Los beneficios de la meditación - Daniel Goleman - E-Book

Los beneficios de la meditación E-Book

Daniel Goleman

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Últimamente, la meditación y el mindfulness se han convertido en el «remedio» para todo aquello que nos preocupa. Destapando mitos e ideas preconcebidas, estos dos gigantes de las neurociencias y la psicología muestran dónde se ha distorsionado la información para comercializar métodos de entrenamiento mental. Además de los estados de sosiego que producen dichos ejercicios, los verdaderos beneficios de la meditación se dan en las transformaciones de nuestros rasgos de personalidad. Goleman y Davidson demuestran que, más que largas horas de dedicación, se requiere una práctica diligente que incluya retiros con un maestro o una mirada más desapegada hacia uno mismo (aspectos no contemplados en las versiones más superficiales del entrenamiento mental). Profundizando en los últimos estudios realizados en el laboratorio de Richard Davidson, los autores delinean una nueva metodología capaz de desarrollar una mayor variedad de técnicas que nos ayudarán a obtener un alto beneficio de la práctica.

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Daniel Goleman y Richard J. Davidson

Los beneficios de la meditación

La ciencia demuestra cómo la meditación cambia la mente, el cerebro y el cuerpo

Traducción del inglés de David González Raga

Título original: ALTERED TRAITS

© 2017 by Daniel Goleman and Richard Davidson

All rights reserved

© de la edición en castellano:

2017 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

© de la traducción: David González Raga

Revisión: Amelia Padilla

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Primera edición en papel: Noviembre 2017

Primera edición en digital: Febrero 2023

ISBN papel: 978-84-9988-579-7

ISBN epub: 978-84-1121-160-4

ISBN kindle: 978-84-1121-161-1

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

1. El camino ancho y el camino profundo2. Pistas antiguas3. El después es el antes del siguiente durante4. Lo mejor que tenemos5. Una mente imperturbable6. Predispuestos al amor7. ¡Atención!8. La levedad del ser9. Mente, cuerpo y genoma10. La meditación como psicoterapia11. El cerebro de un yogui12. El tesoro oculto13. Rasgos alterados14. Una mente sanaRecursos adicionalesAgradecimientosNotas

1.El camino ancho y el camino profundo

Una soleada mañana de finales de verano, el teniente coronel Steve Z oyó una explosión y el techo del despacho del Pentágono en el que trabajaba se le vino encima, dejándole sepultado e inconsciente bajo un montón de escombros. Era el 11 de septiembre de 2001 y un avión de pasajeros acababa de estrellarse contra el enorme edificio, muy cerca de su oficina.

Los mismos escombros que le enterraron fueron los que salvaron su vida cuando el fuselaje del avión estalló y una bola de fuego atravesó lo que hasta entonces había sido su puesto de trabajo. Cuatro días más tarde, Steve estaba de nuevo trabajando, pese a las contusiones recibidas, desde las 6:00 de la tarde hasta las 6:00 de la mañana (porque esa era la jornada laboral de Afganistán). Poco después, se enroló como voluntario para pasar un año en Irak.

«Me alisté porque estaba tan hipervigilante que miraba con suspicacia a todo el mundo y no podía bajar la guardia ni un instante –recuerda Steve–. Ni siquiera podía entrar en un ascensor y, cada vez que tropezaba con un atasco, me sentía atrapado en el coche».

Esos síntomas evidenciaban la presencia de un trastorno de estrés postraumático (TEPT). El mismo día en el que Steve asumió que no podía enfrentarse solo a ese problema, decidió solicitar la ayuda de una psicoterapeuta –a la que todavía visita de vez en cuando– que, muy amablemente, le aconsejó probar el mindfulness.

«El mindfulness –recuerda– me enseñó algo que podía ayudarme a sentirme más tranquilo, menos estresado y menos reactivo». Más tarde, emprendió también la práctica de la bondad y asistió a retiros, lo que redujo considerablemente la frecuencia e intensidad de sus síntomas. Hoy en día, aunque su irritabilidad e inquietud sigan presentándose ocasionalmente puede, no obstante, verlas venir.

Relatos como el de Steve nos proporcionan noticias muy alentadoras sobre la meditación. Nosotros hemos sido meditadores durante toda nuestra vida adulta y conocemos, como él, por experiencia propia, sus muchos beneficios.

Pero, como no todos los efectos mágicos que se le atribuyen superan las pruebas más rigurosas y nuestra formación científica nos obliga a ser muy cautos, conviene diferenciar muy claramente lo que funciona de lo que no funciona.

Es cierto que algunas de las cosas que sabemos sobre la meditación pueden estar equivocadas, pero no lo es menos que son muchas todavía las cosas que desconocemos al respecto.

Muchas personas nos han contado experiencias parecidas a las de Steve que corroboran la utilidad de métodos de meditación como el mindfulness para liberarnos del TEPT y de un amplio abanico de trastornos emocionales.

El mindfulness forma parte de una antigua tradición de meditación cuyo objetivo original no tenía que ver con la curación, aunque recientemente se ha empleado como lenitivo para algunas formas modernas de angustia. Su objetivo fundamental, abrazado todavía en algunos círculos, consiste en la exploración profunda de la mente con la intención de provocar una transformación profunda de nuestro ser.

Por otra parte, las aplicaciones prácticas de la meditación –como el mindfulness que ayudó a Steve a recuperarse de su trauma– son muy amplias pero no muy profundas. Y, dado el fácil acceso a este enfoque amplio de la meditación, son muchas las personas que han decidido incluir, en su vida cotidiana, alguna que otra forma de meditación.

Existen dos caminos en la meditación que, por más que suelan confundirse, son muy diferentes: el camino amplio y el camino profundo.

En el camino profundo podemos advertir la existencia de dos niveles diferentes. El primero de ellos, al que llamaremos Nivel 1, constituye la forma más pura y está perfectamente ilustrada por el antiguo linaje del budismo Theravada, tal como se practica en el sudeste asiático y entre los yoguis tibetanos (de los que, en el capítulo 11, titulado «El cerebro de un yogui», veremos algunos casos notables).

El Nivel 2 engloba el conjunto de tradiciones que, desgajadas del estilo de vida total del que originalmente formaban parte (monje o yogui, por ejemplo), se han adaptado a formas más admisibles para el mundo occidental. Así pues, las meditaciones que configuran este Nivel 2 han soslayado aspectos de la fuente original oriental que no toleraban bien ese trasplante intercultural.

Entre los enfoques más representativos de lo que hemos llamado camino amplio destacamos el Nivel 3, compuesto por las prácticas meditativas despojadas de su contexto espiritual, cuya difusión es todavía mayor. Dos ejemplos claros de este tipo son el enfoque conocido como reducción del estrés basada en el mindfulness [más conocida por su acrónimo inglés MBSR], puesta en marcha por nuestro buen amigo Jon Kabat-Zinn (que actualmente se enseña, entre muchos otros lugares, en clínicas y centros médicos distribuidos por todo el mundo), y la meditación trascendental (MT) (basada en la repetición de mantras sánscritos clásicos en un formato accesible al usuario occidental).

El Nivel 4 incluye modalidades más amplias, descafeinadas y accesibles al gran público, un nivel ilustrado por las modas actuales de «mindfulness de escritorio» o las aplicaciones de meditación de unos pocos minutos.

También advertimos la emergencia de un Nivel 5 que, aunque de momento esté en pañales, no tardará en llegar a mucha más gente. Las lecciones aprendidas por los científicos en los demás niveles conducirán, en este último caso, a adaptaciones e innovaciones que pueden resultar muy beneficiosas (una posibilidad que exploraremos en el último capítulo, titulado «Una mente sana»).

Cuando entablamos contacto con la meditación nos fascinaron las profundas transformaciones asociadas al Nivel 1. Dan se dedicó al estudio de textos antiguos y a la práctica de los métodos ahí descritos, especialmente durante los dos años que siguieron a su graduación universitaria que pasó en la India y Sri Lanka. Richie (como todo el mundo le llama) siguió a Dan a Oriente en una larga visita durante la cual participó en retiros, conoció a eruditos del mundo de la meditación; más recientemente, se ha dedicado a escanear, en su laboratorio de la Universidad de Wisconsin, el cerebro de los meditadores de nivel «olímpico».

Aunque nuestra práctica meditativa se haya centrado fundamentalmente en lo que hemos llamado Nivel 2, también hemos estado interesados, desde el mismo comienzo, en el camino amplio (es decir, los Niveles 3 y 4). Nuestros maestros orientales nos dijeron que cualquier aspecto de la meditación que contribuya a aliviar el sufrimiento humano no es una propiedad exclusiva de quienes han emprendido un camino espiritual, sino que es patrimonio de la humanidad. Ese fue un consejo que tuvimos muy en cuenta en nuestras respectivas tesis doctorales, que dedicamos al estudio de los beneficios cognitivos y emocionales de la práctica de la meditación.

La historia que aquí contamos refleja nuestro viaje personal y profesional. Nos conocimos en Harvard durante la década de los años 1970 y desde entonces somos amigos y estamos interesados en la ciencia de la meditación, un arte que, pese a no haber dejado de practicar, estamos todavía muy lejos de dominar.

Aunque los dos nos formamos como psicólogos, tenemos habilidades complementarias para contar esta historia. Dan es un periodista científico que escribió, durante más de una década, para el New York Times y Richie, por su parte, es un neurocientífico que fundó y dirige el Center for Healthy Minds de la Universidad de Wisconsin y actualmente es director también del laboratorio de imagen cerebral del Waisman Center, lleno de escáneres RMf (resonancia magnética funcional), TEP (tomografía de emisión de positrones) y una auténtica batería de programas punteros de análisis de datos junto a centenares de potentes servidores destinados al procesamiento de los datos requeridos para este trabajo. Su equipo de investigación cuenta con más de 100 expertos en campos que van desde la medicina hasta la estadística, la informática, la neurociencia, la psicología, y eruditos también de las tradiciones meditativas.

Escribir un libro en colaboración con otra persona puede ser algo muy complicado. Y aunque, en nuestro caso, no hayamos dejado de tener algún que otro problema, las ventajas que nos ha proporcionado superan con creces sus inconvenientes. Hemos sido buenos amigos desde hace décadas, pero hemos trabajado aisladamente la mayor parte de nuestra vida… hasta el momento en que la preparación de este libro nos proporcionó la ocasión –y el auténtico regalo, todo hay que decirlo– de trabajar juntos.

Aunque siempre habíamos querido escribir un libro como el que el lector sostiene ahora en sus manos, las cosas nunca habían estado maduras para ello. Recientemente hemos contado con la ciencia y los datos necesarios para sustentar nuestras ideas. Por eso, ahora, alcanzado el punto crítico necesario, estamos muy satisfechos de poder compartir esto con nuestros lectores.

Y nuestra alegría también se deriva de la sensación de haber cumplido con la importante misión de descubrir cuáles son –y cuáles no son– los verdaderos beneficios de la meditación y cuál ha sido siempre el objetivo de la práctica meditativa.

El camino profundo

A su regreso de la India en otoño de 1974, Richie asistió a un seminario de psicopatología en Harvard. Un Richie de pelo largo y vestido con un atuendo acorde al zeitgeist de Cambridge de la época –que incluía una colorida faja tejida que llevaba a modo de cinturón– se sorprendió al escuchar a un profesor decir, sin dejar de mirarle: «Un signo de esquizofrenia es el modo extraño en que la persona se viste».

Y cuando Richie comentó a uno de sus profesores de Harvard que pensaba dedicar su tesis doctoral al estudio de la meditación, su respuesta no pudo ser más rotunda: «Una decisión que puede poner fin de inmediato a tu carrera».

Al enterarse de que Dan quería dedicarse a investigar los efectos de la meditación utilizando un mantra, uno de sus profesores de psicología clínica le preguntó con suspicacia «¿Y cuál sería la diferencia entre utilizar un mantra y el pensamiento recurrente de un paciente obsesivo que no puede dejar de repetir “mierda, mierda, mierda”?».1 De nada sirvió la explicación de Dan de que la repetición silenciosa de un mantra es algo deliberado e intencional, mientras que la emisión de palabrotas del caso aducido es algo involuntario.

Estas reacciones ilustran perfectamente la oposición manifiesta de los jefes de nuestro departamento a la que nos enfrentábamos, que respondían con una negatividad reactiva a cualquier cosa que tuviese que ver con la conciencia. Quizás esa fuese una forma leve de TEPT derivada del escándalo en el que, cinco años antes, se habían visto implicados Timothy Leary y Richard Alpert por haber permitido que los estudiantes de Harvard experimentasen con psicodélicos y que había terminado con su expulsión del departamento de Psicología, un episodio cuyo eco todavía reverberaba.

Pese a que nuestros mentores académicos contemplaban nuestro interés en la investigación sobre la meditación como un callejón sin salida, nuestro corazón no dejaba de insistir en su importancia. La idea que nos alentaba era la de que, además de los estados placenteros provisionales que suelen acompañarla, la verdadera importancia de la meditación descansa en sus rasgos duraderos.

Un rasgo alterado –es decir, un efecto nuevo que aparece durante la práctica de la meditación– no se halla limitado al tiempo destinado a la meditación. Pues los rasgos alterados no solo determinan el modo en que nos sentimos mientras meditamos o inmediatamente después, sino que afectan también al modo en que nos comportamos en nuestra vida cotidiana.

El concepto de rasgo alterado ha sido una búsqueda permanente en cuya historia cada uno de nosotros ha desempeñado un papel sinérgico. Los años pasados por Dan en la India le permitieron advertir, en tanto observador-participante, las raíces orientales de esos métodos de alteración de la conciencia. A su regreso a los Estados Unidos, sin embargo, no supo transmitir a la psicología contemporánea los cambios positivos provocados por la meditación y la forma de lograrlos.

La experiencia de Richie con la meditación alentó su búsqueda durante décadas hacia la investigación científica que actualmente sustenta nuestra teoría de los rasgos alterados. Su equipo de investigación cuenta hoy en día con datos que corroboran un supuesto de lo que, de otro modo, no sería más que una mera fantasía. Y, en tanto líder de una nueva rama de la investigación, la neurociencia contemplativa, se ha dedicado a formar a una generación de científicos interesados en ese tema.

No es de extrañar que, en medio del tsunami de entusiasmo provocado por el camino amplio, el camino profundo –verdadero objetivo de la meditación– se olvidase con tanta frecuencia. Recordemos que el objetivo fundamental de la meditación no gira tanto en torno a la salud ni a la mejora del desempeño empresarial como a la mejora de nuestra naturaleza.

Los descubrimientos realizados sobre el camino profundo estimularon los modelos científicos relativos a los logros más elevados de nuestras potencialidades positivas. Otros logros adicionales del camino profundo alientan el cultivo de rasgos positivos y cualidades duraderas como el altruismo, la ecuanimidad, la presencia amorosa y la compasión.

Todo esto parecía algo muy positivo para la moderna psicología. Tengamos en cuenta el escaso respaldo que, cuando comenzamos nuestra investigación, tenía el concepto de rasgo alterado, que solo se basaba en las intuiciones derivadas de nuestros encuentros con practicantes orientales avanzados, las afirmaciones de los antiguos textos de meditación y nuestras incipientes incursiones en ese arte interior. Después de décadas de silencio e indiferencia, sin embargo, los descubrimientos realizados en los últimos años no han hecho sino confirmar nuestra intuición original. Recientemente, los datos científicos han alcanzado una masa crítica que corrobora lo que nuestra intuición sospechaba y lo que afirmaban los textos tradicionales, es decir, que esos cambios profundos son el correlato externo de un funcionamiento cerebral muy diferente.

Gran parte de los datos recopilados al respecto proceden del laboratorio de Richie, único centro científico que se ha ocupado de acumular datos de decenas de maestros contemplativos –fundamentalmente yoguis tibetanos–, el mayor conjunto de practicantes avanzados jamás estudiado.

Estos improbables compañeros de la investigación han sido decisivos para esbozar la existencia de una forma de ser que, pese a ser el objetivo de las grandes tradiciones espirituales del mundo, había eludido hasta ahora el pensamiento moderno. Hoy en día estamos en condiciones de afirmar la indudable existencia de transformaciones del ser muy profundas que superan con mucho lo que la ciencia psicológica consideraba logros más elevados de las potencialidades humanas.

La misma idea de «despertar» –objetivo fundamental del camino profundo– parece, a los ojos de la sensibilidad moderna, un cuento de hadas. Pero los descubrimientos realizados por el laboratorio de Richie, algunos de los cuales han visto la luz en revistas mientras este libro estaba en prensa, corroboran que los cambios positivos del cerebro y la conducta descritos por el camino profundo no son un mito, sino una realidad.

El camino amplio

Los dos hemos sido miembros, desde hace mucho tiempo, de la junta directiva del Mind and Life Institute, fundado con el objetivo básico de fomentar el diálogo entre el Dalái Lama y científicos sobre temas muy diversos.2 El encuentro del año 2000 giró en torno a las «emociones destructivas» y contó con varios especialistas de primera línea en el campo de las emociones, entre los que se hallaba Richie.3 Fue a mitad de ese encuentro cuando el Dalái Lama formuló, dirigiéndose a Richie, un reto muy estimulante.

Su tradición, según dijo, contaba con un conjunto de prácticas de eficacia probada destinadas al control de las emociones destructivas. Luego añadió que sería muy interesante despojar a esos métodos de su envoltorio religioso, llevarlos al laboratorio, someterlos a un riguroso escrutinio científico y, en el caso de que demostrasen ser útiles para ayudar a gestionar mejor las emociones destructivas, difundirlos para que todo el mundo pudiera beneficiarse de ellos.

Ese reto resultó tan estimulante que esa misma noche –y las noches que la siguieron– nos dedicamos, después de cenar, a diseñar el curso general de la investigación cuyos resultados presentamos en este libro.

El reto del Dalái Lama llevó a Richie a reorientar el formidable poder de su laboratorio para determinar los efectos del camino ancho y del camino profundo. Y, en tanto fundador y director del Center for Healthy Minds, ha impulsado el desarrollo de aplicaciones útiles basadas en la evidencia para su uso en escuelas, clínicas, empresas y hasta la misma policía, para cualquier persona y lugar, en suma, desde programas para niños hasta preescolares y tratamientos para veteranos que padecen de TEPT.

La propuesta del Dalái Lama posibilitó la puesta en marcha de estudios dirigidos a investigar científicamente los efectos del camino ancho, es decir, de algo que pueda servir para todo el mundo. Entretanto, el camino ancho se ha convertido en algo viral, ha pasado a ser tema de blogs, tuits y aplicaciones. En estos momentos, por ejemplo, el mindfulness está en la cresta de la ola y lo practican centenares de miles –si no millones– de personas.

La investigación científica del mindfulness (o de cualquier tipo de meditación) comienza con preguntas como las siguientes: ¿Cuándo funciona y cuándo no? ¿Sirve este método para cualquier persona? ¿Son sus efectos distintos, por ejemplo, a los del ejercicio físico? Estas son, a fin de cuentas, algunas de las preguntas que nos llevaron a escribir este libro.

Del mismo modo que utilizamos el término «deporte» para referirnos a un amplio abanico de actividades atléticas, son muchas las modalidades de práctica contemplativa que abarca genéricamente el término «meditación». Por eso, los efectos, tanto del deporte como de la meditación, varían en función de la práctica concreta que llevemos a cabo.

Pero conviene que, quienes emprenden una práctica meditativa o prueban varias de ellas, tengan muy claro que, como sucede con la práctica de cualquier deporte, los beneficios de la práctica meditativa dependen de que descubramos la práctica que mejor nos cuadre y perseveremos en ella. Elija, pues, una práctica, determine el tiempo que realmente puede dedicarle –aunque solo sea unos minutos–, pruebe luego durante un mes y vea cómo se siente pasado ese tiempo.

De la misma manera que el ejercicio regular mejora nuestra salud física, la mayoría de las modalidades de meditación también mejoran, hasta cierto punto, nuestra salud mental. Y, como veremos, los beneficios concretos de uno u otro tipo de práctica son proporcionales al tiempo que hayamos invertido.

Una nota de advertencia

Swami X, como le llamaremos aquí, fue uno más de los muchos maestros de meditación orientales que, a mediados de la década de 1970 –nuestros años de estudiantes en Harvard–, arribaron a los Estados Unidos. Un buen día, este swami se nos acercó diciendo que estaba muy interesado en que los científicos de Harvard confirmasen sus hazañas.

Eran los años de apogeo del biofeedback, una tecnología entonces novedosa que nos proporciona información sobre algún que otro aspecto de nuestra fisiología como, por ejemplo, la presión sanguínea, que se halla lejos de nuestro control consciente. Contando con esta nueva información, la persona tiene la posibilidad de modificar su funcionamiento corporal en una dirección más sana… pero Swami X nos aseguró tener tal control que no necesitaba feedback alguno.

Satisfechos de contar con un sujeto aparentemente tan dotado, nos las arreglamos para utilizar el laboratorio de fisiología del Centro de Salud Mental de la Facultad de Medicina de Harvard.4

Cuando llegó, sin embargo, el momento de corroborar las habilidades del swami y le pedimos que bajase su presión sanguínea, la subió, y, cuando le pedimos que la subiera, la bajó. Y cuando, finalmente, le presentamos los resultados que habíamos obtenido, nos reprendió por haberle servido un «té tóxico» que, en su opinión, había boicoteado sus habilidades.

El registro fisiológico puso claramente de relieve que Swami X estaba lejos de poder hacer las hazañas mentales de las que tanto alardeaba. Lo que sí podía hacer, sin embargo, era utilizar un método al que llamaba «samadhi perro» (un nombre que todavía hoy nos desconcierta) para poner su corazón en fibrilación atrial, una modalidad de funcionamiento biológico que nadie en su sano juicio consideraría un «talento».

De vez en cuando, el swami desaparecía en el servicio de caballeros para fumarse un bidi (esos cigarrillos baratos tan populares en la India compuestos por unas pocas hebras de tabaco envueltas en la hoja de una planta). Un telegrama de unos amigos de la India no tardó en revelarnos que el supuesto «swami» era, en realidad, el antiguo director de una fábrica de zapatos que había abandonado a su esposa y sus dos hijos dispuesto a probar fortuna en los Estados Unidos.

No cabe la menor duda de que Swami X estaba buscando algo que le sirviera para atraer discípulos. En sus posteriores apariciones públicas, no dejó de mencionar que «científicos de Harvard» habían estudiado sus habilidades meditativas y fue un auténtico precursor en la comercialización de su peculiar «producto» apelando a los resultados de la investigación científica.

Dirijamos ahora, teniendo bien en cuenta esta advertencia, nuestra mente –tan abierta como escéptica (la actitud mental más adecuada del científico)– a la ola actual de investigación sobre la meditación. En general, contemplamos con agrado la emergencia del movimiento del mindfulness y su rápida difusión en el mundo escolar, empresarial y en nuestra vida privada (es decir, en lo que hemos dado en llamar el camino ancho). Lo que nos parece lamentable, sin embargo, es la frecuencia del uso distorsionado o exagerado de los datos de la investigación como anzuelo para las ventas.

Esta combinación entre meditación y dinero tiene una lamentable historia como receta utilizada por charlatanes y cantamañanas. Con más frecuencia de la deseable, se ha apelado, para vender la meditación, a afirmaciones cuestionables y distorsionadas de la investigación científica. Una web de negocios, por ejemplo, cuenta con un blog llamado «¿De qué manera mindfulness arregla tu cerebro, reduce el estrés y mejora el desempeño?». ¿Se hallan acaso estas afirmaciones respaldadas por los descubrimientos científicos? Sí y no… aunque el «no» fácilmente se soslaya.

Entre las afirmaciones cuestionables de los efectos positivos de la meditación que se han convertido en virales cabe destacar las que sostienen que engrosa el centro ejecutivo del cerebro (la corteza prefrontal) y reduce el tamaño de la amígdala (desencadenante de la respuesta de lucha-huida-parálisis); cambia el punto de ajuste de nuestro cerebro hacia un rango de emociones más positivo; ralentiza del envejecimiento y es útil para el tratamiento de enfermedades que van desde la diabetes hasta el trastorno de déficit de atención e hiperactividad.

Contemplados con más detenimiento, los estudios en los que se basan estas afirmaciones adolecen de problemas metodológicos o requieren de una verificación y corroboración adicional. Quizás entonces esos descubrimientos superen el escrutinio… o quizás no.

La investigación que habla de un encogimiento de la amígdala utilizó, por ejemplo, un método demasiado impreciso para determinar el volumen de la amígdala. Y el muy citado estudio que apuntaba a una ralentización del envejecimiento empleó un tratamiento complejo que, si bien incluía algo de meditación, lo combinaba con una dieta especial y el ejercicio intenso, con lo cual resultaba imposible determinar el efecto aislado de la meditación.

Los medios de comunicación están llenos de afirmaciones desproporcionadas. La nuestra, sin embargo, es una visión basada en los datos duros de la ciencia y sus afirmaciones; en consecuencia, no son tan categóricas como las hechas por aquellos.

Aun las personas mejor intencionadas tienen dificultades para diferenciar lo evidente de lo cuestionable… y lo manifiestamente absurdo. Y, dada la ola de entusiasmo creciente al respecto, la sobriedad nunca está de más.

Una nota a los lectores. Los tres primeros capítulos exponen nuestra incursión inicial en la meditación y la corazonada que alentó nuestra búsqueda. Los capítulos 4 a 12 relatan nuestro viaje científico y cada uno de ellos se ocupa de un tema concreto (como la atención o la compasión, por ejemplo), que concluye con una sección titulada «Resumen» para los lectores que estén más interesados en los descubrimientos realizados que en el modo de llegar a ellos. En los capítulos 11 y 12 llegamos por fin a nuestro más anhelado destino, compartir los extraordinarios descubrimientos que nos ha proporcionado el estudio de los meditadores más avanzados. El capítulo 13, titulado «Rasgos alterados», resume los beneficios de la meditación a tres niveles diferentes, principiante, avanzado y «olímpico», y, en el capítulo 14 y último, especulamos sobre lo que el futuro podría depararnos y los posibles beneficios de estos descubrimientos para el individuo y para la sociedad.

La aceleración

En una época tan temprana como la década de 1830, Thoreau, Emerson y sus colegas trascendentalistas coquetearon, atraídos por las primeras traducciones inglesas de antiguos textos espirituales orientales, con las artes internas asiáticas, pero carecían de instrucción sobre las prácticas mencionadas en esos textos. Un siglo más tarde, Sigmund Freud aconsejó a los psicoanalistas asumir, mientras escuchaban a sus pacientes, una «atención flotante» aunque sin ofrecer tampoco, para ello, método concreto alguno.

Pero la implicación más seria de Occidente al respecto no tuvo lugar hasta hace solo unas décadas con la llegada de maestros orientales a Occidente y el viaje a Oriente de una generación de occidentales dispuestos a estudiar meditación, algunos de los cuales volvieron convertidos en maestros. Estas incursiones prepararon el terreno para la aceleración que actualmente está experimentando el camino ancho y las nuevas puertas que todo ello abría a los pocos que decidían adentrarse en el camino profundo.

Cuando, en la década de 1970, empezamos a publicar nuestra investigación sobre meditación, solo había un puñado de artículos científicos acerca del tema. Según nuestro último recuento, el número de publicaciones al respecto en la literatura científica de habla inglesa era, en 2014, 2015, 2016, de 925, 1.098, 1.135 y 6.838, respectivamente, lo que pone de relieve la considerable aceleración que en los últimos tiempos está experimentando.5

Preparando el terreno

Estábamos en abril de 2001, en el último piso del Fluno Center del campus de la Universidad de Wisconsin (Madison) y habíamos quedado con el Dalái Lama en dedicar esa tarde a hablar de los descubrimientos realizados por la investigación científica sobre la meditación. Solo faltaba Francisco Varela, un neurocientífico chileno jefe del laboratorio de neurociencia cognitiva del Centre National de la Recherche Scientifique de París, entre cuya notable carrera destacaba haber sido cofundador del Mind and Life Institute, la institución organizadora de ese mismo encuentro.

Como practicante serio de meditación, Varela era muy consciente de los prometedores resultados de la colaboración entre meditadores avanzados y los científicos que los estudiaban, un modelo que acabó convirtiéndose en práctica habitual no solo en el laboratorio de Richie, sino en muchos otros lugares.

Aunque Francisco debía participar en ese encuentro, se vio obligado a renunciar debido a una grave recaída del cáncer de hígado que le aquejaba y le dejó postrado en su lecho de muerte.

Aunque eran tiempos previos a Skype y la videoconferencia, el grupo de Richie logró establecer una conexión bidireccional de vídeo entre nuestra sala de reuniones y la habitación de Francisco en su casa de París. El Dalái Lama le habló muy directamente, mirando con gran atención a la cámara, conscientes ambos de que, en esta vida, probablemente no volverían a verse.

Agradeciendo a Francisco lo que había hecho por la ciencia y por el mundo en general, el Dalái Lama le aconsejó ser fuerte y le dijo que permanecerían conectados para siempre. Fue un momento tan emotivo que los ojos de Richie y muchos de los presentes acabaron anegados. A los pocos días de ese encuentro, Francisco murió.

Tres años después, en 2004, ocurrió algo que hizo real un sueño que Francisco nos había contado a menudo. En el Garrison Institute, una hora río Hudson arriba de la ciudad de Nueva York, un centenar de científicos, doctores y graduados universitarios se reunieron por vez primera en lo que acabaría convirtiéndose en un encuentro anual, el Summer Research Institute (SRI), destinado a promover el estudio riguroso de la meditación.

El encuentro había sido organizado por el Mind and Life Institute, creado en 1987 por el Dalái Lama, Francisco y Adam Engle, un abogado reciclado en hombre de negocios, y del que nosotros habíamos sido también miembros fundadores. La misión del Mind and Life consistía en «aliviar el sufrimiento y alentar el desarrollo integrando la ciencia con la práctica contemplativa».

Ese encuentro de verano del Mind and Life serviría para dar la bienvenida a quienes, como nosotros en nuestros días de estudiantes, quisieran hacer investigación sobre la meditación. Aunque nosotros habíamos sido pioneros aislados, nos pareció muy interesante establecer una comunidad de eruditos y científicos que compartiesen nuestra búsqueda y sirviera de apoyo a quienes se hallaran, en este sentido, aislados en sus respectivas instituciones.

Los detalles del SRI se esbozaron en torno a la mesa de cocina de la casa de Richie en Madison en una conversación con Adam Engle. Richie y un puñado de científicos organizaron el primer seminario de verano y ejercieron de profesores durante esa semana hablando de temas tales como la neurociencia cognitiva de la atención y la imagen mental. Trece encuentros más se han llevado a cabo desde entonces (dos de los cuales se han celebrado en Europa y a los que posiblemente seguirán futuros encuentros en Asia y Sudamérica).

Desde el primer SRI, el Mind and Life Institute puso en marcha un programa de «becas Varela», llamadas así en honor a Francisco. Esas modestas decenas de becas de investigación (cuyo importe asciende a 25.000 dólares, aunque la mayoría de las investigaciones cuestan mucho más) han logrado concitar más de 60 millones de dólares de subvenciones otorgadas por fundaciones y agencias federales de los Estados Unidos. Y hay que decir que se trata de una iniciativa muy provechosa porque, hasta el momento, unos 50 graduados del SRI han publicado varios centenares de artículos sobre meditación.

A medida que esos jóvenes científicos han ido ocupando puestos académicos, ha aumentado el número de investigadores que se inclinaban por este tipo de estudios impulsados, sin la menor duda, por el creciente número de publicaciones científicas sobre la meditación.

Y también han sido muchos los científicos establecidos que, alentados por el hecho de que los resultados corroboraban que se trata de un campo de investigación válida, han empezado a interesarse en estas cuestiones. Estos descubrimientos salen del laboratorio cerebral de Richie en la Universidad de Wisconsin y de científicos que trabajan, entre otras, en las facultades de Medicina de Stanford, Emory, Yale y Harvard y llenan habitualmente los titulares de los periódicos.

Dada la creciente popularidad de la meditación, necesitamos una mirada más detenida. Los beneficios neurológicos y biológicos más documentados por la ciencia no son necesariamente los que vemos en la prensa, Facebook o los correos electrónicos de publicidad comercial. Y lo más curioso es que la relevancia científica de los más difundidos suele dejar bastante que desear.

Son muchos los informes que insisten en los cambios positivos en la vida biológica y emocional provocados por una dosis cotidiana breve de meditación. Estas noticias se han difundido como un virus y han llevado a millones de personas de todo el mundo a hacer un hueco en su vida cotidiana para la práctica de la meditación.

Pero, como las grandes posibilidades suelen ir acompañadas de grandes peligros, nos parece que ha llegado el momento de contar las cosas que esos titulares suelen soslayar.

Son varios los hilos que componen el tapiz que ahora estamos tejiendo. Uno de ellos entronca en la historia de la larga amistad de los autores y de nuestra sensación compartida de un objetivo mayor, al comienzo distante e improbable, pero en el que perseveramos a pesar de las dificultades. Otro rastrea las pruebas recopiladas por la neurociencia, según las cuales la experiencia conforma nuestro cerebro, una conclusión que apoya nuestra intuición original de que, al ejercitar nuestra mente, la meditación remodela también nuestro cerebro. Y también hay que mencionar el aluvión de datos acumulados que prueban el gradiente de este cambio.

Basta, al comienzo, con unos pocos minutos de práctica al día para obtener grandes beneficios (aunque no todos los que se reclaman). Además, sin embargo, de estos beneficios iniciales, estamos en condiciones de afirmar que los efectos conseguidos por la práctica de la meditación son proporcionales a las horas invertidas en su práctica. Y, en los niveles más elevados de la práctica, descubrimos la presencia de auténticos rasgos alterados, es decir, de cambios cerebrales que propusimos hace ya varias décadas, pero que la ciencia ha ignorado hasta hace bien poco.

2.Pistas antiguas

Nuestra historia empieza una buena mañana de comienzos de noviembre de 1970, cuando la niebla que salía del cercano río Niranjan ocultó la visión de la cúspide de la estupa de Bodhgaya junto a la cual hay plantado un descendiente del mismo árbol bodhi bajo el que, según cuenta la leyenda, se sentó a meditar el Buda hasta iluminarse.

A través de la niebla, Dan vislumbró la figura de un anciano monje tibetano que avanzaba sin prisas en su ronda matutina circunvalando ese lugar sagrado. Con su ralo pelo gris y gafas de cristal tan grueso como el culo de una botella de Coca-Cola, daba vueltas a las cuentas de su mala mientras murmuraba lentamente un mantra que alababa la santidad (muni en sánscrito) del Buda: Muni, muni, mahamuni. Mahamuniya swaha!

Pocos días después, unos amigos llevaron a Dan a visitar a ese mismo monje, Khunu Lama, que vivía en una celda pequeña y sin calefacción y cuyas paredes de hormigón todavía exudaban los últimos fríos del invierno. Y, como le corresponde a un monje, sus únicas pertenencias eran un tucket de plancha de madera que le servía de cama y sofá, una mesilla que le servía de atril y poco más.

Desde primera hora de la mañana hasta última hora de la noche, Khunu Lama se sentaba en esa cama, con un texto abierto frente a él. Y, cada vez que entraba un visitante –algo que, en el mundo tibetano, podía ocurrir en cualquier momento–, se veía invariablemente recibido con una mirada bondadosa y unas palabras amables.

Las cualidades de Khunu –la atención bondadosa con la que atendía a quien llamara a su puerta, su serenidad y su presencia amable– sorprendieron a Dan como algo muy infrecuente y mucho más positivo que los rasgos de personalidad que había estudiado para su licenciatura en Psicología clínica en Harvard, fundamentalmente centrados en los aspectos negativos (como las pautas neuróticas, los sentimientos desbordantes y la franca psicopatología).

Khunu, por su parte, irradiaba sin pretenderlo los aspectos más positivos de la naturaleza humana. Su humildad, por ejemplo, era proverbial. En cierta ocasión, según cuentan, el monasterio le ofreció, en reconocimiento a su estatus espiritual, la posibilidad de alojarse en una suite ubicada en el piso superior del monasterio, con un monje que le sirviera de asistente y una invitación a la que, prefiriendo la simplicidad de su pequeña y desnuda celda de monje, renunció amablemente.

Khunu Lama era uno de esos raros maestros reverenciados por todas las escuelas tibetanas. Aun el Dalái Lama solicitaba sus enseñanzas, recibiendo instrucciones sobre el Bodhicharyavatara de Shantideva, una guía sobre la vida desbordante de compasión de un bodhisattva. Hasta hoy, cada vez que el Dalái Lama enseña ese texto, uno de mis favoritos, reconoce a Khunu como su maestro en este tema.

Antes de encontrarse con Khunu Lama, Dan había pasado varios meses con un yogui indio, Neem Karoli Baba, que había sido la persona por la cual había viajado a la India. Neem Karoli, conocido con el título honorífico de maharaji, era famoso en Occidente por ser el gurú de Ram Dass que, por aquel entonces, estaba dando una gira por todo el país contando el fascinante relato de la transformación que le llevó de ser Richard Alpert (el profesor de Harvard que acabó despedido por experimentar con psicodélicos con su colega Timothy Leary) a convertirse en un devoto de ese viejo yogui. Durante las vacaciones de Navidad de Harvard en 1968, Dan se encontró casualmente con Ram Dass, que acababa de volver de una estancia con Neem Karoli en la India, un encuentro que fue el desencadenante del viaje de Dan a la India.

Dan consiguió de Harvard una beca predoctoral para viajar a la India en otoño de 1970 y localizó a Neem Karoli Baba en un pequeño ashram ubicado en las colinas del Himalaya. Viviendo la vida de un sadhu, las únicas pertenencias materiales del maharaji parecían ser un dhoti que llevaba los días de calor y una pesada manta de lana con la que se arropaba los días fríos. No seguía ningún programa concreto, carecía de organización y no enseñaba ningún programa físico de asanas de yoga o meditación. Como ocurre con la mayoría de los sadhus, era itinerante y no se atenía a un camino preestablecido. Y pasaba la mayor parte del tiempo acostado en un tucket en el porche del ashram, templo u hogar que, en ese momento, estuviera visitando.

Maharaji parecía estar continuamente absorto en un estado de rapto silencioso y paradójicamente atento a todo lo que le rodeaba.1 Lo que más sorprendió a Dan fue la paz y amabilidad que irradiaba. Como Khunu, recibía con el mismo interés a quien se le acercara, y, entre sus visitantes, había desde mendigos hasta altos funcionarios del gobierno.

Había algo sorprendente en el estado mental inefable de maharaji que Dan no había visto nunca antes y es que, independientemente de lo que estuviera haciendo, parecía hallarse en un estado beatífico amoroso y relajado. Y ese no era un estado provisional de su mente, sino una forma de ser permanente, un rasgo de bienestar último.

Más allá del paradigma

Después de un par de meses aproximados de visitas diarias al ashram donde estaba maharaji, Dan y su amigo Jeff (hoy conocido como el devoto Krishna Das) estaban viajando con otro occidental que, después de haber pasado siete años en la India viviendo como sadhu, necesitaba renovar su visado.

Ese viaje concluyó en Bodhgaya, donde Dan estaba a punto de conocer a Khunu Lama.

Bodhgaya es un pueblo ubicado en el estado de Bihar, en el norte de la India, un lugar de peregrinaje para los budistas de todo el mundo y en el que la mayoría de los países donde esa confesión es mayoritaria tienen un edificio que proporciona alojamiento a sus peregrinos. El vihara o albergue birmano había sido construido antes del golpe de estado de un dictador militar que prohibió viajar a los ciudadanos birmanos, el cual, como tenía muchas más habitaciones que peregrinos, no tardó en convertirse en estación de paso para los muchos occidentales que deambulaban por la ciudad.

Cuando, en noviembre de 1970, Dan arribó allí, se encontró con el único residente estadounidense de larga duración, Joseph Goldstein, antiguo trabajador del Cuerpo de Paz en Tailandia, que llevaba más de cuatro años en el vihara estudiando con el maestro de meditación Anagarika Munindra, menudo y vestido siempre de blanco, que pertenecía a la casta barua de Bengala, cuyos miembros eran budistas desde la época del mismo Gautama.2

Munindra había estudiado vipassana (la meditación Theravada de la que se derivan muchas formas hoy populares de mindfulness) con reputados maestros birmanos. Munindra, que se convirtió en el primer instructor de Dan en el método, acababa de invitar a su amigo S.N. Goenka, un sonriente y panzudo hombre de negocios recientemente convertido en maestro de meditación, a dirigir, en el vihara, una serie de retiros de 10 días de duración.

Goenka era, pues, maestro de meditación en una tradición creada, a comienzos del siglo XX, por el maestro birmano Ledi Sayadaw como parte de un renacimiento cultural que, tratando de contrarrestar la influencia colonial británica, revolucionó la meditación enseñando a los legos una técnica que, hasta ese momento, había sido propiedad exclusiva de monjes y monjas. Así fue como Goenka aprendió vipassana de U Ba Khin (U es un título honorífico en Birmania), primer Contable General de Birmania, un método que había aprendido de un granjero que, a su vez, lo había recibido de Ledi Sayadaw.

Dan se inscribió en cinco cursos seguidos dirigidos por Goenka sumergiéndose, junto a un buen centenar de viajeros, en ese rico método de meditación. Ese encuentro, que tuvo lugar en el invierno de 1970-1971, supuso un auténtico hito en la expansión del mindfulness desde su origen como práctica esotérica oriental hasta su difusión actual por todo el mundo, un proceso en el que resultó decisivo el papel desempeñado por un puñado de participantes en esos cursos, entre los que destacaba Joseph Goldstein.3

Desde sus días de universidad, Dan había desarrollado el hábito de meditar 20 minutos un par de veces al día, pero esa inmersión de 10 días de práctica continua le permitió alcanzar nuevos niveles. El método de Goenka empieza prestando atención a las sensaciones de la respiración entrando y saliendo de las fosas nasales… y no solo durante 20 minutos, sino durante muchas horas al día. Este cultivo de la concentración deja luego paso a un escaneo sistemático de las sensaciones que afloran en cualquier parte del cuerpo. De este modo, lo que comienza siendo «mi cuerpo» o «mi rodilla» acababa convirtiéndose en un océano de sensaciones cambiantes, lo que evidenciaba un auténtico cambio de conciencia.

Por más, sin embargo, que la observación del ir y venir ordinario de las sensaciones nos proporcione una comprensión adicional de la naturaleza de la mente, el mindfulness solo nos permite advertir el flujo de las sensaciones.

El siguiente paso es el discernimiento, que nos permite entender cómo convertimos esas sensaciones en algo «nuestro». La comprensión del dolor, por ejemplo, nos enseña el modo en que, al agregarle una sensación de «identidad», el tornadizo caleidoscopio de sensaciones acaba convirtiéndose en «mi dolor».

Ese proceso interno se explicaba minuciosamente en desgastados folletos –debido al paso de mano en mano propio de las publicaciones underground de la época– repletos de consejos prácticos escrito por Mahasi Sayadaw, el maestro birmano de meditación de Munindra. Esos folletos proporcionaban instrucciones detalladas sobre el mindfulness y los estadios posteriores hasta alcanzar los logros más avanzados del camino.

Esos manuales prácticos incluían recetas que, desde hacía milenios, se habían utilizado para «hackear» la mente.4 De este modo, el uso combinado de esos manuales y de la enseñanza oral personalizada conducían al meditador hasta el dominio de la técnica.

Los manuales compartían la premisa de que la meditación y otras prácticas relacionadas producen transformaciones del ser que parecen confirmar las cualidades personales exhibidas por Khunu, maharaji y un puñado de otras personas con las que Dan se cruzó en sus viajes por la India.

La literatura espiritual de Eurasia está llena de referencias a la posibilidad de liberarnos de las fijaciones, del egocentrismo, de la ambivalencia y de la impulsividad, algo que se experimenta como una liberación de las preocupaciones por uno mismo, una ecuanimidad independiente de las circunstancias, una atención profunda al aquí y ahora y un interés amoroso por todo.

La psicología moderna no tenía, por su parte, el menor indicio, durante su siglo de existencia, de estos dominios del potencial humano. Por eso, mientras que la psicología clínica, la especialidad de Dan, se centraba en identificar un problema concreto –como, por ejemplo, la ansiedad– y trataba de corregirlo aisladamente, la visión que las psicologías orientales tenían de la vida humana era mucho más amplia y apuntaba a mejorar nuestro lado positivo. Fue entonces cuando Dan decidió que, a su regreso a Harvard, convencería a sus colegas de la necesidad de llevar a cabo una revisión y profundización de la psicología.5

Poco antes de volver a la India, Dan escribió un artículo –basado en sus primeras incursiones en la meditación que se produjeron durante su estancia en la universidad y en las escasas fuentes sobre el tema disponibles entonces en inglés– en el que sugería la existencia de un nuevo estado positivo y duradero de conciencia.6 Desde la perspectiva de la ciencia de la época, los grandes estados de conciencia eran la vigilia, el sueño y el sueño profundo, que iban acompañados de ondas cerebrales muy distintas. La modalidad de conciencia a la que Dan se refería en ese artículo –más controvertida y que carece de toda prueba científica– consiste en la absorción total en un estado de concentración despojado de distracciones (samadhi en sánscrito) al que puede accederse mediante la meditación.

Solo había, en ese tiempo, un estudio científico –bastante cuestionable, por otra parte– relacionado con el samadhi que Dan pudiese citar, un informe de un investigador que tocaba con un tubo caliente a un yogui que se hallaba en estado de samadhi y cuyo electroencefalograma (EEG) supuestamente revelaba que permanecía ajeno al dolor.7

Pero como no había, por aquel entonces, indicio alguno que sugiriese la existencia de una cualidad de ser positiva y duradera, lo máximo que Dan pudo hacer fue esbozar una hipótesis. En la India, sin embargo, Dan había conocido a personas que encarnaban esos estados de conciencia tan especiales… o eso era, al menos, lo que parecía.

El budismo, el hinduismo y el jainismo –religiones que han brotado en el suelo de la civilización india– comparten, en una u otra medida, el concepto de «liberación» y, en consecuencia, el arquetipo de la persona «liberada» es, en la cultura india, muy importante. Pero Dan sabía que, como nuestras creencias sesgan nuestra percepción, un sistema de creencias muy extendido y poderoso puede alentar proyecciones ilusorias y una falsa imagen de perfección.

No es de extrañar, pues, que Dan se formulase la siguiente pregunta: ¿Son esas cualidades hechos o meros cuentos chinos?

La forja de un rebelde

Cada hogar indio tiene un altar y lo mismo sucede con sus vehículos. Si se trata de uno de esos omnipresentes, enormes y pesados camiones Tata y el conductor es un sheik, la imagen será la de Guru Nanak, el venerado fundador de esa religión, y, si es hindú, se tratará de una deidad como Hanuman, Shiva o Durga y un santo o gurú favorito. De ese modo, el asiento del conductor se convierte en una especie de puja móvil, es decir, una especie de altar sagrado ante el cual los indios realizan cotidianamente sus plegarias.

La Combi Volkswagen roja que Dan conducía en Cambridge después de volver a Harvard desde la India en otoño de 1972 llevaba consigo su propio panteón. Entre las imágenes que llenaban el salpicadero se hallaba la de Neem Karoli Baba, junto a otros santos de los que Dan había oído hablar, una imagen ultramundana de Nityananda, un sonriente Ramana Maharsi y el rostro divertido y con mostacho de Meher Baba y su lema, popularizado luego por Bobby McFerrin con su canción «Don’t worry. Be happy».

Dan había aparcado su furgoneta cerca de la sala donde iba a celebrar el curso de psicofisiología en el que se había matriculado con el fin de adquirir las habilidades de laboratorio necesarias para su tesis doctoral, un estudio sobre la meditación y su efecto para el tratamiento de las reacciones corporales al estrés. Un puñado de alumnos se sentaban en torno a la mesa de seminario de esa habitación del decimocuarto piso del William James Hall y Richie se sentó junto a Dan.

Ese fue el día en que nos conocimos y descubrimos que compartíamos el mismo objetivo: dedicar nuestras tesis doctorales a documentar algunos de los beneficios proporcionados por la meditación. Y esa había sido también la razón por la que nos habíamos inscrito en ese seminario de psicofisiología, con la intención de aprender los métodos que necesitábamos para llevar a cabo nuestro proyecto.

Al salir de clase, Dan se ofreció a llevar a Richie en coche hasta el apartamento que compartía con Susan (su novia por aquel entonces y actualmente su esposa). La reacción de Richie al ver el puja del salpicadero del Volkswagen fue la de arquear las cejas sorprendido, pero lo cierto es que estaba muy contento de haber conocido a Dan porque, aun siendo un pregraduado, leía muchas revistas de psicología, incluida el Journal of Transpersonal Psychology, donde había leído el artículo de Dan.

Richie se quedó tan sorprendido –según recuerda– de que alguien de Harvard hubiera escrito un artículo como ese, que lo tomó como un signo, mientras rellenaba el impreso de solicitud de ingreso en la universidad, para decidirse por Harvard. Dan, por su parte, estaba muy complacido de que alguien se hubiese tomado en serio su artículo.

El interés de Richie por la conciencia se derivaba de las obras de autores como Aldous Huxley, el psiquiatra británico Ronald D. Laing, Martin Buber y, posteriormente, Ram Dass, cuyo Aquí y ahora vio la luz durante sus primeros años de universidad.

Pero ese interés se había visto fundamentalmente motivado por los años pasados en el departamento de Psicología del campus de la Universidad de Nueva York, en el Bronx, un departamento dominado, por aquel entonces, por seguidores del conductismo extremo de B.F. Skinner,8 que creían que el único objeto adecuado de la psicología era la conducta observable y que mirar en el interior de la mente no solo era algo cuestionable, sino una auténtica pérdida de tiempo. La vida mental, desde su punto de vista, era completamente irrelevante para entender la conducta.9

El texto de psicopatología del curso en el que Richie se matriculó era tan conductista que reducía toda patología a una consecuencia del condicionamiento operante, que consiste en premiar la conducta deseada con una recompensa como, por ejemplo, ofrecer una sabrosa semilla a una paloma que acaba de presionar el botón adecuado. Pero esa era, para Richie, una visión muy limitada que no solo ignoraba la mente, sino que tampoco tenía en cuenta el cerebro. Es comprensible que, sin estómago para comulgar con tales ruedas de molino, abandonase el curso pasada la primera semana.

Richie estaba convencido de que la psicología debe ocuparse del estudio de la mente y no limitarse a elaborar programas destinados a reforzar la conducta deseada de las palomas. No es de extrañar que, dadas esas circunstancias, su interés por lo que ocurría en el interior de la mente acabara convirtiéndole, desde una perspectiva conductista, en un rebelde.10

Por ello se dedicaba, durante el día, a luchar contra la moda conductista, mientras ocupaba las noches en la exploración de sus intereses. Fue entonces cuando se apuntó como ayudante de investigación en un estudio sobre el sueño que se llevó a cabo en el Maimonides Medical Center, donde aprendió a monitorizar la actividad cerebral con EEG, una habilidad que acabaría resultándole de mucha utilidad.

Su asesora de tesis fue Judith Rodin, con la que llevó a cabo una investigación sobre la ensoñación cotidiana y la obesidad. Ese estudio se basó en la hipótesis de que, como la divagación nos saca del presente, nos insensibiliza a las señales de saciedad de modo que, en lugar de detenernos una vez hemos comido lo suficiente, seguimos comiendo. Esa tesis conjugaba así el interés de Rodin por la obesidad con la ensoñación, que se convirtió en la puerta de entrada de Richie en el estudio de la conciencia.11 Además, ese estudio le permitió aprender técnicas para demostrar, empleando medidas fisiológicas y conductuales, lo que realmente ocurre en el interior de la mente.

Richie monitorizó la tasa cardiaca y la sudoración de los sujetos de su investigación mientras divagaban o llevaban a cabo tareas mentales. Esa fue la primera vez que utilizó medidas fisiológicas para inferir procesos mentales, un método muy inusual en esa época.12

Esta especie de malabarismo metodológico que combinaba algún elemento relacionado con la conciencia con otro elemento respetado por la investigación de la época fue el rasgo distintivo de las investigaciones llevadas a cabo por Richie durante la siguiente década, un tiempo en el que su interés por la meditación suscitaba poco apoyo.

Diseñar una tesis que no se centrase exclusivamente en la meditación, sino que pudiera ser un estudio independiente que interesara a los no meditadores, resultó ser un movimiento inteligente. Gracias a ella, Richie se aseguró su primer puesto académico en el campus de Purchase de la Universidad Estatal de Nueva York. De este modo, mientras mantenía para sí su interés en la meditación, hacía sus pinitos en el campo emergente de la neurociencia afectiva, es decir, en el estudio de los correlatos cerebrales de las emociones.

Dan, por su parte, al no encontrar un puesto docente en ninguna universidad en el que volcar su interés por la conciencia, aceptó gustoso un puesto en el campo del periodismo, un ámbito profesional que acabó convirtiéndole en redactor científico del New York Times. Ahí empezó su trabajo de recopilación de los resultados de la investigación llevada a cabo por Richie (y muchos otros) sobre las emociones y el cerebro en su libro Inteligencia emocional.13

Solo unos pocos de los más de 800 artículos que Dan escribió para el Times tenían que ver con la meditación… aunque, en nuestro tiempo libre, ambos seguimos asistiendo a retiros. Así fue como, durante una década o dos, aparcamos públicamente nuestro interés por la meditación mientras seguíamos recopilando pruebas, a nivel privado, de que la meditación intensa y prolongada puede transformar el núcleo mismo del ser de la persona.

Estados alterados

El William James Hall se yergue sobre Cambridge como un desatino arquitectónico, un edificio modernista de hormigón blanco de 15 pisos completamente ajeno al entorno de casas victorianas y los edificios bajos de ladrillo y piedra que rodean el campus de Harvard. A comienzos del siglo XX, William James se convirtió en el primer profesor de psicología de Harvard, un campo que contribuyó a inventar cuando dio el paso que le condujo del universo teórico de la filosofía a una visión más empírica y pragmática de la mente. El antiguo hogar de James todavía permanece en pie en las proximidades.

Resulta curioso que, a pesar de esta historia, jamás se nos invitara, en tanto estudiantes del departamento de Psicología ubicado en el William James Hall, a leer una sola página de los escritos de James, porque hacía mucho tiempo que había pasado de moda. Pese a ello, sin embargo, James se convirtió, para nosotros, en una fuente de inspiración, porque estaba comprometido con el tema que nuestros profesores menospreciaban y a nosotros, en cambio, nos fascinaba: la conciencia.

Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX hubo, entre la intelligentsia de Boston, una moda que consistió en inhalar «el gas de la risa», nombre con el que se conoció al óxido nitroso cuando los dentistas empezaron a utilizarlo rutinariamente. Con la ayuda del óxido nitroso, James tuvo lo que él calificó como «la inconmovible convicción» de que «nuestra conciencia despierta normal […] solo es un tipo particular de conciencia mientras que, por encima de ella y separada por la más delgada de las pantallas, existen formas potenciales de conciencia completamente diferentes».14

Después de afirmar la existencia de los estados alterados de conciencia (aunque no por ese nombre), James añadió: «Podemos atravesar la vida sin sospechar siquiera su existencia, pero, si aplicamos el estímulo requerido, basta con un simple toque para que se desplieguen en toda su plenitud».

El artículo de Dan empezaba con este mismo pasaje del libro de James Las variedades de la experiencia religiosa, una especie de invocación al estudio de los estados alterados de conciencia. En opinión de James, estos estados son discontinuos con la conciencia ordinaria y, según dijo: «Ninguna explicación del universo será definitiva si ignora esas otras formas de conciencia». La misma existencia de estos estados «impide, en cualquier caso, cerrar prematuramente nuestras explicaciones de la realidad».

La topografía mental de la psicología no admite ese tipo de relatos y, en ella, tampoco caben las experiencias trascendentales. Y, si hay alguna mención al respecto, es para relegarlas a reinos menos que deseables. Desde la época de Freud, los estados alterados se vieron desdeñados como síntomas de una u otra forma de psicopatología. Cuando, a comienzos del siglo XX, por ejemplo, el poeta francés y laureado con el premio Nobel Romain Rolland se convirtió en un discípulo de Sri Ramakrishna, describió por carta a Freud el estado místico que experimentó, este no tuvo el menor empacho en diagnosticarlo como una simple regresión a la infancia.15

En la década de 1960, los psicólogos menospreciaban de forma sistemática los estados alterados inducidos por drogas como psicosis artificialmente inducidas (recordemos que el término original con el que se conocía a los psicodélicos era el de drogas «psicotomiméticas», lo que etimológicamente significa «que imitan la psicosis»). Y también descubrimos que la meditación –una sospechosa nueva ruta para alterar la conciencia– era recibida, al menos entre el cuadro docente de nuestra universidad, con parecida suspicacia.

En 1972, sin embargo, la época en que Richie entró en Harvard y Dan regresó de la primera de sus dos estancias en Asia para emprender su tesis doctoral, el zeitgeist de Cambridge alentaba un creciente interés por la conciencia. El éxito de ventas de Charles Tart de la época, titulado Estados alterados de conciencia, recopilaba artículos sobre biofeedback, drogas, autohipnosis, yoga, meditación, etcétera, y esos «otros estados» de los que hablaba James y que capturaban el ethos de la época.16 En el campo de la ciencia cerebral, por ejemplo, el entusiasmo giraba en torno al reciente descubrimiento de los neurotransmisores, moléculas mágicas responsables de la conexión interneuronal que pueden llevarnos tanto al éxtasis como a la desesperación (como la serotonina, por ejemplo, que se encarga de la regulación de nuestro estado de ánimo).17

El trabajo de laboratorio sobre los neurotransmisores sirvió de pretexto científico para el estudio de los estados alterados empleando drogas como el LSD. Eran los días de la revolución psicodélica que hundía sus raíces en el mismo departamento de Harvard en el que estábamos, lo que quizás contribuya a explicar el escaso interés que sus miembros mostraron por cualquier cosa que oliese a estado alterado.

Un viaje interno

Dalhousie se halla enclavada en la cordillera de Dauladhar, una rama de los Himalayas que se adentra en los estados indios de Punjab e Himachal Pradesh. Fundada a mediados del siglo XIX como estación de montaña en la que los funcionarios del raj británico solían refugiarse del calor abrasador que en verano asolaba la llanura indogangética, Dalhousie gozaba de un entorno extraordinario. Con sus pintorescos bungalows de la época colonial, esa estación de montaña lleva mucho tiempo siendo una gran atracción turística.

Pero no fue la belleza del lugar la que, ese verano de 1973, atrajo a Richie y Susan hasta Dalhousie. Ellos habían ido para participar en un retiro de 10 días –su primera zambullida profunda– dirigido por S.N. Goenka, el mismo maestro con el que, unos años antes, Dan había llevado a cabo sucesivos retiros en Bodhgaya durante su primera estancia en la India en relación con su beca de viaje predoctoral. Richie y Susan acababan de visitar a Dan en Kandy (Sri Lanka) donde, gracias a una beca postdoctoral, estaba viviendo, durante su segundo viaje a Oriente.18

Fue Dan el que alentó a la pareja a inscribirse en un curso de vipassana dirigido por Goenka como puerta de acceso a la meditación intensiva. El curso resultaba, al comienzo, un tanto desconcertante. Por una parte, hombres y mujeres debían dormir en tiendas separadas. Por otra parte, la imposición, desde el mismo comienzo, del «noble silencio» significaba que uno nunca podía saber con quién compartía la tienda… aunque Richie tenía la vaga sensación de que la gran mayoría de los asistentes eran europeos.

La sala de meditación estaba llena de zafus (esos cojines redondos utilizados en el Zen) esparcidos por el suelo que iban a ser el asiento de Richie durante las 12 horas de sentada meditativa del programa.

Al sentarse en ese zafu