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Esta obra, al igual que "Die Buddenbrooks" de Thomas Mann de 1901, trata del decaimiento de una familia patricia, ya no en Alemania sino que en el Uruguay. Se hallan incorporados algunos capítulos sobre la historia del país, sobre el advenimiento económico-social del Uruguay, sobre los alemanes y el nazismo aquí mismo y acerca de la vida carcelaria de los tupamaros. Es una saga familiar descriptiva del devenir de integrantes de una capa social acomodada que con el pasar del tiempo irán cambiando de estatus.
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El aventurero
Barcos
Tiempos de gloria
Los alemanes en el Uruguay
Frío en el alma
Los años oscuros en el Uruguay
Regreso al paraíso
Las empleadas
Una nueva realidad
La realidad de "Howards End"
Bibliografía
Julio de 1939. Puerto de Hamburgo. Un joven de 29 años sube a bordo de un transatlántico. No puede saber que es el último que partirá a América del Sur. Siente sí la proximidad de una guerra, odia al Führer y a esa muchachada que cobardemente se abalanza sobre judíos indefensos, los masacra, los denigra en plena calle. No sale a defenderlos, prefiere huir de este país infestado de una propaganda que a él no lo engaña.
Eduard Gruber es un hombre apuesto, un típico alemán, alto, rubio, de ojos celestes, atlético, de andar decidido y firme. No solo lleva en su valija el flamante diploma de su título de doctor en germanística y en historia, sino además el contrato firmado de profesor de alemán en un liceo de un insignificante país sudamericano. ¡Cuánto más lejano, mejor, cuánto más diferente a su patria, enhorabuena! Él está lleno de vigor, de ansias de conocer el vasto mundo, de partir a la aventura incierta, desea ampliar su horizonte libresco, entrar en contacto con la realidad de la vida con toda la gama de sus facetas.
Desde la cubierta del barco observa las gaviotas que emprenden vuelo en todas las direcciones, ¡y se sabe una de ellas finalmente! Pero al retornarse, al mirar los muelles con sus carteles aún en alemán, se le acongoja el corazón. Deja aquí, en una ciudad no muy distante, a un ser querido, al que su partida ocasiona gran pesar. Es su madre anciana. ¿Qué puede comprender ella de sus anhelos reprimidos, de su sed de vagabundeo, de su languidecer por experiencias desconocidas? Ella, que ha viajado por toda Alemania, sí, pero no mucho más allá de sus fronteras. ¡E irse tan lejos! ¿No podía ser un país vecino al menos, europeo, alcanzable en tren, por ejemplo? Justamente este es el punto crucial para su hijo: Europa le sería banal, trillada. Pero a Sudamérica le rodea el nimbo de lo exótico, salvaje, virgen, autóctono. ¿Dónde encontrar algo semejante en el Viejo Mundo tan pisoteado y manoseado ya por el hombre industrializado?
Eduard sabe que su decisión abrupta le causa un profundo dolor a su mamá. Bastante ha sufrido ya. Ha enviudado hace algunos años. Un hijo está gravemente enfermo a raíz de una herida en el pulmón contraída durante la Gran Guerra. Tan grave se encuentra que morirá al mes de la partida de Eduard. Le queda aún una hija, Hannelore. Pero Eduard es el Benjamín, el adorado hijo de la vejez, concebido pasados ella los cuarenta, el consuelo para sus días de soledad, del cercano derrumbamiento físico.
Eduard conoce sus argumentos, los entiende, mas tiene que seguir su propio camino. Hace ya varios años que se ha marchado de la casa paterna para estudiar en universidades distantes, para liberarse del amor asfixiante de esta madre llena de ternura. Conciente empero de su deber de hijito mimado, se ha esmerado en reconfortarla con visitas para las fiestas de Navidad y de Pascuas, así como para sus cumpleaños. Regresaba con placer a este hogar cálido en la gran mansión de sus padres, que alberga no solo un enorme apartamento para la familia, sino además un segundo piso, antiguamente el consultorio del padre, que ahora se alquilaba al igual que el tercero. Es una vivienda en la que se lleva una vida de burgueses acomodados, que brinda a sus hijos la educación correspondiente, en la cual la música ocupa un lugar muy importante. No faltan el piano, los violines y el violoncelo. Y la biblioteca se ve en continuo aumento.
En esta grandiosa residencia, los padres demostraban con ahinco su rango social, a través de alfombras persas, pesados muebles de roble, finos manteles bordados a mano por la misma señora de la casa. En la comida no se escatimaba, abundaban los platos fuertes rebosantes de carne, y a la hora del té tentadoras tortas cubrían la mesa.
Por un lado le resulta difícil a Eduard abandonar esta morada acogedora. Lo atormentan los remordimientos de conciencia. Pero por otro lado, ¡la vastedad del mar delante suyo lo está acogiendo con los brazos abiertos! Navegando por las aguas, un día tranquilas, otras veces magníficamente alocadas, tendrá mucho tiempo para rememorar el pasado en familia.
A los dos años de venir al mundo, este le mostró su faz más vil con una guerra que le arrebató la presencia del padre querido. En su calidad de médico, título que le había requerido un juramento de lealtad hacia el Kaiser, y compartiendo ese sentimiento generalizado de entusiasmo característico al comienzo de esta acción bélica, Papsch había partido con la convicción de un regreso inmediato. Esta certeza, vuelta esperanza con el pasar de los meses, al cabo de los años se transformó en plegaria silenciosa. Casi un lustro duró lo que había considerado sería un paseo placentero, un viaje con valor turístico. Sus visitas a la casa fueron muy esporádicas y de corta duración. Eduard sufría con sus partidas. Adoraba a este padre con rango de oficial, cuyas fotos de uniforme y a caballo guardaba celosamente.
Las otras penurias, complemento de todas las guerras, el hambre, el miedo, el bombardeo, no llegaron a afectar al niño. La madre siempre halló los recursos para presentar platos variados y llenos a sus comensales. Su parentela en los campos cercanos a la ciudad le proporcionaba una gran ayuda. En cuanto a bombas, esta guerra del 14, carecía aún de la fuerza de la aviación, era en cambio la de las imponentes masacres en las trincheras. Pero estas se encontraban lejos, en el frente, en un mundo que solo se volvía real con el regreso de los heridos, con las noticias de las muertes de conocidos. Y Papsch quien día a día vivía en los hospitales el dolor, la agonía, el sufrimiento humano, sin sentido, repetitivo, intercambiable, callaba. Con un estoicismo heroico, guardaba para sí el relato de estos horrores, un mutismo que le causaría terribles depresiones, fieles compañeras hasta el fin de sus días.
No solo en los ojos del chicuelo Eduard, Papsch era una persona notable. Hasta el día de su muerte en el 31 presidió en su ciudad natal tanto el Comité de Ciencias como la Sociedad Protectora de Animales. En su calidad de médico y de científico publicó innumerables artículos, muy valorados y apreciados por sus colegas. Y así, Eduard crece en un entorno de alta concentración en el estudio y la ciencia. Su hermano le brinda otro ejemplo al respecto. Es uno de los millones de jóvenes que se había enrolado voluntariamente en la Gran Guerra, infectado por el virus del entusiasmo, y aunque vuelve con vida, hasta con rango de oficial, también trae otra condecoración, esta empero es una maldición. Con un balazo en el pulmón se encuentra discapacitado para todo trabajo, está bajo tratamiento médico constante, sufre recaídas graves, y su mundo se reduce al confinamiento de su casa paterna. No obstante, este ser encuentra un terreno de investigación ideal para su estado: las aves. Se le construyen enormes jaulas en el jardín y se le conceden varias piezas dentro del edificio para albergar los animales delicados. Se vuelve un experto. Dispone de suficiente tiempo para observar, analizar, comparar, sacar conclusiones y escribir. El mundo científico valora sus publicaciones, y él no tarda en convertirse en la eminencia en materia de cotorras.
Mientras que estos dos hombres constituyen el modelo de la asiduidad, la constancia, el fervor por la erudición, en su madre y en su hermana Hannelore, Eduard encuentra otras cualidades igualmente esenciales para su maduración: la ternura. Junto a su madre, Hannelore le brinda todo su cariño, y por la diferencia de edad entre ambos, lo trata como a un hijo, obsequio que la Naturaleza nunca le aportará a ella. Este amor de tempranos años creará un lazo tan fuerte entre los hermanos que ni el tiempo ni el espacio podrán quebrantarlo.
Hannelore posee además un carácter que él admira: siempre sonriente, siempre de buen humor acapara la atención de la gente. Irradia una simpatía que le gana la amistad hasta de desconocidos. Tiene ese don natural de conquistarse el amor de los demás, un don del cual él se haya desprovisto. Eduard debe emprender un trabajo arduo para ganarse amigos.
„¿Qué será de Hannelore?“, piensa con angustia. Ella, tan coqueta, tan elegante, siempre con la última moda, luciendo pieles y trajecitos de las mejores marcas. Ella, que solo se compra lo más exclusivo, lo más caro. ¡Y qué bien le va! Es la mujer nacida para lo externo, lo superficial, para atrapar el ojo. Así había conquistado a Peter. El hombre ideal a su lado, que gozaba con su consorte las nuevas prendas, la sacaba a pasear para que todos vieran, qué mujer tan bien vestida y adornada compartía su vida. Pero el idilio, porque tal parecía, no fue duradero. ¿Faltaría algo más profundo en esta relación? El divorcio después de tan solo diez años de matrimonio fue un golpe duro, sentimiento que compartieron todos sus familiares. ¿Habían tomado la decisión correcta al hacerla consentir en la separación legal? ¿Qué relevancia posee realmente el factor traición en la convivencia de una pareja? ¿Valía más el honor, la reparación, que la desdicha de su hermana? La escala de valores de a comienzos del siglo ya se encontraba desfasada, obsoleta, su rigidez superada. Eduard, con sus veinte añitos, había votado por el divorcio. Entre medio, ya no estaba tan seguro de su veredicto. ¿Y ella, la involucrada, la dañada, encontraría un sustituto adecuado que la redimiese de su soledad? Eduard se lo deseaba de todo corazón, aunque por lo general en forma de broma. ¿Alguien se enamoraría aún de una mujer de más de cuarenta? A ella la consideraba capaz de este prodigio. De otra mujer no, ¡pero de Hannelore, todo hombre debía quedar prendado, apasionado! Así pensaba el hermano querido, aunque ante la perspectiva de una guerra segura, el horizonte de posibilidades se ofuscaba seriamente. En su recuerdo se mezclaban el afecto de la hermana mayor por el niñito que él había sido, y en los últimos años, la falsa alegría con que Hannelore hacía alarde de sus conquistas masculinas. De hecho seguía sola.
De abordo, las comidas exquisitas, las conversaciones interesantes y variadas, por no nombrar las sesiones nocturnas de baile, el día a día ameno, colaboraban a un olvido sano de los ligeros sinsabores de la vida dejada atrás. Y así, pasadas las dos primeras semanas de travesía marítima con temperaturas veraniegas, pasado ya el ecuador, las jornadas se tornaron más cortas, y se comenzaba a sentir la presencia de una estación más ruda. El hemisferio sur no se mostraba lisonjero. Lo recibía con su invierno. Eduard no le temía. „¡Con los inviernos crudos de mi patria, unos diez grados centígrados sobre cero, no me harán ni cosquillas!“, pensaba ingenuamente. No tardaría en corregir su opinión proclamada sin conocimiento de causa. ¡La humedad le demostraría su poderío!
¡Arribo a destino! Montevideo, capital del Uruguay, un paisito diminuto entre los dos gigantes, Brasil y Argentina. Una ciudad de un tamaño ideal, lo suficientemente grande para distraerse y lo suficientemente reducida para abarcarla toda. Algunas casas de estilo colonial, no demasiadas, pero en general corre un aire muy europeo por sus calles. Una ciudad para sentirse cómodo, para quedarse, si uno se adecúa a lo que ofrece, es decir a su provincialismo, a pesar de ser capital.
Eduard está conforme. Se instala en una pensión, ambiente al cual ya estaba acostumbrado desde su época de estudiante. Ocupa una pieza provista de una estufa a querosén, que despide escaso calor y mucho olor nauseabundo. Él está dispuesto a amoldarse a todo, contento con una vida que le brinda un poco de lujo bajo la forma de salidas a caballo, recordatorias de aquellas realizadas durante la Primera Guerra Mundial por su padre, quien cabalgaba como distracción, mientras a pocos kilómetros de sus pisadas, morían los jóvenes soldados en las trincheras. Ahora se está viviendo lo que se denominará la Segunda Guerra Mundial, y Eduard monta como pasatiempo mientras que a miles de kilómetros, las tropas de su odiado Hitler penetran en Polonia sin encontrar mayor resistencia.
Eduard atiende sus deberes de profesor con un gran sentido de responsabilidad. Trata de atizar el interés por la sabiduría, trata de trasmitir ese amor por la literatura y la historia, que él mismo siente tan intensamente. Se esmera, se esfuerza, pero se desilusiona constantemente ante esta juventud letárgica. Las alumnas cuchichean entre ellas, lo escrudiñan de forma muy coqueta, muchas esperanzas puestas en este buen mozo. A él lo aturden estas jóvenes tempestuosas, de un tipo diferente y atrayente. No deja de apreciar tanta belleza exótica, pero va a entregar su corazón por otro lado.
Frente a su pensioncita se eleva un pequeño castillo. ¡Hasta mirador posee! Lo habita una cuantiosa familia con innumerables niños al parecer. A estos habitantes se le suma aún la presencia de sendas empleadas, un chofer y una extranjera, sin lugar a duda la gobernanta, a cuyo cargo se ha delegado la educación de la majada. Entre las visitas llama la atención aquella de curas párrocos. Se ha de tratar por lo consiguiente de una familia sumamente católica.
Desde su ventana, Eduard puede observar el ir y venir de sus vecinos, los juegos de los chicos en el jardín, en los columpios, en el subeibaja, persiguiéndose, jugando a la pelota. Aquí tiene una familia típica delante suyo, que parecería querer presentarle abiertamente sus secretos más íntimos, entregársele sin reparos. Este clan lo atrae, suscita su curiosidad, despertándole un espíritu de detective que se desconocía. Por el momento, Eduard se entretiene inventando la historia de esta prole. Se imagina que se trata de una antigua estirpe española que habia venido a poblar el país en el siglo XVIII. Por méritos en las batallas se le habían concedido tierras y más tierras que había sabido aprovechar con gran provecho. Casando a hijos e hijas con los notables de la ciudad había afirmado su poderío y su riqueza. Y si bien esto no fuera verdad, era lo que históricamente había acontecido tanto en toda Sudamérica como en la Vieja Europa de los siglos pasados.
Con el fin de abandonar la ficción, Eduard decide tomar pasos más decisivos. Un día, que el jardín reboza de niños, se acerca a la empalizada que lo rodea, para escuchar y quizás entablar conversación con alguno de ellos. ¿Acaso está soñando? Se pellizca en el brazo, duele sí, ¡así que está despierto! ¡A sus oídos llegan sonidos en una lengua inesperada! ¿No se trata entonces de antiguos colonos españoles, sino de inmigrantes alemanes? Porque alemán es el idioma utilizado en este parque. Y él, a pocos pasos de sus compatriotas, ¡recién ahora se percata! ¡Oh, dulce realidad, más dulce que los irreales sueños!
Una vez recuperado de su aturdimiento, se dedica a escuchar con mayor atención y a aplicar el ojo por entre los paneles de madera. Rápidamente encuentra la solución a este enigma: la gobernanta es alemana y en su presencia está prohibida la utilización del español. „¡Bravo!“, se dice Eduard, un elogio pensado tanto para los logros de la institutriz como para los padres progresistas, por su fe en la cultura alemana. Por hoy le basta su hallazgo y continuará sus observaciones desde su ventana.
Una de las chicas lo intriga, una morocha de ojos oscuros con cierta vaguedad en la mirada. Debe de ser la mayor o al menos una de ellas. ¿Qué edad tendrá? Unos diecinueve años. No habla mucho, si acaso con una hermana, que francamente es más bonita y alegre que ella. Pero para él, es la primogénita quien le resulta mucho más interesante y atractiva por ese halo de misterio que la envuelve. No parece un ser de este planeta, no, es como una sirena obligada a vivir en tierra en contra de su voluntad, forzada por un gnomo terrible a permanecer en el claustro de la vida terrenal. Ella quisiera escapar. Mas no sabe adónde, ni cómo, ni en quién confiar para esta evasión.
La ninfa invade los sueños de Eduard. Ya se ve transportándola a caballo delante suyo a todo galope entre los árboles de un espeso bosque. Otras veces arrasa la verja con uno de los tanques de Hitler que ha visto en el noticiero del cine, la atrapa por la cintura y sale huyendo por las arenas costeras.
„¡Esto no puede seguir así!“, se dice al punto de la desesperación. Se había enamorado de un fantasma. Y eso que él ya había experimentado un gran amor. De estudiante, sí, pero muy verdadero y duradero. Le había costado mucho separarse de Lisa. Él se había sentido demasiado joven aún para ligarse a los 28 años para el resto de su vida. Y ella no quería salir a la aventura como él. Ninguno de los dos dispuesto a ceder, y sin otra alternativa que la de poner a prueba la durabilidad de su amor a través de una dolorosa y larga separación.
„¡Tengo que conocerla!“, susurra Eduard. „Le hablaré por la cerca.“
Dicho y hecho. Como buena mujer, su nereida no se da por aludida a sus primeras instancias. Pero luego, olfateando la aventura, apresura el paso a la acción. Logra escapar al radar de control de la casa paterna, escudada por su linda hermana que obtendrá su recompensa, participando de esta relación prohibida, casi novelesca, por medio de los relatos de la insurrecta.
Eduard y Genoveva hacen caminatas por la playa. Solos. Nadie los acompaña, nadie los espía. Nadie sabe de su salida, excepto Patricia, la del papel de Celestina. Los palaciegos son de origen español, poseen tierras, pero la fortuna se basa en la importación de productos de todo tipo. Los diez hijos reciben una educación estricta y rígida contenida en los cánones de la fe católica. Genoveva, por primera vez, está paseando y conversando con un hombre que no pertenece a su enorme parentela. Y Eduard la admira por su osadía. Le cuenta de los suyos, de su casa paterna, representativa también, de sus intereses, de la cultura y de la historia que emanan de cada ciudad europea, de cada iglesia, de cada fortaleza. Hasta el momento nadie le había hablado así a Genoveva. Nadie había desplegado un abanico tan amplio de conocimientos. ¿Cómo no sentirse impactada por un hombre tan diferente que le traía el perfume de los pinos en las laderas de las montañas, que la acercaba al borde de lagos en paisajes paradisíacos, que sentía una relación, una interacción con la Naturaleza que le era totalmente desconocida y nueva? Las bellezas naturales no las consideraba un hecho, un objeto a utilizar, sino un complemento de su ser, un reflejo del alma. Y luego, ¡era un manantial de conocimientos! Le nombraba escritores y obras de la literatura mundial que ella ignoraba por completo. Parecía una biblioteca con sus libros todos abiertos, de cuyas páginas saltaban las letras en busca de ojos y de oídos alertas.
Su encuentro representa el choque de dos culturas, de dos mundos diferentes. ¿Pero cómo reanudar estas salidas dada la vigilancia reinante en casa de los Fernández? Para mantenerse en contacto entre las fugas recurren al carteo. Las esquelas atraviesan las rendijas de la valla, obviando la supervisión de la guardiana, sencillamente porque esta descarta la posibilidad de toda comunicación con el exterior. La ingenuidad y la seguridad de la gobernanta resultan su mejor protección.
Genoveva tiene que destruir inmediatamente las cartas de su admirador por temor a un descubrimiento, mientras él guarda las suyas como un tesoro de gran valor. Con el pasar de los meses y de los años el contenido se va haciendo cada vez más directo, mostrando abiertamente los serios problemas en esta pareja tan dispar.
En primer instancia se encuentra la diferencia de edad: Genoveva a penas cuenta veinte años, mientras que Eduard entre medio ha cumplido los treinta. Ni que hablar que él tiene un horizonte más vasto, y con ello mayor madurez que ella. Genoveva aporta su magnífica educación con buenos modales, excelentes conocimientos de lenguas extranjeras, el francés y el inglés, aparte del alemán. Imposible impresionar como políglota a Eduard, ya que él también domina estos idiomas a tal punto que ambos suelen utilizar cualquiera de ellos con gran fluidez en su correspondencia. Para impactar a su galán, la joven impregna sus cartas con citas de autores leídos en clase, que a veces vienen al caso, y otras transforman el escrito en un rompecabezas enmarañado muy difícil de armar y de comprender. Su afán de demostrar tanto sus cuantiosas lecturas como su perspicacia vuelven extremadamente indigestas sus esquelas. Su complejo de inferioridad con respecto a Eduard se torna evidente. Ella, una de las estimadas herederas de la fortuna de los Fernández, agacha su siempre erguida y orgullosa cabeza ante un forastero sin nombre ni título nobiliario, un desconocido de porvenir incierto y de una nación altamente belicosa. Y este alemán, desprovisto de valor en una sociedad con la mira puesta exclusivamente en conexiones y vínculos de alcurnia, juega con la única arma que posee: su intelectualismo.
Genoveva va cayendo en sus redes. Este rubio buen mozo la ha pasmado. Jamás se había interesado por ningún hombre; como que si siempre hubiera estado esperando a este, tan distinto a los criollos comunes, tan distinguido en su palidez natural, tan seductor con sus ojos claros como el agua. ¡Cómo no iban a llamar la atención como pareja! Él rubio, ella morocha; él de ojos azules, ella de ojos negros; él alto, ella de estatura mediana; él de tez blanca, ella de tez bronceada; dispares como el negro y el blanco, como el agua y el fuego, Ying y Yang. ¡Pero con una atracción mutua como entre el imán y el hierro!
Genoveva se esfuerza por adquirir la estima y la aprobación de Eduard en lo que respecta a su desarrollo intelectual, su educación universal. Se apresura a leer cuanta obra le entrega o le recomienda su admirador. Con la música clásica tiene dificultades mayores. No es de su natural agrado y tiene que violentarse a escucharla y a sacarle algún provecho. Es un crecer que no está exento de sufrimiento. Teme las críticas de su gran maestro, su descontento con sus avances demasiado lentos y languidecientes. Su vida es una eterna carrera hacia la sabiduría, una constante lucha para acrecentar sus conocimientos, en realidad, solo para satisfacer a su querido:
„Es placentero ir a conciertos. Redactar redacciones es ...interesante. Adquirir conocimientos sobre el arte es muy necesario. Pero reconozco que mi ignorancia es ilimitada.“
Esta batalla desigual la lleva a menudo a un sarcasmo deliberado, único sable que tiene a su disposición contra la omnisapiencia de su amado. Así le escribe:
„Queridísimo Teddy,
¡Qué adorable eres!
Durante la siesta me imaginé que estaba hablando contigo, tratando de convencerte de mi buena disposición y de todos los conocimientos que realmente poseo, aunque tú no los adviertas. ¡No te enojes! Constantemente estoy estudiando. No te olvides de que me llevas 10 años de razonamiento, de experiencia y sabiduría. No puedes pretender que esté a tu altura.
Yo nunca me quejo de ti. ¿Por qué no puedes tú dejar de hacerlo conmigo?
¡A partir de ahora el arte va a dominar mi vida! Regirá una fuerza de voluntad férrea, ya basta de dudas pecaminosas.
¡No me hagas sufrir! Me pongo tan triste cuando te enojas aunque se te pase rápidamente. Te prometo que no me comportaré como un caballo malo. Al igual que un viejo buey toleraré todo y con mi cola mataré a las moscas, sólo en caso de que me molesten demasiado. Si tú lo ordenas me vuelvo musulmana. Me rindo ante mi destino, la dulzaina en los labios. ¡Todo por la dicha de poder tejerte tus medias! “
El tema se repite en otras cartas, porque se ve que la atormenta:
„Siempre te fijas en mis faltas, pero nunca haces hincapié en aquellas de las que carezco! En cambio yo en ti no veo nada criticable, porque te encuentro perfecto. Me intereso por muy poca gente, como tú sueles decir, pero cuando quiero a alguien me lo como de la punta al rabo sin preocuparme de las bacterias. ¿No te has puesto a pensar que no tengo joroba, ni piernas encorvadas, ni uñas largas como patas de araña, que no soy calva ni gorda?”
Pero ante tanta diferencia hay un sentimiento muy profundo que los une, y Genoveva no lo calla:
„No tienes ni idea de lo que te extraño. Me paso pensando en ti y hasta me dan ganas de llorar. No me digas que soy una estúpida, porque tranquilamente es lo que siento. ¡Si al menos supiera lo que estás haciendo! ¡No me critiques! Si tú estuvieras enamorado de un muchacho tan amoroso y tan admirable como lo estoy yo, ¡hasta tú, oso polar, lo extrañarías! ¡A mi regreso nos escapamos los dos y no volvemos nunca más! Eva“
Aplica toda su fantasía en la búsqueda de firmas diferentes. A modo de juego acorta su nombre a „Eva“ y repetidas veces a la simple inicial „E“. ¡De forma menos poética lo castra a un científico „Gen“!
Nuevamente el tema del amor:
„Mi oso malo, helado,
¿Por qué me torturas con tu frialdad? Abusas largamente de mi amor y de mi fidelidad. ¿Cómo es que un hombre con unas pestañas tan hermosas y tan largas puede ser tan malo? ¿Cómo puedes usar palabras tan duras a pesar de que dominas tan bien el castellano y que esta lengua es la de la cortesía y de la magnanimidad? ¿Cómo puedes ser tan cortante con esos tus dientes que aún no son tan malos como los de una dentadura postiza? Mi querido Teddy, te quiero tanto, que no quiero importunarte más con mi letra horrorosa. E“
Su amor le inspira fórmulas poéticas:
„¡Queridísimo amigo de mi alma!
Me paseo en sueños por una campiña en donde los árboles, el cielo y el aire, todos se llaman - Teddy. Y viviendo así entre osos simpáticos y rubios, ¿cómo crees tú que me vaya a ser posible comprender la vieja filosofía? Ahí me pongo a tejer y sigo tejiendo, porque las mallas son gente culta, con la que se puede conversar de ti, que siempre cuentan algo bueno sobre ti, ¡hasta cuando has estado malísimo!
Estoy acostada en la cama y te escribo para darte una alegría, pero no logro embocar en el tono culto y refinado. No desistas, ya lo lograré, pero cuando esté más concentrada. Ahora chau, me muero de sueño y de amor por ti, y ahora me ahogo en la bañera si no consigo volverte tísico. Gen“
Otras veces, al contrario, permanece claramente con ambos pies sobre la tierra:
„Si alguna vez te sucediera algo, si alguna vez fueras viejo o estuvieras enfermo, siempre estaré yo a la disposición para ayudarte en lo poco o mucho que pueda. Hace mucho ya que rezo por ti todas las noches, sin excepción. Rezo por tu felicidad personal y por tu patria, por tu reumatismo también. Tú no sabes todo lo que yo haría por ti, ni te imaginas las cuantiosas lágrimas que he derramado por ti. ¡Ay qué sentimental me he vuelto! Un adiós de tu Eva que siempre te está esperando en el cielo, fila cuatro al lado de la puerta.“
Como buena enamorada quiere ver conservada la vida de su enamorado:
„En la isla se ahogó un hombre, y no pudimos bañarnos hasta que su cuerpo no fue encontrado. ¡Así que cuidate y no te me ahogues! Si no, ¿para quién habré procurado servir para algo? ¿Y quién le va a enseñar al mundo que todo es basura y pavada sentimental? Yo me lo paso repitiendo a mis interlocutores asombrados (¡porque asiduamente repito todo lo que tú dices!), pero a mí me falta cierto poder de convicción y una picantería que sólo posee un verdadero mestizo como tú.
Otra cosa: ¿Matar o desplumar gallinas pertenece a la lista de cosas que debo saber hacer? Porque creo que tendré que tomarme unos siete whiskies para ser capaz de hacerlo...“
Y desde la casa de campo le susurra:
„¡Si no te veo pronto, me deshidrataré con las vacas! ¡Me hace falta tu vasta cultura!
¿Por qué no podrá venir mi querido inglés tan buen mozo, pero no sé si a ti te gustaría hacerlo? (¿No es admirable mi disciplina?)“
Lo tilda de inglés como juego, pero la atracción física es un hecho real:
„¡No te enfermes que no soporto a ingleses enfermos, aunque sean los más atractivos del mundo!“
Desea lo que todo enamorado, una señal de vida:
„Sé buenito y escríbeme pronto. Aunque sea: qua, qua, qua. Entonces al menos sabré ¡que te encuentras bien y que estás alegre! ¡No me olvides! Eva“
Y entremezclando la situación política que vive:
„¡Te extraño terriblemente! Hasta les deseo que ganen la guerra, aunque esto me pueda significar perderte. ¿Ves todo lo que soy capaz de sacrificar por ti?“
El tema de la guerra no la atañe demasiado y solo la menciona en una segunda ocasión:
„Para tranquilizarte te comunico que vuestra derrota me dolería tanto como a ti. Más aún, me dolería mucho. Tú sabes muy bien que siempre he amado a Alemania. Fueron solamente esas cosas feas que cuentan los católicos que me dieron rabia.“
Una vez comprometidos, el no name aceptado como futuro yerno, surge un impedimento real para la consumación del matrimonio. Estamos en el año 1943 y, según las leyes introducidas por el nacionalsocialismo en Alemania, un ario no está autorizado a casarse con un judío o descendiente de tal. Eduard tiene sus papeles en regla, ahora es el turno de la familia Fernández de demostrar que entre sus antepasados no existían judíos o renegados. Esto significa una bofetada para los suegros que consideran denigrante que se ponga en tela de juicio la pureza de su sangre. Mas Eduard, aunque alejado de su patria, está convencido de que obra correctamente y no consentirá en casarse, si la ascendencia de su novia difiere de la requerida por las autoridades de su país. Un duro golpe para la inocente enamorada:
„Que la frase concerniente a nuestra ruptura inmediata, en el caso de que se demostrara sangre judía en nuestra familia, me duele más que si me quemaran viva en un horno eléctrico, eso, claro está, tú no lo entiendes. Sino, no la hubieras ni dicho ni pensado.“
Pero todos los temores son infundados: La familia Fernández es de sangre limpia, de buenos católicos. No existe obstáculo para la boda, pero por eso no terminan los sufrimientos entre los dos, por ejemplo en la esquela siguiente, originariamente escrita en alemán:
„Teddy malo, mi ex-amigo querido,
No sabes cuánto sufre mi orgullo porque dices que no tengo buen estilo para escribir a como lo tiene Lisa. Pero ya he encontrado el consuelo apropiado: ¿Acaso escribo yo en mi lengua materna? ¿Por qué no me muestras los escritos de Lisa en español?
De todas formas, mi querido Teddy, mi amigo, mi tesoro, mi todo tienes razón que estoy muy, pero muy triste porque encuentras que Lisa es tanto más inteligente, más encantadora y simpática que yo. Y ni siquiera te puedo poner la tapa alabando la inteligencia y simpatía de otros hombres. Porque algo tan inteligente como tú, no lo he visto jamás sobre esta tierra. Y esos colores saludables, sobre todo en tu adorable nariz, no se encuentran en ningún otro muchacho.
Tú piensas que los celos se pueden sobrellevar. Pues no. Al menos no por dentro. Y tú quieres que me muestre a como soy de verdad.
Prométeme que nunca sentirás nostalgia por tu vieja compañera a como es obvio que Lisa siente por ti. Ella se tuvo que casar con un sustituto al igual que tantas otras mujeres, ya que los hombres son sumamente infieles. Te pido por favor que seas bueno conmigo nuevamente, porque me siento terriblemente infeliz sin tus brasas que me calientan.
De despedida un beso y nos encontramos próximamente en el infierno, fila tres, asiento dos. Gen“
Los celos son un tema recurrente:
„Mon chéri, me despido con la esperanza de que hasta el fin de tu vida sólo te encuentres con chicas horrorosas y férreas Sofías, y que descubras las cualidades excelentes de la creolina antes de que sea demasiado tarde.
Tuya in saecula saeculorum
Sra. Lippe“
Se inventa un nombre cualquiera para bromear. Pero ya ha penetrado en la psicología masculina y descarta una posible rival por las siguientes razones:
„A Anita no la puedes amar, por más fantástica que sea, porque ella por lo general te gana al ajedrez. ¡Eso, un hombre de carácter no lo perdona fácilmente!“
Mas la competencia con Lisa es tan grande y tan real que Genoveva hasta se la menciona en una carta a Hannelore, su futura cuñada, con la que corresponde poco tiempo antes de su boda:
„Yo soy un enano pálido, nada que ver con Lisa. Pero para el futuro le ruego que no le mande más a su hermano noticias de sus relaciones pasadas. Sino, en la tardecita, se pone a soñar en voz alta y a murmurar algo de un río de oscuras aguas, del diablo emponchado, y a mí sinceramente me da miedo. Le confieso, amiga mía, que eso de contraer matrimonio no es decisión fácil.“
¡Como si Hannelore no conociera las dificultades de la vida matrimonial! ¡La pobre, engañada y abandonada por su marido!
Ocasionalmente Genoveva eleva su voz crítica contra su novio, menciona su carácter iracundo:
„A veces me nacen instintos homicidas cuando te veo cumplir maquinalmente tus funciones, sos una masa informe que no se preocupa de otra cosa que de su vestimenta o de alguna ofensa imaginaria. Nuestro estado actual de felicidad posiblemente se acabe pronto, quizás para siempre. ¿Por qué no pasarlo amigablemente, sin resentimientos y sin amargura?
¡Te lo ruego, no te enojes, sé cariñoso conmigo! ¡Guarda tu bilis, que todavía la has de necesitar! ¿No podrías utilizar un poco de piedad, piété, pietate para conmigo? ¡No te dejes llevar por un ataque de furia leyendo esto, please! ¡Piensa en todas las crueldades que tu filosofía inventó contra mí y que yo he tragado callada, ecuánime!“
O se defiende mezclando todo tipo de conocimiento:
„Voy a hacer una disección de tu personalidad, para clasificarla de acuerdo a algún autor conocido como Racine, Corneille o Zola. Tú no eres más que una mezcla, nada de pura sangre. Una especie de combinación entre un plesiosaurio antidiluviano y una vaca futurista. Cuando hablas sobre Hornière (¿a quién se referirá?) o Beethoven y toda esa gente sorda y ciega, no pareces el mismo, estás distante, alejado. ¿Por qué darle tanta importancia a cosas muertas en una vida tan corta? ¡Espero que hayas podido descifrar mi letra de gata pero no mis pensamientos gatunos!“
Una vez inventa una fábula para comunicarle sus sentimientos:
„Yo soy descendiente de los perros. Algo me lo dice. A veces cuando mi perro Wolf me queda viendo, sus ojos se comunican con los míos y parecen decirme: „¡Pero míralo a ese profesor! Las pavadas que está diciendo. ¡Y de qué manera! ¡Como si fuera la Biblia! No cree nada de lo que se le dice. Además se ríe de la sabia y fundada opinión de otra gente. Es él quien posee la llave de la verdad. Ha penetrado en los misterios de la existencia y del futuro. Si alguien se atreve a contradecirlo, ¡ay de él!“
¡Yo protesto! Wolf hará bien en callarse la boca. ¡Osar criticar a este filósofo letrado! ¡Qué impertinencia, la suya!
¡Ya ves que siempre te defiendo, mi mono venerable! ¡Tú deberías hacer lo mismo conmigo!“
Aquí se considera descendiente de los perros, pero en realidad su animal mil veces preferido es el caballo, lo que la induce a decir palabras casi proféticas:
„Por favor no te olvides, porque es muy importante: Amo, adoro los caballos y tengo la intención de convertirme en uno cuando esté muerta. Tuya en el establo pero no en la tavola. Eva“
Y tan menospreciada se siente que intuye el poco valor que pueden adquirir sus cartas en las manos de Eduard:
„Realmente tengo miedo que tu calefacción no esté funcionando otra vez. Y es por eso que te escribo, mi pobre mono. Al menos tendrás material combustible que se quemará muy bien porque es natural. Sí, papel natural y de contenido correcto aunque yo no soy descendiente de los orangutanes.“
En este respecto, Genoveva se ha equivocado: a sus escondidas, Eduard conservará las cartas durante toda su vida, ¡y hasta las transportará entre los continentes y los hemisferios!
Genoveva encuentra una arma en su defensa contra la superioridad de Eduard. Es la ironía:
„ ¡Querido Eddy!
(Mira qué cariñosa soy)
Te deseo una vejez feliz, larga y exenta de enfermedad así como en lo posible de filosofía y llena de cosas inservibles. Quise pasar a felicitarte con un ramito de flores y unos hermosos versos, pero la portera me dijo que te hallabas en un éxtasis de Bruckner, ¡y preferí no molestar!
Cuando comparo esta cartita con aquélla del año pasado, toda salpicada de lágrimas, encuentro ésta extremadamente fría. Pero, claro está, a través del continuo trato con una heladera, uno va perdiendo sus combustibles.
Pero te aseguro que voy a pensar en ti cuando suenen las doce y el resto del tiempo también, a como acostumbro hacerlo constantemente, por desgracia. Tu regalo va a ser un huevo podrido, el mismo con que manchaste mi libro.
Espero que tu edad actual te va a sentar bien y que nunca más me dirás las cosas duras y amargas que cultivas en tu cráneo dolicocéfalo. Sino, ¡no te escribiré para el próximo, ni el siguiente, ni el subsiguiente, ni ninguno de los otros 22 de agosto venideros! Gen“
Desde el primer día Eduard se había percatado de la extraña vaguedad en la mirada de su Genoveva. Era un mirar sin percibir al otro. Un pasear sin vida de los ojos, sin interés por las beldades en su derredor. Una vista apagada de una alma muerta. Genoveva se había encerrado en su claustro interior. Al igual que una novicia, había tomado el hábito del silencio, rehusando durante dos años toda comunicación con sus padres. El mutismo, como la única forma de expresión. Porque ya no sabía cómo rebelarse contra su educación. No la comprendían. La cubrían de un uniforme en su propia casa, todos los hermanos vestidos iguales para simplificar la elección de la vestimenta. ¡Como si estuvieran en un orfanato! Eso sí, los trajes de los curas con todas sus delicadas puntillas se lavaban y sobre todo se planchaban meticulosamente y con el mayor esmero en casa de los Fernández. La señora controlaba personalmente la labor de la empleada. Pero a la indumentaria de los hijos o a la propia, no les adjudicaba ninguna importancia. La consideraba totalmente secundaria, mientras la religión ocupaba un rol central. A misa iba diariamente. En cambio Genoveva dudaba de la existencia de un Dios, si él significaba rigidez, inflexibilidad, falta de ternura, encerramiento, en fin la vivencia de su casa paterna.
Cuando Genoveva y Eduard se conocen, ella ya hace más de un año que está jugando el rol de cartuja. Los padres se desesperan. No comprenden la causa de su actuación. Se avergüenzan de ella. ¿Qué dirá la gente? ¿Que está loca? ¿Que ellos son incapaces de imponerse con la jovencita? Consultan un médico tras otro. La psicología y la psiquiatría no están muy avanzados en estas décadas. Estamos muy lejos de Viena. Se la interna. Se evalúa la posibilidad de administrarle electroshocks, pero se desiste. “¡Por suerte!”, como acotará Eduard décadas más tarde. Algunos medicamentos, sí. No hay mejoría. Los síntomas siguen inquebrantables. Un médico, por fin, trae calma: „¡No es nada! ¡Ninguna enfermedad ni deficiencia! ¡Es una reacción a vuestra educación, padres!“
¡Explicación inaceptable para los Fernández! ¡Ellos, con sus diez hijos, muy bien saben de qué manera se forma a los menores! Pero a esta primogénita no la consideran completamente normal. Terminan tolerándole su manía, a regañadientes. No hay modo de ocultar el defecto de la hija, e indefectiblemente tanto los familiares como los amigos están enterados.
Sin embargo, Eduard intercede. Reconoce al igual que aquel sabio médico que Genoveva solo se está rebelando contra la mano rígida de sus padres. Él consigue erosionar la actitud férrea de la joven, logrando que en pequeños pasos, Genoveva se vaya abriendo. Ella le relata sus progresos:
„Te voy a contar algo: ¡Me estoy volviendo terriblemente sociable! Me pasé toda la mañana en la playa con un sinnúmero de gente indecorosa y estuve charlando y contándole tantas estupideces, que la mayoría se pasaba riendo y preguntándome mi opinión sobre distintos temas. No sé si voy a continuar jugando este rol frívolo. Me parece que las niñas bien me encuentran fenómena. Una amiga me contó, que, a penas me había ido, estos burros se pusieron a preguntar: „¿Esta es la chica que...? ¡Pero qué bien está! ¡Pero cómo habla!“ ¿Te puedes creer? ¡Por lo visto habían pensado que me había quedado muda desde 1939!“
Y con el fin de transmitir a Eduard la percepción tan estricta y poco moderna de la vida por parte de los Fernández, le comunica la siguiente anécdota:
„Mi familia se va haciendo cada vez más famosa, ¡ya te lo demostraré! El otro día, mi abuelita se estuvo bañando en la playa con su traje de baño tipo Acción Católica, es decir de mangas largas, etcétera. De pronto se le acerca una multitud, y una señorita le alcanza muy respetuosamente una salida de baño. Mi abuela se asombró mucho, porque no entendía lo que estaba pasando. La gente pensaba que había entrado por error vestida o que se había caído al agua. Abuelita aprovechó el momento para comunicar con un leve acento extranjero que „en mi país la gente no tener necesidad de ponerse indecencias para bañarse.“ ¡A lo cual la muchedumbre contestó con grandes aplausos, los autos se detuvieron y hubo un gran bochinche general!“
A diferencia de su abuela, ¿qué ideas tan revolucionarias podrá albergar la mente de Genoveva que teme por ciertos escritos?:
„¿Sabes que me olvidé el cuaderno con mis composiciones sobre Jeanne d’Arc, etc. sobre la silla en mi cuarto? ¡Me muero de miedo de que lo lean!“
No es de extrañar que esta joven rebelde haya elegido a Juana de Arco como su ideal de liberación. Otra incomprendida, pero tenaz.
Y sigue haciendo adelantos y demostrando esfuerzos para mejorar su comportamiento hacia sus padres:
„Gran filósofo, ¿has hecho una reflexión filosófica sobre lo irónico de mi situación? Debo comportarme de forma agradable con mis padres, para inducirlos a que hagan una cosa poco agradable en sus ojos: Casarme contigo. Es decir, debo dominarme a mí misma para dominarlos a ellos. Si fuera curiosa, me preguntaría: ¿Por qué es que mis padres me quieren entregar „sana“? ¡Como si se interesasen por tu felicidad! ¡Pero igual me estoy portando fenómeno!“
En el fondo no les tiene ninguna confianza:
„En lo que respecta a mi alegría de vivir, te garanto que, apenas me haya liberado de mi familia, seré mucho más alegre. Y por eso te advierto seriamente que no te ligues a ellos porque eso sólo puede traer desgracias. Su amabilidad tiene un encanto que con el pasar del tiempo se torna peligroso. Nunca has querido comprender cuán extraña me he sentido siempre entre ellos. Aunque tú te burles, no deja de ser un hecho. Y tampoco pareces saber, ¡cuán protegida y cuán a gusto me siento contigo, mi príncipe!“
Genoveva, la princesita de la descomunal mansión de los Fernández, futura heredera de un gran patrimonio, descendiente de una estirpe reconocida y apreciada en su país, una apuesta joven, imaginada rodeada por un halo de felicidad y de todos los bienes terrenales imaginables, se queja y lamenta sobre este hogar lleno de imperfecciones:
„Tú no sabes lo que es, estar siempre relegada al segundo plano. Siempre lo he estado y con mucha razón ya que no poseo los méritos ni las cualidades de los demás.¡Esto no impide que tengo el fuerte deseo de conservar el primer lugar en el corazón de alguien que me lo ha concedido!“
Pero en realidad sabe muy bien que va a caer de las garras de sus padres en aquellas de su amado:
„La verdad es la siguiente: Tú me dominas a tal punto que bien eres capaz de doblegarme a tu voluntad. Entonces tendrás una marioneta obediente y no a tu Eva. ¡Y yo que pensaba que era ella a la que amabas! Si además de ser un psicólogo perspicaz tuvieras un corazón blando y tierno, me perdonarías mi amor poco razonable.“
Su pretendiente ya no exige solamente que la futura esposa se cultive, que estudie, también espera un acondicionamiento del carácter:
„Si tú me pidieras un relativo savoir-faire con la gente, lo comprendería muy bien: a nadie le gusta andar con un oso. Pero tú exiges, porque pedir es decirlo muy suavemente, que yo me convierta en una especie de .... pongamos de mi hermana Patricia. Es decir, una mujer de sociedad, de esas que entran con una sonrisa en los labios y una flor en la mano, en una sala repleta de señores y señoras copetudas, gritonas, aristocráticas. En realidad, lo que te gusta no es la mujer con cualidades, encantos y perfecciones. ¡No señor! Lo que te gusta es ser el objeto de la envidia de todo el mundo, te gusta que esa mujer entre en una sala y que la gente diga: „¡Pero, qué fenómeno! ¡Es la mujer de Gruber! ¡Qué tipo ha de ser ése!” Y todos asaltan a esa Greta que no se deja subyugar más que por un tipo, ¡„el tipo“!
Si tú sueñas con eso, debes desengañarte. Si el placer, tú lo esperas de la gente, no lo pongas en objetos humildes como yo. Piensa además que la mujer de sociedad que consienta que te quedes jugando al ajedrez mientras que ella hace los honores del nombre, no consentirá jamás a esa vida.
Tú me has desilusionado en muchos aspectos, debo confesarlo, como probablemente yo a ti. Cuando yo te veía en la Cultural, tan... sencillo, tan... rústico, aunque trataras de disimular estas flaquezas con tu afán de flirtear, me acostumbré a pensar que eras una persona a quien le costaba andar entre gente. Por otra parte, yo nunca oculté mi carácter esquivo, huraño, hosco; nunca fingí más desenvoltura de la que tenía. Así más tarde pensé: Dios los cría; el diablo los junta. Pero me has explicado que no, que lo que te gustaba en mí, era poder corregir mis defectos.
Yo te digo, si tú quisieras „verbessern“ (“mejorar”) como Bismarck, no sería nada; ¡pero tú quieres transformarme y me tratas como una pelota de fútbol. Lo malo es que no me quieres nada, quieres a la gente. Por eso tengo rabia y no tengo ganas de hacerte caso, aunque quizás filisóficamente tengas razón. Yo no quiero „travailler pour le roi de Prusse“.
En fin, te puedo asegurar que ahora odio a la gente diez veces más que antes. ¡Estoy harta! Estoy muy enojada contigo porque dices que te persigo. ¿Qué quieres? Los latinos somos así: Cuando queremos a una persona, queremos estar con ella, no con sus vestidos.
Pero ya que te quejas tanto, no te voy a perseguir más. Andate no más al demonio con Anita o con Petra o con quien te dé la gana. Yo no te llamo más para nada. Paséate con tu sombra que es tan distinguida y esbelta. Aspira tus olores. Admira tus uñas. Cepilla tu cabellera teñida. Renueva tu dentadura postiza. ¡Y no te quejes si tropiezas porque no me tienes a mí para mostrarte las piedras!“
A Genoveva le está claro cuál es la imagen ideal de la mujer para su novio:
„¡Mi querido!
¿No te resultaría suficiente si me comprara de golpe, en el momento, dos docenas de vestidos de seda, cuatro pares de guantes y otros tantos de zapatos? ¿O te gustaría que cantase un solo de Beethoven o de Fichte delante de un público selecto por la causa religiosa de nueve pequeños elefantes? ¿O que bailara la conga como Greta Garbo? Con 15 botellas de cerveza, te juro, que pondría knock-out a la más distinguida estrella de cine. Ves, dispongo de buena voluntad, ¡ayúdame pues a buscar!“
Nuevamente revela la falta de conocimientos bien fundados mencionando “un solo de Beethoven o de Fichte”. Fichte fue filósofo y no escribió música, mientras que el gran músico Beethoven no es justamente conocido por “solos” sino por sinfonías o sonatas. Genoveva trata de mostrar ilustración que no posee y que entrevera como si batiera un cóctel.
Indudablemente adelanta en otro sector, el sarcasmo, una arma que va refinando y que usa para darle una estocada a su amado en su punto débil, su arrogancia:
„¡Estimado Sr. Doctor!
Eres incapaz de vivir sin una masa de personas sonrientes y aduladoras. Te morirías si no pudieras mostrar tus rizos a alguien y si no pudieras vanagloriarte de alguna nueva conquista.“
La imaginación de Genoveva llega a tal punto que los pinta a ambos en una escena venidera, para dentro de veinte años:
„Veo a esta joven ya madura caminando rectecita por la vereda. Hace algún gesto amistoso a conocidos al pasar, saca la lengua ante la alta fachada de una iglesia, se pasa el lapiz de labio y con voz mandona exige la mercadería a los vendedores del almacén. De regreso en su casa, hace la comida, coce, limpia, lava los platos, escuchando encantada los sones fúnebres de Beethoven, las alegres serenatas de Bach, las piezas desenfrenadas de Bruckner.“ (Obviamente su cultura musical no se ha desarrollado aún satisfactoriamente, porque Bach no ha escrito serenatas, y Beethoven no se caracteriza por lo fúnebre, sino al contrario por la apoteosis de la alegría y por su romanticismo). „Pero de pronto suena el timbre. Ella corre con una sonrisa en los labios para recibir a su tesoro querido. Este viene en compañía de una belleza que se deja conducir de la punta de los dedos, burlonamente. Él, el adorado, tira el sombrero sobre el sofá, toma a su hermosura con ternura por el brazo mientras ordena: „¡Vamos, rápido, una taza de té! Me supongo que todo está pronto, ¿eh? ¡Apúrate, si quieres decirme buenas noches luego, raza inferior, caballo escapado!”
¡Quién diría que esta mujer moderna había sido antaño huraña, piadosa, devota, insociable y Othello! Son los progresos de la civilización que la han transformado.“
¿Dónde ha quedado la confianza del comienzo de sus relaciones cuando aún defendía a su adorado con fervor ante los ataques de sus amigas?:
„El otro día Mecha le decía a Patricia: „Los viejos son los peores. Se creen que las jóvenes son unos polluelos tontos e incultos, a los que hay que educar, se sienten como un padre y les dan órdenes como a una hija.“ „Nada de eso“, le contesté yo. „Ahora las mujeres vamos a hacer huelga. O somos las princesas o ya no tejemos más. ¡Y ya veremos si estos caballeros altaneros no se nos ponen de rodillas a implorarnos que les tejamos!“
Lo de los tejidos es otro tema que le duele a Genoveva ya que sus obras no reciben la admiración debida:
„¿Qué estará haciendo mi filósofo culto, sabio, de calzoncillos largos? ¿Ha salido al mundo con mi pullover blanco? ¿O se avergüenza de él? Aunque no termino de entender por qué te