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Esta antología es una manifestación de cómo la lírica más reciente, desde la pluralidad de voces que recoge, mantiene vivo el acercamiento a la Virgen María. A esta compilación, y como muestra de fervor y de apoyo, se ha sumado el cardenal Robert Sarah (Guinea, 1945; exprefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde 2014, nombrado por el papa Francisco) con un alentador y generoso prólogo. Podemos encontrar en esta antología mariana poemas, además de los editores, de Rafael Alfaro, María Victoria Atencia, Manuel Ballesteros, Julen Carreño, Daniel y Jesús Cotta, Luis Alberto de Cuenca, Enrique y Jaime García-Máiquez, Gabriel Insausti, Julio Martínez Mesanza, Mario Míguez, Inmaculada Moreno, Pablo Moreno, Miguel d'Ors, Antonio Praena, Carlos Pujol, Antonio Rivero Taravillo, José Antonio Sáez, Andrés Trapiello, Pedro Antonio Urbina, Beatriz Villacañas y Fernando de Villena.
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Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Prólogo
Nuestra Señora de las cosas
Los mismos gestos
Virgen negra
Nuestra Señora del Pinar
Los tigres de Rilke
Letanías de Nuestra Señora en la noche de Navidad
Annunziata
Nuestra Señora encinta
Plenitud
Virgen de la leche
Don de entendimiento
[«De todo lo creado». Reina, pues]
La visita
Stabat Mater
Nana para Jesús
Señora de las viñas
Virgen del patio de las fl ores
[Aristotélico de mí, que creo]
Ensimismamiento de san Gabriel
Cuando la Virgen vino a casa
En estas rosas
Himno a la Virgen del Carmen
Ave María
La bruja
Plegaria de la diosa
La Gran Madre
Palabras para Inés y Álvaro
Virgen del Carmen
A Nuestra Señora
Virgen de Guadalete
Salve
Salve
Madre dolorosa
Spes nostra
Secuencia
Porque ha mirado en mí
Ella, la sencillez
Oración en Aránzazu
Stella Maris
Madonna de Bellini
De los laberintos
Jan Sobieski
Gino
Todo el cielo de España
Al alba junto al mar
Anunciación
Huida a Egipto
Era un Stabat Mater
[Virgen de los granados]
Variación sobre una letanía de Bernardo Soares
Las tres Cantigas
Stabat Mater
[En la calle la luz y las aceras]
[Nicéforo Calixtos]
[Sobre todo me ocupo]
[Nuestra Señora de los Buenos Libros]
[Lo siento, he de admitir]
[En Roma hay más de mil]
Una oración
[Buenos días, Señora: Gracias por permitirme]
[Dicen que la sabina es madera olorosa]
[Señora de los riscos, del Roel poderoso]
[Así como la Madre dolorosa]
El descendimiento de la cruz
Virgen del Camino
I [Sentada en silla baja, de enea]
Sentirte Madre
Plegaria
Epílogo
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ISBN: 978-84-2856-055-9
Depósito legal: M. 9.207-2021
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La presente Antología, como el propio título indica, consiste en un elenco de textos poéticos, cuya autoría se debe a un insigne grupo de poetas, todos ellos nacidos en la primera mitad del siglo XX, la mayoría de ellos contemporáneos nuestros, que los aúna y acomuna su interés por cantar, con la música de las palabras, a la bienaventurada Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor.
Continúan el sendero de otros muchos que, a lo largo de los siglos, cantaron las glorias de María con el lenguaje de la imagen o de la palabra: pintores, escultores, orfebres, literatos..., porque la Virgen siempre ha estado presente en el anuncio, contemplación y vivencia del misterio cristiano. Así lo profetizó ella misma en el hermoso cántico que pone el evangelista Lucas en sus labios: «beatam me dicent omnes generationes» (Lc 1,48), por eso, desde entonces todas las generaciones la llamarán bienaventurada. También ahora, en el momento presente, en este tiempo caracterizado por la debilidad de la fe –al menos en la consumista sociedad occidental–, surgen hombres y mujeres que no se olvidan de la Virgen María, que dirigen sus piropos a la «dichosa entre todas las mujeres» y manifiestan su devoción filial a la que Dios escogió para ser la Madre de su Señor y Madre nuestra.
Los evangelistas apenas hablan de la Madre de Dios; solo Lucas y Juan mencionan a la Virgen María, y siempre en relación al misterio de su Hijo, el Mesías esperado por el pueblo de Israel y el Redentor de los hombres. María está inseparablemente unida al misterio redentor de su Hijo, «fruto bendito del vientre bendito de la bendita María», como decía san Bernardo de Claraval. Ella, como Virgen madre, vive con asombro y gozo el nacimiento de su Hijo y el regocijo de los Magos y pastores; con dolor y angustia la amenaza de Herodes y la pasión junto a la cruz. Ella, llena de la gracia del Espíritu Santo, sostiene con su oración a la comunidad apostólica y, a la luz de Pentecostés, es la primera en comprender los inicios de la Iglesia. Siempre fiel; eternamente fiel a la misión confiada por Dios Padre para hacer posible la redención de la humanidad por medio de su Hijo. Como he escrito en La fuerza del silencio: «María se esconde en su Hijo, solo existe para su Hijo. Desaparece en su Hijo».
Por eso, el misterio de María solo se comprende a la luz del misterio de Jesucristo. Y quien anuncia a Jesucristo inevitablemente se encuentra con la figura de la Virgen María.
Aquí radica la especial veneración que la Iglesia dirige, desde antiguo, a la «sin pecado concebida», como se reflejan en sus textos litúrgicos, antífonas musicales o piadosas oraciones, que el pueblo cristiano ha mantenido vivamente a lo largo de los siglos. Recuerdo, cuando era pequeño, que mi padre me enseñó a querer mucho a la Virgen. En nuestra casa familiar de Ourous, se arrodillaba en el suelo para rezar el ángelus todos los días, a mediodía y por la tarde. No olvidaré jamás esos momentos en que cerraba los ojos para dar gracias a la Virgen María. Yo le imitaba y rezaba a su lado mis oraciones a la madre de Jesús.
Muchos de los textos aquí seleccionados son auténticas oraciones del poeta, que manifiestan públicamente el latente sentir del corazón humano en las mil y una circunstancias de la vida. Son muestra evidente de que la figura de la Virgen Madre continúa acompañando a sus hijos como acompañó al Hijo, desde el inicio de la vida hasta el final de la existencia. Estoy seguro de que muchos de los que se acerquen a este libro llegarán a emocionarse con la riqueza inspirada de estos versos, y que estos fortalecerán su amor filial hacia la Virgen Madre.
Amar a la bienaventurada Virgen María significa buscar con ardor imitar su pureza, vivir su fe, su docilidad a la voluntad de Dios. Admirar con amor y complacencia filial a santa María Virgen significa dejar que la Palabra de Dios se haga carne en nosotros para llegar a estar, también nosotros, radiantes de santidad, como aquella mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y, sobre la cabeza, una corona de doce estrellas (cf Ap 12,1).
Pido la bendición de Dios para cuantos hicieron posible esta magnífica propuesta editorial; aliento a los autores a seguir ofreciendo sus artes poéticas al servicio del Evangelio; y animo a los lectores a pasar esta página y adentrarse, con gozo, en el contenido de este libro en honor de santa María Virgen, «vida, dulzura y esperanza nuestra».
Card. Robert Sarah
Exprefecto de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos