Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
A partir de unas palabras en las que Schelling insinúa, a la manera de los gnósticos, que la tristeza es el telón de fondo de la naturaleza en general y de la condición humana en particular, George Steiner desarrolla diez tesis acerca de la tristeza inherente a la condición pensante del ser humano. Como en los «ejercicios de sabiduría» de un Séneca o un Marco Aurelio, pero desde una perspectiva marcada por la neurofisiología y la física cuántica, el autor levanta ante el lector una batería de preguntas que delatan el carácter dramático del pensamiento humano. ¿Hay algo más allá del pensar que sería impensable? ¿Podemos vivir sin pensar en absoluto? ¿El pensamiento es infinito? ¿Cuáles son las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje, y entre el pensamiento y el yo? ¿Podemos realmente pensar el pensamiento? En la última de las Diez (posibles) razones Steiner aborda la cuestión de Dios. «Verosímilmente», dice, «el homo se hizo sapiens [...] cuando surgió la cuestión de Dios». En efecto, ¿no ha fascinado por igual a creyentes y a incrédulos la cuestión de Dios?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 62
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Índice
DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DEL PENSAMIENTO
Introducción
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Notas
Créditos
DIEZ (POSIBLES) RAZONES PARA LA TRISTEZA DEL PENSAMIENTO
Introducción
Schelling, Über das Wesen der menschlichen Freiheit (1809) [Sobre la esencia de la libertad humana]:
Dies ist die allem endlichen Leben anklebende Traurigkeit, die aber nie zur Wirklichkeit kommt, sondern nur zur ewigen Freude der Überwindung dient. Daher der Schleier der Schwermut, der über die ganze Natur ausgebreitet ist, die tiefe unzerstörliche Melancholie alies Lebens.
Nur in der Persönlichkeit ist Leben; und alie Persönlichkeit ruht aufeinem dunkeln Grunde, der allerdings auch Grund der Erkenntnis Sein muss.
[Ésta es la tristeza que se adhiere a toda vida mortal, una tristeza que, sin embargo, nunca llega a la realidad, sino que sólo sirve a la perdurable alegría de la superación. De ahí el velo de la pesadumbre, el cual se extiende sobre la naturaleza entera, de ahí la profunda e indestructible melancolía de toda vida.
Sólo en la personalidad está la vida; y toda personalidad se apoya en un fundamento oscuro, que, no obstante, debe ser también el fundamento del conocimiento.]
Schelling, entre otros, atribuye a la existencia humana una tristeza fundamental, ineludible. Más concretamente, esta tristeza proporciona el oscuro fundamento en el que se apoyan la conciencia y el conocimiento. Lo que es más, este fundamento sombrío debe ser la base de toda percepción, de todo proceso mental. El pensamiento es estrictamente inseparable de una «profunda e indestructible melancolía». La cosmología actual ofrece una analogía con esta convicción de Schelling. Es la del «ruido de fondo», la de las inaprensibles pero inexorables longitudes de onda cósmicas que son las huellas del Big Bang, del nacimiento del Universo. En todo pensamiento, según Schelling, esta radiación y «materia oscura» primigenia contiene una tristeza, una pesadumbre (Schwermut) que es asimismo creativa. La existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella. Hemos sido creados, por así decirlo, «entristecidos». En esta idea está, casi indudablemente, el «ruido de fondo» de lo bíblico, de las relaciones causales entre la adquisición ilícita del conocimiento, de la discriminación analítica, y la expulsión de la especie humana de una felicidad inocente. Un velo de tristeza (tristitia) se extiende sobre el paso, por positivo que sea, del homo al homo sapiens. El pensamiento lleva dentro de sí un legado de culpa.
Las notas que siguen constituyen un intento, totalmente provisional, de comprender estas proposiciones; de aprehender cautamente algunas de sus implicaciones. Son necesariamente insuficientes a causa de la espiral por la cual toda tentativa de pensar en el pensamiento está a su vez enredada en el proceso del pensamiento, en su autorreferencia. El célebre «Pienso, luego existo» es, a fin de cuentas, una tautología indefinida. Nadie puede quedarse fuera de ella.
En realidad (in Wirklichkeit) no sabemos qué es «el pensamiento», en qué consiste «el pensar». Cuando tratamos de pensar en el pensamiento, el objeto de nuestra indagación se ve interiorizado y diseminado en el proceso. Es siempre algo inmediato y al mismo tiempo algo que está fuera de nuestro alcance. Ni siquiera en la lógica o el delirio de los sueños podemos situarnos en una perspectiva fuera del pensamiento, en un arquimediano punto de apoyo desde el cual circunscribir o sopesar su sustancia. Nada, ni las más profundas exploraciones de la epistemología o de la neurofisiología, nos han llevado más allá de la identificación del pensamiento con el ser, identificación que debemos a Parménides. Este axioma sigue siendo a la vez la fuente y el límite de la filosofía occidental.
Tenemos pruebas de que los procesos del pensamiento, de la creación conceptual de imágenes, persisten incluso durante el sueño. Algunos modos de pensamiento son totalmente resistentes a cualquier interrupción del tipo que sea, como lo es la respiración. Podemos contener el aliento durante breves espacios de tiempo. No está claro en modo alguno que podamos estar sin pensamiento. Los hay que se han esforzado por alcanzar ese estado. Algunos místicos, algunos adeptos a la meditación se han propuesto como objetivo el vacío, un estado de conciencia enteramente receptivo en tanto que vacío. Han aspirado a habitar la nada. Pero esa nada es en sí misma un concepto imbuido de paradoja filosófica y, cuando se alcanza por medio de meditación dirigida y ejercicios espirituales, como Loyola, emocionalmente pleno. San Juan de la Cruz describe la suspensión del pensamiento mundano como rebosante de la presencia de Dios. Una verdadera cesación del palpitar del pensamiento, exactamente como la interrupción de nuestro palpitar fisiológico, es la muerte. Durante un tiempo, el pelo y las uñas de una persona muerta siguen creciendo. Hasta donde podemos entender, no existe ninguna prolongación del pensamiento, por breve que sea. De aquí la sugerencia, en parte gnóstica, de que solamente Dios puede separarse de su propio pensamiento en una pausa esencial para el acto de la creación.
Volviendo a Schelling y a la aseveración de que una necesaria tristeza, un velo de melancolía, van unidos al proceso mismo del pensamiento, a la percepción cognitiva: ¿podemos intentar aclarar algunas de las razones para ello? ¿Tenemos derecho a preguntar por qué no ha de ser alegría el pensamiento humano?
1
Hasta donde sabemos, hasta donde podemos «pensar el pensamiento» –volveré sobre esta frase poco elegante–, el pensamiento es ilimitado. Podemos pensar en algo, acerca de algo. Lo que hay fuera o más allá del pensamiento es estrictamente impensable. Esta posibilidad, en sí misma una demarcación mental, está fuera de la existencia humana. No tenemos ninguna prueba en su favor en ninguno de los dos sentidos. Se mantiene como una categoría oculta de la conjetura religiosa o mística. Pero también puede figurar en las especulaciones científicas, cosmológicas, en la concesión de que una «teoría del todo» está fuera y más allá del entendimiento humano. Así, podemos pensar/decir: «Este problema, esta cuestión sobrepasa nuestras capacidades cerebrales, en la actualidad o para siempre». Pero dentro de estos límites mal definidos, siempre fluidos y tal vez contingentes, el pensamiento no tiene fin, no tiene ningún punto de parada orgánico ni formalmente prescriptivo. Puede suponer, imaginar, jugar con (no hay nada más serio y, en ciertos aspectos, enigmático que el juego) algo sin saber si es, si podría ser otra cosa distinta. El pensamiento puede imaginar una multiplicidad de universos con leyes científicas y parámetros totalmente diferentes de los nuestros. La ciencia-ficción genera semejantes «alternativas». Una conocida adivinanza lógica postula que nuestro universo tiene sólo un nanosegundo de antigüedad y que la suma de nuestros recuerdos es grabada en el córtex en el momento del nacimiento. El pensamiento puede teorizar que el tiempo tiene un comienzo o ninguno (se contiene un despótico sofisma en la resolución según la cual no tiene sentido preguntar por el momento antes del Big Bang). Puede producir modelos de espacio-tiempo limitado o infinito, en contracción o en expansión. La categoría de las contrafactuales –de las que las oraciones condicionales, optativas y de subjuntivo son la descodificación gramatical– es inconmensurable. Podemos negar, transmutar, «desdecir» lo más obvio, lo más sólidamente establecido. La doctrina escolástica según la cual la sola y única limitación a la omnipotencia divina es la incapacidad de Dios para cambiar el pasado es poco convincente. Podemos fácilmente pensar y expresar ese cambio. La memoria humana hace ese truco cada día. Los experimentos mentales, de los cuales la poesía y la hipótesis científica son destacadas representantes, no conocen límites. Ese humilde monosñabo let