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Él quería recordar lo sucedido; ella, olvidarlo. La última vez que vio a Emily Warner, ella estaba saliendo de su cama y de su vida. Seis meses después, Mitch Goodwin volvió a encontrarse con ella y le suplicó que retomara su trabajo como niñera de su hijo. Pero, además, Mitch tenía una pregunta que llevaba torturándolo durante mucho tiempo: ¿qué había pasado exactamente aquella noche? Al ver de nuevo a Mitch y a su hijo pequeño, Emily recordó lo que sentía al desear algo inalcanzable. Pero resistirse a aquel padre soltero era imposible. Ahora, mientras intentaba no pensar en lo que podría y debería haber sucedido aquella noche, a Emily sólo se le ocurrió una solución: ver si la realidad superaba a la fantasía.
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Seitenzahl: 142
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Bronwyn Turner. Todos los derechos reservados.
PERDIDOS EN LA NOCHE, Nº 1316 - septiembre 2012
Título original: A Tempting Engagement
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0844-7
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
¿Emily estaba trabajando en un bar?
Mitch Goodwin se tensó al oír las noticias que su hermana le daba.
Chantal debía de estar bromeando. Mitch acababa de llegar a su ciudad natal en Australia y, al parecer, ella había decidido aportar toda aquella información como regalo de bienvenida.
Si lo que quería era darle algo emocionante, lo había conseguido. No había nada que acelerara su corazón como lo hacía la ex niñera de su hijo.
Tratando de controlar su agitación, Mitch metió un plato en el lavavajillas.
–¿Cómo no me contaste esto el otro día, cuando me llamaste para informarme de su regreso a Plenty?
–Me preguntaste cómo estaba, no qué estaba haciendo. Un leve cambio de ocupación no implica que una persona está bien o mal.
Mitch acabó con todo fingimiento y dejó entrever su estado.
–Ponerse detrás de la barra del bar del hotel Lion no es un cambio cualquiera.
–Ese sitio no está tan mal desde que Bob Foley lo compró. De hecho...
–¡Me daría igual que se tratara del Ritz! Emily es una niñera, de las mejores que hay.
La impetuosa respuesta desconcertó a Chantal. Miró a su hermano durante unos segundos con la taza de café ya vacía en la mano.
–Pensé que la información te interesaría, pero no esperé que provocara reacciones tan adversas en ti. Como te has trasladado aquí para escribir, imaginé que necesitarías una niñera.
Ciertamente, así era. Y, saber que la niñera más sexy del mundo estaba sirviendo copas en aquel espantoso bar de hotel añadía cierta urgencia a la empresa de ir en su busca.
–¿Puedo dejar a Joshua contigo y con Quade durante una hora? –le preguntó él.
–Por supuesto –respondió Chantal, segundos antes de verlo encaminarse a la puerta–. Pero, has conducido medio día y estás agotado. ¿Por qué no te vas a descansar y mañana, más tranquilo y aseado, vas a verla? Supongo que realmente quieres convencerla de que vuelva a trabajar para ti.
Mitch no estaba dispuesto a esperar. Tanto él como Joshua la necesitaban.
Su determinación debió mostrarse en su rostro, porque Chantal suspiró y agitó la cabeza de un lado a otro.
–Trátala con cuidado, Mitch. Sé que tú has sufrido un periodo muy duro, pero ella también.
Mitch sabía bien qué había sucedido en la vida de Emily durante aquel «periodo duro». Mientras conducía al centro de Plenty iba recordando y recapacitando sobre la vida de aquella muchacha.
Primero, su ex mujer la había despedido sin una razón aparente. Luego, tras la muerte de su abuelo, se había visto envuelta en una horrenda batalla por el reparto de sus posesiones. La tremenda injusticia que se había cometido con ella todavía alteraba el pulso de Mitch, aunque no tanto como su propio error de criterio.
¿Error de criterio? Esa definición no describía ni de cerca el modo en que él mismo había abusado de su poder después de readmitirla en su puesto, aprovechándose de su calidez y su compasión.
El día de la muerte de Annabelle... Mitch apretó el volante. Aquellos habían sido momentos muy duros y aún sentía un doloroso ardor en el pecho al recordarlos. Emily había ido a recogerlo al bar más cercano, en donde él se había escondido para ahogar sus sentimientos de rabia e impotencia.
Recordaba cómo, al llegar a casa, la había besado, ansioso por dejarse perder en algo más dulce y menos doloroso que la botella de whisky. La había besado y habían llegado de algún modo hasta la cama. Después de eso, un gran agujero negro nublaba su memoria.
La imagen de Emily levemente cubierta por una sábana blanca y con una insinuante desnudez emergiendo tímidamente se le apareció con vivacidad.
Había olvidado lo sucedido aquella noche, pero no lo acontecido a la mañana siguiente. Sus insistentes preguntas habían obtenido una única respuesta: nada había sucedido entre ellos.
Pero, mientras Joshua y él se dirigían al funeral de Annabelle, Emily había hecho las maletas y se había marchado.
Con la misma sensación de frustración que había sentido entonces, aparcó el coche ante la puerta trasera del hotel Lion y apagó el motor.
No podía esperar hasta que el local cerrara para hablar con ella. Tenía que verla en aquel mismo instante.
Esperaba que no estuviera demasiado ocupada. La insistente lluvia probablemente habría disuadido a la mayor parte de los clientes de que se quedaran en casa.
Se bajó del coche, cerró la puerta y se encaminó hacia la entrada principal, justo en el instante en que una pequeña figura de mujer salía por detrás.
Era Emily.
El pulso se le aceleró como respuesta a un montón de emociones abrumadoras. Prefería no tener que pararse a identificar algunas de ellas, así que se centró en la rabia.
Iba caminando sola por las calles oscuras, tan vulnerable e indefensa.
De pronto, la puerta principal del bar se abrió. Dos hombres se encaminaron hacia Mitch, dos hombres que reconocía como ex compañeros del instituto.
No encontró ningún lugar en el que esconderse para evitarlos.
–¿Mitch Goodwin? ¡Cielo santo! Había oído algo sobre que estabas de vuelta en Plenty. Te has trasladado a la casa de Heaslip, ¿verdad?
–Sí, así es –respondió Mitch, mientras veía a Emily desaparecer en la distancia. Lo siento, pero ahora...
Rocky O’Shea frustró su tentativa de huida.
–Qué suerte has tenido de que tu hermana se haya casado y puedas quedarte en su lugar –dijo el hombre–. Pero siempre tuviste mucha suerte en todo.
Dean le dio un codazo jovial en el estómago y Rocky añadió unas palmadas, ambos acompañados de sendas carcajadas.
–Lo siento, pero ahora tengo que dejaros. Tengo algo urgente que hacer. Ya nos veremos en otro momento.
Dean se aclaró la garganta.
–Siento... siento lo de tu mujer.
–Mi ex mujer.
Los dos hombres se quedaron sin respuesta.
Antes de dar tiempo a que retomaran aquella incómoda conversación, Mitch se metió en su coche. Arrancó el motor y aceleró, dejando que su rabia se diluyera poco a poco.
No era mucho lo que les quedaba por decir, en cualquier caso. ¿Qué comentario podía hacerse a un hombre cuya mujer lo había abandonado de aquel modo? Annabelle se había marchado, persiguiendo el éxito en su ya resplandeciente carrera, sin pensar ni un momento en su hijo de tres años. Finalmente, el mismo glamour que la iluminaba, había sido, al menos en parte, causa de su muerte. El jet privado en el que viajaba había caído por la acción de una terrible tormenta en el Caribe.
Incluso después de seis meses de su funeral, todavía se sentía confuso respecto a todo lo ocurrido.
Al notar las primeras gotas de lluvia, Emily se apretó la gabardina y continuó caminando. Sólo quedaba una manzana hasta su casa.
No quiso correr. Sabía que ése sería un gesto de debilidad, una muestra del temor que sentía.
En mitad de aquella noche húmeda, el sonido de un motor no hizo sino alimentar su miedo.
Se imaginó al coche deteniéndose a su lado, un hombre bajando y amenazándola con un cuchillo, obligándola a subir...
El sonido que el vehículo hizo al detenerse a su lado la llevó de vuelta a la realidad. Era el momento de correr de verdad, pero sus estúpidas piernas no reaccionaban.
–Emily.
Al oír su nombre pronunciado por aquella voz reconocible, el miedo se convirtió en otro tipo de terror: el pánico a Mitch Goodwin. Había oído que iba a trasladarse a Plenty y se había imaginado que no dejaría a los pasados fantasmas descansar en sus cenizas. Así era Mitch, el eterno periodista, siempre a la caza, siempre necesitado de un final para todas las historias.
Había pasado seis meses elaborando su versión de la historia, preparándose para aquel momento. Porque siempre había sabido que llegaría. Pero su cerebro acababa de quedarse en blanco.
Se volvió hacia el vehículo, grande, oscuro. Parecía haber sido hecho exactamente para él.
–Sube –le dictó él–. Está empezando a llover.
–¿Qué quieres, Mitch?
–Sólo quiero que no te mojes.
–Prefiero andar.
Sin decir más, reanudó su camino. Ni tan siquiera se alteró al oír que el motor arrancaba, que el coche se aproximaba y se detenía unos metros más adelante, al ver que la puerta se abría y ver que él se bajaba.
Le abrió la puerta de pasajeros sin decir nada.
Ella se detuvo al llegar a su altura y aceptó tácitamente su invitación.
–¿Qué te sucede?¿Por qué estás tan arisca? –le preguntó él en cuanto estuvieron de nuevo en marcha.
Recorrieron el resto del camino en silencio, hasta que él llegó ante su casa y se detuvo delante del porche.
–Me has asustado, eso es todo.
–Lo siento –se disculpó secamente él–. Quería haberme encontrado contigo a la salida del bar.
Ella lo miró con desconfianza.
–¿Para qué?
La frialdad de la pregunta lo empujó a una respuesta directa.
–¿Por qué huiste de mí, Emily? ¿Por qué te marchaste sin decir nada?
–Dejé una nota...
–En la que no decías absolutamente nada, sólo «Lo siento». ¿Qué querías decir con eso? «Lo siento, Joshua, por abandonarte sin más y romperte el corazón».
Ella retrocedió un paso, dolida y desconcertada por la acusación.
Mitch se arrepintió de sus palabras. No se las merecía.
Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo.
–Discúlpame, Emily –cerró los ojos un momento–. No tenía derecho a decirte algo así.
Ella no respondió. Se bajó del coche y él la siguió.
El porche estaba repleto de cajas de embalaje.
–¿Te mudas?
–Sí –susurró ella.
Mitch frunció el ceño.
–¿Por lo del testamento de tu abuelo?
–De mi abuelastro.
–Da lo mismo. Todo el mundo sabe que hiciste más por el viejo Owen en sus últimos años que todos sus familiares juntos. No deberías haberte dado por vencida.
–No me di por vencida. Simplemente, perdí –respondió ella con un tono desafiante. Su mirada era feroz, atemorizante.
Él respiró profundamente antes de continuar.
–¿Cuándo te trasladas?
–Este fin de semana.
–¿Adónde?
–Tengo una habitación en el Lion –dijo ella, claramente a la defensiva, respondiendo a la censura que leía en los ojos de él–. Es un lugar aceptable y limpio.
–Es frío y no veo nada de conveniente en vivir encima de un bar.
–Es sólo algo temporal, hasta que encuentre algo mejor.
–¿Por qué no vienes a trabajar para mí? Te evitarías todo eso.
Ella negó con la cabeza, y sus ojos se llenaron de una emoción inclasificable.
–Ya tengo trabajo.
–Joshua necesita una niñera –dijo él suavemente, con un tono convincente–. Yo estoy trabajando en casa, escribiendo, así que el horario es flexible. Dentro de poco comenzaremos el rodaje de Mis héroes cotidianos, y tendré que pasarme en Sydney la mayor parte de la semana. Te pagaré las horas extra, además del doble del sueldo que tenías antes.
Ella soltó una carcajada amarga.
–Con un sueldo así puedes tener a cualquier niñera que solicites.
–Esta oferta sólo te la hago a ti.
Su sonrisa se desvaneció al ver la frialdad del semblante de Mitch.
–¿Por qué?
–Porque Joshua te necesita.
Aquellas cuatro palabras estuvieron a punto de derribar por completo las barreras que ya se habían empezado a debilitar con su comentario anterior: le había partido el corazón al pequeño con su partida.
Emily se llevó la mano a la garganta.
–Desde que te marchaste se ha estado comportando de un modo extraño. Está muy rebelde.
¡Aquel hombre sabía exactamente dónde clavarle el aguijón!
Emily lo miró. Su expresión seguía siendo dura e ilegible.
–No hace falta que vivas en la casa, si eso es lo que te preocupa. Te buscaré una casa y la pagaré.
–¿Además de darme el sueldo y las pagas extras? ¡Eso es ridículo! No tiene sentido que te gastes tanto dinero –dijo ella claramente molesta.
–El dinero no es lo que importa. Pagaré lo que haga falta, Emily.
No había dinero que pudiera convencerla.
–La respuesta es «no».
Él hizo caso omiso y continuó ofreciendo posibilidades.
–También te puedes quedar en la nueva casa de Chantal y Quade. No está lejos y tiene...
–No, Mitch –dijo ella con rabia y firmeza.
Él se tensó. La dulce Emily lo había desconcertado con aquel arrebato de ira y orgullo. Una oscura frustración ensombreció su mirada.
–Bueno, encontraremos otro sitio.
Durante unos segundos Mitch se mostró vulnerable y derrotado, un gesto dolorosamente familiar que descompuso a Emily.
–¿Qué puedo ofrecerte para que cambies de idea? –insistió él.
Ella negó con la cabeza.
–Lo siento, Mitch.
Él la miró fijamente.
–No voy a darme por vencido, Emily. Piensa sobre la propuesta y dime qué quieres a cambio de tus servicios.
Ella lo vio alejarse con un profundo pesar en el pecho. La respuesta le vibraba, inquietante, en el corazón, apretaba sin piedad su estómago provocándole un dolor amargo.
Lo único que quería era el amor de Mitch Goodwin, y ninguna otra cosa tenía el valor suficiente para convencerla.
–¡Emily!
Nada más abrir la puerta, un par de pequeños brazos se agarraron a sus piernas. El diminuto propietario de cuatro años no paraba de balbucear palabras ininteligibles contra la densa felpa del albornoz de Emily.
Al alzar la vista, se encontró con la imponente figura del padre del niño.
–No os esperaba –dijo ella.
–Hemos venido a ayudar –dijo Joshua–. Vamos a llevarte las cosas en el coche.
Emily apretó la taza de café que tenía en la mano, como si tratara de anclarse a algo para que la mantuviera en pie.
Allí estaban los dos: Mitch y su arma arrojadiza, que no parecía querer soltar su albornoz.
Ansiaba desesperadamente arrodillarse y tomar al niño en sus brazos. Pero temía que, una vez que lo hubiera hecho, ya no pudiera dar marcha atrás.
Hacía sólo tres días que aquel hombre había llegado hasta ella con una oferta que no había querido aceptar. Habían sucedido muchas cosas desde entonces, tantas que parecían haber transcurrido semanas desde su tenso encuentro.
–Deberíais haber llamado antes y os habríais ahorrado el viaje –dijo ella, en un tono mucho más suave de lo que habría querido.
–¿Por qué? ¿No lo tienes todo preparado?
–No me mudo –dijo Emily–. Al menos hoy no.
–¿Porque has perdido tu trabajo?
Emily lo miró sorprendida aunque sin saber muy bien por qué se extrañaba. En una ciudad tan pequeña como Plenty las noticias corrían muy deprisa.
Era lógico que Mitch se presentara en su puerta cuando estaba en su momento más vulnerable. Quería aprovecharse de la circunstancia que, sin duda, le favorecería para obtener lo que buscaba.
–He perdido mi trabajo y mi habitación –dijo ella.
–Emily, ¿es verdad que le diste un puñetazo a ese imbécil?
Mitch reprendió a su hijo por el uso de semejante lenguaje antes de que ella respondiera.
–No, no le he dado ningún puñetazo a nadie, cariño.
–Pero el tío Zane dice...
–El tío Zane habla demasiado –dijo Mitch–. También nos ha contado que te ha visto con un perro.
–¿Tienes un perro Emily? –preguntó Joshua emocionado–. ¿Es blanco y negro como Mac? ¿Es perro o perra? ¿Es muy grande?
Emily se arrodilló junto al pequeño.
–No es tan grande como Mac y se llama Digger.
–¿Dónde está?
–En el patio de atrás.
–¿Puedo verlo? –sus ojos rogaban de tal modo que era difícil negarle nada–. Por favor, Emily.
–Depende de lo que diga tu padre –respondió ella, alzando la vista para mirar al hombre en cuestión. Mitch estaba tan atractivo como siempre, con aquel suéter azul que le marcaba los hombros–. Está acostumbrado a los niños.
–De acuerdo, pero asegúrate... –la voz de Mitch se desvaneció al ver que Joshua salía a toda prisa por la puerta–. ¿Hay alguna verja desde la que pueda hacer un primer contacto?
–Sí, no te preocupes.
Un ladrido de contento anunció, casi de inmediato, el éxito del encuentro.
De pronto, Emily tomó conciencia de estar a solas con Mitch.
Se sintió vulnerable, vestida con aquel albornoz y un fino camisón de satén debajo, que se le pegaba demasiado al cuerpo.
Esperaba que él no pudiera notar el efecto que su presencia tenía en sus senos.
–¿Pegaste a ese idiota o no?
–No.
–¿Te tocó?