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A pesar de las diversas aproximaciones al trabajo social crítico –desde el feminismo, poscolonialismo y perspectivas anti opresivas– una nueva agenda política debe estar impulsada por un conjunto de principios comunes. Así, el trabajo social crítico refleja una "zona de compromiso político" para estudiantes, investigadores y profesionales en primera línea, permitiéndoles tomar posiciones de resistencia frente al orden hegemónico. Esto significa tomar posición en apoyo a quienes están oprimidos, explotados o que son tratados injustamente.
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NUEVAS AGENDAS POLÍTICAS PARA EL TRABAJO SOCIAL
© Mel Gray y Stephen Webb
Editores
Traducción de Gianinna Muñoz Arce
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 - Santiago de Chile
[email protected] – 56-228897726
www.uahurtado.cl
Primera edición en inglés The New Politics of Social Work
Copyright © 2013, Mel Gray, Stephen A. Webb
Esta edición ha sido traducida y publicada bajo licencia Springer Nature Limited, bajo la responsabilidad de Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
Primera edición en castellano agosto 2020
Este texto fue sometido al sistema de referato ciego externo
ISBN libro impreso: 978-956-357-243-8
ISBN libro digital: 978-956-357-244-5
Coordinadora colección Trabajo social
Paulina Morales
Dirección editorial
Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva
Beatriz García-Huidobro
Diseño interior
Gloria Barrios A.
Diseño de portada: Francisca Toral, sobre diseño de colección de Estudio Vicencio
Imagen de portada: Fotografía de Fernando Prado Becerra.
Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.
Diagramación digital: ebooks [email protected]
Índice general
Prólogo de la traductora
PARTE INUEVAS AGENDAS PARA EL TRABAJO SOCIAL
Capítulo IHacia una nueva agenda política para el trabajo social
Mel Gray y Stephen A. Webb
Capítulo IIUna lectura histórica del trabajo social crítico y radical
Bob Pease
Capítulo IIIMapeando el territorio teórico y político del trabajo social
Paul Michael Garrett
Capítulo IVEl trabajo social y las políticas del reconocimiento
Stan Houston
PARTE IIINTERVENCIONES ORIENTADAS POLÍTICAMENTE
Capítulo VLa intervención reflexiva y crítica
Carolyn Taylor
Capítulo VILa gestión desde una perspectiva crítica
John Lawler
Capítulo VIILas “buenas prácticas” desde una perspectiva crítica
Harry Ferguson
Capítulo VIIIAnálisis crítico del discurso
Greg Marston
PARTE IIIINTERVENCIONES TRANSFORMADORAS
Capítulo IXNuevos enfoques para el empoderamiento
Viviene E. Cree
Capítulo XEl enfoque de derechos y el trabajo social internacional
Richard Hugman
Capítulo XIGobernanza femocrática e infancia
Tammy Findlay
Capítulo XIITrabajadores/as sociales como agentes de transformación
Iain Ferguson
Capítulo XIIILa izquierda especulativa y las nuevas agendas políticas para el trabajo social
Mel Gray y Stephen A. Webb
Autoras y autores
Agradecimientos
Prólogo de la traductora
Nuevas agendas políticas para el trabajo social es una interpelación a la dimensión política más profunda de nuestra profesión y disciplina, un cuestionamiento a los posicionamientos y estrategias desde las cuales las y los trabajadores sociales enfrentamos hoy los estragos del capitalismo neoliberal a escala global. A pesar de que el texto original fue publicado en el año 2013, el debate al que nos invitan Mel Gray y Stephen Webb se encuentra totalmente vigente. El desmantelamiento de los Estados de Bienestar en Europa y otros países angloamericanos parece no tener vuelta atrás, y la creciente avanzada de la derecha más radical en los países de América del Sur junto al ya sabido incremento de las desigualdades estructurales a nivel planetario, nos indican que hoy más que nunca trabajo social requiere de nuevos marcos interpretativos y repertorios de intervención que permitan desafiar el sentido “común” y provocar rupturas frente a lo que parece normal e inevitable.
Al término de esta traducción, y mientras escribo estas letras, vivo el “estallido social” que comenzó en Chile el 18 de octubre de 2019, el cual, leído en el concierto de otros movimientos de resistencia y dinámicas de violencia institucional que han tenido lugar en diversos países de la región en los últimos meses, nos muestra que la pregunta por las agendas políticas de trabajo social cobra hoy un carácter insoslayable. Las violaciones a los derechos humanos y la barbarie, pesadillas que ocupaban un lugar central en nuestra memoria profesional, y que creíamos parte de nuestro pasado a la vez que pronunciábamos el “nunca más” del que creíamos tener certezas, hoy nos golpea otra vez. Nos duele, nos horroriza, nos lleva al infierno a la vez que nos cuestiona en lo profundo, nos activa en las calles, nos remece. Lejos de estar cerca de un desenlace, de lo único que podemos estar ciertas es que lo que hoy tenemos es un nuevo Chile, cansado e indignado con las desigualdades brutales, herido y abusado, pero también ansioso de transformaciones profundas, estructurales. Las y los trabajadores sociales tendremos que preguntarnos, en este escenario, hacia dónde y de qué manera vamos a participar en la producción de dichas transformaciones: denunciando la injusticia una vez más tal como lo hicieran nuestras colegas de la Vicaría de la Solidaridad en tiempos de la dictadura, participando, acompañando y avanzando junto con los movimientos sociales y colectivos que luchan por mayor dignidad, y reforzando estos nuevos sentidos comunes que han emergido en este estallido: el espíritu crítico, movilizado, creativo, valiente, que exige participar genuinamente en la construcción de las reglas del juego.
Esto último me parece especialmente relevante considerando que el propósito de este libro es precisamente desafiar el sentido “común”, deconstruir la agenda y visualizar nuevas estrategias políticas para el trabajo social. Después de todo, ese parecía ser uno de los triunfos más espeluznantes del capitalismo en este, su momento neoliberal: que pensáramos y creyéramos que no existían formas “otras” de habitar, que no había otras formas posibles de vincularnos y hacer sociedad, que no había alternativas (Boltanski y Chiapello, 2002; Harvey, 2007; Eagleton-Pierce, 2016). Gray y Webb, desde el otro lado del mundo, nos muestran un debate sobre enfoques posibles, prácticas de resistencia sutiles y radicales que trabajadoras/es sociales de otros países desarrollan día a día dentro de sus instituciones, en base a un abanico de opciones conceptuales que permiten abrir la mirada e imaginar otra sociedad. Pero también cuestionarnos sobre lo que hemos construido como proyecto político, y específicamente desde la vereda política de la izquierda. Es una llamada crítica, pero, sobre todo, autocrítica, que nos conmina a la constante revisión de cómo y por qué hemos llegado al momento actual; hacia dónde y de qué manera queremos avanzar como profesión y disciplina en los tiempos revueltos que estamos viviendo.
Una ventana desde el otro lado del mundo
Cuando en septiembre de 2017 tuve el privilegio de conocer a la profesora Mel Gray en la Universidad de Newcastle, Australia, me quedé maravillada con su capacidad de articular esta visión compleja, densa y comprometida con el fortalecimiento de nuestra profesión y disciplina, a la par de su cordialidad, sencillez y calidez humana. Desafortunadamente, poco conocemos del trabajo de académicas/os del trabajo social crítico del mundo anglosajón en los países de habla hispana. A pesar de los grandes avances tecnológicos y del uso masivo de las “redes sociales” en las últimas décadas, el trabajo social parece seguir teniendo un desarrollo intelectual fragmentado, aislado. Poco saben también, en el mundo anglosajón, de los aportes conceptuales producidos desde el trabajo social de América del Sur y otros países del sur global. Otros intentos vendrán en la línea de visibilizar nuestras discusiones en el mundo anglosajón (Ver Kleibl et al., 2020, por ejemplo). Por lo pronto, la traducción de este libro constituye en mi opinión una posibilidad de traer aquellos debates teóricos, directamente políticos, explícitamente de izquierda, producidos desde Australia, Gran Bretaña, Irlanda, Sudáfrica y Canadá, a nuestras aulas, a nuestros debates académicos y espacios de desarrollo profesional.
Las discusiones sobre la necesidad de construir nuevas agendas políticas para trabajo social plasmadas en este libro nos muestran, claramente, que no tiene sentido organizar la producción intelectual de trabajo social de acuerdo a regiones geográficas. Así como no existe un único “trabajo social latinoamericano”, no existe algo que podamos llamar “trabajo social anglosajón”. Existe una pluralidad teórica en ambos contextos. En ese sentido, el trabajo social crítico desarrollado en América Latina y el trabajo social radical en el mundo anglosajón tienen muchos más puntos en común que los que podrían tener con formas de trabajo social conservadoras dentro una misma región o país.
No obstante, sí cabe recalcar que lo que se entiende por trabajo social crítico en este libro –y en el mundo anglosajón en general– obedece a un contexto geopolítico particular que en ningún caso puede pasar inadvertido. En ese sentido, la idea de crítica, y de trabajo social “crítico”, es inconmensurable. Nuestra región ha sido históricamente configurada por el colonialismo, dictaduras, regímenes autoritarios, patronales y clientelares, al mismo tiempo que por trayectorias de luchas y resistencias por parte de movimientos sociales, colectivos y comunidades, lo que ciertamente otorga una impronta al desarrollo profesional y disciplinar que es particular. En este sentido, vemos que una buena parte de las discusiones contenidas en este libro son respuestas al declive del trabajo social entendido como una profesión que se ha desarrollado bajo un régimen de bienestar –que se ejerce al alero del Estado, que es regulada por el Estado y que es orientada por marcos procedimentales más bien rígidos– características que posiblemente nunca se han visto de manera simultánea en el trabajo social de nuestra América Latina.
La apuesta por la traducción
¿Por qué entonces aceptar el desafío de traducir una obra de “trabajo social crítico”, anglosajona, al español? Son varias las razones que impulsaron este trabajo. En primer lugar, porque la discusión sobre la agenda política de trabajo social hoy es necesaria, sino vital, para enfrentar las encrucijadas del momento actual. Esta obra permite mostrar un contrapunto –una construcción conceptual distinta– de la propia idea de “proyecto ético-político” tan ampliamente desarrollada en América Latina, especialmente desde el trabajo social brasileño. Gray y Webb ofrecen en este libro un encuadre en las coordenadas de representación, redistribución y reconocimiento, encarnados en las propuestas de exponentes contemporáneas de la teoría crítica, como Nancy Fraser y Judith Butler (Fraser, 2015; Butler, 2015; Fraser y Bulter, 2016), que son fundamentales para comprender los debates por “lo crítico” en estos “tiempos críticos”. Las autoras revisitan las disputas conceptuales entre marxismo y feminismo, claves para comprender desde qué lugar construimos nuestra versión de lo crítico. Mucho de esos debates fundan los capítulos que conforman este libro.
En segundo lugar, me parece increiblemente provocadora la manera en que Gray y Webb sugieren aproximarse al debate sobre la tradición crítica en trabajo social: las coordenadas son “una agenda política”, y específicamente “una agenda política de izquierda”. Y en este sentido, son claros en plantear que la invitación es a pensar nuevas agendas políticas para un trabajo social de izquierda. Esto implica redefinir, primeramente, el propio proyecto político de izquierda de trabajo social −una misión en extremo ambiciosa, ciertamente– en el sentido de radicalización de la teoría y práctica profesional. Para ello se toman de los planteamientos de importantes referentes de la teoría social contemporánea: Žižek, Badiou, Boltanski, Rancière, Mouffe, Nancy, Negri, Vattimo, Buck-Morss, Esposito y Agamben, entre otros. Ponen en el tapete de la discusión, a disposición para ser deconstruidas, las ideas sobre el comunismo y sobre lo común, “lo que tenemos en común” y las posibilidades de construir alternativas de transformación social desde allí. Dejan claro –y lo verán transversalmente en el texto– que esta propuesta no quiere ser un “manifiesto”. De hecho, critica constantemente las expresiones esencialistas de la izquierda. El texto es también provocador en el sentido en que nos pone frente a ciertos binarismos que desafían la propia noción de crítica, por ejemplo, al tomar los planteamientos de Badiou sobre comunismo versus neoliberalismo; al mismo tiempo que ofrece alternativas micropolíticas de resistencia, que, aunque pueden no ser suficiente desde ciertos puntos de vista, contribuyen a subvertir lógicas neoliberales en el día a día.
Por último, la traducción de esta obra permite incorporar nuevos elementos al debate disciplinar de trabajo social. La producción de obras abocadas a la discusión disciplinar no es algo frecuente, desafortunadamente. Ya sea para criticar los postulados que aquí aparecen, para compararlos, afirmarlos o destruirlos creativamente, espero que el contenido de este texto movilice discusiones. Asimismo, a partir de esta lectura podemos desmitificar aquellas visiones estigmatizantes sobre el trabajo social anglosajón, que lo consideran una práctica burocratizada y acrítica. En este libro encontrarán aportes teóricos contundentes y provocadores, que desafían esta caricatura. Ciertamente, al igual que en todo el mundo, también existen las “historias de terror” en trabajo social (Ferguson et al., 2018). Las referencias a Baby Peter –un niño de tres años que murió a causa de violencia intrafamiliar, y que registraba más de sesenta intervenciones de los servicios sociales ingleses– se encuentran en diversos capítulos del libro. Hay, en ese sentido, un dolor profundo que ha movilizado la redefinición del trabajo social en el mundo anglosajón, sus deberes intelectuales y políticos (Garrett, 2013; Webb, 2019), muchos de los cuales inspiraron a las/os autores de los capítulos del texto.
El libro muestra, en su conjunto, un esfuerzo por deconstruir la idea de trabajo social crítico de anclaje marxista estructural, incorporando diversos aportes desde los enfoques feministas y las perspectivas críticas de las nuevas generaciones de la Escuela de Frankfurt, incluyendo sus críticas internas. Al mismo tiempo, se distancia radicalmente del postmodernismo y sus influencias en la discusión disciplinar. Sin embargo, llama la atención de que a pesar de aparecer mencionado en el capítulo introductorio, no se desarrollen líneas argumentativas basadas en el pensamiento decolonial o en aportes conceptuales desde el sur global a la discusión disciplinar de trabajo social. Intuyo que este vacío ha de haber sido observado por los autores, puesto que unos años después de la publicación de este libro apareció Decolonizing Social Work (editado por Mel Gray, John Coates, Michael Yellow Bird y Tihani Hetherington, y publicado por Routledge en 2016), donde se enfatiza precisamente la necesidad de desmantelar la colonialidad disicplinar y el imperialismo profesional que atraviesan los debates de trabajo social. Una nueva agenda política para trabajo social, sin duda, requiere hacer este giro.
Espero que la traducción de este texto contribuya a dinamizar estos y otros debates, que sea de interés para quienes nos mueve la pasión por el trabajo social y nos importa el futuro de esta profesión y disciplina aguerrida, que ha quebrado sentidos comunes y que ha resistido de mil maneras frente a las diversas caras de la injusticia a través de la historia, en todo el mundo (Campbell et al., 2019). Creo profundamente que, en esta lucha, tal como plantean Gray y Webb en las siguientes páginas, nada menos que una revolución del pensamiento bastará. Un libro como este no nos dará recetas ni soluciones inmediatas a las crisis estructurales que enfrentamos con dolor en nuestra América Latina en estos tiempos. Trabajo social no salvará el mundo de la barbarie –los autores no pueden estar más lejos de esa lectura mesiánica–. Pero la revolución en nuestras formas de mirar y de habitar nuestros espacios profesionales puede hacer una diferencia. Es la invitación de los autores, a la que me sumo esperanzada.
Agradezco a las casas editoriales Springer-Palgrave Macmillan y Ediciones Universidad Alberto Hurtado por la oportunidad de publicar esta traducción, al proyecto Fondecyt de Iniciación N° 11160588 de Conicyt que financió mi pasantía de investigación en la Universidad de Newcastle, Australia, y a los autores del libro, especialmente a la profesora Mel Gray por su confianza y generosidad.
Gianinna Muñoz Arce
Santiago de Chile, octubre de 2019.
Referencias
Boltanski, L. y Chiapello, E. (2002). El nuevo espíritu del capitalismo. Madrid: Akal.
Butler, J. (2015). Notes Toward a Performative Theory of Assembly. Harvard: University Press.
Campbell, J., Ioakimidis, V. y Maglajlic, RA. (2019). Social work for critical peace: A comparative approach to understanding social work and political conflict. European Journal of Social Work 22 (6), 1073-1084.
Eagleton-Pierce, M. (2016). Neoliberalism: The Key Concepts. London: Routledge.
Ferguson, I., Ioakimidis, V., Lavalette, M. (2018). Global Social Work in a Political Context: Radical Perspectives. Bristol: The Policy Press.
Fraser, N. (2015). Fortunas del Feminismo. Quito: IAEN-Traficantes de Sueños.
Fraser, N. y Butler, J. (2016). ¿Reconocimiento o redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo. Madrid: Traficantes de Sueños.
Garrett, P. M. (2013). Social Work and Social Theory: Making Connections. Bristol: The Policy Press.
Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akal.
Kleibl, T., Lutz, R., Noyoo, N., Bunk, B., Dittmann, A. y Seepamore, B. (Eds.). (2020). The Routledge Handbook of Postcolonial Social Work. Oxon: Routledge.
Webb, S. (Ed.). (2019). The Routledge Handbook of Critical Social Work. Oxon: Routledge.
PARTE I
NUEVAS AGENDAS PARA EL TRABAJO SOCIAL
Capítulo IHacia una nueva agenda política para el trabajo social
Mel Gray y Stephen A. Webb
Indudablemente, una de las más grandiosas virtudes del trabajo social es que continúa pensando políticamente aun en estos tiempos de crisis y austeridad. La búsqueda de igualdad y justicia en conjunción con los ideales de la libertad, han sido sus valores fundantes desde sus orígenes como profesión. La búsqueda de estructuras que puedan alcanzar esos estándares valóricos ha sido una lucha del trabajo social crítico, y, en este sentido, postulamos que adoptar una posición política en defensa de esos valores es un riesgo que trabajo social debe correr. Se trata de una invitación con un doble objetivo: una renovación de la agenda política de izquierda en trabajo social, y una articulación del rol de trabajo social que le permita contribuir a la abolición de los regímenes de explotación mantenidos por la clase capitalista y su orden económico neoliberal (Badiou, 2012), que se reflejan claramente en la declaración de Warren Buffett en The Sage of Omaha, cuando declara explícitamente que “hay una guerra de clases, está bien, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está haciendo esta guerra, y la estamos ganando”.
De manera colectiva, los autores de este libro buscan proponer ‘nuevas agendas políticas’ para trabajo social, bajo el entendido de que este tiene la responsabilidad pública de confrontar la injusticia. Los capítulos que se presentan a continuación hablan por sí mismos, y deliberadamente, no hablan desde la misma perspectiva teórica. El punto central, por supuesto, es en parte una exhortación, un llamado a las/os trabajadores sociales a tomar posición, pero en parte es también una necesidad definir y avanzar en términos de visualizar cómo estas ideas pueden ser movilizadas. Una nueva agenda política implica redefinir el proyecto político de la izquierda en trabajo social en términos de una ‘radicalización’ de la teoría y la práctica (Ver Capítulo XIII). Esto requiere una militancia capaz de confrontar el sistema de poder capitalista neoliberal que limita y rechaza los valores que guían al trabajo social. Esos son los objetivos centrales de una nueva agenda política para el trabajo social que comience por discutir qué entendemos por una ‘sociedad justa’ y cómo la injusticia se manifiesta en relaciones y estructuras institucionales cotidianas. Este proyecto político confronta, desmantela y agita, y busca transformar las relaciones de dominación, opresión, marginación y exclusión que conllevan a la injusticia (Ver Capítulo VIII). El trabajo social crítico es la base para una nueva agenda política en trabajo social, con sus herramientas históricas y conceptuales que nos permiten nutrir nuestra perspectiva sobre lo político. Sin embargo, ha habido una proliferación de propuestas posmarxistas que nos han movilizado más allá del trabajo social crítico tradicional, liberando al trabajo social de influencias posmodernas y reconfigurándolo al alero de las propuestas de la Escuela de Frankfurt. Más aún, las recientes movilizaciones políticas a través de la acción de movimientos sociales en el escenario de la crisis financiera posglobalización ha cambiado significativamente las respuestas ante el neoliberalismo y el enfoque de austeridad que ha afectado las políticas de bienestar. Hemos visto junto al Occupy Movement, las protestas turcas en Taksim Square, el resurgimiento de la izquierda griega y la Primavera Árabe. Aunque la inspiración que motivó este libro se enmarca en la tradición crítica y radical descrita por Bob Pease en el Capítulo II, nuestra noción de ‘una nueva agenda política’ abarca diversas perspectivas y asuntos dentro del ambiente político contemporáneo del activismo social.
La larga noche de la izquierda está llegando a su fin
El punto de partida para concebir la agenda política renovada para trabajo social que se propone en este libro se articula en torno a dos importantes desarrollos dentro de las ciencias sociales provenientes tanto desde la teoría social como desde la filosofía política. La articulación entre ambos desarrollos puede contribuir sustantivamente a pensar nuevos proyectos políticos para trabajo social. Desde la teoría social, enfocamos discusiones en el plano de la teoría sociológica, materializados por ejemplo en el trabajo de Nancy Fraser y Axel Honneth (2003), frecuentemente referido como el debate sobre un modelo integrado de justicia social (que permea varias de las discusiones de este libro: capítulos II, IV, VIII, X y XI). Desde la filosofía política, y derivando desde las propuestas de Alain Badiou, recogemos específicamente su reconstrucción de una teoría política basada en el materialismo histórico de Marx (Capítulo III). Tomando ambas líneas argumentativas, es posible potenciar una agenda política para trabajo social a través de una reconstrucción innovadora de las discusiones sobre justicia social y solidaridad, de las posibilidades políticas y las ideas transformadoras en lo que respecta a la emancipación y la liberación.
Esta agenda impulsa la discusión hacia un nuevo proyecto político dentro de una nueva izquierda intelectual, la cual convoca a pensadores que se unen en las consideraciones críticas sobre la noción de comunidad y sobre las propuestas progresistas de autores que están en la línea de Badiou, como Slavoj Žižek, Jacques Rancière, Chantal Mouffe, Jean-Luc Nancy, Antonio Negri, Peter Hallward, Costas Douzinas, Gianni Vattimo, Susan Buck-Morss, Alberto Toscano, Roberto Esposito y Giorgio Agamben. También incluimos aquí las propuestas desarrolladas por revistas radicales, como el International Journal of Communisation, Endnote y Tiqqun.
De acuerdo a este grupo de pensadores de izquierda, la justicia no es posible sin la abolición del capitalismo. Estas vertientes de pensamiento radical se unen para desarrollar una crítica colectiva de lo que ellos han denominado la ‘pospolítica’, la cual refiere a la emergencia de la política de los consensos que ha tenido lugar después de la Guerra Fría, donde lo político se vuelve simplemente una preocupación frente a los ‘hechos políticos’ o frente a la ‘decisión sobre asuntos comunes’ liderada por la ‘clase estabilizadora’. En contra de esta política sin esperanza, este grupo de pensadores reinstala la importancia del antagonismo inherente entre clases sociales en un mundo opresivo y dominado por el capitalismo. Tal como plantea Žižek (1999), una perspectiva radical ‘insiste en la primacía del antagonismo inherente como un elemento constitutivo de lo político’ (p. 29). El camino político que trabajo social ha atravesado a través de su historia es evidente. Después de abandonar el ‘esencialismo de la lucha de clases’ para abrazar la pluralidad de las resistencias anti racistas, feministas y posmodernas, hoy vemos con claridad que el ‘capitalismo’ emerge como el problema (Žižek, 2012). Como consecuencia de ello, hoy también estamos siendo testigos de la reconstrucción de nuevas teorías y prácticas de resistencia.
Juntos, estos talentosos intelectuales de la nueva izquierda han delineado diferentes caminos para desarrollar una agenda política anti capitalista. Su trabajo fue expuesto en la conferencia realizada en marzo de 2009 sobre ‘La idea de Comunismo’, organizada por el Birbeck Institute for Humanities en Londres. Esta conferencia fue sumamente relevante, puesto que en esta ocasión las/os autores participantes propusieron nuevas agendas radicales que tuvieron especial acogida entre la gente más joven. Fue la primera vez que los pensadores más inspiradores de la escena contemporánea se reunieron para discutir bajo la noción de comunismo (Douzinas y Žižek, 2010). La idea de ‘Comunismo’ fue comprendida como ‘lo que tenemos en común’, refiriendo a la creación de un camino común o colectivo para el cambio (como lo han mostrado, por ejemplo, el eslogan del Occupy Movement que dice “Somos el 99%” –inspirado por la Primavera Árabe, las protestas contra los cortes y las políticas de austeridad en Europa, las ocupaciones del movimiento de los Indignados en España y de los activistas griegos en la Syntagma Square– para referir a un movimiento que se ha expandido a través de 2,556 ciudades en 82 países). La pregunta clave abordada en esta conferencia en Londres fue si el “comunismo” era todavía el mejor nombre, o la mejor “idea” para expresar y guiar los proyectos emancipatorios en el contexto contemporáneo. Dentro de este debate, la noción “comunismo” no fue tomada a-críticamente en el debate, sino más bien tratada como un problema a ser explorado y abordado como un proceso particular en vez de comprenderlo como un punto final (Noys, 2011). En The Coming Insurrection, el Comité Invisible (2008: 4) proclamó: “Comunismo [lo entendemos] como una presuposición y como un experimento. Como el compartir una sensibilidad y como una elaboración del compartir. Como el descubrimiento de lo que es común y la construcción de una fuerza”.
La riqueza de estos posibles caminos es clara. Una agenda militante, progresista, que puede abarcar desde Marx hasta Simmel, desde Gramsci hasta Bordieu, desde Adorno hasta Habermas, desde Fraser a Honneth, desde Kristeva hasta Butler (ver Capítulo 3). Estas apuestas intelectuales son tierra fértil para dar cuerpo a propuestas críticas en trabajo social bajo la consigna de un nuevo trabajo social de izquierda. Para ser logrado, esto requiere asumir la dimensión política de trabajo social como una posición inherentemente antagonista frente a sus adversarios, neoliberalismo y capitalismo, al mismo tiempo que se acompaña el activismo emancipatorio de los nuevos movimientos sociales, pero sin ignorar los problemas estructurales de inequidad económica e injusticia social. Adoptar de esta forma el pensamiento contemporáneo en trabajo social puede convertirse en un enfoque renovado, en una nueva izquierda. En razón de una apropiada definición, el término “nuevo trabajo social de izquierda” es usado aquí porque refleja de la manera más precisa el enfoque radical en juego, destacando el carácter más oportuno de la propuesta en comparación con la noción de “trabajo social crítico”. Es también un eslogan o grito de guerra detrás del cual las/os trabajadores sociales pueden unirse para encontrar otro.
La articulación de nuevas propuestas desde la teoría sociológica y desde la filosofía política es motivada parcialmente por un giro distintivo y significativo que está teniendo lugar en el contexto contemporáneo y que impacta decisivamente en el trabajo social. En sentido amplio, podemos decir que este giro se basa en la renovación y en la crisis. La renovación la situamos en el plano de las ideas políticas y los valores, especialmente en lo que se refiere al desarrollo de una agenda progresiva de izquierda que enfatiza en la justicia social, la libertad y la igualdad. Por crisis nos referimos a las vulnerabilidades que produce el neoliberalismo y el capitalismo a escala global al punto que muchos proponen hoy que estamos entrando a una nueva fase, referida a una recesión económica de larga duración. Estos cambios son particularmente relevantes si consideramos cómo podemos movilizarnos hacia una nueva agenda política para el trabajo social. Hay un rol crítico para trabajo social en lo que respecta a confrontar las contradicciones de la lógica de acumulación de capital y la ambición contenida en la noción de crecimiento sin límites. Es en contra de esta racionalidad neoliberal dominante que David Harvey, en The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism (2011) nos compele a “rebelarnos constructivamente si queremos cambiar nuestro mundo de manera significativa. Tendremos que confrontar y abordar el problema del crecimiento sin límites a través del cual se produce la acumulación de capital también sin límites. Esta es la necesidad política de nuestros tiempos” (p. 277). Trabajo social se debe a sí mismo, tanto como a los participantes de su intervención, el confrontar los aparatos de dominación neoliberal y de la clase capitalista con todas las tácticas posibles que estén a su alcance. Tenemos que organizarnos para encontrar otras.
Los capítulos que conforman este libro demuestran, de distintas maneras, que estamos entrando a una nueva fase. Debe ser enfatizado desde el comienzo que las ideas contenidas en esta introducción y en la conclusión de este libro son de responsabilidad de los editores, quienes ciertamente no han pretendido acorralar a las/os autores en lo que hemos definido como “nuevo trabajo social de izquierda”. Habiendo aclarado esto, es necesario precisar a qué nos referimos al señalar que estamos ante una “nueva fase”, ya que esta idea descansa en sí misma en lo político. Tan pronto como alguien comienza a hablar sobre una nueva fase, las personas automáticamente asumen que se va a proponer la sustitución de un proyecto político por otro nuevo. Sin embargo, este libro evita alimentar esas esperanzas y pasiones en vano, y no se propone poner a las personas a saltar excitadamente imaginando que la revolución está a la vuelta de la esquina. El “nuevo trabajo social de izquierda” no tiene un manifiesto. Los manifiestos son frecuentemente escritos bajo el supuesto de que ninguna idea singular puede conducir una trayectoria política y no son ni convincentes ni inspiradores. Tienden a juntar polvo como los documentos de las “comisiones” o “mesas de diálogo”.
Mientras enfrentamos los difíciles desafíos de inspirar a simpatizantes y a aquellos ya comprometidos con los valores progresistas, dentro del trabajo social enfrentamos un desafío aún más grande de convencer a los no comprometidos –y asumimos que hay muchos–, siendo esto algo que vale la pena hacer para acercarlos a un proyecto radical. Estamos convencidos, frecuentemente por nosotros mismos, que las perspectivas políticas radicales son inútiles. Así vamos tendiendo a comprometernos con la resignación y la conformidad. El discurso tradicional del trabajo social puede limitar e incluso dislocar nuestra experiencia de lo que es importante y lo que es urgente. Toma el control de nuestra voz y regula nuestras acciones, al punto que nos comportamos como nosotros mismos solo después del trabajo o cuando nos jubilamos (Lingis, 2007). En términos políticos, las/os trabajadores sociales que se desempeñan en la primera línea de la intervención no están organizados y usualmente no tienen la energía, tiempo, recursos o asertividad para adoptar roles políticos activos. Esto redunda en una fragilidad del trabajo social como grupo de presión, al mismo tiempo que permite explicar la fortaleza del capitalismo del Estado y sus agentes administrativos en la determinación de nuestra habilidad para responder con ímpetu político y compromiso (Marston y McDonald, 2012).
En tiempos de poscrisis financiera, trabajo social continúa siendo configurado por fuerzas políticas (ver por ejemplo el video Greece 2012: Social Work in Austerity producido por Dora Dimitra Teloni, http://vimeo. com/39398286). Es importante no atemorizarnos frente a estos desafíos, pero, más importante que todo, tenemos que rechazar el derrotismo que ha dominado en ciertos sectores del trabajo social durante las últimas dos décadas1. De hecho, el desarrollar una perspectiva crítica de lo político en trabajo social implica tener conciencia del amplio rango de factores estructurales e ideológicos que están a la base de las políticas sociales. Un “nuevo trabajo social de izquierda” puede inspirar a los adherentes de siempre y conquistar potenciales –aunque indecisos– aliados. Esto puede ser logrado demostrando la cadena de equivalencias que existen entre los diversos conflictos que afectan a las/os trabajadores sociales –desde la crisis ecológica hasta la explotación de las personas en situación de pobreza– y las diferentes formas de subordinación (Standing, 2011). También puede ser logrado mostrando la necesidad de abordar asuntos de redistribución y de reconocimiento en tanto ellos también se traducen en los contextos de intervención de las/os trabajadores sociales (Capítulos 2 y 4).
Parte de la tarea que nos ocupa con una nueva agenda política para el trabajo social es reconfigurar la identidad radical de la izquierda bajo condiciones de incertidumbre y al frente de un adversario tan despiadado como el neoliberalismo. De hecho, tal como Laclau and Mouffe (2001) advierten, “hemos sido testigos de que en la última década ha sido el triunfo del neoliberalismo, cuya hegemonía ha sido tan persuasiva, el que ha tenido un efecto profundo en la propia identidad de la izquierda” (p. xiv). Más aún, no hay ningún sentido en el cual el proyecto político crítico del trabajo social esté reemplazando a todos los proyectos políticos progresistas, radicales y de izquierda previos2. Si es que este proyecto es algo, es una reactivación de pasadas tradiciones radicales del trabajo social, y, si es que aporta a un cambio en la forma de contestación, es precisamente porque han cambiado los signos de innovación y las coacciones que suceden en el plano estructural –tanto en lo social, económico y cultural– bajo el cual trabajo social hoy actúa.
Nuestras organizaciones internacionales –la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social y la Federación Internacional de Trabajadores Sociales– han elaborado una agenda global para trabajo social. El promover una agenda crítica para trabajo social plantea a estas organizaciones el desafío de declarar abiertamente su posición frente al carácter perverso del neoliberalismo y la naturaleza destructiva del capitalismo de Estado. Es más, en vez de ofrecer tan vanamente sus optimistas recetas para un “Trabajo Social Global” a través de modelos de buenas prácticas, la Federación Internacional de Trabajadores Sociales debería estar lanzando agendas más explícitas en términos políticos, algo así como “en defensa de la igualdad: trabajo social contra el capitalismo neoliberal”. Nos preguntamos si nuestras organizaciones internacionales están disponibles y tienen el coraje para liderar una agenda radical como esta. ¿Están preparadas para levantarse en resistencia? Para nosotros, una nueva agenda política está ubicada dentro de trabajo social, específicamente, en las continuas luchas “desde dentro” por proyectos éticos y de justicia social. Sin embargo, esta reactivación del proyecto crítico no es solamente un asunto interno en contra del trabajo social tradicional. Muchos temas y eventos centrales en las comprensiones contemporáneas de la sociedad pertenecen a los campos de operación que son externos al trabajo social y que no pueden ser reconceptualizados desde las categorías de trabajo social. De hecho, estamos trabajando en una apertura o ruptura discursiva que ha ocurrido recientemente dentro del pensamiento de la izquierda progresista, una ruptura que gana prominencia solo a través del discurso crítico continuo acerca de los regímenes de opresión y violencia que deseamos atacar y reemplazar. Ciertamente, trabajo social ha sido reconfigurado por inclinaciones más amplias de discriminación de clase, género y raza. Más aún, trabajo social opera en las intersecciones de desventaja cultural y estructural, las cuales han sido expuestas claramente en los países que hoy en día enfrentan las políticas de austeridad y desmantelamiento de los Estados de bienestar. Las estructuras y procesos externos dan forma a trabajo social de manera decisiva. Esta es una muy buena razón por la cual la teoría social y la filosofía política ofrecen una base para construir nuevas agendas. Estas líneas descansan en el pensamiento radical, demostrando como el “nuevo trabajo social de izquierda” debe comprometerse con nuevas formas de resistencia, interrupción y lucha (ver Smith, 2012).
Dada nuestra concentración hacia el forjamiento de nuevas formas de “pensar lo político”, las estrategias y tácticas para el compromiso activo que proponemos serán, de alguna manera, especulativas (Capítulo 13). Cualquier propuesta de trabajo social que de diga crítica debería ser capaz de identificar aquellas experiencias que demuestran que dicho enfoque tiene bases en la realidad social, pues la violencia del neoliberalismo requiere una nueva aproximación en el plano de las ideas. Este no es un punto menor. Existe poco debate sobre principios fundamentales en trabajo social. Como Graham Harman (2005) señaló, “Aunque no quiero ser quemado en la hoguera, tampoco quisiera trabajar en una profesión en la cual nunca hay un real combate contra los principios fundamentales” (p. 179).
El deseo aquí se orienta al ensayo y error de un pensamiento crítico que pueda ser capaz de poner en articulación el rol de trabajo social en las demandas por justicia y anti opresión. El libro busca renovar y reactivar la tradición radical de los 1970 y desarrollar una base más sólida para el trabajo ético y político. De manera de comenzar con este trabajo, es crucial que ciertos obstáculos sean puestos a un lado. Al igual que todas las “Primaveras Políticas”, esto se parece a una limpieza. En el capítulo de conclusiones del libro, mostramos cómo ciertas tendencias dentro de trabajo social, notablemente el “giro posmoderno” por un lado, y, por otro lado, las presiones hacia un conocimiento positivista basado en la información3 y de regulación de la administración pública, van en detrimento de las ambiciones de un trabajo social crítico (Capítulo 13).
Delineando el trabajo social crítico
Trabajo social crítico es un término genérico utilizado para referirse a un enfoque del trabajo social y su conducción bajo los preceptos de la teoría crítica para promover la justicia social y económica a través del cambio transformador. Es un enfoque comprometido e históricamente situado dentro de la “tradición radical” de trabajo social que guió el desarrollo del trabajo con comunidades y la acción política local durante los años de la década de 1970 (Capítulo II). Sitúa la experiencia individual en un marco estructural –lo personal es político– y busca desafiar la opresión a través de políticas y prácticas de bienestar progresistas en nombre de la justicia social y la igualdad (Capítulo IX). No obstante, la ausencia de un movimiento político organizado para el cambio radical en estos tiempos neoliberales hace de esto una tarea casi imposible, especialmente cuando ciertos sectores del trabajo social tradicional parecen haber aceptado el capitalismo global como la única alternativa posible. Haciendo una caricatura, podemos decir que el trabajo social tradicional se relaciona con la mantención: reparando y operando la maquinaria. Desde esta perspectiva, que el trabajo social se desarrolle en una sociedad tribal patriarcal o bien bajo un régimen socialista, en verdad haría muy poca diferencia: en cualquiera de los casos, consistiría en reparar vínculos, organizar prórrogas del cuidado, aconsejar a personas que sufren de adicciones, desarrollar evaluaciones del riesgo social que viven las personas, etcétera.
El trabajo social crítico necesita urgentemente un nuevo proyecto político que responda a las vastas inequidades generadas por las políticas económicas contemporáneas. La tradición crítica en trabajo social denota un conjunto de representaciones intelectuales y prácticas que quiebran con el orden convencional de trabajo social –gerencialismo en el sector público, lógicas proteccionistas basadas en evidencias, injusticias e inequidades brutales, entre otros– y con los instrumentos del Estado capitalista que los protegen. A pesar de las diversas aproximaciones al trabajo social crítico –desde el feminismo, poscolonialismo y perspectivas anti opresivas– su agenda está impulsada por un conjunto de principios comunes. Así, el trabajo social crítico refleja una “zona de compromiso político” para estudiantes, investigadores y profesionales en primera línea, permiténdoles tomar posiciones de resistencia o desafiantes del orden hegemónico. Esto significa tomar posición en apoyo a aquellos que están oprimidos, explotados o que son tratados injustamente. El trabajo social crítico es “una perspectiva que se ve a sí misma como parte de un proyecto político progresista … lo que comienza con un rechazo a los arreglos sociales contemporáneos y con la búsqueda de otro estado de las cosas, más equitativo y justo” (Gray, Stepney y Webb, 2012, p. 259).
Un enfoque crítico de la intervención profesional, en tanto trabajo asalariado, generalmente implica el trabajo colaborativo y colectivo, y la construcción de alianzas con grupos y movimientos sociales que se enfocan en problemas particulares luchando por el cambio social (Capítulo 12). Dicho activismo puede incluir la desobediencia civil y la protesta social, como las protestas en contra de las medidas de austeridad, de los mecanismos de vigilancia del Estado y de la ambición empresarial. Armados con una comprensión crítica del mundo –de cómo las estructuras impactan en el desarrollo humano– las/os trabajadores sociales críticos trabajan creando conciencia sobre las consecuencias de las políticas y prácticas gerencialistas neoliberales –o sobre cualquier práctica que sea injusta, en cualquier caso–. En el Capítulo VIII, Greg Marston muestra cómo el análisis de discurso puede ser usado para generar una posición política respecto al discurso moralizante e individualizante sobre los “malos inquilinos” –en su ejemplo sobre las personas en situación de calle– que va en contra de la posibilidad de revelar problemas estructurales y crear soluciones de largo plazo. Nos muestra cómo un enfoque crítico pone el acento en los mecanismos estructurales que reproducen la opresión en vez de centrar el origen de los problemas sociales en el individuo. Este libro atiende especialmente a las formas en que el trabajo social crítico ha sido implementado como estructural, anti discriminatorio, anti opresivo, transformativo, emancipatorio, empoderador y orientado a la promoción de la justicia.
Dado que ningún método o set de habilidades han sido preconcebidas, es útil pensar el trabajo social crítico como una perspectiva que enfatiza en el carácter reflexivo de la intervención profesional (Capítulo V). El trabajo social crítico comprende su intervención en un ciclo de acción-reflexión-acción que descansa fundamentalmente en conocimientos teóricos y prácticos (Fook y Gardner, 2007). El conocimiento –y las ideas que este permite gestar– incrementa nuestras capacidades de reflexión crítica y dirige la atención hacia posibilidades emancipatorias de intervención y transformación social. Un proyecto político distitivo para trabajo social requiere un compromiso con una agenda crítica para la profesión vinculada con la la ola de pensamiento militante que resurge bajo el objetivo de articular nuevas alternativas políticas (Webb, 2010).
¿Qué es una “nueva agenda política”?
Muchas definiciones asocian lo político con las operaciones del poder o de los sistemas de gobernanza en la sociedad (Capítulo VIII). La comprensión de Foucault sobre lo político encaja bien con esta definición (ver Fook, 2002). En otro nivel, también importante, lo político se relaciona a las ideas, principios y valores. Esto es capturado en la elevación de las ideas de Badiou como una puerta para el advenimiento de nuevas formas de política, sugiriendo que lo político también se gesta en la revolución del pensamiento. Nuevas formas de pensar lo político requieren ser construidas de manera de promover en las personas la capacidad de imaginar un mundo distinto a permanecer atado bajo el capitalismo. Lo político se vuelve entonces sobre imaginar un mejor futuro en el cual prevalezcan la justicia y la igualdad, en el cual las personas compartan los recursos finitos del planeta. Para algunos, la crisis ambiental nos fuerza a visualizar e implementar un nuevo paradigma ecológico ya que el capitalismo voraz ya no es sustentable (Gray, Coates y Hetherington, 2013). El capitalismo ha contribuido significativamente a la crisis del cambio climático. Desde la visión de lo político que abordamos en este libro, “lo político” contribuye a divisar nuevas agendas para trabajo social que nos permitan visualizar un nuevo futuro para el trabajo social más allá del capitalismo y su racionalidad económica neoliberal, medidas de austeridad y control gerencial. Aunque los trabajadores sociales luchan diariamente en sus organizaciones en contra de los recortes punitivos de las políticas de bienestar y de las políticas opresivas a través de sus actos de resistencias e interrupción, ellos igualmente necesitan visualizar formas alternativas de pensar la vida política, las relaciones entre profesionales y participantes de la intervención, y las justificaciones para la oposición militante: necesitamos un nuevo proyecto político. En parte, es por esta razón que los autores de este libro han sido convocados a escribir: para articular, de manera separada, pero a través de un trabajo colectivo, nuevas agendas políticas para el trabajo social.
La teoría crítica siempre ha buscado diagnosticar los males de la sociedad –y entender sus causas– para proponer cómo curar sus enfermedades y mejorarla. Como los tiempos cambian y nuevos problemas aparecen, oscilamos entre nuestros antiguos y bien gastados análisis y los nuevos diagnósticos con los cuales estamos lidiando. Al emerger nuevas ideas, encontramos méritos en las antiguas, pero demasiado rápidamente nos damos cuenta de que ellas no son suficientes para confrontar las nuevas. Es en este espíritu que abordamos las “nuevas agendas políticas” para trabajo social, comenzando con una mirada histórica a sus inicios en 1970 y principios de la década de 1980 cuando, como Bob Pease sostiene en el Capítulo II, “el trabajo social radical estaba al frente de los debates acerca del futuro de la profesión y su lugar en las sociedades modernas”. Pease acertadamente captura, desde una mirada hacia el pasado y hacia el futuro, el tenor del trabajo social crítico de hoy en tanto enfrenta desafíos reminiscentes del trabajo social radical de las décadas de 1970 y 1980. Ian Ferguson también, en el Capítulo XII busca revivir el trabajo social radical, observando su relevancia en el contexto contemporáneo. Como muchas/os trabajadores sociales críticos, destaca la importancia del activismo basado en lo colectivo y la resistencia frente a las fuerzas sociales opresivas. Situado en la izquierda en términos ideológicos, muchas/os trabajadores sociales críticos continúan viendo mérito en las ideas socialistas, aunque se han visto enfrentados a la necesidad de reconstruir una agenda radical ante el deceso del comunismo europeo.
El carácter “abiertamente académico” del trabajo social radical, ha tenido escaso apoyo de parte de los profesionales en primera línea a través de los años (ver Carey y Foster, 2011). El trabajo social crítico, como hemos mostrado, toma más frecuentemente la forma de crítica abstracta que de práctica emancipatoria (Delanty, 2005). Es un desafío no solo ofrecer estrategias tangibles y prácticas para abordar las necesidades apremiantes de los usuarios de servicios (preferimos la denominación “ciudadanos usuarios”) y de los cuidadores informales con las que las/os profesionales en primera línea se encuentran diariamente, sino ampliar su pensamiento crítico de manera de que en el desarrollo de sus habilidades y conocimientos, ellos puedan visualizar mejores y más efectivos métodos para contrarrestar procedimientos restrictivos y prácticas gerenciales. Diversos autores/as han estado al frente de esas críticas (Ferguson, 2008; Ferguson y Lavalette, 2004a, 2004b; Ferguson, Lavalette y Withmore, 2004; Ferguson y Woodward, 2009; Lavalette, 2004). Carey y Foster (2011) capturan muy bien este ethos del trabajo social radical –y crítico– al notar que sus fortalezas han sido siempre amplias, “grandiosas”, generales, centradas frecuentemente en las “macro” dinámicas y en temas ontológicos, “tales como el rol del trabajo social dentro de un Estado de bienestar disminuido, las causas que subyacen a las crecientes regulaciones dentro de las organizaciones que proveen servicios sociales, [y] los amplios impactos de la globalización” (p. 577). A pesar de sus mejores esfuerzos, sin embargo, el control gerencial, la pérdida de autonomía profesional y los límites a la discreción profesional continúan dejando a los profesionales en primera línea sintiéndose “o culpables o inútiles” (Howe, 2009, p. 129). Es hora de cambiar esto. Para enfrentar el pesimismo, Harry Ferguson observa las “mejores prácticas desde una perspectiva crítica” como una manera de abordar críticamente las formas en que los trabajadores sociales han usado su poder y sus capacidades de manera hábil y asentados en teorías críticas, desde una perspectiva profundamente respetuosa de los participantes de la intervención (Capítulo VII).
Cuando las formas de compromiso político son exploradas, generalmente encontramos la abogacía y el lobby, la promoción de derechos humanos, las prácticas anti opresivas, la participación y el empoderamiento (Capítulos IV, IX y X). En el Capítulo IX, Viviene Cree plantea que el empoderamiento es aún un concepto valioso para el trabajo social y que debe ser enmarcado en una comprensión radical de los problemas que enfrentan los individuos, grupos y comunidades, y que también puede ser aplicado a las/os propios trabajadores sociales. Con todo, la autora critica la manera en que el empoderamiento ha sido entendido y promovido desde el trabajo social tradicional, el cual, señala, no está a la altura de las aspiraciones colectivas de emancipación. Plantea que mucho de las intervenciones para el empoderamiento son individualistas y conservadoras, y que tienen una orientación hacia el consumo. Una intervención genuinamente empoderadora debería ser perturbadora y radical, y debería nutrirse desde fuerzas que están fuera del trabajo social –desde las/os participantes de la intervención, grupos de abogacía, activistas comunitarios y movimientos sociales– en lugar de ser dirigido por las burocracias locales o académicos del trabajo social exclusivamente. La autora visualiza el potencial de la Social Work Action Network (SWAN) en Europa, donde los profesionales en primera línea, ciudadanos, académicos y estudiantes trabajan colectivamente por “una profesión por la cual valga la pena luchar” (Capítulo XII).
Las investigaciones nos muestran repetidamente que, en vez de participar en protestas masivas o ejercer el disenso público, las/os trabajadores sociales tienden a involucrarse en pequeños actos de interrupción o resistencia, o lo que Carey y Foster (2011) refieren como “trabajo social desviado”, un concepto semejante a la noción de discreción profesional o burocracia a nivel de calle de Lipski (1983) (ver Schram, 2012). Es en esta versión de la resistencia en la cual los actos de resistencia deben ser sorprendentes e imposibles de anticipar, de manera de desafiar el gerencialismo, la regulación y el control. Como John Lawler nos muestra en el Capítulo VI, al ejercer la discreción, las/os directores de programas sociales también pueden resistir y minar los discursos “gerencialistas” hegemónicos (Aronson y Smith, 2010; Carey, 2009). Lawler plantea un significativo desafío a la gestión del trabajo social: ¿Desean continuar confabulado con un pernicioso sistema que favorece a la clase capitalista, o quieren renegar de ello explorando formas en las que pueden liberarse a ustedes mismos y a aquellos por los cuales trabajan?
El concepto de resistencia de Carey y Foster (2011) destaca la razón por la cual trabajo social debe, en alguna medida, ir más allá de la intervención de trabajo social en primera línea. El rol del trabajo social radical es generar una comprensión política de cómo las “prescripciones gerencialistas conectan… con las prácticas cotidianas de los trabajadores sociales y las condiciones organizacionales del bienestar” (Pearson, 1975, p. 140). Su función consiste en la generación de ideas o de un lenguaje a través del cual los profesionales en primera línea puedan filtrar sus experiencias cotidianas a través de lentes críticos. Hay espacio para “campos de teoría” separados (Althusser, 2003) que son esenciales en la promoción de la transformación social. Es en este espíritu que nos gustaría que el lector enfocara las “nuevas agendas políticas” para el trabajo social, las cuales inevitablemente contendrán algo de lo antiguo (ver Capítulo II) pero aun así igualmente proveerán nuevas ideas y nuevos lenguajes para ayudarnos a analizar lo que está equivocado con el mundo y con sus contextos o con las políticas que lo orientan. La capacidad de reflexión crítica, fundamental para las/os trabajadores sociales, es enriquecida por los análisis que las/os autores de este libro proponen. Tal como señala Taylor en el Capítulo V, la intervención reflexiva crítica entrega pistas a través de las cuales podemos lidiar con las contradicciones inherentes al trabajo que hacemos y a los contextos en los que nos desempeñamos.
Esta mirada crítica debe, necesariamente, ampliar la profesión en sí misma (ver Capítulo II). Los pensadores del trabajo social crítico se levantan contra una profesión de trabajadoras/es sociales que se someten o comprometen la pérdida de su autonomía “técnica” e “ideológica” dentro de un “altamente racionalizado proceso de gestión del trabajo” (Harris, 2003). Sin embargo, la resistencia y contraconducta de los trabajadores es algo común y el “recalcitrante trabajador social no ha desaparecido, sino que solamente ha adaptado su comportamiento o actitudes para acomodarse ante las circunstancias cambiantes” (Carey y Foster, 2011: 583), como siempre lo ha hecho. Como Kemshall (2010) advierte, incluso los sistemas más regulados pueden ser negociados, eludidos y resistidos en un sinnúmero de formas por parte de trabajadores/as sociales que cuenten con las habilidades para ello. En vez de pensar en “nuevas agendas políticas” para trabajo social como enormes y ambiciosos ideales, hay una tendencia aquí por relevar la importancia de la “micropolítica” –pequeños actos de resistencia y desvíos o fugas desarrollándose en la primera línea a pesar de los arrogantes discursos hegemónicos. Estas micropolíticas son, sin embargo, inútiles sin un set de principios conceptuales orientados a la búsqueda de justicia, equidad y libertad. Uno podría entonces preguntarse: ¿Es la “micropolítica” suficiente para el trabajo social crítico? Algunos responden que no. Como Richard Hugman señala en el Capítulo X que trata sobre los derechos humanos, el trabajo social requiere ser comprendido en términos estructurales. No se trata de hacer una elección entre un nivel micro, con prácticas orientadas a individuos confinadas al cambio individual a pequeña escala, o un nivel macro, orientado al cambio social estructural. Se trata de ambas cosas, algunas veces separadas y algunas veces juntas. Trabajo social trata el punto en que lo personal conecta con lo político.
Reensamblar la izquierda
A través de este libro, varios autores abordan la centralidad del debate referido a las “políticas de reconocimiento y redistribución”. La reconstrucción de un nuevo proyecto político en trabajo social, orientado hacia la búsqueda de justicia social, requiere basarse en la integración de redistribución y reconocimiento (Garrett, 2010; Houston, 2008, 2010; Houston y Dolan, 2008; Webb, 2010; ver capítulos III, IV, VIII y X). Al delinear las razones que justifican la importancia del análisis de discurso para el trabajo social crítico, Marston (Capítulo VIII) enfatiza en la contribución significativa de Nancy Fraser y Axel Honneth en esta discusión y su importancia para establecer un “nuevo proyecto político” para trabajo social. Repensar la justicia social como un conjunto de funciones discursivas contiene la comprensión de lo político y la ideología. Fowler (2009) señala que la clave en el rico intercambio entre Fraser y Honneth (2003), central para el debate redistribución/reconocimiento, es comprender si necesitamos distinguir entre las formas de sufrimiento: por una parte, la negación del reconocimiento para ciertos grupos sociales que son subyugados por la opresión, el estigma y los prejuicios, y, por otra, las consecuencias para aquellos afectados por las vastas desigualdades en la distribución de la riqueza y los ingresos.
Al repensar la justicia social a la luz del debate redistribución/reconocimiento, Fraser (1995) señala que las sociedades modernas comprenden dos órdenes de estratificación que están empíricamente relacionados pero que son analíticamente distintos: (1) un orden económico de relaciones distributivas que generan inequidades de clase social; y (2) un orden cultural de relaciones de reconocimiento –que incluyen género, etnicidad, edad y sexualidad– que generan inequidades de estatus. Plantea que, aunque son planos analíticamente distintos, estos ordenes están profundamente interrelacionados:
Hasta las instituciones económicas más materiales tienen una dimensión cultural constitutiva e irreductible que son gatilladas a través de significaciones y normas. A la inversa, incluso las prácticas culturales más discursivas tienen una dimensión política-económica constitutiva e irreductible que están fundadas en soportes materiales (Fraser, 1995, p. 72).
La reconstrucción de Honneth (2007) es una combinación de lo más fructífero de Foucault y Habermas. Desde Foucault, toma la naturaleza conflictiva de la vida social, para ser comprendida al nivel institucional, y las siempre presentes relaciones de poder en los planos culturales, simbólicos y microfísicos de las disposiciones corporales. Desde Habermas toma las preocupaciones normativas sobre moralidad y aspectos intersubjetivos de la comunicación para evaluar las posibilidades de un proyecto emancipador (Deranty y Renault, 2007). Honneth (2007) evita deliberadamente usar la expresión “una política del reconocimiento” justificando su reticencia a discutir lo político y su foco en la ética en su teoría. Tal como señalan Deranty y Renault (2007): “La intuición que guía su modelo es que el progreso social está basado en las expectativas normativas de los individuos, los que pueden ser construidos más como exigencias morales que como intereses socio-económicos” (p. 92).
Así, para las “nuevas agendas políticas” del trabajo social, la teoría de Fraser contribuye significativamente, en especial su noción de “paridad de participación” (ver también Capítulo VIII) –un principio normativo diseñado para aliviar las inequidades que emergen desde la estructura de clases–, la cual “institucionaliza mecanismos económicos que niegan sistemáticamente a algunos de sus miembros los medios y oportunidades que ellos necesitan para participar en condición de paridad con otros en la vida social” (Fraser y Honneth, 2003, p. 49). De acuerdo a la “norma de paridad de participación –uno debe tener suficiente igualdad de poder y riqueza para asegurar que los pobres tengan voz, y que la riqueza no monopolice las formas de comunicación” (Blunden, 2004, n. p.) (ver Capítulo XII).
En el Capítulo XII, Tammy Findlay presenta un estudio de caso sobre cómo se pone en juego el compromiso político a nivel macro, en el que se desarrolla una noción crítica de la participación de los/as usuarias en los programas de cuidado infantil y usando dos pares conceptuales de Fraser: (1) redistribución y reconocimiento y (2) estatismo y anti estatismo. A partir de ello, propone un sistema de “gobernanza femocrática del cuidado infantil”. Enmarcando el cuidado infantil como una “zona de compromiso político” ciudadano, Findlay usa un argumento democrático-feminista para analizar las contradicciones de género inherentes a dos modelos de gobernanza del cuidado infantil en Canadá: los modelos basados en la escuela y los basados en la comunidad. La autora analiza cómo estos modelos constituyen un ejemplo de las distintas formas de gobernanza, difiriendo en sus configuraciones institucionales y formas de incluir a las/os trabajadores del cuidado infantil, a las madres y padres, y a la comunidad.
Volver a lo político
Al definir una estrategia política para el trabajo social, Webb (2010) centra su atención en las presentaciones de Badiou y Žižek en la conferencia On the Idea of Communism en 2009 (ver Capítulo III). Estos pensadores contemporáneos plantearon que no podemos crear espacios políticos afuera, o a distancia de, el Estado. Así el asunto del determinismo político es primero una pregunta por el Estado y solo de manera secundaria sobre el capitalismo. Una acción crítica debe, por lo tanto, moverse desde lo político a lo económico, y no al revés. Webb (2010) plantea que, en los tiempos contemporáneos, el poder del Estado es principalmente una función de la economía neoliberal expresada a través del aparato represivo de la gubernamentalidad, una preocupación central para cualquier versión del trabajo social crítico (Gray y Webb, 2013).
Situarnos en este terreno de lo político está relacionado a nuestra aspiración de que el trabajo social experimente lo que Badiou denomina un “momento político colectivo” que sea duradero. Badiou quiere un retorno a lo mismo, a la igualdad y a una esencialista concepción de una “vida buena” compartida. Sostiene que las concepciones de subjetividad que brotan de las diversas formas de una ética del Otro –como es enmarcada en los discursos de los derechos humanos sobre la diversidad y la diferencia– descansan en una designación a priori del individuo en tanto víctima. En contra de la marea del posmodernismo, Gray y Webb (2009) proponen que las “nuevas agendas políticas” para un trabajo social transformador deben ser posmarxistas y no posmodernas (Eagleton, 2012, ver el Capítulo XIII). De hecho, Webb (2009) ha planteado que los “pequeños posmodernistas” en trabajo social son más un obstáculo que facilitadores del cambio político, usando el término posmarxismo para confrontar el relativismo posmoderno de la diferencia discursiva, políticas de la identidad y celebración de la diferencia. Como Terry Eagleton (1981) perspicazmente ha notado, “el posmodernismo provee todos los riesgos de la política radical, al mismo tiempo que cancela al sujeto que pueda ser convocado a convertirse en un agente de ello” (p. 485). Gray y Webb (2009) delinean las observaciones de Badiou sobre historia política y su argumento que plantea que el tipo de política emancipatoria que se requiere para el presente es muy diferente de la clásica política revolucionaria de momentos anteriores (el movimiento de los trabajadores, la democracia de masas y las políticas de clase dictadas por el partido): “El movimiento (del siglo XIX) y el partido (del siglo XX) fueron modos específicos de la hipótesis comunista y ya no es posible volver a ellos” (Badiou, 2008, p. 37).
Badiou reconoce que, en el momento actual, es probable que las agendas políticas transformadoras sean sometidas durante un tiempo dominado por las lógicas conservadoras y neoliberales de las altas finanzas. En tanto teoría económica, el neoliberalismo consagra el capital como la fuerza de soberanía en el orden dominante. La primera agencia que el capital reconoce son los individuos dueños de propiedad, quienes son “libres” de involucrarse en una constante y competitiva carrera por progresar, con el mercado como el único regulador (van Der Pijl, 2006). El capitalismo en su fase neoliberal es completamente dependiente de crecimiento. Como Harvey (1989) muestra, una tasa de crecimiento estable es esencial para la salud del sistema capitalista, ya que es solo a través del crecimiento que puede tener ganancias que aseguren la acumulación de capital. Badiou quiere construir una agenda política que no esté al “servicio de la riqueza” –una que implique una nueva relación entre los movimientos políticos y en el nivel de lo ideológico–. Durante la era reaccionaria del presente, una nueva agenda de izquierda radical debe concentrarse en la lucha por las ideas prefigurada en la noción de “revolución de la mente” del Mayo Francés de 1968. La meta de Badiou (2008) es clara: “Necesitamos reinstalar las hipótesis comunistas –la proposición de que la subordinación del trabajo a la clase dominante no es inevitable– dentro de la esfera ideológica” (p. 37).
Esto deja una pregunta abierta sobre en qué medida el orden neoliberal dominante puede ser genuinamente vulnerable a incursiones desde perspectivas políticas radicales. Aunque la definición de una agenda política para el trabajo social sea una construcción colectiva, organizada por principios clave que permitan desatar nuevas posibilidades actualmente reprimidas por el orden dominante, necesariamente se requiere volver a esta pregunta. A este respecto, el enemigo es agudamente visible y está siempre presente en las perversas expresiones de la razón calculadora que se manifiestan en el gerencialismo, racismo, cientificismo, neoliberalismo, globalización, capitalismo avanzado, entre otros (Butler y Drakeford, 2001). A Badiou le interesa una revolución en teoría y práctica, y el trabajo social tiene mucho que aprender de sus concepciones de verdad y política que se vuelven fuertemente en contra de la moda del relativismo del posmodernismo, políticas de la identidad y celebraciones de la diversidad (Webb 2009). Como Erik Olin Wright (2012) plantea, cualquier política transformadora enfrentada contra las instituciones y estructuras sociales existentes tiene el potencial de reducir sustancialmente el sufrimiento humano y expandir las posibilidades de florecimiento humano4. Sugiere que el trabajo social emancipador enfrenta cuatro grandes tareas en el desarrollo de su rol transformador: (1) especificar los principios morales para juzgar a las instituciones sociales; (2) usar estos principios morales como estándares para el diagnóstico y la crítica a estas instituciones; (3) desarrollar alternativas viables en respuesta a las críticas; y (4) proponer una teoría de la transformación para llevar a cabo esas alternativas.