Álbum de un loco - José Zorrilla - E-Book

Álbum de un loco E-Book

José Zorrilla

0,0

Beschreibung

Álbum de un loco es un itinerario por una serie de temas que interesan a José Zorrilla y que son expuestos a largo del libro con un orden secreto: la raza humana, los egipcios, los fenicios, Grecia, Roma, monasterios, Arabia y la lengua árabe, Mahoma... Estos se intercalan con poemas dedicados a mujeres de sociedad o, incluso, a la reina Isabel II. Como su título afirma, Álbum de un loco es un álbum de momentos fugaces vividos por su autor y de reflexiones históricas amplificadas con el aliento de la poesía. Resulta, además, interesante leer las ideas de Zorrilla sobre el Islam desde el presente, y percibir la historia humana aquí relatada como una búsqueda continua de una sabiduría inspirada, pocas veces alcanzada y siempre anhelada.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 326

Veröffentlichungsjahr: 2010

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



José Zorrilla

Álbum de un loco

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Álbum de un loco.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-203-5.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-618-5.

ISBN rústica: 978-84-96428-05-8.

ISBN ebook: 978-84-9897-002-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 11

La vida 11

Introducción y prospecto 13

I 13

II 13

III 14

IV 18

V 19

VI 21

VII 24

VIII 26

IX 28

X 30

XI 31

Primera parte. Álbum de viaje 33

Al excelentísimo señor conde de la Cortina y de Castro 33

I 37

II 45

III 49

IV 54

La tristeza 57

Los celos 58

A Dios 63

I 71

II 72

III 73

IV 74

A la señorita Bolivia de Francisco Martín 77

La noche de la celebración de los juegos florales en La Habana 81

Historia de una voz 89

Il delatore 98

Las golondrinas 108

Los pensamientos 110

A Paz en sus bodas 112

A la memoria del insigne actor mexicano Antonio Castro 115

Los pobres 124

En el álbum de Mariana R... 130

A Paz 131

En la distribución de premios del colegio nacional de San Juan de Letrán y comendadores juristas de San Ramón 142

Segunda parte. La inteligencia 151

Introducción 151

I 152

II. El Génesis 154

III. La raza humana 157

IV. Los egipcios 159

V. Los fenicios 161

VI. Grecia 162

VII. Roma 164

VIII 168

IX. Bizancio 174

X. Los bárbaros 179

Monasterios 188

XI 198

XII 201

XIII. Cristo y la libertad 205

XIV. Arabia 216

La lengua árabe 226

Mahoma 233

El Corán 238

XV. Las cruzadas 245

XVI 250

XVII 253

XVIII 258

XIX 258

XX 260

XXII 268

XXIII 268

XXIV 269

XXV. La educación 269

XXVI 273

XXVII. Resumen 274

XXIX. Conclusión 283

Tercera parte 285

Al ateo 285

I 286

II 287

III 289

IV 291

V 292

VI 294

VII 295

A la excelentísima señora marquesa de La Habana, vizcondesa de Cuba, dedicándola un tomo de La flor de los recuerdos 296

Serenata 300

Confidencias y serenata a S. M. C. doña Isabel II. 1864 301

Composición leída en la distribución de premios, hecha por el Emperador y la Emperatriz, en el colegio de la Escuela Imperial de Minas de México el 18 de noviembre de 1864 312

A los alumnos de minería 313

A S. M. I. Eugenia, emperatriz de los franceses 318

Serenata 324

Inauguración del Teatro Nacional de México 329

A S. M. el Emperador. 330

La corona de pensamientos. Galantería poética a S. M, la Emperatriz 335

Preludio 336

Trova castellana y kásida árabe 338

Confidencias y cantilena a S. M. C. doña Isabel II. 1865 342

Cantilena meridional 351

Cantilena 352

Nota 355

Libros a la carta 357

Brevísima presentación

La vida

José Zorrilla (Valladolid, 1817-Madrid, 1893). España.

Tras estudiar en el Seminario de Nobles de Madrid, fue a las universidades de Toledo y Valladolid a estudiar leyes. Poco después abandonó los estudios y se fue a Madrid. Las penurias económicas le hicieron a vender a perpetuidad los derechos de Don Juan Tenorio (1844), la más célebre de sus obras. En 1846 viajó a París y conoció a Alejandro Dumas, padre, George Sand y Teophile Gautier que influyeron en su obra. Tras una breve estancia en Madrid, regresó a Francia y de ahí, en 1855, marchó a México donde el emperador Maximiliano lo nombró director del teatro Nacional. Publicó un libro de memorias a su regreso a España.

Introducción y prospecto

I

Todo aquel, que en un libro o un periódico,

determina imprimir sus opiniones,

cree lo más necesario y más metódico

dar a su escrito causas y razones,

y en un prospecto, prólogo o programa,

del público sobre él la atención llama.

Allí, con más torpeza o más ingenio,

ya en pretencioso o en humilde estilo,

según es su carácter o su genio.

Empieza, en tono enfático o tranquilo,

a torcer de su idea el primer hilo,

e invocando muy recio santos nombres,

RELIGIÓN, LIBERTAD, VIRTUD O CIENCIA,

promete, cuando menos, a los hombres

riqueza, ilustración, independencia,

paz, dicha, bienestar... Anuncia, en suma,

que el bien universal tiene en su pluma.

II

Yo supongo que tienen los prospectos

inmensa utilidad, grandes efectos;

que tan precisos son como el Decálogo;

mas, sea que el autor haga un monólogo,

o que con el lector entable un diálogo,

en el mejor prospecto y mejor prólogo,

de estilo el más cortés y el más análogo,

de períodos más puros y correctos,

¿qué es lo que el escritor dice en resumen

en términos más claros o indirectos,

que le pasen por alto sus defectos,

y que compren su pliego o su volumen.

Esto a mí me parece indigno dolo

de quien pasó por cátedras y escuelas,

y medio de anunciarse digno solo

de un escamoteador o un sacamuelas.

Esto a mí me parece bajo y pobre;

pero, si yo atropello esa costumbre,

puede que inquina el público me cobre,

y al presentarme a él me haga ver lumbre.

Así que, protestando contra el modo

actual, que no es de gentes de mi fuste,

mas mirando que es fuerza que ante todo

a la costumbre general me ajuste,

a escribir un prospecto me acomodo,

aunque el mío tal vez a nadie guste.

Allá va, ¡vive Dios! Mas hacer quiero

una importuna observación primero.

III

Paso por los prospectos y los prólogos,

ya en diálogos se escriban o en monólogos

mas por lo que no paso ni con bueyes,

con lo que no estaré jamás conforme,

por más que las costumbres se hagan leyes,

por más que mi opinión sea falta enorme,

que a quien me lea enoje o atribule,

es con que el escritor, al dar informe

de su obra, servil se congratule

antes con el lector, que disimule

con su palabra lo que trae en mente;

que le dé excusas; que taimadamente

le engañe, y sobre todo que le adule.

¿A qué empezar con tal hipocresía,

de piropos llenándole y de flores,

y vendiendo modestia y cortesía,

cuando el autor más bárbaro confía

en que su libro encante a los lectores?

¿A qué dar a quien lee nombres bonitos,

y fingirle amistad y hacerle honores,

qué no han de mejorar nuestros escritos?

—Carísimo lector— esto es mentira:

el autor casi nunca le conoce,

y maldito el cariño que le inspira,

ni se le importa de que rabie o goce.

—Respetable lector— esto es bajeza,

miedo a que le critique o le destroce

con satírica lengua. —Lector sabio—

esto es una sandez, una torpeza

del corazón servil, a quien el labio

traición hace imprudente. Por de pronto

puede el que abre su libro ser un tonto

puede ser además un hombre bueno,

leal, de buena fe, de orgullo ajeno,

que se conozca bien, y tome a agravio

tal vez, o a burla, que le llamen sabio

y, al leer, con justísimo desprecio,

diga del escritor —¡Valiente necio!—

—Benévolo lector, lector preclaro,

lector benigno— esto es pedir amparo,

indulgencia, perdón: y para eso,

vale más que el que escribe diga claro

que se mete a escribir porque es avaro

o pobre, y que va a ver si gana un peso.

Porque el hombre de fe, conciencia y seso,

que la verdad expone, o que critica

el vicio torpe, o que al social progreso

cree que con sus escritos contribuye,

no se excusa, no adula, no suplica,

no en siervo del lector se constituye,

no pide indulto, ni perdón, ni amparo,

como si cometiera algún exceso;

si dice la verdad, dígala claro;

su libro haga en conciencia y sin reparo;

en lo que diga en él téngase tieso.

El que tema la crítica, que viva

siempre en la oscuridad y que no escriba;

pero si escribe con razón, que tenga

fe en ella; que a la luz su libro arroje

y a soportar la crítica se avenga

del que juzgar su libro se le antoje.

Al que tiene talento verdadero

no le ahoga la crítica: le venga

de la mordacidad, de la malicia,

de la envidia de un Zoilo el mundo entero:

y la posteridad le hace justicia.

Si se funda la crítica en razones,

corríjase juicioso y reconozca

la exactitud de tales correcciones.

Ninguno es infalible; mas si al paso

le salen con mezquinas objeciones

o con indecorosas invectivas,

ni de éstas ni de aquéllas haga caso.

La sátira mordaz, las diatribas

prueban claro que aquél que las escribe,

las hace con rencor o con envidia;

y quien con odio o con envidia vive,

él la pena mayor es quien recibe,

pues con sus viles sentimientos lidia

y el que de nimiedades se apercibe,

muestra, a más de que al público fastidia,

su mezquindad y sus instintos bajos,

y que, en su instinto ruin, mordiendo, vive,

a los que van delante, los zancajos;

gozque que, con risible impertinencia,

sale audaz a ladrar la diligencia.

Así se piensa ya en el siglo nuestro;

que, a los pasados sin hacer agravio,

por ser más viejo que ellos, es más sabio

y en verdades sociales más maestro;

y en él comienzan a saber los hombres

que Dios a los nacidos hizo iguales;

que la excelencia no consiste en nombres,

ni uniformes, ni títulos banales,

sino en la rectitud de la conciencia.

La dignidad la da la inteligencia,

los pensamientos nobles, los servicios

prestados del común de los mortales

a la existencia universal, la ciencia,

la humanidad, el celo y la creencia,

que contribuyen a extirpar los vicios

y a mejorar del hombre la existencia.

En este siglo liberal, los hombres

que no abren su alma a sentimiento bajo,

no buscan mas Mecenas que el trabajo;

no se abaten a títulos, ni a nombres;

no se echan, como turcos, boca abajo.

El hombre de pudor, el hombre digno,

si no sabe hacer más, suda en el tajo;

que, hecho con fe y honor, nada hay indigno;

pero no se envilece, no se humilla.

Ni ante ídolos mortales se arrodilla,

ni se arrastra a los pies del poderoso,

ni adula al que gobierna y al que manda,

ni se aviene a servicio vergonzoso

por oro, por favor, bastón, ni banda.

El trabajo da pan, si no riqueza;

y como presta honor, y honor demanda,

más vale pan ganado con nobleza,

lecho de paja y choza de corteza,

que palacio dorado, cama blanda

y millones logrados con bajeza.

IV

Tal es la observación que hacer quería

antes de comenzar; y aunque de exótica,

ruda y extemporánea y estrambótica

se la tache, tal es la opinión mía;

y siempre una verdad será de a puño,

y de la dignidad hecha en el cuño.

En consecuencia de ella, abandonando

frases pomposas y protestas huecas

cosas que ya de moda van pasando

por viejas, por raquíticas y entecas,

empiezo mi prospecto apellidando

al que le quiera leer, lector a secas;

y he aquí cómo ante el público me pongo,

y así el prospecto de mi libro expongo.

V

Yo no tengo, lector, ningún motivo,

ningún objeto, ni intención alguna,

para darte a leer lo que aquí escribo,

nada espero, ni nada me propongo

con ello: ni renombre, ni fortuna

adquirir, ni importancia, ni dinero,

ni favor; nada busco y nada esquivo,

aunque no soy Quijote pendenciero.

Nada soy, nada fui, ni he de ser nada

jamás; no tengo ni hijo, ni heredero,

la hacienda a quien dejar por mí amasada,

ni una higa se me da del mundo entero;

y de mi vida al fin de la jornada,

me basta para tumba un ahujero.

Y aunque no pegue aquí, lo advierto al paso:

este ahujero que mi polvo encierre,

gratis me lo ha de dar, llegado el caso,

la católica Iglesia que me entierre;

porque, para mi entierro de poeta,

no tengo de dejar ni una peseta.

Yo pagaré aranceles mientras viva

justos o no, es forzoso que los trague;

pero ¿después de muerto? —No; que pague

por mí la sociedad caritativa,

a cuenta de los cuentos que la dejo,

que la tierra con él de balde abone,

o que haga un tamboril de mi pellejo

porque, después que mi alma le abandone,

no le estimo yo en más, que al de un conejo.

Y tras este paréntesis o aparte.

No dudo en esperar, lector, que creas

que es buena la razón que voy a darte

de por qué a escribir voy; y que esta parte

es el lugar mejor de que la leas.

Voy, pues, a revelarte francamente

la verdad; y, lector, me importa poco

lo que de tal verdad piense la gente:

YO ME DOY A ESCRIBIR, PORQUE ESTOY LOCO.

Otros escriben, porque aspiran a algo

otros, porque son tontos y se precian

en más de lo que son; yo no me salgo

del lugar inferior a que mi ingenio

llega; y aunque conozco más de cuatro,

que atrevidos, del mundo en el teatro

avanzan, con orgullo, hasta el proscenio,

que al mundo entero al avanzar desprecian,

que se creen dignos del laurel del genio,

y que su ciencia creen de Apolo Pitio,

yo me quedo en el patio, que es mi sitio;

tal vez no tanto por modestia mía,

pues que de ella no está mi alma tan llena,

cuanto porque me gusta a mí en escena,

del tonto ver la vanidad vacía.

Mas yo nací hablador y soy fanático

por ensuciar papel: no es que presuma

de sabio, de doctor, ni catedrático;

yo no soy más que un loco, soy lunático

es un defecto natural; y en suma,

sin darla de orador ni de retórico,

cuando ya mi cerebro está pletórico,

reviento por la lengua y por la pluma.

VI

Y tal de este librillo es el secreto

tal su razón de ser, y tal su objeto;

con que, lector, los sesos no te hiles

en suponerme ocultas intenciones,

ni literarias y altas pretensiones,

ni miras diplomáticas u hostiles.

Yo lo digo, y lo sé, no me equivoco:

LE ESCRIBO NADA MÁS, PORQUE ESTOY LOCO.

Puedes muy bien haberlo conocido

en lo que hasta esta línea dicho llevo,

y aún a esperar sin vanidad me atrevo

que ha de dejarte de ello convencido

lo que decir más adelante debo;

porque, a través de fábulas poéticas,

de mentiras tan raras y tan locas

cual las de las sonámbulas magnéticas,

con pluma muy cortés, pero muy libre,

pienso decir verdades, aunque pocas,

del más macizo, del mayor calibre;

pues ya sabes, lector, que las verdades

mayores, sin retóricos aliños,

dicho las han en todas las edades,

con éxito, los locos y los niños.

Yo, que de la vejez en la edad lacia,

por mi desgracia o mi ventura, toco,

no aspiro a que hagan mis verdades gracia

por ser de niño, ni por ser de loco;

mas tengo comezón irresistible

de escribir y de hablar, y es imposible

que calle; hablar de todo se me antoja:

de religión, de ciencia, de política,

de historia, de moral, de numismática,

de botánica, esgrima y ortopédica,

de heráldica, de amor, de ciencia médica

(o arte de asesinar con privilegio),

de guerra, de estadística, de crítica

(o ciencia de pedantes de colegio),

de agricultura, leyes y farmacia

(o arte de envenenar sin compromiso.

¡Feliz aquel a quien le coge en gracia!)

y en fin, voy con audacia enciclopédica,

y en versos hasta faltos de gramática,

a meterme en estudios anatómicos,

a innovar los sistemas astronómicos

y a hacer bailar la gravedad enfática

de la dorada farsa diplomática;

que no es más (sea dicho entre nosotros)

que el arte de engañarse unos a otros.

Voy a escribir opúsculos, apólogos,

calendarios, sermones, sainetes,

sátiras, cuentos, diálogos, monólogos,

trovas, novenas, églogas, motetes,

tragedias, villancicos, tonadillas,

y un poema de Job en seguidillas.

Voy a hablar de los pueblos y las razas

todas: de la de Cam y la semítica,

hasta la americana y la sajona;

de la más fuerte hasta la más raquítica,

desde la gigantea a la lapona;

de sus costumbres, trajes, lengua y trazas,

de sus juegos, peleas, bailes, cazas;

y fenicios, asiáticos, mongoles,

árabes, esquimales, mexicanos,

hotentotes, canarios, españoles,

industanis y chinos y romanos,

negros, blancos, cobrizos, tornasoles,

ricos, mendigos, nobles y villanos,

con sus mantos, sus plumas y sus mazas,

tirsos, báculos, picas, quitasoles,

calzoneras, carcaj, palios, corazas,

incensarios, turbantes y capuchas,

zorongos, palanquines y faroles,

castañuelas, bonetes y cachuchas,

guarda-infantes, casullas, sambenitos,

tamboriles, dalmáticas y pitos,

van a pasar revista entre mis manos;

y aunque les traiga aquí por los cabellos,

les voy a examinar con los frenólogos,

Y a dar mi parecer de todos ellos.

Mi religión no gustará a los teólogos,

ni mi loca opinión a los políticos,

ni mis extraños juicios a los críticos,

ni mi moral excéntrica hará gracia

a los que en todo ven una blasfemia,

ni mi ley cuadrará a la diplomacia,

ni mi lenguaje inculto a la Academia;

pero hará mal en darse por sentido

nadie de mi opinión; porque es sabido,

y el testimonio universal invoco,

solo un tonto, de tonto convencido,

puede hacer caso de lo que hable un loco.

VII

Todos los que han tenido pretensiones

de tildar los defectos o los vicios

de creencias, costumbres u opiniones

del siglo y sociedad en que vivían,

lo han hecho haciendo al mundo concesiones;

y de sus convicciones, sacrificios

han hecho a algo, de lo cual tenían

recelo o esperaban beneficios;

más claro: han inmolado sus conciencias

a ese fantasma que se llama humanos

respetos y sociales conveniencias;

poner osando nada más las manos

en detalles aislados, en abusos,

ridiculeces de costumbres y usos

de débiles, de pobres y villanos.

Tildaron pequeñeces y patrañas;

pero apenas han dicho alguna frase

que fuera a herir al vicio en sus entrañas,

que llegara a su origen y a su base;

y hasta el de más valor, que fue Quevedo,

ha escrito tal vez sin fe o con miedo.

Yo, en mi razón lunática y raquítica,

comprendo de más alto y noble modo

la misión de la sátira y la crítica,

y en mi fe y libertad no me acomodo

a aspirar esa atmósfera mefítica

que de la envidia vil exhala el lodo.

Ensañarse en los débiles y bajos,

atacar las personas, y no el vicio,

es hacer profesión de escarabajos,

y no es mi instinto ni será mi oficio;

mi corazón, exento de perfidia,

no tiene vanidad, rencor ni envidia.

Yo la firme verdad tengo por norma

de mis juicios de loco; yo no acuso

a los pueblos que de ella hacen mal uso;

sino, atento a la esencia y no a la forma,

al que en viciosa institución la puso,

al que dio por verdad una mentira,

al que una infamia como ley impuso,

a aquel por quien cual ley y verdad mira

la mentira y la infamia el pueblo iluso.

Y esa verdad que la razón invade

por su propio poder, que nunca cede

a consideraciones de grandeza

mundana, y que la crítica no evade;

esa verdad, que es libre, y que haber puede

quien la esconda, mas no quien la degrade,

es, con educación y con nobleza,

la que voy yo a decir cuando me agrade;

no esa verdad impúdica, que ofende

con su descaro y desnudez, que sale

de una pluma que envidia o que se vende;

que no enmendar, sino insultar, pretende,

y que a una injuria estúpida equivale.

Mi verdad, ya de veras, ya de chanza,

dicha será sin personal desdoro,

con entereza sí, mas con decoro;

pues no excluye verdad buena crianza.

VIII

Todos los que de crítica escribieron,

y que los vicios de su edad tacharon

ser más cuerdos que el vulgo pretendieron;

y aunque al mundo enmendar se propusieron,

ofender su amor propio recelaron,

y con él, recelosos, transigieron;

así que, al dirigirle sus verdades,

al empezar hicieron salvedades;

diciendo en el lugar más oportuno

que su crítica, zumba y claridades

dirigían a todos y a ninguno.

Yo, como loco estoy, y no las echo

de cuerdo ni doctor, ni hablo en provecho

de nadie, corrigiéndole importuno,

ni de lo por mí dicho o por mí hecho

se me importa que el vulgo satisfecho

quede, o me ponga el gesto entrecejuno,

ni tiro a ver si a tuerto o a derecho

la aprobación universal reúno,

no me he de andar con tan ambiguos modos;

lo que yo digo, se lo digo a todos:

aplíquese lo suyo cada uno,

de la misma manera,

que lo que por mí dicho y por mí hecho,

tiene derecho a criticar cualquiera,

y no niego a ninguno tal derecho.

Los libros no son onzas españolas,

que en todas partes con aplauso corren,

y que se recomiendan por sí solas,

aunque un poco se gasten o se borren.

A mí, quien me critica, no me aflige;

a mí me hace un favor, quien me corrige.

Por ahí andan los críticos mayores

del mundo, que en justicia o por capricho,

de mis escritos y de mí primores

a placer en sus críticas han dicho;

y en la unión más leal seguimos siendo

los amigos mejores;

sin que tengan de mí, según entiendo,

ni motivos de queja, ni temores.

No porque quiera yo afectar modestia,

porque me crea yo más que otro bueno,

ni porque de amor propio esté yo ajeno;

sino porque, tal vez, como estoy loco,

cuando una corrección se me dirige

(de buena o mala fe, me importa poco),

al sabio que se toma tal molestia,

no me cuesta rubor, si me equivoco,

decir: «Usted perdone, soy un bestia»;

pues tiene más valor el que con calma

reconoce un error o un disparate,

que el que, su error por sostener, se bate,

y por no desistir, se rompe el alma;

aunque, según los humos que en mí asoman...

Dice un refrán: «Donde las dan, las toman».

IX

A pesar de lo dicho, pensamiento

no tengo, ni esperanzas, ni intenciones,

de dar a respetar mis opiniones,

Y ni enseñar, ni corregir intento;

porque, aunque loco soy, conocimiento

tengo de los humanos corazones,

y no tengo en la chola tanto viento.

No intento corregir, porque es sabido

que el amor propio de la raza humana

al consejo leal no presta oído,

y que una corrección de intención sana

a muy pocos jamás ha corregido,

si del que erró la petulancia vana,

del consejo leal no se ha ofendido.

No pretendo enseñar, por tres razones:

la primera, porque es mi ciencia corta

para dar, ni consejos, ni lecciones;

la segunda, porque hoy hay a montones

sabios que tienen a la tierra absorta,

o al menos tales son sus pretensiones,

y yo a tal vanidad no me remonto;

y la tercera, porque no me importa

que nadie sea sabio o sea tonto.

Y a pesar de lo dicho, es muy posible

que fatigado a lo mejor me sienta,

y que a pesar de anuncio de tal pompa,

o no salga mi libro inteligible,

o el hilo ruin de mi relato rompa;

o que, poniendo el colmo a mis locuras,

me haga a la mar, en vez de ir a la imprenta,

a lector y editor dejando a oscuras.

Que es en lo que a parar, según mi cuenta,

vendrá al fin esta escrita pepitoria;

que no es, lector, ni libro, ni diario,

ni relación, ni crónica, ni historia,

con pretensión de juicio, ni de ciencia;

esto es solo un apunte estrafalario,

a manera de ayuda de memoria,

para que otro escritor de más conciencia

y de mayor saber, en prosa o verso,

dé una broma pesada al universo.

Esto es un papelucho mal zurcido,

donde consigno yo las opiniones

que he formado en el tiempo que he vivido

alucinando al vulgo con ficciones.

Éstas son las verdades del barquero,

que le digo yo al mundo porque quiero;

no me pidas razón, forma ni esencia;

estos, no versos, ásperos renglones,

son la prueba no más de mi demencia.

Yo estoy loco; si abordo las cuestiones

de sentido común con pretensiones,

al mundo voy a convencer muy pronto

de que no soy un loco, sino un tonto;

así, pues, abreviemos las razones.

X

CONCLUSIÓN. —Mi papel escribo en verso,

lo primero, porque es mi gran manía

dar a todo un barniz de poesía;

lo segundo, porque hoy al universo

va contagiando la locura mía,

y hoy usan ya del verso los primores

hasta las lavanderas y aguadores;

lo tercero, porque es, por su armonía,

más fácil de grabarse en la memoria

el verso; y una zumba en verso dada

tiene mucha más gracia, que se aumenta

repetida, y tal vez pica en historia;

y a aquel a quien la zumba va aplicada,

¡Jesús! le hace reír que es una gloria,

y hasta de pura risa le revienta.

Así, quien en mi fama la tijera,

con intención dañina, meter quiera,

yo mismo se lo advierto y no le engaño:

corte en verso, y que sea de manera,

que tenga gracia, porque me haga daño.

Una cuarta razón hay todavía

para emplear aquí la poesía,

y es: que de nuestra historia en los registros

consta que los poetas son ministros

y generales ya y embajadores;

y aunque yo creo, en mi razón raquítica,

que cuando los poetas ponen mano

en la fe y la política, es que es llano

que, no teniendo ya remedio humano,

se hunden la religión y la política,

yo no está bien que tal verdad exponga,

ni, de su cofradía siendo hermano,

de los poetas al favor me oponga.

Pues los que cuerdos son, si bien me fundo,

tienen empeño en estropear el mundo,

no tengo de ser yo quien le componga.

XI

He aquí, pues, el prospecto de mi obra,

que un totum revolutum en sí encierra;

más bien cajón de sastre que volumen,

que mi editor en publicar se emperra,

que en mi opinión me paga muy de sobra,

y del cual sacaremos, en resumen,

que yo estoy loco, y que quien no me crea,

será de mi opinión cuando me lea.

Ni atención pido, ni favor invoco;

no puede ser un hombre más solícito

en decir la verdad, ni más explícito:

MI EDITOR ESTÁ IDO Y YO ESTOY LOCO.

Primera parte. Álbum de viaje

Al excelentísimo señor conde de la Cortina y de Castro

Con un puñado de silvestres flores,

don de mi gratitud, de mi fe prenda,

pobres de olor y escasas de colores,

tejí la relación de esta leyenda;

de mi humilde jardín son las mejores,

de mi sincero corazón la ofrenda;

y al dárselas al pueblo mexicano,

quiero que pasen por tu noble mano.

Tú, que por sus alcázares penetras,

como en el gabinete de sus damas;

que, amparador y alumno de las letras,

hijos o amigos a sus sabios llamas;

tú, que las obras del saber perpetras

con los favores que sobre él derramas,

presentarás el libro que te fío,

prestando autoridad al nombre mío.

Tú que me introdujiste en sus salones,

llévale al camarín de las hermosas;

dilas que son mis nómades canciones,

de la luz de sus ojos mariposas;

dilas que en el montón de sus renglones

encontrarán sus nombres entre rosas,

y que, en muestra de hidalga cortesía,

un poeta galán se las envía.

Más explícito sé; di a las doncellas,

a los viejos, de su honra tutelares,

y a los esposos de las damas bellas,

que no encierran veneno mis cantares,

que mis flores son castas, que con ellas

la corrupción no asalta sus hogares;

porque es el libro que dejarles quiero,

homenaje cortés de un caballero.

Al monje austero, al sacerdote grave

y al pastor del católico rebaño

dirás que en este libro nada cabe,

ni de la fe, ni la moral en daño;

que es obra de un autor de quien se sabe

que, a la impiedad de su centuria extraño,

la religión de Jesucristo santa

con fe profesa y con audacia canta,

A los poetas, cuya noble lira

resonó generosa en mi alabanza,

di cuánto orgullo y gratitud me inspira,

cuán honda fe, cuán plácida esperanza

ver que por mí su corazón respira

cariño fraternal y confianza;

recuerda que a sus muestras de cariño,

llorando abrí mi corazón de niño.

A los cantares que en mi honor han hecho

responderá mi voz tal como pueda;

mas si, por falta de vigor o trecho,

débil o escasa mi canción se queda,

diles que, en cambio, quedará en mi pecho

mi gratitud y su memoria leda;

que no atiendan al tono en que respondo,

sino del alma que les habla al fondo.

Si a las regiones del poder, que debes

llevar mi libro juzgas, ve en buen hora;

mas cuando a sus alcázares le lleves,

de ellos anuncia a la gentil señora,

que yo, pájaro errante, de alas leves,

de lo hermoso cantor do quier que mora,

voy a posar en su balcón mi vuelo,

y a alzar mi voz de su hermosura al cielo.

Al vulgo le dirás... si por mal caso

das con vulgar y atrabiliaria gente,

que su calumnia vil intentó acaso

amancillar mi honor traidoramente;

pero que yo por entre el vulgo paso,

sereno el corazón, alta la frente;

porque me escudan de su ruin malicia

el sentido común y la justicia.

Mas de haber descendido me arrepiento

a la esfera vulgar; sobre ella salto.

Rico de lealtad, de envidia exento,

sobrado de vigor, de miedo falto,

no desplego mis alas a ese viento;

no es ésa mi región; vuelo más alto

la espalda vuelvo sin temor ni encono;

cristiano, olvido; vencedor, perdono.

Y ahora, ¡oh noble y cariñoso amigo!

que mi libro y mi fe dejo en tu mano

de tu fe y amistad bajo el abrigo,

voy a abrir ante el pueblo mexicano

el tesoro de amor que va conmigo,

de mis recuerdos el florido arcano;

y ¡plegue a Dios que dejen mis cantares

halagüeña memoria en sus hogares!

Y ¡plegue a Dios que el germen de mi aliento

quede en el aire en armoniosas olas,

y arrulle sus oídos el acento

de mis americanas barcarolas!

Y ¡plegue a Dios que cuando el mar y el viento

me vuelvan a las playas españolas,

queden tras mí, como memorias gratas,

ecos de mi cantar, mis serenatas!

Y ¡plegue a Dios que, de la edad presente

viviendo en la memoria mis cantares,

pase mi nombre a la futura gente

ingerido en sus cantos populares,

y que los himnos que mi fe valiente

alza ante los católicos altares,

conserven en el pueblo mexicano

la fe sublime y el valor cristiano!

Y tú, Conde leal, que el libro mío

al mundo sacas y a la luz arrojas,

permite para ti que a su albedrío

consagre mi amistad algunas hojas.

Quiero de mi jardín tosco y bravío

que un ramillete para ti recojas,

mas sin que estorbe que de mí recibas

esta mata feraz de siemprevivas.

Junto a la cabecera de tu lecho

ponlas; y cuando ya no esté contigo,

al recorrer el camarín estrecho,

de nuestras horas de espansión testigo,

piensa que son las flores de mi pecho,

cuya semilla morirá conmigo;

flores de mis recuerdos más felices,

que tienen en mi alma sus raíces.

I

París, noviembre 25, 1854.

Y mi mayor anhelo

es elevarse con mi canto al cielo,

y un eterno laurel partir contigo.

Heredia.

Beida, ¿por qué el jardín del alma mía

no da más que la flor de tus amores,

hoy, que al influjo de tu amor debía

átomos germinar procreadores,

cuando su tierra, sin cultura un día,

generosa y feraz dio tantas flores?

Hoy vierte en ella fecundante riego

de tu amor el benéfico rocío,

hoy de tus ojos la calienta el fuego...

¡Ay! y se vuelve, mi jardín bravío,

y si brota una flor, se agosta luego;

y, o sus raíces el gusano hiere,

o quema el hielo su gentil corola,

o entre yerbas parásitas se muere,

falta de jugo, sin olor y sola.

¿Por qué, siendo el amor fuente de vida,

la tierra de mi ser no está florida?

¿Por qué, siendo el amor del entusiasmo,

la inspiración y el movimiento germen,

en inacción y estúpido marasmo

mi inspiración y mi entusiasmo duermen?

Ansia febril mi espíritu atormenta,

honda inquietud mi corazón devora,

duda tenaz en mi alma se aposenta,

y el insaciable amor que en sí atesora,

la inspiración del genio no alimenta

en mi alma, en otro tiempo creadora.

¡Ay! bajo el peso de su férrea planta

un genio melancólico la oprime,

la poesía mi pesar no espanta,

me irritan humorísticos antojos,

se me arrasan en lágrimas los ojos,

y la canción espira en mi garganta.

Ambiciosa de luz mi inteligencia,

va tras la luz y en las tinieblas cae,

y en la rabia febril de la impotencia

lucha mi corazón consigo mismo,

sintiendo con pavor, que a sí le atrae,

del hastío mortal el hondo abismo.

¿Es que se extingue de mi fe la llama?

¿Es que se seca mi raudal de vida?

¿Es que no vive el corazón que ama,

o es que tal vez mi juventud es ida?

No ¡vive Dios! Yo siento que mi pecho

es a mi osado corazón estrecho;

rico de fe, de vida, de esperanza,

de su silencio e inacción se admira,

y su inacción a comprender no alcanza,

y en el silencio e inacción suspira;

pero no es que me falte confianza

en mi fe, ni en mi amor; no es que mi esencia

se evapora fugaz en mi impotencia;

es que me aflige la estrechez de Europa,

es que me hastía su labrado suelo,

es que me abruma su plomizo cielo,

y amarga me es de su placer la copa.

Es que en París, de la pereza esclavo,

me revuelvo en un círculo mezquino,

cual tigre joven, vigoroso y bravo,

preso en la trampa do a enjaularse vino.

Es que en París me debilito inerme,

falto del aura y libertad nativa,

cual ave atada, que en su percha duerme,

al mismo dueño que la halaga esquiva.

Es que en París, salvaje peregrino,

atajado en mitad de mi camino,

en la molicie sin placer me acabo,

y su pálido Sol no me da al cabo

un solo rayo de calor divino.

Es que la farsa ruin de sus festejos,

sus circos de cartón y de oropeles,

monumentos de talco y rapacejos,

son grandes ante el gas y los espejos,

bellos por el poder de los pinceles;

mas sus fiestas de pólvora y de viento,

su pomposo espectáculo, vacío

de fe, de corazón, de sentimiento,

¿qué dan a corazones como el mío,

que les pueda servir de nutrimento?

Nada: la luz, la atmósfera, las flores,

cuanto en París en derredor me gira,

desde su religión a sus amores,

todo a extraviar al corazón conspira,

todo le induce a confusión y errores,

eco que miente, viento que se trueca,

agio, especulación, farsa, mentira,

que envejeciendo, al corazón le seca.

¡Beida de mis entrañas! Si del mío

quieres guardar, incólume, seguro,

el hondo amor y el generoso brío;

si quieres rodear de eterno muro

el jardín y la flor de tu belleza,

déjame ir a buscar cielo más puro,

playas de mejor luz, campos mejores,

más rica y mis feraz naturaleza,

donde tejer con verdaderas flores,

vívidas de color, ricas de olores,

una guirnalda a tu gentil cabeza.

Déjame, Beida, atravesar los mares,

y como los errantes trovadores,

buscar de inspiración nuevos veneros

y enviarte sin cesar nuevos cantares;

y como los andantes caballeros

que en nombre de su Dios y de su dama

se lanzaban por montes y senderos

a eternizar su amor, su fe y su fama,

con hechos de valor dignos de gloria

que dejar a los siglos venideros,

escritos en los fastos de la historia;

así de mar en mar, de playa en playa,

de ciudad en ciudad, de risco en risco,

con el hechizo de mi ciencia gaya

y al dulce son de mi laúd morisco,

déjame, Beida, que extendiendo vaya

el eco de tu nombre berberisco.

Déjame que mi voz le desparrame

por la región feliz del Nuevo Mundo;

y cuando en ella sin cesar te llame,

y en el silencio virginal, profundo,

de aquel Edén, cautivo entre horizontes

que destellan el ópalo y el oro,

y con tu nombre arábigo reclame

las aves, que en sus selvas hacen nido,

tu nombre dulce y mi cantar sonoro

aprenderán, y ensayarán a solas,

los ágiles sinsontes,

el rojo cardenal y el tocoloro;

y de tu nombre al son, jamás oído,

los fosfóricos peces del Atlántico

llegarán a prestar atento oído

al suave nombre y al extraño cántico,

mostrando por encima de las olas

los curvos lomos y movibles colas.

Sí, déjame partir a esas regiones

de inspiración, de luz y de armonía,

donde entienden aún los corazones,

de la fe y el amor la poesía.

Es un afán que sin cesar me acosa;

mi corazón, de libertad sediento,

necesita región más luminosa,

mayor y más vivífico elemento,

tierra y vegetación más vigorosa,

virgen, lozana, exuberante, bella,

que no destroce del mortal la mano,

que no estropee del mortal la huella,

que ostente, en fin, el lujo soberano,

que el Señor, al crearla, puso en ella.

Fe de mi inspiración engendradora,

audacia de mis años juveniles,

de mi atrevida fe mantenedora,

que me arrancasteis cánticos a miles

con delirio febril, volved ahora,

que me siento con fuerzas varoniles,

resolución tenaz y voz sonora;

la última vez, para cantar, os llamo,

el Dios que adoro y la mujer que amo.

Volved; pero volved más vigorosas,

indómitas, salvajes,

con alas y con garras poderosas

capaces de llevarme a otros parajes,

donde con más vigor naturaleza

produzca, colosal, cedros por rosas,

ceibas por olmos, palmas por maleza,

lagos por fuentes, ríos por arroyos,

y donde, con titánica grandeza,

cráteres de volcán abra por hoyos.

¡Gracias, genios de luz, a quien perdidos

para siempre creí! Tornar os veo,

aún a mis antojos sometidos;

¡Gracias, pues todavía no sois idos,

pues acudís aún a mi deseo!

Fe de mi juventud, ya en mis entrañas

tu fuego siento arder, ya el alma mía

de celestial fulgor siento que bañas;

genio de mi exaltada poesía,

ya percibo otra vez que me acompañas.

¡Vamos! ya tengo luz, ya tengo guía.

¡Vamos! ceñíos mi laúd con flores

a la desnuda espalda; en vuestros hombros

llevadme de un bajel sobre la popa,

y vamos a buscar climas mejores.

Partamos; arrancadme de esta Europa,

atestada de crímenes y escombros.

¡A América! ¡En su luz bañarme quiero!

Vamos a esa región de los gigantes,

donde acompañen mi cantar postrero

las ondas de sus golfos espumantes,

el fuego de los trópicos ardientes

y el estridor de sus peñascos, rotos

por el ronco raudal de sus torrentes

y el temblor de sus hondos terremotos.

De gloria y fe mi corazón sediento,

necesita beber otros raudales

de inspiración y fe; mi osado aliento

respirar necesita en otro viento,

luchar con los airados vendavales,

y el espacio y la luz del firmamento

disputar a las águilas caudales.

Yo necesito un mundo cual le hizo

su Criador; espléndido, sellado

de la virginidad con el hechizo;

no este mundo servil, desfigurado

por el poder del hombre antojadizo.

Quiero una tierra donde no domine

la civilización con sus patrañas,

do la fe y la creencia no extermine

del corazón humano, y no adoctrine

los pueblos con hipótesis extrañas

una tierra de fuego y poesía,

en cuyos hondos precipicios huecos

correspondan al son de la voz mía

ruidos medrosos y gigantes ecos;

sembrada de peligros y de azares,

poblada de salvajes alimañas,

de pájaros y plantas a millares,

do sienta bajo peñas seculares

lava y oro correr por sus entrañas;

donde a la faz de Dios mi pie camine

bajo un cielo radiante, que ilumine

mares sin fin, atlánticas montañas.

Yo necesito un mar que airado ruja,

una estación preñada de huracanes,

una tierra horadada por volcanes,