El alcalde de Ronquillo - José Zorrilla - E-Book

El alcalde de Ronquillo E-Book

José Zorrilla

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Beschreibung

El alcalde Ronquillo, también llamado El diablo de Valladolid, es un drama en cinco actos del dramaturgo José Zorrilla. Narra la historia del alcalde de Valladolid, y unas supuestas acciones diabólicas que se le atribuían.-

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José Zorrilla

El alcalde de Ronquillo

O EL DIABLO EN VALLADOLID

DRAMA, EN CINCO ACTOS POR

Saga

El alcalde de RonquilloCover image: Shutterstock Copyright © 1920, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561609

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

DON RODRIGO DEL RONQUILLO, Alcalde de casa y corte. —VAN DERKEN. —UN ESPIA DE FELIPE II.—ROBERTO.—EL DOCTOR ROBLES. —DON LUIS DE VALDES. —G1L. — EL HERMANO JUAN.—EMBOZADO 1.°. —EMBOZADO 2.°—EMBOZADO 3.°—.CABO DE LAS RONUAS DEL ALCALDE

Soldados, musicos, rondas, enmascarados y alguaciles.—La escena en Valladolid, Sepbre. 1559

ACTO PRIMERO

Plazucla en Valladolid, formada por los Ires edificios siguientes: 1.* A la derecha una casa de buena apariencia con puerta y balc ó n practicables. 2.° A la izquierda una casa de miezquina apariencia, con puerta y ventana baja practicables; sobre la puerta un r ó tuio que dice »Taberna y Hcsteria » . 3.° En el fondo, una casa en estado casi ruinoso, cuyas ventanas bajas est á n tapiadas, y las altas y puerta cerradas y clavadas con trabesaños de madera, y selladas todas con la cruz de la Irquisici ó n. Sobre la puerta, un r ó tulo que dice (en letras de no muy grandes dimensiones); «Casa del Diablo»,—Esta casa forma dos calles que se pierden por el fondo', con las paredes de otras dos casas inmediatas, en una de las cuales, en la de la derecha, hay una puertecilla, y las paredes que la forman con tapias de un jardin.—Las casas de la derecha y de la Izquierda forman también, con éstas ú ltimamente citadas, otras dos calles lateiales por donde se sirve la escena. Al levantarse el teldn en este primer acto, se ve salir al alcalde Ronquillo de su casa, que es la de la derecha, e ir a llamar a Roberto a la suya, que es la taberna.

Ronquillo y Roberto

Ron .—Roberto...

Rob . Señor...

Ron . ¿Tan presto

tienes cerrada tu tienda?

Rob —Y ¿qué queréis ya que venda,

si es un sitio tan funesto

en el que la tengo abierta,

que en diciendo que anochece,

alma humana no parece

por delante de mi puerta?

Ron .—¿Conque tantu boga cobra

lo que se liabla de esta casa?

Rob .—Juzgadlo por lo que pasa.

Ron .—Pero ¿es seguro?

Rob . De sobra,

señor: sin recelo alguno

podéis las puertas dejar

abiertas de par en par,

que no os robará ninguno.

Por no pasar por aqui

de noche, hay hombre que acaso

se queda a dormir al raso.

Ron .—¿De veras?

Rob . , A fé que Si.

Porque son tan espantosas

y de tal modo se aumentan

las historias que se cuentan

de esta casa...

Ron . ¿Conque cosas

Rob .—Tremendas.

Ron . iVaya por Dios!

ROB.—Cada noche un hombre o dos

muere a manos in visibles

en estos alrededores.

RON.—Mas ¿de tal tnanera expiran?

ROB.—De tal, que por más que miran

no ven a sus matadores.

Nadie lo duda, señor;

en esa casa maldita,

por fuerza algún diablo habita,

del hombre exterminador.

RON.—Ya ves, cuatido el Santo Oficio

condenarla me mandó

y sus entradas selló,

claro es que habrå maleficio.

ROB. —Hombre que atento se pare a contemplar esta casa, si dos o tres veces pasa nor la noclie, Dios ie ampare.

Y en fin, mejor lo sabéis vos, que los mås de los dias, causas de muertos tenéis en aquestas cercanias.

Ron . —Bien, bien. Mas oye: mi genta reunida en el Juzgado esté: mientras que firma do dejo un vale al Intendente, aviso a mis rondas pasa

de que la nora difiero

de la ronda, y les espero

a las nueve, ahí, en mi casa.

Rob. —Voy, señor.

Ron.— Corre.

(Vanse: Roberto por el fondo izquierda, y Ronquíllo por la izquterda.)

Van-Derken, embozado. Luego don Luis lo mismo.

 

Der .—Los dos

salieron: bíen calculé;

la hora que señalé

es ya; mas, gracias a Dios

ya veo ahí detenido

un embozado.

Luis. —¡Hola! Ya

me espera. ¡Hidalgo!

Der. —¿Quién va?

Luis. —El diablo.

Der. —Muy bien venido.

Luis. —¿Vos?

Der. —Diablo también.

Luis. —Dios guarde

a Satanás; y perdone

si esperó.

Der. —No os ocasione

pesar eso, que no es tarde.

Conque ¿que hay?

Luis. —Grandes noticias.

Der.— ¿Y nuevas?

Luis. —De ellas infiero

que anda todo el pueblo entero

festejando las albrícias.

Der. —Sepámoslas, pues.

Luis. Oid:

pasado mañana está

el Rey aquí, y a ser va

la Corte Valladolid.

Der. —¡La corte aquí! Es ya proyecto

concebido muy de atrás

por el Rey.

Luis. —Y ahora a efecto

lo lleva.

Der. —Bueno ¿y qué más?

Luis. —La paz está ya firmada

con Francia, y con tanta priesa,

que nos manda una princesa

por poderes desposada

con nuestro rey don Felipe;

y éste como el tiempo apura,

la vuelta hacia aquí apresura

porque no se le anticipe.

Conque la guerra acabó.

Der. —Todo eso muy cierto e».

Luis. —¿Sabíais...

Der.— Que el veintitrés

de julio se efectuó

la ceremonia en París,

firmó el de Alba por el Rey,

y quedó conforme a ley

la boda.

Luis. —Hizo con San Luis

la paz Santiago.

Der. —Y sin miedo

de que otra traición le estringa,

el Rey se embarcó en Flesinga

y el siete arribó a Laredo.

Pero el tiempo no perdamos

en relatos de política,

que en situación harto crítica

en este lugar estamos.

Luis. —Cuando os le ví señala.

para nuestra cita, a fé

que un tanto extraña me fué

la elección de tal lugar.

Der. —Pues es natural que asi

sea: el demonio habita

esa casa, y pues os cita

el diablo, ser debe aquí.

Luis. —Tenéis razón.

Der. ¿Con que vos

estáis de veras resuelto?

Luis. —Y nunca la cara he vuelto,

dada una vez, ¡vive Dios!

Os dije que mi razón

me impelía a no aprobar

ciertos fueros que arrogar

se quiere la Inquisición.

De mi sospecha por ello,

y en mi empleo y en quien soy,

sé que si un paso atrás doy,

arriesgo, tal vez el cuello;

sólo a raya les mantiene

contra mí, el darme favor

mi tío el inquisidor.

Der. —Que de secretario os tiene.

Luis. —Eso me vale; mas pronto

saltar contra mi le harán,

y no quiero ¡por San Juan!

resignarme como un tonto.

Consérvome todavía

con la inmensa facultad

de mi empleo y dignidad;

mas tal vez me dure un día,

y estoy de una vez dispuesto

a echar mano a mi poder

contra ellos, y a poner

mi cabeza en mejor puesto.

Si así mi oferta admitís,

hecha limpia y francamente,

valgámonos mútuamente,

que valdrá mucho.

Der. Don Luis,

jamás dudé en vuestro honor,

mas no debí en compromiso

tal poneros, sin aviso

del riesgo que hay.

Luis. Con valor

entro en la empresa; con él

sus consecuencias admito,

y os juro ¡al cielo bendito!

que seré muerto, mas fiel.

Der. —No hablemos más del asunto.

Luis. —¿Queda hecho, pues, nuestro

[pacto?

Der. —Satanás es siempre exacto.

Luis .—Pues pasemos a otro punto.

¿Una carta...

Der. La leí.

Luis .—¿Supongo que...

Der. Se quemó.

Luis .—¿Disteis con la dama?

Der. —Aun no.

Luis. —Pero ¿estáis en rastro?

Der. Sí.

¿Y los papeles?

Luis. Aquí.

Der. —¿La Inquisición, pues...

Luis. La erró.

Der. —¿Podrá sorprenderos?

Luis. No.

Der. —¿Cuestión concluída?

Luis. Sí.

Der. —Esta noche ha de tener

fin todo. ¡Alerta, por Dios!

Luis. —Ya sabéis que os toca a vos

mandar, y a mí obedecer.

Der. —Es decir, ¿que os hallaré

allí siempre?

Lus. Siempre allí.

Der.— ¿Con cuanto haga al caso?

Luis. Sí.

Der. —Pues allí os avisaré.

Lus.—Con que me deis media hora,

nada hará falta.

Der. Me avengo.

Lus,—A todo el mundo hecho tengo

juguete mío hasta ahora.

Der. —¿Tan decidido, eh?

Luis. Os doy

con pleno conocimiento,

y con fe y convencimiento,

alma y vida y cuanto soy.

Der. —Cuanto se añada, es de más.

Luis. —Con el corazón os hablo:

entero me doy al diablo.

Der.— Contad, pues, con Satanás.

Y en todo caso, don Luis,

acogeos sin dilación

al austriaco pabellón.

Luis—Lo haré como lo decís.

Der. —Y no os pesará jamás.

Luis. —Conque hasta luego.

Der. Idos, pues.

Lus.—Adiós, señor Satanás.

Der.— Adiós, don Luis de Valdés.

(Vase don Luis.)

Van-Derken. Luego el doctor Robies.

Der.— ¿Quién podrá, en esta ocasión,

competir con Lucifer,

teniendo a par el poder

del diablo y la Inquisición?

Mas el otro está ya aquí.

(Asoma el Doctor.)

Doc. —¿El diablo?

Der. Y Austria.

Doc. Señor...

Der. —Muy buenas noches, Doctor;

más cumplidos remitid,

que es tarde. ¿Qué hay?

Doc. Todo está,

Der.— ¿El lego?

Doc. Corre por mí.

Der. —¿El escultor habló?

Doc. Sí.

Der.— ¿Y lo otro?

Doc. Os lo traigo ya.

Der. —¿A ver?

Doc. En esta cajita.

va, metido en un frasquillo.

Der. —Pero ¿es remedio...

Doc. Sencillo.

por demás.

Der. Y ¿necesita

precauciones?

Doc. Simplemente

en un líquido cualquiera

beberlo.

Der. ¿Si en vino fuera...

Doc. —No hay ningún inconveníente.

Der. —¿Respondéis de su virtud?

Doc. —Sobre mi honor. El doliente

que use de él, del accidente

queda en completa salud.

Der. —Si no se pone mejor,

yo se lo haré administrar.

Doc. —¿Tenéisme más que mandar?

Der.— ¿Dónde os hollaré, Doctor,

si os necesito?

Doc. En mi casa,

como siempre; ni un momento

saldré de ella, sólo atento

a vos.

Der. Recompensa escasa

no tendrá tal adhesión.

Doc. —Ya conocéis por demás,

que me entrego a Satanás

con todo mi corazón

Der. —Contad, pues, con su poder.

Doc. —Cuento ya con su favor.

Der. —Pues buenas noches, Doctor.

Doc. —Buenas, señor Lucifer.

Van-Derken Luego Roberto.

Der. —Adelante: en tal empresa,

cooperación bien extraña

es la que el diablo interesa;

mas ya está el diablo en campaña,

y no es el diablo un aliado

digno, en verdad, de desprecio,

que tiene el brazo muy recio

y el juicio muy despejado.

Mas por allí venir veo

a alguno ya.

Rob. (O veo mal.

o de mi puerta al umbral

que hay un embozado creo.)

(Tocan las ánimas.)

¡Eh, buen hombre, ¿qué hace ahí?

Der. —Por el tono en que está hecha

la pregunta, entro en sospecha

de que os busco a vos.

Rob. ¡A mí!

Der. —Sí, por cierto; ¿no sois vos

el bribón del hostelero

de esta tienda?

Rob. Caballero...

Der. —Vaya, abre, y entre los dos

vaciando un par de botellas

en buena paz, te perdono

la incivilidad del tono

y el tiempo que a las estrellas

me has hecho que aquí te espere.

Rob. —Es mala ocasión, hidalgo.

y si el alma tiene en algo,

despeje.

Der. Según se infiere

de tus corteses modales,

no te trae con gran cuidado

hacer bueno o mal mercado.

Rob .—No, a fe.

Der. ¿Así de tus umbrales

despachas a un forastero

que fatigado se llega

hasta tu mala bodega

a dejar su buen dinero?

Rob. —En tal caso, no os asombre,

buen hidalgo, y perdonad