Leyendas I - José Zorrilla - E-Book

Leyendas I E-Book

José Zorrilla

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Beschreibung

Primer volumen que recopila las leyendas de José Zorrilla, poemas en clave de ficción basados leyendas castellanas, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima, pero desde un punto de vista lírico. -

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José Zorrilla

Leyendas I

Tomo I

Saga

Leyendas ICover image: Shutterstock Copyright © 1901, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561869

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

ЄSTA OBRA SE PUBLICA BAJO LA DIRECCIÓN ARTÍSTICA DE DON JOSÉ RAMÓN MÉLIDA, DE LA REAL ACADEMIA DE SAN FERNANDO ILUSTRADA POR LOS LAUREADOS ARTISTAS ESPAÑOLES FERRANT (D. ALEJANDRO), JIMÉNEZ ARANDA (D. JOSÉ), MAURA (D. BARTOLOMÉ), MÉLIDA (D. ARTURO), PLA (D. CECILIO), SALA (D. EMILIO), SIMONET (D. ENRIQUE), SOROLLA (D. JOAQUÍN), UNCETA (D. MARCELINO), URRABIETA VIERGE (D. DANIEL), CON UN PRÓLOGO DE D. JACINTO OCTAVIO PICÓN, DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.

reproducciones en color, de c. angerer y goeschl, de viena tiradas en color, de a. lahure, de parís reproducciones en plancha de cobre, de p. dujardin, de parís fotograbados en zinc, de laporta hermanos, de madrid litografías, de julián palacios, de madrid papel couché, fabricación especial, de los sucesores de torras, de barcelona trabajo tipográfico, de «sucesores de rivadeneyra», de madrid

SEÑOR:

ana de las glorias españolas más legítimas del siglo XIX es el insigne poeta D. José Zorrilla, viva encarnación del romanticismo, trovador sin par de las tradiciones y leyendas en que palpitan el brío indomable y la gentileza de nuestra raza, cuyos altos hechos representa y simboliza V. M.

Comenzó á brillar aquel poderoso genio bajo el reinado de vuestra preclara abuela Doña Isabel II; alcanzó sus postreros triunfos cuando regía los destinos de España vuestro inolvidable padre Don Alfonso XII, de grata memoria; fué coronado en Granada con el laurel de Apolo, y se apagó para siempre cuando alboreaba vuestra preciosa vida. A V. M., por lo tanto, debe ser dedicada esta obra; á V. M. corresponde el homenaje que en su augusta Persona vengo á rendir á la Patria con la publicación de estas Leyendas, ilustradas por eminentes artistas españoles.

Dígnese V. M. aceptarlo, y así quedarán consagradas estas páginas como digno monumento levantado á la Poesía y al Arte del siglo XIX en los comienzos del siglo XX, que ofrece con el reinado de V. M. días prósperos en que se renueven las antiguas glorias.

Madrid 15 de Marzo de 1901.

A. L. RR. P. de V. M. Manuel P. Delgado.

PRÓLOGO

EN una edición de todas las obras escritas por Don José Zorrilla, desde sus primeras composiciones, tan espontáneas y brillantes como incorrectas y desordenadas, hasta las que procuró pensar con relativo cuidado en la edad madura, estaría justificada una introducción donde se estudiasen detenidamente la época y la personalidad del poeta: en estos dos volúmenes, donde sólo se publican sus leyendas escogidas, no es indispensable, ni siquiera conveniente, labor tan detallada.

Su vida hecha está por él mismo en los Recuerdos del tiempo viejo; y aunque al trazarlos le flaqueara en algún punto la memoria, ó la fantasía, tirana de sus demás facultades, abultase de buena fe algunos episodios, nadie tiene derecho á presentar los lances de su existencia sino como él los refirió. Creamos, pues, cuanto allí nos dice, porque sus aventuras y acciones, ya ciertas en todas sus partes, ya sinceramente exageradas, le pintan y retratan fielmente. Pudo Zorrilla, que se dió á conocer en 1837 y escribió en 1882 los Recuerdos, olvidar ú omitir cosas que por él narradas ofrecieran indudable interés; pudo decir otras sin concederles la importancia que realmente tuvieron; de fijo adolecen aquellas páginas de cierto carácter demasiado personal, cuando, sin perder su índole de memorias, debieran contribuir á la pintura de la época; pero tales como son bastan para que por ellas se conozca al literato y al hombre.

Hay escritores en cuya producción influyen la esfera donde nacen, las necesidades de la lucha por el pan ó por la gloria, las amistades que tienen, la indiferencia ante que se estrellan ó la protección que les encumbra, el amor que á unos llena de luz el pensamiento y á otros el corazón de acíbar: y los hay también en quienes el fruto del trabajo no es dulce ó amargo, jugoso ó árido, según las circunstancias que les rodean, sino que depende casi exclusivamente de la índole de sus facultades, las cuales aparecen tan definidas y son tan vigorosas, que, sobreponiéndose á todo agente exterior, imprimen por sí solas sello á la creación artística. En la labor de éstos es muy difícil determinar la parte que corresponde á la tradición literaria, al estudio de los modelos y al medio social; porque la tradición no la conocieron tan á fondo que se penetrasen de su espíritu, á los modelos no rindieron más culto que el fugitivo entusiasmo del momento en que los leían, y á la influencia del medio permanecieron sordos ó se mostraron rebeldes.

Á esta clase de poetas pertenece Zorrilla. Su fuerza no está en ideas que subyuguen ni en sentimientos que conmuevan, sino en la exactitud pasmosa con que reproduce lo que ve, en la potencia imaginativa con que lo embellece, en el sentido artístico con que restaura lo pasado y en la pompa exuberante con que adorna lo que sueña. Sus versos no agitan el alma como los de Musset, Enrique Heine ó Leopardi; cuando triunfa es al narrar y al describir: Zorrilla representa mejor que nadie esa fase de la literatura en que el arte de la palabra invade el terreno de la pintura: las figuras que crea, los lugares que copia se hacen visibles, quedando impresos en la memoria como recuerdos encantadores de algo que nos cautivó con su hechizo, no en las páginas del libro, sino en la misma contemplación de la Naturaleza.

Se le ha llamado el último romántico español, é indudablemente lo ha sido, si por romanticismo se entiende la protesta contra el seudo clasicismo francés del siglo XVIII, ya enterrado cuando él comenzó á escribir; romántico es también por su amor á la libertad de las formas de expresión, por participar de la violencia con que sus contemporáneos más insignes sacaban de quicio las pasiones, fomentando la insurrección contra todo yugo impuesto á los impulsos humanos, y, finalmente, por aquella sombra de tristeza, más ó menos sincera, según el temperamento de cada cual, que caracterizaba á la nueva escuela. Pero el romanticismo de Zorrilla, y esto dibuja principalmente su carácter, está en haber aprovechado la libertad con que, formando parte de la hueste revolucionaria, podía escribir, para erigirse en cantor entusiasta de los antiguos ideales y de las añejas costumbres españolas. De aquí su inmensa popularidad, pues no hubo quien con justicia pudiera rechazarle: los adoradores de la tradición le ensalzaron como representante de un pasado que en todo consideraban glorioso; los partidarios de las ideas avanzadas le aceptaron, no por lo que decía, sino por el modo de decirlo, cediendo ante la magia de su estilo, sin caer en la cuenta de que poetizar desmedidamente lo tradicional es el mayor obstáculo que puede oponerse al progreso de los tiempos, porque es más fácil al pensamiento del vulgo aferrarse á lo que conoce, que discurrir sobre lo que le conviene.

Basta lo dicho para dejar sentado que ni las condiciones en que se desenvolvió la vida de Zorrilla, ni las ideas dominantes en su época contribuyeron á crear su personalidad literaria tanto como á primera vista parece. Antes al contrario, su temperamento caprichoso, su fantasía naturalmente exaltada lo arrollaron todo, de suerte que ni fué lo que se habían propuesto los que intentaron dirigir su educación, ni en sus obras llegó á reflejar fielmente los caracteres distintivos de la atmósfera intelectual de su tiempo.

Hijo de un magistrado absolutista, de aquellos para quienes el principio de autoridad era fundamento primordial de la vida, nace Zorrilla en Valladolid en 1817, y allí primero, después en Burgos y Sevilla, donde sucesivamente desempeñó su padre altos puestos, pasa los años de la infancia; á los nueve le traen á Madrid á ingresar en el Seminario de Nobles, dirigido por jesuítas; desde muchacho—él mismo lo confiesa 1 —adquiere la mala costumbre de descuidar lo principal por lo accesorio, y, negligente en los estudios serios de la filosofía y las ciencias exactas, se dedica al dibujo, á la esgrima y á las bellas letras, leyendo á escondidas á Walter Scott, Chateaubriand y Fenimore Cooper; representa comedias, imita á los cómicos, y á los doce años escribe los primeros versos. Desterrado su padre de Madrid en 1832, y acaso no conforme, dadas sus ideas, con la poca rigidez que debía de reinar en colegio donde había teatro, le saca del Seminario al año siguiente y le envía á la Universidad de Toledo para que estudie leyes bajo la vigilancia de un prebendado pariente suyo, tan poco versado en letras que confundía al autor de Nuestra Señora de París con Hugues de San Víctor, teólogo del siglo XII.

Pronto se enteró el canónigo de que, en lugar de aprender lo que son las justœ nuptiœ ó la capitis deminutio, el estudiante se dedicaba á corretear por calles y plazas visitando monumentos, dibujando ruinas ó haciendo largas escapatorias á la vega para que campesinos y aldeanos le contaran tradiciones y consejas, que, aun mutiladas y borrosas, le parecían mucho más interesantes que las leyes de Justiniano y los comentarios de Gregorio López. Disgustado su padre, le envió al año siguiente á Valladolid, bajo la guarda de un procurador de aquella chancillería; pero lo que no logró el canónigo, menos lo consiguió el golilla. El futuro autor de Don Juan Tenorio había ya trabado amistad con madrileños como Pedro de Madrazo y Miguel de los Santos Álvarez, tenía por ídolos á Hartzenbusch y á García Gutiérrez, y en desprecio de códigos y pragmáticas devoraba los dramas de Casimiro Delavigne, las novelas de Alejandro Dumas y las poesías de Espronceda.

Declara Zorrilla que ganó aquel segundo curso por favor, y cuenta luego que, al despedirle su padre para que en la misma ciudad de Valladolid estudiara el tercero, le amenazó, si no se graduaba pronto de bachiller á claustro pleno, con ponerle unas polainas y mandarle á cavar sus viñas. Negóse poco después á seguir estudiando leyes, y al enterarse su padre, que vivía retirado en Lerma, ordenó al procurador que, metiéndole en una galera y recomendado al mayoral, le pusiese en camino de aquel pueblo, donde le ataría corto; pero él apenas emprendida la jornada, aprovechando un descuido del conductor, montó en una yegua que no era suya, dió la vuelta á Valladolid, vendió la bestia, y ajustando pasaje en otra mensajería, tomó la carretera de Madrid. De esta suerte, como héroe de novela picaresca, lo cuenta, dando á entender que robó el animal y se aprovechó del precio. No tuvo presente, al escribir los Recuerdos, que en una de sus biografías, la única autorizada por él, se dice que la yegua era de un primo suyo, y no que la vendió, sino que montado en ella vino á Madrid. Quitarle la yegua á un pariente era sin duda menor calaverada que robársela á un desconocido: pareciéndole esto más novelesco y bohemio, no vaciló en atribuírselo, demostrando así con cuánta facilidad y ligereza se dejaba seducir, hasta de viejo, por lo que aun en propio perjuicio sirviese para hacer extraordinario y fuera de lo común el relato de sus aventuras. Los hombres de imaginación sinceramente desordenada se retratan con estos detalles mejor que pudiese hacerlo el más perspicaz observador.

Nadie ignora cómo se dió á conocer Zorrilla en Madrid el día del entierro de Larra.

Era éste el primer suicida á cuyos restos se daba sepultura en sagrado: fué lugar de la escena uno de los cementerios que hay en las afueras de la puerta de Fuencarral. Habíanse ya leído ante el féretro varias composiciones en loor del muerto, y pronunciado un discurso Don Mariano Roca de Togores, luego Marqués de Molíns; íbase á meter el ataúd en el nicho, cuando, empujado por un amigo, púsose Zorrilla en primer término, y con aquella voz clara, dulce, de penetrante timbre, que sabía modular con hábiles y sonoras cadencias de deliciosa languidez no exenta de vigor, leyó los versos que le hicieron célebre en un momento. La gloria hubiese de seguro llegado para él, andando el tiempo, porque sus dotes poéticas no podían menos de procurársela, mas en aquel día un cúmulo de circunstancias se la otorgó ruidosa y repentinamente. Su extrema juventud, su figura simpática, el desaliño en el vestir con que sin afectación mostraba no estar mimado por la fortuna, lo anormal de la ocasión, hasta lo desapacible de la tarde y lo melancólico de la hora, sobre todo el ambiente de vago y fúnebre sentimentalismo que, ensombreciendo los ánimos, caracterizaba la época, dieron á la endeble é incoherente composición de Zorrilla ese encanto misterioso que pone en las obras de los hombres, antes que su propia intención, la atmósfera y el punto en que se producen. En el cementerio mismo, al borde del sepulcro de Larra, y á la vuelta en las calles, felicitaron á Zorrilla los escritores más ilustres, y tanto como del crítico enterrado se habló de él aquella noche en las tertulias literarias.

Las redacciones de diarios y semanarios á que antes llamó en vano, solicitaron su colaboración: entonces comenzó á publicar composiciones de poca ó ninguna originalidad, remedos endebles de los grandes poetas que le cautivaban.

Á este primer período de la vida de Zorrilla corresponde la muchedumbre de orientales, dudas, plegarias y meditaciones, donde la abundancia de imágenes, la fluidez de la versificación y hasta la sonora agrupación de las palabras, encubren la poquedad de las ideas: si no hubiese escrito más, no tendría hoy tan justa fama.

Lo que en este orden de trabajo produjo es suficiente á persuadirnos de que no pertenecía á la raza de los líricos de primera magnitud, quienes, al cantar lo que piensan ó sienten, interpretan como por adivinación privilegiada las creencias, las dudas y los sentimientos de la humanidad entera: hasta se puede asegurar que hay poetas de segundo orden muy superiores á él en lo que se refiere á la elevación de miras, las aspiraciones, el vigor y la sensibilidad.

Sin tendencia propia, sin orientación fija, atraído versátilmente por lo último que le impresionaba, pretendía seguir á Byron, á Víctor Hugo, á Espronceda, quedando siempre muy por bajo de la esfera á que éstos llegaron. La osadía de pensamiento, la alteza de propósito, el secreto de expresar una impresión ó un estado del alma eran dones negados á su musa, incapaz de volar tan alto ni de bucear tan hondo. Y si alguna vez, por aquellos mismos años, quiso parecerse á determinados poetas antiguos, no lo consiguió tampoco, asimilándose de ellos lo censurable ó lo meramente externo: de Calderón la obscuridad conceptuosa, de Fr. Luis de León la apariencia de dulzura que pudiera traer consigo el hecho de escoger determinadas combinaciones métricas. Indudablemente, lo que escribió á raíz de su ruidosa aparición en el mundo literario no era el anuncio de uno de esos grandes líricos que se inmortalizan haciéndose eco de las pasiones y los sentimientos humanos, ó, por lo menos, reflejando con rasgos enérgicos la propia personalidad. Sus composiciones no eran nuevas por el asunto, ni interesantes por el desarrollo: la forma de sus pensamientos adolecía casi siempre de hinchazón, y en sus versos la facilidad y la soltura, verdaderamente pasmosas, estaban ahogadas por una incorrección grandísima. Se puede asegurar que las revistas y semanarios de aquel tiempo contienen firmas, hoy olvidadas, que eclipsaban la suya: ésta, sin embargo, prevaleció con razón sobre casi todas. Un género distinto del que cultivó en un principio había de dar á Zorrilla fama imperecedera.

Entre aquel abigarrado y heterogéneo conjunto de poesías dedicadas á una tórtola, á Napoleón, á la Virgen y á una noche de orgía, fué intercalando otras ligadas por cierta homogeneidad de pesamiento: ya eran meramente descriptivas de lugares y monumentos; ya evocaban por la contemplación mental de lo que ven los ojos el encanto misterioso que se desprende de lo pasado: en ellas revelaba Zorrilla intuición privilegiada para fingirse y transmitir con apariencia de verdad la vida de otras épocas, y extraordinaria potencia imaginativa para reconstruir lo que ha devorado el tiempo.

Así comenzó á componer leyendas, es decir, fragmentos de historia poetizada, episodios perpetuados en la memoria del vulgo por la pluma de cronistas de pueblos ó genealogistas de familias ilustres, aventuras y lances transmitidos de unas á otras edades por la tradición oral, consejas referidas junto al hogar; en una palabra, todo aquello que considerado, tal vez erróneamente, como demasiado menudo para entrar en los fastos de la verdadera historia, sirve, no obstante, para darnos idea completa de la índole de los hombres y del sentido de los acontecimientos. Y empezó á triunfar Zorrilla, porque, cual si á su conjuro se restaurasen las ruinas y resucitaran los muertos, surgieron en estas narraciones ciudades pobladas de sus antiguos moradores, alcázares habitados por sus señores, barrios donde hervían las turbas villanescas, aldeas de pobres pecheros, castillos guarnecidos de mesnadas, monasterios llenos de monjes consagrados á la oración y el estudio, reyes en quienes se confundieron la tiranía y la justicia, curas y prelados que gobernaban las conciencias, guerreros y menestrales que con las armas ó el trabajo contribuían á dilatar las fronteras ó enriquecer las villas; en una palabra, todos los elementos interesantísimos de la antigua sociedad española, protagonistas y coro del drama glorioso de nuestra nacionalidad.

Ciertamente el caso es digno de estudio: aquel poeta cuyos primeros ensayos le mostraron incapaz de conmovernos con sus ideas y sus sentimientos, porque no acertaba á darles energía ni color; el falto de originalidad y vehemencia para interesarnos con lo propio, tenía, sin embargo, amplitud de entendimiento y rica diversidad de facultades para comprender y expresar algo mucho más intrincado y complejo que el alma individual: el carácter de un pueblo. Sin entrar ahora á poner en claro el fenómeno, es indudable que sus leyendas describen nuestras costumbres antiguas con rasgos tan pintorescos y tal atractivo novelesco, que el ánimo se complace y el patriotismo se exalta en ellas ante la visión de hechos, aventuras y tipos no acaso todo lo reales ni verosímiles que exige el respeto á la verdad; pero, en cambio, impregnados siempre de algo castizo, peculiar á la Patria, entrevisto y amado desde los primeros libros que hojeamos en la niñez, emanación de ese espíritu místico en religión, naturalista en arte y levantisco en política que forma el fondo del espíritu de nuestra raza. No pueden compararse obras aisladas con géneros enteros; mas teniendo en cuenta la desproporción entre lo colectivo y lo individual, es dable afirmar sin exageración que el españolismo de las leyendas de Zorrilla deja en el ánimo impresión, si no tan intensa, semejante á la producida por el Romancero, las novelas picarescas y las comedias del siglo XVII. En estos tesoros de observación y poesía salta á la vista que la fe, el patriotismo y el culto del honor son las virtudes generadoras de la vieja España, las cuales al exagerarse ó pervertirse originan también nuestros grandes errores: el fanatismo que sofoca la razón, el desconocimiento de lo extraño que engendra la ignorancia, la vanidad que desprecia el trabajo. Estas culpas y aquellas excelencias, transformadas de mil modos é infiltradas de mil maneras en generaciones sucesivas, imprimen sello particular á las distintas clases sociales, desarrollan juntas y confundidas causas de grandeza y decadencia, de alto valor moral y de inevitable ruina: no de otro modo pueden considerarse el orgullo que desdeña la sumisión, la lealtad que desciende hasta la bajeza, la honra que peca de cruel, el espíritu caballeresco que se trueca en aventurero, la piedad que se convierte en hipocresía, el exceso en la propia estimación propenso á toda indisciplina; finalmente, cuanto es necesario ó propicio para que aparezcan los tipos y los caracteres que son ya el reflejo del medio que los produjo, ya la protesta viva contra lo que les rodea.

Diríase que en aquellos siglos las creencias, las leyes, las jerarquías, clasifican y encasillan á los hombres en estados y oficios que les aislan y apartan; mas como sus necesidades y afectos les impulsan á buscarse, poniéndoles en contacto, lo que la Naturaleza pide y la conciencia sanciona choca contra lo que imponen usos y costumbres, dando margen á conflictos, luchas y rivalidades en que la rudeza de los tiempos extrema los movimientos del ánimo, dejando al valor y la fuerza la decisión de las contiendas. Las situaciones que de esto se originan en el orden público son asuntos de Estado, pactos, conjuraciones, levantamientos y guerras: se desarrollan en el escenario de la política ó en los campos de batalla y los estudia el historiador: las que pertenecen al orden privado se ventilan en las casas y en las calles, son dramas individuales ó de familia, adquieren tinte novelesco por las condiciones de la vida, y de ellas se apodera, primero el vulgo, que las refiere y comenta; después el poeta, que les da forma artística adornándolas según sus facultades, pero dejando siempre que prevalezcan en la narración el espíritu y los sentimientos de la época. Tales son las leyendas: migajas de la historia, relato de casos particulares, pequeñeces de lo grande y grandezas de lo pequeño. Son sus actores desde las colosales figuras creadoras de la nacionalidad, reyes y caudillos, hasta la multitud anónima de la plebe, pícaros y ganapanes: en ellas campean, con su séquito de osadías y desfallecimientos, la fe, la lealtad, el heroísmo, la ambición, la codicia, sobre todo el amor, y tienen por fondo aquellas venerables ciudades cuajadas de palacios y templos donde el arte á manos llenas reunió maravillas que en lo futuro pregonaran la magnificencia de los poderosos y la devoción de los creyentes.

Claro está que la leyenda es género secundario: ni por su índole ni por sus dimensiones se presta á hondas observaciones psicológicas, ni al completo desarrollo de situaciones y caracteres: todo ha de quedar en ella supeditado á difícil concisión y enérgica sobriedad: debe ser á manera de anécdota referida con arte, más amena que profunda, antes interesante que lógica; mezclándose en su estructura y medios de expresión el atractivo de lo real y el encanto de lo imaginado: exigencias por las cuales requiere aptitudes determinadas no concedidas á muchos poetas, pues en los más de éstos el desorden de la fantasía penosamente se somete á encerrar en poco trecho lo que se presta á ser amplificado y diluido con aparatosa brillantez en largas tiradas de versos pomposos.

Zorrilla, dotado de aquellas facultades, salva estos escollos que aquí someramente se indican, y escribe leyendas tan hermosas que muchas de ellas se pueden citar como modelos. Escoge los asuntos, casi siempre bien, de entre el rico depósito de tradiciones literarias y populares que perpetúan rasgos característicos de clases sociales ó tipos de poderosa individualidad; describe los lugares de la acción con gráfica energía, y aunque algunas veces peque de minucioso y se deleite detallando como pintor flamenco, otras consigue la ilusión de la realidad con las amplias pinceladas propias de la escuela española, cuyos seguros trazos infunden á los personajes calor y vida: hace que éstos hablen de modo adecuado á sus afectos, con palabras, giros y modismos que, sin llegar á constituir el estilo rigurosamente fiel de la época á que pertenecen, les prestan por lo menos la apariencia artística de antigüedad y color bastante para trasladar la imaginación del lector al tiempo en que se les supone: y, por último, trata las escenas con tal vigor plástico que consigue, primero, impresionar fuertemente, y luego, dejar grabado en el pensamiento lo que narra. En lo referente á la forma externa, escribe dominando la métrica, ajustando cada combinación á la índole de las ideas con tal alarde de verbosidad y fluidez, que basta repetir la lectura de algunos pasajes para retenerlos y recordarlos tan sin esfuerzo como salieron de su pluma: no siempre es correcto; pero en cambio nunca deja de ser dulce, apasionado, enérgico, brillante; y, sobre todo, posee el secreto de imprimir á la versificación una sonoridad y riqueza rítmica tan intensas que halagan y hechizan el oído con el encanto propio de la música.

Luego de conocido en Madrid por sus primeras poesías y leyendas, empezó á tratarse é intimar con literatos notables, de los cuales unos habían llegado al apogeo de su gloria y otros estaban en camino de lograrlo: hízose amigo de Hartzenbusch, Bretón, Ventura de la Vega, Gil y Zárate, Donoso Cortés, García Gutiérrez, Campoamor, Espronceda, Villalta, José María Díaz, Rubí, Mesonero Romanos y los Madrazo; frecuentó el cafetín de la calle del Príncipe llamado el Parnasillo, y el de Solito, donde aquellos ingenios se reunían formando bandos opuestos; y asistió á las tertulias literarias del Liceo, de los Duques de Villahermosa y de Rivas, del Marqués de Molíns, de Nocedal y de Escosura, donde muchas veces leyó las composiciones que habían de insertar El Artista, El Porvenir ó El Español, y que después reunía en tomos el editor Delgado, padre del que hoy, publicando éstos, enaltece la memoria del poeta.