Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Este hito histórico de la filología clásica, la traducción íntegra de los Tratados hipocráticos, es una ocasión única no sólo para los interesados en el nacimiento y la evolución de la ciencia médica, sino para cualquier amante de la cultura griega. El Corpus Hippocraticum es un conjunto de más de cincuenta tratados médicos de enorme importancia, pues constituyen los textos fundacionales de la ciencia médica europea y forman la primera biblioteca científica de Occidente. Casi todos se remontan a finales del siglo V y comienzos del IV a.C., la época en que vivieron Hipócrates y sus discípulos directos. No sabemos cuántos de estos escritos son del "Padre de la Medicina", pero todos muestran una orientación coherente e ilustrada, racional y profesional, que bien puede deberse al maestro de Cos. Más importante que la debatida cuestión de la autoría es comprender el alcance de esta medicina, su empeño humanitario y su afán metódico. Este corpus resulta esencial no sólo para la historia de la ciencia médica, sino para el conocimiento cabal de la cultura griega. Éste es el primer intento de verter al castellano todos estos tratados, y se ha hecho con el mayor rigor filológico: se ha partido de las ediciones más recientes y contrastadas de los textos griegos, se han anotado las versiones a fin de aclarar cualquier dificultad científica o lingüística y se han añadido introducciones a cada uno de los tratados, con lo cual se incorpora una explicación pormenorizada a la Introducción General, que sitúa el conjunto de los escritos en su contexto histórico. El primer volumen de los Tratados hipocráticos incluye los escritos "Juramento", "Ley", "Sobre la ciencia médica", "Sobre la medicina antigua", "Sobre el médico", "Sobre la decencia", "Aforismos", "Preceptos", "El pronóstico", "Sobre la dieta en las enfermedades agudas" y "Sobre la enfermedad sagrada".
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 657
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 63
Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL.
Según las normas de la B. C. G., las traducciones de este volumen han sido revisadas por ELSA GARCÍA NOVO y CARLOS GARCÍA GUAL.
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 85, Madrid, 1983.
www.editorialgredos.com
Las traducciones, introducciones y notas han sido llevadas a cabo por: C. García Gual (Sobre la ciencia médica, Sobre el médico, El pronóstico y Sobre la enfermedad sagrada), M. a D. Lara Nava (Juramento, Ley, Sobre la medicina antigua y Sobre la decencia), J. A. López Férez (Aforismos y Preceptos) y B. Cabellos Álvarez (Sobre la dieta en las enfermedades agudas).
PRIMERA EDICIÓN, 1983.
ISBN 9788424930837.
REF. GEBO185.
Θεσσαλòς ‘Ιπποκράτης, Κῷος γένος, ἐνθάδε κεĩται,
Φοίβου ἀπò ῥίζης ἀθανάτου γεγαώς,
πλεĩστα τρόπαια νόσων στήσας ὅπλοις Ύγιείης,
δόξαν ἑλών πολλὴν οὐ τύχαι, ἀλλὰ τέχναι.
[El tesalio Hipócrates, de linaje coico, aquí yace,
que, nacido del tronco divino de Febo, trofeos múltiples
erigió derrotando a las enfermedades con las armas de Higiea,
y consiguió inmensa gloria no por azar, sino con su ciencia.]
(Ant. Palat. VII 135.)
La colección de escritos médicos griegos que se nos ha transmitido con la denominación general de Corpus Hippocraticum (= CH) comprende algo más de medio centenar de tratados, en su mayoría de breve extensión, redactados generalmente en un estilo conciso y referidos a una amplia temática, que va desde consideraciones generales sobre la profesión y ética del médico a los estudios sobre fisiología y patología, dietética y ginecología. En el cómputo habitual más preciso, la Colección contiene cincuenta y tres tratados en setenta y dos libros, pero la exactitud de la clasificación reposa sobre una distinción de obras y títulos un tanto convencional. Estos textos están redactados en prosa jonia, es decir, en el dialecto literario en que se expresan los primeros filósofos, historiadores y científicos griegos, y este rasgo dialectal resulta muy significativo: la prosa jonia era el medio de comunicación intelectual prestigiado en esa época del mundo griego. Poco importa que en Cos se hablara un dialecto dórico, ni la procedencia diversa de los médicos que colaboraron en la Colección. Es fácil comprender, por otro lado, que este dialecto fuera muy influido por el ático (que pronto sustituyó al jonio como lengua habitual de la prosa histórica y filosófica) y que encontremos en los textos variantes dialectales que no sólo sean producto del descuido de los copistas. Reunidos por la común atribución al famoso Hipócrates de Cos (que vivió hacia 460-380 a. C.), estos tratados de medicina constituyen la primera colección de textos científicos del mundo antiguo.
El núcleo originario de la colección estuvo, según podemos conjeturar sin gran esfuerzo, en la biblioteca que albergara la venerable escuela de los Asclepíadas de la isla de Cos; es decir, la biblioteca médica, especializada y profesional, que fue propiedad, creación y herencia de los miembros del gremio y la familia del mismo fundador, el renombrado Hipócrates. Sus libros estaban llamados a conservar —al margen de las enseñanzas orales de las prácticas y técnicas terapéuticas transmitidas directamente— las ideas y la doctrina del maestro, formando un repertorio de perenne utilidad, y un instrumento teórico de referencia imprescindible para estudiantes y profesionales de una actividad médica constituida ya como oficio técnico, y, a la par, como arte y ciencia positiva y aplicada, es decir, como téchnē.
Los escritos más significativos, los que constituyen el centro fundamental de la colección, fueron compuestos entre 420 y 350 a. C., en la etapa que podemos considerar definitiva en la formación de la doctrina hipocrática. Hay, quizás, en el CH algún escrito algo anterior a estas fechas, y también algunos notablemente posteriores (así, por ejemplo, creemos que Sobre el corazón puede datar de mediados del s. III a. C., y Sobre la decencia y Preceptos se suelen fechar en el s. I o en el II de nuestra era1). Pero lo fundamental y la mayor parte de los textos recogidos en el amplio CH es producto de la investigación y la enseñanza de algunos escritores que compusieron sus obras en los decenios finales del s. V y en los primeros del s. IV a. C. Es decir, de médicos contemporáneos de Hipócrates, si no del mismo Hipócrates, y de sus discípulos próximos, de la generación inmediata.
Recordemos, de paso, que es precisamente en esa época cuando el texto escrito se impone como vehículo definitivo de la tradición cultural, mientras que la transmisión oral del saber va quedando como un procedimiento arcaico, y que en el marco de la ilustración sofística se difunden las ideas nuevas y críticas2. Entre las figuras intelectuales más características de este momento, junto a los historiadores, los filósofos y sofistas, los políticos y oradores, destacan los médicos que confían a la escritura, como medio decisivo de expresión y difusión de su saber, sus ideas sobre el mundo humano y la curación de las dolencias con ayuda de su ciencia y habilidad técnica. El médico, que desde mucho atrás había gozado de una alta reputación como dēmiourgós, es decir, como «funcionario al servicio de la comunidad», se nos presenta no tan sólo como un profesional más o menos rutinario, como technítēs3, sino como un investigador de la naturaleza humana, que pone su saber al servicio de su ciencia práctica. El médico que, según el elogio homérico (Il. XI 514), es «un hombre que vale por muchos otros», busca actuar de manera consciente y metódica, confiando en la inquisición racional, conjugando su actividad técnica con una concepción amplia sobre los procesos naturales que afectan al ser humano como parte integrante de ese cosmos natural, regido por una phýsis universal.
Este concepto de la phýsis4, heredado de la filosofía presocrática, influye decisivamente en la visión intelectual de los escritores hipocráticos, que unen a sus dotes de observación minuciosa una capacidad notable de teorización sobre el hombre y el mundo. Pero no queremos detenernos en este momento en las influencias recibidas del ambiente intelectual por los escritores hipocráticos ni en los influjos que ellos ejercieron en su época5. Queremos simplemente destacar que la aparición de la nueva ciencia médica, y de la literatura especializada hipocrática, se produce en un contexto significativo. Junto a los tratados profesionales hay otros escritos dirigidos a un público profano, que tratan de exponer las ideas del médico, y la medicina resulta así paideía y ciencia teórica. Circulaban muchos libros de medicina que podía leer el hombre culto, sin pretensiones de convertirse en médico profesional, como es el caso del joven Eutidemo del que nos habla Jenofonte (Mem. IV 2, 10). En los diálogos de Platón el médico es citado frecuentemente como ejemplo del profesional docto, y la medicina como la mejor téchnē.
Según ha señalado W. Jaeger, «aunque no hubiese llegado a nosotros nada de la antigua literatura médica de los griegos, serían suficientes los juicios laudatorios de Platón sobre los médicos y su arte para llegar a la conclusión de que el final del siglo V y el siglo IV a. C. representaron en la historia de la profesión médica un momento culminante de cotización social y espiritual. El médico aparece aquí como representante de una cultura especial del más alto refinamiento metódico y es, al propio tiempo, la encarnación de una ética profesional, ejemplar por la proyección del saber sobre un fin ético de carácter práctico, la cual, por tanto, se invoca constantemente para inspirar confianza en la finalidad creadora del saber teórico en cuanto a la construcción de la vida humana»6. Es en este ambiente intelectual de finales del siglo V donde tenemos que proyectar nuestra imagen de Hipócrates, y de otros médicos como él, que representan por su confianza en la razón, por la búsqueda de un método científico basado en la comprensión de la naturaleza, en la observación y en la experiencia, un tipo de persona admirable y característico de ese momento histórico. A este contexto hay que referir al médico hipocrático, un intelectual ambulante, como los sofistas y los historiadores, miembro de un gremio profesional y experto de una téchnē, ávido de captarse atención y renombre por su saber, que actúa según unos principios éticos claros y que destaca, tanto por su amor a la ciencia como por el amor a la humanidad, por su philotechníē y su philanthrōpíē7.
«Sin exageración puede afirmarse que la ciencia ética de Sócrates, que ocupa el lugar central en los diálogos de Platón, habría sido inconcebible sin el procedimiento de la medicina. De todas las ciencias humanas entonces conocidas, incluyendo la matemática y la física, la medicina es la más afín a la ciencia ética de Sócrates», ha dicho W. Jaeger8. Y en los escritos de Platón puede rastrearse una «transposición» de métodos y términos provenientes de la medicina, como ha señalado A. Diès9.
Es en esta primera literatura médica donde se establece, por vez primera en el ámbito cultural griego, la distinción entre «profanos» y «profesionales», un rasgo muy notable en la constitución de un saber científico. Pero, justamente al destacar la importancia y significación de tal hecho, conviene subrayar el empeño manifiesto de los escritores de textos médicos para hacer sus explicaciones asequibles al gran público y difundir sus teorías. El autor de Sobre la medicina antigua recomienda expresamente emplear un lenguaje conocido a los profanos, como algo especialmente conveniente a la medicina en cuanto ciencia (MA 2), y Platón alude, con cierta ironía, pero con simpatía a la vez, a las amplias explicaciones de ciertos médicos (médicos libres de hombres libres), que no sólo trataban de curar, sino también de ilustrar a sus pacientes10. En el CH tenemos, al lado de tratados especializados para uso de profesionales, otros textos que reflejan, en forma de escrito, los discursos o «conferencias» de algunos médicos deseosos de exponer sus ideas o de defender el prestigio de su profesión ante un amplio auditorio. Estos lógoi o epideíxeis son semejantes a los que componían los sofistas. Un buen ejemplo de los mismos lo constituye el tratado Perì téchnēs (Acerca del arte o Sobre la ciencia médica).
Y, al hablar de literatura de médicos, conviene recordar una observación de Aristóteles (en su Política III 11, 1282a) que dice que se llamaba «médico» tanto al profesional de la medicina, como al investigador experto y al hombre culto instruido en tal ciencia (iatròs ho dēmiourgòs kaì ho architektonikòs kaì trítos ho pepaideuménos perì tḕn téchnēn), una distinción que es oportuno tener en cuenta para advertir la variedad de autores y de lectores de los escritos del CH. En el público de estos tratados hemos de contar fundamentalmente con los médicos, pero también con el hombre culto que, como Eutidemo, sentía interés por los avances de la ciencia, y, a la vez, con el filósofo que quería mantenerse al tanto de las opiniones médicas, como Platón o Aristóteles11.
El caudal de la literatura médica atribuida a Hipócrates aumentó, de un modo sin duda muy considerable, al reunirse en el ámbito de la Biblioteca de Alejandría, a mediados o finales del siglo III a. C., la colección de escritos médicos que puede considerarse la fuente directa de nuestro CH. Allí se formó la colección que recogía, catalogados y publicados (en el sentido que puede darse a la palabra en esta época) bajo el prestigioso nombre del ilustre médico de Cos, toda una amplia serie de textos transmitidos hasta entonces en gran parte como anónimos o, acaso, adjudicados a autores cuyo nombre ya nada decía. En aquellos estantes vinieron a mezclarse, si no lo estaban en colecciones anteriores, tratados procedentes de varias escuelas (de las de Cos y de Cnido, y quizás también, de Sicilia y otras del sur de Italia); y la totalidad de estos escritos médicos antiguos, muy variados por su carácter y estilo (había allí libros muy cuidados en su exposición, mientras que otros textos eran meros apuntes o notas profesionales, no destinados a la publicación inmediata), quedaron apadrinados por el nombre de Hipócrates, impuesto al conjunto.
Es cierto que la historia de que los alejandrinos, empeñados en la formación de una gran biblioteca de autores clásicos, compraron en bloque la biblioteca de Cos no pasa de ser una conjetura, sin apoyo en testimonios antiguos. Como señala Smith, «nada en las fuentes sugiere que una biblioteca de Cos fuera llevada en bloque a Alejandría; este mito escolar moderno puede ser ignorado, ya que estaría en nuestras fuentes si tuviera la más mínima base»12. Pero, si prescindimos de lo anecdótico de tal compra en bloque (y, aún más, de ciertas precisiones novelescas sobre la ignorancia y abandono de la biblioteca escolar de Cos en poder de unos herederos ignorantes, como se imaginaba Littré13), podemos seguir pensando que el fondo más importante de lo que el Museo recogió en su colección médica provenía de Cos y pudo estar en la biblioteca primera de los Asclepíadas de la isla, aunque bien pudo haber otras copias y otras colecciones de tratados médicos en otras escuelas y en poder de algunos particulares. (Eutidemo tenía, según Jenofonte, muchos libros de medicina, como los tendría Platón y los tenía Aristóteles.) Pero, en fin, sin detenernos en vanas conjeturas sobre el origen de los libros que llegaron a esta biblioteca alejandrina, subrayemos que su formación es de capital importancia en la constitución del CH como un conjunto de tratados científicos médicos pronto considerados como «clásicos», y merecedores, por lo tanto, de comentarios y glosas. La tradición anterior de los textos queda envuelta en nieblas; a partir de la colección alejandrina, los textos «hipocráticos» quedan protegidos del deterioro y el olvido por la atención de los filólogos y los médicos deseosos de respaldar sus opiniones con la autoridad del antiguo Hipócrates.
A fines del siglo III se compuso el primer glosario hipocrático de que tenemos firme noticia, aunque el texto se nos ha perdido: las Léxeis Hippokrátous de Baqueo de Tanagra, que explicaban los términos más difíciles utilizados en la colección. Parece que tuvo en cuenta unos veinte libros, entre los que estaban El pronóstico, Predicciones, Aforismos, Humores, Epidemias I, II, III, V y VI, Lugares en el hombre, Oficina del médico. Articulaciones, Instrumentos de reducción, Heridas en la cabeza, Dieta de las enfermedades agudas, Enfermedades I, Sobre la ciencia médica, y tal vez, Aires, aguas y lugares y Sobre la naturaleza del niño. Erotiano, que redactó su Compendio de las expresiones hipocráticas a mediados del siglo I d. C., tomó como base de su obra la de Baqueo. Erotiano cita ya veintinueve tratados (en treinta y ocho libros) del CH.
La relación de algunos grandes médicos de los siglos IV y III con la obra de Hipócrates nos es mal conocida. Diocles de Caristo, Praxágoras de Cos, Herófilo y Erasístrato conocieron los textos fundamentales, pero mantuvieron una notable independencia frente a la tradición.
Fue en Alejandría, en los siglos II y I a. C., en medio de las disputas de los médicos de la secta dogmática y de los de la empírica, cuando aparecieron los comentarios amplios de Zeuxis y Heraclides de Tarento, de quienes se dice que comentaron todos los escritos considerados auténticos de Hipócrates. Los empíricos reclamaron, en defensa de sus actitudes, el estudio de los textos de Hipócrates por su muestra ejemplar de la atención a la realidad y a los datos de la experiencia. Estas reivindicaciones de la doctrina acompañan la aparición de los comentarios, que perdudaron hasta los tiempos de Galeno, quien los cita unos tres siglos después. Para nosotros, desgraciadamente, esos comentaristas son poco más que nombres14.
Un tercer momento de interés en la transmisión del CH lo marca el fervor hipocrático del siglo II d. C. A la sombra del renacimiento cultural del siglo de los Antoninos, en el auge intelectual y la admiración hacia lo clásico que trae consigo la Segunda Sofística, de nuevo se difunde el prestigio de Hipócrates. También el «padre de la medicina» es considerado como una figura imponente del pensamiento, un gigante del más glorioso pasado, y, al igual que Platón y Aristóteles, su obra se ve beneficiada por esa atención de los doctos. El afán arcaizante de la época, no por mimético menos sincero, se expresa en una perspectiva un tanto escolástica. Una secta médica se caracteriza por su hipocratismo militante, frente a los «metódicos», que critican algunas teorías del viejo maestro. Pero lo más importante para nuestro actual enfoque es consignar que en este siglo II aparecieron dos importantes ediciones de la colección hipocrática, cuidadas por Dioscórides el Joven y por Artemidoro Capitón, de una gran importancia para la transmisión y difusión del CH. Son la base textual de las versiones latinas aparecidas en los siglos siguientes (de las que conservamos algunas de los siglos V y VI), y también de las árabes.
Fue en esta época, en los siglos I y II d. C., cuando, en torno a la figura un tanto mitificada del fundador de la medicina, se difundió la leyenda biográfica que decora con algunos trazos novelescos la figura del médico de Cos. De esta fabulación tardía nos hablan algunos textos, indudablemente apócrifos, conservados en el CH: las Cartas y el Decreto y los Discursos, que Littré editó también al final de la Colección. Los trazos más notables de esta leyenda biográfica reflejan el afán enaltecedor de la misma, de acuerdo con una pauta un tanto típica: intervención providencial de Hipócrates en la famosa peste de Atenas, rechazo de la invitación de Artajerjes para trasladarse a la corte persa, y correspondencia epistolar con el agudo filósofo Demócrito de Abdera, a más de una intervención mediadora en un conflicto bélico entre Atenas y Cos. Queda puesto de relieve el carácter filantrópico y el patriotismo del personaje, y su sabiduría se refleja en el intercambio epistolar, muy de acuerdo con los ejercicios de la retórica escolar en boga.
De estos tiempos parecen proceder los dos escritos más recientes de la Colección, ambos de carácter deontológico y de un estilo poco clásico: Preceptos y Sobre la decencia.
Y ésta es, en fin, la época de Galeno (130-200 d. C.), que, con su personalidad intelectual y su vasta obra, supone un hito nuevo en la historia de la medicina antigua. En sus extensos comentarios a Hipócrates, Galeno muestra, a la par, una admiración clara y una notable independencia crítica. No le mueve tanto la exactitud en la perspectiva histórica como el afán de situar el texto comentado dentro de su propio sistema de categorías interpretativas. Galeno utiliza y corrige los comentarios de otros autores (que conocemos fundamentalmente a través de sus citas), dándonos casi siempre sus opiniones como las definitivas. Se considera a sí mismo el auténtico heredero de Hipócrates, tomando su legado como un impulso espiritual, más como un caudal de inspiración que como un repertorio definido y detallado de noticias científicas15.
Entre los años 175 y 190, el prolífico escritor comenta unos veinte libros de la colección hipocrática, emitiendo sus juicios sobre la autenticidad e inautenticidad de diversos tratados. Desde su propio sistema científico, un tanto ecléctico, influido por el platonismo de la época y por una concepción fisiológica basada en la teoría humoral (que le hace considerar el tratado Sobre la naturaleza del hombre como una obra central en la medicina hipocrática), Galeno se construye una imagen propia de Hipócrates. Como lector de textos, a menudo critica lecturas de Dioscórides y Artemidoro Capitón; prefiere las variantes de manuscritos anteriores a las correcciones introducidas por los modernos, y glosa los términos con habilidad y un indudable conocimiento de la materia. Su aportación hermenéutica no es decisiva en la tradición textual, pero su labor como comentarista será de una influencia enorme para la intelección de Hipócrates en siglos muy posteriores. A unos quinientos años de distancia, Galeno viene a ser para Hipócrates lo que Plotino viene a ser para Platón: un admirable interlocutor y un heredero espiritual que interpreta el legado (científico o filosófico) del maestro desde un nuevo sistema de pensamiento.
Para la constitución de la colección hipocrática en un verdadero Corpus, cerrado y con los tratados integrantes ordenados en un orden y número fijos, hay un momento bastante posterior al siglo II al que conviene referirnos. En este sentido el CH queda fijado en el siglo X, es decir, en el período bizantino, en ese siglo en que la Suda se refiere a una colección hexēkontabíblous, «de sesenta libros», un número muy aproximado al de los conservados. Como señala J. Irigoin, «materialmente la constitución de tal conjunto no se ha vuelto realizable sino con la aparición del codex, y no era factible con los rollos de papiros antiguos. Cierto que el agrupamiento de volumina diversos en una misma capsa, su etiquetaje, las listas de inventario o los catálogos fueron medios de asegurar una cierta unidad material»16. Pero el estudio de los manuscritos más antiguos y completos del CH revela, en las listas y ordenación de los tratados, que es hacia esa época cuando se ha dado al CH una organización definitiva y cerrada, que ha llegado hasta nosotros. Hay cinco manuscritos antiguos, anteriores al siglo XIII, que son los básicos para el establecimiento de los textos: el Laurentianus 74, 7 (B), que recoge los tratados de cirugía, probablemente de comienzos del siglo X; el Marcianus Graecus 269 (M), de mediados del siglo X; el Vindobonensis Med. Gr. 4 (θ) de mediados del siglo XI, con trece tratados; el Parisinus Gr. 2253 (A) de fines del siglo XI o de comienzos del XII; y, finalmente, el Vaticanus Gr. 276 (V), de fines del siglo XII. El estudio de la tradición manuscrita refleja que el CH se ha constituido en una fecha relativamente próxima y que se han copiado textos de fuentes variadas, y no una colección establecida de forma canónica y homogénea. Es en Constantinopla en el siglo X —una época especialmente brillante del humanismo bizantino— cuando la colección cobra su definitivo contenido y el contenido final. Este hecho es de gran interés con vistas a la edición crítica renovada sobre el análisis minucioso de las variantes de los manuscritos medievales.
Es, pues, una larga y compleja historia lo que hemos de representarnos cuando nos enfrentamos a cualquier libro de la Colección Hipocrática.
La primera edición impresa del CH completo fue la aldina, en Venecia, 1526. (Había estado precedida de una traducción íntegra en latín, hecha por M. Fabio Calvo, en Roma, 1525, que se reimprimió varias veces.) Fue seguida por otras ediciones completas, de las que citaremos la de J. Cornarius, en Basilea, 1538; la de Mercuriali, en Venecia, 1588; y la de A. Foes, en Francfort, 1595.
Orden y clasificación de los escritos del «CH»
Para ordenar en una presentación coherente y completa la serie de los escritos del CH, al margen del orden de la tradición manuscrita, pueden adoptarse varios criterios. De ellos, dos son los que nos parecen más razonables: el que se basa en una clasificación temática de los tratados, y el que atiende al origen y autoría de los mismos.
El primero ofrece la ventaja de una mayor objetividad, aunque pueda resultar discutible la inclusión de un determinado texto en uno solo de los apartados. Ofrecemos la clasificación basada en este criterio en primer lugar, según la ordenación de Haeser, recogida por P. Laín17. (Como en su lista, damos el nombre castellano seguido por el nombre latino y la transliteración del título griego de la obra. Nuestro título en español sólo difiere del recogido allí en los pocos casos en que preferimos otra traducción del mismo.)
I.Escritos de carácter general:
1.Juramento (Iusiurandum; Hórkos).
2.Ley (Lex; Nómos).
3.Sobre la ciencia médica (De arte; Perì téchnēs).
4.Sobre la medicina antigua (De prisca medicina; Perì archaíēs iētrikês).
5.Sobre el médico (De medico; Perì iētroû).
6.Sobre la decencia (De habitu decenti; Perì euschēmosýnēs).
7.Preceptos (Praecepta; Parangelíai).
8.Aforismos (Aphorismi; Aphorismoi).
II.Escritos de contenido anatomofisiológico:
9.Sobre la anatomía (De anatomia; Perì anatomês).
10.Sobre el corazón (De corde; Perì kardíēs).
11.Sobre las carnes (De musculis; Perì sarkôn).
12.Sobre las glándulas (De glandulis; Perì adénōn).
13.Sobre la naturaleza de los huesos (De natura ossium; Perì ostéōn phýsios).
14.Sobre la naturaleza del hombre (De natura hominis; Perì phýsios anthrṓpou).
15.Sobre la generación y Sobre la naturaleza del niño (De genitura y De natura pueri; Perì gonês y Perì phýsios paidíou).
16.Sobre el alimento (De alimento; Perì trophês).
III.Escritos dietéticos:
17.Sobre la dieta (De victu; Perì diaítēs).
18.Sobre la dieta sana (De salubri victu; Perì diaítēs hygieinês).
IV.Escritos de carácter patológico general:
19.Sobre los aires, aguas y lugares (De aere, aquis et locis; Perì aérōn, hydátōn, tópōn).
20.Sobre los humores (De humoribus; Perì chymôn).
21.Sobre las crisis (De crisibus; Perì krisíōn).
22.Sobre los días críticos (De diebus criticis; Perì krisímōn).
23.Sobre las semanas (De hebdomadis; Perì hebdomádōn).
24.Sobre los flatos (De flatibus; Perì physôn).
25.Pronóstico (Prognosticon; Prognōstikón).
26.Predicciones I (Praedicta I; Prorrētikón A).
27.Predicciones II (Praedicta II; Prorrētikón B).
28.Prenociones de Cos (Praenotiones Coacae; Kōiakaì prognṓseis).
V.Escritos sobre patología general:
29.Epidemias (7 libros) (Epidemiorum libri VII; Epidēmiôn biblía heptá).
30.Sobre las afecciones (De affectionibus; Perì pathôn).
31.Sobre las enfermedades I (De morbis I; Perì noúsōn A).
32.Sobre las enfermedades II y III (De morbis II, III; Perì noúsōn B, Γ).
33.Sobre las afecciones internas (De affectionibus internis; Perì tôn entòs pathôn).
34.Sobre la enfermedad sagrada (De morbo sacro; Perì hierês noúsou).
35.Sobre los lugares en el hombre (De locis in homine; Perì tópōn tôn kat ’anthrópou).
VI.Escritos de contenido terapéutico:
36.Sobre la dieta en las enfermedades agudas (De victu acutorum; Perì diaítēs oxéōn).
37.Sobre el uso de los líquidos (De liquidorum usu; Perì hygrôn chrḗsios).
VII.Escritos quirúrgicos:
38.Sobre el dispensario médico (De officina medici; Kat’iētreîon).
39.Sobre las articulaciones (De articulis; Perì árthrōn).
40.Sobre las fracturas (De fracturis; Perì agmôn).
41.Instrumentos de reducción (Vectiarius; Mochlikón).
42.Sobre las heridas en la cabeza (De capitis vulneribus; Perì tōn en kephalêi traumátōn).
43.Sobre las úlceras (De ulceribus; Perì helkôn).
44.Sobre las hemorroides (De haemorrhoidibus; Perì haimorroídōn).
45.Sobre las fistulas (De fistulis; Perì syríngōn).
VIII.Escritos oftalmológicos:
46.Sobre la visión (De visu; Perì ópsios).
IX.Escritos ginecológicos, obstétricos y pediátricos:
47.Sobre las doncellas (De his quae ad virgines spectant; Perì partheníōn).
48.Sobre la naturaleza de la mujer (De natura muliebri; Perì gynaikeíés phýsios).
49.Sobre las enfermedades femeninas (De morbis mulierum; Perì gynaikeíōn).
50.Sobre la superfetación (De superfoetatione; Perì epikyḗsios).
51.Sobre el parto de siete meses y Sobre el parto de ocho meses (De septimestri partu y De octimestri partu; Perì heptamḗnou y Perì oktamḗnou).
52.Sobre la embriotomía (De embryonis excisione; Perì enkatatomês embrýou).
53.Sobre la dentición (De dentinone; Perì odontophyíēs).
Frente a la objetividad de la anterior clasificación, resulta un tanto vacilante la ordenación de los tratados hipocráticos que puede intentarse recurriendo al otro criterio apuntado: el de disponer los escritos según la probabilidad de su autoría hipocrática. Tal clasificación depende, evidentemente, de la solución admitida en lo que podemos llamar «la cuestión hipocrática», y la posición de cada texto tiene que ser justificada en cada caso. No hay un consenso sobre qué obras escribió Hipócrates; ni siquiera hay un testimonio antiguo fiable sobre que un determinado escrito fuera redactado directamente por el gran médico de Cos. Por otro lado, está claro que unos textos reflejan mejor que otros el pensamiento y la técnica hipocráticos, en sus aspectos fundamentales. El intento de una clasificación de los tratados según este principio resulta, en este respecto, esclarecedor para una lectura comprensiva y sistemática de la colección.
A modo de ejemplo de tal posibilidad de clasificación, recogeremos la ordenación sugerida por E. Littré en 1839, cuyo valor es hoy en buena medida histórico, ya que ningún estudioso actual admite tal cual esta clasificación. Pero es, creo, un buen ejemplo de las pautas adoptadas para intentos semejantes. Littré, después de tratar las relaciones entre sí de los diversos tratados y de caracterizarlos brevemente, en uno de los capítulos más interesantes de su Introducción (págs. 292-439), establece once apartados, en los que distribuye los textos del CH y algunos escritos perdidos de los que tenemos alguna mención antigua. La lista es así:
PRIMERA CLASE. — Escritos de Hipócrates: De la medicina antigua; Pronóstico; Aforismos Epidemias, libros I y III; Dieta en las enfermedades agudas; Aires, aguas y lugares; Articulaciones; Fracturas; Instrumentos de reducción; Juramento; Ley.
SEGUNDA CLASE. — Escritos de Pólibo: Sobre la naturaleza del hombre; Sobre la dieta sana.
TERCERA CLASE. — Escritos anteriores a Hipócrates: Prenociones de Cos; Prorrético I.
CUARTA CLASE. — Escritos de la escuela de Cos, de contemporáneos o de discípulos de Hipócrates: Úlceras; Fístulas; Hemorroides; Flatos; Lugares en el hombre; Sobre el arte; De la dieta y los sueños; Afecciones; Afecciones internas; Enfermedades I, II y III; Parto de siete meses; Parto de ocho meses; Sobre la enfermedad sagrada.
QUINTA CLASE. — Libros que son apuntes o notas: Epidemias II, IV, V, VI y VII; Dispensario del médico; Humores; Del uso de los líquidos.
SEXTA CLASE. — Tratados de un mismo autor, que forman una serie particular en el CH: De la generación; De la naturaleza del niño; Enfermedades IV; Enfermedades femeninas; Enfermedades de las vírgenes; De las mujeres estériles.
SÉPTIMA CLASE. — Escrito tal vez de Leocares: De la superfectación.
OCTAVA CLASE. — Tratados más recientes, que conocen el pulso, o el sistema de Aristóteles acerca del origen de los vasos sanguíneos en el corazón, o citados como posteriores por críticos antiguos: Del corazón; Del alimento; De las carnes; De las semanas18; Prorrético II; De las glándulas; una parte de Sobre la naturaleza de los huesos.
NOVENA CLASE. — Tratados, fragmentos o compilaciones no citados por los críticos antiguos: Del médico; De la conducta honorable; Preceptos; De la anatomía; De la dentición; De la escisión del feto; Aforismos, sección octava; De la naturaleza de los huesos; De los días críticos; De los medicamentos purgativos.
DÉCIMA CLASE. — Escritos perdidos de que tenemos mención: Heridas peligrosas; Golpes y heridas; libro I de las Enfermedades (el pequeño).
UNDÉCIMA CLASE. — Piezas apócrifas: Cartas y Discursos.
El mismo E. Littré era muy consciente de las dificultades de una clasificación semejante y expresó sus reservas críticas en más de un pasaje. Citemos, como un ejemplo de su prudencia, unas líneas suyas (vol. VII, pág. IX): «Una incertidumbre general flota sobre todas estas cuestiones. La causa de ella es que ningún contemporáneo cita un solo tratado de Hipócrates. Desde ese momento, nosotros no podemos afirmar, de una manera absoluta, que, en la colección que lleva su nombre, tengamos un solo tratado que sea suyo; la afirmación es solamente probable; pero la seguridad disminuye y la conjetura ocupa un lugar mayor cuando queremos determinar que tal o cual libro le pertenece. Hay razones más o menos verosímiles, pero nunca una certidumbre completa; he ahí el estado real de la crítica en lo que respecta a los libros hipocráticos, desprovistos de testimonios contemporáneos, provenientes, por otro lado, evidentemente de diversas manos.»
Sólo la discusión pormenorizada y minuciosa de un texto que atienda a las particularidades de su contenido y del estilo, y no desestime de antemano los escasos testimonios de los críticos antiguos, puede servir de base a una clasificación como la propuesta. Y no basta con advertir la originalidad de un tratado y la presencia de un notable pensador que expone con firmeza y clara prosa unas ideas hipocráticas, para sentenciar que ahí tenemos un libro del auténtico Hipócrates. Ahí tenemos el caso del autor de Sobre los aires, aguas y lugares (que acaso sea el mismo de Sobre la enfermedad sagrada). ¿Cómo puede garantizarse que sea el mismo maestro de Cos y no otro investigador de la misma época, de gran talento, el que redactó estas líneas?
Pero, antes de entrar en la «cuestión hipocrática», dejemos constancias de la coincidencia en atribuir a Hipócrates algunos textos por parte de Littré y de algunos grandes filólogos alemanes que escribieron importantes estudios sobre la misma cerca de un siglo después.
En su detallado análisis de los libros de las Epidemias, un admirable estudio por su rigor y su precisión, K. Deichgräber acepta como auténticamente hipocráticos los libros I y III de Epidemias, así como los II, IV y VI, redactados algo posteriormente, y Sobre los humores, Sobre los instrumentos de reducción y Sobre las heridas en la cabeza, y considera que están íntimamente relacionados con ellos El pronóstico, Sobre las fracturas, Sobre las articulaciones, Sobre la naturaleza del hombre, Sobre los aires, aguas y lugares, Sobre la enfermedad sagrada, y, tal vez, los libros V y VII de Epidemias. El libro de K. Deichgräber, Die Epidemien und das Corpus Hippocraticum, de 1933 (Berlín), se sitúa en una línea filológica en la que están también los trabajos de M. Pohlenz (Hippokrates und die Begründung der wissenschaftlichen Medizin, Berlín, 1938) y W. Nestle («Hippocratica», Hermes 73 [1938], págs. 1-38). Pohlenz reconoce como de Hipócrates Sobre la enfermedad sagrada, Sobre los aires, aguas y lugares, El pronóstico, y Epidemias I y III. Nestle considera auténticos El pronóstico, Epidemias I y III, Sobre los aires, aguas y lugares, Sobre las articulaciones, Sobre las fracturas, Sobre los instrumentos de reducción, las primeras secciones de los Aforismos, Sobre la enfermedad sagrada, Sobre la dieta sana, y, de manera indirecta, los libros II, IV y VI de Epidemias.
Podemos calificar de «conservadora» esta corriente que admite un núcleo (bastante variable, pero con significativas coincidencias) de escritos que podrían adjudicarse al mismo Hipócrates. En la misma línea están estudiosos importantes posteriores, como Diller, Bourgey y Knutzen19. Frente a ella están quienes consideran que no hay razones para asignar a Hipócrates cualquiera de los escritos del CH. Entre los representantes de esta tendencia conviene citar, en primer lugar, a L. Edelstein («The genuine Works of Hippocrates», de 1939, recogido ahora en su Ancient Medicine, Baltimore, 1967, y su artículo sobre Hipócrates en Pauly-Wissowa, RE20), y a G. E. R. Lloyd («The hippocratic question», Class. Quart. [1975], 171-192), como uno de los más recientes.
No vamos a demoramos demasiado en la cuestión de la autenticidad de los escritos del CH21. Advirtamos que semejante cuestión tiene, en el caso de Hipócrates, un aspecto distinto al que se nos presenta en otras colecciones antiguas, como son el Corpus Platonicum o el Corpus Aristotelicum. Desde muy antiguo se advirtió la gran diversidad, no sólo temática, sino también de ideas y estilos, de los tratados reunidos en la Colección. La atribución a Hipócrates de todos ellos no puede remontar más allá de la colección alejandrina, formada unos doscientos años después de la muerte de Hipócrates y tras una quiebra en la continuidad escolar. Galeno recoge testimonios anteriores sobre la inautenticidad de algunos escritos, y formula sus propias dudas sobre varios de ellos. Pero tampoco el hecho de que Galeno considere auténtico un tratado es para nosotros una garantía de que su autor fuera Hipócrates. Escribe demasiado tarde, y la exactitud en la investigación histórica no es su mérito más acertado. Prefiere como el texto más digno de Hipócrates el tratado Sobre la naturaleza del hombre, porque en él se formula claramente la teoría humoral que el propio Galeno sostiene, a pesar de que otros autores antiguos atribuyen el tratado a Pólibo, yerno de Hipócrates, y de que algunas de las tesis centrales en ese libro no concuerdan con otros tratados considerados auténticos. Incluso la cita de Platón en el Fedro, que es el más importante de los testimonios más antiguos sobre el método de Hipócrates, la refiere Galeno al método de ese tratado. Es un ejemplo de cómo el sabio comentador se deja llevar por sus prejuicios y por el afán de respaldar su propia teoría con el texto más afín al propio sistema22.
La cuestión de atribuir a Hipócrates algún tratado es difícil de solucionar, porque son mínimas las referencias externas a su obra que precisen su método o su estilo, y no hay ninguna cita de una obra concreta por su título. Las referencias más interesantes son dos: la alusión platónica al método hipocrático en el Fedro, que ha hecho correr mucha tinta, y el resumen ofrecido por el fragmento del Anonymus Londinensis, que compendia el texto de Menón, un discípulo de Aristóteles que escribiera una Historia de la medicina23.
Con todo, lo importante es reconocer que, al margen de que se atribuya, con mayor o menor crédito, un opúsculo concreto al mismísimo Maestro de Cos, podemos distinguir en la colección de escritos médicos las trazas de una teoría y un método que podemos calificar de «hipocráticos»24. Es muy interesante advertir cómo en la colección quedan huellas claras de la polémica sobre el método adecuado en la ciencia de la curación —cómo el autor de Sobre la medicina antigua defiende el método tradicional contra los innovadores que basan sus teorías en postulados generales filosóficos, en tanto que, en Sobre los flatos, o en Sobre las carnes, se exponen hipótesis universales como base a la consideración patológica, mientras que el autor de Sobre la dieta, en un estilo que recuerda el teorizar de algunos grandes presocráticos, combina sus postulados con una atención a aspectos concretos de la dietética25—, y reconocer que tras estos debates se encuentra la enseñanza y la impronta personal de un maestro y de una escuela de médicos, incitados a la investigación científica por una gran figura, la de Hipócrates, quien no sabemos si estaba más de acuerdo con el talante empírico del autor de Sobre la medicina antigua o con el discurso especulativo de Sobre la dieta. ¿Cómo determinar si escribió El pronóstico, Epidemias I y III, y Sobre la dieta en las enfermedades agudas? ¿Por qué no seguir atribuyéndole estas obras, como hicieron los antiguos?
Pero cabe también plantearse la pregunta contraria: ¿Por qué seguir haciéndolo sobre una base tan incierta e imprecisa?
Veamos dos testimonios antiguos sobre el método y las doctrinas de Hipócrates, unas líneas del Fedro de Platón y un resumen doxográfico atribuido al peripatético Menón. Primero, Platón:
SÓCRATES. — El mismo es, en cierto modo, el procedimiento de la ciencia médica y el de la retórica.
FEDRO. — ¿Cómo dices?
SÓCRATES. — En ambas es preciso analizar una naturaleza, la del cuerpo en la una, y la del alma en la otra, si pretendes, no sólo por rutina y experiencia, sino de un modo científico, aportarle al uno medicación y alimento para infundirle salud y vigor, y a la otra razones y disposiciones justas para dotarla de la persuasión que quieras y de la virtud.
FEDRO. — Así es, desde luego, lo verosímil, Sócrates.
SÓCRATES. — ¿Crees entonces que la naturaleza del alma es posible entenderla digna y cabalmente sin la naturaleza del todo?
FEDRO. — Si es que algún caso hay que hacer a Hipócrates, el de los Asclepíadas, ni siquiera la del cuerpo se entendería sin ese método.
SÓCRATES. — Bien dice pues, compañero. No obstante, además de a Hipócrates, conviene examinar el razonamiento a ver si concuerda con él.
FEDRO. — Lo apruebo.
SÓCRATES. — Examina entonces respecto de la naturaleza qué dice Hipócrates y el verdadero razonamiento. ¿Es que no hay que reflexionar así acerca de la naturaleza de cualquier cosa? En primer lugar: ¿es simple o complejo eso en lo que queremos ser entendidos y ser capaces de hacer entendidos a otros? Y, luego, si es simple su naturaleza, observar cuál es su capacidad, cuál es la que tiene naturalmente para actuar, y cuál la que tiene para padecer bajo un agente externo cualquiera. Y si presenta varios aspectos, después de enumerarlos, ver en cada uno lo mismo que respecto de la unidad, qué está destinado por naturaleza a hacer y qué dispuesto a sufrir y bajo qué agente.
FEDRO. — Seguramente sí, Sócrates.
(PLATÓN, Fedro 270b-d)
Sobre este texto, breve alusión al método hipocrático, se ha escrito tanto, tratando de identificar, con más o menos agudeza, el texto concreto del CH a que Platón se referiría, o bien negando tal posibilidad, que resulta imposible resumir aquí todas las opiniones expresadas. Indicaremos solamente algunas.
La cuestión viene desde muy antiguo. Galeno pensaba que Platón aludía claramente al tratado Sobre la naturaleza del hombre (tesis que ha vuelto a proponer W. Kranz, en 1944); Ermerins sostenía (en 1839) que un candidato más probable parece ser Sobre los aires, aguas y lugares (opinión respaldada por M. Pohlenz, en 1938); E. Littré veía una alusión directa a Sobre la medicina antigua (y también Th. Gomperz, en 1911); J. Ilberg (en 1894) y W.-H. Roscher (1911) consideraban que era más explícita la referencia a Sobre las semanas. Otros estudiosos consideran que Platón no alude a ninguna obra de las conservadas en el CH, sino que expresa una concepción metódica que subyace en la aproximación de la medicina hipocrática a su objeto: la terapéutica parte de una concepción general del hombre en su entorno y considera la naturaleza del todo, previamente. Esa doctrina podría hallarse subyacente o expresa en las obras más auténticas del CH. En esta misma línea están H. Diels (en 1899), U. v. Wilamowitz (en 1901), Christ-Schmid (en 1902), y otros.
La cuestión dista mucho de estar cerrada, como indican los recientes trabajos de W. D. Smith26, J. Mansfeld27 y R. Joly28. W. D. Smith ha señalado que el texto que parece más directamente aludido, incluso con algún eco verbal directo, en el Fedro, es el tratado Sobre la dieta. Vuelve, pues, a considerar como referencia un texto en el que ya había reparado E. Littré29, quien lo rechazaba por no considerar representativos de Hipócrates ni el método ni el estilo de este escrito, que Smith defiende ahora como el más genuino dentro de la colección.
Traduzco unas líneas de Sobre la dieta (I 2), que parecen bosquejar un programa metódico como el aludido por el Fedro:
Afirmo que quien va a escribir correctamente acerca de la dieta humana debe, en primer lugar, conocer y discernir la naturaleza del hombre en general; conocer de qué está compuesta desde su origen, y distinguir por qué factores está dominada. Pues si no conoce su constitución original, será incapaz de conocer los efectos de sus mismos componentes; y si no distingue lo que predomina en el cuerpo, no será capaz de procurar al hombre el tratamiento conveniente. Eso, pues, debe conocerlo el escritor, y con ello el poder de todas las comidas y bebidas de las que nos servimos en nuestro régimen de vida, qué influencia tiene cada una, sea por naturaleza, por necesidad o por industria del hombre. Porque hay que saber cómo disminuir el poder de las fuertes por naturaleza y de aumentar el vigor de las débiles, mediante nuestra ciencia (dià téchnēs), cuando el momento oportuno para cada caso se presente. Pero quienes conocen lo que acabo de decir no tienen aún el tratamiento suficiente para la persona humana, por el hecho de que el hombre sólo con comer no se mantiene sano, sino que necesita también el ejercicio. Alimentos y ejercicios tienen virtudes contrarias entre sí, pero contribuyen en su contraste a la salud. Porque los ejercicios están dirigidos por naturaleza a desgastar las energías disponibles; los alimentos y bebidas, a colmar de nuevo los vacíos. Es preciso entonces, según parece, discernir la influencia de los ejercicios, tanto de los que son naturales como de los violentos, y cuáles de entre ellos procuran un aumento de las carnes y cuáles una disminución; y no sólo eso, sino además las relaciones adecuadas entre los ejercicios y la cantidad de alimentos, la constitución del hombre, las edades de las personas, su adecuación a las estaciones del año, los cambios de los vientos, la disposición de los lugares en donde se practica esa vida, y la constitución del año. Es preciso conocer las salidas y puestas de los astros, a fin de prevenir los cambios y excesos de alimentos, bebidas, vientos, y del universo entero, que de todo ello les vienen a los hombres las enfermedades.
Realmente parece difícil no advertir que en este programa coinciden los rasgos que Platón atribuye al método de Hipócrates con algunos de los rasgos más característicos de la medicina que suele adjetivarse como «hipocrática stricto sensu». El autor no sólo postula un conocimiento (gignṓskein) de la naturaleza humana en general, sino también un discernir (diagignṓskein) los elementos o componentes de esa naturaleza compuesta y el poder o influencia (dýnamis) de cada una de las partes (mérē). El procedimiento que Platón postula en el Fedro, basado en el análisis (diaírēsis) y en la atención a las partes y al todo (en una synagogḗ posterior), parece estar aquí indicado con toda claridad. La frase más controvertida del pasaje platónico, la que se refiere al conocer la naturaleza del todo (hē phýsis toû hólou), encuentra aquí una clara referencia, tanto si se quiere entender esa «naturaleza del todo» como referida al conjunto del objeto que se investiga, en este caso el hombre, como si se pretende encontrar una referencia al universo entero (ya que Platón citó un poco antes la meteōrología como un conocimiento previo de rigor para toda ciencia que se precie). Ese «conocer y discernir la naturaleza del hombre en general» (prôton mèn pantòs phýsin anthrópou gnônai kaì diagnônai) se funda en un análisis del cuerpo y sus componentes, y de lo que éstos pueden actuar y padecer, y se complementa con una atención a la influencia de las estaciones, los vientos, los lugares, y, en fin, del universo entero (hólou toû kósmou) sobre el hombre.
Creo que es muy inexacto sostener que tenemos aquí una posición que se opone a la doctrina de Cos, por el hecho de que la medicina parezca fundarse en un conocimiento general de base filosófica. Lo que está claro es que el autor de Sobre la dieta necesita recurrir, en su explicación de la naturaleza humana, a postulados generales, a esas hipótesis que el autor de Sobre la medicina antigua (y también el de Sobre la naturaleza del hombre) rechaza como ajenas a la medicina tradicional. El prejuicio de reputar impropio de Hipócrates el tratado Sobre la dieta está fundado —desde E. Littré a R. Joly— en la previa concepción de Hipócrates como un pensador «positivista», enemigo de los postulados generales, como un científico celoso de la autonomía de su téchnē frente a los médicos filósofos. Desde luego el autor de este tratado, que presenta ecos de la lectura de Heráclito y otros presocráticos, no era un médico de ese estilo, sino, más bien, uno de aquellos médicos de nuevas ideas censurados por el escrito Sobre la medicina antigua. Por otro lado, es evidente que no cae en postulados generales tan simples como los que teorizan Sobre los flatos y Sobre las carnes, ya que su concepción terapéutica muestra bien que esa atención a la comprensión general va acompañada de una observación concreta de lo que daña y perjudica al hombre, es decir, de esa atención a la experiencia de lo real, que caracteriza y define al profesional de la época hipocrática. En fin, como ha señalado W. D. Smith, este escrito puede ser también el punto de referencia de las ideas «hipocráticas» resumidas en el Anonymus Londinensis30.
Sobre la cita de Platón hay algo que el lector no debe olvidar tampoco: que cuando Platón alude a otro autor no suele hacerlo con indiferencia, sino que cita de memoria y según su interés, y que, por decirlo con una expresión de R. Joly, interpreta filosóficamente a Hipócrates leyéndolo con ojos platónicos.
El llamado Anonymus Londinensis es un texto papiráceo (del siglo II d. C.) que contiene un resumen de diversas opiniones médicas antiguas, que los críticos han identificado como probable copia, en extracto, de la Historia de la medicina atribuida a Menón, discípulo de Aristóteles. Ya Galeno (XV 25 K) había aludido a esta recopilación de doctrinas médicas (synagogḕ iētrikḗ). E. Littré lamentaba la pérdida total de esta obra que tanto, según pensaba, nos habría aclarado sobre el desarrollo y las teorías específicas de las escuelas y de los médicos griegos. El hallazgo del papiro representó una alegre sorpresa, seguida de una relativa desilusión31, ya que los conocimientos aportados por él han sido de mediano alcance.
El papiro, fragmentario y escueto, de uso escolar, dedica a Hipócrates una sección (V 35-VI 4), relativamente extensa en comparación con las breves menciones que dedica a otros médicos. Pero le adjudica unas teorías médicas de una sorprendente generalidad. El párrafo dedicado a Hipócrates comienza así:
Pero Hipócrates afirma que las causas de la enfermedad son los aires internos (phýsas), según ha explicado Aristóteles al tratar de él. Pues dice Hipócrates que las enfermedades se producen según el siguiente proceso. O bien por la cantidad de los alimentos ingeridos, o por su variedad, o por el hecho de que son fuertes y difíciles de digerir, ocurre que los alimentos ingeridos engendran residuos elementales (perissṓmata) y cuando lo que se ha tragado resulta excesivo, el calor que activa la cocción de los alimentos se ve vencido por los muchos alimentos ingurgitados y no realiza la cocción (o digestión, pépsis), y al ser impedida ésta se originan esos residuos alimenticios (perissṓmata)32.
La mala digestión —sigue diciendo el escrito— origina impedimento de cocción de los alimentos en el estómago, y ésta, la creación, por un proceso de cambio (metabolḗ), de esos residuos orgánicos (perissṓmata) que se transforman en phýsai, aires internos, flatos, o gases, que son la causa directa de las enfermedades.
Esto lo afirmó él (Hipócrates), impulsado por la creencia siguiente: el pneûma (aire respirado) permanece dentro de nosotros como algo de máxima necesidad y de lo más importante, ya que la salud se origina de su libre curso, y las enfermedades, de impedimentos a su fluir. Nos mantiene como sucede con las plantas. Así como éstas están arraigadas en la tierra, del mismo modo nosotros estamos enraizados en el aire, por las narices y por todo nuestro cuerpo. Nos parecemos, al menos, a esas plantas que llaman «soldados». Así como éstas se mueven, enraizadas en lo húmedo, bien hacia lo húmedo, bien hacia otro lado, así también nosotros, como si fuéramos vegetales, nos enraizamos en el aire y estamos en movimiento cambiando de lugar, ora hacia acá, ora hacia allá. Si eso es así, ya se ve lo importantísimo que es el aire.
Sigue el texto hablando de las phýsai y sus cambios, según las bruscas alteraciones del calor, que causan las enfermedades y concluyen reafirmando que tales son las opiniones de Hipócrates según Aristóteles.
Luego añade (un tanto sorprendentemente):
Pero según dice el propio Hipócrates las enfermedades se originan… (hay una laguna en el papiro) se originan las enfermedades por fatigas extremadas, por enfriamiento, por acaloramiento, especialmente por enfriamiento o calentamiento de la bilis y la flema. Y dice, además, Hipócrates que las enfermedades nacen o a partir del aire o según las maneras de vivir (ḕ apò toû pnéumatos ḕ apò tôn diaitēmátōn).
Pasa, después, a indicar que, cuando muchos son afectados por una misma enfermedad, la causa hay que encontrarla en el aire (la atmósfera, aḗr), mientras que, cuando los enfermos tienen varias y distintas dolencias, la causa radica en sus regímenes de vida (tà diaitḗmata).
Algunas veces, pues, lo mismo resulta causa de muchas y variadas dolencias. En efecto el exceso resulta motivador de fiebre y de pleuritis y de epilepsia, que engendra tales enfermedades según la constitución de los cuerpos que lo reciben. Pues, en efecto, no en todos los cuerpos cuando uno solo es el agente causante se produce una misma enfermedad, sino, como ya dijimos, muchos y variados tipos. También ocurre lo contrario cuando a partir de diferentes causas se producen las mismas dolencias. Por ejemplo, el vientre se suelta a causa de un empacho, pero también a causa de la acidez, si hay un flujo de bilis. De esto resulta claro que el hombre (Hipócrates) se equivoca en estas cosas, como demostraremos al avanzar nuestro tratado. No obstante, hay que decir que Aristóteles habla de un modo sobre Hipócrates y éste de un modo distinto dice que se producen las enfermedades.
Importante como es, el texto de esta información doxográfica no deja de ser, al mismo tiempo, decepcionante y un tanto desconcertante, sobre todo en relación con la «cuestión hipocrática». Se han visto en él reflejos de la teoría pneumática defendida por el autor de Sobre los flatos (Perì physôn), y cierta relación (menos continua, pero más profunda, según L. Bourgey) con algunos postulados de Sobre la naturaleza del hombre. Finalmente, W. D. Smith ha detectado en este texto referencias a los planteamientos generales de Sobre la dieta, que él atribuye al mismo Hipócrates.
Conviene destacar también la distinción que el autor marca entre la doctrina de Hipócrates según Aristóteles, y las explicaciones del mismo Hipócrates (que pueden estar extraídas de un determinado texto, y que, en cualquier caso, parecen más complejas y más ajustadas a las sostenidas en varios textos del CH). La frase «dice Hipócrates que las enfermedades nacen o a partir del aire o según las maneras de vivir» encuentra un claro paralelo en Sobre la naturaleza del hombre: «las enfermedades nacen unas de los modos de vida, otras del aire que introducimos al vivir» (hai dè noûsoi gígnontai hai mèn apò tôn diatēmátōn, hai dè apò toû pneúmatos, hò esagómenoi zômen. Las palabras griegas en los dos textos son las mismas).
Quisiera recordar aquí unas claras y oportunas palabras con las que L. Edelstein concluía un famoso artículo sobre las obras de Hipócrates, tras negar la posibilidad de reconocer su autoría en ninguna de las de nuestro CH33.
Si algunos de los libros llamados «hipocráticos» fueron escritos o no por Hipócrates es ciertamente «tema de un interés de anticuario» (en frase de W. H. S. Jones); la solución a este problema ni realza ni menosprecia la grandeza o la importancia de Hipócrates. Por lo demás, un Hipócrates privado de los libros del CH, pero investido por la doctrina que la tradición le atribuye, no pervive tampoco en una sombría existencia. Platón y Menón nos dan suficientes detalles como para dejar claros los esquemas de la medicina hipocrática. Su método científico, su explicación de las enfermedades son conocidos; sus conclusiones específicas pueden ser determinadas por completo al ser contrastadas con las doctrinas contenidas en los llamados escritos hipocráticos; su importancia en la medicina griega está indicada por la historia de su influencia en generaciones posteriores.
Una apreciación del Hipócrates histórico dentro de estos límites es incontestable; mayor conocimiento sobre él y sus escritos no pueden reclamarse con certeza. Si un tal juicio es llamado escéptico, con ello nada cambia. En lo que concierne a la solución de los problemas de nuestro estudio, no veo ninguna diferencia o mérito en ser positivo o negativo o escéptico. Sea lo que sea al respecto, una afirmación sólo es verdadera si y en la medida en que está fundada en razones.
Las razones mejores pueden encontrarse, si es que las hay en alguna parte, en el estudio de los mismos textos, sin duda34. Aunque no nos lleven a identificar como auténticos tales o cuales escritos, nos invitan a reconocer las huellas de un pensamiento sistemático y un método científico dentro de unas precisas coordenadas históricas; y tras esos trazos se perfila la figura de Hipócrates.
La medicina hipocrática se configura en un horizonte histórico e intelectual que podemos delimitar con precisión. Los tratados más significativos del CH (El pronóstico, Sobre la medicina antigua, Epidemias I y III, Sobre la dieta en las enfermedades agudas, Sobre la enfermedad sagrada, Sobre los aires, aguas y lugares, Sobre la dieta, etc.) están escritos en los últimos decenios del siglo V o a comienzos del siglo IV a. C. Son obra de Hipócrates o de otros médicos de su generación. Esto es lo que nos interesa destacar: estos profesionales de la medicina pertenecen a un momento muy bien caracterizado de la cultura griega, el del apogeo de la ilustración y del racionalismo. Tienen un patrimonio tradicional, en cuanto technítai de la curación y dēmiourgoí, formado por un repertorio de observaciones y experiencias adquiridas en la práctica propia y en la enseñanza recibida de sus maestros y precursores en el arte, médicos ambulantes, y también maestros de gimnasia y educadores de atletas. Pero, bajo el influjo de la teoría filosófica acerca de la regularidad de la naturaleza, estos escritores médicos tratan de explicitar los fundamentos teóricos de su arte y de confirmar la validez de su ciencia exponiendo sus principios generales. Siempre sin perder de vista el objetivo final: combatir las dolencias y devolver al hombre la salud, su condición natural. Se empeñan en demostrar que la medicina, como ciencia real, téchnē eoûsa, no sólo es una práctica benéfica, sino también un saber operativo acerca del hombre y del mundo en el que vive y perece. La hazaña intelectual de estos médicos ha pervivido como impulso hacia el conocimiento del hombre, más allá de sus limitados logros en motivos concretos de su dominio científico.
Uno de los pocos datos firmes que tenemos sobre Hipócrates es el de su nacimiento en Cos hacia el 460 a. C. Esto quiere decir que era un estricto coetáneo de Demócrito de Abdera y que era unos diez años más joven que Sócrates. Bien pudo escuchar, como señala la tradición biográfica, al famoso Gorgias, y tomar lecciones de su hermano, el médico Heródico de Selimbria, reputado por sus tratamientos dietéticos. Sabemos también que ejerció la actividad médica en el norte de Grecia (en Tesalia y en Tracia, como el autor de Epidemias I y III) y en la isla de Tasos y cerca del Ponto Euxino, y que murió en Larisa a una edad avanzada. Debió de gozar pronto de prestigio como profesional ilustre, a juzgar por la referencia de Platón en el Protágoras (31 1b) que lo nombra como ejemplo de un maestro en su oficio, dispuesto a enseñar a otros mediante salario. (El Protágoras fue escrito hacia el 395 a. C., y sitúa el coloquio allí narrado unos treinta años antes.)
Era uno de los Asclepíadas, es decir, uno de los descendientes de Asclepio, el héroe fundador de la medicina. Al remontar su genealogía hasta el sabio hijo de Apolo, los médicos de Cos sólo destacaban el carácter gremial y familiar de su oficio, lo mismo que los rapsodos de Quíos, los «Homéridas», remontaban la suya hasta el patriarca de la épica, Homero. También sus hijos fueron médicos, Tésalo y Dracón, y a su yerno Pólibo le atribuyeron algunos autores antiguos el tratado Sobre la naturaleza del hombre.
La Antología Palatina (VII 135) nos ha transmitido un hermoso epitafio honorífico, que le rinde alabanzas como a un noble guerrero, y que pudo estar grabado sobre su tumba en Larisa:
El tesalio Hipócrates, de linaje coico, aquí yace,
que, nacido del tronco divino de Febo, trofeos múltiples
erigió derrotando a las enfermedades con las armas de Higiea,
y consiguió inmensa gloria no por azar, sino con su ciencia.
Pero en ese combate «con las armas de Higiea», que logra sus victorias no de la casualidad, sino del saber técnico, ou týchēi, allá téchnēi, Hipócrates no era, sin duda, un guerrero solitario. Su actividad profesional se inscribe en una tradición larga dentro de la historia social griega, ya que desde los poemas homéricos está atestiguado el prestigio de algunos médicos. (Cf. Ilíada XI 514; Odisea XVII 383.) Sabemos, luego, de la estimación y altos emolumentos de destacados médicos, como Democedes de Crotona, que trabajó en Egina, en Atenas, y en la corte del tirano Polícrates en Samos (según cuenta Heródoto, III 131), o como Ctesias de Cnido, que lo hizo en la corte persa de Artajerjes II, o como Onasilo y sus hermanos, a los que alude una inscripción chipriota de Edalion (de mediados del siglo V) prometiéndoles una elevada suma o tierras por atender a los heridos en un asedio de la ciudad. Tanto en la guerra como en la cotidiana práctica de la vida ciudadana, el médico era un demiurgo necesario y apreciado, un «artesano» itinerante, hábil en su oficio, en una praxis que requiere la habilidad manual y el ejercicio constante de la inteligencia. Ya desde mucho antes de Hipócrates la medicina griega se había desarrollado sobre unos supuestos empíricos y técnicos, al margen de la medicina religiosa y de la superstición popular36.
La distinción entre el médico que cura heridas de guerra mediante la cirugía y diversos cauterios, y el médico de enfermedades internas, está ya en la épica, según unos versos de Arctino en su poema El saco de Troya (compuesto a fines del siglo VIII a. C.), que se refiere a Macaón y Podalirio, hijos de Posidón aquí (o de Asclepio, según la versión homérica):
Su padre, el ilustre Sacudidor de la tierra, les concedió sus dones a ambos, pero a uno lo hizo más glorioso que al otro. A uno lo dotó de manos más ligeras para sacar dardos de la carne, y para cortar y aprontar remedios a todas las heridas. Al otro le infundió en el pecho todo lo preciso para reconocer lo escondido y para curar lo incurable. Él fue el primero en advertir los relampagueantes ojos y la abotargada mente de Áyax enloquecido37.
Volviendo a ello, es importante destacar que la medicina griega se había desligado, desde muy antiguo, de cualquier vinculación con las prácticas religiosas y con la magia. Ya en Homero hay testimonios de ese médico que actúa al margen del sacerdote purificador. Es el caso de Macaón, hijo de Asclepio, que «vale como médico por muchos hombres» y sabe «extraer los dardos y aplicar suaves remedios a las heridas» (Il. XI 514-5). Aunque en Grecia perduraron con éxito los santuarios y templos donde, bajo el patrocinio de Asclepio, se operaban milagrosas curas, y la medicina popular que recurría a prácticas mágicas y a remedios supersticiosos siguió contando siempre con numerosos adeptos, la medicina científica discurrió por caminos propios, bien diferenciados de los frecuentados por magos, adivinos, curanderos de varios tipos y trazas, y adivinos de diversa catadura. Tanto el autor de Sobre la enfermedad sagrada (1, 2, 17) como el de Sobre los aires, aguas y lugares (que bien pudiera ser el mismo) expresan su desdén hacia los practicantes de esos turbios remedios, y manifiestan su confianza en que todas las enfermedades son naturales y deben tratarse por medios naturales.
Por otro lado, la deificación de Asclepio no parece un proceso demasiado antiguo. Según L. Edelstein38, se produjo a fines del siglo VI a. C., cuando, en la tendencia a personalizar la relación religiosa del enfermo con la divinidad curadora, se habría desplazado a Apolo, el Sanador por excelencia, Péan, en favor de Asclepio, el héroe, hijo del dios y de la ninfa Corónide. El culto a Asclepio, atestiguado en Epidauro hacia el 500 a. C., se introdujo en Atenas hacia el 420 a. C. y en Cos a mediados del siglo IV