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Simone Weil abandona París, declarada ciudad abierta, en junio de 1940. Acompaña a sus padres en un éxodo incierto que, en septiembre, los conduce hasta Marsella, obligada estación de paso para quienes se ven en la necesidad de abandonar la Europa en guerra. Se relaciona ahí con grupos de resistentes y abriga la idea de escapar a Londres para continuar la lucha. Pero la salida, finalmente con destino a Nueva York y siempre con sus padres, no se producirá hasta mayo de 1942. Durante ese tiempo de espera forzada, Marsella y su entorno se convierten, sin embargo, en una especie de patria de acogida, en un lugar propicio para experiencias y encuentros. Marsella es una de las etapas más ricas de la escritura de Simone Weil, la que trae la maduración de su pensamiento en la luz del Mediterráneo. Tiempo de amistad, como reflejan las cartas aquí reunidas a Déodat Roché, Antonio Atarés, Gustave Thibon, Joë Bousquet y Jean Wahl, interlocutores y a veces confidentes, como también lo fue el padre Perrin. Tiempo de trabajo filosófico, en el venero de sus «Cuadernos», como testimonian los textos aquí reunidos sobre la noción de lectura, el método de la filosofía o la noción de valor. Tiempo entre cuyos frutos más granados sobresalen los dos ensayos sobre el país de Oc y la cruzada albigense, «La agonía de una civilización vista a través de un poema épico» y «¿En qué consiste la civilización occitana?», de belleza y maestría solo comparables a las de su texto sobre la «Ilíada».
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La agonía de una civilizacióny otros escritos de Marsella
La agonía de una civilizacióny otros escritos de Marsella
Simone Weil
Edición de Carmen Revilla Guzmán
Traducciones de Emilia Bea, Carmen Revilla y Alejandro del Río
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOSSerie Filosofía
© Editorial Trotta, S.A., 2022
http://www.trotta.es
© Éditions Gallimard, 2008, 2009
© Carmen Revilla Guzmán, edición, 2022
© Los traductores, sus traducciones, 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-119-5
Presentación. Simone Weil en Marsella, un lugar de la espera: Carmen Revilla
ENSAYOS SOBRE LA CIVILIZACIÓN OCCITANA
La agonía de una civilización vista a través de un poema épico
¿En qué consiste la inspiración occitana?
ENSAYOS FILOSÓFICOS
Algunas reflexiones sobre la noción de valor
La filosofía
Carta a Cahiers du Sud sobre las responsabilidades de la literatura
Ensayo sobre la noción de lectura
Moral y literatura
CARTAS
A Déodat Roché
A Antonio Atarés
A Gustave Thibon
A Joë Bousquet
A Jean Wahl
Carmen Revilla
La obligada permanencia de Simone Weil en Marsella adquiere quizás un singular significado a la luz de una nota que ella misma escribe ya en Nueva York: «La espera es la pasividad del pensamiento en acto»1. Para quien, por vocación y temperamento, decide estar en el centro de los acontecimientos, implicándose activamente en ellos, es este un tiempo de aceptación forzada del orden del mundo y de la historia, en el que se encuentra en una suerte de microcosmos, lugar de acogida y de tránsito donde se cruzan biografías que, en mayor o menor medida, llevan consigo la huella que deja el contacto con la desdicha, el malheur. Es, en este sentido, un tiempo de detención, durante el cual la pasividad se convierte en condición del pensar, y es un lugar de encuentros decisivos que lo alimentan e impulsan.
Es habitual referirse a esta etapa como momento de «tregua»2, cuando lo vivido —amistades y lecturas, trabajos y experiencias— parece sedimentarse en un excepcional equilibrio, núcleo del pensamiento y origen de la tarea de escritura que ahora lleva a cabo y nos llega en una importante cantidad de páginas, caracterizadas por su autenticidad y sensibilidad al entorno, por la pluralidad de géneros en los que se plasma, por el modo en que trasmiten el cruce de influencias y referencias en un proyecto unitario cuyo perfil esboza ya.
El tiempo que Simone Weil pasa en Marsella —ciudad a la que llega con sus padres, tras la entrada de los alemanes en París y una breve estancia en Vichy, en septiembre de 1940, y donde reside hasta la salida hacia Nueva York con su familia en mayo de 1942— constituye una etapa de gran creatividad en la que, como indica Gabriella Fiori, «todas sus experiencias anteriores, de la vida de fábrica a la meditación sobre política e historia, de las lecturas religiosas al estudio de los griegos, del compromiso sindical a las reflexiones jurídicas, confluirán en una serie de expresiones prácticas y especulativas que encontrarán su razón de ser en una orientación interior cada vez más nítida»3. En Marsella, en efecto, a la orientación de su reflexión y de sus investigaciones concurren diversas circunstancias afortunadas que tienen como escenario esta ciudadrefugio, testigo de la tragedia del exilio, y en la que Weil encontró impulsos literalmente vitales para el desarrollo de su pensamiento: «Aquí vive una de las estaciones más intensas, ricas, felices —si decir esto no sonase casi blasfemo en tiempo de guerra—, por supuesto de las más tranquilas y creadoras de su breve existencia», comenta Canciani, llamando la atención sobre el hecho de que «a veces los acontecimientos de la existencia personal parecen chocar con la historia dramática y oscura de su propio tiempo»4, un hecho que va a marcar estos casi dos años de la biografía weiliana.
Es muy posible que, al llegar, Simone Weil tuviera ya clara la orientación de su reflexión y el sentido de su investigación, pero también es cierto que la sucesión de determinados acontecimientos y encuentros se convertirá en factor fundamental que le permitirá articular y concretar este sentido, vinculando su búsqueda personal al desarrollo de la situación histórico-política y a su propia evolución espiritual5. Aquí, y en este momento, parece encontrar el equilibrio que proporciona la pertenencia a lo que ella misma llamará un «medio humano», núcleo del proyecto político a cuya configuración dedicará su trabajo, y cuyo germen aparece explícito especialmente en los artículos sobre la civilización occitana redactados aquí.
Si atendemos a los meses que precedieron a esta etapa, encontraremos en Weil preocupaciones e intereses que ahora se profundizan, así como temas que van a adquirir aquí una formulación precisa. De hecho, la declaración de la guerra en septiembre de 1939 está en el origen de sus reflexiones sobre el futuro de Europa y sobre las raíces que anidan en su pasado y han dado lugar a la situación actual; en este sentido, «Simone Weil emprende lo que podemos definir como un examen de conciencia de Francia y de Occidente»6, con el objeto de explicitar lo que ha intervenido en la génesis de una situación como la que atraviesan, situando a Europa ante un peligro inminente de «dominación universal» cuyo precedente lo encuentra en el Imperio romano, inspirador de la política totalitaria de Hitler. En esta reflexión surge, entre toda una serie de cuestiones de interés, pero con un carácter literalmente central, el tema de la fuerza, cuya presencia en el corazón de las relaciones humanas y en la dinámica de la historia tiene unos efectos de alcance universal. El resultado de sus consideraciones aparecerá elaborado en «Algunas reflexiones sobre los orígenes del hitlerismo»7, donde lleva a cabo un examen cruzado de la actualidad y de la historia en el que podría destacarse, por una parte, el inicio de su progresivo convencimiento de la necesidad de encontrar formas de relación social distintas de las que quedan institucionalizadas en el Estado y apuntan a lo que podríamos considerar una civilización de la «ciudad», metáfora de un nuevo orden social, y por otra, el creciente interés en un amplio territorio de temas, más allá de las disciplinas filosóficas y políticas, que la conduce a la lectura de historiadores antiguos, de narraciones, crónicas y documentos medievales, de historia de las religiones, etc.8, como ámbito al que dedica buena parte de su trabajo teórico.
Como sabemos, Simone Weil sale con sus padres de París el 13 de junio, al enterarse de que esta ha sido declarada «ciudad abierta» el día antes de la entrada de los alemanes; consiguen llegar a Vichy; allí permanecerá dos meses y encontrará antiguos compañeros cuyo pacifismo los ha llevado a aprobar el armisticio, postura a la que ella, sin embargo, se enfrenta decididamente tal como le dice a Jean Wahl en su carta desde Nueva York, aunque quizá la expresión más lograda de su posición ante la cuestión política se encuentre en la reelaboración que ahora redacta de nuevo, dado que todos sus papeles habían quedado en París, de Venecia salvada —una tragedia incompleta, basada en la Conjura de los españoles contra Venecia del abad de Saint-Réal, de 1674, en la que trabajará hasta el final, confirmando así el valor que le reconoce, y en la que destaca la centralidad del tema de la ciudad, unido al de la fuerza y al de la atención—. En Venecia salvada9 estos temas vienen a ser los ejes de su reflexión y de su orientación intelectual.
Tal vez como consecuencia de las experiencias recientemente vividas y de sus preocupaciones intelectuales, así como de su inequívoco compromiso con la situación de Francia, Simone Weil forja el proyecto de dirigirse a Marruecos, con el fin de entrar en contacto con «lo que queda de las culturas orientales», y desde allí a Inglaterra. Solicita por ello un puesto como docente en el norte de África que, al parecer, se le concede, aunque nunca le llegó la autorización, por lo que hubo de permanecer en Marsella. Aunque su proyecto no pudo llevarse a cabo, las motivaciones que lo mueven parecen orientar sus actividades en esta etapa, caracterizada por la riqueza de facetas que, en esta ciudad, lugar de asilo y de paso, consigue desarrollar y armonizar, en buena medida bajo el impulso de las relaciones de amistad que aquí establece. En este sentido es muy elocuente la dedicatoria a la pequeña Françoise Ballard, hija de Marcelle y Jean Ballard, director de Cahiers du Sud, de un párrafo de la Antígona de Sófocles, «para que sus padres conserven una huella del paso de alguien que, gracias a ellos, se sintió en casa en Marsella, en un tiempo en el que muchos se encontraban en el exilio»10.
En efecto, en Marsella Simone Weil, comprometida con el momento histórico que vive, no abandona la actividad política: colabora con la resistencia, interviene a favor de los refugiados y se interesa por las condiciones de existencia en los campos de prisioneros, realiza gestiones en favor de los anamitas, de los prisioneros en Vernet... Simultáneamente, sus intereses intelectuales la conducen a la Sociedad de Estudios Filosóficos y, muy especialmente, a Cahiers du Sud, revista que representaba «un centro de vida» con el que la puso en contacto el poeta Jean Lambert y donde participará asidua y activamente; allí reencontrará antiguos compañeros y amigos —Gilbert Kahn, por ejemplo, o Pierre y Hélène Honnorat—, y estrechará nuevos lazos de amistad. Por otra parte, es este el contexto en el que desarrolla un importante trabajo sobre cuestiones de las que ya se había ocupado y cuya impronta será muy clara en la presencia de temáticas que van del catarismo al budismo zen, de la ciencia al gnosticismo, la cábala, el misticismo, etc., en su interés por las distintas tradiciones religiosas y por el folklore, sin olvidar anteriores preocupaciones, muy especialmente su permanente interés por el mundo griego.
Cahiers du Sud, revista dirigida por Jean Ballard, era, en palabras de G. Fiori, «como su casa, un puerto de acogida de poetas, artistas y escritores»11, y allí publicará en los números de diciembre de 1940 y enero de 1941 los ensayos que constituyen el valioso trabajo sobre «La Ilíada, o el poema de la fuerza», texto que despierta el entusiasmo de Ballard y da lugar al requerimiento de su colaboración en el número, hace tiempo proyectado, sobre Le Génie d’Oc12. La acogida de esta iniciativa por parte de Weil y la que su colaboración recibe por parte de la redacción de la revista evidencian la sintonía de la autora con un proyecto editorial que teje la investigación histórica con una dimensión poética dirigida esencialmente a revitalizar el dramático momento que en la actualidad atraviesan Francia y Europa, así como evidencia también el sentido de la singular relación que se establece entre ella y Joë Bousquet, encargado de la preparación de este número; esta será una decisiva relación de amistad de carácter muy peculiar, tanto por las circunstancias en las que se concreta —personalmente se encontraron solamente una vez en Carcassonne, en marzo de 1942— como porque en ella todo adquiere una densidad y profundidad incomparables, que encuentran su expresión en páginas fundamentales de la autora, concretamente en las cartas que dirige a quien considera «testigo providencial» por su excepcional experiencia de la desdicha y en las que, como se ha dicho, «condensa lo esencial de su trayecto vital»13.
Entre las relaciones de amistad que Simone Weil anuda en Marsella y que serán determinantes en su desarrollo personal, como alimento e inspiración, es imprescindible recordar la mantenida con el padre Perrin, dominico animador de círculos de discusión de estudios bíblicos, al que conoce a principios de junio de 1941 y con el que mantiene un intenso diálogo personal e intelectual, trabajando sobre los místicos y sobre la dimensión social de la Iglesia. Del alcance de esta amistad queda constancia en las páginas recogidas en A la espera de Dios, en las que se explicita su posición respecto al cristianismo, tejiendo la discusión de carácter teológico con la reflexión sobre su experiencia personal. Los escritos que componen esta obra ponen de relieve que la estancia de la autora en Marsella, de la que apenas es posible dar cuenta simplificadamente, es ciertamente para ella la época de la attente, de la espera y de la atención.
A través del padre Perrin conocerá a G. Thibon, intelectual autodidacta y agricultor con el que mantendrá también una profunda amistad y con el que entra en contacto con objeto de llevar a cabo su deseo de trabajar en el campo. Por medio de Thibon Simone Weil consigue ahora también compatibilizar una intensa vida social y cultural con el trabajo como vendimiadora14, experiencia que se encuentra en la raíz de sus consideraciones sobre el trabajo físico tal como las desarrolla en «Condición primera de un trabajo no servil»15: ante el elemento de servidumbre que implica siempre el trabajo de ejecución, el único remedio es la belleza, inscrita en la materia a la que baña con «una luz de eternidad» y a la que ha de dirigirse la atención como espejo de esa luz. Este escrito, redactado al final de su estancia en Marsella, pone de manifiesto la incidencia de su experiencia —del trabajo, de la belleza de la naturaleza y de la poesía— en su reflexión socio-política16, experiencia que adquiere en buena medida mediante su propio trabajo como vendimiadora y que encuentra un eco también en su correspondencia y en las notas que componen sus Cuadernos, convencida, ahora ya, de que el trabajo es «contacto físico con la belleza del mundo a través del dolor del esfuerzo»17.
Fruto de la importante actividad teórica que despliega en esta etapa18, especialmente valorada y estudiada como momento de desarrollo y maduración de su pensamiento, son los escritos que conforman los dos volúmenes correspondientes al tomo IV de sus Obras completas19. De algunos de estos escritos, no recogidos en los libros publicados como tales, no disponemos aún de traducción al castellano, o solo, en ciertos casos, muy parcial y fragmentaria20, o bien solamente en publicaciones especializadas. Son textos, sin embargo, que ofrecen claves insustituibles para la comprensión de la evolución intelectual de la autora y para la interpretación de la definitiva formulación de su pensamiento en Londres.
Los textos aquí seleccionados ofrecen perspectivas complementarias que ayudan a focalizar la atención del lector y a familiarizarlo con rasgos muy significativos de la personalidad de la autora, con sus intereses y preocupaciones, con las afinidades y escollos que encuentra, proporcionando datos de interés y ejemplos de su forma de trabajo, así como un valioso testimonio de esos trazos que caracterizan su escritura por su precisión y autenticidad. Teniendo en cuenta la heterogeneidad de estos escritos, los hemos seleccionado atendiendo a su carácter singularmente representativo y agrupándolos en tres secciones.
En primer lugar, Los «Ensayos sobre la civilización occitana», redactados por encargo para Cahiers du Sud21, representan un centro indudable del pensamiento de la autora en esta etapa: su objetivo es clarificar la esencia de la civilización occitana a través de la reconstrucción de un poema y recogen un proyecto cultural en germen, estableciendo un diálogo con otros textos e invitando a la «atención creadora» que pueda proporcionar «inspiración» al presente y al futuro.
Estos artículos, en los que se condensa en buena medida su relación con Cahiers du Sud, ofrecen, sin duda, un especial interés por su carácter representativo de esta etapa, ejemplificando su forma de trabajo y dejando un testimonio explícito de sus preocupaciones. El primero, «La agonía de una civilización vista a través de un poema épico», centrado en el análisis del mismo, acaba con una apelación a la piedad, como actitud a la que la autora insta al lector, y, de hecho, es fruto de esta, de la capacidad de atender a las huellas de civilizaciones que han sufrido la fuerza. En la Canción de la cruzada contra los albigenses, fragmento de una epopeya medieval en la lengua de oc, encuentra, en virtud de una mirada orientada por la piedad, un «acento épico» que, como en la Ilíada, sería consecuencia de la autenticidad del testimonio que transmite y que haría del escrito medieval también un «espejo» antes que un mero documento, un «poema vivo en el que palpita toda una ciudad». Lo que en este texto llama especialmente su atención y considera que es algo «extraordinario» y expresión de un «grado de libertad» que Europa perdió para siempre, es la escasa presencia de discusiones religiosas, esto es, una suerte de elocuente silencio en torno a lo sobrenatural que evidencia que «las ideas no chocan, circulan», pero requieren, para ello, un medio propicio que es la atmósfera en la que la inteligencia respira y que con la destrucción de esta civilización se perdió. La peculiaridad de la lectura weiliana de la historia de Europa y de su caracterización de la civilización caballeresca, que le permite establecer analogías entre la Italia medieval, la Arabia de T. E. Lawrence o la España del Siglo de Oro, se focaliza en la percepción de rasgos que la definen como «inspiradora de una civilización de la ciudad» en la que anida un «sentimiento de la patria», contrapunto del que cultivan los nacionalismos totalitarios ante los que se encuentra y asolan la Europa actual. La descripción del mecanismo de aquella masacre, el impacto en la imaginación del terror, le permite acentuar el valor de lo que se perdió: una «libertad espiritual» que, en la actualidad, es una «aspiración» a la que podría responder el «espíritu de una civilización» como la que se expresa en el poema épico.
El ensayo que titula «¿En qué consiste la civilización occitana?» lo redacta con objeto de aclarar la esencia de esta civilización, partiendo de la consideración del sentido que tiene reparar en el pasado en un presente necesitado de un principio de vitalidad que oriente el futuro, cuando la idea de progreso se ha desmoronado. La argumentación de la autora parte de la hipótesis de que el poema al que ha dedicado el artículo anterior encierra una «inspiración» que «concierne a nuestro destino como hombres» y constituye la fuente de espiritualidad que nos es propia; para ponerlo de relieve, reconstruye el contexto en el que nació la civilización occitana y románica, verdadero renacimiento de Grecia y de su aportación específica en el origen de Europa, una aportación cifrada en la idea de mediación y la necesidad de construir «puentes» entre distintos órdenes de realidad, concretamente entre el mundo y esa «realidad situada fuera del mundo» que postula22. En la raíz de esta aportación hay, nos dice, una inspiración que la civilización occitana comparte con Grecia y cuya esencia es el conocimiento de la fuerza; este conocimiento —que implica reconocer que el contacto con ella envilece y degrada, y simultáneamente, por tanto, implica también su rechazo— encontró su expresión tanto en la armonía pitagórica como en el amor cortés y en la religión cátara, punto de equilibrio que requiere una «luz que desciende de un lugar situado al otro lado del cielo» y cuya presencia, porque no es totalitaria y respeta lo profano, hizo del país occitano un lugar de convivencia de tradiciones milenarias, centro de una civilización eminentemente cristiana. Sus reflexiones se cierran con la invitación a contemplar la belleza de esta, como forma de acoger su inspiración en la actualidad.
Las breves páginas de estos artículos, orientadas por el sentido que el sufrimiento de la violencia puede tener en la perspectiva de una reflexión sobre la inspiración, condensan núcleos que desarrollará en Londres como líneas maestras de la radical renovación de la vida social y política por la que aboga.
Los «Ensayos filosóficos», elaborados en relación a las iniciativas llevadas a cabo por la Société d’Études Philosophiques, fundada por Gaston Berger y en la que Weil colaboró activamente. Se trata de escritos, en ocasiones inacabados o publicados póstumamente, en los que la preocupación por la función de los intelectuales en unas circunstancias histórico-políticas muy concretas viene a ser el fondo de su reflexión sobre el sentido y el método de la filosofía, fundiendo su formación filosófica con aspectos y temas nucleares de su pensamiento.
Estos artículos «pertenecen todos ellos al año 1941 y se inscriben en la colaboración de Simone Weil con el grupo reunido en torno a Cahiers du Sud, la revista animada y dirigida por Jean Ballard que se había constituido, de manera casi espontánea, en un foco de resistencia intelectual y cultural contra el invasor»23, aunque solo uno, «La filosofía», fue publicado en Cahiers du Sud en vida de Simone Weil; en este artículo, al hilo del comentario de algunas actividades de la Société d’Études Philosophiques, reflexiona sobre las resonancias mutuas entre la cultura oriental y la occidental, sobre la inspiración pitagórica del método experimental hipocrático, articulado en torno a las ideas de equilibrio y medida, proporción y armonía, así como sobre la dimensión platónica del procedimiento husserliano; su reflexión se cierra con la alusión a las «filosofías orientadas a la salvación» cuyos «maestros del pensar» se distancian del empeño en la construcción de sistemas característico de la tradición filosófica —idea que retoma en el fragmentario esbozo de ensayo «Sobre la noción de valor»—. De este fragmento se desprenden dos grandes líneas que desarrolla en los ensayos publicados póstumos: la que atiende al sentido de la filosofía y a sus avatares en la historia y la que gira en torno a la noción de valor, defendiendo que constituye «el centro de la filosofía». Para Weil el debilitamiento de esta noción está en el origen del deterioro de la situación actual de la cultura, sumida en una «somnolencia poblada de palabrería», de la que responsabiliza a los intelectuales. La noción de «lectura», en la medida en que podría remitir a algo no explicado y aún sin nombre, pero que concierne al modo en que nos afecta el mundo en virtud de su significación, abre el horizonte en el que plantear de forma concreta el problema del valor y así es abordado en las páginas que dedica a esta cuestión.
Por último, presentamos una breve selección de «Cartas» en las que a los datos biográficos que proporcionan se unen indicaciones en torno a las lecturas e investigaciones que sustentan su mirada a civilizaciones desaparecidas cuyas escasas huellas pueden ser la única inspiración del presente, así como a temáticas —la belleza, la alegría, la desdicha—, que ahora adquieren una precisa formulación; si bien lo que estas cartas transmiten quizá sea, sobre todo, un inestimable testimonio de su sorprendente capacidad de amistad. Las aquí recogidas son solo un ejemplo de una de las actividades a la que Simone Weil dedica especial atención y cuidado: el cultivo de la amistad a través de la correspondencia epistolar, en la que temas y convicciones se van perfilando mediante este intercambio24.
Las dos cartas a Roché25 ofrecen valiosas informaciones que enriquecen el marco para el estudio y valoración del interés de la autora en el catarismo: sobre la influencia de las teorías cátaras en su pensamiento teológico, sobre el rechazo compartido del Antiguo Testamento por su adoración del poder, sobre las lecturas, en fin, en las que se apoya, realizadas antes y después de su salida de París.
Las dirigidas, sin embargo, a Antonio Atarés nos permiten acompañar la historia de una amistad, tejida en la correspondencia. Si en las primeras que le escribe Simone Weil transmite, con la delicadeza y un cuidado que deriva del hecho de no conocerse personalmente, aspectos fundamentales de su personalidad, como son su preocupación efectiva y real por las posibles necesidades de su interlocutor y la búsqueda de mediaciones que faciliten la relación entre ambos —intercambio de escritos, poemas, coplas—, así como el reconocimiento sincero de experiencias quizá compartidas —como la imborrable impresión que conserva de España—, a partir de la tercera se observa un cambio de tono que responde al reconocimiento de una auténtica amistad. Como sabemos por sus notas en Londres, la amistad la entiende en sentido pitagórico, como «igualdad que resulta de la mediación»26, y esta correspondencia nos ayuda a identificar los elementos en los que se apoya esta relación. Entre estos, tal vez lo que encuentra más destacable en su singular amigo sea su capacidad de alimentarse de la belleza del mundo, que «no es distinta de su realidad»27, haciendo de la misma una fuente de esa alegría de la que el pensamiento se nutre.
El tema de la amistad reaparece en las cartas a Gustave Thibon, con diferentes matices en función de las circunstancias, que la llevan a reparar en el papel que juegan las divergencias y la distancia, aunque subrayando, también en este caso, la vinculación entre la percepción de la belleza del mundo y la alegría que acompaña al sentimiento de realidad que proporciona el trabajo. De hecho, en la primera de las cartas que aquí se recogen vemos como en el verano de 1941 presenta así su proyecto de participar en la vendimia, ocasión de su encuentro y relación con este autor. De la correspondencia entre ambos se ha seleccionado también la carta en la que Weil le habla de la escritura como «intento de traducir un texto no escrito», que exige una tarea de depuración hasta la supresión de sí, así como las que, en la primavera de 1942 (la última ya desde Casablanca), en un contexto explícito de despedida, aluden al envío de lo que serán sus Cuadernos, y el valor que concede a sus inéditos.
Entre abril y mayo de 1942 Simone Weil mantiene una correspondencia con el escritor, inmovilizado a causa de una herida de guerra, Joë Bousquet, que viene a ser la continuación del encuentro, propiciado por Ballard, en Carcassonne; aunque las circunstancias que motivaron este encuentro fueron, por una parte, la preparación del número de Cahiers du Sud dedicado a la civilización occitana y, por otra, la solicitud de apoyo, por parte de Weil, a su proyecto de una formación de enfermeras —tema al que se refiere con insistencia en sus cartas—, la intensa conversación desarrollada entre ambos, prolongada, probablemente, durante dos noches, dio lugar a una singular amistad, de la que las cartas dejan constancia28, proporcionando indicaciones sobre las lecturas weilianas que apuntan al tratamiento del tema de la atención. Por otra parte, el desarrollo de un tema tan nuclear como el de la desdicha (malheur), así como la exposición de su experiencia mística, dotan de un valor singular a estos documentos.
Aunque no corresponde, en sentido riguroso, a la etapa de Marsella, presentamos la carta, dirigida desde Nueva York, a Jean Wahl, filósofo de la existencia con quien se había cruzado allí y en Marsella sin llegar a encontrarse, dado el interés de las aclaraciones que proporciona respecto a su postura en relación al régimen de Vichy, con el que, al parecer, se sospechó que simpatizaba. Las precisiones sobre su comportamiento desde que sale de París las acompaña de consideraciones relevantes en la medida en que ejemplifican la continuidad entre sus planteamientos en Marsella y en Londres: su negativa a juzgar a quienes se encuentran en una situación que exigiría un comportamiento heroico y el reconocimiento de una responsabilidad colectiva en la Francia que ha aceptado el armisticio. Esta misma continuidad se evidencia en la formulación de su convencimiento de la existencia de un pensamiento, conservado en distintas formas en la tradición, que es la verdad, cuyos indicios había seguido en Marsella como fuente de inspiración y que hoy, en Occidente, necesita encontrar su expresión. Se trata, pues, de un documento que, perfilando aportaciones anteriores, rotura el trayecto que conduce a sus últimos escritos.
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1. S. Weil, El conocimiento sobrenatural, trad. de María Tabuyo y Agustín López, Trotta, Madrid, 2003, p. 43.
2. Gabriella Fiori (Simone Weil. Biografia di un pensiero, Garzanti, Milán, 1997) titula «La tregua...» el capítulo dedicado a esta etapa de la biografía weiliana.
3.Ibid., pp. 286-287.
4. Domenico Canciani, Simone Weil. Il coraggio di pensare, Lavoro, Roma, 1996, p. 251.
5. De aquí arranca la lectura que Domenico Canciani hace de esta etapa de la biografía weiliana en Simone Weil. Il coraggio di pensare, cit., pp. 251 ss.
6. Gabriella Fiori, Simone Weil. Biografia di un pensiero, cit., p. 268.
7. En S. Weil, Escritos históricos y políticos, trad. de Agustín López y María Tabuyo, prólogo de Francisco Fernández Buey, Trotta, Madrid, 2007, pp. 226-270.
8.Ibid., pp. 273-274.
9. Considerada por Cristina Campo como la «traducción poética del ensayo sobre la Ilíada» (Sotto falso nome, Adelphi, Milán, 1998, p. 5). Véase S. Weil, Poemas seguidos de Venecia salvada, trad. de Adela Muñoz Fernández, Trotta, Madrid, 2006.
10. Gabriella Fiori, Simone Weil. Biografia di un pensiero, cit., p. 291.
11.Ibid., p. 288.
12. Sobre la génesis de este número como marco de elaboración de los escritos weilianos sobre la civilización occitana y sobre la valoración de su aportación por parte de J. Bousquet, frente a la insuficiencia de las colaboraciones meramente eruditas, pueden verse los ensayos de A. Freixe, «Le Génie d’Oc et l’homme méditerranéen, du côte de Joë Bousquet» y de D. Canciani, «Des textes dont le feu brûle encore... Simone Weil, les Cahiers du Sud et la civilisation occitanienne», ambos en Cahiers Simone Weil XXV/2 (junio de 2002).
13. Esta correspondencia ha sido recientemente editada por Florence de Lussy y Michel Narcy: Simone Weil et Joë Bousquet, Correspondance 1942. «Quel est donc ton tourment?»