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Los pares académicos que tuvieron la misión de leer los primeros borradores de Pensar, debatir y aportar a las Relaciones Internacionales encontraron en la obra una publicación sin igual, en castellano, que aborda con claridad los temas que aquí son discutidos. Este libro podrá ser consultado de manera lineal o seleccionado los capítulos de interés. El lector puede tener la seguridad de encontrar una excelente calidad científica en cada uno. Ello porque los textos son resultado de investigaciones y reflexiones rigurosas. Así que, en sus manos tendrá una pieza de sumo valor para la comunidad académica colombiana y latinoamericana en relaciones internacionales. Los investigadores involucrados proponen elementos seminales para incorporar a las Relaciones Internacionales nuevos marcos analíticos desde la perspectiva latinoamericana. Si bien no son el punto final de la discusión, sí abren el camino para descubrir , entender, explicar o interpretar y, así, aportar a esta disciplina que ya tiene más de cien años.
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Pensar, debatir y aportar a las relaciones internacionales / Florent Frasson-Quenoz [y otros]. -- Bogotá : Universidad Externado de Colombia. 2020.
311 páginas : gráficos ; 21 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 9789587724321
1. Relaciones internacionales -- Aspectos sociales 2. Gobernanza 3. Tecnologías de la información y la comunicación 4. Identidad colectiva I. Frasson-Quenoz, Florent Xavier Rene II. Marín Aranguren, Erli Margarita III. Trejos Mateus, Francisco Daniel IV. Garay, Javier V. García, Pío VI. Martínez, Miguel VII. Rayran Cortés, Manuel Alejandro VIII. Universidad Externado de Colombia IX. Título
327 SCDD 21
Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. Biblioteca. EAP.
agosto de 2020
ISBN 978-958-772-432-1
© 2020, UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA
Calle 12 n.° 1-17 Este, Bogotá
Teléfono (57-1) 342 02 88
www.uexternado.edu.co
Primera edición: noviembre de 2020
Diseño de cubierta: Departamento de Publicaciones
Asistencia editorial: Luz Adriana Gómez Gómez
Corrección de estilo: María José Díaz Granados M.
Composición: David Alba S.
Impresión y encuadernación: Imageprinting Ltda.
Tiraje de 1 a 1.000 ejemplares
Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
FLORENT FRASSON-QUENOZERLI MARGARITA MARÍN-ARANGURENFRANCISCO DANIEL TREJOS-MATEUSJAVIER GARAY
MANUEL ALEJANDRO RAYRAN-CORTÉSMIGUEL MARTÍNEZPÍO GARCÍA
PRESENTACIÓN
CAPÍTULO 1
DOXA Y GLOBAL IR: ESTUDIAR DESDE EL EXILIO EN PERIODOS DE CAMBIO(S) SISTÉMICO(S)
Florent Frasson-Quenoz
CAPÍTULO 2
DEL CONCEPTO A LA TEORÍA DE LA GOBERNANZA GLOBAL: MÁS INCLUYENTE CON LA SOCIEDAD CIVIL EN RELACIONES INTERNACIONALES
Erli Margarita Marín-Aranguren
Francisco Daniel Trejos-Mateus
CAPÍTULO 3
NO MÁS ELDORADO O CONOCIMIENTOS QUE SE PUEDEN APROVECHAR
Javier Garay
CAPÍTULO 4
EL IMPACTO DE LAS TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y LAS COMUNICACIONES EN EL SIGLO XXI: LECTURA DESDE EL NEOGRAMSCIANISMO
Manuel Alejandro Rayran-Cortés
CAPÍTULO 5
LA IDENTIDAD SOCIAL: PARTE ESENCIAL DEL AUTOCONCEPTO DEL ESTADO
Miguel Martínez
CAPÍTULO 6
LA RAZÓN MULTILATERAL EN RELACIONES INTERNACIONALES
Pío García
REFLEXIONES PARA CONTINUAR EL DEBATE
NOTAS AL PIE
AUTORES
El año 2019 fue uno de reflexión sobre las Relaciones Internacionales. Los cien años de la aparición de la disciplina dieron lugar a múltiples expresiones de revisión sobre los aportes al conocimiento. Hay nuevas miradas sobre lo hecho hasta el momento, y se presentan consideraciones ante los debates interparadigmáticos.
En el marco de esta celebración, se han realizado cientos de encuentros académicos en diferentes partes del mundo, así como numerosas publicaciones y discusiones. Tras cumplirse el primer centenario de la cátedra seminal de Relaciones Internacionales, algunas observaciones se repiten.
En primer lugar, la diversidad teórica y la concentración en los paradigmas tradicionales. Múltiples propuestas buscan explicar lo que se estudia en la disciplina, pero estas han sido incapaces de desplazar la preeminencia de la propuesta que, desde inicios de la disciplina, se agrupó bajo el término de realismo. Este paradigma es el que más críticas, debates y avances ha proporcionado en la comprensión de lo que son las relaciones internacionales, sus métodos, metodologías y formas de enseñanza para la comprensión de lo internacional.
En segundo lugar, tal vez como resultado de lo anterior, algunos académicos han considerado la excesiva concentración geográfica en los estudios internacionales. Por ejemplo, los aportes anglosajones, en particular los estadounidenses, se han esforzado en explicar y justificar las acciones de los Estados que poseen herramientas suficientes para influenciar en la vida internacional, dejando de lado la comprensión de las actuaciones de los Estados que no tienen esas mismas capacidades. En algunos casos, los académicos presentan descripciones; en otros, hacen críticas a lo que se entiende como Relaciones Internacionales.
En tercer lugar, se resalta la incapacidad en la disciplina de hablar de unicidad. Así como no existe unicidad teórica, tampoco la hay cuando de métodos se trata. Menos aún en los abordajes metodológicos1. Esto tiene implicaciones en los debates sobre cómo comprender los fenómenos que se estudian, la manera de caracterizarlos y, también, en la forma de proveer explicaciones sobre ellos. La corta vida del estudio de las Relaciones Internacionales –como disciplina científica– ha llevado a que las discusiones salgan de los límites de lo internacional y a varias discusiones interparadigmáticas, sin lograr comprender a cabalidad los fenómenos. No obstante, esta situación no se puede considerar como un limitante, por el contrario, se piensa como una oportunidad para continuar construyendo las representaciones mentales de la disciplina que, por cierto, tendrá cada vez más importancia por los cambios que la humanidad está presenciando en este siglo XXI.
Pero no todo han sido reflexiones académicas. Además de los cien años de la disciplina, de manera coincidente con las dinámicas internacionales, la práctica de las relaciones internacionales se encuentra en un proceso de cambio. Aún no se sabe si este se convertirá en una crisis o simplemente en una transición hacia algo más o algo diferente. Lo cierto es que es una oportunidad para considerar cómo se piensa y para qué se hace el análisis. El ascenso de gobiernos populistas, la amenaza a la democracia y la vulneración de los derechos humanos son ejemplos de la incertidumbre que se presenta para los valores liberales. De hecho, la gama se expande y los desafíos a la gobernanza global se multiplican. Por un lado, como resultado de las crecientes críticas al funcionamiento de las organizaciones intergubernamentales; por el otro, como resultado de la desconfianza que generan las prácticas del multilateralismo; pero es también menester insistir en los “nuevos” agentes que emergen como catalizadores de los cambios en lo que se conoce como el “orden internacional”.
Sin duda hay temas nuevos, muchos de los cuales devienen de los cambios tecnológicos –las criptomonedas, la inteligencia artificial, el big data, entre otros–; de los daños ambientales –cambio climático, pérdida de diversidad biológica, extracción y agotamiento de recursos naturales o de amenazas persistentes, tradicionales y no tradicionales–; crimen organizado transnacional, violencia política, ciberataques. Todo ello sumado al hecho de que la economía internacional aún no se recupera de la crisis económica de 2008. Más grave aún, al cierre de la edición de esta publicación emerge una nueva crisis mundial ni siquiera considerada por los internacionalistas, como es la del coronavirus (Covid-19). Una pandemia que se extendió desde China al mundo entero, y a pesar de otros brotes virales (SARS, la gripe AH1N1, ébola, entre otras), que ya habían hecho presencia en otros continentes, los analistas internacionales no la tenían en la mira.
Los riesgos, las amenazas o, mejor, las narrativas de seguridad, han llevado no solo a discusiones sobre lo internacional, sus límites y potencialidades, sino que han demostrado lo incapaz que ha sido la disciplina para describir, entender, explicar o interpretar esos fenómenos. Por ello, en los últimos años, ha habido una profusa publicación de textos que intentan dar cuenta de lo que sucede y proponer avances en la disciplina para entenderlos. Algunos de ellos se reseñan a continuación.
En On Cultural Diversity. International Theory in a World of Difference, Reus-Smit (2018) ratifica la importancia de la cultura para estudiar los asuntos internacionales. Demuestra el mal uso que se le ha dado al término en las teorías de Relaciones Internacionales. Por ello, propone el concepto de régimen cultural para explicar los cambios y las tendencias en el ámbito internacional.
Un año antes, Katzenstein y Seybert (2018), como editores del libro Protean Power: Exploring the Uncertain and Unexpected in World Politics, reivindican la inclusión del concepto de incertidumbre y su relación con el tema central en las Relaciones Internacionales: el poder.
Por su parte, en The Myth of International Order. Why Weak States Persist and Alternatives to the State Fade Away,Chowdhury (2017) considera que los análisis internacionales se han equivocado en partir de algo que no existe: el Estado de tipo weberiano. Por ello, cree que la organización estatal se debe entender como tendiente a las crisis y a la incapacidad de actuar como resultado de su propio origen y naturaleza.
En el libro Chaos in the Liberal Order. The Trump Presidency and International Politics in the Twenty-First Century, los internacionalistas Jervis, Gavin, Govner y Labrosse (2018) proponen diversas aproximaciones para explicar y anticipar los efectos de la presidencia de un personaje como Donald Trump en el ámbito de las relaciones internacionales. Mientras tanto, Snyder (2018), en su ensayo The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America propone una explicación de las tendencias detrás de la llegada de un gobierno de corte populista a la presidencia de Estados Unidos. Otros más, reaccionan ante la llegada de este tipo de gobiernos. Fukuyama (2018), pensador que ha participado en casi todos los debates sobre temas internacionales, desde finales de la década de los ochenta, publicó Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment. En este libro explica el ascenso de esos gobiernos como una reacción de algunos grupos que se consideraron no solo afectados por los cambios económicos, sino por las reivindicaciones sociales, resultado del proceso de globalización.
En lugar de explicar, Levitsky y Ziblatt (2018), en su bestseller How Democracies Die proponen un proceso en el cual, las democracias más frágiles, que han creído en la paz democrática, tienden a desaparecer.
Del lado de las preocupaciones en Economía Política Internacional, The Great Leveler. Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century, de Scheidel (2017), aborda la discusión que iniciaron Piketty et al. (2015) sobre la desigualdad, en su libro El capital en el siglo XXI.
Los más reconocidos académicos han intentado anticipar las consecuencias del cambio que se observa, algunos han propuesto maneras de anticipar este cambio. Queda un punto importante para resaltar: pocos son los textos que ubican a la reflexión de las Relaciones Internacionales desde una perspectiva latinoamericana. El Observatorio de Análisis de los Sistemas Internacionales (Oasis), de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia inició, en 2017, un proyecto conjunto para (re)pensar las teorías que han explicado lo internacional. Un primer producto fue publicado en 2018, bajo el título Teorías sobre relaciones internacionales. Perspectivas y lecturas desde América Latina. En ese libro, diez investigadores del Observatorio hicieron una revisión de algunos vacíos o elementos que son problemáticos en el desarrollo teórico de la disciplina. No obstante, pueden ser revisados, complementados o generar mayores avances en los estudios internacionales.
El libro que el lector tiene en sus manos es una continuación de ese esfuerzo. En esta ocasión, algunos investigadores continuaron en sus propuestas del primer volumen y otros más se integraron en esta segunda etapa. Los documentos buscan proponer ajustes teóricos que sirvan a las relaciones internacionales en su intención de describir, explicar, entender o interpretar lo que sucede en el ámbito internacional. Un hilo conductor integra todas las reflexiones: la discusión frente al papel del Estado en la comprensión de las dinámicas internacionales. Como se mencionó, el estadocentrismo de la disciplina es algo que causa controversia. En los resultados de las propuestas acá consignadas, ese debate se reproduce. Por ello, la organización de capítulos parte de las propuestas que cuestionan si existe la necesidad de seguir discutiendo sobre el papel del Estado; otras, con una visión crítica, analizan a este agente y ponen el foco en otros, como la Sociedad Civil Global. No faltan los defensores del estadocentrismo, en su arista internacional, como constituyente de organismos intergubernamentales.
Frasson-Quenoz parte de la concepción según la cual, desde antes del fin de la Guerra Fría, la disciplina de Relaciones Internacionales ha estado en un momento de reevaluación de los conocimientos que ha producido desde su creación. No solo se cumplen cien años de investigación científica, sino que los fundamentos de las relaciones observadas se están reordenando. En ese contexto de cambios de la praxis y la episteme, un grupo de académicos está proponiendo abrir la disciplina a conocimientos que, hasta el momento, habían sido apartados de la institución académica. Este esfuerzo de redefinición de la disciplina de Relaciones Internacionales en Global IR es ampliamente difundido y promete abrir el mercado de las epistemes a la libre competencia. En un intento por proyectarse en el mercado de ideas latinoamericano de los años por venir, el capítulo Doxa y Global IR: estudiar desde el exilio en periodos de cambio(s) sistémico(s) propone aplicar a la disciplina científica Relaciones Internacionales los tres conceptos articuladores del pensamiento de Pierre Bourdieu: doxa, habitus e histéresis. Se propone entender cómo se está reconfigurando el estudio de lo internacional, en un esfuerzo de recalibración de la escala de reflexión de los internacionalistas; cómo las narrativas heterodoxas, fruto de este proceso de recalibración o histéresis, se orientalizan; antes de subrayar algunos de los desafíos que el momento supone y de mostrar de qué manera las respuestas formuladas están condicionadas por el mercado. Se concluye que, desde el “exilio” latinoamericano, las investigaciones deberían: 1) problematizar la dependencia, incluyendo términos epistemológicos; 2) siempre pensar a una escala más allá de los intereses del Estado; 3) cuidarse de las tendencias epistemológicas totalitarias internas que puede generar el mercado y, 4) tener en cuenta las debilidades estructurales de las sociedades en lugares de exilio.
Por su parte, Marín-Aranguren y Trejos-Mateus reconocen a las organizaciones de la sociedad civil global como un actor/agente emergente en los asuntos internacionales, y se preguntan ¿cómo visibilizar la agencia de la sociedad civil global (SCG) en las RR.II.? También se cuestionan ¿qué otros saberes deben ser incorporados para una comprensión de las RR.II. inclusiva con la SCG? Ellos reconocen la invisibilidad de la SCG en los asuntos de la política internacional. Particularmente, discuten que para visibilizar la agencia de la SCG en las RR.II., la gobernanza global, más que un concepto, ha de ser considerada como una teoría en tanto que aborda diversos agentes, dinámicas antes no observadas –como que el mundo está agrupado en redes– y los asuntos de las políticas públicas globales. La configuración que adquiere la gobernanza global en términos de epistemología (nuevos conceptos, categorías y variables), metodología (teoría de redes) y ontología (diversidad y heterogeneidad de actores/agentes) hace que, como teoría, ofrezca una mejor descripción, explicación, entendimiento (comprensión) o interpretación de las Relaciones Internacionales inclusiva con la SCG.
Otro de los coautores, Garay, responde a sus hallazgos sobre la vigencia de un modelo mental que él caracteriza como basado en las lógicas de la teoría de la dependencia, uno de los aportes latinoamericanos a las Relaciones Internacionales. En esta ocasión, su capítulo consiste en cuestionar los supuestos de los que parte esa forma de entender el mundo y la contrapone a los aportes que podría tener la Escuela Austriaca de Economía (EAE). Así, mantiene la tendencia a ver las Relaciones Internacionales como susceptibles de enriquecerse con los aportes teóricos de otras disciplinas. Su contribución consiste en mostrar qué elementos iniciales de la EAE pueden complementar la forma como se ha estudiado esta disciplina y el efecto que tendría en los estudios internacionales.
Uno de los investigadores, Rayran, hace un análisis de cómo la tecnología, comprendida como una institución política y producto social que tiene una relación en lo estructural, productivo y el poder coercitivo dentro de un proceso de desarrollo humano, y que establece un poder simbólico e identitario en los individuos, es de suma importancia para engendrar, reproducir y mantener la hegemonía de las fuerzas políticas. Esta tiene el poder para instituir un orden mundial, un tipo de Estado y el comportamiento de las diferentes clases sociales y su ocupación en el marco del sistema productivo capitalista. En ese sentido, estudia cómo las categorías establecidas por Gramsci son funcionales para analizar las relaciones internacionales en el siglo XXI, que está afectado por las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC). De ahí que, para el autor, en el siglo XXI ha de estudiarse esa puja por el control de los sistemas informáticos por parte de los Estados que buscan establecer su hegemonía mundial.
Seguidamente, la propuesta de Martínez considera que las Relaciones Internacionales se han desarrollado a partir de integrar otras disciplinas como el derecho, la política, la sociología, etc. Una de las que menos se han utilizado ha sido la psicología. Sin embargo, los estudios de Relaciones Internacionales cada vez más incluyen la variable de la identidad. Por esto, se desarrolla el concepto de identidad social como herramienta para categorizar y dilucidar la identidad de los Estados como determinante de los intereses y, por tanto, de las actuaciones de estos.
Finalmente, García considera que la sociedad globalizada contemporánea plantea nuevas exigencias a las teorías de las Relaciones Internacionales. A la comprensión del sistema internacional, como su objeto distintivo, se suma la exigencia del esfuerzo heurístico que conduzca a la elaboración y presentación de escenarios alternativos al curso corriente de los acontecimientos, cuando las ciencias naturales demuestran que las condiciones de la vida humana en la Tierra entraron en su fase crítica. De esta manera, y más allá de las interpretaciones reduccionistas que siguen ancladas a los enfoques epistemológicos monológicos o diádicos, se hace apremiante recabar la dimensión normativa por medio de teorizaciones integrales, que garanticen la participación de todos los actores y gestores del sistema internacional, como única vía hacia la prosperidad compartida y la continuidad de la saga humana en el planeta. Para ese propósito, se argumenta que el marco institucional multilateral sigue siendo la respuesta idónea.
Lo concreto es que habrá más discusiones, debates y puntos de vista discordantes. Esa es la constante en la lectura de este volumen. Sin embargo, cada autor cuestiona los límites del conocimiento hasta ahí acumulado, pone en tela de juicio los conceptos y referentes de la disciplina, gracias a la plusvalía que representa el punto de vista latinoamericano, entendido como espacio-temporalmente ubicado.
En Oasis se considera la diversidad en las Relaciones Internacionales como algo para resaltar y rescatar. Es la esencia de la academia. No se pretende refundar la disciplina ni dar la falsa idea de trabajos terminados. Las propuestas son todas exploratorias y lo que buscan es hacer un aporte para la discusión en la comunidad académica. Un aporte desde América Latina con el referente global, en tanto que se comprende la urgencia de entender el mundo para actuar en él. Así que, más que una forma de celebrar el primer siglo de la disciplina, es un aporte para comprender e interpretar los cambios en los asuntos internacionales. Las dudas que generan los sucesos del siglo XXI permiten considerar más estudios para describir y entender la arena internacional.
CHOWDHURY, A. (2017). The Myth of International Order: Why Weak States Persist and Alternatives to the State Fade Away. Oxford: Oxford University Press.
FUKUYAMA, F. (2018). Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment. New York: Farrar, Straus and Giroux.
JACKSON, P. T. (2011). The Conduct of Inquiry in International Relations. Philosophy of Science and its Implications for the Study of World Politics. London: Routledge.
JERVIS, R., GAVIN, F. J., ROVNER, J. y LABROSSE, D. N. (2018). Chaos in the Liberal Order: The Trump Presidency and International Politics in the Twenty-First Century. New York: Columbia University Press.
KATZENSTEIN, P. J. y SEYBERT, L. A. (2018). Protean Power: Exploring the Uncertain and Unexpected in World Politics. Cambridge: Cambridge University Press.
LEVITSKY, S. y ZIBLATT, D. (2018). How Democracies Die. New York: Crown.
PIKETTY, T., CAZENAVE-TAPIE ISOARD, E. y CUEVAS, G. (2015). El capital en el siglo XXI. México: Fondo de Cultura Económica.
REUS-SMIT, C. (2018). On Cultural Diversity: International Theory in a World of Difference. Cambridge: Cambridge University Press.
SCHEIDEL, W. (2017). The Great Leveler: Violence and the History of Inequality from the Stone Age to the Twenty-First Century. Princeton: Princeton University Press.
SNYDER, T. (2018). The Road to Unfreedom: Russia, Europe, America. New York: Tim Duggan Books.
Florent Frasson-Quenoz
Los académicos de Relaciones Internacionales (RR.II.), en su esfuerzo por conceptualizar la práctica internacional, siempre evalúan sus modelos frente a los cambios que perciben. Ya sea el realismo, las propuestas liberales, los análisis marxistas y neomarxistas, todos han sido, en algún momento o en alguna medida, criticados o reformulados en función de los cambios percibidos en la política internacional. Al mismo tiempo, no hay duda de que la disciplina ha entrado en uno de estos periodos de introspección y reevaluación. En América Latina, este es un periodo de oportunidades para redefinir los límites y las maneras de estudiar lo internacional (Frasson-Quenoz, 2018).
En ese capítulo se propone un camino metodológico1 para anticipar los desafíos que supone ese periodo. Para tal fin, en un primer momento se describirá la percepción compartida por varias tendencias teóricas de que las relaciones internacionales –tal como han sido concebidas– han cambiado. Una vez caracterizado, se propone identificar y anticipar las consecuencias de estos cambios prácticos y conceptuales sobre la manera de concebir lo internacional. Para redondear la reflexión, se propone mostrar que con ese cambio de periodo se aproxima una serie de desafíos que los estudiosos de RR.II. deberían tener en cuenta.
Para estructurar el argumento y seguir las líneas más recientes del debate acerca de la crisis de la disciplina científica RR.II., se propone utilizar la reflexión de Barry Buzan en su componente analítico de la política global (2011; 2018b) y en su componente epistemológico, su llamado a la refundación de la disciplina en una disciplina de Global International Relations o “RR.II. globales” (2018a). Los trabajos del líder de la Escuela Inglesa (EI), junto con sus colaboraciones con Amitav Acharya (Acharya y Buzan, 2010; 2019), el reconocido promotor de narrativas2 heterodoxas en RR.II., y por extensión la reflexión llevada a cabo por Ole Wæver (Buzan y Wæver, 2003) y Arlene Tickner (Tickner y Wæver, 2009; Tickner y Blaney, 2012), al ser ampliamente difundidos en ese debate, son considerados aquí como los que más influencia tienen en la comunidad global de los académicos de RR.II. Desde lo “no occidental” hasta las propuestas poscoloniales y feministas; es decir, explorando algunos lugares de “exilio3” (Ashley y Walker, 1990), se propone desvelar el margen de maniobra en el que los académicos de RR.II. pueden obrar en pro de la redefinición de la doxa.
El discurso que se construye aquí no tiene una pretensión explicativa, sino una interpretativa. Esta interpretación sociológica se construye aplicando los conceptos de doxa, habitus e histéresis –propuestos por Pierre Bourdieu– a la disciplina científica Relaciones Internacionales.
La sociología de Pierre Bourdieu ya ha sido aplicada en RR.II. (Adler-Nissen, 2013). En un inicio, postula que nuestras capacidades cognitivas, nuestra racionalidad, nos permite pensar el mundo, pero que nuestra capacidad de objetivarlo es ella limitada e influenciada por un contexto social particular, espacio-temporalmente situado. En consecuencia, invita a un ejercicio de “objetivación participante” (1993).
Así, se puede entender el concepto de doxa, en una definición amplia, como la capacidad –como seres sociales– de reconocer, a través de la práctica, la arbitrariedad social y las formas no discursivas que pueden tomar las normas que la definen. Más allá, el concepto supone una tendencia a internalizar las normas de la doxa lo que, a su vez, tiende a reforzarlas. Se define como la “aceptación sin reclamo del orden cotidiano de la vida” y, al mismo tiempo y cuando esta se realiza, “representa la forma más radical de conservadurismo” –especialmente entre los dominados– (Bourdieu y Wacquant, 1992, p. 7374). En la propuesta de Bourdieu (1977), el concepto de doxa permite articular la noción de reproducción de las instituciones sociales, de las estructuras y de las relaciones entre cuerpo y espíritu, es decir, que el concepto de doxa permite entender las prácticas y las actitudes que se entienden como “naturales”.
En RR.II., las opiniones y las percepciones indiscutibles y comunes que regulan el campo, es decir las normas internalizadas que determinan “el sentido de los límites” y el habitus de los académicos, son marcadas por la influencia de una tradición específica entre las comunidades epistémicas.
Es comúnmente admitido que la disciplina es ampliamente dominada por la producción intelectual de Estados Unidos. En 2015, Robert Vitalis recordaba, primero, la influencia que ha tenido sobre la reflexión de los estudiosos de principios del siglo XX el pensamiento en términos raciales e imperialistas (especialmente el estadounidense) y, segundo, que se podrían leer las relaciones internacionales actuales siguiendo los dos mismos ejes. Si bien se puede criticar este último punto, queda de la observación de Vitalis un argumento central: la manera de concebir el mundo expresada en la academia estadounidense indudablemente ha dominado, y sigue dominando, el campo de las RR.II. Sin embargo, se quiere insistir en el hecho de que nuestra disciplina está en un estadio de baja institucionalización y que, todavía, se expresan sensibilidades metodológicas muy diversas en diferentes comunidades epistémicas.
Siguiendo a Bourdieu, se entiende al profesional científico de la disciplina de RR.II., el académico, como un sujeto social –un agente–, es decir: “un individuo atrapado en la práctica e inmerso en la acción, que actúa por necesidad”. Esta necesidad se define en relación con el contexto en el que el agente social se encuentra creando así un “habitus4, producto de la incorporación al mundo social” (1994, p. 166). En el caso que interesa, el mundo social es la institución académica y el habitus, la producción de conocimiento en un mercado competitivo. En ese mercado de bienes simbólicos, el valor de los productos es atribuido en función de relaciones sociales institucionalizadas (Deer, 2008, p. 121) y el científico compite por su supervivencia profesional; es un homo academicus (Bourdieu, 1984).
Aquí, se considera que la producción del conocimiento científico –resultado de la actividad del profesional de la disciplina en la acumulación de capital– (Bourdieu, 1984, pp. 97-167) se puede diferenciar del conocimiento no científico porque el conocimiento científico se construye con base en un lenguaje formal (que le da autoridad científica), mientras que el no científico se construye con base en un lenguaje natural (con autoridad lógica) (Bloor, 1976). En oposición al lenguaje natural,
… que está atrapado en las necesidades de la acción y estructurado por la ilusión (de in-ludere: jugar en), el lenguaje científico, conceptual racional, discursivo, rompe con las ilusiones de la consciencia para reconstituir los mecanismos objetivos de la producción de las prácticas a partir de un habitus. […] Es un lenguaje formal a la vez lógico y operativo. […] El lenguaje del conocimiento no es la palabra que acompaña la acción. (Dubar, 2007, p. 31)
Para concluir esta presentación y empezar con el argumento, se clarificará la definición del concepto de histéresis. Para Bourdieu (1977), cuando las condiciones sociales y personales son estables, el cambio social se da en función de líneas que se pueden identificar de manera clara y anticipada. En tiempos de crisis (aquí el fin de la Guerra Fría), los agentes (los científicos de RR.II.) deben adaptar su habitus de manera abrupta a los cambios drásticos del campo. En estos momentos, cuando se busca una nueva estabilidad de las estructuras del campo (de la doxa), nuevas oportunidades, muchas veces transitorias, llevan a que el habitus evolucione, pero de manera inesperada. En esos momentos de redefinición, muchas de esas oportunidades se pierden porque la doxa tiende a mantener la coherencia del campo (Bourdieu, 1977, p. 83). Este momento de transición, de cambios y d’occasions manquées, es uno de histéresis.
De lo anterior se espera que los conceptos de doxa, habitus e histéresis permitan entender cómo se está reconfigurando el estudio de lo internacional, en un esfuerzo de recalibración de la escala de reflexión de los internacionalistas; cómo las narrativas heterodoxas fruto de este proceso de recalibración o histéresis se orientalizan5; antes de subrayar algunos de los desafíos que el momento supone y de mostrar de qué manera las respuestas formuladas están condicionadas por el mercado. Se concluye que, desde el exilio, las investigaciones deberían: 1) problematizar la dependencia, incluso en términos epistemológicos; 2) siempre pensar a una escala más allá de los intereses del Estado; 3) cuidarse de las tendencias epistemológicas totalitarias internas que puede generar el mercado; 4) tener en cuenta las debilidades estructurales de las sociedades en lugares de exilio.
Cuando los académicos de RR.II. hablan de la pertinencia de las teorías, el debate gira alrededor de su capacidad de producir los resultados esperados, de su operabilidad6 (Brown, 2013; Mearsheimer y Walt, 2013). La controversia alrededor de la utilidad de la teoría está bien resumida en la respuesta que Kenneth Waltz, el proponente del realismo estructural en RR.II., formuló frente a los cambios observados en las relaciones internacionales desde el fin de la Guerra Fría y frente al auge de las propuestas neoliberales (Waltz, 2000). Para el académico estadounidense, constatar cambios sistémicos no es suficiente para declarar el fin de la utilidad de una teoría. Para eso, un cambio de sistema es necesario. Los cambios sistémicos, es decir, los cambios en el sistema internacional, son comunes y esperados.
Si el sistema fuera transformado, la política internacional no sería más la política internacional y el pasado no serviría más como guía para el futuro. Empezaríamos a nombrar la política internacional por otro nombre, y algunos lo hacen. Los términos “política mundial” o “política global”, por ejemplo, sugieren que la política entre Estados egoístas interesados por su seguridad fue reemplazada por algún otro tipo de política o, de pronto, por nada político en absoluto. (Waltz, 2000, p. 6)
Si se pregunta si la discusión acerca de la naturaleza del poder pone en cuestión la relevancia de una propuesta teórica, la respuesta de Kenneth Waltz sería clara y negativa. El hecho de considerar el poder como un recurso material (Glaser y Kauffmann, 1998) o inmaterial (Nye, 2004), por ejemplo, puede cambiar la evaluación que se puede hacer del equilibrio del Balance de Poder en el sistema, pero no pone en cuestión la reflexión en términos anárquicos. Hablar, en la actualidad, de qué tipo de equilibrio existe en las relaciones internacionales, ya sea unipolar (Mearsheimer, 2001), bipolar (Yang, 2018), multipolar (Dunne, 2018) o apolar (Badie, 2012), no cuestiona los elementos centrales que se consideran le dan su carácter a la política internacional.
Así sea que entendamos la teoría de manera amplia, como “una realidad simplificada que inicia con la suposición de que, de manera fundamental, cada evento no es único, sino que pueden ser agrupados por similitudes” (Acharya y Buzan, 2010, p. 4), mientras no se discutan las maneras en que se agrupan los eventos, no se pone en cuestión la teoría. Barry Buzan hace parte de los que, dentro de los círculos académicos de RR.II. más influyentes, buscan agrupar los eventos de una manera distinta y quedan atentos a la manera como los agrupan los demás.
En 2010, Buzan, en una conferencia en la London School of Economics (LSE), explicaba que el concepto de superpotencia había tenido relevancia, no por su validez (autoridad científica) (Bloor, 1976), sino por la operabilidad que el concepto ha tenido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, es decir, su credibilidad (autoridad lógica) (Bloor, 1976). A su juicio (Buzan, 2011, abstract), los superpoderes “son un fenómeno históricamente contingente que se asentó en una profunda inequidad en la repartición de poder entre Occidente y el ‘resto’ del mundo”. Para llegar a ese enunciado, Buzan propone considerar los elementos sociales del poder, es decir, la primacía que los miembros del sistema social dan a las lecturas y categorías que algunos de ellos consideran válidas. Un “superpoder” existe no solo porque despliega recursos materiales e inmateriales de poder ampliamente superiores a los demás, sino porque la primacía de los recursos es considerada como determinante del orden social por los que orientan la política.
Así, el concepto de superpoder hubiera sido aceptado porque los países occidentales, especialmente Estados Unidos, fueron considerados como modelos, cuyas políticas eran aceptables y cuya legitimidad a ordenar las relaciones sociales no era puesta en cuestión por los demás miembros del sistema social. Sin embargo, advierte Buzan, a medida que las inequidades materiales se van reduciendo, las interpretaciones de lo que es socialmente aceptable cambian y el concepto mismo de superpoder pierde su legitimidad. En ese sentido, Buzan identifica –así no sea en los mismos términos que los que se escogieron para este trabajo– un momento de histéresis para la disciplina. Frente a una serie de cambios percibidos, el campo RR.II. se somete a una reevaluación de sus conceptos más centrales.
En el corazón del argumento del profesor de la LSE está la idea de que el conocimiento en ciencias sociales no solo es el fruto de la observación de la realidad, sino que se observa a partir de conceptos espacio-temporalmente contextualizados (Buzan y Lawson, 2015, pp. 1-14). Para Buzan es evidente que el concepto de superpoder no es operable para los periodos históricos anteriores al siglo XIX; eso porque, simplemente, la idea misma de que una autoridad política pudiera extender su alcance a escala del orbe no era concebible. La facultad de los académicos para concebir un actor internacional, un Estado, capaz de llevar destrucción masiva en cualquier punto del orbe (Braillard y Djalili, 1988, pp. 31-36), no era posible antes de que los recursos de poder fueran repartidos de manera tan desigual que permitieran, a unos pocos, intervenir drásticamente en los procesos políticos de cualquier sociedad que hubiera sobre la tierra.
Entonces, según Buzan y en un futuro próximo, las relaciones sociales deberían enmarcarse en un “globalismo descentrado”; un mundo marcado por intercambios e interdependencias, pero sin que ninguno de sus partícipes imponga a todos los demás sus lecturas e interpretaciones. Para Buzan, ello no resultaría solo de una repartición más equitativa de los recursos de poder sino, más bien, de la imposibilidad de que se “acepte cualquier forma de hegemonía en el sistema internacional” (2011, p. 7) (énfasis agregado). Más allá de la imposición pasajera de algún tipo de marco definido para las interacciones sociales, Buzan entiende aquí la hegemonía como la legitimidad para definir el marco de las interacciones sociales que le reconoce el conjunto de los miembros de la sociedad a algunos de ellos.
Pasando de la construcción de un modelo a partir de la observación empírica al análisis de la producción de la teoría, el líder de la Escuela Inglesa considera que Estados Unidos ha dominado la disciplina por su tamaño y su opulencia, que sus fundaciones han jugado un papel significativo en la financiación de los desarrollos de la disciplina en el exterior y que sus redes dominan la producción del conocimiento (Buzan, 2018a, p. 402). Al mismo tiempo, insiste en que los círculos sociales tienden a la parroquialidad, ya sea por razones relacionadas con el idioma, y las barreras que crea, o la cultura (p. 403).
Sin embargo, si se acepta la idea de que las teorías y los conceptos que utilizan son discursos que se construyen a partir de un contexto espacio-temporal definido, entonces se debe entender que la doxa en RR.II. (re)produce un cierto tipo de orden. Desde la sociología de Bourdieu se pueden entender las críticas que Oliver Turner y Nicola Nymalm hacen de los conceptos clásicos de “Estados defensores del statu quo” y de “Estados revisionistas”. Para el miembro de la Universidad de Edimburgo y la investigadora del Instituto Sueco de Asuntos Exteriores, estos conceptos “han, por mucho tiempo, trabajado en la construcción y legitimización de un entendimiento (orientado por Occidente) del statu quo global y de los avances universales que brinda”. De la misma manera que se propone en este trabajo, los autores consideran que “nuestro entendimiento de estos conceptos es menos el producto o resultado del trabajo de investigación, que modos o métodos de investigación que operan como narrativas autobiográficas” (2019, p. 3). Lo interesante aquí es que construyen su interpretación a partir de otro comentario sociológico, el de Margaret Somers y Gloria Gibson (1994), pero que los argumentos centrales propuestos por Bourdieu se vuelven a encontrar.
Cuando la reflexión de los académicos de RR.II. se considera como un discurso, entonces, esta (re)produce una meta narrativa que incluye y condiciona a los mismos académicos. Las narrativas de Relaciones Internacionales, como cualesquiera otras narrativas, porque enmarcan los debates académicos, brindan orden a nuestro pensamiento. Concomitante, “estas narrativas establecen verdades que se imponen a los académicos; ya sea acerca de cómo se constituyó ese orden, el estado en el que se encuentra o cómo debería evolucionar”. Las narrativas de RR.II. son “narrativas que ordenan”, que privilegian ciertas lógicas explicativas acerca del mundo y de los que lo pueblan (Somers y Gibson, 1994, p. 63, citadas por Turner y Nymalm, 2019).
Buzan propone tomar en cuenta dos aspectos: la naturaleza de los países y las fuentes del conocimiento producido en RR.II. Esto le permite destacar una serie de trabajos que, en la disciplina y según él, se distinguen de la meta narrativa que la doxa de RR.II. (re)produce. Se propone aquí recopilar estas propuestas para establecer el panorama de lo “no occidental” en RR.II., porque construye sobre una categorización ya ampliamente aceptada por los que apoyan el proyecto de “RR.II. globales” (Wæver y Tickner, 2009; Acharya y Buzan, 2010; Tickner y Blaney, 2012).
Lo primero que atrae la atención de Barry Buzan (2018a) es la “teoría hindú de las relaciones internacionales” del académico, sujeto de su majestad, Bennoy Kumar Sarkar. Este propuso destacar los conceptos de mandala (esfera de influencia) y sarva-bhauma (soberano mundial) para traducir el pensamiento indio en términos entendibles por los (re)productores de normas, los académicos occidentales. En 1919, este concluye su trabajo para The American Political Science Review (Sarkar, 1919, p. 414) escribiendo: “La doctrina sarva-bhauma, como el concepto del nacionalismo federal, federación imperial, o el Estado universo, es entonces la piedra angular del arco de la teoría Hindú de la soberanía”.
El trabajo de Sarkar es puesto de relieve por Buzan7 para mostrar que la ausencia de discursos diferentes en la disciplina es más el resultado de una incapacidad de los defensores de la doxa a abrir su reflexión a las propuestas alternas, que el resultado de una ausencia de alternativa.
Destaca que, en la actualidad, los esfuerzos más notables en la construcción de un conocimiento basado en fuentes históricas y filosóficas distintas a las occidentales son las de la comunidad académica china. Pero, al momento de hablar de la historia del pensamiento en RR.II., Buzan subraya que, para las narrativas “no occidentales, […] la principal motivación sigue siendo responder a las presiones e incentivos creados por los eventos, y en particular desafiar las ortodoxias y prácticas occidentales en nombre de las que son desechados, explotados y/o negados en su estatus” (2018a, p. 406).
En ese sentido, la propuesta de la Escuela Cepalina es etiquetada como el primer esfuerzo de teorización que tuvo influencia en la manera de pensar la praxis internacional en Estados Unidos y Europa. De pronto por estar arraigada en la economía, Buzan no se extiende sobre las opciones metodológicas y los métodos privilegiados por Raúl Prébisch porque son entendidos como capaces de producir resultados válidos (con autoridad científica), pero no creíbles (con autoridad lógica); y que, se agregaría (Frasson-Quenoz, 2016), sus fundaciones eran occidentales, comunistas y rusas.
Más bien, les da un lugar a las reflexiones poscoloniales. Estima que el poscolonialismo se puede dividir en tendencias. Una primera, la de las luchas armadas de la descolonización, se evidencia con nombres tales como el Che, Mao o el francés Régis Debray (para la tendencia más radical). El vocablo poscolonial se asocia también con la Conferencia de Bandung y Nehru (para la tendencia más institucional). Los movimientos políticos pan, pan asiático, panarabista o panafricanista figuran como la última tendencia (político-cultural).
En RR.II., estas tendencias estarían representadas en el libro de Edward Said, Orientalism (1978), que abrió el campo a las reflexiones poscoloniales (Millennium, 2007; Salter, 2010). Acharya y Buzan (2010), también marcan la relevancia del trabajo de Gayatri Chakravorty Spivak (1988, 2000) y su definición de lo “subalterno”, eso por la influencia que ha tenido en la formulación del Realismo Subalterno en RR.II. (Ayoob, 1986; 1995; 1998). Pero la influencia de Said parece más duradera en el relato de Acharya y Buzan porque, en 2019, solo Edward Said es mencionado en la conclusión de su libro.
En resumen, Buzan considera que el “resto”8 ha participado en el debate académico, que las fuentes del conocimiento científico se pueden encontrar en la filosofía y la historia específicas de grupos humanos y que, usando conocimientos prácticos (no científicos), se pueden formular conocimientos en RR.II.
En ese punto es necesario completar la respuesta de Buzan. Las narrativas heterodoxas son más diversas de lo que la lectura desde la academia anglosajona lo deja parecer. Al mismo tiempo, el complemento de las clasificaciones que se propone aquí debe ser expuesto en su “objetividad participante” antes de ser presentado. Buzan habla de “exilio” (Ashley y Walker, 1990), así sea en otros términos (explotación, exclusión, marginalidad, periferia y, sobre todo, “no occidental”). La dificultad que genera la clasificación del exilio es que nunca son los que mejor están posicionados dentro de la estructura para hablar, quienes deberían expresarse para describirla. Así, se quiere subrayar aquí una serie de márgenes a las que, desde las experiencias subjetivas de quien escribe, deberían de ser tomadas en cuenta al momento de pensar el exilio en RR.II. Se ampliará sobre los estudios poscoloniales antes de incluir reflexiones desde las propuestas feministas y de estudios de género.
Al momento de hablar de estudios poscoloniales es necesario ampliar el vocabulario. Además de las tendencias que destaca Buzan, en términos filosóficos, el poscolonialismo puede desglosarse en postcolonial (que trasciende a lo colonial), anticolonial (orientado a la lucha contra lo colonial) o decolonial (el despojar del conocimiento construido por lo colonial).
Desde 1998, Sanjay Seth, un historiador indio, ha promovido una tendencia diferente para entender desde lo poscolonial. A diferencia de lo que trasparece del relato de Buzan, Seth insiste en el hecho de que lo poscolonial no es tanto un periodo de tiempo, un modo de lucha o una reivindicación independentista, sino la voluntad de trascender una categoría, un concepto y sus significados. Lo postcolonial se transforma en la recalibración de los significados a través de la reevaluación de nuestras lecturas de la historia. Seth (2011; 2013) propone cruzar las experiencias históricas para entender la praxis internacional actual. El poscolonialismo se vuelve una metodología para abordar el estudio de RR.II., fundada en una cosmovisión que ve en las interacciones humanas una red de intercambios que moldean las percepciones y definiciones operantes en los contextos sociales. La microhistoria se vuelve el instrumento (el método) que permite desvelar y superar las categorías construidas por el colonialismo. La superposición de las narrativas individuales inmersas en la práctica, en contextos espacio-temporales idénticos, no solo abre a nuevas interpretaciones del pasado, sino que da cuenta de: 1) la complejidad de las relaciones sociales y 2) de las interpretaciones de los eventos que producen –y son producidas por– el proceso al que el conocimiento es atado. Así, los trabajos del historiador políglota Sanjay Subrahmanyan (2016) o del turco Edhem Eldem (2018), sobre las relaciones hindú-europeas-hindú o las otomano-europeas-otomanas, no solo cambian nuestras interpretaciones de los eventos que durante los siglos XVI, XVII y XVIII se desarrollaron, sino que nos permiten evaluar de manera distinta los eventos de los que somos testigos. Revelan metanarrativas, ponen a la luz del día que los referentes simbólicos que orientan la acción de los agentes sociales se construyen en un juego de espejos, un juego complejo de representaciones de las identidades declaradas, proyectadas y fantasmeadas que, a su vez, están arraigadas en intercambios materiales e inmateriales, violentos o no.
Lo poscolonial es también anticolonialismo, no solo en términos de lucha armada, sino de la construcción de las armas intelectuales necesarias para repelar o limitar el alcance del colonialismo. Aquí, los historiadores también juegan un papel central, Cheikh Anta Diop (1954; 1967; 1979) y Joseph Ki-Zerbo (1957; 1978) deben mencionarse como los que, primero, reclamaron exitosamente la estreches de las relaciones entre sociedades que compartían un mismo contexto espacio-temporal afirmando, por ejemplo, la “africanidad” de la civilización faraónica y que, segundo, construyeron el conocimiento africano que los académicos europeos les negaban. Los que emprendieron la construcción del conocimiento histórico de y sobre África llegaron a profundizar la reflexión sobre una serie de cuestiones esenciales para la construcción del conocimiento. Abrieron un campo para las fuentes orales en la constitución del conocimiento histórico. Profundizaron y aplicaron los preceptos de rigor científico para deconstruir los conocimientos producidos por la academia europea; participaron del debate científico sobre la validez del conocimiento a través de la evaluación de métodos de investigación, por ejemplo, el uso de métodos etnográficos en la construcción del conocimiento filosófico (Hountondji, 1983; 1991). Alioune Diop (1947), fundador de la revista científica Présence Africaine e intelectual de la liberación, consideraba que publicar estudios africanistas sobre la cultura y la civilización africanas suponía calibrar los métodos científicos, eso en función de los imperativos generados por la voluntad expresada de crear un recuento histórico africano. En ese sentido, escogió hacer de su revista, no un espacio para los africanos, sino un espacio científico sobre África. En ese espacio, todos los relatos de los africanos, de sus vivencias y sus modalidades de interacción con el mundo convergen para superar las narrativas tradicionales y así dar a África, a la sociedad africana, a su economía y a su cultura, su lugar (Howlett y Fonkoua, 2009).
Para terminar este complemento de respuesta, desde América Latina, no se puede dejar de lado la propuesta decolonial (Mignolo, 2018). Aníbal Quijano será sin duda conocido de los lectores hispanoparlantes. La idea de “colonialidad del poder” que propuso Quijano (2000a; 2000b; 2014),
… se funda en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder y opera en cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia social cotidiana y a escala societal. Se origina y mundializa a partir de América. (2000a, p. 342)
Así, el rechazo al orden impuesto por el proceso socioeconómico que fue/es la colonización, tal como lo destacó Buzan, es claro; pero, lo que pone en evidencia Mignolo es que Quijano marca una “determinación a desprenderse del paradigma de la racionalidad/modernidad” (2018, pp. 375-376). Esto supone un rechazo a la filosofía y a la fenomenología continental. No una simple negación de todas sus categorías (anticolonialismo), sino la necesidad de entender que los problemas y las necesidades de Suramérica y otras regiones del mundo son distintas a las de Occidente; eso a pesar del “trasplante” que se hizo, durante el periodo de colonización, de la filosofía y fenomenología occidental en todos estos contextos locales.
Elaborando desde lo anterior, se puede decir que el poscolonialismo no es la voluntad de promover el interés de unos en detrimento de los de Otros, más bien, es la consciencia que tienen algunos agentes sociales, desde su experiencia del “exilio”, de los órdenes sociales promovidos como naturales en un contexto espacio-temporal específico. No solo los discursos incluyentes orientalizan, sino que los discursos exiliados/heterodoxos reflejan los referentes de la doxa (Bourdieu, 1984, pp. 169-205; Hardy, 2008; Diawara, 1990).
Buzan (2018a) menciona en una sola oportunidad al feminismo. Sin embargo, en compañía de Acharya (Acharya y Buzan, 2019, pp. 285-320), subrayan los aportes fundamentales que se hicieron al proyecto de “RR.II. globales” desde el feminismo, específicamente gracias al instrumento de análisis que es la interseccionalidad. Y es cierto, los trabajos editados por Randolph Persaud y Alina Sajed (2018), tal como los citados por Acharya y Buzan, muestran la relevancia de las lecturas feministas, de género y poscoloniales para todos los estudiosos de las relaciones internacionales.
Las Perspectivas Feministas (PF) se posicionan desde el exilio. Si bien este exilio puede ser geográfico, económico o político, es ante todo uno construido a partir de una categorización de los cuerpos humanos en función de narrativas espaciotemporalmente contextualizadas y ordenadoras. Este exilio, es el que conocen los a quienes se les niega su capacidad de agencia o, dicho de otra manera, su capacidad a influir en el proceso de (re)producción de las estructuras sociales. Las PF en RR.II., por lo menos desde el reclamo de Ann Tickner (1988), han, en efecto, explorado los límites que la doxa de RR.II. vigila. Se podría decir que los estudios feministas se categorizan en función del uso que hacen de la reflexión en términos estructurales (Guzzini, 1993). Lene Hansen (2015) retoma una división admitida (Jaggar, 1983; Harding, 1986) que se propone resumir aquí.
Las PF se pueden entender como narrativas que apuntan 1) a la emancipación de los cuerpos sexuados de la dominación patriarcal, 2) a la emancipación de la narrativa machista y 3) a la emancipación de las inseguridades individuales que producen. Estas narrativas se organizan en función de su postura metodológica y, por consiguiente, del entendimiento del concepto de género que admiten. Según este criterio, se pueden identificar tres maneras de ver feminista: una racionalista, una de postura y una posestructuralista.
La perspectiva feminista racionalista se puede asimilar a lo que Sandra Harding (1986) nombró la corriente “empiricista” y Ann Tickner (2001) el “feminismo liberal”. Para estos estudios feministas, la diferenciación entre hombre y mujer no es una división que genera debate porque se construye sobre categorías biológicas empíricas: macho y hembra. El feminismo racionalista es positivista, acepta que la diferenciación de género se articula alrededor de una separación natural, objetiva y universal de los sexos. En esos estudios, el género es visto como una variable independiente que debe permitir resolver los problemas de inequidad o abusos sufridos (variables dependientes). El feminismo racionalista es comprometido desde un sesgo moral claro, que tiene como fin liberar a las mujeres de los efectos negativos ligados al papel que asumen en la sociedad. El feminismo racionalista es reformista. Supone “mejorar” el andamiaje social, limitando sus externalidades negativas (desigualdad de género) y asegurando la perennidad del orden. Los trabajos de Ann Tickner (2014) y Jacqui True (2013) pueden ser ilustrativos.
El feminismo de postura o standpoint feminism es reivindicativo. Desde este punto de vista, los Estados, los únicos actores de las relaciones internacionales, son considerados como determinados por la estructura patriarcal y silenciadores de las voces de las mujeres. En términos metodológicos, esta cosmovisión implica un movimiento hacia el género como variable dependiente; es decir, pasar de la simple consideración de la existencia de estructuras sociales políticamente neutras que se podrían enmendar, al análisis de sus consecuencias sobre la vida cotidiana y a la identificación de sus raíces profundas, para fomentar la emancipación. Aquí, los trabajos de Cynthia Enloe (1990; 2004) y Laura Shepherd (2008; 2015) son buenos ejemplos.
El feminismo posestructuralista es contestatario. Admite la existencia de estructuras sociales que determinan la vida de los cuerpos sexuados e invita a deconstruir la heteronormativa que asigna roles sociales en función de la forma de los cuerpos. Más allá del sexo y del género, el énfasis está en la necesidad de revelar las implicaciones del discurso que marca el género (gendered discourse). Invita a reformular las categorías de identidades sociales, a considerar el género como un acto performativo y a formular discursos que apunten a la emancipación del cuerpo. Haciendo énfasis en la equivalencia entre lo que es personal, privado, político y público, el feminismo posestructuralista lleva a interrogar el concepto de género tal como ha logrado definirse en las instancias de toma de decisión; en resumen, cuestiona lo que ha sido el logro histórico de las demás PF: abrir las puertas de los Estados a las temáticas del feminismo. Los trabajos de Judith Butler (1993; 2015) son aquí la referencia.
Frente a ese panorama, se puede decir que la interseccionalidad, el instrumento de recolección y análisis de datos destacado por Buzan, lleva a abrir, a flexibilizar o a modificar por completo los criterios de definición de la identidad.
Hablar de género tiende a distribuir roles en la sociedad en función de dos categorías: mujer y hombre. Pero cuando