De postre, tú - Claudia Velasco - E-Book

De postre, tú E-Book

Claudia Velasco

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Beschreibung

Él le enseñó que el amor nunca deja de ser posible. Empezar de nuevo siempre es complicado, aunque también puede ser un regalo, la maravillosa oportunidad de volver a la casilla de salida. Lucía Pedraza recibió ese regalo cuando regresó a Madrid y decidió que ya era hora de ponerse en marcha, cuando entendió que la mejor forma de avanzar era dar el primer paso. Ni saltos al vacío, ni acciones heroicas, ni grandes aventuras, simplemente andar y dejarse sorprender porque la vida, hasta en un inesperado curso de postres, te puede sumergir en la más mágica y apasionante historia de amor. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Claudia Velasco

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De postre, tú, n.º 238 - julio 2019

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-456-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante

(Oscar Wilde)

1

 

 

 

 

 

–La crema bávara, crème bavaroise o simplemente la Bavaroise, es uno de los postres más sencillos de hacer. Sin embargo, se puede decir que es uno de los más glamurosos y sexys de mi repertorio. Se cree que es de origen suizo, pero fue incluido en los recetarios de Marie Antoine Carême en el siglo XIX, por eso se le atribuye a él.

–Marie Antoine ¿qué? –susurró una chica a su lado, tomando notas, y Lucía negó con la cabeza, suponiendo que aquel dato era irrelevante.

–Suele hacerse con la gelatina infusionada en zumo de fresas, pero también hay variaciones en pera, frutos del bosque, limón, piña, etc. No obstante, el original es de fresa y es el que nosotros haremos hoy aquí con una humilde gelatina de fresa del supermercado.

–¿Solo usaremos dos ingredientes?

–Sí, así de sencillo, gelatina y leche evaporada que vamos a batir hasta conseguir que se fusionen y creen una espuma en la superficie. Luego a la nevera, nunca al congelador, y ya está. –El profesor los miró animándolos a ponerse manos a la obra y todo el mundo se movió incómodo–. Sé que la mayoría sois unos novatos, pero hay que lanzarse con optimismo. ¡Vamos!

«Vamos», pensó Lucía, y miró los ingredientes que tenía delante. Desde luego, parecía sencillo, incluso para una inútil en la cocina como ella, pero aun así, pensó una vez más, había sido un tremendo error acudir a esas clases de cocina para superar el día con algo de dignidad.

Sábado 28 de abril, el día de su boda, o de su no boda.

Bajó la cabeza y se concentró en preparar la gelatina, que debía estar caliente y líquida para mezclarla con la leche evaporada, así que no podía perder el tiempo. Sacó los polvitos y, antes de espolvorearlos sobre el agua, probó un poco. Siempre le había gustado comerse los polvos de la gelatina con los dedos, y levantó la vista a tiempo de ver como uno de sus compañeros, que estaba al otro lado de la mesa, la estaba observando con una media sonrisa. Ella sonrió amablemente y él le guiño un ojo antes de imitarla y meter un dedo en su bolsita de gelatina roja.

–Ya veo que tú también eres fan de la gelatina en polvo –le comentó una hora después, mientras abandonaban la clase, y Lucía asintió sin mirarlo a la cara.

–¿Qué tal? Soy Clemente –insistió, saliendo con ella, así que lo miró a los ojos y dio un paso atrás para dejar pasar al resto de sus compañeros, que se estaban organizando para ir a tomar algo después de elaborar con tanto éxito la dichosa Bavaroise–. Buen invento la Bavaroise. ¿Sueles venir a clases de cocina?

–No, no suelo venir. En realidad, no sé cocinar ni un huevo frito, fue idea de una amiga, pero al final ella no apareció y… en fin, me dio vergüenza marcharme. ¿Tú sueles venir?

–Trabajo en hostelería y me invitaron a conocer el taller de cocina.

–Ya. –Se dio cuenta de que no era español, pero pasó de preguntar e hizo amago de marcharse–. Bueno…

–Venía a un curso de sushi, pero falló el profesor y nos metieron en el de postres.

–Vaya, qué lástima. Tengo que irme.

–¿No vienes a tomar algo?

–Estoy un poco resfriada y cansada y…

–Mmm, entiendo –bromeó con una bonita sonrisa y Lucía soltó una carcajada.

—En serio, otro día será. Adiós, Clemente. Me encanta tu nombre.

—Nombre familiar, todos los primogénitos de mi familia se llaman Clemente. ¿Y tú eres…?

—Lucía, Lucía Pedraza.

—Hola, Lucía Pedraza. Clemente Lombardi.

—Italiano.

—Romano. Encantado de conocerte. –Se acercó y le dio dos besos–. Ya nos veremos, Lucía. Arrivederci.

Lucía lo siguió con los ojos y contempló como la mayoría de los asistentes al curso de cocina lo esperaban para entrar en una tasca. Estaban en plena Plaza de la Marina Española, era sábado y el sitio era perfecto para acabar (o empezar) la noche, pero a ella le dio mucha pereza mostrarse sociable, se dio la vuelta y echó a andar hacia la calle Bailén.

 

2

 

 

 

 

 

–Doctora, su hermana… –alcanzó a decir Lola, su ayudante, antes de que Cristina entrara como un vendaval en la consulta.

–Hola, guapis. Me duele un montón, así que date prisita, por favor.

–Gracias, Lola. Vamos a empastar, pero, primero, una radiografía. –Observó que Cristina ya estaba sentada en el sillón y se acercó poniéndose las gafas y la mascarilla–. Es increíble que hayas dejado pasar tanto tiempo este desastre, Cris.

–Solo se cayó el empaste, muchacha. No es para tanto.

–Sí es para tanto porque para eso me tienes a mí. Venga, abre la boca.

Se entretuvo en empastar la muela de su hermana, que se pasaba la vida huyendo de los dentistas, y después de solucionar el entuerto, se sacó la mascarilla y se movió con la silla hacia la mesa para actualizar su ficha en el ordenador. Cristina se levantó y se le acercó para darle un beso en la cabeza.

–¿Qué tal tu clase de cocina?

–¿Cómo sabes tú que fui a una clase de cocina?

–Te vio allí Gustavo Contreras, ¿te acuerdas de él? Es un compañero de trabajo de Carlos, lo has tenido que ver en nuestra boda o en casa alguna vez.

–¿Gustavo Contreras? Ni idea, ¿estaba aprendiendo a hacer postres una tarde de sábado?

–Se acaba de divorciar y le ha dado por hacer cursos para singles. Te vio, pero no te saludó porque tú ibas muy a tu bola.

–¿Cursos para solteros? No me lo puedo creer, voy a matar a Almudena. –Se puso de pie muy enfadada y se sacó la bata con muy malas pulgas–. Por eso no apareció la muy… La voy a matar, no se va a ir de rositas. ¿Cómo se le ocurre meterme en un curso para singles? Esta me la paga.

–Solo intenta sacarte de casa. Pareces un zombi, hermanita, y no puedes seguir pasando los fines de semana con la abuela y mamá viendo pelis alemanas de lo más cutres en la tele.

–Necesito estar tranquila.

–Ha pasado un año…

–¿Me invitas a comer o no?

Cristina cerró la boca, la agarró de la mano y se la llevó a comer a un chino de la calle O’Donnell que les encantaba. Tenía la consulta en Narváez, justo al lado, y dieron un corto paseíto hablando de lo divino y de lo humano sin mentar, ni de refilón, las circunstancias por las que estaba pasando y que la tenían así de deprimida.

Llevaba de vuelta en Madrid casi un año, después de vivir en los Estados Unidos más de cinco con Bradley, su novio. Un novio al que había conocido a los diecisiete años en Filadelfia, durante su estancia allí para cursar el último año de colegio en un instituto americano. Por aquel entonces Brad ya era universitario. Estudiaba en la Universidad de Pensilvania con una beca de fútbol, tenía un futuro prometedor y ella se había enamorado como una loca de él. Habría muerto a gusto por él, habría cruzado océanos a nado por él si él se lo hubiese pedido. Afortunadamente, no le pidió nada de eso, salvo mudarse a Nueva York cuando acabara la carrera de odontología para vivir juntos y eso hizo. A los veinticuatro años, licenciada y con un master, dejó a su familia, a sus amigos, su ciudad, sus gatos y todo lo que le importaba y se fue a vivir con él a Merrick, en Long Island, el pueblo natal de su familia, donde consiguió trabajo de inmediato, donde se