Veinte mil leguas de viaje submarino - Julio Verne - E-Book

Veinte mil leguas de viaje submarino E-Book

Julio Verne

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Beschreibung

Veinte mil leguas de viaje submarino (Vingt mille lieues sous les mers) es una de las obras literarias más conocidas del escritor francés Julio Verne. La historia comienza con una expedición a bordo de un buque de la marina de guerra estadounidense: el Abraham Lincoln, al mando del almirante Farragut, que busca dar caza a un extraño cetáceo, con un largo y filoso cuerno en el hocico (luego se demuestra que el animal es un narval), que había ocasionado daños a diversas embarcaciones. Durante la expedición, los protagonistas se ven lanzados por la borda del buque como resultado de una embestida del animal. El profesor Aronnax y su acompañante Conseil son rescatados por el arponero canadiense Ned Land que también cayo al agua con ellos, después del impacto de la criatura, y los tres logran llegar a nado a un lugar seguro. Una vez a salvo, descubren que no se encuentran realmente en una isla, sino sobre una estructura metálica: un submarino a flote a cuyo interior acceden por una compuerta, llevados por ocho enmascarados.

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Julio Verne

Veinte mil leguas de viaje submarino

Julio Verne

VEINTE MIL LEGUAS

DE VIAJE SUBMARINO

editado por Carola Tognetti
Greenbooks editore
ISBN 978-88-3295-044-1
Edición Digital
Mayo 2017
ISBN: 978-88-3295-044-1
Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com).

Indice

VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

Primera parte

1. Un escollo fugaz

2. Los pros y los contras

3. Como el señor guste

4. Ned Land

5. ¡A la aventura!

6. A todo vapor

7. Una ballena de especie desconocida

8. «Mobilis in mobile»

9. Los arrebatos de Ned Land

10. El hombre de las aguas

11. El «Nautilus»

12. Todo por la electricidad

13. Algunas cifras

14. El río Negro

15. Una carta de invitación

16. Andando por la llanura

17. Un bosque submarino

18. Cuatro mil leguas bajo el Pacifico

19. Vanikoro

20. El estrecho de Torres

21. Unos días en tierra

22. El rayo del capitán Nemo

23 ((Aegri somnia))

24. El reino del coral

Segunda parte

1. El océano índico

2. Una nueva proposición del capitán Nemo

3. Una perla de diez millones

4. El mar Rojo

5. «Arabian Tunnel»

6. El archipiélago griego

7. El mediterráneo en cuarenta y ocho horas

8. La bahía de Vigo

9. Un continente desaparecido

10. Las hulleras submarinas

11. El mar de los Sargazos

12. Cachalotes y ballenas

13. Los bancos de hielo

14. El Polo Suir

15. ¡Accidente o incidente?

16. Sin aire

17. Del cabo de Hornos al Amazonas

18. Los pulpos

19. El Gulf Stream

20. A 470 24' de latitud y l70 28' de longitud

21. Una hecatombe

22. Las últimas palabras del capitán Nemo

23. Conclusión

VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO

Julio Verne

Primera parte

Julio Verne

VEINTE MIL LEGUAS

DE VIAJE SUBMARINO

editado por Carola Tognetti
Greenbooks editore
ISBN 978-88-3295-044-1
Edición Digital
Mayo 2017

1. Un escollo fugaz

El año 1866 quedó caracterizado por un extraño aconteci­miento, por un fenómeno inexplicable e inexplicado que na­die, sin duda, ha podido olvidar. Sin hablar de los rumores que agitaban a las poblaciones de los puertos y que sobreex­citaban a los habitantes del interior de los continentes, el misterioso fenómeno suscitó una particular emoción entre los hombres del mar. Negociantes, armadores, capitanes de barco, skippers y masters de Europa y de América, oficiales de la marina de guerra de todos los países y, tras ellos, los go­biernos de los diferentes Estados de los dos continentes, ma­nifestaron la mayor preocupación por el hecho.

Desde hacía algún tiempo, en efecto, varios barcos se ha­bían encontrado en sus derroteros con «una cosa enorme», con un objeto largo, fusiforme, fosforescente en ocasiones, infinitamente más grande y más rápido que una ballena.

Los hechos relativos a estas apariciones, consignados en los diferentes libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud en lo referente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la excepcional velocidad de sus movimientos, a la sorprendente potencia de su locomoción y a la particu­lar vitalidad de que parecía dotado. De tratarse de un cetáceo, superaba en volumen a todos cuantos especímenes de este género había clasificado la ciencia hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lacepède, ni Dumeril ni Quatrefages hubieran admitido la existencia de tal monstruo, a menos de haberlo visto por sus propios ojos de sabios.

El promedio de las observaciones efectuadas en diferen­tes circunstancias ‑una vez descartadas tanto las tímidas evaluaciones que asignaban a ese objeto una longitud de doscientos pies, como las muy exageradas que le imputaban una anchura de una milla y una longitud de tres‑ permitía afirmar que ese ser fenomenal, de ser cierta su existencia, su­peraba con exceso todas las dimensiones admitidas hasta entonces por los ictiólogos.

Pero existía; innegable era ya el hecho en sí mismo. Y, dada esa inclinación a lo maravilloso que existe en el hom­bre, se comprende la emoción producida por esa sobrenatu­ral aparición. Preciso era renunciar a la tentación de remitir­la al reino de las fábulas.

Efectivamente, el 20 de julio de 1866, el vapor Governor Higginson, de la Calcuta and Burnach Steam Navigation Company, había encontrado esa masa móvil a cinco millas al este de las costas de Australia. El capitán Baker creyó, al pronto, hallarse en presencia de un escollo desconocido, y se disponía a determinar su exacta situación cuando pudo ver dos columnas de agua, proyectadas por el inexplicable obje­to, elevarse silbando por el aire hasta ciento cincuenta pies. Forzoso era, pues, concluir que de no estar el escollo someti­do a las expansiones intermitentes de un géiser, el Governor Higginson había encontrado un mamífero acuático, desco­nocido hasta entonces, que expulsaba por sus espiráculos columnas de agua, mezcladas con aire y vapor.

Se observó igualmente tal hecho el 23 de julio del mismo año, en aguas del Pacífico, por el Cristóbal Colón, de la West India and Pacific Steam Navigation Company,. Por consi­guiente, el extraordinario cetáceo podía trasladarse de un lugar a otro con una velocidad sorprendente, puesto que, a tres días de intervalo tan sólo, el Governor Higginson y el Cristóbal Colón lo habían observado en dos puntos del mapa separados por una distancia de más de setecientas le­guas marítimas 1[L1].

Quince días más tarde, a dos mil leguas de allí, el Helvetia, de la Compagnie Nationale, y el Shannon, de la Royal Mail, navegando en sentido opuesto por la zona del Atlántico com­prendida entre Europa y Estados Unidos, se señalaron mu­tuamente al monstruo a 42 0 15'de latitud norte y 60 0 35'de longitud al oeste del meridianode Greenwich. En esa obser­vación simultánea se creyó poder evaluar la longitud mínima del mamífero en más de trescientos cincuenta pies ingleses 2[L2] , dado que el Shannon y el Helvetia eran de dimensiones infe­riores, aun cuando ambos midieran cien metros del tajamar al codaste. Ahora bien, las ballenas más grandes, las que fre­cuentan los parajes de las islas Aleutinas, la Kulammak y la Umgullick, no sobrepasan los cincuenta y seis metros de lon­gitud, si es que llegan a alcanzar tal dimensión.

Estos sucesivos informes; nuevas observaciones efectua­das a bordo del transatlántico Le Pereire, un abordaje entre el monstruo y el Etna, de la línea Iseman; un acta levantada por los oficiales de la fragata francesa La Normandie; un es­tudio muy serio hecho por el estado mayor del comodoro Fitz‑james a bordo del Lord Clyde, causaron una profunda sensación en la opinión pública. En los países de humor li­gero se tomó a broma el fenómeno, pero en los países graves y prácticos, en Inglaterra, en América, en Alemania, causó una viva preocupación.

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