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Seducción de verano. Sebastian Hughes no solía tener en cuenta los sentimientos de su secretaria. Pero, para evitar que se marchase, debía demostrar lo antes posible que la valoraba. Ella, sin embargo, conocía sus tretas de seducción demasiado bien y no pensaba aceptar algo que no fuese amor verdadero. Aventura de un mes. El magnate Richard Wells estaba harto de romances y, sobre todo, del matrimonio. Sin embargo, un día descubrió a una mujer guapísima montando a caballo y se propuso seducirla. El objeto de su deseo no era una mujer de clase alta, sino una empleada con un corazón que podía hacer que hasta el divorciado más convencido se rindiera para siempre.
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Seitenzahl: 176
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. SEDUCCIÓN DE VERANO, N.º 1773 - marzo 2011 Título original: CEO’s Summer Seduction Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011
© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. AVENTURA DE UN MES, N.º 1773 - marzo 2011 Título original: Magnate’s Mistress-for-a-Month Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9830-0 Editor responsable: Luis Pugni
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Julia Fitzgerald miró el Cartier con esfera de diamantes que llevaba en la muñeca y después el cuaderno de notas. Su jefe llegaría exactamente en treinta segundos. Sebastian Hughes era muy puntual. Solía decir que el tiempo era dinero y, aunque él tenía más dinero que el rey Midas, no le gustaba nada desperdiciarlo.
El Cartier era un recordatorio constante de por qué se saltaba las reuniones familiares, las noches de fiesta con sus amigas y por qué soportaba a un jefe tan exigente.
Sebastian pagaba muy bien a su ayudante, secretaria y chica para todo.
La hacienda Siete Robles era enorme, con corrales y establos que ocupaban cientos de metros. En aquel momento estaba en silencio, pero a partir de aquella noche se convertiría en el epicentro de la alta sociedad de los Hampton porque empezaba la temporada de polo.
–Julia, ven conmigo –dijo Sebastian–. Tengo que ir a ver los establos.
Ella asintió mientras tomaba su bolso. Afortunadamente, llevaba unos zapatos marrones de tacón grueso, ideales para caminar por el campo, que se había puesto esa mañana porque sólo quedaban dos días para la inauguración de la temporada de polo y sabía que Sebastian querría revisarlo todo.
Los Hughes eran los fundadores del club de polo de Bridgehampton y el club estaba situado en una hacienda propiedad de la familia de Sebastian que, además de la casa principal, tenía casas para invitados, alojamiento para los mozos e incluso varios apartamentos que el jeque había alquilado esa temporada para sus propios empleados. Sebastian y ella usaban un estudio en la casa como base de operaciones.
–Aquí es donde quiero que instalen la carpa.
–Muy bien.
–Bobby Flay va a venir con Marc Ambrose, el chef, así tendremos publicidad para la inauguración. Por favor, encárgate de todos los detalles.
–Ningún problema –dijo ella, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja.
Sebastian se detuvo para mirarla. Era alto, más bien delgado y llevaba el pelo tan artísticamente despeinado que siempre parecía recién salido de los brazos de su amante.
–Eso es algo que me gusta de ti, Jules.
–¿Qué? ¿Que nunca digo que no?
Julia estaba bromeando porque sabía lo que se esperaba de ella, pero la verdad era que le fastidiaba un poco que Sebastian la llamase Jules. Parecía una tontería, pero se había pasado el primer año recordándole que se llamaba Julia, no Jules.
En fin, daba igual. Él era Sebastian Hughes, acostumbrado a salirse con la suya en todo y, al final, la llamaba como quería. Y ella estaba acostumbrada a su sueldo.
–Exactamente, nunca dices que no –Sebastian sonrió con esa sonrisa suya, tan sexy.
Julia odiaba encontrarlo tan atractivo. Claro que tendría que estar muerta para no hacerlo. Era un hombre alto, moreno, guapo y con cara de travieso; una combinación muy potente.
–¿Has hablado con las revistas y los periódicos?
–Sí, claro. Llevo todo el día al teléfono comprobando que teníamos suficientes famosos. Dicen que Carme Akins va a venir este año, por cierto. Desde su divorcio de Matthew Birmingham es el objetivo favorito de los paparazzi y eso nos garantiza una gran cobertura.
–Sigue con ello –dijo Sebastian–. La cobertura mediática es dinero. Si nadie sabe que están aquí, los periodistas no tendrán razones para venir.
–Lo sé.
–Después de comprobar que no falta nada en los establos necesito que vayas a la clínica y le cuentes a mi padre cómo va todo.
–Muy bien –asintió Julia.
Le gustaba visitar al padre de Sebastian en la clínica en la que estaba recuperándose de un cáncer porque Christian Hughes era un hombre encantador que sabía cómo conquistar a las mujeres. Sebastian tenía esa misma habilidad, pero afortunadamente nunca había intentado conquistarla a ella.
Entonces sonó su BlackBerry y Julia miró la pantalla.
–Ah, Richard ha decidido venir.
–Menos mal.
–La casa de invitados ya está preparada y he llenado la nevera con sus refrescos favoritos.
–Estupendo –dijo Sebastian–. Quiero que lo pase bien este verano. El pobre está tan estresado con eso del divorcio…
–¿Estás preocupado por el estrés de Richard? –preguntó Julia.
–Sí, porque afecta al negocio. Tiene que estar animado para poder concentrase en el trabajo.
Richard Wells no era sólo el mejor amigo de Sebastian, también era su socio y habían creado Clearwater Media juntos. Pero Julia sabía que el divorcio le había afectado muchísimo.
–Haré todo lo posible para que se encuentre a gusto.
–Eso es lo único que te pido –dijo Sebastian–. ¿Sabes algo del jeque Adham Aal Ferjani?
–Su vuelo está en camino y me han confirmado que llegará al helipuerto. Sé que querías ir a recibirlo, pero llegará al mismo tiempo que Richard.
Sebastian sacó su BlackBerry y miró la pantalla.
–Tomaré una copa con Richard más tarde, prefiero ir a buscar al jeque. O tal vez podría enviar a Vanessa.
–La llamaré, si quieres.
–No, no es necesario. La verdad es que no sé si podrá con el jeque. ¿Qué más cosas tengo esta noche?
–Cenar con Cici.
Cici O'Neal era la heredera de la lujosa cadena de hoteles Morton y la última novia de Sebastian. Pero, en realidad, era una chica insoportable. Llamaba a Julia cada día con una lista de cosas que necesitaba para su estancia en la hacienda y la tenía harta.
–Hay algo más que debes hacer por mí, Jules –dijo Sebastian entonces.
Julia miró esos ojos de color azul cielo y se preguntó si su jefe se daría cuenta de que estaba a punto de explotar. Tal vez porque seguía llamándola Jules o tal vez porque estaba harta de Cici, no estaba segura. Sólo sabía que estaba a punto de ponerse a gritar y ella no era así. Intentó respirar profundamente, pero la respiración que le habían enseñado en las clases de yoga no servía de nada. Estaba cansada de ser bien pagada pero invisible. Aunque seguramente Sebastian ignoraba que tenía que hacer un esfuerzo para ocultar sus emociones porque nunca le prestaba demasiada atención.
–Dime qué necesitas –Julia intentó sonreír.
Por el rabillo del ojo vio al guapísimo jugador de polo argentino Nicolás Valera saliendo de uno de los establos. Era el mejor del equipo y, según los rumores, cuando dejase de jugar se convertiría en modelo de la marca Polo de Ralph Lauren.
–Necesito que llames a Cici y le digas que todo ha terminado entre nosotros.
–¿Qué? –Julia miró a Sebastian, convencida de haber oído mal.
–Llama a Cici y dile que hemos roto. Después, envíale esto –Sebastian sacó del bolsillo una caja de la joyería Tiffany y la puso en su mano.
Julia tomó la caja automáticamente. Pero ella no iba a llamar a su última conquista para decirle que habían roto. Por insoportable que fuera Cici, la chica merecía que se lo dijera el propio Sebastian.
De modo que le devolvió la caja y negó con la cabeza.
–No, de eso nada. Esto es algo que vas a tener que hacer tú mismo.
Sebastian parpadeó, sorprendido. Jules nunca le decía que no y él no estaba acostumbrado a que nadie le negase nada. Había aprendido muy pronto que si actuaba como alguien que siempre se salía con la suya, al final se salía con la suya.
–¿Qué has dicho?
–He dicho que no –repitió Julia–. No pienso darle esa noticia a Cici. Hazlo tú.
–Yo decidiré lo que hay que hacer, Jules. Cici sabe que no vamos en serio y este regalo servirá para aplacarla.
Julia negó con la cabeza.
–Cici lleva semanas llamándome para pedir unas cosas y otras porque tenía intención de venir, así que no pienso hacerlo. Es lo más personal que me has pedido que hiciera nunca, demasiado personal.
–Visitar a mi padre también es algo personal y no pareces tener ningún problema en hacerlo –replicó él–. Mira, no tengo tiempo para esto, Jules…
–¿Cuántas veces tengo que decirte que me llamo Julia? –le espetó ella entonces, enfadada–. No me escuchas, Sebastian.
–Oye, un momento. ¿Se puede saber qué te pasa hoy? Pensé que habíamos llegado a un acuerdo sobre el nombre.
Ella sonrió, burlona.
–No, no hemos llegado a ningún acuerdo. Sencillamente, dejé de recordarte cómo me llamo cuando quedó claro que no me hacías ni caso.
Sebastian la miró entonces fijamente, acaso la primera vez que hacía eso en dos años. Era muy atractiva, con una larga y sedosa melena de color castaño que caía sobre sus hombros y los ojos de color chocolate. Cuando la entrevistó para el puesto se dio cuenta de que se sentía atraído por ella, pero sabía que nunca haría nada al respecto. Los hombres que se acostaban con sus secretarias terminaban haciendo el idiota y él no era ningún idiota, de modo que había decidido olvidar esa atracción.
Pero aquel día, con el sol iluminando su cara, de nuevo se quedó sorprendido por lo guapa que era.
Llevaba un vestido de verano sin mangas y las gafas de sol sobre la cabeza… pero estaba enfadada. Y Sebastian sabía que eso era un problema.
Nada que no pudiera solucionar, claro. Tal vez si le ofrecía una compensación económica cedería y haría el trabajo sucio por él.
–Vamos a hablar, Jules… Julia –empezó a decir.
A él le parecía que Jules le pegaba más, pero se daba cuenta de que la molestaba de verdad. O tal vez le molestaba que no le hubiera hecho caso.
–Llama tú a Cici. Yo me encargaré de enviarle el regalo –dijo Julia entonces.
–Si llamas a Cici por mí, te compensaré.
No quería tener que lidiar con Cici aquel día. Si su relación fuera más seria, no le pediría a Julia que la llamase, pero Cici sólo salía con él por sus contactos y su posición. Y a él le gustaba salir con ella porque era muy guapa, pero ahora que empezaba la temporada de polo tenía demasiadas cosas que hacer como para ocuparse de una novia.
Había esperado, bueno, lo habían esperado todos, que su padre estuviese recuperado para la temporada de polo, pero su lucha contra el cáncer de páncreas estaba durando más de lo que habían anticipado. Su hermana menor, Vanessa, decía que como estaba acostumbrado a salirse con la suya, cuando les dijo a los médicos que tenía que estar recuperado para el mes de mayo, todos creyeron que sería así.
–Sebastian, ¿me estás escuchando? No puedes compensarme por algo así. Vas a tener que hablar con Cici tú mismo.
Bajo ese aspecto exterior tan duro Julia tenía un corazón blanco y él lo sabía. Y lo sabía porque, según ella, las mujeres esperaban gestos románticos. Seguramente porque eso era lo que su ayudante esperaba de los hombres.
–Te regalaré, a ti y a tu familia, unas vacaciones pagadas en la isla de Capri si lo haces –la tentó. No conocía a su familia, pero imaginaba que tendría una y le gustaría pasar las vacaciones con ellos.
–Mentiroso.
–¿Qué?
–No dejarás que me vaya de vacaciones –dijo Julia–. Estaría todo el día colgada de mi BlackBerry haciendo cosas para ti.
–Sí, bueno, tienes razón. ¿Pero qué voy a hacer sin ti, Jules… digo Julia? Tú eres mi mano derecha.
–Lo sé y tú sabes que haría casi cualquier cosa por ti, pero no pienso romper con Cici en tu nombre, Sebby.
–¿Sebby?
–¿Por qué no? Mientras tú sigas llamándome Jules…
Él suspiró, divertido al ver un brillo burlón en sus ojos.
–Estoy dispuesto a darte cincuenta mil dólares si llamas a Cici.
El brillo burlón se convirtió en uno de auténtica furia entonces.
–No.
–Pensé que estábamos negociando.
–No estamos negociando nada. Me niego a romper con Cici por ti, ésa es una línea que no pienso cruzar. Visitar a tu padre, apretar la mano de tu socio después de su divorcio, controlar las locuras de tu hermana… esas cosas pueden entrar en la descripción de mi trabajo. ¿Pero romper con una mujer? No, lo siento, no pienso hacerlo.
–¿Y si doblase la oferta?
Julia lo miró, atónita.
–¿Sabes una cosa? Me marcho, se terminó. Debería haberme ido hace mucho tiempo. Me decía a mí misma que trabajando para ti llegaría donde quiero, pero sencillamente no puedo seguir haciéndolo.
–No puedes marcharte ahora que empieza la temporada de polo –exclamó Sebastian–. Tú sabes que te necesito, estoy a tu merced.
–¿Estás a mi merced o éste es otro de tus jueguecitos para conseguir lo que quieres?
–Te necesito de verdad –insistió él. No podría reemplazar a Julia por mucho que quisiera y enseñar a una ayudante nueva todo lo que tenía que hacer… no, imposible. Necesitaba a Jules a su lado, encargándose de los detalles que él no tenía tiempo de controlar.
–Quiero creerlo, pero sé que dirías lo que fuera para que no me marche, te conozco bien.
–Pues claro que lo diría. Yo llamaré a Cici, de acuerdo. Aquí no ha pasado nada.
Julia negó con la cabeza.
–Sí ha pasado. Crees que haría cualquier cosa por dinero.
–Acabas de demostrar que no es así –dijo Sebastian–. Si te quedas hasta que termine la temporada de polo te daré el doble de tu último sueldo y buscaré un puesto en Clearwater donde seas tu propia jefa. ¿Qué tal suena eso?
Julia inclinó a un lado la cabeza y Sebastian vio en sus ojos que quería creerlo.
–Yo soy un hombre de palabra, tú lo sabes.
–Muy bien, trato hecho. Pero tendrás que romper con Cici tú solito.
–Ya he dicho que lo haría.
Ella le ofreció su mano.
–Sellemos el acuerdo con un apretón.
Sebastian estrechó su mano, pero al hacerlo sintió una especie de calambre en el brazo. Maldita fuera, no necesitaba recordar la atracción que sentía por ella en ese momento. Pero tal vez su fuerte carácter y sus convicciones habían aumentado la atracción que sentía por su ayudante.
–Trato hecho –le dijo, apretando su mano durante unos segundos más de lo necesario.
Julia no sabía qué pensar sobre la oferta de Sebastian. Pero él sonreía, satisfecho, y eso la hizo sentir que, como siempre, se había salido con la suya.
Julia miró de nuevo el Cartier que llevaba en la muñeca. Aparentemente, sí tenía un precio.
Pero ella había crecido en un mundo totalmente alejado de sitios como el club de polo de Bridgehampton. De hecho, jamás en su vida había ido a un partido de polo hasta que empezó a trabajar para Sebastian.
Él le había mostrado un mundo al que Julia, criada en un pueblecito de Texas, jamás había tenido acceso. Y era un mundo con el que había soñado siempre.
–Voy a visitar a tu padre –le dijo, apartando la mano e intentando olvidar el escalofrío que sintió en el brazo.
–Muy bien. Yo tengo que hablar con Vanessa y luego llamaré a Cici.
–Más tarde iré a probar el menú para la cena previa a la inauguración. Quiero asegurarme de que no haya ningún error.
–Jules.
–¿Sí?
–Gracias por quedarte –Sebastian alargó una mano para ponerla sobre su hombro, mirándola con sus preciosos ojos azules.
Y Julia tragó saliva. Después de dos años como su chica para todo, de repente Sebastian Hughes le parecía más atractivo que nunca. Y, por lo tanto, más peligroso.
Ella no quería sentirse atraída por Sebastian por muchas razones; la primera, que no era la clase de hombre que le daría lo que ella necesitaba en un novio. No, con él sólo podría tener una aventura tórrida.
¿Y no había visto suficientes víctimas de Sebastian Hughes como para estar alerta?
–Era lo más profesional –le dijo.
–Y tú siempre eres profesional.
–Intento serlo –asintió Julia. Aquel día estaba siendo tan extraño que empezaba a perder el control de la situación, pensó cuando Sebastian deslizó una mano por su brazo.
Nunca antes la había tocado y ahora se alegraba de ello porque habría estado perpetuamente de los nervios en la oficina si la hubiera tocado desde el primer día.
–No creo que debas… –Julia no sabía cómo terminar la frase.
–Tienes la piel muy suave –dijo Sebastian, acariciando su brazo.
–Es que uso crema hidratante –murmuró ella, percatándose de lo absurdo del comentario.
–Sí, es verdad. De melocotón, ¿no?
–Sí –Julia levantó la cara para mirarlo. ¿Cómo sabía eso?
Sebastian pasó un dedo por la articulación del codo y, de nuevo, ella sintió un escalofrío que, en esta ocasión, viajó desde el brazo hasta el pecho, endureciendo sus pezones. Y, tontamente, se preguntó cómo sería sentir sus caricias en otras partes de su cuerpo.
Pero enseguida sacudió la cabeza, intentando contener la atracción que sentía por él. Por Sebastian Hughes, su jefe.
No, imposible, absurdo.
–Soy tu ayudante –le dijo, dando un paso atrás.
–Durante una temporada más. Pero creo que mi regla sobre no tener romances con nadie de la oficina está a punto de romperse.
–No tengo la menor intención de ayudarte a romper esa regla, Sebastian.
Él se inclinó un poco y el aroma de su aftershave la asaltó. Era mucho más alto que ella y bloqueaba el sol de media tarde con su cuerpo.
–Tus ojos cuentan otra historia.
Julia abrió mucho los ojos, atónita. ¿Sebastian sabía que se sentía atraída por él? Bueno ¿y qué?, pensó entonces. Ella era humana y él era un hombre guapísimo.
Pero era su jefe. Y las chicas que se acostaban con sus jefes tenían carreras profesionales notoriamente cortas.
–No.
Sebastian sonrió.
–No vamos a seguir trabajando juntos durante mucho más tiempo, Julia.
–Yo no soy una adquisición –dijo ella–. No puedes insistir en que haga lo que tú quieres. Y no pienso cambiar de opinión sólo porque te niegues a aceptar una negativa.
–Sí, lo harás.
¿Por qué estaba tan convencido de que podía tenerla?, se preguntó. Julia creía haber ocultado bien su atracción por él durante esos dos años pero, por lo visto, no había escapado a su atención. ¿Habría esperado el momento adecuado para aprovecharse?
–¿Señor Hughes?
Sebastian se volvió para saludar a un hombre que se acercaba por el camino y Julia aprovechó la oportunidad para desaparecer. No sabía muy bien lo que había pasado, pero sí sabía que debía alejarse de allí lo antes posible.
Una vez de vuelta en la oficina se dejó caer frente al escritorio, intentando recuperar la tranquilidad. Al menos allí sabía lo que se esperaba de ella.
El chef Ambrose le prometió tener preparado el menú de evaluación a las siete en punto y, mientras se encargaba de los últimos detalles antes de visitar a Christian Hughes, intentó olvidar la conversación con Sebastian y su respuesta a la caricia de sus dedos.
Estaba a punto de conseguir lo que quería: Sebastian le había prometido un puesto en la empresa en el que no tendría jefe. Estaba harta de aceptar órdenes y lista para ser ella quien tomase la iniciativa.
Y no pensaba estropearlo a última hora.
De modo que, decidida, subió a su Volkswagen descapotable y se colocó tras el volante. Aunque hacía calor, allí no era tan insoportable como en Texas, de modo que bajó la capota y se puso las gafas de sol.
Con un nuevo trabajo podría comprarse el Audi A3 descapotable con el que soñaba. Además, no trabajaría para Sebastian y eso era lo mejor.
Sebastian era un hombre complicado y hacía que su vida fuese complicada estando en ella. ¿Debería haberse marchado?, se preguntó.
No habría sido fácil porque le tenía cariño a la familia Hughes. Sebastian, su padre, Christian, su hermana Vanessa, todos se habían convertido en una parte de su vida y marcharse… en fin, no estaba preparada para eso todavía.
Había empezado de nuevo en una ocasión y hacerlo otra vez no entraba en sus planes. Aunque sería mejor recordar que se había quedado porque quería hacerlo.
No le apetecía volver a empezar ahora que estaba tan cerca de tener todo lo que siempre había querido: más dinero, la oportunidad de ser su propia jefa y a Sebastian Hughes.
¿Qué?
¡Ella no quería a Sebastian Hughes!
Julia sacudió la cabeza.
Sí lo quería. Y saber que sólo estarían juntos una temporada más iba a hacer que resistirse a esa atracción fuera muy difícil.