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Esta obra contiene una selección de los capítulos que componen la primera y segunda parte de un proyecto inacabado, que fue publicado en 1949, tras la muerte de la autora, por Albert Camus. No obstante, brinda las pistas suficientes para acercarse al pensamiento de Simone Weil. En Echar raíces, la autora reflexiona sobre la importancia de las estructuras sociales, religiosas y políticas en la vida del individuo y pone en evidencia que vivimos en un mundo desarraigado; que en nuestras sociedades los individuos han roto por completo su vínculo con el trabajo manual y con la tierra; que eso les quita un sentido esencial a las otras actividades, y que destruye además las raíces espirituales e intelectuales de cualquier cultura. Esta contrariedad le genera al ser humano un terrible olvido. Ya no sabe cuáles son sus obligaciones ni sus necesidades, pues el mundo de la producción en cadena, desprovisto de vínculos comunitarios, le ha impuesto deseos artificiales y nocivos. Sin duda, una advertencia directa para los tiempos actuales.
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La Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM ha creado, para el disfrute del lector universitario y del público en general, la colección Pequeños Grandes Ensayos, la cual difundirá, en breves volúmenes como el que tienes en tus manos, el fruto de la aguda reflexión, el análisis o la crítica de célebres autores de diferentes épocas, lugares y orígenes. Ensayos, unos, sólo accesibles hasta ahora en costosas antologías, otros traducidos al español por primera vez y algunos más prácticamente desconocidos, todos los cuales conformarán este acervo que, sin duda, ampliará la perspectiva cultural de sus lectores.
Echar raíces Preludio a una declaración de los deberes hacia el ser
20 años de cien Pequeños Grandes Ensayos que caben en la palma de la mano
COLECCIÓN PEQUEÑOS GRANDES ENSAYOS
Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación de Difusión Cultural Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Simone Weil
Echar raíces
Preludio a una declaración de los deberes hacia el ser
Prólogo, traducción y notas de CAMILO RODRÍGUEZ
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO2024
Echar raíces. Preludio a una declaración de los deberes hacia el ser, de Simone Weil. Prólogo, traducción y notas de Camilo Rodríguez. La obra Echar raíces. Preludio a una declaración de los deberes hacia el ser, de Simone Weil, fue publicada originalmente en 2024, de manera impresa, por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, bajo su colección Pequeños Grandes Ensayos fundada por Hernán Lara Zavala y dirigida por Álvaro Uribe de 2005 a 2022. Directora general de Publicaciones y Fomento Editorial: Socorro Venegas. Subdirectora editorial: Elsa Botello López. Coordinación de la colección: Tedi López Mills. Formación: Inés P. Barrera. Cuidado editorial: Angélica Antonio. Esta edición de un ejemplar (431 Kb) fue preparada por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. La coordinación editorial estuvo a cargo de Camilo Ayala Ochoa. La producción y formación fueron realizadas por Hipertexto – Netizen Digital Solutions. Primera edición electrónica en formato epub: 28 de octubre de 2024. D. R. © 2024 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México, México. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial www.libros.unam.mx ISBN: 978-607-30-9660-7 Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escrita de su legítimo titular de derechos. Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hecho en México.
La forma contemporánea de la grandeza auténtica es una civilización construida por la espiritualidad del trabajo.
Simone Weil
Es difícil encontrar en la historia del siglo XX una figura que encarne con tal esplendor la sinergia entre misticismo y vida obrera como Simone Weil (1909-1943). La huella de su legado es honda, pese a su breve existencia. El mismo fuego interno que, a los veintidós años, la animaba a donar su salario de profesora a fondos solidarios para desempleados y a subsistir con cinco francos al día –como la mayoría de los empleados en Francia–, se mantuvo encendido luego, cuando dejó los salones de clase para desempeñarse en las fábricas transportistas de Alstom y Renault como operadora, y también durante su visita a los monasterios italianos de Asís, donde recitaba de memoria la poesía de George Herbert con la intención de aliviar las migrañas que la aquejaban y donde conjuró el poder hipnótico de las palabras poniendo en práctica su teoría de la atención, epicentro de su vocación mística: “la atención extrema es lo que constituye la facultad creadora del ser humano y no existe atención más extrema que la religiosa […] En una empresa así, aquello que denomino ‘yo’ debe ser pasivo. Sólo requerimos la atención, esa atención tan plena que hace que el ‘yo’ desaparezca”, escribió en los ensayos recopilados en La gravedad y la gracia. Esa convergencia entre actividad y pasividad, entre creación y recepción, abre la conciencia y logra que el pensamiento desarrolle atributos éticos, como ocurre en la práctica meditativa, en la oración y en el trabajo consciente del proletariado. “La atención es la forma más pura y rara de la generosidad”, cejó en una de sus cartas.
Dos anécdotas ilustran su voluntad inquebrantable y extrema compasión. La primera concierne al inicio de su vida; la segunda, al final. Cuentan sus padres que, a los cinco años, Weil decidió privarse del azúcar en la mesa porque también los soldados en el frente de la Gran Guerra carecían de ella. Y antes de cumplir 34, durante sus últimos días en Inglaterra, donde decidió exiliarse para seguir a Charles de Gaulle (quien, por cierto, se inspiró en su artículo “Reflexiones sobre la rebeldía” para formar el Consejo Nacional de la Resistencia), hizo una singular huelga de hambre: durante meses ingirió una cantidad mínima de alimento, el equivalente a la porción diaria de comida que la población francesa obtenía de los alemanes bajo la ocupación nazi. Ese acto le valió la tuberculosis que la llevó al sanatorio inglés de Ashford, donde fallecería en pocas semanas.
En Echar raíces se reúne una serie de textos con un objetivo común: poner en evidencia que vivimos en un mundo desarraigado; que en nuestras sociedades los individuos han roto por completo su vínculo con el trabajo manual y con la tierra; que eso les quita un sentido esencial a las otras actividades, y que destruye además las raíces espirituales e intelectuales de cualquier cultura. Esta contrariedad le genera al ser humano un terrible olvido. Ya no sabe cuáles son sus obligaciones ni sus necesidades, pues el mundo de la producción en cadena, desprovisto de vínculos comunitarios, le ha impuesto deseos artificiales y nocivos.
Es por eso que, después de la introducción, Weil describe, con gran agudeza, densidad y poder de síntesis, su plan de escritura. En primer lugar, aborda “las necesidades del alma”, no sólo para reconstruir la idea del alma en pleno siglo XX, cosa de por sí maravillosa y digna de su herencia platónica, sino también para juntar las nociones esenciales de una filosofía de vida y compartir un ambicioso sistema de pensamiento que pone a las figuras marginales del obrero y el campesino en el núcleo de sus preocupaciones, idea expandida en las reflexiones marxistas de su época.
Su crítica inicial se enfoca en la relación que hay entre derecho y deber. Basada en las ideas de Rousseau en El contrato social, afirma que lo primero es la obligación del espíritu, el deber social que tenemos con el resto de los seres humanos y no el Derecho Internacional Humanitario, como se predica en la democracia moderna. Si uno no siente ni entiende las obligaciones que tiene con los demás, entonces no respetará sus derechos. Dicho de otro modo: el derecho nace del deber, y no al revés.
En segundo lugar, la filósofa se interesa en las etapas del “proceso de desarraigo”, que entiende como la negación de la necesidad más importante de las personas y que considera, además, como la causa fundamental de las guerras y de cualquier enfrentamiento de orden bélico. Nadie como ella para expresar un pacifismo combativo: quizás su idea más fantasiosa, y una muestra más de su entrega solidaria, fue la de conformar un cuerpo de enfermeras de élite que pudiera saltar en paracaídas y caer en pleno campo de batalla para entregar provisiones y prestar los primeros auxilios a los combatientes damnificados de la Segunda Guerra Mundial.
En tercer y último lugar, con una fidelidad irrestricta a la dialéctica hegeliana, Weil ensaya un procedimiento para “arraigarse” o “echar raíces” que transita por los referentes del platonismo, la filosofía mística y el pensamiento anarquista. De ese modo busca las luces que le permitan encontrar la forma de “insuflar la inspiración al pueblo” y motivar a un puñado de almas en pena a recuperar sus raíces materiales y espirituales.
Aunque el libro que las y los lectores tienen en sus manos es una selección de los capítulos que componen la primera y segunda parte de un proyecto relativamente inacabado, quiero pensar que contiene las pistas suficientes para acercarse al pensamiento de Simone Weil y, sobre todo, para distinguir su vigencia: los problemas que señalaba todavía aquejan a la humanidad. La falta de propósitos comunitarios, la creciente desconexión entre los seres humanos y el evidente vacío espiritual de nuestra época –agravado además por el impacto de las tecnologías digitales en las relaciones y en la atención humana– confirman la necesidad de leer a Weil en el siglo XXI.
Al igual que el resto de su obra, Echar raíces es una publicación póstuma. Estos textos engloban una serie de escritos que Weil dejó en los cuadernos que habría de recibir Albert Camus cuando asumió la dirección editorial de Gallimard, y que aparecieron bajo el sello de la colección Esperanza en 1949. En palabras del propio Camus, se trata del “testamento espiritual” de Weil, que redactó en medio de su amargo exilio mientras atestiguaba el desmoronamiento del mundo que conoció y para el que acaso dejó su obra como el repositorio de su último deseo en vida.
CAMILO RODRÍGUEZ
La noción de obligación prima sobre la de derecho, que se subordina a aquélla y le es relativa. Un derecho no es eficaz por sí mismo, sino sólo en virtud de la obligación a la que corresponde; el cumplimiento efectivo de un derecho proviene no de quien lo posee, sino de otras personas que se reconocen obligadas a hacer algo con respecto a él. La obligación es eficaz tan pronto se le reconoce. Aunque nadie reconozca una obligación, no pierde un ápice de la plenitud de su ser. Un derecho que no reconoce nadie no vale gran cosa.
No tiene sentido decir que los seres humanos tienen, por un lado, derechos y, por otro, deberes. Estas palabras expresan sólo diferencias entre puntos de vista. Su relación es la de objeto y sujeto. Un ser humano, por sí mismo, sólo tiene deberes, entre los que se encuentran ciertos deberes para consigo mismo. Los demás, considerados desde su punto de vista, sólo tienen