblaciones, y en contrapartida los médicos entregan cada vez una parte más grande de sus actividades a tareas generales y administrativas que les han sido fijadas por el poder […] comienza formarse un saber ‘médico-administrativo’31.
Hacia finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la correlación de estos discursos sobre el ser humano, la conformación de espacios administrativos como la familia, la puesta en funcionamiento de instituciones de control e incluso jurídicas, permitió el surgimiento de una serie de nuevos personajes antes silenciosos, que comienzan a ser visibilizados a partir de la categoría de “anormal”32. Desde el antiguo hermafrodita tildado de “monstruo humano” que contradice el dominio jurídico-biológico al combinar lo imposible y lo prohibido, pasando por el “incorregible” que es necesario amaestrar, hasta el “onanista” que surge en el cruce de la familia y la preocupación médica por la sexualidad; poco a poco estos discursos y estas prácticas darán origen a estrategias de poder en donde se someterá a poblaciones enteras a este cálculo nosopolítico, para mejorar la raza, para canalizar los comportamientos, para vigilar sus pensamientos; es decir para “humanizar” a los más desheredados, es decir, para que abandonen su propio derecho al ejercicio del poder. Tanto en países europeos como en Colombia, se sufrieron y aun se sufren, los embates de estas locuras políticas, engendradas en plena edad de la razón.
Este saber médico-administrativo, sirvió de consejero a la economía y a la política en la segunda mitad de siglo XVIII; sirvió para proponer medidas autoritarias, no tanto en el arte de gobernar, sino como observador, corrector y mejorador del cuerpo social. Este saber médico-administrativo que participaba en las decisiones políticas, era consultado por las sociedades de sabios, los grandes y pequeños dirigentes, escribía en las enciclopedias[…] Por otro lado, la función del hospital general como institución sufrirá un cambio radical debido, al menos, a tres factores: 1. La emergencia de una población con variables biomédicas. 2. La constitución de la familia medicalizada, que sirvió de músculo a la aparición de la medicina social. 3. La nueva función médico-administrativa que adquiere la higiene.
El hospital general dejará de ser centro donde circula la pobreza y la enfermedad, perderá su fuerza y su carácter de necesario cuando se propone: 1. La hospitalización a domicilio. 2. Un acompañamiento médico a la población, permanente y fácilmente utilizable, que vuelve obsoleto al hospital general. 3. Las consultas, los cuidados y la repartición de medicamentos, que puede hacerse bajo la figura del dispensario. En 1769 se conforma en Londres el dispensario de Red Lion Squard, en Francia la reforma de los estudios médicos y quirúrgicos obligaba a los médicos a realizar su práctica en las pequeñas comunidades antes de volver a una gran ciudad, etc.
Lo que debemos comprender, es que las discusiones sobre la reforma del hospital se hicieron tomando en consideración el espacio urbano, en donde se podía medir su efecto sobre la familia. Se procedió a modificar su espacio interno para que fuese eficaz y no un lugar de asistencia. El hospital se convierte en una “máquina para curar”, en un lugar de operación terapéutica. Se crean entonces una serie de hospitales especializados, que ya no excluyen por miedo a los locos y los venéreos, como lugares de la acción terapéutica: el Middlesex en Londres en 1745, el London Faver Hospital en 1802, Les Enfants-Malades en París en 1802. El hospital especializado debe permitir pasar de los cuidados domiciliarios al régimen hospitalario. Incluso debe permitir desarrollar un saber en su interior y garantizar la formación misma en sus instalaciones. Es así como nos hemos convertido en una sociedad medicalizada y terapéutica, en donde aún la nosopolítica controla un sinnúmero de estrategias de poder. Algo así como que una medicina centrada en la tarea de curar no es más que una broma de mal gusto, dentro del esquema de su evolución arqueológica, muy pocas cosas asépticas existen dentro de ella.
Hacia los umbrales de los siglos XIX y XX, se instauró en Colombia y a lo largo y ancho de Latinoamérica, un sinnúmero de técnicas y mecanismos de control que han tenido como marco de acción los discursos nosopolíticos, médico-pedagógicos, fisioanatómicos e higiénico-políticos que han fijado sus miradas en tres rostros diferentes: el primero, el del “niño urbano” al interior de la familia; el segundo, el del “bárbaro-salvaje” que se esconde en la recóndita selva tropical y que de ahora en adelante deberá ser tratado como niño; y el tercero, el del “mestizo y mulato”, el hombre popular que deberá ser educado para formar así la nueva sociedad. Todas estas son categorías de corte etnográfico y antropogeográficas que han sido puestas en práctica junto con los discursos más sofisticados provenientes de la educación, de la medicina y de diversos dispositivos de control, adiestramiento y domesticación, y a partir de ellos se ha constituido el proyecto de una nación.
Es así como desde los confines decimonónicos han aumentado las quejas por el incremento desmesurado de bárbaros-salvajes que osan invadir las villas y ciudades andinas. Estas voces que provenían de todos los sectores civilizados de este país, desde la provincia divina del Valle, desde los límites selváticos del Quindío y el Putumayo en su primer Estado soberano y luego departamento del Cauca, desde las penumbras del Catatumbo, Guajira y Santa Marta en los extremos costeros y montañosos, hasta Bogotá y Tunja en el propio centro del país. Ya en 1884, el excónsul de Colombia en Italia y Gran Bretaña, expresidente del Estado Soberano de Boyacá y secretario de Hacienda de Colombia, José E. Otálora, calculaba la existencia de 500.000 “salvajes infelices” esparcidos a lo ancho del territorio colombiano33. Y el gobierno del extenso Cauca denunciaba la presencia de 200.000 de estos “salvajes” en su territorio en 189834. Estas estadísticas y discursos abogaban por la reducción y la civilización de esos cientos de hordas “primitivas y salvajes” que rodean a la nación o simplemente por su aniquilación inmediata. En todos los lugares en donde se fijaba la frontera civilizada y comenzaba la estepa extensa y la selva húmeda andina y amazónica, serán comunes estas voces y estas peticiones, no sólo en Colombia, sino en el continente americano: voces y peticiones contra los mestizos gauchos que se expanden por las Pampas sudamericanas, voces contra los salvajes mapuches en Argentina y Chile, voces contra los coahuilas bárbaros del norte de México o las centenas de hordas nómadas que han de ser “domesticadas” o exterminadas por los bandeirantes paulistas y colonos en Brasil, Perú y Bolivia, a comienzos del siglo XX.
Estos miedos hicieron posible, desde finales del siglo XIX, la aparición de todo un género literario, artístico y cinematográfico, en la escuela muralista mexicana de Diego Rivera y de José Clemente Orozco35, en las notas novelescas y periodísticas de José Eustasio Rivera en Colombia, y sirvieron para denunciar ante el gobierno y ante los representantes de Inglaterra en este país, la máquina de exterminio de miles de nativos esclavizados por la Casa Arana, multinacional de extracción cauchera de capital peruano-británico en las selvas del Amazonas en 192436. También surgió el trabajo de periodistas como el del estadunidense John Kenneth que sacó a la luz pública la esclavización de ocho mil indios yaquis importados de Sonora, tres mil chinos-coreanos y entre 100 000 y 125 000 indígenas mayas en Yucatán37. Iguales denuncias emergerán en la pluma de Clorinda Matto, Jorge Icaza y el siempre genial Ciro Alegría en el Perú, Bolivia y norte chileno38. Estos géneros literarios los encontraremos igualmente en la leyenda del lejano oeste norteamericana, desde Daniel Boom a Buffalo Bill y desde el cowboy y los comanches en el gran lago Salado hasta Oklahoma. Estos hechos contribuyeron con la consolidación de un sinnúmero de discursos nacionales: el del «destino manifiesto» y la tierra prometida, el del «gran sueño americano», el de la confederación mexicana y el del México de la guadalupana y su «raza cósmica»;39 el discurso del «Gran Buenos Aires»,40 el del Brasil paulista, y la nueva Europa sudamericana; y en Colombia el discurso de Popayán como comarca divina;41 el de la Antioquia bíblica y su raza prometida,42 la única raza apta para colonizar y cohesionar este cosmos de razas heterogéneas y anegadas; y por último, el discurso de la Gran Colombia bolivariana que se reconstruye así misma43.
Estos discursos, de corte bíblico, unos y romanos otros, han sido exhortados como símbolos para construir los cimientos de las nuevas naciones por su poder de cohesión similar a los mitos medievales del viejo mundo, que han sido invocados por la misma época en nuestro territorio: los de Ricardo Corazón o el rey Arturo y su mesa redonda, Guillermo Tell o Robín Hood, La Nueva Babilonia, Troya y Esparta sin esclavos y el Tercer Reich; y que además han requerido indubitablemente del avasallamiento de aquellos grupos de “salvajes y barbaros” que se enfrentaron durante casi cuatro centurias a la máquina evangelizadora, primero española y portuguesa, y luego a las fuerzas milicianas y coloniales de las insipientes repúblicas que se conformaron y salieron airosas. Aquellos que no se doblegaron ante los poderes, se vieron obligados a situarse en zonas remotas en donde la honda de la ley no tenía el poder suficiente de alcanzarlos.
Nómadas, pueblos feroces, primitivos, bárbaros-salvajes, son diversas denominaciones de una máquina reductora que desde los umbrales del siglo XIX se implantó con todo rigor en el territorio colombiano, y que requirió de un complejo aparato estatal y privado y de la ayuda de diversos discursos, prácticas y estrategias de poder: eugénicas, biomédicas, etnomilitares y pedagógicas. Pero también requirió de estrategias antropogeográficas, geocriminológicas, etnoculturalistas y folcloristas. Estas estrategias de poder fueron cohesionadas por la pedagogía, la higiene pública y la nosopolítica. Es así como emerge el héroe de la Guerra de los Mil días, “campeón de mil batallas” y que décadas después inspirará a uno de los personajes centrales de la obra de Gabriel García Márquez44, el senador vitalicio colombiano, General Rafael Uribe Uribe, que escribía a principios del siglo XX: “Para que sea eficaz la máquina de reducir indígenas [esta] debe componerse de tres piezas: colonia militar, cuerpo de intérpretes y misioneros”45. Es así como se estructuró un complejo aparato de sometimiento de los “salvajes y bárbaros”, reducción que requirió, una vez más para el caso latinoamericano, de la “mano salvadora” de la iglesia católica y sus misioneros, hasta el punto que se puso en ejecución hacia principios del siglo XX, un gigantesco proyecto cuyos componentes están descritos así en su propio archivo histórico:
1. “Mestizaje: se pone en contacto al indio con el blanco para crear en aquel poco a poco, a la voz de hábitos civilizados, la necesidad de tratar, negociar y convivir con el segundo”.
2. “Reformar las costumbres, ya que el indio volvió a caer, cual cuerpo inerte, en lo que parece ser su centro de gravedad: el salvajismo”.
3. “Crear necesidades como forma para civilizar pues, los frutos de su trabajo les ha permitido concederse algunas comodidades, éstas han creado en sus vidas nuevas necesidades que es preciso satisfacer y de las que ya les es difícil prescindir”.
4. “Apego a la riqueza, que es necesario crearles como obra de reducción y redención a los indios”.
5. “Crear caminos, para que el colono blanco penetre en esos rincones inhóspitos del territorio”.
6. “Impulsar el movimiento colonizador”46.
La labor de estas misiones católicas, estaba acompañada de otras medidas de carácter pedagógico-carcelarias agregadas en la mitad del siglo XX por el reconocido padre Severino de Santa Teresa, durante las misiones del Darién: catequización, concentración escolar, granjas agrícolas-penales y la Casa de Menores47. Es necesario anotar que, en esta épistémê, estas estrategias aunque ciertamente han sido ejecutadas por los misioneros y curas párrocos, estarán legitimadas por las plumas más sapientes y científicamente selectas de estos países. En Colombia encontraremos los estudios médico-psiquiátricos y etnopatológicos de Miguel Jiménez López48, Luis López de Mesa49, del médico-higienista y pediatra Jorge Bejarano50, del filósofo Fernando González con su libro Los Negroides. Ensayo Sobre la Gran Colombia,51 o el libro de los pedagogos: Nieto Caballero, Araujo y Enciso52. En Bolivia tenemos a Alcides Arguedas y sus obras Pueblo enfermo (1909) y Raza de Bronce (1919)53. En México, los estudios sobre la degeneración de la raza indígena de fines del siglo XIX de Fray Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante, Lucas Alemán, María Rodríguez, Nicolás San Juan, Rosendo Gutiérrez, Francisco Flórez y Troncoso o Luis García Pimentel y su Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios para combatirla54. En el norte de Chile Francisco de Encina55; en el Perú, Manuel González Prada, que profetizó que un día los indígenas bajarán desde las recónditas y olvidadas cumbres andinas para invadir las ciudades costeras y poner punto final a la civilización56. Y en Ecuador, son las páginas de Alfredo Pérez Guerrero y su Telesis social y la raza india (1922)57, y las Notas sobre el carácter del pueblo ecuatoriano de Belisario Quevedo58, que contribuirán con este gran proyecto humanista de civilizar al “salvaje”.
Junto a estas miles de páginas que sobre las “razas degeneradas”, y sobre los “salvajes y bárbaros” se escribieron y también se organizaron en las raíces del siglo XX