Ojos verdes - Claudia Velasco - E-Book
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Ojos verdes E-Book

Claudia Velasco

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Beschreibung

Diego Vergara se marchó a Londres convencido de que su encanto, su estupenda formación académica y su prima, dueña de un famoso restaurante de lujo, le facilitarían un rápido y sencillo ascenso al éxito, al triunfo profesional que le permitiría cumplir sus sueños: un local en Ibiza, dinero y pocos compromisos. Sin embargo, el destino es caprichoso y más vale no hacer planes, ni pensar que lo tienes todo bajo control porque, cuando menos te lo esperas, la vida da un vuelco y todo cambia… Ojos verdes nos llevará de la mano de Diego Vergara a disfrutar de su divertida, original e intensa aventura entre Londres y Dublín y a descubrir a la impactante Grace McGuinness, una misteriosa irlandesa de ojos verdes que con su ímpetu y personalidad será capaz de saltar todos los obstáculos y problemas que se le pongan por delante. Amor, familia, gitanos irlandeses, tradición, negocios, misterios, pasión y mucho sentido del humor en esta nueva novela de Claudia Velasco, continuación de su gran éxito Spanish Lady. "Ojos verdes es una historia intensa, amena, entretenida, con mucho sentido del humor. La lealtad, la amistad y la familia son valores que están siempre presentes en el desarrollo de la historia , dándole un toque muy especial. Claudia Velasco logra mezclar todos estos ingredientes logrando un trabajo maravilloso." La magia de los libros y yo "La lectura es muy ágil, la historia es fresca divertida y muy entretenida y no hay que perderse la aparición de las "estrellas invitadas"- cuando lo leáis ya me entenderéis a lo que me refiero. Si os gustó Spanish lady… os enamorasteis de Patrick O'Keefe… no lo dudéis esta es vuestro libro, lo disfrutaréis como unas enanas." La comunidad del Libro "Por lo que si te gusto Spanish Lady, te gustará esta novela ya que continúa su historia. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Claudia Velasco

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Ojos verdes, n.º 69 - abril 2015

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6408-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

—¿Sabes dónde está el éxito de un negocio?

—¿En la inversión? ¿En una buena gestión? —respondió, sin levantar los ojos del portátil.

—Nah, Spanish Lady. El secreto de un negocio está en el instinto y de eso a mí me sobra.

—Patrick… —Levantó los ojos y suspiró. Él se giró hacia la cama sacándose la camiseta y le sonrió.

—Así que no necesitas ir a Australia para ver de cerca aquello, te digo que funciona bien. Confía en mí.

—Y confío en ti, pero La Marquise Sídney también es nuestra responsabilidad y debería… Oh, Señor, ¿quién llama a estas horas? —Agarró el móvil y parpadeó, sorprendida.

—¿Qué? ¿Quién es?

—Es Diego, mi primo Diego. Qué raro. Hola…

—Primita, ¡¿qué tal, tía?!

—¿Diego Vergara en persona? No me lo puedo creer. ¿Qué tal te va?

—No tan bien como a ti, por lo que sé.

—Ya, ya… dame un segundo. —Prestó atención al intercomunicador de Michael y un ruidito les indicó que estaba a punto de echarse a llorar. Miró a Patrick y él salió de dos zancadas hacia el dormitorio del niño—. Perdona, es el pequeñajo. ¿Cómo estás? Qué alegría saber de ti.

—¿Qué edad tiene?

—¿Michael? Quince meses.

—Joder, Manuela, quince meses. ¿Hace cuánto que no hablábamos?

—Desde la boda de María, tres meses por lo menos.

—Es cierto. Pues ahora necesito hablar contigo.

—Claro, dime, ¿qué pasa?

—No, mejor en persona. Estoy en Londres.

—¿Estás aquí? ¿En serio? ¿Cómo no me habías dicho nada…?

—Un impulso, Manu, ya te contaré.

—¿Y cuándo has llegado?

—Esta mañana, y he estado todo el puñetero día durmiendo. Agotado de la despedida en Madrid. Llevaba unas treinta horas de juerga y lo pasé fatal en el avión.

—¿O sea, que vienes a quedarte? ¿Dónde estás alojado?

—Estoy en casa de Pepe Alonso, no creo que lo conozcas, un poco lejos del centro y sí, vengo a probar suerte. Me quedé sin trabajo en mayo y llevo cuatro meses puliéndome el finiquito.

—Lo siento, Diego. Pues hablamos mañana si quieres. Yo trabajo hasta la cinco, ¿puedes pasarte por nuestro local y así charlamos tranquilamente? Te invito a comer, a María le encantará verte.

—De puta madre, primita.

—Genial, toma nota de las señas.

—Sé dónde está La Marquise, Manuela. Menudo local tenéis.

—No es para tanto… —Subió los ojos y vio aparecer a Paddy con el niño en brazos. Despierto y sonrosado, con el chupete en la boca, sin ninguna intención de volver a su cama—. Vale, pues nos vemos mañana, yo llego sobre las nueve y media.

—Vale, genial. See you tomorrow, prima.

—Adiós. ¿Y vosotros dos qué pretendéis? —Los observó seria y su hijo le sonrió sin soltar el chupete.

—Viene a dormir un rato con papá.

—Paddy, por favor… —Dejó el ordenador en la mesilla e hizo amago de levantarse pero ya estaban los dos metiéndose a la cama—. No puede ser, te lo digo en serio. No puede dormir todas las noches con nosotros.

—No lo he visto en todo el día, ¿verdad, cachorrito? Nos echamos de menos. —Lo abrazó para comérselo a besos mientras el niño gritaba de felicidad—. Le encanta, solo será un rato.

—Acabas de espabilarlo, ahora se quedará despierto hasta las tantas.

—Y da igual. Vamos, Spanish Lady, no seas gruñona. Luego te mimaré a ti y verás qué bien.

—Madre mía… —Apagó la luz y se recostó sobre la almohada pensando en su primo Diego, el único primo que siempre le había caído fenomenal y al que solo podía definir con tres palabras: guapo, golfo y adorable.

—¿Qué quería tu primo…?

—Diego, se llama Diego Vergara. Está en Londres, viene a buscar trabajo, me imagino que querrá que le echemos un cable.

—¿Diego Vergara? —Pronunció con un acento horrible. Ella lo miró y sonrió, estirando la mano para acariciar el pelo de Michael—. ¿Ese tío moreno y guapete que quería poner un bar en Ibiza?

—Ese mismo.

—Muy simpático.

—Demasiado simpático es Diego, todo un personaje. En fin, mañana hablaré con él. ¿Nos dormimos? ¿Cerramos los ojitos, mi amor? —Se inclinó para besar a su bebé y de paso besó a su marido en los labios—. Sois unos indisciplinados, los dos, no hago carrera de vosotros.

Capítulo 1

 

 

Dejar Madrid y los amigos, la familia, las tapas del domingo en La Latina, las noches en Huertas y al Real Madrid era demasiado duro, pero le apetecía cambiar de aires. Licenciado en ADE (Administración de Empresas) por una buena universidad, como muchísimos conocidos de su generación, Diego Vergara estaba listo para salir de España y comerse el mundo. Ya había estado de Erasmus un curso en Italia y pasado dos veranos en Inglaterra aprendiendo inglés, en una academia llena de hispanohablantes y relacionándose solo con españoles, pero ambas experiencias le hacían suponer que un salto a Londres, a los veintinueve años, y después de encadenar varios trabajos de relativa importancia en su país, era lo que tocaba. Más aún, cuando se enteró de que su prima pequeña, Manuela, era dueña de un espectacular restaurante de moda en Mayfair, el barrio más caro de la ciudad (tal vez de toda Inglaterra) tan solo seis años después de emigrar a la capital del Támesis.

Por lo tanto se tiraba a la piscina con paracaídas, pero sin querer incordiar demasiado a Manuela, que era una chica muy seria y responsable, ahora esposa y madre de un niño. Un dechado de virtudes que siempre había ido a su aire, volando lejos de su familia, independiente y trabajadora. Brillante, decía todo el mundo, aunque para él seguía siendo solo Manu, su guapa primita pequeña. Una tía buena a la que todos sus amigos le habían tirado los tejos, en algún momento, y sin ningún éxito.

Ahora Manu dirigía un negocio propio, se había casado con un tío forrado y vivía en Gran Bretaña a todo tren, o eso creían los Vergara, que especulaban muchísimo sobre Patrick, el marido irlandés que se había agenciado. Un tío separado y al que rodeaba un halo de misterio que tenía fascinado al personal. Una historia de amor de la que nadie sabía nada en España, porque ella era muy discreta, pero de la que se hablaba siempre que se reunía la familia, dando opiniones varias sobre Paddy, que había estado un par de veces en Madrid con Manuela, pero con el que apenas se habían relacionado.

El irlandés era un tiarrón con pinta de actor de cine y mucho carisma. Locas las tenía a todas en la boda de María Pérez del Amo, la mejor amiga de Manuela, cuando lo había visto por segunda y última vez. Un guiri muy divertido que aguantaba bien el alcohol, con el que había estado charlando un poco sobre negocios e inversiones y que no sería un escollo a la hora de pedirles ayuda, estaba seguro, porque parecía un buen tío, o al menos uno que haría cualquier cosa por su mujer.

Se bajó en el Metro de Green Park, cruzó Piccadilly Street y se adentró en Mayfair un poco perdido, buscando la famosa Marquise, que era el local de Manuela. Cuando al fin encontró el Hotel Claridge, su referencia más cercana al restaurante, callejeó un poquito más hasta dar con una preciosa casa victoriana, con parking de entrada, reformada primorosamente para albergar el restaurante y el club La Marquise, del que todo el mundo hablaba, pero al que muy pocos de sus conocidos en Londres podía acceder porque decían que era carísimo. Y no le extrañó, viendo lo que tenía delante.

—Hola, busco a Manuela, Manuela Vergara —preguntó en la entrada a la maître, una chica rubia de punta en blanco que llevaba una Tablet en la mano.

—¿Cómo dice?

—Perdona mi inglés, yo…

—No importa. ¿Tiene reserva?

—No, no, busco a Manuela, Manuela Vergara.

—¿La señora O’Keefe?

—Supongo, claro, yo…

—¡Diego! ¡Diego Vergara! La madre que te parió —oyó a su espalda, y acto seguido tenía a María saltando a su cuello para abrazarlo—. Dieguito, ¿qué coño haces aquí?

—María Pérez del Amo, ¿qué tal, reina mora?

—No tan bien como tú. —María coqueteó muy a su pesar y luego miró a la maître con gesto tranquilizador—. No te preocupes, Heather, es Diego, un primo de Manuela, yo me ocupo.

—Claro, yo preguntando por Manuela Vergara y ahora se apellida Dios sabe cómo.

—O’Keefe, ¿no lo sabes? Menuda familia sois vosotros. ¿Cuándo has llegado?

—Ayer. Anoche llamé a mi prima y quedé en venir pronto, pero me dormí y mira las horas. ¿Está o ya se ha ido? ¿Cómo está Borja?

—Borja, bien, trabajando como un burro, pero contento. Ven, Manuela no se ha ido, no se va hasta las cinco. ¿Te quedas a comer?

—Sí, si me invitáis.

—Eso está hecho. —Le guiñó un ojo y lo llevó primero a una oficina con dos escritorios y una sala de espera y luego hacia una puerta enorme que daba a un despacho privado. Llamó con dos golpecitos y entró tirando de su mano—. Manu, mira a quién me he encontrado en la puerta.

—¡Diego! —Manuela se apartó de su escritorio y se puso de pie para abrazarlo. Él dio un paso atrás y silbó admirando lo guapa que estaba con una falda negra, estrecha, y una blusa blanca muy sencilla, pero que le sentaba a las mil maravillas—. ¿Has llegado bien? ¿Cómo has venido, en Metro?

—Joder, qué guapa, primita.

—Sí, ya, muchas gracias. Siéntate.

—En serio, joder con la Manolita —bromeó, guiñando un ojo a María, que lo observaba como siempre, con la boca abierta—, y sí, vine en Metro. Siento el retraso, pero me dormí.

—Y cuéntanos, ¿qué planes tienes en Londres?

—Yo… pues buscarme la vida. —Barrió con los ojos oscuros el escritorio de caoba y vio un par de marcos que se inclinó para coger y ver de cerca—. ¿Este es Michael? Cómo crece, en tu boda apenas andaba, ¿no, María?

—Bueno, estaba empezando a andar de la manita, ahora ya no hay quien lo pare —contestó ella, muy orgullosa de su ahijado—. Es un torbellino.

—¿Y tu marido, Manu?

—Bien, todo bien. Muy liados, como siempre, pero bien. ¿Y tus padres? ¿Javier y Marta?

—Bien, mis padres estupendamente. Javier pensando en casarse, sigue en Hong Kong ¿sabes? Y Marta acabando la carrera para posteriormente pasar a engrosar la lista del paro.

—Joder, es que la cosa está fatal.

—Vi a tus padres y hermanos antes de venir, te mandan saludos.

—Gracias, pero cuenta, ¿cómo es que te has decidido por Londres? ¿Vienes con trabajo o…?

—No, vengo a la aventura y me quedan trescientos euros en el banco. ¿Cuánto es eso en libras esterlinas?

—Unas doscientas cincuenta, con algo de suerte —respondió María, hipnotizada con esos ojazos oscuros y esa sonrisa de la que siempre había estado prendada. Carraspeó y miró a Manuela de reojo—. ¿Y dónde te alojas?

—En casa de un amigo y sus cuatro compañeros de piso. Todos curritos madrileños que no ganan ni para calefacción. Me han dejado el sofá medio descuartizado del salón y está a tomar por saco, cerca del aeropuerto… Solo en venir aquí ya me he gastado una pasta.

—Puedes quedarte en mi casa unos días, si quieres —ofreció Manuela mientras oía vibrar el móvil—. Lamentablemente no puedo darte alojamiento permanente porque el hijo mayor de Patrick viene a Londres de vez en cuando y…

—No, déjate de gilipolleces, se viene con nosotros a Russell Square, tengo una habitación disponible. Diego, ¿por qué no me avisaste de que venías?

—Es que no quería molestar, en serio, yo… Puedo quedarme con Manuela unos días, hasta que encuentre algo y…

—¿Estás loco? ¿Sabes cuánto cuesta un piso cerca del centro? ¿Y que sea decente? Ni hablar, tú te vienes con nosotros a casa y cuando tengas curro, me ayudas con el alquiler. Estábamos pensando en alquilar la habitación libre y qué mejor que un conocido, ¿no, Manuela?

—Claro —respondió ella, imaginándose la cara de Borja cuando descubriera que su mujer quería meter en casa a su amor imposible del instituto—. Habladlo con Borja y tomad una decisión. De momento, te puedes quedar en casa…

—No, de eso nada. ¿Me dejas el coche de Paddy? Podemos ir después de comer a buscar sus cosas y esta noche ya duerme en una cama decente.

—¿Y no vas a llamar a tu marido? —preguntó Diego sin poder creerse la suerte que estaba teniendo—. Igual no le apetece tener compañía en plena luna de miel.

—Jaja, qué gracioso. —María se puso de pie—. Después de doce años de noviazgo, lo nuestro poco tiene de luna de miel.

—Por Dios, María… —Manuela movió la cabeza y sonrió a su primo, que siempre se había dejado organizar la vida por las solícitas mujeres de su entorno—. ¿Estás de acuerdo? ¿No tienes otros planes, novia o…?

—No, si por mí, encantado, imagínate. Gracias, María, eres un ángel.

—Vale, vuelvo al trabajo y comemos en media hora, ¿de acuerdo? Pediré que nos pongan una mesa en el club.

—Muy bien, gracias… —Manuela esperó a que su amiga se fuera y volvió a clavar los ojos en Diego, que sonreía de oreja a oreja—. Es como una madre.

—Sí, siempre lo ha sido. —Suspiró—. Ya veo que las cosas te van de maravilla.

—Estamos en la lucha. Llevamos poco más de un año frente al negocio y es una carrera de fondo, ya sabes.

—Ya, pero es la bomba, menudo local, Manu. —Se puso de pie para mirar por la ventana la terraza trasera—. Menuda inversión. Va a ser verdad y tu marido es una especie de magnate.

—De magnate nada, es un empresario muy arriesgado que lleva más de veinte años matándose a trabajar.

—Pues tu hermano Luis dice que es multimillonario… —Vio como movía la cabeza sonriendo y se metió las manos en los bolsillos—. ¿Qué?

—Que me extraña que Luis se atreva a decir nada al respecto si jamás ha cruzado una frase con Paddy y a mí jamás me ha preguntado cómo me va la vida o a qué nos dedicamos.

—Familia…

—Sí, nuestra familia… Pero mejor cambiemos de tema antes de que empiece a cabrearme. Al grano, ¿en qué te puedo ayudar?

—Trabajo.

—¿Qué experiencia en hostelería tienes? —Abrió el ordenador y Diego se sentó otra vez frente a ella—. Puedo buscarte algo para empezar enseguida, siempre buscamos apoyo y…

—¿En hostelería? Nada. Soy licenciado en Administración de Empresas, seguro que puedo ayudarte un poco.

—Tengo el departamento de administración cubierto, Diego, pensaba en otra cosa.

—Pues yo pensaba en poder ayudarte en un negocio tan grande, creo que tenéis más cosas en Irlanda, ¿no?

—Patrick y su familia tienen negocios en Irlanda, sí. ¿Quieres mudarte a Dublín o a Derry? Yo allí no tengo mucha mano, pero podría intentarlo…

—¿Para la gerencia?

—¿La gerencia? Diego… yo…

—Ya sé que es como querer llegar y besar el santo, pero tengo experiencia, llevo seis años trabajando en puestos intermedios de dirección, ¿Cuánta experiencia tenías tú cuando te hiciste cargo de este negocio?

—Un año como camarera, luego otro como jefa de camareros y dos de directora adjunta. Además de la coordinación de varios de los negocios de los antiguos dueños. Conocía La Marquise como la palma de mi mano cuando decidimos quedarnos con el traspaso pero, en todo caso, no voy a contarte mi vida. Puedo buscarte algo en el comedor, las cocinas y dentro de unas semanas en el club. ¿Qué tal el inglés?

—Soy licenciado universitario. —Se apoyó en el respaldo de la butaca un poco contrariado. No esperaba una entrevista de trabajo por parte de su prima y la miró con los ojos muy abiertos.

—Como el noventa y nueve por ciento de los empleados de comedor que tenemos. De hecho, la mayoría trabaja aquí para aprender el negocio o para pagarse estudios de post grado, como lo hicimos María y yo al principio. ¿Te parece muy duro?

—No tengo experiencia.

—Si quieres probar, te enseñaremos.

—Podría considerarlo como algo pasajero, un paso para…

—Claro. Las condiciones son buenas y te ayudará a empezar en Londres, y créeme, esto sí que es llegar y besar el santo. Con tanta inmigración de españoles en Inglaterra la cosa está cada día más complicada…

—Spanish Lady! —La voz grave de Patrick los sobresaltó y ella lo miró a tiempo de verlo entrar con las gafas de sol puestas, arrancándose la corbata de un tirón—. Te he estado llamando, ¿no oyes el teléfono?

—Estaba reunida con mi primo Diego.

—Ah, hola, ¿qué tal Diego? —Se acercó y le dio un abrazo, luego miró a su mujer y se inclinó para besarla en los labios—. ¿Todo bien?

—Sí, ¿qué tal en el banco?

—Perfectamente, luego te cuento, no hay de qué preocuparse. ¿Qué tal todo por España, Diego?

—Fatal, por eso he venido.

—Empezará a colaborar con nosotros.

—Ok, estupendo, ¿nos vamos a comer? Me muero de hambre y quiero ir temprano a recoger al cachorrito.

—No sé para qué pagáis guardería si pasa menos tiempo allí que ningún otro niño. —María entró por su espalda y sonrió a Diego con los ojos brillantes—. Tengo todo listo para comer arriba, ¿vamos?

—¿Y hay para mí? —preguntó Patrick observando como Manuela se ponía una chaqueta.

—Claro, tú eres el jefe, Paddy.

—Pues si eres el jefe tal vez puedas convencer a tu mujer de que me busque un trabajo en administración —se aventuró a comentar mientras salían al pasillo. Patrick O’Keefe se detuvo y lo miró a los ojos.

—¿Cómo dices?

—No quiero ser pesado, pero tal vez pueda ayudar en administración.

—Tal vez deberías empezar por mejorar ese inglés, porque no te entiendo ni papa.

—¿En serio? —preguntó un poco ofendido—. ¿Tan malo es mi inglés?

—Pésimo —respondió María cogiéndolo por el brazo—, pero mejorará, ya verás. Hasta Borja ya habla como la reina de Inglaterra. Paciencia, nosotros te ayudaremos.

Capítulo 2

 

 

—Spanish Lady… Manuela.

—¡Qué! Lo siento, no te he oído entrar. ¿Qué tal, mi amor? —Lo miró de reojo y le sonrió—. ¿Has podido con todo?

—Sí, ¿qué haces? —Observó su aspecto inmejorable ahí, de pie junto al mostrador de administración, de negro, con pantalones de vestir y una camisa de corte varonil muy sexy, con un cinturón enorme alrededor de su estrecha cintura. El pelo oscuro y ondulado suelto sobre los hombros. Se acercó y le acarició el trasero besándole la cabeza—. Hola, Spanish Lady, ¿qué es eso?

—¿Eso? —Miró el vaso de café que le habían mandado del bar y movió la cabeza sin dejar de prestar atención al ordenador—. Un invento de los chicos. Pruébalo si quieres, está muy bueno.

—¿En serio? —Se inclinó, buscó su boca y le dio un casto beso entornando los ojos—. Está bien.

—¿Ah, sí? —Sonrió de oreja a oreja viendo cómo se acercaba otra vez para besarla un poco más seriamente, lamiéndole los labios hasta que le plantó un beso largo que ella devolvió sujetándolo por el cuello.

—Es cierto, está muy bueno. Sabe deliciosamente.

—Tú sí que sabes bien, lo mejor del mundo. —Le besó la mejilla, el cuello y lo abrazó con mucha fuerza—. Te quiero.

—Sí, pero no me haces ni puñetero caso.

—Estoy con este trabajo para la escuela, pero ya he acabado, lo mando por email y nos vamos, ¿quieres?

—Vale. ¿Qué tal tu primo?

—Agotado en su primer día, hecho polvo. Creo que ha subido a descansar un poco antes de irse a casa.

—Tal vez no pueda con este trajín.

—Sí que puede, es cuestión de acostumbrarse. Es duro, pero se adaptará.

—Pero es familia —se apartó y se apoyó en un escritorio sin dejar de observar como ella acababa con el ordenador—, a lo mejor en la oficina…

—Es familia y por esa razón le he dado el turno de comidas y no el de cenas, donde sí se curra de verdad. —Mandó el email, apagó el portátil y le clavó los ojos negros—. ¿Qué tal con la gente de Manchester?

—Creo que cerraremos el trato, me gustan esos hoteles. Son perfectos. Sean se los ha llevado a tomar una copa.

—Genial, ¿no vas con ellos?

—¿Y tú?

—No, hoy quisiera cocinar tranquilamente y…

—Vale, es igual, a mí tampoco me apetece salir. Recogemos a Michael y derechitos a casa.

—Primero un paso rápido por el súper, ¿vale? Quiero hacer pasta rellena… —Entró al despacho y salió con el bolso y una chaqueta, apagando las luces de la oficina—. En Tesco hay una pasta estupenda.

—Ok, pero espera un momento. —La sujetó por las caderas y la acercó para mirarla a los ojos—. Me ha llamado mi hermana Erin, necesita que le hagamos un favor.

—¿De qué se trata?

—De Grace. Ha roto con su prometido, ha mandado los preparativos de la boda y todo ese lío al carajo y quiere salir de Dublín.

—¿Y quiere venir a Londres?

—Eso dice. Es una chica estupenda, seguro que nos puede echar un cable con el cachorrito. Serán un par de semanas como mucho.

—Por supuesto, cariño, dile que venga cuando quiera.

—¿No te importa?

—Claro que no, me encanta Grace y si Paddy Jr. viene a Londres, seguro que no le importará compartir su cuarto con ella.

—Ok, pero habla tú con Erin, dice que en casa mandan las mujeres… —agarró el teléfono móvil al tiempo que veía aparecer por el pasillo a Diego Vergara con cara de agotamiento— y yo le dejé claro que la mía manda dentro y fuera de casa, así que…

—Muy gracioso. Hola, Dieguito.

—Hola, prima. Paddy, ¿qué tal, tío?

—Bien, toma Spanish Lady. —Le pasó el teléfono y ella saludó a su cuñada.

—Hola, Erin.

—Hola, Manuela ¿Cómo estás? ¿Mi pequeñajo?

—Todos bien, gracias. Tu hermano ya me ha contado lo de Grace, lo siento. ¿Está bien?

—Está estupendamente, lo mejor que ha podido hacer es echarse atrás a tiempo. Ya sabes que no nos gustaba nada el tal Kevin y que la boda era un empeño suyo, no nuestro, así que…

—Bien, pues mándala cuando quieras, estaremos encantados de recibirla en casa.

—Sabes que es una niña muy trabajadora, te echará un cable con el bebé y con lo que quieras.

—No te preocupes.

—Y dejo que vaya con vosotros porque confío ciegamente en mi hermano, pero sobre todo porque me fío de ti, Manuela, sé cómo eres y por eso te mando a mi hija. Si no, ni se me ocurriría dejarla marchar.

—Claro, y te agradezco la confianza. Estará muy bien, te lo prometo.

—Gracias, cariño, manda un beso a mi Michael y mañana te digo cuándo viajará Grace.

—Estupendo, saludos a todos por allí. Adiós. —Se giró y vio que estaba sola, se asomó a la terraza y comprobó que Patrick y Diego estaban fumando junto a la puerta—. Todo arreglado, Paddy, ¿nos vamos? Es tarde.

—Manu, María dice que sueles ir a un gimnasio por aquí cerca y nada caro —susurró Diego, suspirando—

—Sí, bueno, está cerca de Oxford Street. Mañana te doy los datos.

—Vale, estoy hecho una mierda y tengo que ponerme en forma o no sobreviviré a La Marquise.

—Poco a poco. ¿Vamos, Paddy?

—Sí, Spanish Lady, vamos.

—¿Por qué te llama Spanish Lady? Ya me imagino que por razones obvias, pero…

—Es por una canción irlandesa, ya te contaré —contestó Manuela saliendo hacia el hall—. ¿Te llevamos a alguna parte?

—No sé… ¿al metro?

—No, vente a cenar a casa y luego te llevo a Russell Square —intervino Patrick mirando el aspecto desolado del español—. ¿No quieres ver a Michael?

—Claro, claro, me encantaría ver al niño, pero hoy no puedo con mi alma, necesito una cama ahora mismo.

—Vale, hombre, te llevamos a casa, pero antes tenemos que recoger a nuestro cachorrito de la guardería, ¿te parece?

—Gracias, tío, te lo agradezco muchísimo.

—Blandengue —susurró Manuela dándole un empujón. Él se encogió de hombros y los siguió arrastrando los pies hacia el parking, reventado, más agotado de lo que había estado en toda su vida.

Capítulo 3

 

 

Todo el mundo dice que la hostelería es dura, o se imagina que la hostelería es dura, pero no tienen ni idea, ni la más mínima idea, pensó estirando la espalda contra la balaustrada de la zona Vip. Se aferró a las rejas de ese balcón interior, que se abría hacia el club de La Marquise, e hizo un estiramiento de brazos intentando desentumecerse, alargar el cuello y dejar de sentirse como un inútil. Solo llevaba cuatro días en el local y ya estaba pidiendo a gritos un día libre, solo uno, para dejar de sentir que su vida se había convertido en una sucesión de horas de trabajo y nada más. Porque estaba tan agotado que solo optaba por salir medio a ciegas camino de casa para dormir y descansar, comer algo rápido y volver a madrugar para presentarse en el restaurante donde se pasaba cinco horas seguidas a la carrera y aprendiendo cosas como sujetar una bandeja, atender con una mano a la espalda o servir una copa de vino a los clientes.

María, en un acto de extrema generosidad, lo dejaba currar solo cinco horas, pero ya le había advertido que después de su periodo de entrenamiento el horario aumentaba a siete horas fijas, más un par o tres horas extras, si quería ganar dinero. Aunque a esas alturas le daba igual ganar dinero, en realidad le importaba una mierda, porque si su vida (por ganar pasta) se iba a reducir al trabajo, no le interesaba. Ya se lo había comentado a María, que era la responsable de la cocina y el comedor, pero ella se había limitado a sonreír, asegurándole que en cuanto cogiera el tranquillo podría tener una vida normal, como todo el mundo. Aunque él lo dudaba.

Agotado, así estaba, y para más INRI, todo el mundo le hablaba de su prima Manuela, una trabajadora incansable que hasta antes de tener a su hijo doblaba turnos y curraba como la que más. Mano derecha de sus antiguos jefes, Manuela controlaba hasta el más mínimo detalle de La Marquise, mucho antes de hacerse con el negocio en propiedad, y la gente la respetaba, al igual que a María, por su capacidad de entrega y compromiso. Las dos se habían forjado una reputación intachable en el restaurante y a él no le quedaba otra que dejar el pabellón bien alto, sobre todo porque sus colegas españoles residentes en Londres le decían, una y mil veces, que había tenido una suerte bárbara al conseguir trabajo en un sitio como aquel, enseguida, y sin necesidad de peregrinar por la ciudad buscando alguna oportunidad como lavaplatos. Que era lo que había en esos momentos para los cientos de inmigrantes que llegaban a diario por allí.

Estaba agradecido de su suerte, a pesar de tener que tocar todos los palos: desde lavaplatos a pinche de cocina, pasando por auxiliar de camarero o encargado de la limpieza. Lo hacía todo con diligencia, observando el ritmo frenético pero perfectamente organizado del comedor y la cocina, donde el chef francés, un tal Phillipe, reinaba con toda su arrogancia. El tío aún no le había dedicado ni media mirada, pero él sí lo observaba trabajar, era una máquina y contaba con un grupo de ayudantes de primera, como tenía que ser. En el turno de comidas Phillipe apenas intervenía, lo hacía su segundo de a bordo, el subchef Richardson, pero él lo controlaba todo, al igual que María, que era una especie de enlace entre ambos servicios: comidas y cenas. Llegaba sobre las once de la mañana, lo vigilaba todo, se iba tres horas y volvía para la cena y la locura del club y la zona Vip de la noche, aunque ya se había enterado de que el encargado de las noches era otra persona, un tal Sonny, otra de las manos derechas de Manuela porque, si algo había comprobado en cuatro días de trabajo allí, era que su prima había conseguido un férreo control sobre su negocio a través de un equipo de primera, compuesto por varias personas que dependían de ella, pero en los que delegaba con maestría: María, Helen, Phillipe, Günter y Sonny. Un equipo perfectamente armónico que actuaba como un motor bien engrasado. Un gran staff del que podría formar parte si tenía paciencia y se lo curraba un poco. Esa era su meta y de ahí no lo desviaría ni Dios.

Suspiró, sintiendo los músculos agarrotados del cuello, y de repente oyó voces que venían desde el club, vacío a esas horas de la mañana. Miró la hora y comprobó que ya eran las once y que la que entraba acompañada por una chica pelirroja era Manuela. Se inclinó para verlas mejor y oyó que hablaban bajito y que su prima le enseñaba el sitio agarrándola por el brazo. La chica parecía joven y era espectacular, un cuerpazo, aunque la cara apenas se la podía ver. Carraspeó y decidió bajar para saludarlas.

—Hola, buenos días —dijo en español.

—Hola, Diego, ¿qué tal? Te presento a Grace, una sobrina de Patrick, bueno y mi sobrina —bromeó, hablando en inglés. Diego se acercó y se encontró con una belleza de ojos verdes enormes, que lo dejó un poco patidifuso, sobre todo porque ella apenas lo miró—. Grace, este es mi primo Diego.

—Hola —respondió Grace con un acento extraño que lo dejó más confuso todavía.

—¿Va a trabajar aquí? —preguntó al fin.

—No, viene de vacaciones, a pasar un par de semanas con nosotros.

—Genial.

—Sí, bueno. ¿Viene el tío Paddy ahora con Michael o se lo lleva a la guarde?

—No, se lo ha llevado de compras y seguro que luego lo trae para acá. ¿Lo esperas en mi oficina o quieres volver a casa?

—Me voy contigo a la oficina, así me dejas usar Internet. ¿Puedes? Me he quedado sin el móvil.

—¿Qué le pasó?

—Se me rompió, tengo que comprarme otro.

—Vale, pues ya sabes dónde es, vamos… —Ambos la vieron caminar hacia las escaleras y Manuela se giró hacia su primo con una sonrisa—. ¿Qué tal vas? ¿Ya te acostumbras un poco?

—Un poco, reventado estoy. ¿Qué edad tiene Grace?

—Dieciocho, pero es como una niña pequeña. Es la primera vez que se separa de su familia. Patrick dice que es culpa de su madre, que siempre la ha tenido pegada a sus faldas.

—Pues menudo bellezón.

—Bellezón prohibido desde todo punto de vista, ¿vale? —Lo agarró del brazo para animarlo a bajar a la cocina—. Si no quieres que Paddy te corte las pelotas.

—¿A mí? Por Dios —le guiñó un ojo y Manuela se echó a reír—, ya sabes que soy un santo.

—Ya, ya, tú cuidadito y todos en paz.

—Oye, ¿te has dado cuenta de que tu marido es clavadito a Michael Fassbender, el actor irlandés ese que está tan de moda?

—Sí, todo el mundo se lo dice.

—¿No son familia ni nada?

—No… —Bajó las escaleras a la carrera y saludó a las camareras que ya empezaban con el turno del brunch—. Casualidades de la vida, pero yo creo que Patrick es más guapo.

—En la cocina lo llaman Fassy, de Fassbender —bajó el tono y ella se echó a reír—, que lo sepas.

—Lo sé.

—¿Y no te ayuda con La Marquise?

—Directamente no, él tiene su empresa de hoteles y eventos y me deja esto a mí. Bueno, a mí y a todo el equipo.

—Claro. En fin —suspiró arreglándose el mandil y cuadró los hombros—, vuelvo a la faena o María me mata.

—Ánimo y no decaigas, dentro de una semana todo será pan comido.

—Dios te oiga, primita, Dios te oiga.

Capítulo 4

 

 

Veintinueve años. Se miró en el espejo del cuarto de baño y no vio ningún cambio particularmente llamativo. Se lavó la cara, se echó crema con calma y procedió a maquillarse un poquito, lo mínimo, como siempre. A Patrick se le había antojado celebrar su cumpleaños en casa, con sus amigos más cercanos y, a pesar de que ella prefería un millón de veces una cena a solas y con velas, en cualquier restaurante de la competencia o incluso en La Marquise, él había insistido, lo había organizado todo y había invitado a las personas que podían acercarse a una pequeña fiesta en sábado y por la noche, a su casa. Un verdadero milagro para parte de sus amigos, que se dedicaban en su gran mayoría a la hostelería.

Miró la hora y comprobó que ya eran la siete de la tarde y que sus compañeros estaban sacrificando horas libres (o de su turno de trabajo) por estar allí, lo que la conmovió lo suficiente como para obviar el cabreo y salir a atenderlos con una sonrisa.

Paddy había encargado un catering completo y había pedido a una de las camareras de confianza del restaurante que se acercara para ayudar. Tenía todo bajo control, pensó Manuela, desde las bebidas a la música, y se había pasado el día mandándole flores y regalitos de parte de Michael, en un intento vano por distraerla y evitar que siguiera pidiendo su cena a solas. Cualquier cosa con tal de sortear la opción de salir de casa y dejar al bebé con Grace o una canguro.

Desde que el niño había nacido se había convertido en un padrazo, dependiente y maniático, siempre con Michael, su cachorrito, en brazos, mimándolo hasta la saciedad y decidido a llevarlo con él a todas partes. Aunque la cruda realidad era que su trabajo y sus viajes lo alejaban de Michael más de lo que podía soportar, con lo cual, si estaban juntos tenía por norma no separarse de él, bajo ningún concepto, ni siquiera por una cena a solas con su mujer en el día de su veintinueve cumpleaños. Manuela lo sabía, los dos lo sabían, aunque él tenía la desfachatez de negarlo con cara de inocente.

 

 

—Manuela, ¿tu primo es gay? —le soltó Phillipe, su chef, en cuanto la tuvo a tiro. Ella se acercó y se agarró al brazo de Peter, su antiguo jefe, levantando las cejas.

—Esa es una pregunta políticamente muy incorrecta, Phillipe, no se lo he preguntado.

—Chorradas, ¿lo es o no lo es? Tú tienes que saberlo.

—¿Por qué?

—Porque tengo a dos tercios de mi cocina prendada de sus ojazos oscuros y su sonrisa de anuncio.

—¿En serio? —miró a Pete y él asintió, muerto de la risa.

—Ya ha habido escarceos serios y no quiero a nadie tirándose de los pelos en mi office.

—¿Qué?

—Creo que ya se ha enrollado con dos camareras y la cosa está que arde —intervino Peter.

—¿Qué? —repitió, muy confusa—. ¿Y yo en la inopia? No tengo ni idea, pero ahí tienes tu respuesta, Phillipe, si han sido dos camareras y no dos camareros…

—Chorradas otra vez. Creo que se deja querer por todo el mundo, igual le gusta la carne y el pescado.

—No creo, pero en todo caso, no me parece bien que a las dos semanas de estar trabajando con nosotros ya esté metido en estos rollos. Hablaré con él.

—¿Hablar con quién? —María llegó a su lado y se puso las manos en las caderas.

—Con Diego, dicen que ya anda rompiendo corazones en la cocina y…

—Como siempre, ese es su sino, siempre ha sido así.

—Pero ya no estamos en el instituto y aquí las relaciones en el trabajo no…

—La culpa es de las camareras, Chantal y Alina, ellas son las que se tiran a todo lo que se menea —opinó María—, y ya sabes cómo es Diego, un encanto y lo acosaron, soy testigo.

—Ay, María, se te está viendo el plumero… —Soltó una carcajada Peter viendo a Grace, la sobrina de Patrick, aparecer con Michael en brazos. El pequeñajo, que era igual que su padre, localizó a Manuela y se puso a lloriquear estirando los bracitos hacia ella.

—Mami, mami…

—¿Qué pasa, mi amor? —Lo cogió en brazos y él enseguida se calmó y los miró a todos con sus enormes ojos color aguamarina muy abiertos—. Di hola, mi vida.

—Hola.

—Hola, guaperas.

—¿Tienes sueño?

—No quiere estar en su cuarto, ni en el vuestro, solo os llama y hace pucheros —susurró Grace.

—Vale, no pasa nada, Gracie, así te quedas con nosotros y te tomas algo también. ¿Qué quieres beber?

—Yo no bebo.

—No tiene que ser alcohol, cariño. ¿Un refresco?

—No sé, voy a ver… —Les dio la espalda y se fue a la cocina. Manuela besó los mofletes de su bebé y luego miró a sus amigos—. ¿Qué?

—¿Pero esta niña se adapta? —preguntó Peter—. ¿Le gusta Londres?

—No lo sé, habla poco y no sale apenas. Lleva una semana entera aquí y aún no sé qué le apetece hacer.

—Es preciosa —opinó Phillipe—, menuda belleza irlandesa.

—¿Belleza irlandesa? —Patrick se les acercó de repente y sorprendió a Michael, que en cuanto lo vio saltó a sus brazos, muerto de la risa—. ¿Quién? ¿Michael? Ya sabemos que es un irlandés muy guapo.

—Medio irlandés —dijo María sonriendo a su ahijado—. Hablamos de tu sobrina.

—¿Grace? —La buscó con los ojos y luego se encogió de hombros—. Una cría, eso es lo que es, más vale que nadie lo olvide.

—Hala, tenía que decirlo —bromeó Peter—, qué carca eres, Paddy.

—Con las mujeres de mi familia, sí. Conviene tenerlo en cuenta.

—¿Tú te oyes cuando hablas? —Manuela movió la cabeza sintiendo el timbre—. Voy a abrir.

—Dame un beso, Spanish Lady, feliz cumpleaños.

—Gracias. —Aceptó el beso y miró hacia la puerta, donde en ese momento entraba una de sus mejores amigas, Laura, recién aterrizada de Nueva York, y justo detrás de ella la figura de su primo se le hizo visible dejando meridianamente claro que ya estaban encantados de conocerse—. Hola, chicos.

—¡Manuela! —Laura la abrazó y le plantó dos besos—. ¿Has visto? Me acabo de encontrar con tu primo. No me habías dicho que tenías a este monumento en el restaurante.

—Solo lleva dos semanas con nosotros. Hola, Dieguito.

—Hola, prima. Feliz cumple —dijo él en castellano, entregándole un ramo de flores—. No sabía qué traer.

—Nada, no tenías que traer nada, pero me encantan. Muchas gracias. Pasad. ¿Qué queréis tomar?

—Lo que sea. ¡Hola, Michael! —gritó Laura hacia el niño, y corrió para darle un beso a la par que Diego seguía a Manuela hacia la zona que habían habilitado como bar.

—Menudo piso, Manuela, me encanta.

—Ah, claro, es la primera vez que vienes. —Le sirvió un margarita hecho a granel por Sonny y le sonrió—. Es cómodo y está cerca del restaurante, nos gustó en cuanto lo vimos.

—¿Y es muy caro?

—Pues mucho más caro de lo que me apetecería pagar, pero no había muchas alternativas. ¿Y qué tal tú?

—Genial, Laura me ha estado hablando de su empresa. Igual puede conseguirme una entrevista de trabajo, pero dice que debo meterle caña al inglés. Y yo que pensaba que mi inglés era de nivel alto —bromeó y miró a Manuela, que lo observaba con esos enormes ojos negros medio entornados—. ¿Qué pasa? ¿No crees que pueda echarme un cable? Es una consultoría y me vendría de puta madre.

—No, nada de eso, seguro que si puede conseguirte una entrevista, lo hará, es una tía legal. Es otra cosa y me sabe mal decírtelo, pero…

—¿Me vas a despedir? No me jodas, ahora que me estoy acostumbrando.

—No, hombre, no es eso. Ya sé que tus avances son extraordinarios, se trata de las relaciones con los compañeros. Por norma no se toleran las…

—Ya lo sé, me lo dijo María, pero Manuela —se acercó y le habló pegado al oído—, son como lobas.

—¿Ah sí? —Se echó a reír viendo por el rabillo del ojo como Paddy se ponía a Michael en el hombro, igual que un saco de patatas, para servir los aperitivos a la gente—. En eso no me meto, pero al menos intenta ser discreto y no las colecciones de dos en dos o tendremos un problema con Phillipe, o con la gente de las cocinas, y no es una buena idea, ¿vale?

—¿Se han quejado?

—Sí, pero basta con que no se repita.

—Lo intentaré.

—Por favor, estoy hablando en serio.

—Vale, vale, Manolita, no te preocupes.

—¿Y? ¿Adónde nos vamos de juerga después? —Laura se sumó a la charla abrazando a Diego por el cuello—. A este muchachito me lo llevo yo de parranda hoy.

—Donde queráis, pero yo no os puedo acompañar.

—¿Por qué? ¿Ni en el día de tu cumple, Manu? No seas aguafiestas. Voy a preguntárselo a Paddy.

—Es precisamente él quien no quiere salir.

—¡Dios bendito, quién le ha visto y quién le ve! No te imaginas cómo era antes este tío, Diego, incansable y superenrollado.

—¿Y qué le ha pasado?

—La paternidad. Lo ha santificado —bromeó Laura—. Eso de ser padre cerca de los cuarenta marca.

—Pero ¿no tiene hijos de otro matrimonio? —preguntó Diego, que seguía sin tener nada claro del pasado de su primo político.

—Los tiene, pero como no los disfrutó, porque era muy joven, está como loco con Michael y parece una gallina clueca. —Manuela suspiró y llamó a Grace, que andaba como un perrito perdido detrás de su tío—. Laura, ¿conoces a Grace? Es hija de Erin, la hermana de Patrick.

—Hola, Grace, encantada.

—Hola, ¿de dónde eres? —preguntó muy seria.

—De Nueva York.

—Ah, me encantaría conocer América.

—Pues cuando quieras, ahí tienes tu casa.

—Gracias… —De repente sacó su móvil nuevo e intentó contestar a un mensaje, pero no pudo—. Jolines con el dichoso móvil, no me hago con él ni pa’trás.

—¿Cómo? —Diego se acercó y, sin entender muy bien el lenguaje, sí captó el mensaje y le agarró el móvil con curiosidad—. Es un móvil muy chulo, ¿te ayudo a configurarlo?

—Vale —Grace lo miró por primera vez a la cara y Manuela sintió un escalofrío extraño en la nuca. La muchachita, que era preciosa como una muñeca pero más tímida que nadie a quien hubiera conocido antes, clavó los ojos verdes en su primo y se sonrojó hasta las orejas. Luego se quedó rígida y no dejó de observarlo con la boca abierta mientras él, ajeno al revuelo, intentaba enseñarle a usar el teléfono nuevo.

—En fin, déjalo, Diego —soltó por puro instinto—. Luego lo miramos con calma, ¿verdad, Gracie? Ahora, ¿por qué no coméis algo? El catering es estupendo.

—No, si es solo un minuto —insistió él, muy concentrado—. Mira, Grace, tienes que leer lo que te vaya diciendo. Lo primero es leer, como en los ordenadores. Si sigues los pasos, aprendes enseguida.

—Hablas de una forma muy extraña —dijo ella y Manuela cruzó una mirada fugaz pero muy significativa con Laura—. Me encanta.

—Pues debes ser la única que no flipa conmigo, a todos les parezco un desastre hablando inglés.

—A mí me gusta mucho.

—Spanish Lady, ¿sacamos la tarta y soplas las velitas?

—¿Velitas? —Se giró hacia Paddy y sonrió.

—Sí, velitas, ¿pasa algo?

—Nada, nada. Saca la tarta, si quieres. Estupendo.

—¿Segura? —Barrió con los ojos claros al grupo y luego se fijó en su mujer, que como siempre, era la más guapa de la fiesta—. Ahora vengo. Michael, quédate con mamá, ¿quieres?

—¡Sí! —asintió el pequeñajo aferrándose al cuello de su madre.

Capítulo 5

 

 

Madre del amor hermoso. Se giró en la cama y comprobó que estaba solo. Solo, en medio de un enorme colchón cubierto con sábanas de algodón egipcio de quinientos hilos por lo menos, o eso se imaginó, viendo lo suavísimas que eran. Se estiró cuan alto era y en ese momento recobró la conciencia, se sentó en la cama y observó, parpadeando, aquella suite de hotel de lujo a la que había llegado con una cogorza tremenda. Miró la hora, pero su muñeca estaba desnuda, saltó al suelo y se agachó buscando la ropa, el móvil y el reloj. Por las ventanas entraba la luz del día y supuso que era tardísimo.

—¡Hostia puta! —exclamó, y se fijó en la ropa de mujer que estaba esparcida por el suelo. Ropa de primera calidad pero comprada a través de Internet, le había jurado su dueña, Laura Reynolds, la amiga americana de Manuela, que no tenía tiempo ni para ir de compras, le contó.

Joder, menuda noche. Encontró los calzoncillos y los pantalones y se vistió a toda prisa sin atreverse a usar la ducha. No quería encontrarse con Laura en el baño y alargar las despedidas, así que lo mejor era vestirse a toda hostia, escribir una nota y desaparecer. No sería la primera vez.

Se sentó en la enorme cama y sintió un impulso sobrehumano de acostarse y seguir durmiendo, sin embargo, no era buena idea, a pesar de la nochecita de cine que habían pasado, había que espabilar y cuanto antes mejor. Laura, una de las mejores amigas de su prima, era una máquina, muy agresiva sexualmente, como la mayoría de las mujeres estadounidenses a las que había conocido en su vida, y estaba seguro de que no aceptaría un no por respuesta y, a pesar de que le apetecía otro encuentro loco entre las sábanas, no era buena idea y menos a esas horas. Tal vez en otra ocasión.

Laura. Una tía buena que sabía llevar las riendas, pensó poniéndose los calcetines. De hecho, habían salido de casa de Manuela a las once de la noche (con demasiadas margaritas en sangre) y a las once y media ya lo tenía en el ascensor de su hotel cinco estrellas, bajándole la cremallera de los pantalones. Visto y no visto, ni se había molestado en disimular. Le contó que estaba por viaje de trabajo en Londres, solo una semana, y que no tenía tiempo para citas o gilipolleces similares, que estaba soltera y le apetecía un buen polvo español. Y él había cumplido, como correspondía a un caballero. Aunque a veces tantas prisas le ponían de mala uva, con ella la cosa había ido bien, todo lo bien que puede ir entre dos desconocidos, en un país extraño y con un hotel como nidito de amor. Nada romántico, pero ¿quién habla de amor cuando quiere decir sexo?, se preguntó, recordando una película española de los ochenta o los noventa que se llamaba así.

 

 

—¿Pensabas largarte sin decirme adiós?

—¡¿Qué?! No, para nada. —Se puso de pie de un salto y se arregló la ropa sonriendo a Laura, que lo observaba con suspicacia y el albornoz del hotel puesto.

—Y yo que he pedido el desayuno…

—Me iba a despedir, lo que pasa es que llego tarde al trabajo.

—¿Seguro? ¿No empezabas hoy una semana de turno de noche?

—Claro, pero debo llegar antes y…

—No me mientas, Diego, no hace falta, en serio… —Se tiró en la cama y encendió la tele—. Si te quieres ir, lárgate, no voy a llorar ni a ofenderme, solo quería invitarte a desayunar.

—Bueno, si es así, mejor te invito yo. ¿Bajamos a alguna cafetería?

—No, hombre, ya sé que andas tieso y a mí me lo paga todo la empresa. Tranqui… —golpeó la cama—, yo invito.

—Gracias —susurró con el orgullo herido. “Tieso”, ¿quién se lo había dicho? ¿Manuela? ¿Él mismo?

Joder con la Laurita esta, qué sabía ella de quién era él en realidad. Carraspeó y caminó hacia el baño lo más dignamente posible.

—Hay dos cepillos de dientes, ocupa el azul, si quieres.

—Vale. —Se encerró en el cuarto de baño y abrió el grifo para lavarse los dientes. “Tieso”. La pura verdad era que sí, que estaba tieso, pero era momentáneo, pronto volvería a manejar dinero, a poder invitar a las chicas a cenar, a ir a esquiar a Baqueira y a veranear a Ibiza, por el amor de Dios.

—Diego… —Laura abrió la puerta sin llamar y se lo quedó mirando—, ¿sabes que tienes los ojos muy parecidos a los de tu prima?

—Ella los tendrá parecidos a los míos, yo soy mayor…

—Solo seis meses mayor, me lo sopló un pajarito.

—Bueno, en serio, Laura, agradezco lo del desayuno y todo, pero debo irme, quiero ir a casa a cambiarme y a descansar un poco antes de ir a las clases de inglés y luego al restaurante.

—¿Clases de inglés?

—Sí, María me matriculó en la academia a la que va Borja y empiezo hoy.

—Ah, bueno. Luego me llamas, ¿vale? Me han invitado al Groucho Club, es lo más por aquí, con permiso de La Marquise, claro, y tengo consumiciones gratis… —Se giró hacia el cuarto y él la siguió entornando los ojos—. Llámame sobre las nueve y te digo dónde quedamos, ¿ok?

—Pues hoy no podrá ser, lo siento.

—¿Te haces el duro conmigo? No me lo puedo creer. —Se detuvo y lo miró echándose a reír—. Me vuelvo a casa casi enseguida, solo te acapararé un par de días y lo podemos pasar genial. Tengo una bolsa de viaje que me quiero fundir.

—Pues qué afortunada, pero yo estoy muy liado y no me puedo comprometer a nada. En fin… —se acercó y le dio dos besos—, si puedo te llamo y, si tengo suerte, igual aún quieres salir conmigo, ¿te parece?

—Qué listillo —bufó Laura completamente desconcertada.

—Adiós.

Salió de la suite y caminó por esos pasillos tan mullidos, gracias a las moquetas que lo poblaban todo, y pulsó el botón del ascensor pensando en las dichosas clases de inglés que María había insistido en reservar para él. Podía estar una semana de prueba, gratis, y lo haría, pero le resultaba agotador el rollo de ponerse a estudiar, horroroso, y sabía que al final tendría que dejarlo y que María se lo tomaría como algo personal. Como lo de la noche anterior, cuando la había dejado junto a Borja en la calle, esperando un taxi y con cara de sorpresa mientras él había decidido largarse con Laura Reynolds camino de su hotel.

Lo había mirado igual que hacía su madre cuando quería reprenderlo sin hablar, con los ojos desorbitados, la misma mirada asesina y casi, casi, lo había asustado. Pero estaba tan piripi que había pasado de ella y se había ido abrazado a Laura camino de su noche loca. Mujeres, pensó, entrando en ese ascensor de lujo que tenía ascensorista y todo, siempre intentando organizarle la vida, a él, que era un alma libre y un espíritu aventurero. Cuándo aprenderían a dejarlo en paz.

Capítulo 6

 

 

Manuela entró en el restaurante a la carrera. Eran las cinco de la tarde, Patrick estaba de viaje en Liverpool y por primera vez se había aventurado a dejar a Michael en casa con Grace. El niño ya la conocía lo suficiente como para estar a gusto con su prima y ella era maravillosa con él, no en vano había ayudado a criar a cinco hermanos pequeños y, además, era responsable y seria. No pasaría nada, todo iría bien, solo se trataba de una hora como mucho de reunión, media hora en el mejor de los casos, y luego volaría de vuelta a casa para preparar la cena y volver a respirar.

Lamentablemente la guardería solo tenía a los niños hasta las cinco y media de la tarde y ella no había podido eludir la reunión general. No había otra opción después de tantos rumores y cuchicheos y malas informaciones que circulaban por allí motivados por los alborotadores de turno. Los típicos descontentos eternos, que no entendían los cambios que el restaurante sufriría a partir del uno de noviembre, y que no perjudicaban a nadie, todo lo contrario, aunque muchos fueran incapaces de asimilarlo.

Entró al comedor principal y de un vistazo localizó a los responsables (María, Helen, Phillipe y Sonny) sentados en un extremo de la sala y al resto del staff, treinta personas, justo al otro lado. Caminó con energía y dejó el bolso sobre una mesa dando por inaugurado el cónclave, que estaba deseando zanjar de una vez por todas.

—Buenas tardes y gracias a todos por venir, no me gusta haceros perder vuestro tiempo libre, pero después de un mes de rumores y malentendidos se ha hecho necesario tener otra reunión para aclarar vuestras dudas. ¿Alguien quiere empezar? —Silencio absoluto. Miró a su equipo de dirección y ellos se encogieron de hombros—. Vale, entonces lo explico yo otra vez y luego podéis hacer las preguntas que queráis. La Marquise, con sus dos estrellas Michelin, opta estas próximas semanas a la tercera, lo que supone que el restaurante, que es el alma de nuestro negocio, adquiere un nuevo estatus que nos empuja, asesorados no solo por Phillipe y su equipo, sino también por muchos expertos a los que hemos consultado, a establecer nuevos horarios y días de cierre. Un restaurante de nuestra categoría no puede estar abierto siete días a la semana, rotando turnos y forzando la máquina como hasta ahora porque puede ir en detrimento de nuestra calidad. Así pues, se ha decidido que a partir del uno de noviembre se abrirá de martes a sábado, de once a tres de la tarde, cerrando, como siempre, entre las tres y las seis, dejando que el club y la zona vip mantengan su horario habitual nocturno, solo, eso sí, dentro del horario general, es decir, de martes a sábado. Como la mayoría libra dos días a la semana, rotando en turnos diferentes para completar las cuarenta horas, no variarán vuestras nóminas, ni contratos. Todo se queda igual, simplemente se trata de optimizar el servicio y descansar el domingo y el lunes, como la mayoría de los restaurantes de lujo de Europa.

—Incluso algunos abren solo dos días a la semana —puntualizó Phillipe—, y no dan brunch, ni comidas…