Psicoanálisis y ciencia: el falso antagonismo - Gerardo Arenas - E-Book

Psicoanálisis y ciencia: el falso antagonismo E-Book

Gerardo Arenas

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Beschreibung

La formación en física nuclear y en psicoanálisis de Gerardo Arenas suscitó su interés por entender la relación entre estos dos ámbitos, aparentemente tan opuestos. De su inclinación iconoclasta y de su estilo de pensamiento son testimonio esta recopilación de artículos en los que no se expone una tesis sino puntos de vista —de los que no está ausente la autocrítica—, acerca de diversos aspectos del oscuro campo donde coinciden, interactúan o divergen dos discursos bien diferenciados: el analítico y el científico. Aspectos que, en lo esencial, están relacionados con la triple cuestión del sujeto, el goce y lo real en ambos discursos, y con el uso de los instrumentos con que cada tanto estos se conectan.

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PSICOANALISIS Y CIENCIA:EL FALSO ANTAGONISMO

Gerardo Arenas

CONEXIONES

Créditos

Colección CONEXIONES

Título original:Psicoanálisis y ciencia: el falso antagonismo

© Gerardo Arenas, 2023

© De esta edición: Pensódromo SL, 2023

Diseño de cubierta:Lalo Quintana

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-126731-8-0

ISBN ebook: 978-84-128042-2-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

Prólogo¿Puede ser creativo un cerebro artificial?Forclusión del sujeto en el discurso científicoLacan y las matemáticasApología de la analogíaPsicoanálisis y ciencia: el falso antagonismoPsicoanálisis y ciencia: Fractales y estructura del delirioQuantumDiálogo sobre los dos reales sin leyLegolandLógicaToda subjetividad es alienadaCasus belliEquívocos sobre la salud mentalTodos eran mis realesLacan, la ciencia y los científicosGracias a Dios, el psicoanálisis no es una cienciaReferencias bibliográficasAcerca del autor

Prólogo

Los diecisiete años que dediqué al estudio de las ciencias físicas, a la investigación del núcleo atómico y a la exploración de las primeras redes neuronales con inteligencia artificial, dejaron como saldo dos tesis y un puñado de papers en revistas especializadas.

En lo que atañe a mi dedicación al psicoanálisis, suscitaron un marcado interés por entender la relación de este con la ciencia y determinaron, o más bien profundizaron, una inclinación iconoclasta y ciertos rasgos de estilo en el modo de pensar.

De ese interés, esa inclinación y ese estilo dan muestra los dieciséis capítulos de este libro, que no son sino otros tantos artículos escritos o discursos pronunciados a lo largo de tres décadas y seleccionados en función de la utilidad que en ellos dijeron hallar, respectivamente, sus lectores o sus oyentes. Reunirlos tiene una función práctica, ya que la mayoría de ellos vio la luz en publicaciones que hoy son de difícil acceso, algunos solo figuraban en páginas web o en compilaciones, dos trabajos estaban en inglés y dos ponencias eran aún inéditas1. Su conjunto, ordenado casi cronológicamente, no expone una tesis, sino puntos de vista (tan cambiantes, a veces, que la autocrítica no falta)2 acerca de diversos aspectos del oscuro campo donde coinciden, interactúan o divergen dos discursos bien diferenciados: el analítico y el científico. ¿Qué aspectos? En lo esencial, los relacionados con la triple cuestión del sujeto, el goce y lo real en ambos discursos, y con el uso de los instrumentos con que cada tanto estos se conectan.

Este libro lleva el título de uno de sus artículos, precisamente aquel cuya primera versión impresa fue privada de título debido a un error de edición; valga esto como tardío resarcimiento. Por lo demás, los textos originales que lo componen han sido respetados, salvo detalles menores, en su integridad, si bien sus formatos fueron unificados y la bibliografía fue actualizada.

Ojalá el lector halle en estas páginas elementos útiles para forjar o enriquecer sus propias opiniones respecto de los asuntos discutidos, y también aliciente para llegar en ellos más lejos que el autor.

¿Puede ser creativo un cerebro artificial?

El doctor Manuel Sadosky ha escrito una nota en la que opina, como Joseph Weizenbaum, que «los seres humanos pueden siempre crear algo nuevo. En cambio, la computadora no»3. Y, aunque tal afirmación probablemente carezca de consecuencias sobre la evolución y el futuro de las investigaciones cibernéticas, tiene como resultado llamar nuestra atención sobre la cuestión de la creación y el problema de su relación con la inteligencia y el cerebro.

Debo confesar que me resulta incierto el valor de verdad de la proposición citada, y ello no tanto por lo que atañe a las computadoras sino por lo que afirma en cuanto a las capacidades creativas del ser humano. Sin embargo, creo que será más interesante para el debate abordar primero esta cuestión desde la perspectiva de las resonancias teológicas que, según mi modo de ver, impregnan todo este asunto.

Alrededor del año 1337, Ockham lanzó al mundo una afirmación audaz (tal vez más que la de Weizenbaum ) como punto de partida de su Tratado sobre los principios de la teología: «Dios puede hacer todo lo que, al ser hecho, no incluye contradicción».

Este combativo franciscano inglés abría así el debate acerca de la sumisión de Dios al lógos y, con ello, la perspectiva de una cadena de jerarquías en las que el gran lógos dominaría sobre Dios, este sobre los hombres, y el hombre sobre el resto de la creatura —incluyendo, por supuesto, la máquina—.

A Sadosky y Weizenbaum se podría contraponer, pues, un razonamiento similar al que ya estaba en boga desde el medioevo acerca de la necesidad de coherencia lógica como soporte de la creación y la existencia (aun de la existencia de Dios), razonamiento que, en este caso, podría enunciarse más o menos como sigue: «Si el hombre siempre puede crear algo nuevo, ¿por qué no podría crear una máquina creadora?».

Es evidente que una respuesta negativa a esta pregunta difícilmente podría enmascarar el carácter religioso de los principios en que ella se sustenta.

Pensar que la inteligencia artificial no podría ser creativa debido al hecho de que la máquina ha sido programada por el hombre para realizar sus tareas, es algo que responde a un juicio de valor y, tal vez, a un conocimiento parcial del programa cibernético. Pero, por sobre todas las cosas, es algo que se desprende de una ideología que se pretende ontológica.

Comencemos por el juicio de valor, y pongamos por caso que algún biologista afirmase que el ser humano no puede ser creativo puesto que responde por completo a un programa (genético) que lo determina. Tal afirmación no podría considerarse una conclusión científica, sino que constituiría una mera forma indirecta de definir lo que se entiende por creación. Proponer una antinomia entre determinación (programa) y creación es apenas una petición de principio que no se sustenta más que en su propio enunciado y que sustituye, con desventajas, la explicitación de un juicio de valor (en este caso, negativo) que recae sobre la creación misma. Este juicio de valor tiene raíces culturales, características de la impregnación del discurso científico por parte de las categorías religiosas occidentales, y se origina en la supuesta antinomia entre determinación y libertad.

Sin embargo, los hallazgos de John Hopfield (1982) inauguraron una nueva perspectiva en cibernética, puesto que hoy se sabe que el mero agrupamiento de sistemas idénticos (carentes, en sí, de inteligencia) puede dar lugar a la aparición de propiedades emergentes colectivas para las cuales no ha sido programado.

El cerebro humano presenta características similares a las de estas redes neuronales. Y si se acepta que el ser humano puede, a pesar de su hardware, ser capaz de realizar un acto creador, el debate teológico deberá desplazarse desde el determinismo, ligado a las leyes divinas (Todo está escrito), hacia la determinación vinculada a las leyes de la naturaleza, pero no por esto dejará de ser inmanente al punto de vista científico acerca del hombre. El poeta Paul Valéry lo ha expresado de un modo admirable en sus Cahiers: «El determinismo riguroso es profundamente deísta».

En mi opinión, existe un punto de vista alternativo. La inteligencia humana no me parece ser más «natural», por el hecho de apoyarse en un cableado biológico, que la así llamada inteligencia «artificial», que se apoyaría en un cableado electrónico. La oposición entre lo natural y lo artificial me parece, en este sentido, desplazarse sobre dos formas de inteligencia igualmente artificiales, si damos a este término sus connotaciones etimológicas.

La creación, por su parte, raras veces es un producto de la inteligencia. Por regla general, es más bien independiente de esta, además de ser azarosa y sorpresiva. Kekulé anhelaba encontrar la estructura que explicase la fórmula del benceno, y soñó con una serpiente que se mordía la cola. El sueño de Kekulé fue un acto creativo, y el haber sustituido la serpiente del sueño por la estructura cíclica del benceno tuvo más de creación poética que de un supuesto trabajo o producto de la inteligencia.

Como dijera Borges, «la inteligencia es económica y arregladora y el milagro le parece una mala costumbre». No considero imposible, pues, el desarrollo de una inteligencia artificial, así como tampoco creo improbable que se construya un cerebro artificial que la soporte y que pueda realizar producciones verdaderamente creativas. Lo que sí creo impensable es que semejante máquina pueda, por ejemplo, obtener un goce estético a partir de sus creaciones.

Hay entonces una afirmación radical, más ideológica que ontológica, escondida tras la pregunta: ¿Puede ser creativo un cerebro artificial?

Por mi parte, considero que la creación es irreductible al cerebro, cualquiera que sea la sustancia y la génesis del mismo. Pretender lo contrario es, en mi opinión, un acto de fe o una cuestión de principios.

Natural o artificial, el cerebro no agota la dimensión del sujeto. ■