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«Desde 1914 la guerra no se ha apartado nunca de mi pensamiento», escribió Simone Weil en una de sus últimas cartas. Pacifista convencida, Weil vivió en la guerra civil española la experiencia de la barbarie, tal como narrará en su carta a Georges Bernanos. Posteriormente, elaboró esa vivencia en su lectura del poema épico fundacional de Occidente en torno a la guerra de Troya: la Ilíada. Traduciendo y comentando los versos de la Ilíada, Simone Weil pone de manifiesto la acción de la fuerza que somete tanto a vencedores como a vencidos. Entre los resquicios del imperio de la fuerza, sin embargo, trasparece de forma casi milagrosa la gracia. En esos instantes inusitados de luz se concentra la enseñanza del poema homérico: la compasión por la fragilidad humana, una piedad capaz de no sucumbir a la fascinación de la fuerza.
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La Ilíada o el poema de la fuerza
Simone Weil
MINIMA TROTTA
MINIMA TROTTA
Título original: L’Iliade ou le poème de la force
© Éditorial Trotta, S.A., 2023
http://www.trotta.es
© Éditions Gallimard, París, 1989
© Agustín López y María Tabuyo, traducción, 2023
© Carlos Ortega, traducción, 2023
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ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-225-3
Nota editorial
La Ilíada o el poema de la fuerza
Cuadernos (selección)
NOTA EDITORIAL
El ensayo sobre la Ilíada tuvo una gestación larga. Un primer plan se remonta a 1936, seguramente como parte del proyecto de presentar textos literarios de la antigua Grecia a los trabajadores de la fábrica de Rosières. En 1937, Simone Weil traduce para su amigo Jean Posternak una selección de versos que se encuentran, le escribe, entre «lo más fuerte, lo más conmovedor y lo más verdadero» que conoce. De 1937 son también una larga anotación sobre la fuerza con citas de la Ilíada en el primero de sus Cuadernos y los apuntes de su curso de filosofía en Saint-Quentin, donde leemos: «Homero es el único que presenta la muerte en toda su amargura, que no romantiza la guerra, que la rebaja a las susceptibilidades de los dioses». Los esbozos iniciales, bajo el lema de «La Ilíada o la filosofía de la fuerza», probablemente daten de 1938-1939. Coinciden con un intenso periodo de lecturas y relecturas: los historiadores griegos y latinos, crónicas medievales, la correspondencia de T. E. Lawrence, Ovidio y Juvenal, Agrippa d’Aubigné y Théophile de Viau, además de la propia Ilíada, Esquilo y Sófocles, entre otros. Es además la época, en los pródromos de la guerra mundial, en que Simone Weil renuncia a sus posiciones pacifistas1.
«La Ilíada o el poema de la fuerza» estuvo destinado en un principio a las prestigiosas páginas de La Nouvelle Revue Française. Jean Paulhan, su director, pidió a la autora recortar las citas del poema y suprimir los párrafos finales del texto. Simone Weil se negó, argumentando que prefería esperar a que pudiera publicarse el escrito completo, aunque fuera en dos partes. Cuando en junio de 1940 deja París acompañando a sus padres, el artículo no tiene visos de aparecer. Verá la luz en su integridad, ya en Marsella, en las páginas de Cahiers du Sud, la revista dirigida por Jean Ballard, en los números 230 y 231, de diciembre de 1940 y enero de 1941, firmado con el anagrama Émile Novis. Para esas mismas páginas compondrá Simone Weil un poco después los dos escritos sobre el país de Oc2.
El ensayo está recogido actualmente en la edición de OEuvres complètes3. En español, y en esta misma traducción, puede leerse también en La fuente griega y en los Escritos históricos y políticos, libros ambos publicados en esta editorial4. La presente edición añade extractos relacionados, tomados de los Cuadernos, sobre el tema de la guerra y la fuerza5.
1. Véase S. Pétrement, Vida de Simone Weil, trad. de F. Díez del Corral, Trotta, Madrid, 1997, los capítulos «La experiencia interior. Renuncia al pacifismo. Lecturas (1938-1939)» y «El primer año de la guerra (1939-1940)», pp. 491-547.
2. Ambos, en traducción de Carmen Revilla, en S. Weil, La agonía de una civilización y otros escritos de Marsella, Trotta, Madrid, 2022, pp. 25-50.
3. En concreto, en el volumen 3 del tomo II dedicado a los Écrits historiques et politiques: Vers la guerre (1937-1940), ed. de S. Fraisse, Gallimard, París, 1989, pp. 227-253. Véase ahí mismo el apartado «Genèse de l’article sur l’Iliade», pp. 304-309.
4. S. Weil, La fuente griega, trad. (del resto de los textos) de José Luis Escartín y María Teresa Escartín, Trotta, Madrid, 2005, pp. 15-43; S. Weil, Escritos históricos y políticos, prólogo de Francisco Fernández Buey, trad. de Agustín López y María Tabuyo, Trotta, Madrid, 2007, pp. 287-310.
5. S. Weil, Cuadernos, trad., comentarios y notas de Carlos Ortega, Trotta, Madrid, 2001. Las páginas correspondientes se indican al pie de cada uno de los textos.
El verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de la Ilíada, es la fuerza. La fuerza manejada por los hombres, la fuerza que somete a los hombres, la fuerza ante la que se retrae la carne de los hombres. El alma humana aparece sin cesar modificada por sus relaciones con la fuerza, arrastrada, cegada por la fuerza de que cree disponer, encorvada bajo la presión de la fuerza que sufre. Quienes habían soñado que la fuerza, gracias al progreso, pertenecía en adelante al pasado, han podido ver en ese poema un documento; los que saben discernir la fuerza, hoy como antaño, en el centro de toda historia humana, encuentran ahí el más bello, el más puro de los espejos.
La fuerza es lo que hace una cosa de cualquiera que le esté sometido. Cuando se ejerce hasta el extremo, hace del hombre una cosa en el sentido más literal, pues hace de él un cadáver. Había alguien, y, un instante más tarde, no hay nadie. Es un cuadro que la Ilíada no deja de presentarnos:
... los caballos
hacían resonar los carros vacíos por los caminos de la guerra.
En duelo de sus conductores sin reproche. Ellos sobre la tierra yacían, más queridos de los buitres que de sus esposas*.
[XI, 159-162]
El héroe es una cosa arrastrada detrás de un carro entre el polvo:
... Alrededor, los cabellos
negros estaban esparcidos, y la cabeza entera en el polvo
yacía, antes encantadora; ahora Zeus a sus enemigoshabía permitido envilecerla sobre su tierra natal.
[XXII, 401-404]
Saboreamos pura la amargura de ese cuadro, sin que venga a alterarla ninguna ficción reconfortante, ninguna inmortalidad consoladora, ninguna insulsa aureola de gloria o de patria.
Su alma fuera de sus miembros voló, fue al Hades,
llorando su destino, dejando su virilidad y su juventud.
[XXII, 362-363]
Más desgarradora todavía, por lo doloroso que resulta el contraste, es la evocación súbita, rápidamente desvanecida, de otro mundo, el mundo lejano, precario y conmovedor de la paz, la familia, ese mundo donde cada hombre es para quienes le rodean lo que más importa.
Ella gritaba a sus sirvientas de hermosos cabellos
que pusieran junto al fuego unas grandes trébedes para preparar
un baño caliente para Héctor a la vuelta del combate.
¡Ingenua! No sabía que muy lejos de los baños calientes
el brazo de Aquiles lo había sometido, a causa de Atenea,
la de los ojos verdes.
[XXII, 442-446]
Cierto, lejos de los baños calientes estaba el desdichado. No era el único. Casi toda la Ilíada transcurre lejos de los baños calientes. Casi toda la vida humana transcurre siempre lejos de baños calientes.
La fuerza que mata es una forma sumaria, grosera de la fuerza. Cuán más variada en sus procedimientos, cuán más sorprendente en sus efectos, es la otra fuerza, la que no mata; es decir, la que no mata todavía. Sin duda matará, o matará tal vez, o está solamente suspendida sobre el ser al que a cada instante puede matar; de todos modos, transforma al hombre en piedra. Del poder de transformar a un hombre en cosa haciéndole morir procede otro poder, mucho más prodigioso, el de transformar en cosa a un hombre que está vivo. Vive, tiene un alma, y es, sin embargo, una cosa. Extraño ser, una cosa que tiene un alma; extraño estado para el alma. ¿Quién dirá cómo el alma tiene que torcerse y replegarse a cada instante sobre sí para conformarse a ello? El alma no está hecha para habitar una cosa; cuando se la obliga a hacerlo, no hay ya nada en ella que no sufra violencia.
Un hombre desarmado y desnudo contra el que se dirige un arma se convierte en cadáver antes de ser tocado. Todavía por un momento calcula, actúa, espera:
Pensaba, inmóvil. El otro se aproxima, completamente sobrecogido,
ansioso por tocar sus rodillas. Quería en su corazón
escapar a la muerte malvada, al negro destino...
[XXI, 64-66]
Y con un brazo estrechaba sus rodillas suplicante,