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El magnate de los diamantes había dejado embarazada a su mayor enemiga… La tórrida noche de pasión que tuvo Nic Durand con una misteriosa belleza debía haber sido tan solo algo temporal, hasta que ella se convirtió en una reportera que amenazó su negocio con un artículo demoledor. Descubrió también que ella estaba embarazada, por lo que Nic decidió que no podía dejarla marchar. Cuidar de su heredero suponía cuidar también de su amante y, posiblemente, perder el corazón…
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Seitenzahl: 194
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Tracy L. Deebs-Elkenaney
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Atados por el destino, n.º 2100 - abril 2017
Título original: Pursued
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9728-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Si te ha gustado este libro…
Era el hombre más guapo que había visto nunca.
Desi Maddox sabía que aquella afirmación sonaba excesiva e incluso melodramática, dado que estaba en una sala repleta de personas atractivas, ataviadas con ropas deslumbrantes. Sin embargo, cuanto más lo miraba, más convencida estaba. Era guapísimo, tanto que, durante bastantes segundos, Desi no pudo centrarse en nada que no fuera él.
No era de extrañar. Cuando la mirada esmeralda de aquel desconocido se cruzó con la de ella por encima del mar de personas que los separaba, las rodillas a Desi le empezaron a temblar. Hasta aquel momento, siempre había pensado que aquello era tan solo un cliché propio de películas o de novelas románticas. Sin embargo, allí estaba, en medio de un salón de baile abarrotado, sin poder hacer otra cosa que no fuera mirarle, mientras el corazón le palpitaba a toda velocidad.
Saber que no volvería a verle era lo que necesitaba para poder centrarse en por qué estaba allí, rodeada de los miembros más selectos de la alta sociedad de San Diego. Su jefe no la pagaba por localizar a los hombres más guapos de las fiestas a las que debía acudir.
Sacudió la cabeza y se obligó a apartar los ojos de aquella mirada magnética para poder centrarse en la elegante gala y en sus estilosos invitados. Efectivamente, todos los eran, de los más elegantes con los que había estado nunca. Incluso él lo era. Sin que Desi pudiera contenerse, sus ojos volvieron a mirar al guapo desconocido que había captado su atención. Alto, moreno, atractivo y elegante, con un esmoquin de cinco mil dólares y unos resplandecientes diamantes en los gemelos. Desi jamás podría esperar compararse a él.
Tampoco lo quería. Aquel no era su ambiente. Su jefe no tardaría en reconocerlo y le encargaría otros trabajos, trabajos con los que esperaba poder cambiar el mundo. Después de todo, ¿qué importaba que la esposa del alcalde de San Diego llevara puestos unos Manolos o unos Louboutin?
Desgraciadamente, importaba demasiado para muchas personas. Por eso, se tomó su tiempo en estudiar a todos los invitados e identificarlos. Al hacerlo, no supo si sentirse encantada u horrorizada por reconocer a casi todos los que estaban allí. Después de todo, era su trabajo y le agradaba comprobar que las horas que se había pasado examinando revistas y fotografías no habían sido un desperdicio.
Al contrario que el resto de los presentes, Desi no estaba en aquella fiesta para beber champán y gastarse un montón de dinero en una subasta benéfica. No. Su trabajo era prestar atención a todo lo que hacían los demás para poder escribir de ello cuando llegara a su casa. Si tenía suerte, si mantenía los ojos abiertos, la boca cerrada y las estrellas se alineaban a su favor, alguien diría o haría algo escandaloso o importante para que ella tuviera la oportunidad de escribir sobre ello en vez de sobre el bufé, el vino o el diseñador que estaba de moda entre la élite social del sur de California.
Aunque no tuviera suerte, tenía que prestar atención de todos modos. Tenía que recordar quién estaba saliendo con quién, quién había dado un paso en falso en su atuendo y quién no…
Su trabajo como reportera para la página de sociedad de Los Angeles Times era tan aburrido como sonaba. Trataba de no pensar demasiado en que se había pasado cuatro años en la Facultad de Periodismo de Columbia para terminar allí. Su padre habría estado tan orgulloso de ella… Desgraciadamente, había muerto en Oriente Medio hacía seis meses.
Un camarero pasó a su lado con una bandeja llena de copas de champán. Desi tomó una y la vació de un largo, y esperaba que elegante, trago. Después, bloqueó la muerte y la desaprobación de su padre del pensamiento. Tenía que centrarse en su trabajo.
Para hacerlo, tenía que fundirse con el ambiente que le rodeaba. No es que tuviera muchas posibilidades de hacerlo dado que llevaba un vestido comprado en unos grandes almacenes y unos zapatos de rebajas, pero podría intentarlo al menos hasta que su jefe viera la luz y le encomendara asuntos más importantes. «Y más interesantes», pensó, sin poder reprimir un bostezo al escuchar la quinta conversación de la noche sobre liposucción.
Se giró para dejar su copa vacía en la bandeja de un camarero. Al hacerlo, su mirada se cruzó una vez más con unos maravillosos ojos verdes. En aquella ocasión, el hombre al que le pertenecían estaba a menos de un metro de distancia de ella.
Desi no supo si alegrarse o salir huyendo. Al final, no hizo ninguna de las dos cosas. Se quedó mirando, estupefacta, aquel hermoso rostro mientras trataba de pensar algo que decir que no le hiciera parecer una completa idiota. No lo consiguió. La mente, que normalmente reaccionaba con rapidez, se le había quedado en blanco. Tan solo la ocupaban imágenes de aquel hombre. Pómulos marcados. Cabello despeinado que le caía por la frente. Resplandecientes ojos verdes. Sensuales labios que se habían transformado en una amplia y encantadora sonrisa. Anchos hombros. Estrechas caderas. Alto, tan alto que Desi tuvo que levantar la mirada a pesar de que, gracias a los altos tacones de sus zapatos, rozaba el metro ochenta de estatura.
La palabra guapo no le hacía justicia. Tampoco ninguna otra palabra que se le ocurriera en aquel momento. Durante un segundo, Desi se vio asaltada por el temor de que se notara lo que estaba pensando, algo que no le había ocurrido nunca en sus veintitrés años de existencia. Sin embargo, nunca había visto a un hombre así tan de cerca. De hecho, no había visto a un hombre así nunca, ni en la vida real ni en las fotografías y, sin embargo, allí estaba, frente a ella, ofreciéndole una copa de champán.
–Parece tener sed –dijo.
Su voz encajaba con su imagen. Profunda, misteriosa y, al mismo tiempo, con una cierta picardía. De repente, las rodillas de Desi no fueron lo único que le empezó a temblar. Comprobó que la mano que extendía para tomar la copa le temblaba también.
¿Qué demonios le ocurría?
La libido había tomado las riendas de su cuerpo y dominaba incluso su cerebro. Tenía que encontrar el modo de que este comenzara de nuevo a funcionar, aunque no tuviera ni idea de cómo responder al comentario que él le había hecho.
Al final, consiguió reaccionar y, por suerte, salió a relucir su sentido del humor.
–¡Qué curioso! Yo estaba pensando exactamente lo mismo sobre usted.
–¿De verdad? –replicó él con una pícara sonrisa que produjo un extraño efecto al estómago de Desi–. Pues no se equivoca.
Levantó su propia copa y dio un largo trago. Desi observó, atónita, durante un segundo antes de conseguir sacudirse aquella sensación. ¿Cómo era posible que la excitara hasta el modo en el que bebía? Tal vez debería darse la vuelta y marcharse mientras aún podía.
Entonces, comprendió que no lo haría, en parte porque no estaba segura de si le iban a sostener las piernas si trataba de echar a andar para marcharse de la fiesta y, en parte, porque en aquellos momentos no deseaba estar en ningún otro lugar más que allí.
–Por cierto, me llamo Nic –dijo mientras observaba cómo ella bebía de su copa.
–Y yo Desi.
Ella extendió la mano. Él la tomó, pero, en vez de estrechársela tal y como Desi había esperado, se limitó a sujetarla mientras le acariciaba la palma con el pulgar.
El roce era tan delicado, tan íntimo, tan diferente a lo que había esperado que, durante algunos segundos, ella no supo qué hacer ni qué decir. Una minúscula voz en su interior le recomendaba que se soltara y que se alejara de allí, pero se vio acallada por la atracción y el calor que ardía entre ellos.
–¿Te gustaría bailar, Desi? –le preguntó él mientras le quitaba la copa de la otra mano y la dejaba en la bandeja de un camarero que pasaba junto a ellos.
Debería negarse. Tenía un millón de cosas que hacer en aquella fiesta, cosas que no tenían nada que ver con bailar con un hombre rico y guapo que seguramente sabía más de seducción de lo que ella sabría nunca. Entonces, a pesar de que aquello podría pasarle factura antes de que terminara la noche, asintió.
Dejó que él la llevara hasta la pista de baile. La orquesta estaba tocando una canción lenta. Él la tomó entre sus brazos y los dos comenzaron a bailar. La estrechó contra su cuerpo más de lo necesario o de lo que se esperaba en un primer baile entre dos desconocidos. Le colocó una mano en la parte inferior de la espalda, dejando que los dedos se le curvaran suavemente por encima de la cadera. Con la otra mano, seguía sujetando y acariciando la de Desi. Su fuerte torso rozaba el pecho de ella a cada paso que daban. Lo mismo ocurría con los muslos.
En lo más profundo de su ser, Desi se sentía líquida por dentro. Sentía que iba cayendo poco a poco bajo su embrujo. Sabía que era una locura, pero, por primera vez en su vida, no le importó. No le importó que fuera mala idea permitir que él la tocara o que pudiera lamentarlo más tarde. Tampoco le importaba que pudiera tener problemas en el trabajo por haber estado con Nic en vez de tratar de conseguir comentarios de las celebridades locales. Si se paraba a pensarlo un instante, tenía que reconocer que eso no tenía sentido. Era una mujer que vivía para trabajar, que se moría por adquirir reconocimiento como periodista. El hecho de estuviera arriesgando eso por un hombre al que acababa de conocer resultaba absurdo.
Ella nunca había sido esa clase de mujer ni había deseado serlo y, sin embargo, allí estaba, arqueándose hacia él para poder rozarse contra su cuerpo en vez de alejarse de él. Rendirse en vez de presentar batalla.
El brillo en los ojos de Nic resultaba tan evidente como lo era el modo en el que apretaba la pelvis contra la de ella. Sin embargo, en vez de ofenderla, la excitaba. Después de todo, una noche no le haría mal a nadie, como tampoco un beso. Al menos eso era lo que pensaba aquella noche, y no tenía la intención de dejarse convencer de otra cosa.
Por eso, después de suspirar profundamente, le apretó la mano ligeramente contra la nuca y lo empujó hacia delante. Fue tirando de él hasta que sus cuerpos se juntaron por completo y los labios se unieron.
Era deliciosa. Aquello era lo único que Nic Durand era capaz de pensar mientras fundía sus labios con los de la hermosa rubia que tenía entre los brazos. Recordó que ella le había dicho que se llamaba Desi mientras luchaba por no perderse por completo bajo el tacto de aquellas suaves manos y el cuerpo que se apretaba con fuerza contra el suyo.
Le resultó más difícil de lo que le había sido nunca. Había conocido y seducido a muchas mujeres en su vida, pero nunca se había sentido tan afectado por ninguna. Nunca había estado tan cerca de olvidar quién era y dónde estaba. Sin embargo, allí estaba, asistiendo a su primera gala benéfica desde que su hermano y él trasladaron la central de su empresa de diamantes a San Diego a principios de año y lo único en lo que era capaz de pensar era en besar y acariciar a una mujer que acababa de conocer.
Como segundo al mando de Bijoux, estaba a cargo del marketing, la publicidad y las relaciones públicas de la empresa. Su trabajo consistía en acudir a aquellas ridículas fiestas y donar piezas a la subasta para seguir acrecentando la imagen filantrópica de la empresa en la que su hermano Marc y él ponían todo su esfuerzo desde que se hicieron cargo de ella hacía ya más de una década. El hecho de que él acabara de dar un montón de dinero a una obra benéfica no significaba nada. Después de todo, la experiencia le había demostrado que comprar entradas para aquellas aburridas galas siempre le reportaba a su empresa una publicidad muy positiva, algo que era fundamental. Era el mejor modo de conseguir que se les abrieran las puertas. Aquella noche, había acudido a aquella fiesta con un plan, personas a las que conocer y negocios que realizar. Sin embargo, había bastado una mirada de Desi para hacer que todo aquello se esfumara.
Y no le importaba.
Era extraño. Una locura. Sin embargo, no iba a resistirse cuando un simple beso había sido más excitante que todo lo que había hecho antes con otras mujeres.
Con ese pensamiento en mente, le presionó un poco más la espalda, estrechándola contra él. Ella gimió un poco con el contacto y abrió ligeramente la boca para dejar escapar un sonido. Nic aprovechó el instante para lamerle el labio superior y luego el inferior. Ella volvió a gemir y levantó las manos para agarrarle la pechera de la camisa. Era la única invitación que Nic necesitaba.
Introdujo la lengua entre los labios y la enredó con la de ella. Una, dos veces. Una y otra vez. Acariciándola, provocándola, saboreándola… Aprendiendo sus sabores y sus secretos.
A pesar de su fría apariencia –cabello rubio platino y ojos azules, esbelto cuerpo y bellos pómulos– Desi era fuego y pasión. La calidez que emanaba de ella lo seducía, lo atraía de tal modo que era en lo único en lo que podía pensar.
Le enredó la otra mano en el sedoso cabello y tiró de él suavemente. Ella respondió echando la cabeza hacia atrás, facilitándole así el acceso a la boca. Nic lo aprovechó sin dudarlo, sin pensar en nada más que en lo mucho que la deseaba.
Le sujetó el labio inferior entre los dientes y se lo mordió suavemente, para luego aliviar el dolor con la lengua antes de volver a explorar de nuevo el interior de la boca.
Desi gimió suavemente, acurrucándose contra él, permitiéndole el acceso, dejándole que enredara la lengua con la suya. Nic no dejaba de pensar que ella sabía tan bien y tenía un tacto tan agradable que no había nada que deseara más que permanecer allí para siempre.
En ese momento, alguien le empujó. Aquel contacto rompió el embrujo y le hizo regresar a la realidad lentamente. Debería sentirse avergonzado o, al menos, sorprendido de haber dejado que aquella situación llegara tan lejos, pero no le importaba. No le preocupaba la gente que los rodeaba ni lo que pudieran estar pensando. Lo único que deseaba era llevarse a Desi de allí y poseerla tan rápido como pudiera.
Se apartó de ella de mala gana y se obligó a ignorar las protestas de Desi y el modo en el que estas parecían dirigírsele directamente a la entrepierna. No le resultó fácil apartar la mirada de aquellas mejillas sonrojadas, los henchidos labios y los ojos entrecerrados. Sin embargo, si no lo hacía, se olvidaría por completo de los convencionalismos sociales y la poseería allí mismo, en medio de la pista de baile, donde todos pudieran verlos.
Aquel pensamiento le hizo colocarle la mano en la parte inferior de la espalda y animarla a atravesar la pista de baile hacia la agradable oscuridad del balcón. Mientras avanzaban, Nic trató de ignorar las miradas. No le resultó fácil, sobre todo cuando vio las miradas que estaban dedicándole a ella muchos de los hombres con los que se cruzaban. Comprendió que le faltaba muy poco para gruñir y golpearse el pecho como una especie de hombre de las cavernas y eso le animó a seguir avanzando.
Desi lo acompañaba de buen grado, lo que le ayudó a aplacar los sentimientos que se habían apoderado de él. En cuanto llegaron al exterior y cerraron la puerta, Desi se abalanzó sobre él, rodeándole el cuello con los brazos, pegando desesperadamente su cuerpo al de él y buscándole ansiosamente la boca con la suya.
Aquella urgencia desató un fuego dentro de él, una pasión que no pudo aplacar, que no quería aplacar.
Aquel pensamiento lo sorprendió. Adoraba a las mujeres y siempre le había gustado todo lo referente a ellas. Sin embargo, el deseo que sentía hacia Desi era una sensación nueva, inesperada y excitante.
Sin separar la boca de la de ella para poder seguir explorándosela como hasta entonces, Nic movió a Desi hasta que la espalda de ella quedó contra la pared. Ella protestó suavemente cuando la piel desnuda de la espalda entró en contacto con la fría y dura piedra del edificio, por lo que Nic colocó un brazo para protegerla.
–Por favor… –suplicó ella mientras apretaba la pelvis contra la de él y le agarraba la pechera de la camisa, tirando de ella con una frenética necesidad que reflejaba perfectamente la de él.
Para ayudarla y conseguir que por fin ella le acariciara la piel desnuda, Nic se apartó ligeramente para abrirse la camisa. Desi suspiró y deslizó las manos ávidamente por debajo de la tela para acariciarle las costillas, la espalda y el abdomen.
Aquellas caricias resultaban tan agradables… ella resultaba tan agradable… que durante unos segundos Nic permaneció completamente inmóvil, permitiendo que ella le explorara. Por fin, cuando ya no pudo contenerse más, le bajó la parte superior del vestido para poder verla, tocarla y besarla.
–¡Oye! –protestó ella–. Aún no había terminado…
–Lo siento –susurró él mientras observaba la piel tostada por el sol que acababa de dejar al descubierto. Desi no llevaba sujetador, pero tampoco lo necesitaba. Tenía los pechos pequeños y erguidos, coronados por unos rosados pezones que ansiaba saborear–. Te prometo que más tarde podrás tocarme por donde quieras. Más tarde. Ahora, tengo que…
No pudo terminar la frase. Empezó a besar apasionadamente el cuello, la clavícula y los hombros de Desi antes de centrarse en los pechos. Tenía la piel tan suave y fragante como se había imaginado que sería, Se metió un pezón en la boca y comenzó a trazar círculos en la aureola con la lengua y a succionar lo suficiente para que ella gritara de placer. Nic sintió que, si no la poseía pronto, moriría.
–Necesito estar dentro de ti –gruñó él contra el seno de Desi.
–Sí… –susurró ella deslizándole las manos desde el cabello hasta los hombros, luego desde el pecho hasta la cintura. Allí, comenzó a desabrocharle el cinturón–. Ahora.
A Nic le parecieron las dos palabras más hermosas que había escuchado nunca. Deslizó una mano por debajo de la sedosa falda azul del vestido y comenzó a acariciarle el muslo hasta que encontró la ropa interior y, lo más importante, el sexo. Trazó la goma elástica de las braguitas durante unos instantes, gozando con el tacto, para luego tocarla a ella a través de la tela. Suave. Húmeda. Caliente, tan caliente que tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no hundirse en ella allí mismo. No obstante, no se pudo resistir a deslizar dos dedos por debajo del encaje. No se pudo resistir a tocarla y acariciarla hasta que Desi dobló las rodillas y se tuvo que agarrar a él para no caerse. No se pudo resistir a introducir un dedo y luego otro en sus sedosa y ardiente feminidad.
–¡Nic!
Aquella exclamación fue en parte una orden, en parte una súplica. En aquellos momentos, Nic no deseaba nada que no fuera darle lo que ella le pedía, pero primero… Arrancó el delicado encaje con un fuerte tirón y luego se arrodilló delante de ella.
–Oh, sí –gimió ella agarrándose a él mientras Nic le levantaba una pierna y se le colocaba encima del hombro.
Con ese gesto, la abrió completamente a sus ojos, manos y boca. Entonces, se inclinó y sopló justo encima del punto más sensible de su feminidad. Desi gritó y luego exhaló un sonido ahogado que desató la necesidad de Nic. Sin embargo, no solo se trataba de él. No se trataba de un polvo anónimo y rápido, al menos no para él. Aunque aún no sabía lo que Desi tenía que tanto le intrigaba, sabía que quería volver a verla.
Mientras iba recorriendo el liso vientre, besando, lamiendo y succionando cada centímetro de su piel, ella le colocó las manos en la cabeza y le enredó los dedos en el cabello de una manera que lo excitó aún más. El placer se apoderó de él de tal manera que gruñó de deseo antes de morderle la cadera como venganza.
Desi volvió a gritar, se tambaleó un poco y se esforzó por mantenerse en pie. La evidente excitación de ella alimentaba la de él. Nic la mordió una segunda vez, una tercera, para luego lamerle suavemente la piel y seguir explorando. No pudo evitar preguntarse si le habría dejado alguna marca, si ella se miraría al espejo al día siguiente y encontraría pequeños hematomas sobre las caderas, el vientre y los muslos y pensaría en él del mismo modo en el que Nic estaría pensando en ella…
–Por favor, por favor… –gimió ella.
Nic se echó a reír y volvió a besarle el vientre, para luego bajar poco a poco, hasta que la lengua estuvo rozando el borde de su sexo. Desi temblaba, sujetándose con él y abrazándose a él al mismo tiempo. A Nic le encantaba el modo en el que lo envolvía, gozaba viendo que ella estaba tan afectada como él por lo que estaba ocurriendo entre ambos.
Como respuesta a lo que ella parecía suplicarle en silencio, Nic se acercó más y le separó las piernas para poder bajar un poco. Como respuesta, ella comenzó a acariciarle el rostro. La sensación resultó tan agradable que Nic no supo qué hacer. Por un lado, ansiaba estar dentro de ella con una desesperación que bordeaba la locura, pero deseaba aquello mucho más. Necesitaba verla mientras alcanzaba el orgasmo, saber qué aspecto tenía, los sonidos que emitía, su sabor cuando la llevara hasta lo más alto del clímax.
Con ese pensamiento, se inclinó y comenzó a lamerla. Entonces, estuvo a punto de perder el control cuando Desi se apretó una mano contra la boca para ahogar un grito.
Desi se sentía presa de una sobrecarga sensorial. Todos los nervios de su cuerpo saltaban de placer ante las sensaciones que le producían las caricias de Nic. Sentir el fuerte brazo rodeándole la cintura, la enorme mano acariciándole el trasero. Notar cómo los dedos aún ardían dentro de ella. Ver cómo movía la boca contra su sexo…