Advaita - Daniel Meurois - E-Book

Advaita E-Book

Daniel Meurois

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Beschreibung

Este libro aborda el punto más importante que pueda existir en la vida de un ser humano: el reconocimiento de la Fuerza que lo habita, la de una Luz maravillosa.

¿Su objetivo? Aplacar nuestras angustias, nuestros temores, nuestros extravíos y nuestros sufrimientos y descubrir, en nosotros, un Espacio de Paz y de Unidad que nada pueda mancillar.

El estado por el que se vive ese Espacio interior tiene un nombre: ADVAITA. Aunque las tradiciones afirman que solo lo alcanzamos al final de un largo camino hacia la Sabiduría, Daniel Meurois nos habla aquí de ello de un modo diferente y sencillo.

Sitúa su búsqueda en nuestro contexto cotidiano y lo hace accesible a todos aquellos de nosotros que quieren sinceramente "pasar a otra velocidad" y renacer a sí mismos... Ahí donde el sentido de Unidad se revela, como una Joya...

¿Sus herramientas? Naturalmente una suma importante de informaciones, de anécdotas y de reflexiones que proceden de su propia experiencia y también una serie de ejercicios prácticos y de meditaciones, al alcance de todos.

Por sí solo, ADVAITA propone un verdadero método de crecimiento particularmente adaptado a nuestra sociedad en extrema mutación.

Nos damos cuenta entonces de que liberar la Divinidad en uno mismo no tiene nada de inaccesible y se convierte en el objetivo evidente e ineludible de todos aquellos que optan por la Paz y la Alegría... en ellos y en nuestro mundo.

Un libro que une lo sutil con lo concreto...

Un libro necesario...

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Daniel Meurois

Advaita

Cómo descubrir TU DIVINIDAD

Querido Lector si este libro le ha ayudado, dispone de más obras de este autor y todo nuestro catálogo en:

Ediciones Isthar Luna-Sol

[w] www.istharlunasol.com

[c] [email protected]

[t] +34 696 575 444

Titulo original:Advaita

Autor:Daniel Meurois

© Traducción:Rosa Albert Subira

Corrección:Raquel Sabroso

Maquetación:Antonio García Tomé

Diseño cubierta:Silvia Torralba

Maquetación epub:Ulzama Digital

Primera edición: marzo 2016

© Éditions Le Passe-Monde 3º trimestre 2012

© Ediciones Isthar Luna-Sol 2016

Calle Arganda, 29

28005 Madrid(ESPAÑA)

ISBN: 978-84-947078-8-9

Depósito legal: TO 337-2016

Impreso en España

Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser reproducido, integra o parcialmente, por cualquier medio mecánico, electrónico o químico, ya existente o de futura introducción, incluidas fotocopias, adaptaciones para radio, televisión, internet o webTV, sin la autorización escrita del editor.

A la memoria de

mi amigo Roger Oudart,

peregrino del Yo.

“La herida secreta Vive en el fondo del corazón…”

Virgilio, La Eneida

Nota editorial

Daniel Meurois nos habla desde su experiencia práctica.

Con sencillez y una practicidad que sorprende nos allana el terreno presentándonos un conjunto de experiencias y prácticas de fácil integración en nuestra Vida cotidiana.

Descubrir tu Divinidad uniéndola, integrándola con el día a día, es el objetivo de esta nueva obra que permite a cada persona hacerse su propio plan individual y ponerse sus propios objetivos.

Es extraordinario ir más allá de las creencias para adentrarse en el mundo de las experiencias y del verdadero Conocimiento. Esta obra es un empujón más hacia el conocimiento de Si Mismo y de la Presencia que nos habita de forma clara, sencilla y práctica.

Descubrir el alfabeto de otra manera de ser

¿No tenéis ganas de “pasar a otra cosa”? Quiero decir, de cambiar vuestra forma de funcionar… ¿No tenéis ganas de deshaceros de vuestros viejos reflejos de inquietud, de miedo, de protección, de rabia y de frustraciones múltiples?

Resumiendo, ¿no tenéis ganas de encontrar por fin un poco de paz verdadera y de volver a ser simplemente vosotros mismos, tal como sabéis que sois en el fondo de vuestro corazón?

A mí, que inicio estas líneas, me parece —aunque algunos lo nieguen a veces por orgullo— que este es el anhelo de todos, al menos de todos aquellos que somos conscientes de tener un alma pero que nos gustaría “tocarla” más en nuestra vida cotidiana.

Me parece también que es la aspiración más profunda de todos aquellos que sienten que el mundo que hemos construido y en el que hemos aceptado dejarnos encerrar es un engullidor de paz y un devorador de conciencia… Un mundo que nos parcela y nos dispersa en vez de contribuir a reunirnos, a consolarnos y a unificarnos con nosotros mismos.

¿Constatar esto enuncia una fatalidad, una consecuencia inherente al gran Movimiento de la Vida?

Este libro está aquí para decirnos que no. Está aquí para recordarnos que existe otro alfabeto, que no sólo nos permite leer esta Vida, sino también nuestra vida.

Está aquí para señalar lo más hermoso y lo más verdadero de Aquello que nos habita.

Y por último, está aquí para hacer remontar a la superficie la memoria del vínculo que nos une a esa Presencia de Amor que llamamos Divinidad.

En términos más sencillos, diré que este libro existe para hacer el bien y para ayudar al Bien más esencial que podamos concebir: el reconocimiento de la Luz en nuestro ser y nuestra capacidad de acceder a ella.

Evidentemente, lo he querido no-dogmático, abierto a todos los horizontes de nitidez, dinamizador de expansiones interiores, apaciguador y reconciliador.

Para ello, he recurrido a mis propias experiencias, a mi camino personal y a los encuentros que he tenido el placer de tener a lo largo de él.

Lo que aquí os ofrezco, es por tanto una parte importante de mi itinerario hacia el descubrimiento del Advaita, el estado de unidad con el Todo.

Si de él se desprende una fragancia de paz y suscita en vosotros una voluntad profunda de entrar en transformación, entonces las páginas que siguen no serán vanas.

En este libro encontraréis prácticas y meditaciones accesibles para todos. Estos ejercicios constituyen una especie de programa de limpieza y de unificación interior que se pueden aplicar en su totalidad o parcialmente, según las circunstancias y la personalidad de cada uno.

Proceden, la mayoría, de la antigua Escuela de terapeutas de Alejandría, de los Esenios del Krmel, de Cristo, del Maestro Morya o del Avatar Babaji, e invitan a que cada uno tome las riendas para superar las ilusiones de separación donde se asientan las dificultades y los sufrimientos con los que nos topamos diariamente.

Igual que todas mis obras precedentes y mis testimonios, “Advaita” ha sido escrita con sinceridad y amor.

Por consiguiente, podéis hacerlo vuestro y respirarlo sin moderación…

La anatomía de la Divinidad

Una Presencia evidente

La Divinidad… Ya sólo su nombre irrita o vuelve sarcástico a más de uno en nuestras latitudes “adultas y liberadas”. Provoca de algún modo una especie de reacción alérgica en muchos de nosotros.

¡Y con razón! Se le asocia inevitablemente con el poder abusivamente todopoderoso e incluso dictatorial de cierta Iglesia. En una fracción de segundo, puede evocar el confesionario, la misa obligatoria del domingo por la mañana, las aberraciones de un dogma petrificado en el tiempo, una pila de mentiras o, sencillamente, un mito condicionante y esclavizador.

Podríamos hablar de ello mucho rato y seguir así alimentando la agotadora máquina mental que nos ha convertido hasta ahora en seres de dualidad. Afortunadamente, no es en esa clase de camino ni en esa dirección donde os propongo guiaros. El paisaje al que os invito es mucho más ligero y alegre, porque ir en busca de la Unidad en uno mismo, es decir, de la Divinidad, no tiene nada de triste. Se trata incluso de una hermosa aventura, y en este aspecto mienten los fabricantes de trabas y los destiladores de austeridad. Se trata de una aventura reconciliadora con uno mismo y con la Vida.

Evidentemente, para seguir mis pasos a lo largo de las páginas que siguen hay que sentir, aunque sea confusamente en el fondo de uno mismo, una Presencia; una Presencia sagrada que es a la vez una Inteligencia y un Corazón absolutos… lo que seguramente es el caso, puesto que algo os ha empujado a abrir este libro. Si no es así, pues bien… no puedo hacer nada por vosotros, salvo tal vez despertar vuestra curiosidad.

¿Se trata de creencias? No, no del todo. Siempre podemos afirmar “Creo que…” con respecto a todo. No cuesta nada y tampoco significa mucho porque, en general, nuestras creencias se basan en la supuesta aceptación de una verdad enunciada por nuestros padres, nuestro entorno social y nuestra cultura. Raramente expresan nuestra propia vivencia ya que reflejan en primer lugar nuestros condicionamientos. De hecho, al inicio del viaje, se trata más bien de ese sentimiento íntimo que llamamos Fe y que implica la búsqueda de la experiencia de una misteriosa faceta de la Vida: la de lo Sagrado.

Como habéis comprendido, mi propósito no es el de invitaros a creer… sino a experimentar. No por el placer a la controversia sino por una serenidad y una alegría. Es decir, por una Felicidad pues, en realidad, nadie intenta acercarse a la Divinidad por acercarse a la Divinidad; el objetivo es siempre la Dicha y la Felicidad de las que es la precursora.

Con una punta de humor, podríamos casi llegar a decir que todos los verdaderos místicos —aquellos que quieren experimentar y no los que solo se conforman con creer— son unos grandes egoístas ya que hacen todo lo posible para salir de la ronda del sufrimiento.

Sí, podríamos casi afirmarlo si no fuera porque existe una especie de “egoísmo divino” que se convierte en un deber imperativo en cuanto empezamos a comprender que la razón de ser del sol es la de iluminar y dar calor.

Quiero decir que el estado de Dicha y de Felicidad que un ser logra vivir e irradiar tiene la misión de ser contagioso.

En otros términos, ¿cómo podemos ofrecer Amor —pues en definitiva solo se trata de Él— si no lo hemos descubierto en nosotros mismos o, al menos, no hemos probado su sabor?

Así pues, mi propósito aquí es el de guiaros para que Lo amaestréis en vosotros…

Pero para emprender este viaje, es decir, para entrar en zona de experimentación, debemos en primer lugar atrevernos a hacernos verdaderas preguntas.

La primera que os formulo es esta:

¿La Divinidad o Dios?

El punto de interrogación puede parecer anodino pero de hecho no lo es tanto.

Sí, ¿por qué elegir hablar de Divinidad en vez de Dios? Porque no es exactamente lo mismo.

Dios, para la inmensa mayoría de nosotros, sigue siendo “Alguien”, un “Súper-Alguien” que vive en algún lugar en la inmensidad de los Cielos. Queramos o no, siempre nos Lo imaginamos un poco con los rasgos que le dio Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina, en Roma.

Naturalmente, sabemos que eso es falso pero estamos condicionados a concebirlo como un Ser que se parece a nosotros ya que fuimos hechos “a Su imagen”, un Ser que es exterior a Su Creación y sobre todo muy distinto de esta, o sea de nosotros… Condicionados también a creer que nos vigila sin descanso, nos sanciona y nos obliga a venerarlo según ciertas reglas si no queremos caer para siempre en los Infiernos a la hora de nuestro juicio final.

Esto puede parecer una caricatura pero esta serie de imágenes cuidadosamente perpetuada a lo largo de los milenios está todavía muy anclada en nuestra conciencia colectiva. Ha sido incluso su desfile pueril el que, en gran medida, ha contribuido al rechazo de la noción de Dios en nuestro Occidente moderno.

Los musulmanes, sin embargo, no han tenido que afrontar este tipo problema porque han tenido la inteligencia, desde el inicio, de no aceptar ninguna representación pictórica de la Presencia inmanente que engloba todo lo que existe.

De hecho, hemos matado a Dios por infantilismo, por necesidad de recluirlo en un contexto humano, por nuestra incapacidad de sentirlo, recibirlo y vivirlo.

Esta es la razón por la que el nombre de “Divinidad” debería imponerse a partir de ahora de forma serena y natural y operar en nosotros su trabajo de reconciliación.

En efecto, la Divinidad no define, no delimita, no impone nada sino que sugiere. En este aspecto, concede a nuestra alma aquello que más necesita: libertad absoluta para expandirse.

La Divinidad es una tentativa de evocación y de percepción de esa fabulosa Corriente de Vida que circula a través del Universo e incluso más allá de lo que podemos concebir de Él. Esboza en nosotros ese increíble Campo de Conciencia infinitamente inteligente por ser infinitamente amoroso que impregna —a menudo de incógnito— todo, absolutamente todo lo que existe.

Por tanto y partiendo de esta óptica, la Divinidad es, por esencia, inaprensible. No tiene mirada de hombre ni de mujer y menos aún de juez. Hay que captarlo como una Onda o una Corriente, que lo impregna todo y lo embebe todo.

No es una opción en la Vida ni pertenece a ninguna Tradición, sino que es la Vida misma, una Vida en la que participamos cada nano segundo de nuestras existencias, lo queramos o no.

También La podemos imaginar como un Fuego, un brasero cuya Presencia manifiesta en mayor o menor medida cada ser en él mismo, bajo la forma de una chispa que busca recordar y crecer.

¿Son éstas unas imágenes simbólicas? Sí y no… porque los símbolos y los arquetipos son el lenguaje primero de la Divinidad1, ese cuyo sentido debemos esforzarnos en penetrar cuando las palabras son impotentes.

El Divino es de hecho “El Sin-Nombre” que evocaban algunos de los antiguos pueblos que dieron origen a nuestra cultura. Es evidente que aun diciendo “El Sin-Nombre”, ¡le nombramos! Tal vez sea esta contradicción casi insalvable la que ha llevado a algunos místicos a hacer voto de silencio…

La noción de Divinidad no expresa la sensación de una Presencia en nosotros sino la Presencia, esa misteriosa chispa de Vida que brilla a través de cada mirada. Lo que hay de maravilloso en Ella es que no impone ningún credo, ningún rito. Se contenta con ser… Lo que es más que suficiente pues es la llave de acceso a ese “nosotros mismos de paz y de felicidad” que buscamos desesperadamente por todas partes.

En busca del manual de la vida

Por supuesto, todo esto lo sabemos de forma más o menos confusa en cuanto empezamos a reflexionar sobre el sentido de nuestra vida y de nuestro destino. Por desgracia, en la jungla de nuestras ocupaciones cotidianas, pocas veces comprendemos su alcance y sus posibles implicaciones.

¿Por qué? Porque en nuestra sociedad, nadie jamás, salvo excepción, nos da el manual de quiénes somos y de qué es la vida.

Pero, ¿puede existir ese manual? Seguramente no de forma rígida, ya que el camino y la experiencia de cada uno son únicos e irremplazables, pero sin duda, en grandes líneas sí.

En lo que a mí se refiere, una de las líneas más bellas de la enseñanza de ese “manual” me fue transmitida en India, hace poco más de treinta años. He aquí cómo la Divinidad puso todo en escena…

Estaba pasando una temporada en Benarés con mis compañeros de viaje. Ciudad sagrada entre todas dedicada al Ganges, Benarés me fascinó enseguida con su muchedumbre abigarrada haciendo sus abluciones en las aguas fangosas de su río.

También era una ciudad asombrosa, con sus innumerables sadhus y sus yoguis viviendo permanentemente sobre bloques de piedra, la mirada perdida —o reencontrada— hacia algún horizonte interior.

Según paseaba, uno de aquellos hombres atrajo particularmente mi atención. Estaba sentado sobre el refuerzo de un “gate”2 y habría podido pasar sencillamente por un meditante más, entre tantos otros. Fue su ropa lo que me empujó a acercarme un poco más hacia él, abriéndome paso entre los detritus y collares de flores marchitas que cubrían los escalones. Contrariamente a la vestimenta de los demás renunciantes, yoguis y peregrinos, esta era extremadamente pulcra…

La tela azafrán de su toga estaba puesta de forma tan impecable sobre su cuerpo que parecía que el hombre estaba esperando el clic de una cámara de fotos para tender la mano y obtener así algunas rupias para su alimento. Pero no se trataba de eso en absoluto.

Sus ojos estaban cerrados y parecía insensible al ruido y la agitación del ambiente; con toda evidencia, estaba “lejos”, es decir, más allá de las preocupaciones de nuestro mundo. Por un instante creí incluso distinguir una leve sonrisa en sus labios, como si acariciara una inefable realidad, en los márgenes de otra ribera…

Busqué su mirada en vano… Esta también parecía sonreír, tras el velo de sus párpados cerrados con sus largas pestañas color ébano.

Al final, sintiendo que estaba de más, me alejé con la extraña sensación de haber rozado un misterio.

El día cayó, casi sin avisar, como ocurre a menudo en esos parajes de sol y después, en el hueco de una pequeña habitación más que modesta, la noche hizo su obra sobre mi cuerpo cansado. Con la mirada del alma aún llena de las mil sensaciones del día, el sueño me llevó.

La noche de Benarés

Al cabo de un tiempo difícil de definir, me “desperté” en mitad de mi sueño. En aquella época, yo ya estaba acostumbrado a ese estado fascinante que no tiene nada que ver con el sueño y en el que una híper lucidez se apodera de nuestra conciencia mientras nuestro cuerpo sigue durmiendo.

Delante de mí, en medio de un espacio indefinido, estaba el yogui —o sanyassin— que tanto había llamado mi atención unas horas antes.

Enseguida tuve el convencimiento de que si yo me encontraba allí, frente a él, era porque me había llamado.

Estaba sentado en una posición de loto perfecta, en el corazón de una noche estrellada, sin moverse y casi parecía no respirar. No pronunció una sola palabra, pero lo que en aquel momento observé desencadenó una verdadera revolución en mi espíritu impaciente por conocer y comprender…

De repente, el hombre hizo una larga y profunda inspiración… y cuando el aire fue llenando sus pulmones, vi todas las estrellas del firmamento precipitarse en él por todos los poros de su ser.

Se hacía a imagen del cosmos… La superficie de su cuerpo se volvió oscura como la noche, pero en ella resplandecían soles, lunas, constelaciones y polvo celeste crepitante de vida…

La experiencia duró sólo unos instantes. Me desperté enseguida, bañado en una increíble sensación de plenitud. ¡Todo era tan presente y claro! Colmado todavía por aquellas imágenes asombrosas, tuve inmediatamente la convicción de que “Alguien” acababa de volcar en mí las premisas de una comprensión-clave de la Vida y del Humano.

No sólo me acababan de mostrar que el hombre representa un cosmos en su totalidad, sino también que la búsqueda de su Liberación le invita a integrar esta verdad hasta en sus células. No era de aire de lo que el yogui llenaba su ser, sino de Energía en estado puro. Con toda evidencia, realizaba una “respiración de alma” que absorbía e instalaba el Universo en él… hasta identificarse exactamente con el cuerpo de la Divinidad…

En el seno de su meditación se volvía entonces análogo al cosmos y llegaba a integrar su presencia en él. Por la visión que me había ofrecido de su proceder, podía comprender de forma diferente a la intelectual esa Palabra que nos enseña que el Humano está hecho a imagen de la Divinidad.

Vi y toqué desde el corazón aquella verdad según la cual la totalidad del universo material en el que vivimos y evolucionamos, no es otro que la expresión del Cuerpo físico de la Divinidad.

En un estado de fascinación total, me di cuenta al fin hasta qué punto nos desplazamos en Su superficie y en Su espacio, sin ser capaces de percibirlo debido a nuestra infinita pequeñez y a nuestra falta de altitud.

Entonces, ¿qué hay que hacer para crecer y desplegar las alas? ¿Cuál era el verdadero secreto de aquel que me había entregado tan hermosa lección?

Mis pensamientos e interrogantes cesaron ahí porque enseguida se apoderó de mí un nuevo y repentino “arrebato de sueño” del que emergí con el mismo estado de lucidez que la vez anterior.

El yogui estaba de nuevo allí, frente a mí, en la misma posición, con el cuerpo lleno de astros, constelaciones y polvo de estrellas… Recuerdo que no tenía ningún pensamiento. Estaba esperando…

Esperé hasta que una zona de su cuerpo imantó mi mirada: fue, creo, la de su hígado. Entonces, de forma ajena a mi voluntad, “algo” de mí se hundió en él, como si mi ojo interior estuviera teledirigido por una intención superior. Es difícil describir lo que entonces viví… Tuve la sensación de caer indefinidamente y de ser tan pequeño, tan pequeño…

Mil universos en nosotros

¿Fue el universo de un hígado lo que descubrí? Yo flotaba en un firmamento color púrpura, dentro de lo que parecía ser un verdadero sistema solar. Había una multitud de planetas y un fuego alrededor del cual parecían gravitar. Este fuego, estaba seguro, era una semilla, una fuerza palpitante que alimentaba, como una memoria, la miríada de planetas centrados sobre él.

Pero, ¿dónde estaba? ¿En el núcleo mismo de la Vida? ¿Allí donde Esta se elabora en la mayor intimidad?

Fue tan intenso que no tardé en sentir un mareo y, prácticamente sin transición perceptible, me encontré de nuevo dentro de mi cuerpo tumbado sobre la cama.

Incapaz de realizar el menor movimiento, seguía en un estado de hiper lucidez y absolutamente seguro de que “Alguien” acababa de volcar en mí, una vez más, una suma importante de informaciones.

Comprendí con una acuidad acrecentada que el ser humano era, en origen y en todos los sentidos, definitivamente análogo a la Divinidad.

Tenía la responsabilidad de su cuerpo físico como la tiene la Divinidad de Su expresión tangible, nuestro cosmos. Le correspondía al humano, por consiguiente, difundir y mantener la vida de sus órganos insuflándoles ante todo inteligencia y amor. Más que un deber era una misión, una necesidad que le permitiría alcanzar finalmente la felicidad.

De este modo, lo infinitamente grande se reflejaba en lo infinitamente pequeño… No sólo se trataba de una hermosa imagen poética, sino de una realidad de base de la que debíamos lograr impregnarnos para crecer en sabiduría y luz.

¿Qué podría haber más importante que perfeccionarnos a nosotros mismos, poniendo fin a la repetición absurda de los esquemas de sufrimiento grabados en nosotros… debido al desconocimiento de nuestra propia naturaleza?

De la misma manera que la Divinidad buscaba Su propio crecimiento y una mayor realización sembrando Su Principio por todo lo que constituye la Creación, nosotros estábamos llamados, a lo largo de las vidas, a unificar y divinizar nuestro ser… lo que implica no omitir nuestro cuerpo de carne.

Estaba más que claro que nuestros órganos eran o contenían sistemas planetarios, que nuestras diferentes funciones corporales eran semejantes a constelaciones y que el conjunto de nuestra galaxia personal tenía necesariamente que estar regida u orquestada por un maravilloso Sol central, alrededor del cual todo se ordenaba de manera natural… una especie de “Sirio” propio a cada uno.

Todo esto se colocaba en su lugar en mi cabeza de una forma ciertamente burda, pero también tan límpida y evidente que no volví a dormir el resto de la noche.