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En El caballo del rey don Sancho José Zorrilla relata escenas de la vida de Sancho Garcés III apodado el Mayor o el Grande fue rey de Navarra, entre 1000-1035, de Sobrarbe y Ribagorza (1018-1035) y de Castilla (1029-1035). Sancho III contrajo matrimonio con Muniadona de Castilla con quien tuvo cuatro hijos. Sancho III se opuso a la expansión leonesa y pactó el matrimonio entre su cuñado, García de Castilla, y Sancha de León con el fin de establecer la paz. Sin embargo, cuando García de Castilla se dirigía a León para desposarse, fue asesinado. Sancho III terminó rigiendo en Castilla y Álava, y fue enterrado en el monasterio de San Salvador de Oña (Burgos) bajo el título "Sancius, Gratia Dei, Hispaniarum Rex".
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Seitenzahl: 97
Veröffentlichungsjahr: 2010
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José Zorrilla
El caballo del rey don Sancho
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El caballo del rey don Sancho.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9897-344-0.
ISBN rústica: 978-84-9816-278-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-193-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Acto I 9
Escena I 9
Escena II 10
Escena III 18
Escena IV 19
Escena V 27
Escena VI 29
Escena VII 36
Escena VIII 40
Acto II 43
Escena I 43
Escena II 47
Escena III 48
Escena IV 52
Escena V 56
Escena VI 57
Escena VII 58
Escena VIII 66
Escena IX 67
Escena X 74
Escena XI 74
Escena XII 77
Escena XIII 78
Escena XIV 80
Escena XV 81
Escena XVI 82
Escena XVII 83
Acto III 85
Escena I 85
Escena II 85
Escena III 87
Escena IV 87
Escena V 93
Escena VI 94
Escena VII 99
Escena VIII 99
Escena IX 100
Escena X 104
Escena XI 110
Escena XII 111
Acto IV 113
Escena I 113
Escena II 113
Escena III 114
Escena IV 114
Escena V 123
Escena VI 127
Escena VII 128
Escena VIII 138
Escena IX 141
Libros a la carta 149
José Zorrilla (Valladolid, 1817-Madrid, 1893). España.
Tras estudiar en el Seminario de Nobles de Madrid, fue a las universidades de Toledo y Valladolid a estudiar leyes. Abandonó los estudios y se fue a Madrid. Las penurias económicas le hicieron a vender a perpetuidad los derechos de Don Juan Tenorio (1844), la más célebre de sus obras. En 1846, viajó a París y conoció a Alejandro Dumas, padre, George Sand y Teophile Gautier que influyeron en su obra. Tras una breve estancia en Madrid, regresó a Francia y de ahí, en 1855, marchó a México donde el emperador Maximiliano lo nombró director del teatro Nacional. Publicó un libro de memorias a su regreso a España.
Arjona
Don Pedro Sesé, caballerizo mayor del rey
Don Ramiro
Don Sancho el Mayor, rey de Navarra
La Reina, su mujer
El Infante don García
Gisberga
Juan
Melendo
Soldados, caballeros, pajes, reyes de armas, jueces del campo, pueblo
Año 1030 de N. S. J. C.
Interior de un aposento de casa rústica, que ocupa la mitad del escenario, cuyos adornos consisten en utensilios de caza. Este aposento tiene una puerta a la derecha y dos en el fondo; de estas dos la una es una alcoba, la otra es la salida y entrada. A la izquierda una ventana con reja de madera. La parte exterior del teatro figura la ladera de un montecillo, cuyo horizonte se cierra con montañas en que se abren varios senderos.
Gisberga en el aposento. Juan bajando por la montaña.
Gisberga Ya va avanzando la noche,
y fría y lóbrega cierra,
¡y aun no vuelven!...; pero siento
pasos. ¿Quién es?
(Asomando a la ventana.)
Juan (Desde fuera.) Yo.
Gisberga Ya llegan.
(Abre Gisberga, y entra Juan con caza y perros.)
¿Y tu amo?
Juan Pues ¿no ha venido?
Gisberga. No.
Juan Habrá alzado alguna pieza.
Gisberga Mas ¿dónde está?
Juan Tras mí viene.
Le dejó junto a la peña
del puente, donde los perros
se nos plantaron de muestra.
Gisberga. ¿Tan de noche y sigue rastro?
Juan ¡Qué queréis! Si no le deja
la afición. Díjome al irse
que a espacio a casa volviera,
que de cerca me seguía;
mas al pie de aquella cuesta
le he esperado largo rato,
y ya creí que me hubiera
adelantado, tomando
por el atajo.
Gisberga Pues, ea,
que te ayude el africano
a descargar, y Teresa
que apronte una buena lumbre.
Juan Sí, ¡por Dios! que ahora comienza
una lluvia tan menuda,
que cala.
Gisberga Pues date priesa.
Juan Allá voy. ¡Bien lo hemos hecho!
Molidas traigo las piernas.
Gisberga
(Don García baja por las montañas, acercándose a la casa y dando instrucciones a los que lo acompañan para lo que pasa en las escenas posteriores. Don García se adelanta solo.)
Gisberga ¿Tan tarde y solo en el monte,
y ahora que anda tan revuelta
Navarra, y el Rey ausente
haciendo a los moros guerra?
Mas... sí..., estoy sintiendo pasos;
él es..., sin duda
(Mira por la ventana.) se acerca:
¿eres tú?
García Yo soy.
Gisberga Aguarda,
que voy a abrirte la puerta.
(Lo hace)
Entra, amor mío... Mas ¡cielos,
no es él!
García No, no es el que esperas
tan afanosa y amante,
pero es otro cuyas huellas
solo traen rastro seguro
cuando hacia ti se enderezan.
Gisberga Señor caballero, basta,
basta de vanas protestas
de un amor que simpatía
en mi corazón no encuentra.
Dos veces me habéis buscado,
y dos veces por sorpresa
habéis llegado hasta mí
aprovechando la ausencia
de las gentes de mi casa.
García Aparta, serrana bella,
el ceño adusto, que entolda
tus miradas hechiceras.
¿Qué haces entre los peñascos
de estas montañas desiertas,
donde el Sol de tu hermosura
tan breve horizonte encuentra?
Ven, abandona conmigo
estas paredes de tierra,
para habitar un palacio
y ver a tus plantas puesta
toda una corte ostentosa,
toda la Navarra entera.
Gisberga Si no me enojaran tanto
vuestras lisonjas molestas,
a fe que reír me harían
tan colosales promesas,
porque tan grandes no fuesen
si fuesen más verdaderas.
Toda Navarra: ¡ahí va poco!
¿Y a quién? ¡A una lugareña!
García ¡Ay, serrana, que es tan falso
tu pecho como tu lengua,
y para enviar en palabras
tus pensamientos a ella,
lo que crees y lo que dices
tu astuto corazón trueca!
¿Serrana tú? ¿Tú villana?
Aunque ese sayal que llevas
y esa toca te disfraza,
en vano engañarme intentas;
que no hay serrana que arome
con tal cuidado las trenzas
que en agujas de oro prendes,
y acaso con nácar peinas.
Villana que en los arroyos
se lava y al Sol expuesta
y al aire libre ha pasado
diecinueve primaveras,
no tiene tan transparentes
las manos a torno hechas.
Gisberga Tened las torpes palabras
que me indignan y avergüenzan,
o alguno tal vez que puede,
a la garganta os las vuelva.
García ¿Quién, el jayán que allá dentro
enciende la chimenea?
¿Con qué? ¿Tal vez con el látigo
con que a los galgos encierra?
Gisberga Caballero!
García ¿O es el otro
que de misterios se cerca,
y aquí entre misterios pasa
su misteriosa existencia,
dando al necio vulgo pábulo
para harto absurdas consejas?
Gisberga ¿Qué decís?
García Lo cierto digo.
Toda la comarca entera
ya de vosotros murmura
y de vosotros se aleja.
La misma corte, Pamplona,
ya en vosotros tiene puesta
su atención, y aseguraros
a mí me encarga la Reina.
Gisberga ¡Cielos!
García Ahora bien, hermosa,
mi valor y mi nobleza
me han colocado en Navarra
de la Real familia cerca.
Yo te amo, y yo solo puedo,
si no esquivas tal oferta,
librarte de los peligros
que sobre ti se aglomeran.
Gisberga Idos, señor caballero,
y no os fatiguéis la lengua
en promesas ni amenazas
que quien las oye desprecia.
Decís que los que habitamos
esta marañada selva
damos al vulgo que hablar
y que temer a la Reina;
pues bien, la Reina y el vulgo
cuando les plazca que vengan,
y verán desvanecidas
tan injuriosas sospechas.
García Mucho de tu causa fías;
mas ¿sabes que malas lenguas
por espías os delatan
de los moros?
Gisberga ¡Tal afrenta!
¡Espías!
García Tal lo murmuran;
y las nocturnas escenas
que dicen que en este valle
pasan (que serán quimeras),
mas que ante el vulgo ignorante,
que todo mal lo interpreta...
Gisberga ¿Qué?
García De magos os acusan,
de quirománticas ciencias
profesores o secuaces...
¡Qué sé yo!
Gisberga Dios nos proteja.
¡Espías y nigromantes!
García Que son crímenes que llevan
a los unos a la horca,
a los otros a la hoguera.
Gisberga ¡Por Dios, señor caballero,
que patrañas tan groseras
los nobles y cortesanos
es imposible que crean!
García Que aquí un espíritu habite
que impalpable se aparezca
bajo mil formas distintas,
ya en el llano, ya en la vega;
que aquí, con otros espíritus,
nocturnas rondas emprendan,
y otras semejantes fábulas
que cuenta la chusma crédula,
no puede creerlo nadie
que cinco sentidos tenga;
mas ¿quién en vuestros encantos
no creerá si a ver llega
los poderosos hechizos
que atesora tu belleza?
¿Qué mas filtro que tus ojos,
que filtran y que penetran
los corazones más duros,
que entre sus rayos se queman?
Gisberga Idos, caballero, idos;
vuestro amor, vuestras ofertas,
ni puedo admitirlas yo,
ni a poder, las admitiera.
Idos, por Dios, caballero,
que estoy temiendo que vuelva
quien puede de estas palabras
pedirnos a entrambos cuentas.
Salid de aquí.
García En vano trazas
una inútil resistencia;
un solo criado en casa
tienes, y la casa cercan
quienes de ese otro que dices
sabrán defender las puertas.
Mira.
(La hace mirar por la ventana y ver los monteros que rodean la casa.)
Gisberga ¡Gran Dios!
García Y si viene
le prenderán...; conque piensa
que tengo mucho poder,
que traigo gente resuelta,
que te amo, y que has de ser mía
por voluntad o por fuerza.
Gisberga ¡Cielos! ¿Quién es este monstruo
que así ultraja la inocencia,
y los respetos más santos
tan sin pudor atropella?
¿No hay quien contra ti me ampare?
García No; no hay nadie; en vano esperas
que en el que fías te escuche
ni a darte socorro venga,
no; que aunque ese hombre no diese
cual da a la corte sospechas
con su misteriosa vida,
por quererte la perdiera.
Gisberga Primero habrás de matarme
que yo en seguirte consienta.
García Pues bien, si no vas amante,
te arrastraré prisionera
(Va a volverse para salir, y por una de las puertas del fondo aparece don Ramiro.)
Don García, Don Ramiro y Gisberga
Gisberga ¡Ah!
García ¡Santo Dios!
Ramiro Buenas noches.
¡Hola! Bien venido sea
el príncipe don García
a mi mísera chozuela.
Gisberga (¡El Príncipe!)
García (Me conoce.)
Ramiro Pero parece que os deja
mi llegada algo turbados.
Qué, ¿os enoja mi presencia?
¡Vaya, perdonad por hoy,
no es justo que al raso duerma
teniendo casa..., ¡mal rayo!
y ahora que zaracea!
Mas ¿qué mil diablos tenéis?
¿Os habéis vuelto de piedra?
Ea, señor, animaos,
que aunque no son mis riquezas
más que de vasallo, aun puedo
ofreceros cama y mesa!
(A Gisberga.) Di a Juan que abrevie, que el Príncipe
pasó la jornada entera
cazando, y tendrá apetito:
(y a presentarte no vuelvas).
Don García y Don Ramiro
Ramiro Y ¿en qué pensáis?
García. ¿Por dó entrasteis?
Ramiro ¿No lo visteis? Por la puerta.
¿O juzgáis que sea brujo
que entro por las chimeneas?
Ya sé que el vulgo lo dice,
pero ¿yo?... ¡Vaya una idea!
(Riéndose.)
García Acabemos de una vez,
¡voto a Dios!..., quienquier que seas...
Ramiro ¡Ésta es mejor! ¿Estáis loco?
¡Pues me gusta la manera
de pagarme el hospedaje!
¡Bah! Dejad la espada quieta
y cenemos en sosiego,
que es lo que nos interesa.
García (No sé qué es lo que me pasa:
jamás vi tanta impudencia.)
Ramiro Conque ¿qué hay nuevo en la corte?
¿Qué es lo que se sabe en ella
de don Sancho vuestro padre?
¿Avanza mucho en la guerra
con los moros?
García Los navarros
siempre en las campañas llevan
lo mejor, y hombre es mi padre
ante quien calla la tierra.
Ramiro ¡Bien dicho, viven los cielos!
(Sacan en un canastillo platos, manteles; etc.)
Pero aquí está ya la cena,
y pues que viene a propósito,
vaciemos una botella
con un brindis a don Sancho
y a su pronta y feliz vuelta.
(Llena las copas y le ofrece una.)
Tomad.
García Yo no bebo.
Ramiro ¡Cómo!
Mirad que así las sospechas
corroboráis de quien dice
que esperáis con impaciencia
la muerte de vuestro padre
para heredarle la hacienda.
García ¡Villano!
Ramiro Bebed entonces,
y brindemos porque vuelva.
García No bebo nunca.
Ramiro ¡Ésta es otra!
Pues ¿qué hacéis en esas fiestas
y en esas orgías en que
pasáis las noches enteras?
¡Bah, bah! Tomad esa copa