Leyendas y tradiciones históricas - José Zorrilla - E-Book

Leyendas y tradiciones históricas E-Book

José Zorrilla

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Beschreibung

Leyendas y Tradiciones Históricas, también conocido como Cantos del Trovador, es una recopilación en clave de ficción de leyendas castellanas a manos de José Zorrilla, a modo similar a como ya hiciese Gustavo Adolfo Bécquer en su obra homónima.-

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José Zorrilla

Leyendas y tradiciones históricas

COMPRENDIENDO

LAS VIGILIAS DEL ESTÍO.—EL TALISMAN.—EL MONTERO DE ESPINOSA.

EL DESAFÍO DEL DIABLO.—UN TESTIGO DE BRONCE, ETC.

Saga

Leyendas y tradiciones históricas

 

Cover image: Shutterstock

Copyright © 1880, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726561883

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

VIGILIAS DEL ESTÍO.

PROSPECTO.

¡Cuán serena y pacifica levanta

su modesto fanal la tibia luna,

y con sus tintas de misterio encanta

cuanto debajo de su faz se aduna!

¡Cuánta bella ilusion nos aparece

en la extension del campo solitario,

que se acerca ó se va, que mengua ó crece,

al soplo inquieto del ambiente vário!

¡Oh! tras el sol de perezoso dia

de julio abrasador, que el alma enerva

cuando en lugar de luz rayos envía

que agostan flores, árboles y yerba,

se ensancha el corazon: el alma sube

del entusiasmo en alas, y se encumbra,

y de astro en astro va, de nube en nube,

hasta que clara inspiracion la alumbra.

Y esa es la mia: en la nocturna vela

de julio ardiente, el pensamiento mio

con noble inspiracion se encumbra y vuela;

y estas son mis Vigilias del Estío.

__________

Nada profano hay en ellas

lector, no hay en sus renglones

más que viejas tradiciones

y acaso fábulas bellas.

__________

No tienen más intencion

que hacer humilde memoria

de nuestra pasada historia,

de nuestra fe y religion.

__________

Y abrevio anuncios prolijos.

Lector, dar puedes en suma

cuanto salga de mi pluma

á tu mujer y á tus hijos.

__________

¡Fálteme la luz del sol

si algo impío ni extranjero

que haya en mis escritos quiero,

que al cabo nací español!

José zorrilla.

A MI AMIGO

DON CARLOS LATORRE.

José Zorrilla.

EL TALISMAN.

LEYENDA TRADICIONAL.

INTRODUCCION.

Adora el pobre Genaro

á la hermosa Valentina,

correspóndele ella fina,

pero les cuesta bien caro.

Porque entre ambos á dos média

viejo y celoso un tutor,

y al cabo vendrá su amor

á concluir en tragedia.

Pues en la audiencia togado,

y poderoso en la corte,

no hay empresa que no aborte

como en ello esté empeñado.

Toda Sevilla respeta

su ciencia, y teme su enojo:

que el viejo es hombre de arrojo,

y no hay quien le ponga meta.

Con fama de rectitud,

y harto hipócrita exterior,

es un hombre superior

en justicia y en virtud.

Tal vez le odia la nobleza,

y el populacho le acata,

que es de cuna (hablando en plata)

columpiada en la bajeza.

Y á su genio emprendedor,

y á su ingenio y travesura

debe el verse en tal altura

y gozar tanto favor.

Tal es el hombre que tienen

por enemigo estos mozos,

y que agua todos sus gozos,

mas con su suerte se avienen.

Y ellos á amarse constantes,

y él á perseguirles fiero,

nadie cederá primero,

ni el tutor, ni los amantes.

Mas pobre el mozo y altivo,

rica Valentina y bella,

y el tutor prendado de ella...

mala esperanza concibo.

Cuanto nuevas ocasiones

imaginan los mancebos,

tanto el tutor halla nuevos

estorbos y precauciones.

Si abre la niña una reja

y el aya avizor elude,

luégo á cerrársela acude

la cócora de la vieja.

Si al volver del Arenal

por desgracia se hace noche,

la llevan dentro del coche,

pero léjos del cristal.

Y en vano es que la sofoque

todo el calor de Sevilla;

no haya miedo que el golilla

junto al vidrio la coloque.

Jamás del uno se aparta,

ni deja el otro la dueña,

que puede hacer una seña,

ó arrojar alguna carta.

Pero por mucho que avaro

la guarda el viejo y la esconde,

no encuentra lugar en donde

ocultarla de Genaro.

A cada paso en secreto

muda casa, mas se aburre,

pues por mucho que discurre

jamás consigue su objeto.

Y cuando más se imagina

seguro en algun rincon,

alcanza desde un balcon

á Genaro en la otra esquina.

Tal cariño, vive Dios,

en Valentina le asombra;

luégo el mozo es una sombra

siempre de ella y dél en pos.

Y no hay medio de ahuyentarle,

pues son inútiles trazas

las súplicas y amenazas

con que ha querido ganarle.

De sus amagos y ofertas

sin temor y sin deseo

pónele el mozo bloqueo

por ventanas y por puertas.

Imposible es libertarse

de sus tretas y asechanzas;

las más justas esperanzas

no llegan á realizarse.

Con negra intencion traidora

y de su toga al amparo

piensa el golilla en Genaro:

mas Valentina le adora.

En vano el audaz tutor

osó una tarde de hinojos

con lágrimas en los ojos

decirla su torpe amor.

En vano el viejo iracundo

al oir una repulsa

juróla con voz convulsa

por cuanto hay santo en el mundo

no descansar un instante

hasta que á su amor sucumba,

ó abrirla una misma tumba

con su aborrecido amante.

Todo fué en vano: la bella

Valentina enamorada

cada vez más empeñada

siguió sin temor su estrella.

Y un dia y otro pasaba,

y siempre que él la pedía

respuesta á su amor, oía

un no que nunca variaba.

Y así en amarse constantes,

y él en perseguirles fiero,

nadie cederá primero,

ni el tutor, ni los amantes.

Mas pobre el mozo y altivo,

rica Valentina y bella,

y el tutor prendado de ella...

mala esperanza concibo.

Así adora el buen Genaro

á la hermosa Valentina,

mas el pagarle tan fina

tal vez la cueste muy caro.

I.

Poseia no léjos de Sevilla

el tutor una quinta retirada

y alegre á maravilla,

de olivos y naranjos rodeada,

con un fresco jardin embellecida,

con prolijo primor enriquecida

y por Guadalquivir fecundizada.

Aquí, cansado de sufrir desvíos

de Valentina hermosa,

pensó acabar con sus amantes bríos

en estrecha prision, larga y penosa.

La niña temerosa

á sus solas lloró su desventura,

mas cobró en su retiro fortaleza

la fe de su pasion, y más segura

ahondó raices con mayor firmeza.

Cada dia el tutor más apretaba

la molesta estrechez en que yacía,

pero más firme cada vez la hallaba

y más enamorada cada día.

Y á través de las rejas

á su Genaro enviaba Valentina

sus amorosas quejas,

en alas de la errante golondrina

que colgaba su nido

en el hueco roido

de unas paredes viejas;

teniendo en su prision por compañeros

los pájaros del aire

y el rumor de los céfiros ligeros.

Mas ¡ay! en vano, en vano noche y día

á Genaro en sus rejas esperaba;

Genaro no venía,

que su cuita y su cárcel no sabía,

ó su amor y su cárcel olvidaba.

Cansados de llorar sus bellos ojos,

pálidas con el llanto sus mejillas,

y el coral mustio de sus labios rojos,

oyen tan sólo el ¡ay! de sus enojos

las lejanas estrellas amarillas:

y á manos de su duelo y amargura

se marchita su cándida hermosura.

Mansa una noche y silenciosa estaba:

radiaba en ella espléndida la luna

y su diáfana luz reverberaba

en el terso cristal de la laguna.

Gozábanse los ojos á lo léjos

por la extension del campo solitaria

en la varia ilusion de sus reflejos

que iluminaban la campiña vária:

y allá se distinguía

por la fértil llanura

del granado y naranjo la verdura

y el campo igual, voluble y amarillo

de la pajiza mies ya sazonada,

y mucha parte en haces preparada

para el áspero trillo,

que de la caña inútil

va á separar el grano

auxiliado del céfiro liviano.

Lloraba como siempre su destino

la niña enamorada,

los ojos de Sevilla en el camino,

y en su Genaro el ánima extasiada:

y así con triste acento

daba sus ayes al nocturno viento:

— «¡Triste de mí que lloro

»sin que mis ayes lleguen

»al corazon que adoro!

»¡Triste de mí, que me lamento en vano,

»paloma cuyo arrullo dolorido

»llama á su blanco esposo, que ha caido

»de oculto cazador bajo la mano

»muy léjos de su amor y de su nido!

»¡Triste de mí que imploro

»ayuda de quien amo,

»y sordo á mi reclamo

ȇ un si me escucha ignoro!

»¡Triste, triste de mí que á solas lloro

»sin que mis ayes lleguen

»al corazon que adoro!»

Y aquí llegaba de su amarga queja,

cuando á través de la cruzada reja

y entre la sombra oscura

que el olivar cobija en su espesura,

cual blanca aparicion consoladora,

llegar bajo sus rejas vió á deshora

recatada de un hombre la figura.

Latió su corazon al percibirle

con doble libertad y doble vida,

entre sus hierros con afan asida

los brazos le tendió por recibirle,

que ya la dijo el corazon bien claro

que aquella aparicion es su Genaro.

 

valentina.

¡Cuánto por verte suspiré, amor mio!

 

genaro.

¡Y yo cuánto corrí por encontrarte!

 

valentina.

Ya no pensaba más que en tu desvío.

 

genaro.

Y yo en nada pensé más que en salvarte.

 

valentina.

¿Me amas, Genaro, aún?

 

genaro.

Más que á mi vida,

más que al ambiente que á tus piés respiro;

diérala alegre yo por bien perdida

por ahorrarte ¡mi bien! sólo un suspiro.

 

valentina.

¡Pobre Genaro! ¡y yo que imaginaba

que tu amor hácia mí se amortiguaba!

¡Ah! perdona, Genaro, mi locura;

no fué desconfianza en tu cariño,

fué mi desolacion, fué mi amargura.

 

genaro.

¡Oh Valentina mia!

si no me amaras tú cual yo te adoro

no acertara á vivir un solo dia.

Tú eres mi luz, mi suerte, mi tesoro:

tú, Valentina bella,

eres la blanca estrella

que mi esperanza por la tierra guía.

Sí, tras de ti camino noche y día

postrándome á besar tu casta huella.

 

valentina.

Ni yo puedo sin verte

pasar, Genaro, en soledad mi vida;

y si ha de ser sin tí, venga la muerte,

que yo la doy tambien por bien perdida

si no la he de gozar para quererte.

 

genaro.

Pues bien, si no hay fortuna

sin mi amor para tí, ni lisonjera

sin mí no alcanzas existencia alguna,

huye conmigo á la ocasion primera.

Mil veces ¡ay! propuesto te lo hubiera

si mi contraria suerte

más venturoso porvenir me abriera.

Yo nada puedo darte,

nada puedo ofrecerte,

mi Valentina, más que idolatrarte,

y amarte como á Dios hasta la muerte.

Harto, hermosa, lo lloro,

mas tal es mi fortuna á pesar mio

y mi destino tal; vivo y te adoro,

y de la suerte con tu amor me rio.

 

valentina.

Sí, bien dices, Genaro,

tienes razon, mi corazon es tuyo.

De mi tutor avaro

en la ocasion primera

libre contigo donde quieras huyo.

 

genaro.

¡Oh! tal resolucion...

 

valentina.

Genaro mio,

ya no puedo arrostrar mi desventura;

callártela quería,

mas imposible es ya, porque desgarra

tan amargo pesar el alma mía.

Sabe, Genaro, que el infame viejo

no satisfecho con gozar mi herencia

que administra sin tino y sin consejo,

aún tiene la insolencia

de ofrecerme un amor que me destroza

las entrañas de rabia y de pavura:

y paga mis desaires con usura,

en mis pesares con furor se goza.

 

genaro.

¡Esto, cielo piadoso,

me faltaba no más! ¡ah! pronto, huyamos:

aún me quedan amigos

que pobres como yo, pero valientes,

de mi pesar y de mi amor testigos

aún querrán ayudarme diligentes.

¿Hay alguna ventana

que al campo dé, sin rejas que la guarden?

 

valentina.

Una hay, pero es, Genaro, empresa vana,

porque es de un aposento

cuyo paso me impide gruesa puerta,

que sólo cada día, y un momento,

se ve una vez por mi tutor abierta.

 

genaro.

No importa, dí cuál es, que ya habrá medio

de romperla ó abrirla;

que á todo estoy resuelto y decidido.

 

valentina.

Desde ese estanque puedes percibirla.

 

genaro.

Sin entrar al jardin puedo escalarla,

y si me aguardas tú junto á esta puerta,

yo medio inventaré de franquearla.

 

valentina.

¡Oh, sálvame, Genaro!

por amor de tu madre si la tienes,

por cuanto tengas en el mundo caro.

 

genaro.

Sí, Valentina, si en mi amor confias

mañana mismo en la callada noche

ó á manos, sí, de las industrias mias,

ó á la fuerza si no, salvarte espero.

Conozco á un capitan de una fragata,

amigo fiel y noble caballero,

que á bordo admitirá dos desdichados:

y el suelo de la Italia protectora

se abrirá á dos amantes expatriados:

que á la Italia arribar será en buen hora.

Daránme allí mi espada ó mis pinceles,

ó la honrada fortuna del soldado,

ó la fortuna espléndida de Apeles:

que todo con tu amor será sobrado.

Sonó en esto una llave, y percibiendo

por las junturas, luz de una ventana,

fuese Genaro á la espesura huyendo,

diciéndose los dos: «Hasta mañana.»

__________

Quien en el cuarto entró de Valentina

fué su tutor, el juez; porque Genaro

acechando á favor de la espesura,

en la ventana vió clara y distinta

aparecer del viejo la figura.

Vióla tenderlos brazos,

y cerrar las vidrieras,

y la luz interior ir á pedazos

menguando, al entornarse las maderas.

Vió la luz á través de las junturas

largo tiempo brillar, y oyó acercándose

la voz del juez inteligible apénas,

ora con voces de dureza llenas

creciendo, ora en murmullos apagándose.

Oyó á la niña replicar á veces,

y otras quejarse y prorumpir en llanto,

mas no entendió, por más que estuvo atento,

lo que dentro pasó del aposento.

Mil veces quiso de su escucha en tanto

su secreto romper sin miramiento;

mil veces al oir de Valentina

el angustiado acento

su corazon anduvo

entre el miedo y la cólera indeciso,

y al jardin de saltar tentado estuvo

la mansion asaltando de improviso.

Quedó en silencio al fin el aposento,

faltó la luz de adentro, y no escuchando

llanto, ni voz, ni paso, ni gemido,

el infeliz galan fuese alejando,

recordando el acento dolorido

con que su amada hermosa

le dijo congojada y afanosa:

«¡Ay, sálvame, Genaro,

»por amor de tu madre, si la tienes,

»por cuanto tengas en el mundo caro! »

Y á este recuerdo los amantes ojos

tornando á la ventana,

«sí, ¿dijo el triste, volveré mañana.»

II.

Está la siguiente noche

encapotada y oscura,

veladas entre nublados

las estrellas y la luna.

Yace la quinta en silencio,

y no penetra ni alumbra

el resplandor más escaso

de alguna lámpara turbia,

ni de una puerta el encaje,

ni las estrechas junturas

de una ventana, que en sombra

todo en redor se sepulta.

Óyese sólo el murmullo

con que en las ramas susurran

las ráfagas desiguales,

que los olivares cruzan.

De la chicharra al chirrido

allá á lo lejos se escucha,

que la tormenta vecina

con áspero canto anuncia:

y el eco sordo y lejano

del trueno, que en las alturas

de nube en nube se arrastra,

de nube en nube retumba.

Allá en el negro horizonte

por dó la tormenta surca,

de cuando en cuando un relámpago

se inflama con luz sulfúrea.

Y á su esplendor fugitivo

se aclaran en la llanura

cuantos objetos la llenan

en muchedumbre confusa.

La media noche sonaba,

y comenzaba la lluvia,

cuando dejaba Genaro

del olivar la espesura,

seguido de dos mancebos

que hicieron su causa mútua,

resueltos á poner cabo

á la más árdua aventura.

Valientes como él son ámbos,

y como él desde la cuna,

sin más apoyo en el mundo

que su espada y su bravura;

sin más porvenir que el tiempo,

ni otra hacienda que la tumba,

mas dignos como él entrambos

de más pródiga fortuna.

Con cautelosa prudencia

pisando la tierra húmeda,

hasta el estanque llegaron

que con la casa se junta.

Sobre él daba una ventana,

ni baja, ni á tanta altura

que no pudiera salvarse,

aunque difícil y mucha.

Aqui soltando su capa

y colgando á su cintura

sus preparadas pistolas,

Genaro un punto calcula

con la distancia, sus fuerzas,

se empina, se encoge, duda,

y abalanzándose osado

salta por fin y se oculta.

Quedó otra vez en silencio

la escena en la sombra muda,

y afuera los dos amigos

nada oyen por más que escuchan.

En tanto á solas Genaro

en las tinieblas procura

dar con puerta que le guíe

á encontrar con lo que busca.

Dentro de su pecho late

con agonía profunda

su corazon, á quien negros

presentimientos asustan.

Las solitarias estancias

el ruido menor no turba,

ni escasa las ilumina

la lamparilla más mustia.

El aire que á bocanadas

por los aposentos zumba

y que la cara le azota

claramente le asegura

de que las puertas abiertas

están; y parece en suma

que está desierta la quinta,

y su esperanza difunta.

Llamar á veces intenta

á los de afuera en su ayuda,

mas teme engañarse, y teme

que sus voces le descubran.

Con planta perdida mide

toda la estancia que ocupa,

todas las paredes toca,

todos los trechos calcula.

Dió al fin con un picaporte:

álzale con tiento, empuja,

cede la puerta, y á tientas

pasa el dintel, y ¡oh ventura!

por una abierta ventana

se asoma, y mucho se ofusca,

ó es la del mismo aposento

que á su Valentina oculta.

Sí, reconoce las rejas,

y la encrucijada curva

que hasta el olivar conduce,

y que protegió su fuga

cuando en la noche anterior

en su visita nocturna,

sus pláticas la llegada

del tutor rompió importuna.

¿Mas cómo allí no le espera

su amor? ¿será que rehusa

Valentina el pronto amparo

que de él invocó en su angustia?

«Valentina ¿dónde estás?

¿no me conoces?»pregunta

en la oscuridad Genaro:

mas su corazon se turba,

y sus rodillas flaquean,

y de desconsuelo suda

al ver que su voz no tiene

correspondencia ninguna.

«¡Valentina mia!»exclama

con desolada amargura,

«¡Valentina mia!...»y sólo

mia los ecos retumban.

Los brazos tiende en la sombra,

y se avanza á la ventura,

mas nadie se arroja en ellos,

nadie le responde nunca.

Brilló un relámpago acaso,

y á su rápida y sulfúrea

llamarada, hirió un objeto

sus ojos que el llanto anubla.

Tendió las manos al sitio

donde le vió, y ropas húmedas

tocó de un lecho, y un brazo

de mujer. ― Le asió convulsa

su mano... ¡Dios infinito!

¿No hay un rayo que reduzca

un desdichado á ceniza

cuando tal cáliz apura?

Aquel brazo frio asiendo

el cuerpo á que se une busca,

mas al arribar sus manos

á la garganta desnuda,

cayó Genaro en el suelo

sin sentidos que le acudan,

porque no halló la cabeza

al tronco sangriento junta.

__________

Pasaba en tanto la noche,

y el agua caia á mares,

el espantoso nublado

sobre la tierra rasgándose.

Cansados ya los amigos

de Genaro de esperarle,

y viendo que el tiempo corre,

y de la quinta no sale,

por la ventana treparon

en voz prudente llamándole.

Mas viendo con harto asombro

que no les responde nadie,

asiendo de una linterna

que al caso dispuesta traen,

diéronla luz y se entraron

el aposento adelante.

Todos estaban desiertos;

todas las puertas sin llaves;

todo por tierra en desórden

el ostentoso mueblaje;

muchas cerraduras rotas,

y rotos muchos cristales.

Todo mostraba en la quinta

de algun reciente pillaje,

ó algun siniestro atentado,

las evidentes señales.

Mas ¡cuánto fué de los mozos

el horror de intenso y grande

al dar tras de pocos pasos

en un cuarto donde yace

Genaro tendido en tierra

y el suelo nadando en sangre,

y en una alcoba en un lecho

de una mujer el cadáver!

El cuadro de su ignominia

si les achacan el lance

fué la idea que en su mente

vino primero á aclararse.

No era el amor de Genaro

allí lo más importante,

no era su vida ó su muerte

el resultado más grave;

era su honor, pues si al cabo

por ladrones les tomasen,

pagáran en un patíbulo

lo que en sus almas no cabe.

Asieron, pues, de Genaro

por un resto bien laudable

de una amistad generosa,

mas que de poco les vale:

porque no bien se inclinaron

en brazos para elevarle

(pues ni se mueve ni alienta),

cuando á las voces de ¡infames!

de ¡asesinos! y ¡ladrones!

¡á ellos! ¡prenderles! ¡matarles!

el aposento asaltaron

domésticos y jayanes,

con hoces y podaderas,

con asadores y sables.

Sin que pudieran valerse

la multitud de ellos ase,

de maldiciones é injurias

y de improperios llenándoles.

El crímen lamentan unos,

claman otros por vengarle,

y por do quiera retumban

rezos, juramentos, ayes.

Volvió Genaro á la vida

con el tumulto un instante;

cercáronle al punto todos,

y él que ni entiende, ni sabe

lo que pasa en torno suyo,

con absortos ademanes

miró, y con ojos estúpidos

en silencio á todas partes.

¿Y VALENTINA? este nombre

de su duelo única frase,

recuerda á todos á un tiempo

todo el horror de aquel trance.

¡Mira! dijo el juez cogiéndole

de las manos, y arrastrándole

de su pupila hasta el lecho;

¡mira tu obra, miserable!

«¡Dios mio!»exclamó Genaro

con la cabeza abrazándose

de su hermosa Valentina

que el juez le puso delante:

«¡Dios mio!»exclamó, y con ella

segunda vez desplomándose

quedó al pié sin movimiento

del destroncado cadáver.

Brilló una sonrisa horrible,

aunque imperceptible casi,

sobre los trémulos labios

del tutor, y señalándole

dijo: «Del crímen, señores,

»las pruebas están palpables;

»horrorízale esa muerte,

»pues la conoce, la sabe.»

__________

¡Tal es la justicia humana,

los juicios del hombre tales!

La luz del próximo sol

por más radiante que sale

no pudo á los tres amigos

iluminar el semblante,

porque sus rayos no llegan

al calabozo en que yacen.

__________

Yacen, sí, con la inútil esperanza

de la fe y la razon de su inocencia;

mas ¡ay! de la justicia en la balanza

poco pesa por cierto la conciencia.

Nada los dos del lance han comprendido,

nada responderán, pues nada saben:

lo que han visto dirán, lo que han oido,

mas no habrá á quien agraven

el crímen cometido.

¡A Genaro! ¡imposible! la adoraba;

más luz ni pensamiento no tenía,

sólo en ella pensaba,

á ella tan sólo por do quier veía.

Mas ¿que ha de responder, pobre insensato,

á quien la luz de la razon no asiste?

¿Qué ha de decir el triste

si ni oye, ni pronuncia, ni imagina

más que el nombre fatal de Valentina?

Sus ojos con estúpida mirada

do quiera que los fija se mantienen,

y ni mira, ni ve, ni piensa nada.

Sólo un objeto que en su mente vive

sus ojos y su mente ante sí tienen,

que su sér y su luz de ellos recibe:

la pálida y castísima cabeza

de aquella idolatrada Valentina,

siempre de amor tesoro y de belleza,

objeto ¡ay Dios! de su mortal tristeza,

pero siempre á sus ojos peregrina.

El rápido y terrible

trastorno universal de sus ideas,

sólo este objeto le dejó visible,

y aquel contorno pálido y sangriento,

aquel rostro agostado y macilento

tan sólo á sus sentidos perceptible,

es la oculta razon de su demencia,

y el móvil de su misera existencia.

Ya ante su vista como blanco sueño

benéfica vision consoladora

se presenta risueño,

y el pobre loco en su ilusion la adora.

Ya cual sombra fatídica enojada

en las nocturnas horas evocada

de Genaro á los ojos se presenta,

en roncas voces demandando airada

de su venganza dolorosa cuenta:

y ante ella el pobre loco prosternado

contemplando su sangre horrorizado,

se agita y se amedrenta.

Y los ayes que exhala en su despecho

el angustiado mozo,

estremeciendo el cóncavo y estrecho

y oscuro calabozo

llegan del carcelero hasta el oido,

que á su voz suspirando estremecido

compadece su afan desde su lecho.

En vano á recio poste maniatado,

de sus amigos por piedad velado

está continuamente;

más fiero cada día y más demente

se torna el desdichado.

En vano demandáronle los jueces

declaracion verídica y sucinta

de la fatal historia de la quinta;

por más que repitiéronle mil veces

la idéntica pregunta,

nunca más respondió que insensateces,

y de ellas nada el tribunal barrunta;

nada por él descubre ni adivina.

Y si por acaso el que demanda nombra

á su bella y perdida Valentina,

ante él evoca su tremenda sombra,

y el infeliz Genaro en el instante

á su nombre funesto enloqueciendo

con sus gritos la sala ensordeciendo,

con su ademan y gesto delirante

demuestra lo que su alma está sufriendo;

y de su amada en su ilusion amante

la cabeza fatal tiene delante.

Los jueces de su mal enternecidos

compasivos le absuelven,

y á su prision le vuelven

de donde salen pocos,

mas de donde él saldrá sin duda alguna

para dar por su pésima fortuna

en una jaula de hospital de locos.

¡Ay! ¡pobre amante, cuyo amor tan raro

te obliga á rescatar tu triste vida

con tu razon, y en tu razon perdida

tu salvacion está! ¡Pobre Genaro,

que al hospital del calabozo pasa,

cuánto le cuesta caro

el hospedaje de su nueva casa!

III.

Eran seis años despues.

¿Quién diablos mentaba ya

ni á la hermosa degollada,

ni al loco del hospital?

Los bienes de la pupila

gozaba el tutor en paz,

y si á alguien pertenecian

no osaba de ellos hablar.

Que era el juez hombre de cuenta,

y en sus manos además

estaba el látigo puesto

de la justicia humanal.

¡Así las más de las veces

las cosas del mundo van!

Pero cortemos á tiempo

esta charla lenguaraz,

pues á los críticos toca

maldecir y murmurar:

pues tienen ya la costumbre

de encontrarlo todo mal,

y yo á Dios gracias encuentro

que bien este mundo va

y... con mi cuento prosigo.

No léjos de la ciudad

de Córdoba, y de Sevilla

sobre el camino real,

habia en mil setecientos,

año ménos ó año más,

un famoso ventorrillo

llamado del Sarmental.

Ventorrillo se llamaba

y con justicia en verdad,

pues á la altura de venta

no supo nunca llegar.

Era una mansion cuadrada

que con perfecta equidad

cerraba en sola una pieza

cocina, cuadra y pajar.

Es decir que el ventorrillo

era hablando en realidad

un portal que á duras penas

pudiera ser palomar,

donde á comer ni á dormir

se han detenido jamás

sino pobres peregrinos,

mendigos ó gente tal.

En una tarde de marzo,

y como dicho se está

del año mil setecientos,

del ventorrillo al umbral

dos mancebos platicaban

de continente galan.

Lloraban de gozo entrambos

hablándose con afan,

y tiernamente abrazándose

y tornándose á abrazar,

dándose pruebas contínuas

del cariño más cordial,

preguntando y respondiendo

sin dejarse respirar.

 

el uno.

¿Con que de Florencia?

 

el otro.

Sí.

 

el primero.

¿Bueno del todo?

 

el segundo.

No á fe;

por más que lo procuré

jamás me restablecí.

Muy débil quedóme el juicio,

y hay, Federico, ocasiones

en que tengo distracciones

que parecen maleficio.

Mas del trabajo á favor

mi cuerpo se robustece

cada dia, y me parece

que voy de bien á mejor.

 

federico.

¿Con que trabajas?

 

el otro.

Me afano.

 

federico.

¿Y utilidad te reporta

tu trabajo?

 

el otro.

Nada corta,

que estudié mucho y no en vano.

 

federico.

Siempre te fué la escultura

arte predilecto,

 

el otro.

Nombre

y honra me dió, y soy otro hombre

desde mi fatal locura.

 

federico.

¿Mas cómo fué de ese mal

la curacion?

 

el otro.

Muy sencilla;

al año y medio en Sevilla

me echaron del hospital.

Dijéronme... vuestra cura

se acabó y...

 

federico.

¡Pobre Genaro!

 

el otro.

Yo viéndome sin amparo

acogíme á mi escultura.

En los seis meses primeros

viví con suma escasez,

mas dióme una obra en Jerez

unos pocos de dineros.

Con ellos á Italia fuí,

y allí ménos importuna

mi desdicha, hice fortuna:

mas me punzaba ¡ay de mí!

el deseo de volver

á mi patria de tal modo,

que al fin lo he dejado todo

sin poderme contener.

Díjeme: tengo algun oro

y alguna celebridad,

volvamos á la ciudad

donde está cuanto yo adoro.

Y héme aquí ya, Federico,

que vuelvo al fin á Sevilla

con mi escasa fortunilla,

y el arte á que me dedico.

 

federico.

Contigo allí me tornara

de buena gana en verdad,

si urgente necesidad

volverme no me estorbara.

Pero mi madre me espera,

que á morir próxima está,

y tal vez no llego ya

tan pronto como quisiera.

 

el otro.

Pues Federico, adelante,

nuestro camino sigamos,

que á tu madre la robamos

un consuelo en cada instante.

Parte y que te ayude Dios.

 

federico.

Si un dia á vernos volvemos...

 

el otro.

¡Oh! no lo dudes, seremos

hermanos siempre los dos.

Tú encarcelado por mí

sufristes...

 

federico.

No hablemos de eso;

si estuve dos años preso

fué sin culpa, y ya salí.

 

el otro.

Siempre generoso amigo.

 

federico.

Y siempre tuyo, Genaro,

pronto á partir sin reparo

cuanto poseo contigo.

Y aquí con lágrimas tiernas

se tornaron á abrazar

tomando con su caballo

su camino cada cual.

Y creo, lector discreto,

que no necesitas más

para saber quiénes eran

el que vuelve y el que va.

Sin embargo, si con esto

aún satisfecho no estás.

en lo que queda de historia

puedes el fin encontrar.

IV.

En vano seis largos años

en tierra extraña de ausencia

Genaro entre las memorias

puso de su edad primera;

que las sombras que le manchan

el cuadro de su existencia,

cuanto más tienen de antiguas,

tienen de firmes y negras.

El bello sol de la Italia

no pudo desvanecerlas,

porque las sombras del alma

la luz del sol no penetra.

Miéntras entregado al arte

vivió Genaro en Florencia,

adormidos sus recuerdos

se hicieron sentir apénas.

Débiles fueron sus ayes,

cortas sus sentidas quejas,

porque el tiempo y la distancia

mucho las memorias merman.

De tarde en tarde confusas

entre torvas y halagüeñas

de sus antiguos pesares

le asaltaban las ideas.

Mas cual de cosas pasadas

se le ocurrian inciertas,

sin verdadero carácter

y sin forma verdadera.

Aquella frondosa quinta

entre cuya doble reja

de Valentina alcanzaba

la peregrina cabeza,

era un recuerdo amoroso,

no una aparicion siniestra,

era un manantial fecundo

de deliciosa tristeza.

No via el semblante amado

sobre la gola sangrienta

pidiendo á voces venganza,

no, que amorosa y risueña

se presentaba á sus ojos

su Valentina hechicera,

como la noche en que pudo

bajo su ventana verla.

Y aunque jamás de su alma

borrarse la imágen pueda,

como un amuleto místico

mantiénese dentro de ella,

y su espíritu acompaña,

mas conformidad perpétua

guarda con él, y aunque triste

su espíritu no atormenta.

Y cuanto ménos horribles

de sus memorias le cercan

las visiones, cuanto más

se debilitan y aténuan,

más de su antigua locura

las fatales consecuencias

desaparecen, y logra

su ánima calma completa.

Mas esto ¡ay Dios! fué en Italia,

donde la gente y la tierra,

cuanto mira y cuanto siente

de sus memorias le aleja.

Mas al entrar en Sevilla

donde todo le recuerda

sus infortunios pasados,

se acrecentaron sus penas.

Tornó á ser de sus memorias

insensiblemente presa,

y á trastornarse tornaron

débilmente sus ideas.

Al pararse de la cárcel

ante las guardadas puertas,

recordósele la causa

por que fué encerrado en ella.

Al pasar del hospital

ante la fachada externa,

estremecióse al recuerdo

de su abandono y miseria.

Y aquella frondosa quinta

á cuya reja en Florencia

de Valentina alcanzaba

sonriendo la cabeza,

tornábasele en espejo

de apariciones siniestras,

que trastornaban la suya

con sus miradas horrendas.

Huérfano y desconocido

Genaro en Sevilla entera

(pues hoy se oculta indolente

y ántes no célebre en ella),

sin un amigo tan sólo

que distraerle pudiera,

pasa su vida ignorada

en soledad y tristeza.

Y si habla es con Valentina,

con Valentina si sueña,

por Valentina si vive,

y á Valentina si reza.

Si dia y noche afanado

mármol desbasta y modela,

á Valentina los trazos

de su cincel representan.

Ni piensa en su porvenir,

ni en las relaciones piensa,

que pueden fama lográndole

honor lograrle y hacienda.

En poco estima la gloria,

y en ménos su vida aprecia,

y abandonado á sí mismo

no ve lo que le rodea.

En una mezquina casa

de una oscura callejuela

junto á la muralla vive,

de la quinta la más cerca.

El camino de Carmona

contínuamente pasea

desde la puerta á la quinta,

desde la quinta á la puerta.

Tal vez volviendo á deshora

el muro cerrado encuentra,

y al raso pasa la noche,

pues en el campo se queda.

¡Pobre Genaro! en su pecho

con su soledad funesta

al fuego de las memorias

su amor antiguo fermenta.

Y así tal vez poco á poco

su mente se desordena,

su cuerpo se debilita,

y sus manías empiezan.