Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Agamben repasa en este libro los recuerdos, experiencias y enseñanzas que ha cosechado en las más diversas ciudades y junto a los amigos y los maestros. Un libro de aliento poético y a la vez elegíaco, un testamento sin herederos. Este libro no se parece a ninguno de los libros que el autor ha publicado hasta ahora. Son últimas o penúltimas palabras, escritas a toda prisa, como por quien toma notas para su testamento, pero al final se da cuenta de que no tiene herederos. Su vida ha pasado como un relámpago y el atisbo de luz ha dejado ver muy poco. ¿Qué ha visto en ese destello, a qué ha permanecido fiel, qué ha quedado de los lugares, de los encuentros, de los amigos, de los maestros? "Como la paloma, fuimos enviados fuera del arca para que viéramos si había algo vivo en la tierra, aunque no fuera más que una rama de olivo para tomar con el pico, pero nada encon- tramos. Y, sin embargo, no quisimos regresar al arca."
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 27
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Agamben, Giorgio
Lo que he visto, oído y aprendido... / Giorgio Agamben
1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Adriana Hidalgo editora, 2023
Libro digital, EPUB (Biografías y testimonios)
Archivo digital: descarga
Traducción de: Rodrigo Molina-Zavalía.
ISBN 978-987-8969-78-7
1. Filosofía contemporánea. I. Molina-Zavalía, Rodrigo, trad. II. Título.
CDD 195
Biografías y testimonios
Título original: Quel che ho visto, udito, appreso…
Traducción: Rodrigo Molina-Zavalía
Editor: Mariano García
Coordinación editorial: Gabriela Di Giuseppe
Diseño e identidad de colecciones: Vanina Scolavino
Retrato de autor: Gabriel Altamirano
© 2022 Giulio Einaudi editore s.p.a., Torino
© Adriana Hidalgo editora S.A., 2023
www.adrianahidalgo.es
www.adrianahidalgo.com
ISBN: 978-987-8969-78-7
Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial. Todos los derechos reservados.
Disponible en papel
En San Giacomo da l’Orio he oído las campanas. De los dos modos que los religiosos han elegido para llamar a su pueblo, la voz y las campanas, este último me resulta tan familiar que no puedo escucharlo sin sentir ternura. La voz es demasiado directa y en su llamarme precisamente a mí, casi indiscreta. Las campanas, en cambio, no profieren palabras que deban ser entendidas, no llaman, mucho menos a mí. Me acompañan, me envuelven con ese repique impetuoso suyo, que luego tan suavemente –sin razón alguna, como había empezado– se va aplacando. Que pueda decirse algo sin necesidad de hablar: esto significan para mí las campanas, esto lo he oído en San Giacomo da l’Orio.
En Roma he oído a alguien decir que la Tierra es el infierno de otro planeta desconocido y nuestra vida es el castigo que sufren los condenados allá arriba por sus culpas. Pero, entonces, ¿por qué el cielo y las estrellas y el canto de los grillos? A menos que se piense que, para hacer el castigo aún más atroz y sutil, el infierno ha sido colocado exactamente en el paraíso.
En Grishneshwar, precisamente en el umbral del templo, he visto una cabrita esbelta, vacilante y divina. Después de haberme observado interrogante durante algunos segundos, siguió velozmente su camino.
Con Giovanni he aprendido que uno puede enamorarse de los propios errores hasta hacer de ellos una razón de vida, pero que, al final, esto significa que la verdad no podrá aparecerse ante nosotros más que como voluntad de morir. Y es desde Bachelard que no existe una verdad primera, existen solo errores primeros. La verdad es siempre última, o penúltima.
En Scicli he visto que las piedras son más tiernas que la carne, y la paja, más luminosa que el sol. Que la Madonna monta a caballo y atraviesa con su espada a los infieles. Y que, en la acrópolis, la iglesia de San Mateo espera algo que nunca podrá suceder.
En todas partes, en las ciudades del mundo, he visto que las personas se calumnian y acusan unas a otras y, por esto, padecen juicios y condenas, sin jamás dar tregua y sin piedad.
Del gnóstico Apeles he aprendido que el conocimiento –incluido el conocimiento de Dios– no existe, y si existe y sigue siendo tal, no es importante: solo es decisivo “el ser movidos”, el impulso que de ello recibimos.