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Sabía que jugar con él era jugar con fuego, pero era demasiado tentador... En cuanto su vida se cruzó con la de Sebastian Sinclair, Kree O'Sullivan estuvo segura de una cosa: aquel hombre tenía poder. Tenía el poder de apropiarse de su apartamento, y lo hizo. Y el poder de destruir su negocio. Pero, para sorpresa de Kree, Sebastian también tenía una debilidad: ella. Cada vez que la miraba, Kree podía ver el deseo en sus ojos, además de una misteriosa lucha interna...
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Seitenzahl: 129
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Bronwyn Turner
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Lo importante es amar, n.º 5426 - noviembre 2016
Título original: Beyond Control
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9058-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Si Kree O’Sullivan tuviera que imaginar al hombre perfecto, sería muy parecido al hombre que estaba en el jardín de su casa... preferiblemente sin el traje de chaqueta y la corbata. Kree cerró los ojos un momento y cuando los abrió de nuevo, el hombre seguía allí.
No era una visión, era real.
¿Qué hacía aquel hombre en el jardín que conectaba su casa con el salón de belleza? Enmarcado por unos rododendros parecía completamente fuera de lugar.
¿Sería del banco?
No, alguien del banco no iría por allí un viernes a las seis de la tarde sólo para decir que tenía la cuenta en números rojos. Ellos simplemente llamarían por teléfono.
Además, tenía una cita en el banco el lunes a las nueve de la mañana.
Y aunque hubieran enviado a alguien, no sería un tipo como aquel. Kree lo observó levantar la mirada, como inspeccionando el piso de arriba...
–No es del banco –murmuró, llevándose una mano al corazón. Pelo oscuro, ojos oscuros, traje oscuro. Parecía un abogado de la tele. O uno de esos ejecutivos millonarios.
Pero no podía ser. ¿Qué iba a hacer un ejecutivo millonario en un pueblo diminuto como Plenty, Australia? De vez en cuando veían pasar alguno en su descapotable con dirección a los viñedos, pero Kree apostaría sus nuevas botas de falsa piel de serpiente a que su visitante no estaba allí por casualidad. Tenía todo el aspecto de saber dónde estaba y lo que quería.
–¿Qué te trae a mi casa, guapo? –murmuró.
Lo mejor sería preguntárselo directamente.
El extraño se dio la vuelta al oír el crujido de la puerta...
Y cuando clavó sus ojos en ella, Kree tuvo que tragar saliva. Era guapísimo. Pómulos altos, mentón cuadrado... aquel hombre tenía una cara que haría que una estilista llorase de alegría.
Pero fue su cuerpo, no su ojo de estilista, lo que respondió inmediatamente a esos ojos negros como la noche. Fue su corazón de mujer el que dio un salto.
–Hola –dijo, cuando encontró su voz.
–¿Quiere algo?
Tenía acento británico, pensó Kree, antes de pensar que era ella quien debería haber hecho esa pregunta.
–¿Que si quiero algo? Podría empezar por decirme qué hace en mi jardín.
–¿Su jardín? –repitió el extraño.
Kree se asustó.
–No será usted el nuevo propietario, ¿verdad?
–No.
–Ah, menos mal. Me llamo Kree O’Sullivan, por cierto –Kree iba a ofrecerle su mano, pero decidió limitarse a una sonrisa–. Soy la propietaria del salón de belleza.
–¿Ah, sí? –sonrió él, irónico, mirando su pelo.
Kree se puso colorada. Pero no entendía por qué le preocupaba tanto la opinión de aquel extraño.
–Pues sí. Y no me ha dicho su nombre...
–Sinclair.
–¿Sinclair? ¿Nada más?
–Sebastian Sinclair.
Afortunadamente, Sebastian Sinclair no parecía tener intención de estrechar su mano.
–Pensé que ya habría cerrado. No quería molestarla.
–¿No cree que un hombre extraño en mi jardín debería molestarme?
–¿Le parezco extraño? –sonrió él, levantando una ceja.
Sí, definitivamente, le parecía extraño. Y peligroso.
–No lo conozco, de modo que es un extraño. Y no entiendo qué hace aquí.
–He venido a inspeccionar la casa en nombre del propietario.
«En nombre del propietario». El heredero de Allan Heaslip que, además de aquella casa, había heredado varios locales en el pueblo.
–Espero que la propietaria no sea Claire Heaslip.
–No.
Kree suspiró, aliviada.
–Ya me imaginaba, pero con esas cosas nunca se sabe. Entonces, ¿quién es el misterioso heredero? Todo el mundo está deseando saberlo.
–¿Todo el mundo?
–Ya sabe cómo son los pueblos pequeños. Todos se meten en la vida de todos –suspiró Kree–. Oiga, Sebastian Sinclair, ¿siempre es tan difícil sacarle algo?
–Me temo que sí.
Ella soltó una carcajada.
–Muy gracioso, Sebastian... ¿o debo llamarte Seb?
–Puedes llamarme Seb. Pero no suelo ser gracioso.
Kree tuvo que sonreír. Al menos, tenía sentido del humor. Eso era muy atractivo... él era muy atractivo. Pero se le encogió el estómago al ver sus ojos de cerca; porque no eran negros sino azul oscuro, muy oscuro.
–Seb no está mal. Sebastian es un nombre demasiado formal, ¿no te parece?
–¿Y tu nombre? También es un poco raro.
–Me llamo Kree, lo creas o no. No sé de dónde viene, la verdad... mis padres seguramente se equivocaron al escribirlo en el registro. Oye, has dicho que estabas inspeccionando la propiedad. ¿Para qué? ¿Para venderla?
–No. Esta propiedad no se va a vender.
Ah, muy bien. Auténtica información.
–Pero sigues sin contarme nada. ¿Eres abogado?
–Soy albacea.
«Albacea». ¿Qué demonios significaba eso? Kree dejó escapar un suspiro de irritación mientras observaba a «Don Enigmático».
–Si el nuevo propietario no piensa vender, ¿crees que invertirá algo en el mantenimiento? Porque esta casa está que se cae. Y eso que este es el edificio más antiguo del pueblo. Antes fue un banco...
–¿Por dentro está igual de mal?
–Lo estaría si no la hubiese pintado yo misma. Tuve que hacerlo para poder meter a un inquilino.
–Según el contrato, tú eres la inquilina.
–Sí, bueno, pero es que luego me ofrecieron la oportunidad de cuidar la casa de unos amigos que están de viaje... Esa de ahí –dijo Kree, señalando la casa de al lado–. ¿Por qué iba a desaprovechar la oportunidad de vivir gratis en una casa mucho más nueva que esta?
El hombre levantó una ceja, muy serio.
–Entonces, ¿la casa está vacía?
–Sí, pero...
–¿Está amueblada?
El pulso de Kree se aceleró.
–¿Por qué lo preguntas? ¿Quieres verla?
–¿Te importaría?
–No, no...
¿Qué iba a decirle, que la ponía nerviosa, que no quería estar a solas con él?
Era una respuesta irracional y lo sabía. Además, si no le importaba que James viera su casa, ¿por qué iba a importarle que la viera Sebastian Sinclair? Debía ser un abogado de Sidney y seguramente podría ayudarla a convencer al dueño para que hiciese las reparaciones necesarias.
–De todas formas, estaba esperando a un amigo para enseñársela...
Seb la observó sacar una llave del bolsillo. Tardó unos segundos porque los vaqueros que llevaba le quedaban muy ajustados. Ningún hombre podría dejar de fijarse en eso... en eso y en su pelo. Y en sus labios. Seb tuvo que sonreír. Parecía muy cándida, muy inocente.
–Llevo siglos intentando que Paul me cambie la cerradura. Se engancha y... ah, ya está.
Seb había pasado la tarde con Paul Dedini... cuando por fin consiguió que se levantara, después de una noche de juerga. Eso confirmó sus peores sospechas: el hombre que dirigía la Inmobiliaria Heaslip era un irresponsable y había que despedirlo. Inmediatamente.
No iba a ser fácil poner en orden la empresa que su hija había heredado en Plenty y tendría que quedarse por allí durante algún tiempo. No le molestaba, al contrario; era el tipo de reto que le gustaba. Pero pasar varias semanas en Plenty, lejos de su empresa, era un inconveniente... y encontrar de inmediato una casa amueblada haría las cosas mucho más fáciles.
Seb observó los techos altos y los suelos de madera brillante, antes de mirar la escalera... o, más bien, el trasero de Kree O’Sullivan subiendo por la escalera.
Tenía que pasar varias semanas en Plenty; varias semanas alejado de sus obligaciones. Y quizá no iba a ser tan aburrido como pensaba.
Diez minutos después, Seb hizo una mueca de horror.
Se le debería haber ocurrido que una chica de pelo naranja, vaqueros con lentejuelas y camiseta ajustada decoraría su casa como se decoraba a sí misma. Las habitaciones estaban pintadas de colores y los muebles, cada uno de un estilo, parecían comprados en algún mercadillo.
–¿Desde cuándo vives aquí?
–He vivido en Plenty casi toda mi vida –contestó ella–. Tenía siete años cuando llegué aquí. Antes vivíamos en la furgoneta de mi padre... pero se le estropeó cuando llegamos a Plenty, así que decidió que nos quedáramos.
–¿Aquí, en esta casa?
–No, no... me refiero al pueblo. Sólo llevo un año en esta casa. Antes compartía un apartamento con mi amiga Julia, pero se casó con mi hermano y... bueno, ya estoy como siempre dando demasiada información.
–Qué va, me parece fascinante –sonrió él.
En realidad, todo en Kree O’Sullivan le parecía fascinante. Y ciertas partes de su cuerpo empezaban a crecer sólo con mirarla.
–Este es el dormitorio principal –siguió ella, abriendo las cortinas.
Seb no le prestaba atención a sus palabras, sino a la cama que había en medio de la habitación; una cama enorme con cabecero de bronce.
La cama de Kree.
Cuando levantó la mirada, ella estaba observándolo con una expresión rara. Pero enseguida se aclaró la garganta y siguió con las explicaciones:
–La encontré en una tienda de antigüedades y la compré porque pegaba.
–Ya.
¿Con qué pegaba?, se preguntó él. ¿Con las molduras del techo o con sus noches de sexo salvaje?
–Ahora vivo ahí, mira –dijo Kree entonces, acercándose a la ventana–. Es la casa de unos amigos que se han ido de tournée por Europa con una compañía de teatro. El jardín está un poco descuidado...
–¿Hay animales salvajes? –sonrió Seb.
–Sólo Gizmo, el gato. Al principio le alquilaron la casa a una pareja europea, pero no podían dormir.
–¿Por el tráfico? –bromeó él.
–No, por el silencio –contestó Kree, apoyándose en la cómoda.
A Seb le parecía irresistible. Con aquella boca grande, demasiado grande quizá para una carita tan pequeña, resultaba muy tentadora. Tanto que...
Sin pensar, levantó una mano para acariciar su pelo.
–¿Qué haces?
–Nada... es que tenías un bicho.
–¿Qué? –exclamó Kree, echándose hacia atrás–. ¡Ay! –gritó, al golpearse el codo con la cómoda–. ¿Dónde está el bicho?
–Ya se ha ido.
En ese momento, empezó a sonar un móvil.
–¿No vas a contestar? –preguntó Kree–. Yo... te espero en la otra habitación.
Seb apretó los dientes al ver quién llamaba. Una reacción pavloviana. Hablar con su hija de catorce años siempre lo hacía reaccionar así.
–¿Papá? Soy Torie.
–¿Dónde estabas cuando llamé antes?
–En casa de Jesse.
–¿No te dije que fueras a casa después del colegio? Tienes que hacer la maleta y...
–No hace falta...
–¿Cómo que no hace falta? Tengo que saber dónde estás. La señora Craig siempre tiene que saber dónde estás.
–Lo que iba a decir es que no tengo que hacer la maleta.
–¿Por qué? ¿Ha llamado tu madre?
–Claro –suspiró Torie–. Se va a Inglaterra, así que tenemos que hacer nuevos planes para mis vacaciones.
Seb apretó el teléfono, furioso. Odiaba esas conversaciones. Y odiaba la falta de control que tenía sobre la vida de su hija. Claire, naturalmente, no veía ningún problema en cambiar de planes cuando le convenía.
«Victoria lo entenderá», solía decir.
–Lo siento, cariño –suspiró Seb–. La llamaré esta noche.
–Me da igual si no paso las vacaciones con ella.
–Tienes que hacerlo, cielo.
–Ya, bueno... ¿Y mientras tanto qué?
–Podrías pasar unos días echándole un vistazo a tu herencia –sugirió Seb.
–¿Hay bichos en ese pueblo?
Él soltó una carcajada.
–¿Te he contado que el viejo banco ya no es un banco? Ahora es un salón de belleza.
–¿En serio?
–Sí. Oficialmente, eres la propietaria de un salón de belleza.
–De esos en los que las señoras se ponen el pelo violeta, ¿no?
–Por supuesto. La propietaria lleva el pelo de color violeta y zapatos ortopédicos.
Un cambio de escenario le iría bien, pensó Seb. Y, sobre todo, le iría bien alejarla de esos amigos tan pijos.
–Tengo que colgar, papá. La señora Craig ya tiene lista la cena.
–No llegaré a casa antes de las once, así que...
No terminó la frase porque Torie ya había colgado. No porque tuviera prisa por cenar, sino porque poner a prueba la paciencia de su padre se había convertido en su razón de existir. Torie... que antes era una niña seria y considerada, a pesar del divorcio. Y a pesar de que su madre siempre lo ponía todo patas arriba.
Claire siempre había pensado primero en ella misma, luego en su amante de turno y, más tarde, en su hija.
Había invitado a Torie a pasar el mes de diciembre en su casa de la playa, pero a última hora y como era su costumbre, cambió de planes.
De modo que tenía dos semanas más con Torie, pensó. Se acabaron sus planes de probar esa cama con la peluquera. Una pena, pero su hija merecía cualquier sacrificio.
Suspirando, Seb guardó el teléfono y fue a echarle un vistazo al otro dormitorio.
No era una casa perfecta, pero serviría. De hecho, cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea. Pero habría que pintarla, claro. De blanco.
Desde la terraza del salón podía ver la calle principal de Plenty. Y, frente a él, la oficina en la que iba a trabajar...
Kree O’Sullivan estaba sentada en el pretil de la terraza, saludando a alguien. Y, al inclinarse, vio que tenía un tatuaje en la cintura: un dragón.
Seb dejó escapar un suspiro. Aquella chica era una tentación. Y su estilo, tan desenfadado, sería una tentación para Torie.
En cuanto viese el tatuaje, se volvería loca y querría hacerse otro...
Como si hubiera intuido su presencia, Kree se volvió, sonriendo. Una sonrisa que le hacía pensar con una parte de su cuerpo que no era la cabeza.
–¿Ya lo has visto todo? No quiero meterte prisa, pero James está a punto de llegar.
–¿James?
–El chico que quiere alquilar la casa.
–¿Vas a alquilarle la casa a ese James?
–Eso espero. Me vendría muy bien el dinero... –en ese momento sonó el timbre–. Ah, ahí está. ¡Ya voy! Oye, ¿te importaría marcharte? Es que quiero enseñarle la casa.
–No hace falta.
–¿Cómo?
–Que quiero alquilarla y no tengo intención de compartirla con tu amigo –contestó Seb.
Kree miró alrededor, esperando que la señora de la permanente estuviera en el servicio.
–¿Dónde está la señora de las diez y media? ¿Ha llamado?
Mae–Lin negó con la cabeza.
Las clientas nunca llamaban para cancelar una cita. Sencillamente no aparecían, pensó Kree, tirando las llaves y un montón de papeles del banco sobre la mesa.