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Granada: poema oriental es uno de los pocos poemas narrativos en la obra del poeta y dramaturgo José Zorrilla. Estructurado en dos partes, trata el tema del amor imposible a partir de dos personajes separados por sus respectivas religiones. -
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Seitenzahl: 299
Veröffentlichungsjahr: 2021
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José Zorrilla
Saga
Granada: poema oriental II
Original title
Granada: poema oriental (tomo segundo)
Cover image: Shutterstock
Copyright © 1852, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726561739
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Dixit autem Dominus: si habueritis fidem, sicut granum sinapis, dicetis huic arbori moro: Eradicare, et transplantare in mare: et obediet vobis.
Evang. sec. luc, cap. xvii.
Fé, de toda virtud inspiradora,
Manantial del valor y el heroismo,
Del tiempo y de la muerte vencedora,
Espanto de los genios del abismo,
El sér en quien tu fuego se atesora
Lleva el poder de Dios consigo mismo:
Los prodigios, las glorias, las hazañas,
Herencia son de los que tú acompañas.
Nada en el mundo tu poder resiste;
A la luz de tu antorcha luminosa
El Edén á los mártires abriste:
De oriente á la region caliginosa
Las legiones de Cristo condugiste,
Y, á través de la mar tempestüosa
Alumbrando su espíritu profundo,
Descubriste á Colon un nuevo mundo.
Nada hay grande sin ti, nada completo;
Desde Nembrod á Napoleon, tu esencia
Del genio ha sido el talisman secreto:
Nadie logró sin tí grande ecsistencia,
Ni fué grande sin ti ningun objeto:
Polvo fué cuanto fué sin tu asistencia:
De la fuerza de Dios tu fuerza viene
Y en tus hombros el orbe se sostiene.
Tu soplo es impetuoso torbellino
Que, al alma ardiente á quien su impulso lleva,
Hasta la eternidad abre camino
Y sobre el polvo terrenal la eleva.
Del fuego santo manantial divino
Que en el fuego de Dios sus fuentes ceba,
Tú das irresistible atrevimiento
A sér á quien inflamas con tu aliento.
Para ese son efímeras empresas
Las mas peligrosísimas hazañas:
Disípanse á su voz como pavesas
Las torres, las ciudades, las montañas:
Las marcas de su pié conserva impresas
La tierra para siempre, y sus entrañas
Cobran fecundidad bajo su paso,
Y un reino brotan donde habia un raso.
Alma del universo, cuanto ecsiste
Con tu poder se créa y robustece:
Cuanto á tu influjo creador resiste
Como leve vapor desaparece:
A la nacion do tu favor no asiste
Sorbe otra á quien tu mano favorece:
Y así es como del tiempo en los misterios
Pasan unos sobre otros los imperios.
¡Desdichada nacion la que te olvida!
Su esencia mina la carcoma lenta,
Y no siente que se hunde carcomida
La débil base que su pié sustenta;
Otra nacion que aguarda su caida
La empuja al fin y en su lugar se asienta:
Y así Castilla por su fé amparada
Pasó como un turbion sobre Granada.
Dame ¡oh potente fé! tu ausilio santo:
Tú por quien pudo rescatar á España
La ilustre reina cuya gloria canto,
Dame su fé para ensalzar su hazaña:
Y, el himno rudo que en su honor levanto
Al entonar, mi espíritu acompaña,
Porque me escuche en la celeste esfera
La augusta sombra de Isabel Primera.
Azael
Zahara cayó: sus tristes moradores
Víctimas van de tan fatal jornada
Esclavos de los Moros vencedores,
De ganado rüin como manada.
Muley envió delante corredores
De su victoria nuncios á Granada,
Y, con victoria tal alegre y fiera,
Al vencedor Hasan Granada espera.
Preparan las familias principales,
A los guerreros y sangrientos fines
Del anciano monarca mas parciales,
Zambras, saräos, himnos y festines,
Unas en sus salones orientales,
Otras en sus balsámicos jardines:
Prodigando sin duelo sus tesoros
Para ensalzar el triunfo de los Moros.
Los cadís á su vez tienen dispuestas
De fuegos, de pandorgas y de cañas,
De sortija, de toros y de apuestas,
De bohordos, de gallos y cucañas,
Para la plebe revoltosa fiestas
Cual nunca alegres, como nunca estrañas:
Porque deje tal triunfo en su memoria
Largo recuerdo de placer y gloria.
Engalanan los altos miradores
Lujosas colgaduras y doseles,
Flotantes plumas, enredadas flores,
Lazos de palmas, arcos de laureles,
Damascos de vivísimos colores,
Tapices festonados de caireles,
Y ocupan ajimeces y ventanas
Nobles, jeques, walies y sultanas.
Viejos, mancebos, niños y mujeres
Abandonan curiosos sus hogares:
Dejan los artesanos sus talleres,
Olvidan los sederos sus telares,
Cierran su mostrador los mercaderes,
Los armeros sus fráguas: los lugares
Vecinos se despueblan, y do quiera
Bulle la muchedumbre novelera.
Corren plazas y calles tañedores
De sonajas, adufes y panderos,
Rawíes de romances narradores (1)
Al compás de la guzla, cuadrilleros
De diversas comparsas conductores
Y parejas de enanos, y gaiteros
De Marruecos y Fez, cuyos cantares
Recuerdan del desierto los adoares.
Circulan por do quier profusamente
Roscones de Jaen, tortas de Alhama,
El alhajú de Ronda, largamente
Saturado de especias, á quien llama
El mostillo su hermano, y el caliente
Buñuelo hinchado que la sed inflama:
Y, pese al libro del Corán divino,
Templa la sed el malagueño vino.
En la jornada de tan fáusto dia
De fiesta real y universal holganza,
La ley á la licencia da franquía
Y destierra el placer á la templanza:
Y la plebe, sin coto en su alegría,
Canta ruidosa, descompuesta danza:
Pues nada hay que desdore ó averguence
Al celebrar sus triunfos á quien vence.
Es ley universal. ¡Ay del vencido!
Cantad, pues ¡oh triunfantes Africanos!
¡Ignominia y baldon para el rendido!
¡Mengua y esclavitud á los Cristianos!
Mas no olvideis que encomendada ha sido
De la venganza á las sangrientas manos
La ley de los vencidos inhumana.
¡Ay de vosotros si lo sois mañana!
¡Gloria á Muley! La multitud que llena
Las torres y alminares ve á lo lejos,
A través de la atmósfera serena,
De las moriscas armas los reflejos.
Un grito inmenso de placer resuena
Con nueva tal: mujeres, niños, viejos,
Se agolpan á las puertas de la Vega
A recibir al rey que en triunfo llega.
Ya avanzando en hileras ondulantes
Se ven los ordenados escuadrones:
Parecen con el sol cintas brillantes
Las filas de los árabes peones:
Sobre el blanco monton de sus turbantes
Tremolan sus enseñas y pendones,
Y desgarran la atmósfera sonoros
Los atabales y clarines moros.
He allí á Muley Abul-Hasan. Su frente
Sombrean los flotantes lambrequines
De su penacho real: cuelga esplendente
Su escudo del arzon: y, hasta las crines
Embarrado, el caballo bufa ardiente
Y piafa, conociendo los confines
De los cotos rëales y la dehesa
Donde, potro, pació la yerba espesa.
«¡Alahú akbar! ¡Loor al rey valiente (2)!»
Gritó la multitud al divisarle,
Y aglomerose atropelladamente
Bajo su estribo mismo á victorearle:
Mas la mano de Dios omnipotente
Que hasta este dia se dignó ampararle
Le retiró su ausilio, y en su seno
Del infortunio derramó el veneno.
Tornose contra él cuanto en pró era:
Cambiose en vencimiento su victoria,
Su popularidad en pasagera
Fama de un dia, y en baldon su gloria.
La muchedumbre, en su verdad entera
Al leer de Zahara la sangrienta historia,
Retrocedió, por Dios iluminada,
El porvenir leyendo de Granada.
Con repugnante ostentacion impia,
Un gigantesco negro de Baeza,
Del pelo asida, junto al rey traia
Del buen Arias la lívida cabeza.
Un escuadron entero le seguia,
En cuyas lanzas con brutal fiereza
Se ostentaba sangriento igual trofeo,
Medroso al alma y á la vista feo.
En medio de los árabes soldados
Y los Gomeles negros, lastimeros
Suspiros arrancaban despechados
Los cautivos cristianos, por sus fieros
Vencedores heridos y arrastrados
En confuso tropel como carneros:
Y á marchar ó morir les obligaban,
Y dichosos al fin los que espiraban.
Las fuerzas de los viejos no bastando
A soportar ultrajes tan crüeles,
Al Dios de las venganzas invocando
Caian á los piés de los corceles:
Sin compasion sobre ellos, espoleando
Sus caballos, pasaban los Gomeles,
Apresurando su postrer instante
La aguda lanza, y yatagan cortante.
Traian muchas madres en los brazos
Los hijos muertos, y ocultar querian
Su fin bajo los sórdidos retazos
De los rotos harapos que vestian,
Pues sus tiernos cadáveres pedazos
Los guardias negros de Muley hacian,
Y con horror de los maternos ojos
Quedaban insepultos sus despojos.
La mora multitud, aunque villana
Civilizada(3), á compasion movida,
Del rey maldijo la impiedad tirana,
En ídio la alegría convertida.
Circundó á la feroz guardia africana
Con agresivo impulso, y, encendida
La furia popular, por un instante
El paso barreó del rey triunfante.
Arrebatando las mujeres moras
Sus hijos á los míseros cautivos,
«Dàdnosles, los dijeron: sus señoras
Os les tendran esclavos, pero vivos.»
Comenzaron cien manos vengadoras
De las bridas á asirse y los estribos,
Y á brillar comenzaron los puñales
Debajo de los jáiques y almaizales.
A cundir comenzó la infausta nueva
Entre las turbas y á crecer la ira:
Do quier la multitud, que se renueva
Y que sus fuerzas acrecienta, gira
Del rey en torno, quien sus olas prueba
Con su caballo á hender y torbo mira
Venir la tempestad y acrecentarse
El popular furor, pronto á inflamarse.
Sus feroces Gomeles, que le vieron
Afirmarse en la silla, adivinaron
Su resuelta intencion: se rehicieron,
Y á sostenerle fieles se aprestaron.
«¡Adelante!» gritó: tras él vinieron
A alinearse y las lanzas enristraron.
Se abrió la plebe: y, rota ya la valla,
Dijo Hasan: «Dispersad esa canalla.»
La multitud, compuesta de artesanos
Inermes, de mujeres sin defensa,
De cobardes ociosos y de ancianos,
Tan débil é impotente como densa,
Se abrió ante los ginetes africanos,
Retrocediendo en oleada inmensa
Como el círculo que abre el haz del rio
Ante la quilla corba del navío.
Turba que ceja un pié, fuerza vencida.
La hueste de Muley siguió adelante
Y en la ciudad entró: mas, convertida
La alegría en terror, fué con semblante
Sombrió y en silencio recibida
Por el vulgo, ó medroso ó inconstante:
Y Hasan, seguido de sus negros fieles,
Subió al trote la cuesta de Gomeles.
Deshízose del pueblo: mas siguiole
Hasta el recinto real su descontento,
Y á par con él su indignacion mostrole
De modo asaz visible el firmamento.
Repentino nublado encapotole,
Se negreció su azul, rebramó el viento,
Con la fortuna de Muley en guerra
Declarándose á un tiempo cielo y tierra.
En la Alhambra rëal los cortesanos
Le victorearon al llegar: empero
¡Ay del rey á quien guardan los villanos
Odio ó temor! Apenas el postrero
De los temidos guardias africanos
Traspuso el bib-Leujar, el pueblo entero
Rompió en inmenso sedicioso grito
Que en el espacio azul vibró infinito.
Aparecieron por do quier audaces
Cabezas de motin: gestos feroces
Que revelaban ánimos capaces
De realizar los planes mas atroces.
Santones venerados y sagaces
Dervichs alzaron por do quier sus voces:
Y el populacho en grupos dividido
Dió á sus discursos por do quier oido.
Y he aquí que, en el centro de la plaza,
Se alzó sobre las turbas de repente
Viejo santon de venerable traza,
Famoso asaz entre la mora gente.
Era el severo Aly-Mazer, de raza
Noble, de vida austera y penitente,
Quien por causas recónditas y estrañas
Retirado vivia en las montañas.
Hombre á quien solamente se veia
En los grandes peligros y ocasiones,
Y de quien siempre el pueblo recibia
Oportunos consejos y lecciones.
Siniestra aparicion que precedia
Siempre á las populares convulsiones
Que, en su postrera edad desventurada,
Extremecerse hicieron á Granada.
Hombre do quier temido y respetado
Por su severidad y por su ciencia,
De la virtud muslímica dechado,
Sincero amparador de la indigencia,
Leal consolador del desdichado,
Prosternose la plebe en su presencia:
Y callaron ante él respetüosos
Los demas oradores sediciosos.
Tomando entonces por mimbar la fuente (4)
Que el centro de la plaza decoraba,
Paséo sus miradas tristemente
Sobre la multitud que le cercaba;
Y con lúgubre voz, cuyo doliente
Tono en el hondo corazon vibraba,
Profética, inspirada, lastimera,
El discurso rompió de esta manera:
«¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada!
« Para escarnio y baldon de las edades
« Será no mas su historia consignada.
«¡Régia ciudad, sultana de ciudades,
« Estás por tus cimientos horadada!
«¡Va sobre ti á llover calamidades
« El cielo sin piedad á quien provocas,
« Y contra tí se volveran las rocas!
« Musulmanes, Hasan está hechizado
« Por el nefando amor de una cristiana:
« Aixa, de fé cual de virtud dechado,
« Es esclava en su harén y no sultana;
« El príncipe legitimo encerrado
« Llora en los hierros de prision lejana.
« ¿Y en provecho de quién tal tiranía?
« De una estrangera, renegada impía. »
« Ya lo veis: impolítico atropella
« Cuantos derechos y principios fijos
« Hasta hoy se respetaron, y deguella
« Los rendidos y esclavos. Tan prolijos
« Crímenes ¿á qué fin? Solo por ella:
« Por coronar á sus bastardos hijos,
« Que, lobeznos de raza castellana,
« Como ella al fin renegarán mañana.
« ¿Comprendeis? ¡oh muslimes! — Esa impía,
« Que ni crée en Jesucristo ni en Mahoma,
« De nuestra desdichada monarquía
« Es con sus hijos la mortal carcoma.
« Ella al cristiano os venderá algun dia
« Si en sus proyectos incremento toma:
« Porque en el ídio universal que encierra
« Incendiará, á poder, toda la tierra.
« Pero ¿créeis tal vez que los cristianos
« La sangre olvidarán vertida en Zahara?
« Como Hasan, en sus triunfos inhumanos,
« Vendrán con sed de vuestra sangre avara.
« La que hoy vertieron sus inicuas manos
« Del pueblo moro goteará en la cara:
« Y en todas ocasiones y parajes
« Nos considerarán como á salvajes.
« ¿Ois ese huracán? Horrorizada
« De tan inútil y brutal fiereza,
« Truena contra nosotros indignada
« La madre universal naturaleza.
« ¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada!
« El rayo amaga su imperial cabeza,
« La ponzoña mortal hierve en su seno,
« Y Aláh se torna en pró del Nazareno! »
Dijo así Aly Mazer. Como evocados
Al són de sus fatídicos acentos,
La tierra conmovieron desatados
En furioso huracán los elementos.
Torrentes de las nubes desgajados
Inundaron las calles, y los vientos
Arrebataron arcos y doseles,
Lazos, flores, damascos y caireles.
Huyó la poblacion supersticiosa,
Siempre en agueros á creer dispuesta,
Y encerrose en sus casas pavorosa
La ira de Dios creyendo manifiesta.
Desierta la ciudad y silenciosa
Quedó en redor, se interrumpió la fiesta:
Y en vez de los aplausos y canciones
Do quier se oyeron ayes y oraciones.
Duró la tempestad la tarde entera,
Y entre el rugido cóncavo del trueno
Y el estridor de la tormenta fiera,
De los oscuros barrios en el seno
Una voz incesante y lastimera
Esclamaba aterrando al agareno:
« Aláh torna á su grey la faz airada.
¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada! »
Campo desierto de olvidadas ruinas,
Medroso despoblado cementerio
Parecian las calles granadinas
De tal desolacion bajo del imperio:
Y cual si se efectuara en las divinas
Regiones algun lóbrego misterio
Fatal para los Moros, agobiada
De pánico terror quedó Granada.
Era en verdad así: que en tal momento,
De la fortuna y la ecsistencia mora
En la esfera inmortal del firmamento
Ibase á señalar la última hora:
Y el arcángel que rige el movimiento
De la aguja fatal, niveladora
De los tiempos, el fin del reino moro
Ibas á marcar en su cuadrante de oro.
No en vano entre los cielos y Granada
Un velo de nublados se estendia:
Con la luz á sus ámbitos negada
Otra region feliz resplandecia.
Su cresta secular Sierra-Nevada
Con una aureola de fulgor ceñia,
Y el misterio que Dios obra en la Sierra
Permitido sondar no es á la tierra.
En el seno glacial de aquellas cumbres
Cuya paz no turbó la voz mundana,
Lloraba celestiales pesadumbres
Sér de divina estirpe soberana.
Lanzado de las célicas techumbres
Siglos hacia á la region humana,
Para su habitacion labró en la nieve
De su helado cristal palacio leve.
Lejos de su alma patria luminosa
Fué condenado, espiacion de un yerro,
Su forma pura, celestial y hermosa
A sepultar en terrenal encierro,
Dando cima á tarea misteriosa
Por Dios impuesta en su mortal destierro;
Mas ya á su fin la espiacion tocaba
Y su tarea al concluir estaba.
Treinta afanosas décadas habia
En preparar el ángel empleado
Su difícil labor, y ya veia
Su éxito misterioso asegurado:
Y, para darla fin, en este dia
Iba por Jehováh purificado
A recobrar su blanca sobreveste,
Su sér divino y su poder celeste.
Tal es en suma el celestial portento
Que va el Señor á obrar sobre la Sierra,
Y cuya vista vela en tal momento
El nublado á los ojos de la tierra.
La tempestad que entolda el firmamento
Es un crespon que sus espacios cierra:
Y tras aquellas fulgurantes nubes
Cantan un himno santo los Querubes.
Sobre sus alas con rumor sonoro
Las cohortes angélicas descienden,
Y al dulce són de su celeste coro
Troncos y rocas de placer se hienden.
Los serafines en mecheros de oro
De la divina fé la luz encienden,
Sobre el alcázar místico de hielo
Rasgado el seno cóncavo del cielo.
Del zenit en el punto culminante,
En medio de una luz deslumbradora,
Del sumo Dios apareció el semblante
Y tronó la palabra creadora.
Al eco inmenso de su voz gigante
La celestial cohorte voladora,
Con las alas cubriéndose los ojos,
Para escuchar se prosternó de hinojos.
«¡Azäel! »— dijo Dios, al sér divino
Desterrado en la tierra interpelando,
Y al umbral de su alcázar cristalino
El ángel bello pareció temblando;
Y el eco gigantesco y montesino
De las cóncavas peñas, despertando
Al acento de Dios, volvió medroso
El nombre del espíritu glorioso.
«¡Azäel! repitió el Omnipotente;
« Torna á tu antiguo sér y poderio,
« Cobra tu vestidura refulgente
« Y obra sobre la tierra en nombre mio.
« Toda á tu voluntad está obediente:
« Sus destinos gobierne tu albedrio:
« Completa mis designios soberanos:
« Yo bendigo la obra de tus manos. »
Dijo el Señor. El ángel desterrado,
Recobrando su gracia primitiva,
Levantose á su voz transfigurado,
Revestido de gloria y de luz viva.
Orna su cuerpo ceñidor alado,
Ciñe su sién inmarcesible oliva,
Y de la fé la luminosa tea
En su diestra purísima flamea.
Un séquito de espíritus potente,
Que deja sometidos á sus santas
Ordenes el altísimo, obediente
Y á su voz pronto se ordenó á sus plantas;
Ante el Señor el ángel reverente
Se prosternó tres veces, y otras tantas
El eco del hosanna y los salterios
Conmovió con su són los emisferios.
Tornó Dios á sumirse en su santuario:
Tornaron los arcángeles el vuelo
A tender, el vacío solitario
Trasponiendo y los límites del cielo:
Y de la eternidad en el horario
Brillando el fatal número, hácia el suelo
Moro, dijo, la mano nacarada
Estendiendo Azäel:« ¡Ay de Granada! »
¡Ay! repitió en el cóncavo y profundo
Seno del monte aterrador el eco;
¡Ay! repitió siniestro el vagabundo
Viento que rueda en el vacio hueco;
¡Ay! repitió el nublado, en tremebundo
Trueno rompiendo desgarrado y seco;
¡Ay! repitió la voz desesperada
Que gemia fatídica en Granada.
A este medroso universal lamento,
De la voz del Señor eco en la tierra,
Desgarró con estrépito violento
Sus entrañas marmóreas la sierra,
Y abriose el misterioso monumento
Que su cimiento colosal encierra:
Fábrica de materia indestructible,
A los humanos ojos invisible.
Es el alcázar de Azäel: divino
Palacio transparente y encantado,
De nácar y de hielo cristalino
Entre nieves eternas fabricado.
En él oculta el ángel peregrino
Un sér, aunque mortal, predestinado
A que con él su porvenir divida
En la terrena y la celeste vida.
En este alcázar níveo, modelo
De la oriental alhambra granadina,
Bajo la eterna bóveda de hielo
Que corona la cumbre al sol vecina,
Envuelta yace en encantado velo
La régia sombra de Alhamar divina,
A quien letargo místico y profundo
Encadena á este limite del mundo.
No tienen á este sér bajo su imperio
La vida ni la muerte: su ecsistencia
Fantástica protege hondo misterio
Que sondea no mas la omnipotencia.
Su sér no pertenece á este emisferio,
Y, ni celeste ni mortal, su esencia
Tiene el poder del ángel defendida
Del poder de la muerte y de la vida.
Misterio incomprensible para el hombre,
A toda humana esplicacion resiste
Y á la ciencia mortal fuerza es que asombre;
Obra sábia de Dios, por Dios ecsiste:
No tiene historia, esplicacion, ni nombre,
Ni mi pluma en buscárselos insiste:
La inspiracion divina del poeta
No está á mortal esplicacion sujeta.
Yace bajo el poder de tal encanto
De Alhamar la fantástica ecsistencia,
De aquel alcázar luminoso y santo
Debajo de la nítida apariencia.
Todavia le cubre el régio manto,
Humean todavía en su presencia
Pebetes de ámbar, y su real persona
Circunda el esplendor de la corona.
En medio de un salon prolijamente
Decorado con cúficas labores,
A estilo de los reyes del Oriente,
Sobre un tapiz de espléndidos colores
Y en trono de marfil, rádia su frente
Bajo un dosel de plumas y de flores:
Y, símbolo del mando soberano,
El cetro abarca aún su augusta mano.
Su vista empero inmóvil que no mira,
Su insensibilidad que no percibe
Lo que en su rededor resuena ó gira,
Le delatan por sombra que no vive.
Un áura triste en su redor suspira:
Una aureola eléctrica describe
Círculos mil sobre su real cabeza,
Y aún ostenta su faz torba belleza.
Azäel, de sus ángeles cercado,
Llegando ante el monarca Nazarita,
Sobre su pecho de calor privado
La antorcha puso de la fé bendita:
Al reflejo viviente derramado
Por esta llama que sobre él se agita,
Deshecho el hielo que su esencia pasma,
Movimiento á cobrar volvió el fantasma.
Giraron en las órbitas sus ojos,
Llenó el aire su pecho, su garganta
Paso á un suspiro dió, y, otra vez rojos
Sus labios, sonrió é hirguió la planta;
Mas juzgando tal vez del sueño antojos
De aquellos seres la presencia santa
Y del encanto aún preso en los lazos,
Tendió entre él y los ángeles sus brazos.
Entonces Azäel« torna á la vida »
Dijo:« del cielo la sentencia sabes:
« Tu ecsistencia mortal interrumpida
« En década inmortal fuerza es que acabes.
« Alma sin cuerpo, espectro sin guarida,
« Ve de tu Alhambra á recoger las llabes.
« ¡En el hombre de Dios, he aquí tu hora!
« Preven la tumba de la raza mora. »
Al mandato del ángel obediente,
El sér de los fantasmas adquiriendo,
Incoloro, impalpable, trasparente,
Su esencia de la tierra desprendiendo
Elevose Alhamar en el ambiente:
Y, cual vapor que en él se va meciendo,
A través de la atmósfera nublada
Se dirigió siniestro hácia Granada.
Era la hora en que espirando el dia,
Con la sombra al luchar breves momentos,
Entre la luz crepuscular envia
Al corazon mortal presentimientos
Funestos: esa hora misteriosa
Que al hombre pensador melancolía
Infunde, al criminal remordimientos,
Y al poeta solemne, religiosa
Inspiracion y santa poesía;
Era la hora, en fin, de las historias
Tristes y de las lúgubres memorias.
Tendido en los bordados almohadones
Del rico camarin de Lindaraja,
Cediendo á las sombrias impresiones
De la luz del crepúsculo, que en vano
Por repeler su corazon trabaja,
A solas con sus negras reflecsiones
Yacía de Granada el soberano.
La sombra, mas espesa á cada instante,
Su manto de tinieblas desplegando
Por la arabesca estancia, condensando
Iba su oscuridad, y vacilante
La postrimera claridad del dia
Al pintado cristal de las ventanas
Trémula se asomaba, y confundia
Cada momento mas las africanas
Labores de oro que el cristal tenia.
Los plegados tapices de las puertas,
Los jarrones magníficos de flores.
Todos los muebles que la estancia ornaban,
Con estraña ilusion, formas inciertas
Movimiento y fantásticos colores
A tomar en la sombra comenzaban;
Y empezaba á girar en el vacío
Recinto opaco de la estancia oscura
Ese turbion fascinador y umbrio
De objetos sin color, forma, ni nombre,
Que la supersticion ó la pavura
Hacen en las tinieblas ver al hombre.
El rumor de los árboles vecinos
Y de las fuentes del jardin, los trinos
De las aves en ellos anidadas,
Y los lejanos sones campesinos
Que en revoltoso vuelo descarriadas
Allí traian las nocturnas brisas,
De la cóncava bóveda los huecos,
Los arcos, las acústicas cornisas
Poblaban con las voces ecsaladas
Por misteriosos y fugaces ecos.
Por su impresion fatídica evocados,
En su febril meditacion sentia
Muley, que en sombra y soledad yacia,
Tumultuoso tropel de ya olvidados
Recuerdos asaltar su fantasía,
Donde por siempre los creyó enterrados.
¡Vaporosos recuerdos aflictivos,
Irritados espectros vengativos,
Que en luengos años por la vez primera
Veia con pesar que aun eran vivos,
Acíbar para ser de su postrera
Edad y de su suerte venidera!
Recordaba las penas ignoradas
Que turbaron los últimos momentos
De su padre Ismael, ocasionadas
Por las locas empresas empeñadas
Por su fogosa juventud: los cuentos
Y pronósticos tristes propagados
Al nacer Abdilá (5), de cuya madre
Los numerosos deudos, apartados
De su corte, tal vez en la montaña
En bien del hijo y para mal del padre
Acopio hacian de razon y saña.
Recordaba á Abdilà que, cuando niño
Hermoso como un ángel, le tendia
Sus tiernos brazos, con filial cariño
Su dulce abrazo paternal pidiendo,
Y que él con esquivez le repelia
En su fatal horóscopo creyendo;
Y el niño, su esquivez no comprendiendo,
Cobrándole temor de dia en dia,
Concluyó por llenar su sino horrendo
Y hoy su rencor nefasto le volvia.
¿Y quién sabe si, mas que de su sino,
Efecto fué del paternal encono
El ódio de Boabdil al Granadino
Rey? ¿Y quién sabe si el fatal destino
Que pesa sobre el príncipe, es acaso
No mas que el ídio de Muley que al trono,
Fanático ó feroz, le cierra el paso?
Aun no se le ha borrado de la mente
A Muley el amor sincero, ardiente,
De Aixa (6), su legítima sultana,
Altanera como él, como él prudente,
Venerada como él entre la gente
Por su pura, rëal sangre africana:
Y aun se le acuerda el popular disgusto
Con que vió el Moro su desden injusto
Por ella y su pasion por la cristiana.
¿Y quién sabe si el astro que preside
A los destinos de su raza y vierte
En ella su fatídica influencia,
Triste fanal de asolacion y muerte,
De destruccion y deshonor sentencia,
Que con ídios sacrílegos divide
De padres y de hijos la ecsistencia,
No es mas que la influencia derramada
Por su feroz política? ¿Quién sabe
Si este arcano de sangre y de rencores,
No tiene otro secreto ni otra llave
Que del rey los políticos errores,
Que han dado luz ¡en hora bien menguada!
A la estrella fatal de sus amores?
Por la primera vez lo advierte acaso
Y se espanta Muley, con ánsia viendo
Imposible hácia atrás volver el paso,
Por la primera vez rugir oyendo
La tempestad del porvenir horrendo.
Acordósele el torbo y silencioso
Aspecto de la plebe, cuando entraba
Aquella misma tarde victorioso
Por las puertas de Elvira, ante la esclava
Muchedumbre de Zahara: y penetrando
Su vista el horizonte nebuloso,
Comprendió que á su vez el Africano
Rehusaba, como él supersticioso,
Besar servil su ensangrentada mano.
Comprendió que las lívidas cabezas
De Saavedra y sus nobles Zahareños,
No fueron para el pueblo de proezas
Testimonios sin par, sinó visiones
Que empañaron del triunfo las grandezas;
Fueron, en fin, proféticos ensueños
Que trocaron para él los corazones.
Y al fin el Moro comprendió, con pasmo
Mortal y con hondísima congoja,
Que aquella multitud, cuyo entusiasmo
Se estinguió ante su faz de sangre roja,
Y tornó sus miradas compasiva
A la cristiana multitud cautiva,
No vió sobre el laurel de la victoria
El reflejo del astro de la gloria,
Sinó el reflejo torbo y fugitivo
De la hoja del alfange vengativo.
Comprendió que, en su ausencia, entre la plebe
Gérmen de rebelion vertido habia
La callada traicion con soplo aleve:
Y, si hasta entonces escondido y leve,
Cuanto mas encubierto mas seguro,
Vió que el volcan de la discordia hervia
De su régia ciudad dentro del muro.
Por la primera vez de su ecsistencia
Tembló mirando al tenebroso abismo
De la pasada edad: de su conciencia
El primer grito oyó, y, al fatalismo
Sometido de la árabe creencia,
Cuando á solas se vió consigo mismo,
Vió su régio poder en la agonía
Y que el rostro la suerte le volvia.
Rota la tregua con el rey cristiano,
La plebe á la revuelta provocada,
Comprendió, aunque muy tarde, el Africano
Que estaba su política burlada,
Falseado su poder de soberano;
Y, su crueldad despótica ecsaltada,
Trocándose de bárbaro en villano,
Del generoso rey soltó la espada
Y se armó del puñal del rey tirano.
« Mueran, dijo: seria empresa vana
« Cejar un paso ya: ciña en redondo
« De mi trono los piés lago sin fondo
« De sangre mista mora y castellana.
« Mueran cuantos me busquen enemigo
« Y que avance el pendon de los cristianos:
« Los Arabes ante él se haran hermanos
« Y á la muerte ó al triunfo iran conmigo.
« Si no quiere Granada ser vasalla
« Respetuosa, intentando á cotos fijos
« Reducir mi querer: si bien no se halla
« Con mi amor á Zoraya y á sus hijos
« Y quiere de mi ley saltar la valla,
« Bajo la cimitarra vengadora,
« Nueva estirpe rëal, nueva señora
« Recibirá temblando la canalla. »
Dijo, y abandonando los cogines
Enderezó sus pasos á la puerta,
Que daba del salon á los jardines
Del patio de Leones; pero yerta
Sintió al umbral la planta y herizado
El cabello el rey moro cuando, abierta
Al tenerla, miró del otro lado
Avanzar por la estrecha galeria
Horrenda aparicion que hácia él venia.
Pálida, lacrimosa, descompuesta,
La vaporosa imágen de un rey moro
Era en su forma la vision funesta (7).
Su sién ceñia la corona de oro
Y en sus hombros traia el régio manto:
Arrastrábale empero sin decoro
Y con sus orlas enjugaba el llanto.
Vaga aureola de azulada lumbre
Radiaban los contornos transparentes
Del fantasma rëal, y ayes dolientes
De mortal profundísima agonía
Mostraban la angustiosa pesadumbre
Del fatídico sér que así gemia.
Enclavados los piés al pavimento
Y sostenido en el pilar apenas,
Parado el corazon, roto el aliento,
Sintió Muley paralizar sus venas
El hielo del terror. Quiso un momento
Huir de la vision que así le espanta,
Mas sus miembros halló sin movimiento;
Quiso gritar, mas muda su garganta
No acertó á producir ni aun un lamento.
Poco á poco hácia él adelantando
Por la oscura y angosta galeria,
Tristísimos suspiros ecshalando,
La aparicion en tanto se venia.
Paralizado en el umbral estrecho
El Moro y avanzando hácia adelante
La aparicion, se hallaron un instante
El fantasma y Hasan pecho con pecho.
Soplo glacial, emanacion helada
Del pecho de aquel sér, penetró agudo
En el pecho de Hasan como una espada:
Y á su impresion, que soportar no pudo,
De pavura y dolor lanzó un gemido.
Entonces, acercándose á su oido,
Dijo aquella vision desconsolada
Con tristísimo acento dolorido:
« ¡Escrito estaba! La postrera hora
« Llegó para la gente desdichada
« De mi gentil ciudad habitadora.
« ¡Ay de la gloria de la gente mora!
« ¡Ay de los de Nazar! ¡ay de Granada!
Dijo la aparicion y, suspirando,
El corredor tomó que al huerto guia,
Y el rey hasta el balcon fuese arrastrando
Tendiendo una mirada de agonía
Sobre el jardin. — Por él atravesando
Vió que la lenta aparicion seguia:
Mas á través del murallon macizo
Sumida entre las piedras se deshizo.
El alma de Muley, amedrentada,
Abandonó un instante sus sentidos,
Derribando su cuerpo en la bordada
Alfombra del balcon: mas sus oidos
Zumbaban con la voz de la augustiada
Vision, que repetia entre gemidos:
« ¡Ay de los de Nazar! ¡ay de Granada! »
Sus densas sombras espesado habia
Lenta la noche y silenciosa en tanto,
Y cobijada la ciudad yacia
Bajo los pliegues de su negro manto.
Astro de bendicion para el Hispano
Una ardiente mujer nació en su suelo,
Y avivada la fé del castellano
Brotó cuando á su faz la trajo el cielo.
El fulgor de su genio al Africano
En el alma infundió siniestro duelo,
Y de su luz el misterioso influjo
La estrella mora á oscuridad redujo.
Por siete siglos alumbrado habia
La estrella del Islam la gloria mora,
Y en el zenit aún resplandecia,
De la region ibérica señora.
Desesperada ya, lucir la via
La raza de Jesús adoradora,
Condenada creyéndose en el cielo
A partir con el Arabe su suelo.
Clara, constante, perceptible y bella,
Mostró el Señor al ánimo cristiano
Su refulgente y protectora estrella
Bajo la forma real de un sér humano;
Lábaro santo de victoria en ella
Recibió al recibirla el castellano,
Y, al ver la aureola que en su frente brilla,
Su estrella en Isabel miró Castilla.
Dios en la eternidad marcó su hora
De púrpura y de luz con caracteres,
Y esta estrella radió deslumbradora
Orgullo para ser de las mujeres.
De paz y de bonanza precursora,
Ajustó los opuestos pareceres
Y dió fin al rencor y enemistades
Que turbaban sus campos y ciudades.
Isabel, en cuya alma generosa
Puso Dios cuanto bien lo humano encierra,
Pura, modesta, noble y piadosa,
Fué la reina mas grande de la tierra (8).
Dulce y tierna á la par que vigorosa,
Diligente en la paz, sábia en la guerra,
Dió al bueno premio, al infeliz consuelo,
Y de damas y reinas fué modelo.
Dió su aliento real valor á España,
Gloria á su sexo y á su edad decoro:
Para empresa de honor, propia ó estraña,
No rehusó jamás fatiga ni oro.
Cada memoria suya es una hazaña:
Del cristiano fué prez, terror del Moro:
Dios, en fin, á su aliento soberano
Abrió no mas el mundo americano.
Dios á su corazon dió una fé ardiente
Con una voluntad dominadora,
Para que en uno y otro continente
Derramara su luz consoladora;
Y la adoró la Americana gente,
Y se humilló á sus piés la gente mora,
Y de ambos mares en la opuesta orilla
Clavó los estandartes de Castilla.
Tuvo en su alma varonil asiento
La virtud inflecsible y verdadera:
Nueva edad comenzó su nacimiento:
Fué su genio la antorcha de otra era:
Su victorioso nombre llenó el viento:
Su gloria vivirá imperecedera:
Con orgullo español mi voz la canta,
Mi fe venera su memoria santa.
Tal fué Isabel. Su grande pensamiento
Concibiendo su espléndido destino,
A su secreto y colosal intento
Con gran prudencia preparó el camino:
É invocando el favor del firmamento,
Con fé esperando en el favor divino,
Su excrutadora y perspicaz mirada
Tenia sin cesar fija en Granada.
Es ya la media noche: rasa y fria
La atmósfera ostentar al firmamento
Deja su manto azul, de pedrería
Salpicado, al fulgor amarillento
De la menguante luna; ya no pía
Ni susurra en el bosque ave ni viento;
Todo, desde el palacio hasta la choza,
Sueño reparador en calma goza.
Todo tranquilo yace en el recinto
De Medina del campo, donde mora
Del católico rey Fernando quinto
La esposa ilustre, del pais señora.
Do quier el fuego y el rumor estinto
Por la cristiana villa, que la adora,
Unico de su alcázar centinela
El castellano honor su sueño vela.
No por barreadas puertas defendida,
Ni cercada de guardia numerosa,
Duerme Isabel inquieta por su vida
En torreon con barbacana y fosa;
En cámara modesta, guarnecida
De tapiz sencillísimo, reposa
A la luz de una mústia lamparilla
La virtuosa reina de Castilla.
Su aposento y su lecho no decora
De genovés brocado, ni de encaje
Flamenco, ni de seda crugidora
De Francia, cairelado cortinaje;
Lino salubre y lana guardadora
Del natural calor, de su mueblaje,
Su lecho y su vestido son la tela:
Nada allí el lujo mundanal revela.
Isabel, aunque hermosa y soberana
Y con glorioso porvenir nacida,
Reconoció desde su edad temprana
La vanidad de la terrena vida:
Y su sincera educacion cristiana
De la era turbulenta trascurrida
En el aciago y anterior reinado
La esperiencia ha despues fortificado.
Y por eso no hay lujo en su aposento,
Y es comun y modesto su vestido,
Y es frugal y sencillo su alimento,
Y su despendio personal medido:
Y, el fáusto de su alcázar opulento
Del írden de su casa dividido,
Es, digna al par de imitacion y fama,
Reina opulenta y laboriosa dama.
Da á su suprema dignidad decoro
Con régia pompa y ostentoso porte,
Al estrangero al recibir y al Moro
En ceremonias y actos de su corte:
Vácia sin pena su rëal tesoro
En todo caso que al honor importe:
Mas desnuda en su cuarto su persona
Del pomposo esplendor de la corona.
Por eso su alma, que altivez no abriga,
Tiene franca y leal correspondencia
En la adhesion de sociedad amiga:
Los afanes que agovian su ecsistencia
De reina amistad íntima mitiga:
Y tiene en los que admite á su presencia
Amigos fieles, defensores bravos,
No aduladores sórdidos y esclavos.
Del amor de sus súbditos por eso
Segura, y mas segura que entre lanzas,
De sus régios deberes lleva el peso
Libre de rebeliones y asechanzas;
Y del pueblo el honor guardando ileso,
Y en su honor con inmensas esperanzas,
Abrigando una fé que no vacila,
En su lecho Isabel duerme tranquila.
De un crucifijo santo la escultura
Pende sobre la augusta cabecera
De su lecho rëal, donde segura
Reclina la cerviz: su cabellera
Recoje casta toca, y la blancura
De su cuello y sus brazos con severa
Honestidad envuelve en blanca bata,
Que su pudor ni aun para el rey desata.
Su postura modesta y recogida,
La serena espresion de su semblante,
Muestran que orando se quedó dormida
Y que al remordimiento vigilante
Su corazon leal no da guarida:
De sus virtudes el vapor fragante
En torno de su lecho se respira,
Y su casta beldad respeto inspira.
¡Su aposento rëal cuan diferente,
Cuan distinto su púdico reposo
Del sueño de las reinas del Oriente,
Inquieto en camarin voluptüoso!
De torpe desnudez el aliciente
Atrae allí no mas al torpe esposo,
Y sobre el cieno del placer reposa
Solo el cariño de la infiel esposa.
Allá en torno del áurea alcazaba
Rujen la rebelion y el descontento,
Y asalariada muchedumbre esclava
Contiene al pueblo de respeto esento;
Aquí, del miedo sin la odiosa traba,
Las puertas sin cerrar de su aposento,
Duerme del pueblo la señora hermosa,
Reina querida, respetada esposa.