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Las 108 perlas del Cristo..., así me ha parecido acertado titular la obra que tienes entre las manos.
Como sabemos, vivimos una época de profundo cuestionamiento. En un momento en que el replanteamiento de nuestros valores esenciales suscita incontables reguntas, y en que a nuestra alma le cuesta reconocer su propia naturaleza, se imponían las páginas que tejen este libro.
Oficialmente, lo único que sabemos de Cristo es lo que nos dicen de él los Evangelios clásicos. Sin embargo, bajo la Tradición y al margen de los dogmas, existe una Memoria que ha sabido preservar fielmente su enseñanza original: la contenida en el Akasha.
Durante más de 35 años, me he dedicado a investigar en ella para hacer aflorar en nuestra consciencia el mayor número posible de Enseñanzas que Cristo ha querido legar a nuestra humanidad.
Este libro, que presenta una selección de frases acompañada de comentarios destinados a actualizar su comprensión, resume la quintaesencia de esa investigación.
Destinado a ser una especie de libro de cabecera, una base de meditación o de reflexión, se puede abrir «al azar» a lo largo de las horas y los días, como una guía de viaje interior, un compañero.
Mi deseo es que os llegue a cada uno al Corazón y os ayude libre y concretamente en vuestra peregrinación por la Tierra...
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Daniel Meurois
Querido Lector si este libro le ha ayudado, dispone de más obras de este autor y todo nuestro catálogo en:
Titulo original:Les 108 Paroles du Christ
©Autor:Daniel Meurois
©Traducción:Teresa Sans
Corrección:Ricardo de Pablo
Maquetación:Antonio García Tomé
Diseño cubierta:Ed. Isthar Luna Sol
Maquetación e-pub:Ulzama Digital
Primera edición: noviembre 2017
© Éditions le Passe-Monde
© Ediciones Isthar Luna-Sol 2017
Calle Arganda, 29 28005 - Madrid (España)
ISBN: 978-84-17230-17-3
Depósito legal: M-32050-2017
Impreso en España
Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser reproducido, integra o parcialmente, por cualquier medio mecánico, electrónico o químico, ya existente o de futura introducción, incluidas fotocopias, adaptaciones para radio, televisión, internet o webTV, sin la autorización escrita del editor.
A Marie-Dominique y a Dominique, dos viejos compañeros de viaje muy queridos por mi corazón
Con mi especial agradecimiento a Francis, por su paciente trabajo de investigación
Nota editorial
Estas Perlas nos abren un camino fácil hacia la felicidad, nos invitan a actuar desde la autenticidad, a vivir con la alegría el día a día, despojándonos de todo lo que no nos proporcione experiencias positivas en nuestra vida.
Con esta selección tan afortunada de frases de Jeshua, Daniel Meurois nos proporciona algo así como untimónque nos sirve para mantener el rumbo hacia una vida de Luz, Amor y Sabiduría Crística.
Es también una invitación a sopesar la importancia de lo material, aceptar el reto de la humildad, esa energía tan característica de Jeshua, y abrirse a entender nuevos conceptos que nos pueden llevar a una comprensión mayor de las relaciones humanas.
Daniel amplia y profundiza cada una de estas 108 perlas, aportando su gran saber y experiencia, sin duda es un valor añadido que llevará al lector hacía un sentir más elevado y sublime en el descubrimiento del propio camino interior.
Por una serena fuerza
Nuestra época se distingue por generar un mayor estruendo que ninguna otra anterior. Y no me refiero al estrépito provocado por su industrialización exacerbada, sino al alboroto que poco a poco ha ido invadiendo el espacio interior de una gran mayoría de nosotros.
Ciertamente, existe una relación causa-efecto… El ruido de la actividad humana desbordante, con sus miles de estímulos, nos invita constantemente a distraernos de «lo que ocurre dentro de nosotros».
Con frecuencia, su eco nos impide reencontrarnos tal como somos en nuestra intimidad; nos disocia de nuestra alma, a veces hasta el punto de hacernos negar su existencia.
Pero esto no tiene vuelta atrás… El mundo se mueve y nos obliga a movernos con él. De hecho, la propia aceleración de sus movimientos constituye una iniciación en sí. Quizá sea incluso la más determinante de las iniciaciones, pues nos obliga a superar continuamente los valores y conceptos que considerábamos definitivos. Y también nos obliga a recapitular y expandir nuestra conciencia para mantener el equilibrio, buscar una verdadera armonía y, finalmente, un sentido a la vida. Dar sentido a la vida… es mostrarle, devolverle su corazón. En otras palabras, es manifestar lo Sagrado que hay en ella.
Sí, lo Sagrado con mayúscula… un término demasiado infrecuente, un concepto que a veces incomoda, sencillamente porque nos remite a nuestra esencia, es decir, a nuestro espíritu.
En realidad, el reencuentro con él es la primera razón de ser de esta obra.
En efecto, qué mejor manera de recuperar lo Sagrado que descubrir o rememorar Palabras de Sabiduría, enseñanzas iluminadoras que nos sugieren la dirección de nuestra Fuente, donde se sitúa nuestro punto de centramiento.
A la luz del trabajo de investigación que he llevado a cabo durante los últimos treinta y cinco años, a través de eso que llamamos la Memoria del Tiempo, recolectar esas Palabras en la propia Enseñanza original de Cristo me ha parecido de lo más natural. ¿Dónde podría haber encontrado nada más bello, más cierto, más rico?
Como verás, su valor, su profundidad y la fuerza que desprenden son atemporales. No hacen referencia a ningún dogma puesto que, como es obvio y lo afirma concretamente una de ellas, «las verdaderas Escrituras están en nuestro corazón».
Pero no bastaba con recopilarlas… Merecían ser comentadas, adaptadas a nuestra necesidad de comprensión de hoy —actualizadas, de alguna manera— para convertirlas en un soporte que responda a nuestra necesidad de crecimiento y serenidad.
Que esta inspirada recopilación te acompañe igual que ha sido concebida: con libertad, alegría, confianza y, desde luego, amor.
«Todas las heridas de vuestras vidas las conozco por haberlas sufrido en mi carne y en mi alma.
»Mi labor es ensanchar el camino para vosotros. Descansad por tanto en mi corazón cuando la carga resulte demasiado pesada. Tiene cabida suficiente para recibiros a todos y para despertar la Remembranza en cada uno de vosotros».
(Recuperando mi Autoestima)
Tenemos que entender que en el camino que todos recorremos no hay elegidos, sino simplemente seres que aprenden a crecer por sí mismos. La vida es un aprendizaje constante, y el objetivo de cada dificultad es hacernos crecer, desde nuestras raíces hasta el alma.
El propio Jeshua, Jesús habitado por el Cristo, es ejemplo perfecto de ello. Enseñaba a sus discípulos más cercanos que había atravesado todas las pruebas humanas a lo largo de los Tiempos, y que era eso lo que, una vez trascendido, hacía de él el Receptáculo de lo Divino. Ninguna realización se debe a una gracia invisible y arbitraria.
También a nosotros se nos pide que nos construyamos con nuestros propios esfuerzos.
Por el camino, el Principio Crístico universal constituye un remanso de paz, un espacio interior en el que se nos invita a refugiarnos cuando sentimos la necesidad o cuando arrecia la tormenta.
Porque prefigura y anuncia la herencia luminosa a la que por nuestra propia esencia podemos aspirar todos, Cristo nos anima por tanto a descansar en Él, es decir, a abandonarnos a su Presencia permanente.
Nos exhorta a una confianza sagrada, a aflojar nuestras tensiones incluso cuando estamos en el ojo del huracán.
Tomemos conciencia de que Él es ese Principio de ascensión a la potencia ilimitada cuya semilla llevamos plantada en nosotros desde toda la eternidad. Jeshua ha venido a estimular la remembranza encerrada en lo más profundo de nuestra alma.
Confiar en la huella amorosa que dejó la Tierra es conectar con su Espíritu para recobrar fuerza y aliento.
«La purificación no persigue en modo alguno la mortificación, sino el esplendor del ser en su verdadera dimensión.
»Purificarse no es castigarse, sino reconciliarse con la propia naturaleza original».
(El Método del Maestro)
Incluso cuando deseamos sinceramente crecer en conciencia y dedicar todos nuestros esfuerzos a ese empeño, muchas cosas siguen pareciendo confusas todavía. Los esquemas dogmáticos repetidos a lo largo de los siglos con frecuencia dan lugar a numerosas deformaciones e incluso contrasentidos. Eso es lo que ha ocurrido con la noción de purificación.
Para muchos de nosotros, purificación rima casi con sanción. Esa percepción contribuye a convertir la búsqueda espiritual en una vía de tristeza y privaciones.
Sin embargo, la visión de Cristo era otra… A su modo de ver, la purificación no era una expiación, sino una búsqueda sincera de transparencia, es decir, la voluntad de acercarse a la verdad.
Todos llevamos máscaras, las de nuestras personalidades egóticas. Se nos pide que las reconozcamos, pero también que identifiquemos los condicionamientos y servilismos de que están hechas, pues son estos los que turban las aguas del alma.
Purificarse es dedicarse con paciencia a sacar a la luz lo que no es verdaderamente nosotros, sino la ilusión de nosotros que alimentamos. Para encontrarnos a nosotros mismos, para restituir nuestra realidad original, tenemos que descontaminarnos de nuestras mentiras y de nuestros barnices. Esa es la tarea que tenemos que llevar a cabo.
Nuestro cuerpo y nuestra alma son el templo que alberga nuestro espíritu. Carecer de respeto por ese templo, concentrarse en sus debilidades en lugar de en su perfectibilidad es seguir encerrándose en la ilusión del sufrimiento como instrumento de redención.
La reconciliación con nuestra naturaleza original se celebra en el corazón mismo de la Alegría, pues es la Alegría la que ensancha el corazón. Es el Agente de Unificación… En ella se resuelven todos los contrarios.
«Para quien ha perdido la memoria de su origen o reniega de ella, toda esclavitud se convierte en seguridad y, por tanto, en bienestar. Está infinitamente esclavizado aquel que ya no reconoce la Presencia pura de lo Divino en él, o quien la rechaza».
(Las primeras enseñanzas del Cristo)
Todos queremos ser libres. Asociamos la libertad con lo que consideramos necesidades fundamentales, de las que creemos que depende la Felicidad. Por ello, anhelamos poseer cada vez más, controlar más, que nos quieran más y, por tanto, existir.
Pero ser es más que existir. La realidad de ser solo se descubre aprendiendo a mirar más allá del sutil juego de las apariencias, o dicho de otro modo, más allá del aspecto pasajero de las comodidades y la seguridad que la Vida nos presta momentáneamente.
«¿Quién soy realmente? ¿Cuál es la naturaleza de mi ser profundo; de qué soy esclavo por mucho que me repita a mí mismo que soy libre?».
Esas son las preguntas que todos deberíamos formularnos a diario. No para hacernos reproches, sino para acercarnos un poco más a nuestro Punto de Pacificación.
¿De qué huimos sistemáticamente en la búsqueda de seguridad y comodidades, hasta el punto de negar cualquier condicionamiento y de aceptar muchos compromisos?
Huimos de la expresión de nuestros propios miedos, del temor a no ser bastante esto o aquello, a no sentirnos suficientemente queridos…
Cristo, por su parte, enseñaba que todos esos temores esconden un miedo más primordial: el miedo a Despertar, a salir de la amnesia en que nos sumimos todos cuando descubrimos el libre albedrío y su consecuencia, el alejamiento de lo Divino.
Por ello, el Despertar requiere valor y determinación. Son necesarios para afrontar al Sol y su poder de Calcinación, y de ese modo Recordar al fin. Es entonces cuando lo Divino aparece en nosotros y ya no fuera de nosotros.
¿De verdad queremos recuperar la Memoria? Esa es la cuestión.
«Cuando la cuerda vibra, a veces hace daño… pero no olvidéis que una cuerda que descansa sin cantar nada es una cuerda que se seca…».
(Las primeras enseñanzas del Cristo)
«Vivid plenamente la vida que se os ofrece, sabed atreveros a pasar por las experiencias que os ofrece, e intentad comprender su significado».
Así se podría resumir esta analogía con la cuerda, analogía que Jeshua manejaba con frecuencia.
Su principio se basa en el hecho de que la Vida que circula a través de nuestras vidas es movimiento. Su esencia es la de la danza incesante de lo Divino en todo ser y toda cosa, una danza cuyo designio es el Crecimiento.
Cortar con el Movimiento con Vida so cualquier pretexto equivale sencillamente a marchitarse.
Atreverse a vivir plenamente supone sin duda asumir riesgos, afrontar peligros, equivocarse, incluso caer y hacerse daño… Pero, ante todo, es aprender… y aprender es crecer. ¿Hacia dónde? ¿Hacia qué? Hacia la expresión de nuestra realidad suprema.
Si aspiramos a reencontrarnos con nosotros mismos en amor y sabiduría, en la dimensión de nuestro corazón y nuestro espíritu, debemos por tanto renunciar a la idea de escatimar fuerzas, de cuidarnos.
Todos los Sabios y los Realizados son intrépidos, desbrozadores de caminos.
Existe un Aliento que hace vibrar esas «cuerdas» que somos. Es el del Espíritu Santo, o dicho de otro modo, el de la Fuerza Divina que circula libremente por el universo. Ese es nuestro legado, por toda la eternidad.
Emprender firme y concretamente una vía de transformación y de servicio es abrirse a la vibración de ese Aliento. Los hinduistas lo describirían como «danzar con Shiva».
Participar en la Creación, alimentarla y hacerla florecer: ese es nuestro deber.
«La solución a la felicidad está al margen de las nociones de pérdida y de adquisición. La felicidad es un estado de ofrenda que ya impregna la parte más pura de tu ser, un estado que jamás engendra carencia ni agotamiento.
»Se trata de un estado de abundancia del corazón… y ese estado es infinito pues, os lo aseguro, quien permite que se revele en él no tiene nada que defender, puesto que no se adueña de nada… y no se adueña de nada por el mero hecho de que se siente y se sabe presente en todo, compartiendo todo con todo».
(Visiones esenias)
La felicidad no reside en absoluto en la acumulación de bienes.
En teoría, todos estamos de acuerdo con el enunciado de esa verdad. No obstante, en la práctica, todos somos en mayor o menor grado juguetes de la dualidad que la sucesión anárquica de pérdidas y adquisiciones engendra en nuestra vida.
Nuestras sensaciones de carencia o de necesidad a menudo regulan el equilibrio que buscamos.
Pero tomemos conciencia de que existe una parte de nosotros, la más bella, la más poderosa, que es insensible a los caprichos de los más y los menos.
Ese «espacio esencial» de nuestro ser, que los orientales llaman atma, es nuestro espíritu. Nada puede alcanzarlo ni mancillarlo. Es eso que, dentro de nuestro corazón, permanece perpetuamente en relación directa con lo Divino.
Intentar percibir su presencia y permitir que esta se exprese es abrir las puertas a un estado de verdadera abundancia. Esa abundancia se sitúa más allá de las nociones de posesión y de pérdida, pues está ligada al sentimiento de comunión con el Todo.
Cuando al fin comprendemos que todo lo que tenemos en este mundo es prestado, incluida la forma a través de la cual experimentamos la Vida, damos un paso decisivo hacia el dominio de nosotros mismos, es decir, hacia el reconocimiento de nuestra proximidad con lo Divino, y también de nuestra intimidad con Él.
Esa intimidad es nuestra verdadera riqueza: por eso nos corresponde revelarla en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Por ella, se nos invita a re-conocernos y de ese modo descubrir la Unidad.
«Pero la revolución es la de lo Auténtico… y lo Auténtico, os lo aseguro, siempre es sencillo.
»¡La perfidia y la mentira siempre serán tan complejas!
»¡Inscribid por tanto en vuestro corazón la sencillez de lo Auténtico, grabadla en él!».
(Visiones esenias)
Cristo hacía una distinción entre lo Auténtico y la Verdad. A su modo de ver, la Verdad es de índole trascendental, cósmica, y se refiere al orden de lo Divino, a su esfera de comprensión. Esta solo es accesible a lo humano en estados poco comunes del Despertar, y resulta difícil de expresar con palabras.
En cuanto a lo Auténtico, consideraba que es el preciado fruto del corazón que opta por la sinceridad.
El sufrimiento que infligimos y el que experimentamos nosotros mismos a menudo tienen su origen en nuestra falta de sinceridad, o dicho de otro modo, de sencillez en la expresión de quienes somos y de lo que nos habita.
Estamos convencidos de que para abrirnos camino en la vida, estamos obligados a ponernos máscaras. Por ello, casi sin darnos cuenta, de mentirijilla en mentirijilla vamos sembrando lo que se convertirá en un bosque de elementos y acontecimientos en el que nos perderemos fácilmente.
La mentira no es lo contrario a la Verdad, sino lo opuesto a lo Auténtico, pues lo Auténtico es la voz de nuestro corazón, de nuestra autenticidad en el instante, del nivel de nuestra conciencia.
Lo Auténtico que llevamos en nosotros es sencillo, pues solo puede ser espontáneo y sin rodeos…
Ser auténtico no significa necesariamente estar en la Verdad en el sentido más elevado del término, sino estar en la corrección de nuestro propio corazón. Es una coherencia.
Por tanto, cultivar un alma sencilla y espontánea en pensamiento, palabra y acción acorta el camino que conduce a la Paz interior, y al hacerlo desactiva todos los conflictos potenciales.
En ese sentido, la sencillez de lo Auténtico es revolucionaria y luego… evolucionaria.
«El Eterno es Alegría antes de ser todo lo que pensamos que es. De la Alegría procede todo… porque es sencillez y espontaneidad. También es amor en estado puro, sin cálculo ni frontera […]
»En la Alegría reside la eterna juventud, en la Alegría arraiga la sabiduría».
(El Testamento de las Tres Marías)
Cuando iniciamos un camino al que llamamos espiritual, la mayoría de las veces sentimos que nos adentramos en una dimensión donde se impone la seriedad. Estamos convencidos de que la reflexión y la introspección van acompañadas de una eterna gravedad, sin darnos cuenta de que esta conduce rápidamente a la austeridad y la melancolía… Y de ese modo nos convertimos fácilmente en tristes investigadores del espíritu.
Sin embargo, Jeshua preconizaba una actitud bien distinta. Enseñaba que toda la Creación es fruto de un impulso de Alegría inconmensurable emanado de lo Divino. Veía en ella la expresión espontánea del más indecible Júbilo, el regalo supremo de una dicha infinita que solo pide multiplicarse.
Eliminemos por tanto todo contrasentido de nuestra búsqueda interior y recordemos el objetivo luminoso que nos hemos marcado. ¿Acaso no debería hacernos, ante todo, dichosos?
Decretar la Alegría en nuestro interior no significa que con ello dejemos de experimentar pruebas o sufrimientos, pues la Inteligencia de lo Vivo despliega todos los medios para forjarnos… La Alegría que enseñaba e ilustraba Cristo es el resultado de una voluntad de aprender a volar alto, por encima de las dificultades escenificadas por la Vida.
Así como el sol no deja de brillar por encima de las nubes que percibimos, podemos conectarnos con el sol de nuestro corazón y refugiarnos en su espacio sagrado. En él reside la Alegría como un aliento inextinguible, puesto que forma parte de la naturaleza fundamental de nuestro Ser.
Recordemos quiénes somos… La alegría y la sabiduría no son algo que se descubre sino que se desentierra.
Es absolutamente necesario que las experimentemos.
«Cuando dejes de identificarte con tu manto o tu vestido, entonces podremos hablar de tu ascensión.
»¿Qué dirías de un hombre que pretende cosechar cuando apenas acaba de sembrar su campo?».
(Las primeras enseñanzas del Cristo)
La pretensión es uno de los mayores errores que nos acechan en cuanto elegimos crecer en conciencia.
En efecto, es fácil que la acumulación de nuevos conocimientos y de prácticas espirituales que con frecuencia los acompañan nos produzca la sensación de formar parte de una élite.
Aun cuando apenas somos alumnos, enseguida nos llamamos iniciados y nos arropamos en una «toga mental», con su secuela de engreimientos sutiles.
¿Qué hemos comprendido? Muchas cosas quizá… pero desde luego no la primera de ellas, la que nos dice que somos por siempre discípulos de la Vida.
Por ello, la humildad es una clave fundamental que debemos descubrir sin extraviarla nunca. Es la virtud de los más grandes, de aquellos que, ante Cristo, jamás pretenden «haber llegado» y «haber comprendido».
Asimismo, la paciencia en el Camino es la fuerza de los verdaderos discípulos de la Vida. Es la aliada indefectible de la humildad.
Nadie puede fingir ninguna de ellas prolongadamente, pues nadie puede hacer trampas con su propia realización…
La promesa de las alturas del Espíritu se extiende a todos nosotros sin excepción, pero ninguna Gracia nos permitirá alcanzarlas y luego vivirlas si no las hemos cultivado nosotros mismos con paciencia.
Por tanto, antes de poder vestir un manto de Luz, conviene haber dominado durante largo tiempo la desnudez de la discreción y la humildad.
Es dentro de la tierra donde germina lentamente una semilla; fuera de ella, se seca bajo la acción combinada de los elementos.
«Creer con absoluta confianza es muy hermoso, saber tras haber probado es muy interesante; pero conocer por haber invitado al silencio a instalarse dentro de uno mismo es más grande aún».
(El Método del Maestro)
El camino del crecimiento tiene varias etapas: la de la fe ciega, la de la experimentación y la de la Entrega. Cada una de ellas corresponde a un nivel de conciencia específico, con sus propias particularidades y bellezas.
La primera es la que proponen las Tradiciones y religiones, a través de la adhesión confiada a sus dogmas y credos. Debemos respetarla, pues la fe humilde es una virtud que permite que el corazón humano se cultive y se ofrezca generosamente. Pero encierra la trampa del infantilismo y el sueño.