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Re-conocimientos presenta balances sobre diversos campos de estudio que enmarcan los cuatro problemas aquí abordados: el activismo social por la paz, la acción colectiva de género, el estado y la movilidad urbana. Aunque son asuntos que dan la apariencia inicial de ser muy distintos entre sí, en realidad, tal como se sugieren en la introducción general, están ligados por el hecho de ser configuraciones producidas por la interacción de sujetos colectivos con capacidad de agencia, concepción que ha permitido a los autores compartir, junto a otros investigadores, un programa de investigaciones unificado en el Grupo de Investigación sobre Acción Colectiva y Cambio Social, ACASO, ligado al Centro de Investigaciones y Documentación Socioeconómica, CIDSE, de la Universidad del Valle.
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Re- conocimientos. Balance sobre activismo por la paz : acción colectiva de género, estado y movilidad urbana en Colombia y América Latina / Jorge Hernández Lara y otros. -- Cali :
Programa Editorial Universidad del Valle, (2018.
164 páginas; 24 cm. -- (Ciencias sociales)
Incluye índice de contenido
1. Construcción de la paz - Colombia 2. Construcción de la paz - América Latina 3. Movimientos sociales - Colombia 4. Movimientos sociales - América Latina 5. Acciones colectivas - Colombia 6. Participación de la mujer - Colombia I. Hernández
Lara, Jorge, autor II. Serie.
303.66 cd 21 ed.
A1617769
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Universidad del Valle
Programa Editorial
Título: Re-conocimientos. Balance sobre activismo por la paz, acción colectiva de género, estado y movilidad urbana en Colombia y América Latina
Autores:Jorge Hernández Lara - Alba Nubia Rodríguez Pizarro - María Eugenia Ibarra Melo - Sandra Patricia Martínez Basallo - Francisco Adolfo García Jerez - Álvaro Guzmán Barney
ISBN: 978-958-765-903-0
ISBN-PDF: 978-958-765-904-7
ISBN-EPUB: 978-958-507-033-2 (2023)
Colección: Ciencias Sociales
Primera edición
© Universidad del Valle
© Los Autores
Diseño de carátula y diagramación: Sara Isabel Solarte Espinosa
Corrección de estilo: G&G Editores
Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita por la Universidad del Valle.
El contenido de esta obra corresponde al derecho de expresión de los autores y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad frente a terceros. Los autores son responsables del respeto a los derechos de autor del material contenido en la publicación (textos, fotografías, ilustraciones, tablas, etc.), razón por la cual la Universidad no puede asumir ninguna responsabilidad en caso de omisiones o errores.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1LOS ESTUDIOS SOBRE EL ACTIVISMO SOCIAL POR LA PAZ EN COLOMBIA: BALANCE DE TREINTA AÑOS
Jorge Hernández Lara
CAPÍTULO 2INTERSECCIONES DE LA ACCIÓN COLECTIVA Y EL GÉNERO EN AMÉRICA LATINA
Alba Nubia Rodríguez Pizarro
María Eugenia Ibarra Melo
CAPÍTULO 3REVISITANDO AL ESTADO: APORTES DESDE LAS CIENCIAS SOCIALES LATINOAMERICANAS
Sandra Patricia Martínez B.
CAPÍTULO 4LA CIUDAD EN MOVIMIENTO: UN RECORRIDO SOCIOLÓGICO POR LA MOVILIDAD URBANA EN AMÉRICA LATINA
Francisco Adolfo García
EPÍLOGO
Alvaro Guzmán Barney
AUTORES
NOTAS AL PIE
Este libro es una obra colectiva, producto del trabajo de varios miembros de un grupo de investigación universitario compuesto por personas formadas en distintas disciplinas del área de las ciencias sociales y humanas, cuyo nicho institucional es una entidad pública colombiana de educación superior. Esto quiere decir que al mismo tiempo que formulamos y ejecutamos proyectos de investigación, ofrecemos cursos para estudiantes de distinto nivel, realizamos tareas de extensión universitaria, desempeñamos cargos administrativos, asistimos a diversos comités y tomamos parte en deliberaciones públicas, dentro y fuera del ámbito de trabajo. No nos quejamos porque las cosas sean de este modo, disfrutamos las labores académicas, reducimos al mínimo posible las tareas administrativas y valoramos la investigación que se realiza en las universidades, porque tiene un ingrediente con el que no cuentan los centros e institutos donde los investigadores se dedican de tiempo completo a investigar, sin hacerse cargo de programas académicos institucionalizados para la formación de nuevos investigadores. Dicho ingrediente es, justamente, la presencia de estudiantes alrededor, dedicados a hacer preguntas, identificar vacíos, sugerir nuevos problemas, explorar teorías, ensayar metodologías, hallar antecedentes, dispuestos a validar sus apreciaciones con los resultados de la última consulta realizada un instante antes a través de algún buscador en Internet.
Gracias a la presencia de estudiantes, en la universidad es casi ineludible considerar como parte del trabajo de investigación la revisión permanente de lo que otros hacen en los campos de estudio a los cuales pertenecen los temas y problemas que a uno le interesan. Trasmitir el saber establecido, para determinar sobre qué bases innovarlo o desarrollarlo, hace parte de las tareas de formación de nuevos investigadores. Hay que decir, sin embargo, que esto es casi ineludible y no del todo obligatorio porque, aun en las propias universidades, si se observa con lupa la realidad aumentada, es posible encontrar investigadores que pretenden estar siempre en la frontera del conocimiento, ocupados de nuevos descubrimientos que los demás estarán obligados a tener en cuenta, así ellos mismos no se tomen nunca en serio el trabajo de revisar los aportes de sus pares. Esta es, claro, una posición extrema y un poco extraña hasta hace algún tiempo, que ahora, infortunadamente, está siendo auspiciada por el sistema de evaluación de productos académicos que se ha venido imponiendo en los últimos años, el cual valora especialmente uno de esos productos: el artículo de investigación. El artículo, no el libro de investigación, mucho menos los productos derivados de la reflexión o la revisión. Investigar como sinónimo de descubrir siempre algo nuevo es lo que más se premia en los mercados de prestigio y poder alimentados por la nueva industria del conocimiento, un fuerte incentivo para que muchos investigadores hayan comenzado a considerar menores o inclusive prescindibles las fases previas del proceso que conduce al final a descubrir novedades.
Basta ver algunas de las tendencias que están afectando a las revistas de ciencias sociales y humanas, una vez admiten la necesidad de estar indexadas y entran en la dinámica conducente a ascender de categoría en los sistemas de acreditación, algo a lo cual se dan el lujo de renunciar muy pocas publicaciones periódicas con calidad suficiente para estar entre las mejores, generalmente editadas por centros de pensamiento independientes, pero resulta impensable para una revista universitaria, simplemente porque el sistema de indexación de publicaciones periódicas es un subsistema de un complejo institucional más general, del que hacen parte las propias instituciones de educación superior, sometidas también ellas a acreditación. Las acreditaciones se ofrecen en principio como opción “voluntaria”, para quienes las quieran realizar, pero en realidad son indispensables para tener algún chance en el mercado de oferta y demanda de productos académicos, tanto como para acceder a cuotas de presupuesto estatal o, más allá, a recursos internacionales.
Entre dichas tendencias se encuentra una que refuerza el sesgo en contra de los escritos que resultan de la revisión de investigaciones previas, sobre todo en el área de las ciencias sociales y humanas: la jerarquización de los productos publicables y el establecimiento de requisitos para cada uno. Aunque un artículo de revisión es en principio equivalente a otro de investigación o de reflexión, pues los tres son considerados hoy día en Colombia más importantes que cualquier otro tipo de escrito publicable en revistas académicas, el requisito principal de un artículo de revisión es el de haber sido elaborado con base en la lectura de al menos cincuenta estudios previos, cuya larga lista debe aparecer al final. En las ciencias sociales y humanas, reflexivas como son —además de dialógicas, con balances ponderados entre número de casos y número de variables, poco experimentales, pero no por eso blandas o especulativas—, los productos académicos tienden a ser más extensos que en las ciencias naturales y exactas, de manera que revisar cincuenta referencias implica un trabajo bastante dispendioso, algo parecido a una investigación sobre la investigación que otros están realizando. Los requisitos establecidos desestimulan, pues, la producción de artículos de revisión, pero, además, en caso de ser presentados a consideración de los comités editoriales, tienen menos chance de ser admitidos, pues el sistema de acreditación induce a que las revistas prefieran artículos de investigación o, al menos, de reflexión, porque dan más prestigio ante los ojos de los evaluadores y, por tanto, más puntos en el ranking. Puede hacerse referencia también a la sección de “reseñas” o “crítica de libros” que aún sobrevive en buena parte de estas revistas, para comprobar que se trata de una sección menor, casi en peligro de extinción, en la cual predominan comentarios sobre un solo libro, cuando podría ser un nicho de conversación y reconocimiento directo entre investigadores, dedicado a divulgar balances calificados sobre varios estudios pertenecientes a un mismo campo, dos o más, no necesariamente cincuenta porque en ese caso deberían ir con pleno derecho en las secciones principales, a pesar de que una reseña múltiple represente muy pocos puntos para el escalafón del autor.
Con la edición de este libro queremos contribuir a hacer algo de contrapeso a la tendencia que amenaza con volverse dominante. Este es un libro de revisión y simultáneamente de investigación, producto de los proyectos ejecutados por los autores en los últimos años, de los que han resultado también otros productos diferentes a este, publicados unos y otros no hasta la fecha. Queremos reivindicar la importancia y la autonomía de los trabajos de revisión de estudios previos, porque hacerlos de vez en cuando es la única manera de evitar malas prácticas que impiden el avance del conocimiento y la consolidación de comunidades académicas. Realizar balances periódicos sobré cómo anda la investigación y la reflexión en el campo de estudios al cual uno mismo pertenece es la mejor forma de re-conocer que ya nadie parte de cero cuando emprende un nuevo proyecto, en dos sentidos: 1) porque hay resultados de investigación previa que deben ser asimilados críticamente, para poder continuar la tarea de hacer avanzar el conocimiento a partir de lo que se encuentra establecido, evitando redundancias, falsos problemas, metodologías estériles u otros errores, y 2) porque hay personas que han investigado antes sobre los mismos temas u otros muy parecidos y entidades que los han respaldado en ese empeño, poniendo de presente que las ciencias son una obra colectiva, un producto social, a cargo de comunidades de pares, resultado siempre del intercambio entre unos y otros.
Los propósitos específicos que perseguimos son dos: dar a conocer balances de estudios recientes sobre cuatro campos y poner a consideración de los lectores modos de hacer esto.
Un balance de estudios previos se distingue de los habituales “estados del arte” o, mejor dicho, en castellano, “estados de la cuestión”, que se exigen en los proyectos de investigación, por ser resultado de una lectura más detallada, comprensiva y extensa de investigaciones y reflexiones sobre un tema o problema. Los estados de la cuestión se concentran en la producción más reciente, se focalizan en el problema específico que interesa al investigador que los hace y les dan prioridad absoluta a los resultados directos de investigación. Los balances de estudios previos, en cambio, pueden abarcar varios años, examinan temas y subtemas, no solo problemas específicos, y toman en cuenta conceptualizaciones, sistematizaciones y otras formas de aproximación a los mismos, aunque también privilegian los productos directos de la investigación académica.
Cuando el balance es sobre un determinado campo de estudios, el objeto de análisis ya no puede concebirse como un conjunto aleatorio de antecedentes en el tratamiento de un tema, sino como un ámbito estructurado de saber acumulado sobre él en torno a unos cuantos problemas relevantes que, de ser adecuadamente resueltos, permitirán avances en la explicación y comprensión del tema, incluida la apertura de nuevos interrogantes.
Como estos balances tienen algo de investigación sobre la investigación, según ya se dijo, requieren cierto protocolo metodológico. Definir los límites temporales y espaciales del campo que se quiere examinar es determinante, en función de alguna periodización de su recorrido y las variaciones nacionales o regionales que lo caractericen, pero también dependiendo de los recursos disponibles para hacer la tarea. Las fuentes de información son en este caso todas documentales, principalmente libros, artículos y papers (documentos de trabajo, cuadernos), pero también, eventualmente, tesis de grado, informes de investigación, reportajes, entre otras. Debido a que casi siempre el universo de documentos disponibles resulta amplio y variado, es inevitable seleccionar una especie de corpus o “muestra”, de acuerdo con criterios explícitos, entre los cuales algunos son ineludibles: dar prioridad a resultados de investigación académica que hayan sido publicados, privilegiar estudios en que hayan sido presentadas originalmente interpretaciones que luego otros repiten, incluir suficiente variedad de enfoques disciplinares, teóricos y metodológicos, contar con casos únicos significativos por cualquier motivo (promedio, exóticos, límite, etcétera), incluir artículos destacados de publicaciones periódicas que den cabida al tratamiento de los problemas del campo. Finalmente, es necesario leer las piezas documentales del corpus seleccionado con “ojos de investigador”, de tal manera que la información pueda ser procesada para producir datos sobre los aspectos que más le interesarían a quienes quieren contribuir al desarrollo del campo: ¿qué problemas se han investigado?, ¿qué nociones o conceptos se han utilizado?, ¿cuáles metodologías se han seguido?, ¿qué logros se han obtenido?, ¿qué asuntos están pendientes?, principalmente.
En los capítulos que componen este libro se encuentran balances sobre cuatro campos de estudio muy diferentes entre sí, que tienen sin embargo cierto encadenamiento que los relaciona, por el hecho de que todos se refieren a procesos de cambio social en los que interactúan sujetos colectivos con capacidad de agencia.
El primero es un análisis del campo de estudios sobre el activismo por la paz que emergió en Colombia a finales de los años ochenta del siglo XX y está completando por tanto treinta años de existencia, un campo relativamente autónomo que no ha tenido suficiente reconocimiento y no ha sido objeto de balances comprensivos como el que aquí se presenta.
El segundo es un balance que se sitúa en un campo más amplio, el de los estudios latinoamericanos sobre las intersecciones entre acción colectiva y género, como lo señalan sus autoras en el título, llevadas a cabo por mujeres, con perspectiva feminista y de género o sin ellas, entre finales del siglo XX y lo que va corrido del XXI, periodo que corresponde aproximadamente a la tercera fase de las movilizaciones de mujeres en esta parte del mundo, según lo que se admite comúnmente en el propio campo.
El tercero pasa revista a los estudios latinoamericanos sobre la formación de estado (la autora lo escribe así, con minúscula), un campo que cobró visibilidad en esta parte del mundo coincidiendo con el último cambio de siglo, pero se benefició de perspectivas globales que habían surgido antes, hacia 1977, cuando el estado comenzó a ser concebido como una configuración inestable de interacciones sociales, resultado de la convergencia de procesos plurales y, por lo tanto, susceptible de aproximaciones etnográficas.
El cuarto es un balance del campo de estudios más recientemente configurado entre los que se analizan en el libro, cuando ya el nuevo siglo había rodado varios años por la autopista del tiempo, sobre transporte y movilidad urbana en América Latina, en el cual su autor muestra primero extrañeza por la ausencia de alusiones internacionales a estudios sobre el tema en nuestros países y se dedica, luego, a identificar los que han venido apareciendo.
La idea inicial acordada fue la de incluir en los balances al menos cuatro aspectos: los temas, subtemas y problemas tratados por los analistas e investigadores, los marcos de interpretación, nociones y conceptos por ellos utilizados, las metodologías desplegadas y los resultados obtenidos. Era un guion flexible que cada autor debía adaptar a las condiciones de su campo, pues sabíamos desde el comienzo que no todos ofrecían igual posibilidad de análisis, debido a la amplitud de su cobertura, la longitud de su trayectoria y la disponibilidad de fuentes. Esto último merece un comentario adicional: no escribimos balances exhaustivos, tratamos de incluir todo lo que fuera relevante en cada campo, pero sabemos que pudieron quedarse por fuera estudios que no han tenido suficiente visibilidad, a pesar de nuestras búsquedas con la tecnología que ofrece Internet y la pesquisa artesanal entre pares durante varios años. Aun así, las listas de fuentes que aparecen al final de cada capítulo son largas, algo inevitable cuando se busca dar cuenta de los principales estudios que componen un campo y, al mismo tiempo, indispensable, porque se trata de la presentación del corpus documental consultado para el análisis. Además de la lista de fuentes algunos capítulos incluyen, aparte, una lista de referencias bibliográficas. Nuestros balances superan la barrera de las diez mil palabras (todo incluido), que es el límite máximo de extensión que han ido adoptando las revistas de ciencias sociales, obedeciendo a los formatos y estándares del nuevo régimen de producción académica, de manera que nunca podrían ser admitidos en una revista, razón de más para haber pensado en escribirlos como capítulos de esta obra colectiva que tiene forma de libro.
Este es uno de los productos que resultó de la ejecución de un proyecto de investigación de dos de sus cinco autores, sobre el activismo por la paz en Colombia durante el gobierno doble de la “seguridad democrática”, financiado por la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad del Valle (Proyecto 6137). De manera que agradecemos en primer lugar a la Vicerrectoría de Investigaciones el apoyo brindado.
Merecen también nuestro agradecimiento la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la misma Universidad, dentro de ella su Dirección de Investigaciones y, muy especialmente, el Departamento de Ciencias Sociales, la principal comunidad académica a la cual pertenecemos cuatro de los autores. Este agradecimiento debe hacerse extensivo a otra unidad académica, la Escuela de Trabajo Social, situada en la Facultad de Humanidades, a la cual pertenece una de las autoras. Hay, adicionalmente, dos grupos de personas que ni siquiera están enteradas de todo lo que les debemos y, probablemente por eso mismo, merecen nuestro sincero y explícito agradecimiento: los estudiantes que hemos tenido alrededor durante los últimos años en la universidad y los funcionarios que apoyan las labores académicas con trabajo eficiente, incluidos los del Programa Editorial.
Al hacer el libro comprobamos una vez más que la producción colectiva de los grupos de investigación tiene más ventajas que limitaciones en comparación con la producción individual de sus miembros, porque cobija a esta última sin inhibirla y más bien la potencia, de manera que seguramente a la vuelta de algún tiempo podamos presentar nuevas obras colectivas sobre la teoría de los campos en que están situados nuestros objetos privilegiados de estudio, las metodologías que usamos o, ¿cómo no?, resultados directos de investigación sobre casos, procesos, estructuras, sistemas, siempre configuraciones que resultan de la interacción entre sujetos colectivos con capacidad de agencia, porque esto es lo que estudiamos en el Grupo de Investigación sobre Acción Colectiva y Cambio Social, ACASO, que es como se llama el nuestro.
Cali, Ciudad Universitaria Meléndez,septiembre de 2017.
Jorge Hernández Lara
En los últimos treinta años, entre 1987 y 2016, se configuró poco a poco un campo de estudios sobre el activismo social por la paz en Colombia, perceptible a pesar de haberse desarrollado a la sombra de otros dos más visibles con los cuales tiene estrecha relación: el de los estudios sobre el conflicto armado y el de los estudios sobre las negociaciones de paz.
Las indagaciones sobre la violencia política, la guerra interna o el conflicto armado irregular, nociones con las cuales se ha denominado alternativamente el fenómeno de las confrontaciones armadas motivadas ideológicamente entre distintos grupos a lo largo de más de medio siglo, cuentan con un clásico reconocido que inauguró ese campo a comienzos de los años sesenta del siglo pasado (Guzmán et ál., 1962). Las investigaciones sobre negociaciones de paz entre gobiernos y grupos armados irregulares comenzaron después de que los primeros intentos, durante la presidencia de Belisario Betancur, habían quedado atrás, cuando fue publicado el estudio que inauguró este otro campo (Ramírez y Restrepo, 1989). En ambos casos la mayor parte de los analistas ha examinado el impacto de la violencia sobre la sociedad o el papel de la sociedad en las negociaciones, incorporándola como actor secundario o variable dependiente, normalmente bajo la denominación de población civil o sociedad civil. El papel protagónico ha sido reservado en esos estudios para los gobiernos y los alzados en armas, tanto en el análisis del conflicto como en el de las negociaciones. Hay una que otra excepción, claro, como la del ya citado clásico sobre La Violencia en Colombia, donde se examina el papel de los partidos y los gobiernos, pero la mayor parte del análisis se concentra en las formas en que la población ejercía ella misma la violencia, influida por culturas políticas antagónicas y otros condicionamientos estructurales.
En el campo de los estudios sobre el activismo social por la paz el protagonismo corre inequívocamente por cuenta de la sociedad o los sectores que la componen, las acciones de los demás hacen parte del contexto en que dicho activismo se desenvuelve. Reconocer la existencia de este tercer campo de estudios implica aceptar previamente que en medio del conflicto y las negociaciones llevadas a cabo por gobiernos y grupos armados se fue conformando un actor diferenciado que comenzó por rechazar la violencia, viniere de donde viniere, afirmó poco a poco su autonomía y terminó por gestar múltiples iniciativas de construcción de paz, sin esperar a que las negociaciones entre los guerreros fructificaran, contribuyendo de hecho a que estas contaran con mejores condiciones para su éxito. No hay en este caso un estudio clásico que haya inaugurado el campo, las primeras muestras de su existencia se confunden con preocupaciones de finales de los años ochenta del siglo pasado por lograr el respeto de los derechos humanos (Varios autores, 1987) u obtener la paz al menos como tregua (Uribe y Vásquez, 1988).
Los tres campos de estudio mencionados continuaban abiertos en 2016, cuando ocurrieron acontecimientos que transformaron significativamente las tendencias del conflicto armado, las negociaciones de paz y el activismo social por la paz, principalmente la disminución drástica de la violencia motivada ideológicamente, gracias al acuerdo logrado entre el Gobierno Santos y las Farc, rechazado por pocos votos en un plebiscito, perfeccionado entre las partes y validado luego por el Congreso, al mismo tiempo que la comunidad internacional lo reconocía como un modelo y lo premiaba con diversas muestras de aceptación, incluido el Nobel de Paz para el Presidente.
Aquí nos vamos a ocupar del tercer campo, haremos un balance de los treinta años que acaban de completar los estudios sobre el activismo social por la paz, iniciados a finales del decenio de los ochenta del siglo pasado, cuando comenzaron a sistematizarse experiencias de acción colectiva y movilización social a favor de la paz que entonces realizaban en unas pocas regiones, y llega hasta hoy cuando los analistas se están ocupando mayormente de los problemas del postconflicto. En este campo predominan los estudios sobre casos específicos y procesos de corto plazo, pero también hay análisis de coyuntura, estudios sobre varios casos combinados, memorias de seminario o encuentro, análisis del papel de actores determinados, algunas reflexiones conceptuales, sistematización de experiencias, reportajes y testimonios, una que otra compilación de documentos, varias antologías sobre un mismo tipo de experiencia y un par de compendios más generales y comprensivos de las iniciativas de paz en conjunto. Balances del estado de la cuestión o el desarrollo del campo no hay, hasta ahora.
Para lograr el propósito indicado trataremos de responder principalmente cuatro preguntas: ¿cuáles son los temas (subtemas y problemas) que se han estudiado?, ¿qué marcos de interpretación (nociones y conceptos) han predominado?, ¿qué estrategias de investigación se han utilizado?, y ¿cuáles han sido los principales hallazgos?
Este balance es producto de un esfuerzo sostenido por leer todo lo que se pusiera en circulación sobre los problemas de este campo en Colombia, especialmente si se trataba de estudios académicos realizados por personas formadas en ciencias sociales, reflexiones o sistematizaciones de los activistas de paz sobre sus propias experiencias y reportajes o crónicas periodísticas, publicados en forma de libro. Adicionalmente se revisaron las colecciones completas de algunas de las principales revistas en las cuales los problemas asociados a este campo han merecido atención recurrente: Controversia, editada en Bogotá por el Centro de Investigación y Educación Popular - CINEP desde 1975; Revista Foro, editada en Bogotá por la Fundación Foro por Colombia desde 1986; Análisis Político, editada en Bogotá por el IEPRI desde 1987; Revista de Estudios Sociales, editada en Bogotá por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Los Andes desde 1998; Estudios Políticos, editada en Medellín por el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia desde 1992; Sociedad y Economía, editada por la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle desde 2001. Algunos artículos publicados en otras revistas y publicaciones seriadas también fueron tenidos en cuenta, como se puede ver en la lista final de fuentes.
El tema que más ha ocupado la atención de los analistas del activismo por la paz ha sido el de la naturaleza misma del fenómeno, establecida a partir de las modalidades que ha adoptado y de sus protagonistas. Otros subtemas y problemas han quedado subordinados al tratamiento de este tema principal. Entre ellos se encuentran principalmente las lecciones que pueden derivarse de la experiencia pacifista internacional, las ventajas y limitaciones de la neutralidad activa, la conveniencia de humanizar la guerra y las tareas propias del postconflicto.
El activismo por la paz ha adoptado muy diversas modalidades, unas más destacadas que otras, desde las menos visibles hasta las más impactantes, con cobertura local, regional, nacional o internacional, esporádicas y duraderas, respaldadas por pocas o muchas personas, con resultados muy diferentes. La manera de nombrar ese variado activismo en su conjunto y convertirlo en objeto de investigación o reflexión y tema de la agenda pública también ha cambiado con el paso del tiempo. Los analistas han privilegiado cuatro maneras de referirse a él, tratando de sintetizar sus características: cultura de paz, resistencia civil, movilización por la paz e iniciativas de paz. Cada una de estas denominaciones surgió en determinadas circunstancias, en el orden mencionado, pero no desapareció después para darle paso a la siguiente, sino que se quedó para contribuir a la producción de una trama temática cada vez más rica.
A finales de los años ochenta del siglo XX la violencia inspirada en motivos ideológicos hacía parte de un cuadro más amplio de múltiples violencias que se mezclaban y retroalimentaban entre sí, opacando o diluyendo las diferencias entre unas y otras, las de las guerrillas contra los gobiernos y los paramilitares, las de estos contra los insurgentes y entre facciones rivales, las de los narcotraficantes contra el gobierno y podría decirse que contra la sociedad, las de las fuerzas armadas estatales contra todos los anteriores, aliándose a veces con unos en contra de otros, las de la delincuencia común organizada y no organizada en sus variadas manifestaciones. En medio de esta situación fue que las poblaciones afectadas comenzaron a rechazar la violencia en general, tomando distancia de todos los protagonistas de las múltiples guerras simultáneas, y emprendieron un camino de independencia, neutralidad, autonomía y, en algunos casos, autodeterminación, en vista de que no podían esperar protección segura de nadie, ni siquiera del Estado, comprometido como un actor más en las confrontaciones, o de la comunidad internacional, limitada para desplegar su solidaridad.
La violencia estaba entonces tan presente y su presencia era tan abrumadora que algunos intérpretes no dudaban al afirmar que la cultura de la violencia era uno de los rasgos idiosincráticos de la sociedad colombiana. Otros relativizaban o negaban esa afirmación, haciendo ver que la historia nacional alternaba periodos de violencia y paz o que la violencia siempre había estado distribuida desigualmente entre regiones, incluso ausente en algunas de ellas. En medio de esas discusiones se abrió paso una dicotomía que luego sirvió para organizar las interpretaciones de la situación y permitió tanto a activistas como a analistas caracterizar la opción de quienes comenzaban a rechazar toda violencia, esa dicotomía fue la que oponía cultura de paz a cultura de la violencia.
Las primeras acciones colectivas de paz fueron interpretadas como esfuerzos por generar una cultura de paz. En Nariño, por ejemplo, los resultados de la primera elección popular de alcaldes indujeron a algunos miembros del principal movimiento cívico regional en ascenso a reivindicar el civismo pacifista como rasgo del pueblo de esa provincia y a proponerle al resto de la nación que lo adoptara, tal como quedó consignado en uno de los primeros esbozos de sistematización de experiencias de activismo por la paz (J. Rodríguez, 1988).
Posteriormente, un simposio del VI Congreso de Antropología reunió un poco más de dos docenas de contribuciones sobre el tema, con predominio de ensayos especulativos y testimonios de activistas o funcionarios, la mayor parte de los cuales asociaban la idea de cultura de paz con educación para la paz, más que con expresiones no violentas de grupos culturalmente diferenciados (Bermúdez, 1995).
A partir de esos años la cultura de paz dejó de ser concebida como una alternativa ya existente en algunas regiones o comunidades, que bastaría con extender por todo el territorio nacional, para ser pensada como algo más bien ausente, que podría lograrse a mediano plazo mediante la formación de las nuevas generaciones, principalmente a través de la educación, formal y no formal (Borrero, 2004; Cháux, 2012; Cháux y Velásquez, 2014).
La radicalización de varias comunidades locales que adoptaron mecanismos explícitos de no colaboración con ninguno de los grupos armados desde mediados de los años noventa, sumada a otras expresiones masivas y también radicales de repudio a la violencia en las principales ciudades, configuraron una nueva situación en la cual el activismo por la paz comenzó a ser considerado como resistencia civil.
En uno de los primeros estudios que captó este cambio se asumió la resistencia civil como una forma de acción colectiva que evita el uso de la violencia, tiene como eje la no colaboración con el enemigo, y puede ser tanto positiva como negativa: positiva cuando, inspirada en el gandhismo, busca la conversión del contrincante; negativa cuando aspira simplemente a contrarrestarlo mediante formas pacíficas de acción (Hernández y Salazar, 1999: xi-xii). Las autoras presentan en total siete casos, no todos los cuales corresponden a la caracterización que hacen de resistencia civil, en particular porque en algunos falta el componente de la no colaboración con los contrincantes, de manera que hacen un uso bastante flexible de la noción definida por ellas mismas. Los casos son dos de resistencia civil comunitaria (las comunidades de paz de San José de Apartadó y San Francisco), uno de neutralidad activa sectorial y regional (el de la Organización Indígena de Antioquia), tres que corresponderían respectivamente a los niveles local, regional y nacional de la infraestructura de paz que se estaba creando entonces (Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, Diócesis de San Gil, Redepaz), y otro más, emergente (el de los acuerdos humanitarios locales). El tema relacionado con la creación progresiva de una infraestructura de paz, es decir, una trama organizacional que acumula memoria proveniente de diversas experiencias a medida que estas se van multiplicando y diversificando, es tratado especialmente en el tercer capítulo, donde M. Salazar contrasta brevemente una experiencia filipina, las “zonas de paz”, con algunos de los casos colombianos y diferencia entre iniciativas de base (comunitarias), intermedias (pedagógicas, simbólicas), y nacionales (alianzas, redes). El libro termina por ser más una muestra de la forma en que se estaba conformando la denominada infraestructura de paz que de las experiencias comunitarias de resistencia civil propiamente dichas.
Esto último sería tratado de forma más sistemática por una de las autoras es su siguiente libro (E. Hernández, 2004). Allí reconstruye detalladamente diez casos, seis de los cuales corresponden a la dinámica del Cauca indígena, con base en un esquema que comprende: contexto, causas generadoras, proceso de emergencia (cronología), proyección (recorrido en etapas), propuesta de construcción de paz y logros de la experiencia. En dos de los casos la autora vuelve, ahora con un enfoque enriquecido, sobre las experiencias que ya había analizado en su obra anterior, las comunidades de paz de San José de Apartadó y San Francisco. En el primer capítulo se ocupa de presentar una definición general de las iniciativas de paz desde la base y clasificarlas en tres tipos principales: 1) experiencia de resistencia civil a la violencia del conflicto armado (como las comunidades de paz), 2) experiencias de profundización de la democracia y el desarrollo local (como las asambleas locales constituyentes), y 3) experiencias de resistencia civil frente a la violencia estructural, el conflicto armado y el modelo neoliberal (como los planes de vida). En el segundo capítulo define la resistencia civil asignándole ocho atributos: proceso, acción colectiva, respuesta a diferentes modalidades de violencia, evitación de cualquier recurso a la violencia, generación y ejercicio por parte de la población civil, movilización de la población para que no colabore, proceso previo de organización y planeación, soporte en su propia fuerza moral. Esta obra resalta la importancia de los procesos de resistencia civil desarrollados en el Cauca indígena, una región en donde los hubo simultáneamente de carácter local, zonal y regional, con proyección nacional. Igualmente llama la atención sobre las experiencias de los afrodescendientes, al incluir el caso de la Asociación Campesina Integral del Atrato, y el de las asambleas municipales constituyentes, al incluir la de Mogotes. Al avanzar en la lectura de los casos, el lector pronto descubre un patrón explicativo similar para todos ellos: el contexto de pobreza y ausencia estatal facilita la generación de violencia estructural y violencia directa derivada del conflicto armado, situación que es contrarrestada por la población mediante acciones de resistencia civil para defenderse en el presente y para proyectarse hacia el futuro, obteniendo en el corto plazo destacados logros. Una pregunta queda sin respuesta clara en esta explicación: ¿por qué la población reacciona con pacifismo cuando podría hacerlo con violencia alternativa, como había sucedido antes en algunos de los casos examinados? El mayor mérito de este estudio es el de haber sido el primero que reúne varios casos de un mismo tipo de activismo por la paz y permite por tanto cierto grado de generalización al explicarlos en conjunto.
La experiencia de resistencia civil en el Oriente Antioqueño, que también contó simultáneamente con iniciativas locales, zonales y regionales, teniendo como protagonista una población bastante diferente de la caucana y tuvo rasgos propios, como haber invocado explícitamente por momentos la perspectiva de la no violencia, ha sido menos estudiada. Su análisis se ha centrado en la descripción general del proceso (Novoa, 2009), la reconstrucción de casos destacados (Peralta, 2010; Centro de Memoria Histórica, 2011a; Centro de Memoria Histórica, 2016), y el análisis comprensivo (García y Aramburo, 2011).
Los componentes del activismo por la paz se encadenaron y se acumularon como nunca antes a mediados de los años noventa, dando origen a un movimiento social por la paz que se mantuvo vigente por lo menos hasta el cambio de siglo; grandes acontecimientos pacifistas se sucedieron unos a otros en corto tiempo, la movilización por la paz vivió su “época de oro”. La principal consecuencia que esto tuvo en el campo de estudios sobre el fenómeno fue que este comenzó a percibirse como un movimiento social.
La idea de que existía un movimiento social por la paz surgió inicialmente asociada a otra que venía de atrás e inducía a percibirlo como un movimiento cívico. Esta había surgido a mediados de los años ochenta, cuando una oleada de paros cívicos había presionado a favor de la descentralización política y administrativa, incluida la elección popular de alcaldes, generando una cantidad apreciable de movimientos cívicos locales y regionales que comenzaron a disputar la hegemonía que hasta entonces tenían los partidos políticos tradicionales en los gobiernos locales (Bernal, 2001). Pero la dinámica de las búsquedas de paz era otra y terminó por seducir a los propios activistas de los movimientos cívicos acerca de la conveniencia de impulsar un movimiento social de paz (Sanguino, 2001). Entre algunos analistas la denominación de movimiento cívico perduró algún tiempo (Escobar y C. Rodríguez, 2001; Villarraga, 2003), mientras la de movimiento social ganaba capacidad explicativa y se generalizaba (Balbin, 2001; Romero 2001; Sandoval, 2004). Su uso quedó consagrado cuando apareció uno de los más completos estudios sobre el activismo de paz en Colombia (M. García, 2006).
El libro de M. García, producto de una tesis doctoral, es una respuesta afirmativa a la pregunta que muchos se hacían en aquel momento: ¿las movilizaciones por la paz de la segunda mitad de los años noventa son, acaso, un movimiento social? Es un estudio riguroso que se basa en una noción clara de movimiento social, como un proceso masivo de movilización social, arraigada en organizaciones, que usa un variado repertorio de acciones colectivas, articulado en torno al rechazo a la guerra y la demanda de soluciones pacíficas, que reta tanto al gobierno como a los grupos armados ilegales (M. García, 2006). Logra demostrar que efectivamente hubo un movimiento social por la paz, en la segunda mitad de los años noventa, caracterizado por cinco atributos principales: movilización sostenida, de gran número de personas, con un repertorio innovador, cobertura nacional, poco confrontacional. El momento de mayor movilización había ocurrido entre 1993 y 1999, pero el proceso había comenzado en 1978 y aún continuaba en 2003, cuando termina el periodo de observación tenido en cuenta. M. García analiza, además, con buen nivel de detalle, el contexto de la movilización, sus resultados y los principales recursos empleados por los protagonistas del movimiento. Al final encuentra que a pesar de sus logros, bastante significativos, el movimiento tiene problemas de sostenibilidad y eficacia debido principalmente a la falta de mayor consenso interior sobre cuál es la paz que se busca, pues hay tanto partidarios de la “paz negativa” (el fin de las confrontaciones armadas sin más), como de la “paz positiva” (la remoción de los factores que dieron origen a las confrontaciones), así como tensiones entre quienes favorecen claramente opciones no violentas de transformación, tanto del conflicto como de las condiciones que lo generan, y quienes mantienen ambigüedades al respecto. Este estudio analizó el activismo por la paz cuando la movilización fue más intensa, con un marco de interpretación adecuado a la naturaleza del problema, abundante información y conocimiento desde dentro, como no había sucedido hasta entonces en la obra de un solo autor, aunque probablemente extendió la noción de movimiento social para cobijar periodos en los cuales había acciones colectivas y otras cristalizaciones de activismo, pero no propiamente movimiento social.
Mientras el movimiento social por la paz estaba vigente, generando y vinculando entre sí diversas formas de activismo, surgió entre algunos analistas una cuarta forma de caracterizar el activismo, centrada en la noción de iniciativas de paz. La utilizaron casi por necesidad quienes realizaron los primeros inventarios de las muchas modalidades que adoptó el activismo social por la paz en Colombia o quienes las agrupaban junto con lo que hacían los protagonistas del conflicto en sus intentos de negociación. La expresión apareció en un inventario de alternativas a la guerra, publicado simultáneamente en inglés y en castellano (M. García, 2004), unos quince artículos cortos y notas de varios autores, agrupados en tres secciones: iniciativas cívicas, procesos institucionales, aportes de la comunidad internacional, en el que se mezclaban breves análisis sobre experiencias provenientes de las tres áreas mencionadas. Poco después la misma denominación fue utilizada en otro inventario que se refería exclusivamente a las experiencias de paz generadas por la sociedad (Rettberg, 2006), definida muy en general como un conjunto de emprendimientos estructurados en torno al propósito de cimentar las bases de una paz duradera. Luego el uso de esta nueva denominación hizo carrera, coincidiendo con el declive que experimentó el movimiento por la paz a partir de 2002.
Hoy se puede afirmar sin mayores dudas que la protagonista del activismo social por la paz ha sido la sociedad y los sectores que la componen, pero esto no ha estado libre de controversia. Hay quienes sostienen que se trata de la sociedad civil en general o la sociedad civil organizada, otros dicen que la ciudadanía y los que usan la noción de movimiento social se refieren a un sujeto colectivo y múltiple, dentro del cual se destaca una capa de activistas que promueve la movilización de manera ininterrumpida.
Los años ochenta y noventa del siglo XX