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Al contemplar la terrible laxitud en la Iglesia en nuestros días, podemos darnos cuenta de la urgente necesidad de advertir a la gente sobre los terrores del infierno. Dios le dio al Dr. Bailey una carga por escribir este libro, recopilando sus propias experiencias y las experiencias que otros han tenido de las glorias del cielo y los tormentos del infierno. El Dr. Bailey claramente nos presenta metas que Dios nos ha dado, así como serias advertencias del horno de fuego en el que muchos han caído. A medida que usted escudriña este poderoso estudio, esperamos que le provoque tomar la determinación de encontrar la senda de la santidad que nos lleva a Cristo, y permanecer en ella, evitando los peligros del pecado que llevan al infierno.
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Las glorias del Cielo y Los terrores inefables del Infierno
DR. BRIAN J. BAILEY
Título original en inglés;
“Heaven´s Glories and the Untold Terrors of Hell”
© 2007 Brian J. Bailey
Versión 1.0 en inglés
Título en español:
“Las glorias del Cielo y los terrores inefables del Infierno”
© 2008 Brian J. Bailey
Versión 2.0 en español (2024)
Diseño de portada:
© Brian J. Bailey y sus licenciadores
Todos los derechos reservados.
A menos que se indique lo contrario,
todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión
Reina-Valera en su revisión de 1960, 1960 Sociedades Bíblicas Unidas
Traducción al español por:
Equipo de traducción de Guatemala.
Traducción en español: Silvia de C., IBJ Guatemala
Edición: Elsy de C., IBJ Guatemala; Marlene Z.
Publicado por Zion Christian Publishers.
Publicado en formato e-book en 2024
En los Estados Unidos de América.
Para más información, favor de contactar a:
Zion Christian Publishers
Un ministerio de Zion Fellowship ®
P.O. Box 70
Waverly, New York 14892
Teléfono: 607-565-2801
Fax: 607-565-3329
www.zcpublishers.com
www.zionfellowship.org
ISBN versión electrónica (E-book) 978-1-59665-776-2
Al equipo de trabajo de IBJ-Guatemala por la traducción, revisión y edición de este libro al español. Al equipo editorial de Zion Christian Publishers: Carla B., David K., Ana Karen P., y Suzanne Y. por su trabajo en la versión de este libro en español.
Quisiéramos extender nuestra gratitud a estas personas tan queridas porque sin sus muchas horas de incalculable ayuda, este libro no hubiera sido posible. Estamos muy agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.
El honorable Dr. Brian J. Bailey, es un hombre único en visiones y revelaciones extraordinarias del mundo invisible de Dios. Él ha sido mi consejero y mentor espiritual por más de 40 años, y he tenido el privilegio de escuchar sus experiencias y de ser testigo de su vida ejemplar.
En este libro, él comparte algunas de las cosas que ha visto en el Cielo y en el Infierno. Debido a que el mundo invisible es, para la mayoría de nosotros, territorio desconocido, hay quienes se muestran cautos o escépticos con los testimonios de aquellos que han tenido visiones de la otra vida. De ninguna manera el Pastor Bailey está tratando de establecer doctrina al respecto, y ninguna de las historias que está a punto de leer contradicen o están en conflicto con las Sagradas Escrituras.
Cristo nos enseñó que, después de la muerte, se tiene conciencia de todo. En Su historia acerca del hombre rico y de Lázaro, ambos hombres recordaban perfectamente su vida aquí en la Tierra. El hombre rico tenía dolor, sed, remordimiento, razonamiento y se podía comunicar. Incluso se preocupaba de que sus cinco hermanos no terminaran en ese terrible lugar de condena donde él estaba.
Quisiera motivar a cada lector que le pida al Espíritu Santo que le guíe a toda verdad, y que abra su mente y su corazón mientras lee este libro.
Muchas gracias,
Pastor Paul G. Caram, Ph. D.
Descendía por la escalera del Hotel Sheraton en Brunéi, cuando el Señor me dijo esta frase corta: “Las glorias del Cielo y los terrores inefables del Infierno”. Entendí que este era un mensaje que Él deseaba que yo proclamara a los pueblos del mundo. Por lo tanto, preparé el mensaje en una serie de sermones para las reuniones de nuestra iglesia. Después de transcribirlos, los puse en el libro que usted tiene hoy en sus manos.
Este libro tiene un doble propósito. Mostrarnos algo de las maravillas y el orden del Cielo, incluyendo la preparación de los creyentes para alcanzar sus posiciones eternas. También, advertirles a los creyentes que se mantengan en la senda de la justicia. Si abandonan la senda recta y angosta, terminarán en la congregación de los muertos que no predican la verdad; y su final será con los hipócritas en las profundidades del Infierno.
Mi oración es que este libro nos llene de celo para vivir una vida santa y para dar en el blanco del supremo llamamiento de Dios. Por otra parte, que tengamos entendimiento de los terrores de los cuales hemos sido salvados, y que procuremos testificar a toda alma cuando se presente la oportunidad de hacerlo. Persuadamos a los que una vez conocieron la verdad de la gran salvación de Dios (creyendo en el sacrificio de Cristo en la cruz) para que regresen a las sendas de justicia. El deseo de Dios es que todos experimenten la salvación y que sean preservados de los horrores de una eternidad de tormento.
Al contemplar las descripciones de los lugares y ministerios celestiales, comprendemos que las verdades de Dios deben haber realizado una obra en nuestra propia vida, a fin de que seamos elegidos para estar allí. Este libro revela los requisitos necesarios para obtener los galardones y las posiciones que les esperan a los justos.
Para entender el Cielo, solamente necesitamos observar Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Estos son dos aspectos que debemos notar: el Cielo es eterno y el Cielo está lleno de vida. El Señor Jesús dijo: “[…] Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).
El Cielo es eterno. Lo que es verdad respecto al Cielo también lo es respecto al Infierno: este también es eterno. Por medio de la gracia de Dios, examinaremos ambos lugares. Debemos recordar que: “[…] Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Después de la muerte, nuestra morada eterna queda establecida irrevocablemente y no hay posibilidad de salir de la oscuridad del Infierno para entrar a la luz del Cielo.
Las glorias del Cielo pueden ser apreciadas verdaderamente solo por aquellos que están revestidos con las cualidades y las virtudes de la inmortalidad. El resplandor de los tesoros del Cielo y la extensión de los lugares celestiales, solamente pueden ser vistos por ojos que han sido fortalecidos por Su Espíritu. Las comidas y las bebidas celestiales, solamente pueden ser consumidas por un cuerpo inmortal. La pureza de la atmósfera del Cielo solo puede ser experimentada por aquel que ha pasado a través del río de Dios y que ha sido limpiado de las impurezas terrenales.
Una verdad que satura el Cielo, es que el Señor Jesucristo es el centro de la celebración. El deseo de cada corazón es caminar con Él, conversar con Él y adorarlo a Él. ¡Él es nuestra herencia!
Por lo tanto, amados, lo que presentamos aquí es solamente un vislumbre de las maravillas del Cielo, vistas oscuramente a través de un cristal. Sin embargo, esperamos que sea suficiente para darles el deseo de avanzar hacia todo lo que Dios tiene para ustedes en esta vida, y que así puedan heredar todo lo que Él tiene para ustedes en la eternidad.
Hemos comenzado nuestro libro con una descripción de los paisajes del Cielo, ya que a menudo, esta es la introducción a los lugares celestiales que muchos santos experimentan. Sin embargo, no podemos ser dogmáticos en esto, ya que, en otras ocasiones cuando un ser querido muere, es el Señor mismo (o un ángel) Quien se encuentra con él o ella en su lecho de muerte y lo escolta a los lugares celestiales.
Cuando entran al Cielo por primera vez, muchos se sorprenden por las similitudes entre la Tierra y el Cielo, sin darse cuenta de que la Tierra no es sino el reflejo del Cielo; solamente que la Tierra está en un estado caído. En el Cielo hay árboles, flores en abundancia, pasto, casas, escuelas, universidades, la Ciudad Santa y, por supuesto, el Templo de Dios. Hay grandes grupos de ángeles. Conoceremos a todos y también estaremos con quienes vivimos aquí en la Tierra.
Este primer aspecto del Cielo que queremos describir, lo vemos en la creación. El apóstol Pablo dice que podemos entender las cosas invisibles por medio de las cosas hechas (Ro. 1:20).
En Génesis 2, vemos que Dios plantó un huerto al oriente del Edén. En ese huerto, Él plantó todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer. En medio del huerto, plantó el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del Bien y del Mal. En una ocasión, tuve una visión de Adán en el huerto y fue maravillosa. Aunque solamente pude vislumbrar una sección del huerto, era sumamente hermoso; era el reflejo de los Cielos. Sin embargo, nunca se debe perder el propósito de la creación del Cielo y de la Tierra. Fueron creados por Dios, para Él y para Su placer (Ap. 4:11). En el principio, cuando Dios creó al hombre, Su deseo fue tener comunión con él. Por esto, Dios visitaba a Adán al fresco del día, para convivir con él.
El huerto del Edén fue plantado antes del Diluvio. Incluso, después del Diluvio, la creación era bellísima. Génesis 13:10 dice: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra”. La llanura frente a Sodoma y Gomorra era como el huerto de Jehová: hermosa. Es decir, nuestros antepasados que vivían en aquellos tiempos, contemplaron la hermosa creación como lo que era: un reflejo del Cielo.
Todo lo que Dios hace tiene significado; y en la Escritura se encuentran todas las interpretaciones de esas obras, o alusión a ellas. Consideremos el pasto, el cual abunda en los Cielos.
En su libro My Glimpse of Eternity (Una visita a la eternidad), Betty Malz describió el pasto con un tono de verde vívido y cada brizna con quizás una pulgada de largo. Su textura era como terciopelo fino y cada brizna estaba viva y se movía (Malz, 1983). Después de que se caminaba sobre ellas, las briznas volvían a su estado original. Era como si una música armoniosa saliera de ellas.
El pasto tiene una connotación espiritual. Leemos en Isaías 40:6 que toda carne es como la hierba. También en Job 5:25, vemos que al patriarca se le prometió: “Asimismo echarás de ver que tu descendencia es mucha, y tu prole como la hierba de la tierra”. Por esto, entendemos que el pasto se refiere a la humanidad.
En Isaías 51:16 el Señor declara: “Y en tu boca he puesto mis palabras, y con la sombra de mi mano te cubrí, para que plantase los cielos y fundase la tierra, y que dijese a Sión: Pueblo mío eres tú” (RV 1909). El Señor usa la frase “plantase los Cielos” porque las hermosas laderas verdes del Cielo representan a las almas que han sido ganadas por medio de Su Palabra hablada o escrita. El pasto abunda sobre la Tierra. Puede haber 6 plantas de pasto por pulgada cuadrada (6.5 cm²), 850 plantas por pie cuadrado (0.1m²) y 8.5 millones de plantas por 10,000 pies cuadrados (930m²). Si consideramos estas estadísticas, podemos apreciar la descripción de aquellos en el Cielo como: “[…] Una gran multitud, la cual nadie podía contar […]” (Ap. 7:9).
Isaías 51:16 también revela la profunda verdad que el Señor llenará el Cielo por medio de las palabras que Él ha puesto en nuestra boca. Dichas palabras han capturado a hombres y mujeres, y han hecho que se conviertan en hijos e hijas del Dios Vivo. El Señor usa a Su pueblo como canal para guiar a otros a Su Reino. La pregunta que necesitamos hacernos es: “¿Cuántas plantas de pasto hemos sembrado en el Cielo?”. A través de nuestra vida y nuestro ministerio, debemos procurar influenciar a hombres y mujeres para que piensen en lo celestial, de modo que anhelen entrar en los campos eternos de gozo del Cielo.
Otro factor que quisiera mencionar respecto al pasto es que ninguna planta es igual a otra. Nuestro Dios es un Dios de diversidad. Asimismo, todos nosotros somos la creación única de Dios. Aun los “gemelos idénticos” tienen personalidad propia.
Hay tres factores que promueven el pasto saludable:
1. Los nutrientes: La parte de la planta del pasto que tiene mayor masa es el sistema radicular, por medio del cual obtiene sus nutrientes. Espiritualmente, esto lo podemos entender como alimentarnos de las buenas verdades de la Palabra de Dios. Por lo tanto, al igual que el pasto, nuestra salud espiritual depende de que nuestras raíces crezcan buscando lo profundo. En Marcos 4:16-17, el Señor advirtió acerca de los creyentes que no tenían raíz, que su vida espiritual se marchitaría: “Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan”.
La verdad práctica aquí, puede ser comprendida por medio de las palabras de Jeremías: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jer. 17:7-8). Con nuestras raíces arraigadas profundamente en la Palabra de Dios, estaremos establecidos y guardados del pecado (Sal. 119:11). Los árboles maduros tienen un sistema radicular vasto, bien distribuido y profundo. Otro pensamiento es que el tamaño del sistema radicular de un árbol normal y saludable, se refleja en la extensión y el desarrollo de sus ramas.
2. El agua: Vale la pena notar, que para que el pasto crezca adecuadamente, es preferible un riego abundante, en vez de un riego liviano y constante. El agua significa la llenura del Espíritu Santo (Is. 44:3).
Esto sugiere que necesitamos encuentros poderosos con el Espíritu Santo, como los que experimentaron los santos del pasado, en Hechos 4:31: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”. Estas experiencias que cambian la vida, transforman a los santos de Dios dándoles inspiración, visión y fuerza fresca y permanente, para ganarlo todo para Él.
3. La luz del sol: Aunque ciertamente el pasto necesita agua en abundancia, para asegurar su crecimiento también necesita la luz del sol. Sin ella, el pasto no tiene un crecimiento vigoroso ni color verde intenso, los cuales nos hablan de plantas saludables. La luz del sol, en la vida del creyente, puede ser comparada con disfrutar de la presencia del Sol de Justicia, el Señor Jesucristo (Mal. 4:2).
En el Cielo, hay árboles en abundancia, los cuales producen toda clase de fruto. Apocalipsis 22:1-2 dice: “Y me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle de la ciudad. Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones” (LBLA).
El árbol más importante del Cielo se llama el Árbol de la Vida, cuyo fruto es para aquellos que guardan Sus mandamientos (Ap. 2:7). Apocalipsis 22:14 dice: “Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que su potencia [para tener derecho al título] sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad” (RV 1909).
Espiritualmente, los árboles significan fortaleza. En Daniel 4:19-22, aprendemos: “Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban. El rey habló y dijo: Beltsasar, no te turben ni el sueño ni su interpretación. Beltsasar respondió y dijo: Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren. El árbol que viste, que crecía y se hacía fuerte, y cuya copa llegaba hasta el cielo, y que se veía desde todos los confines de la tierra, cuyo follaje era hermoso, y su fruto abundante, y en que había alimento para todos, debajo del cual moraban las bestias del campo, y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, tú mismo eres, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra”. El rey Nabucodonosor fue comparado a un árbol fuerte, con fruto abundante y que abrigaba a muchos. El árbol es un tipo del cristiano espiritualmente maduro y fuerte, a diferencia del pasto, el que representa un hijo pequeño de Dios.
Un hermano, quien tuvo una visión extensa de los árboles del Cielo, dijo que eran simétricos y muy hermosos. Del mismo modo, espiritualmente, queremos ser hermosos y perfectamente simétricos, permitiendo que todos los rasgos piadosos y maravillosos de fortaleza y belleza sean entretejidos en nuestro carácter.
Otro aspecto de los árboles que quisiéramos considerar es el fruto. Como vimos anteriormente en Apocalipsis 22:2, ser fructífero es la meta principal de todo cristiano. Nuestro Señor, en Su parábola de la vid en Juan 15, habla de aquellos que llevan fruto, más fruto y mucho fruto. Luego dice que aquellos que llevan mucho fruto glorifican a su Padre Celestial (Jn. 15:8).
Además de ser símbolo de fuerza y productividad, los árboles también son símbolo de justicia. Esto se confirma en Salmos 92:12-14, donde dice: “El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes”.
Isaías 61:3 revela otra cualidad de los árboles de justicia: “A ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya”. Por esto, es posible que cuando los cristianos maduros se lamentan y están de luto por la condición del mundo y de la Iglesia en estos últimos días, ellos sean comparados con árboles de justicia.
La Iglesia de los últimos días manifiesta los síntomas de la iglesia de Laodicea, como se describe en Apocalipsis 3:15-17: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. Cuando los justos observan estas condiciones, surge un lamento santo de sus oraciones intercesoras, emitiendo gemidos indecibles y quejidos profundos que conmueven lo más profundo de su ser (Ro. 8:26).
Ahora, ¿cuál es el secreto para convertirse en un árbol, a diferencia de ser solamente una brizna de pasto? El rey Salomón explica esto en su hermosa oda expresada en Salmos 1. En el primer versículo de este salmo, él nos advierte: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado”. Es decir, debemos vivir una vida apartada.
Luego, en los versículos 2 y 3, continúa y le da importancia a la meditación continua en la Palabra de Dios, y las bendiciones y recompensas que son el resultado de esto. En Salmos 1:3, encontramos la promesa para aquellos que viven esta vida apartada y que de continuo meditan en la Palabra de Dios: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”.
Debemos procurar poblar{1} el Cielo, no solamente con plantas de pasto, sino también con aquellos a quienes hemos procurado elevar a la posición de árboles de justicia, plantío de Jehová. Los líderes deben producir otros líderes que sean como árboles. Esa es nuestra meta: ser como palmeras cuyo estípite{2} es recto y firme, un símbolo de los árboles de justicia. Debemos recordar que “reproducimos lo que somos” (como en el principio espiritual de producir “según su género” que se encuentra en Génesis 1). Más aún, la intensidad de hambre y sed de justicia que tengamos, será la misma que tengan aquellos a quienes ministremos.
Al examinar la Palabra de Dios, vemos que lo primero que Dios hizo después de la creación fue plantar un huerto (Gn. 2:8). ¿Por qué? ¡Porque los huertos{3} están en el corazón de Dios! Dios ama los huertos{4}. En Inglaterra, tenemos un refrán que dice: “En un huerto [jardín] se está más cerca de Dios”.
Muchos de los que han tenido visiones del Cielo testifican del hecho que, ciertamente, está lleno de huertos{5}. En su libro A Divine Revelation of Heaven (Una revelación divina del Cielo), Mary K. Baxter dice que el paisaje del Cielo es indescriptible; con las flores más hermosas y coloridas que jamás había visto. Había un increíble follaje y vegetación por todas partes. Incluso las flores de las plantas parecían reaccionar a la música y al canto.
Al compartir las visiones que algunos han tenido, también quiero mantenerme muy apegado a la Palabra de Dios.
Veamos el huerto del Señor en el Cantar de los Cantares 4:12-16: “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; fuente cerrada, fuente sellada. Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves, de flores de alheña y nardos; nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso; mirra y áloes, con todas las principales especias aromáticas. Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano. Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta”. En este pasaje, el Señor ve a Su Esposa y dice que ella es como un huerto cerrado. Por lo tanto, los huertos también tienen un significado espiritual.
Una de las primeras visiones que tuve después de mi primer encuentro con el Señor, fue de un terreno abandonado, lleno de maleza, piedras y rocas. Era indeseable; pero cuando el Señor entró y andaba por este terreno, comprendí que representaba el corazón de un hombre no regenerado.
Lo primero que Él hizo fue construir un muro alrededor de la parcela de tierra. Una de las cosas que hacemos en Inglaterra (que no es tan frecuente en los Estados Unidos de América) es poner cercas o muros alrededor de nuestros huertos. El propósito es muy simple: no queremos que ningún animal extraviado entre al huerto y lo perturbe.
Espiritualmente, el Señor edifica un muro alrededor del huerto de nuestro corazón. Se nos dice en Isaías 60:18, que el nombre del muro es salvación. Debemos mantener ese muro en buenas condiciones. Esto se logra caminando en la luz, tal como Él está en la luz (1 Jn. 1:7). Ese muro también debe ser fortalecido con una argamasa o mezcla pura (lo que habla de la justicia) y no con lodo suelto (lo que habla de mentiras e hipocresías). Cuando el Israel de antaño edificó con este lodo suelto, Dios desbarató su muro (Ez. 13:10-16).
La desobediencia puede destruir el muro de salvación. Por ejemplo, en Salmos 80:8, Israel es comparada con una vid que fue traída de Egipto. Un vallado fue puesto alrededor de la viña para protegerla; sin embargo, cuando Israel desobedeció a Dios, Él aportilló los vallados para que el puerco montés (o cerdo, lo que habla de inmundicia) pudiera entrar y destruirla.
El muro tiene puertas porque, obviamente, debe haber acceso al huerto. El huerto de nuestro corazón debe tener puertas para permitir que entren el Señor y nuestros amigos, y para mantener fuera al enemigo. En Isaías 60:18, vemos que esas puertas son llamadas “alabanza”. Por lo tanto, estas puertas del huerto reciben mantenimiento por medio de la alabanza.
¡La alabanza es poderosa! Muchos han sido las reuniones de alabanza en donde se ha visto al diablo huir, porque no puede permanecer en la presencia del pueblo de Dios que alaba. He visto cómo desaparece la depresión profunda en las personas, y es reemplazada con la vibrante presencia del Señor, cuando se les exhortó a levantar sus manos y a alabar al Señor audiblemente.
Regresando a esta visión de la parcela de tierra que representa el corazón de un hombre no regenerado, luego vi que el Señor comenzó a remover la maleza, la cual espiritualmente habla de las obras de la carne que están enumeradas en Gálatas 5:19-21: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas […]”.
Después Él quitó las piedras y las rocas, las cuales hablan de áreas de rebelión en nuestra vida. Luego, plantó un hermoso huerto y cada planta representaba el fruto del Espíritu. También puso un manantial que brotaba con agua para regar estas plantas. El Espíritu Santo es la fuente de agua viva que brota en nuestro propio corazón (Jn. 4:14).