María: corona poética de la virgen - José Zorrilla - E-Book

María: corona poética de la virgen E-Book

José Zorrilla

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María. Corona poética de la Virgen es un poema religioso escrito por José Zorrilla a cuatro manos con el también poeta José Heriberto García de Quevedo. En él se ensalzan los dones de la Virgen María desde una perspectiva tanto lírica como mística.-

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José Zorrilla

María: corona poética de la virgen

DON JOSÉ HERIBERTO C. DE QUEVEDO.

Saga

María: corona poética de la virginCover image: Shutterstock Copyright © 1849, 2020 José Zorrilla and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726561920

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de los Sres. Gullon, Lujan y Franco, quienes perseguiràn ante los tribunales al que la reimprima en todo ó en parte, conforme à la ley de propiedades literarias, y se tendràn por furtivos todos los ejemplares que no Heven el sello de la Agencia Hispano-Cubana.

 

Nota. Por causas independientes de la voluntad del Sr. Zorrilla, no pudo éste continuar á tiempo su obra de Maria. Los Editores deseosos de cumplir los compromisos que habian contraido con el público, llamaron, con aprobacion del Sr. Zorrilla, al Sr. Garcia de Quevedo, para que continuase en union del primero este poema. Posteriormente, otros acontecimientos entre los cuales ocupa el primer lugar la muerte del padre del Sr. Zorrilla, impidieron á este ayudar á su compañero; por lo cual, todo lo comprendido desde la página 130 del poema hasta su fin, es único y esclusivamente del S. Garcia Quevedo.

 

Al Gscmo. Sr. D. Manuel Joaquin

de Tarancon, Obispo de Dòrdoba

v Senador del Reino.

Los Autores.

PROLOGO

Este venturoso siglo de las luces y de la civilizacion, en que fue voluntad de Dios hacerme nacer, juzgará que al escribir el presente libro no he tenido mas objeto quo el de una lucrativa especulacion. El nombre de Maria, impreso en su primera hoja, y el sagrado asunto de su divina historia esparcido por las siguientes, juzgará que es solo el cebo de que he discurrido servirme para esplotar la devocion del pueblo católico de nuestra España; pero el siglo de las luces y de la civilizacion, á pesar de estos títulos que él mismo se aplica, y de los cuales quiera Dios que no sea ignominiosamente despojado por las edades venideras , se equivoca completamente.

Yo he escrito este libro bajo la inspiracion espontánea de una devocion sincera, concebida desde la niñez á la Madre de Dios, y á la luz de la fé pura y sencilla del Evangelio. Hé aqui una confesion que el siglo sabio afectará oirme con desdeñosa sonrisa, y que yo me complazco en hacerle sin desconcertarme ni correrme. Por el contrario: cáusame compasion contemplar á mi siglo en medio de la fortaleza de su ciencia y de su civilizacion, sin atreverse á confesar en voz alta sus creencias religiosas, porque teme á su vez servir de mofa á la despreocupacion, ídolo contrahecho y repugnante que él mismo se ha creado, en cuya esclavitud se ha constituido él solo, y al que se ha visto obligado á adorar, para encubrir la vergonzosa verdad de que ha dado la vida á un mónstruo, que ha esclavizado á su padre desde el punto en que nació. Yo tengo lástima y no miedo á un siglo que proclama la libertad y no osa decir lo que cree su conciencia, por un temor pueril del ridículo, quimera que solo existe en su imaginacion asustadiza, cuando en su conciencia y en su esperiencia está plenamente convencido de que sin fé, sin creencias, sin religion, no hay prosperídad pública, ni felicidad doméstica, ni ciencia, ni civilizacion, ni libertad. El siglo de las luces no puede ignorar esto, una vez que es sabio y debe conocer la historia de los siglos que le han precedido: la de todos los pueblos, la de todas las revoluciones le debe de haber convencido de esa verdad inconcusa.

¿Por qué, pues, avergonzarse de practicar los preceptos ó las devociones de la religion en que se ha nacido? ¿Por qué esconder en el fondo de la familia y relegar á la soledad de la alcoba las demostraciones de una fé, á la que no podemos menos de volver los ojos en las tribulaciones de esta vida de tránsito que arrastramos sobre la tierra? Ningun pueblo del universo, ninguna secta religiosa tolerada, tiene empacho en la práctica manifiesta de las devociones de su creencia; solo los Católicos en estos últimos años parece que nos proponemos dar á entender que tenemos por pobreza de espíritu las demostraciones esteriores de la fé que profesamos: como si las ciencias, la civilizacion y el progreso social estuviesen en contradiccion con Jesucristo, apóstol y mártir de la igualdad, cuya religion hace libres á los hombres en medio de la servidumbre, del cautiverio ó de la esclavitud. El sabio incrédulo, que sustituye el nombre de Dios con el de la naturaleza ante los espectáculos tranquilos de la creacion, como la presencia de las primeras flores, la salida del sol por encima de las montañas coronadas de nieve, y la alegre vista de las campiñas alfombradas con el movible tapiz de las mieses ya sazonadas y los viñedos que comienzan á verdear, busca en su corazon el nombre de Dios y no el de la naturaleza ante los espectáculos mas terribles con que esta le demuestra la omnipotencia de su Hacedor supremo; y en el fondo del camarote de la nave perdida y desarbolada por el huracan, no se acuerda de la naturaleza, en la que causas físicas producen la tempestad que amenaza sumirle en los senos inmensurables del mar irritado, sino de Dios que puede salvarle de la muerte próxima, y enviar á su alma un rayo consolador de esperanza en las tinieblas de la borrasca. El sabio razonador y el incrédulo filósofo, invocan el nombre de Maria con todo el fervor de que son capaces , cuando ven á los marineros del buque en que navegan, abandonar su casco maltratado á la merced de los vientos, y arrodillarse delante de sus escapularios invocando á gritos á la Madre del Redentor, entre los rugidos del trueno y á la luz de los relámpagos, únicas antorchas funerales que alumbrarán su sepultura, que ven abrírseles á cada momento entre las olas espumosas, que se desgarran bajo sus pies como una frágil tela de seda rasgada por el mercader.

Si la ciencia, pues, y la despreocupacion tienen al fin que acudir con espanto á la luz de sus olvidadas creencias, cuando ven cercana la lobreguez de la tumba ¿por qué yo, mas cuerdo y mas osado, no he de consignar en un libro las que, en las amarguras de mi existencia, han vertido sobre mi pobre corazon el bálsamo tranquilizador de la esperanza, sosteniéndome para luchar con la incertidumbre del porvenir nebuloso, y las mundanas tribulaciones?

Cuando niño, solo y descorazonado, lloraba yo sobre mis pobres versos, pensando en que jamás llegaria un dia en que recibiesen el honor de ser impresos, ni menos celebrados, volvia mis ojos arrasados de lágrimas á la imágen de Maria , invocando su auxilio para que me ayudase á conseguir una gloria profana, que era la ambicion de mi juventud, y por la que hubiera dado entonces la mitad de los dias que me restaban que vivir. — »Si yo lograse (decia yo á la Vírgen en mi infantil desvarío), si yo lograse un gran renombre que me diera crédito para con mi Nacion, yo cantaria tus alabanzas en versos apasionados y cadenciosos, y mi voz los derramaria sobre la atencion de mi pueblo con una magestad y una armonía semejantes á la de un rio fecundador que conduce sus ondas por las llanuras de una vega cubierta de flores.»

¿Y quién dice que Dios no ha otorgado al hombre el cumplimiento de la pueril ambicion del niño, para que el hombre cumpla á su vez la oferta que hizo el niño á su divina Madre?

Por eso he escrito esto libro; y creo que cumplo con un deber de mi conciencia dando esta esplicacion á los que tienen fé religiosa.

He tenido ademas otra razon, menos santa aunque no menos poderosa, para dedicarme á la composicion de la presente obra. La revolucion y las tendencias del siglo, franqueando mas ancho y seguro campo al ingenio y al saber, y libertando ála prensa de las trabas que anteriormente la coartaban, debia naturalmente de producir hombres grandes, cuyos pensamientos innovadores y avanzadas teorías, cambiaran la faz de nuestra España , abriendo los cimientos de el suntuoso alcazar de una civilizadora ilustracion, que debió seguir inmediatamente los pasos de la libertad. Esta era la hora de los grandes acontecimientos y reformas literarias, de las luminosas publicaciones, y de las útiles y necesarias fundaciones de escuelas é institutos, donde el plantel de nuestra juventud fecundado al sol de las sanas doctrinas y regado con los veneros de una sábia y prudente direccion, germinara y se robusteciera en la fe y en la ciencia, para elevar mañana á la Nacion al grado de prosperidad y al lugar digno que ocupó en otro tiempo entre las demas naciones de Europa. Pero hé aqui el siglo. La guerra civil, sin duda, y causas que á hombres mas sábios pertenece el escudriñar, vinieron á dar en tierra con tan halagüeñas esperanzas. El desórden consiguiente á la division del pais lo confundió todo en su torbellino, y dos demonios se levantaron en medio de este tumulto para desventura nuestra: el demonio de la especulacion y el demonio de la poesia. Del primero ingenios mas profundos hablarán en su dia; del segundo voy á decir yo algunas palabras: yo, que debo de conocer su historia, puesto que, adorador ciego del ídolo devastador, hé venido al fin á parar en torpe sacerdote de su deforme templo.

El demonio de la poesía se apoderó de la juventud y con ella de todas las clases de la sociedad. Una voz incendiaria, se alzó en el tumulto anunciando que era preciso derribar el edificio viejo de la literatura para reconstruirle: y cayeron las buenas tradiciones literarias bajo el peso de las desenterradas cántigas de los Trobadores, de los romances de Gaiferos y de la multitud de trobas lamentosas, desesperadas endechas y espeluznadoras leyendas que entonces á porfia se publicaron. Innumerables papeluchos aparecieron bajo el nombre de periódicos de literatura y artes. embadurnados con grotescos grabados y detestables litografías, los cuales, despues de vivir algunos meses con descrédito de las artes y de la literatura, murieron sin dejar siquiera un recuerdo y sin merecer una lágrima. Uno solo, cuya edicion esmerada y bellos dibujos eran acaso dignos de mas atencion y mejor fortuna, quiso entablar una razonada polémica á favor de las nuevas doctrinas, aunque cediendo tambien á la exageracion y virulencia de la época; pero juzgado con precipitacion, ó desapercibido entre los demas, concluyó su existencia, en su vigor juvenil, sin lograr el fin que se habia propuesto. Los periódicos políticos, á imitacion de los de Francia, abrieron su folletin á las letras, y un nublado de poesías insulsas y de noveluchas disparatadas se introdujo en las familias, para acabar de perder el juicio de los hijos desaplicados y de las hijas marisabidillas y romancescas. Este era tal vez el momento de la regeneracion literaria: este era el crepúsculo que debia haber sido precursor de un dia sereno, esplendente y fecundador para la literatura nacional; pero aqui como siempre la esterilidad del siglo de las luces sofocó las semillas próximas á dar fruto, y la revolucion literaria, como la política, por intentar remontarse á mas altura de aquella á que podian subir sus tiernas alas, se fatigó por mucho tiempo en inútiles y mal dirigidos esfuerzos. La revolucion literaria, con peor suerte que la política, paró al fin en una vergonzosa bacanal, en la que el demonio de la poesía embriagó á la juventud, descarriando ó embotando su talento, y un enjambre de melenudos poetas nos desparramamos por la Península para inundarla, hastiarla, y embriagarla á nuestra vez con los desdichados y repugnantes enjendros de nuestras imaginaciones calenturientas. Y hé aquí el siglo! Ni un solo genio poderoso, ni una voz pujante y avasalladora se levantó en aquel Pandemonium, capaz de acaudillar aquella juventud, falta solamente de una bandera, privada solo de un capitan prudente y audaz que utilizase las fuerzas que realmente poseia. lié aqui el siglo! No hubo un piloto que dominase aquella tripulacion desordenada, y que asiendo con brio el timon de aquella hermosa nave, próxima á salir del astillero para ser botada á la mar, la condugese magestuosamento sobre las ondas. El tumulto so apaciguó por sí solo, cansado y aniquilado por su mismo desórden: la juventud se desbandó sin gefe, y la hermosa nave de la regenerada literatura se pudrió en la playa, como una vieja é inútil barca abandonada por los pescadores. Los viejos y los maestros de la antigua escuela clásica, sorprendidos por la nueva y turbulenta generacion de poetas, se encastillaron en el silencio, ó se adormecieron en la inaccion indignados ó sobrecogidos. Los jóvenes se lanzaron en alas de su delirante fiebre, y guiados por sus ya viciados instintos, á cantar imaginarios pesares, en composiciones notables solo por sus bárbaras y monstruosas formas; y como para usurpar el título de poetas no se necesitaban años de estudios, certificaciones universitarias, ni testimonios académicos, el demonio de la poesia se arrellanó sobre un mismo trono con la guerra civil; y la magistratura, el foro, el ejército y todas las clases de la sociedad se vieron invadidas por aquel turbion de poetastros. Pronto tuvieron los mas que reducirse á ser imitadores de algunos pocos, que procurando salvarse del naufragio universal, llegaron á la ribera asidos á las rotas tablas de las antiguas tradiciones. La reaccion comenzaba á efectuarse, pero necesitaba tiempo; el gusto del público se habia estragado completamente, escaldado su paladar por los acres y venenosos manjares de los sangrientos espectáculos importados de Francia, y mas todavia por la multitud de abortos que los parodiadores de aquella horrenda escuela le regalaron. El demonio de la poesía estendió su maligna y emponzoñadora influencia hasta la cátedra de la verdad, y tal vez se habló desde el púlpito de la purísima y celestial belleza de las vírgenes y de las mártires complaciéndose torpemente en las descripciones de sus torneados brazos, de su cuello y hombros velados solo por sus rizados cabellos, y de su encantadora sonrisa, como pudieran describir los poetastros la hermosura impúdica de la dama de un castellano de los tiempos feudales, ó de la favorita de un príncipe Musulman.

Tendamos un velo sobre tan insensatas profanaciones: ni á mí me toca ser el denunciador de semejantes abusos, ni estamos ya á Dios gracias en aquellos lamentables dias.

Basta empero lo espuesto para esplicar otra de las razones que han influido en mí para emprender la composicion de mi libro de Maria. Yo soy uno de aquellos jóvenes calenturientos, que se empeñaron con obstinada tenacidad en penetrar á la fuerza en el templo de la poesía, y amparado por la fortuna y aplaudido por la multitud fascinada, publiqué infatigable volúmen tras de volúmen, escribiendo desenfrenadamente versos sobre versos, como si fuera cuestion de velocidad ó de ganar el premio de una carrera. Como cae mas fácilmente á las manos un volúmen de una obra mala que consta de veinte, que el único de que consta una obra buena, mi fecundidad monstruosa me puso en moda; fui mas leido que otros autores que en conciencia valian mas que yo, y los ciento cuarenta mil versos que llevo publicados me han formado, bien contra mi voluntad, un prosclitísmo, una escuela á cuya cátedra no he tenido intento de subir jamás: una cohorte de sectarios que sigue mis pasos, que copia mis pensamientos, que imita los métros en que escribo, que se abandona á mis errores y estravagancias, y que pone mis versos á cuestion de tormento para prohijarles, concluyendo por creerlos parto original de su ingenio, cuando ha conseguido descoyuntarlos alterando su sentido, quitando la armonía á alguna feliz combinacion de palabras, ó destruyendo la solidez de construccion, que lógro dar alguna vez á pocos de los muchos que lié producido: pero sin que en estas correcciones suyas gane nunca nada mi primitivo pensamiento, ni en claridad, ni en armonia, ni en robustez, ni en precision. Lo mismo sucede á los demas escritores que han alcanzado por su mérito real y constante laboriosidad la reputacion que yo alcancé por el favor de la suerte y la oportunidad de mi aparicion en la escena literaria: pero mis prosélitos son intolerables y lo que es peor, infinitos. Considerando, pues, que no debo contribuir á la perdicion de sus almas, como he contribuido (aunque involuntariamente) á la perdicion de sus ingenios, he determinado variar de rumbo y dedicarme á la poesía sagrada: con lo cual, dado caso que no se aparten de mis huellas, sus rapsodias no ofenderán á la moral, no despedazarán la historia y las tradiciones, no indignarán el buen juicio de las gentes sensatas, que me tomarán al fin por su caudillo voluntario, y al menos sus versos, si los escriben con fé sincera, serán atendidos en el cielo, aunque no sean apreciados sobre la tierra. Acaso sus almas me deberán la dicha de ser bien recibidas en el Paraiso despues de su muerte, y la sociedad me será deudora de un gran bien, puesto que, dando á mi escuela direccion tan santa, mis discípulos la darán buenos y piadosos ejemplos, ya que no bellas y castizas producciones.

Y esta es otra razon de las que he tenido para escribir este libro, y creo que cumplo con un deber de mi conciencia dando esta esplicacion á los que tienen fe literaria.

En cuanto al mérito é importancia que pueda yo atribuir á esta obra mia, poco tengo que decir: los que me conocen saben el poco aprecio en que tengo yo mis escritos. Maria es la obra del cristiano, no la del poeta. El poeta la tiene en tan poco como á sus demas obras: el cristiano la tiene en tanto como á su salvacion.

Mi corona poética de la Vírgen, ni en su argumento ni en su desempeño, tiene la pretension de la originalidad. ¿Qué dirá el poeta de Maria que no hayan dicho los Santos Padres de la Iglesia?

Fácil me hubiera sido atestar de notas mi obra; pero no aspiro á pasar por erudito á los ojos del vulgo: los libros de donde pudieran tomarse notas para semejante obra son conocidos de todo el mundo, y la vida de la Vírgen últimamente publicada por el abate Orsini, contiene todo cuanto en esplicaciones y notas puede desear el curioso devoto.

Escaso de ciencia, é insuficiente de todo punto para llevar á cabo el divino pensamiento del libro de Maria , declaro que le someto sin restriccion al juicio de la censura eclesiástica; y si mi ignorancia me arrastra á estampar en el contesto de mi obra alguna proposicion, alguna idea ó alguna palabra que no esté en armonía con los dogmas y doctrinas de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, desde ahora para entonces protesto que son involuntarias, que me retracto de ellas y que quiero se las considere como no proferidas.

 

Jose Lorrilla

 

Madrid l,° de Enero de 1849.

INTRODUCCION.

Voy á contaros la divina historia

de una muger á quien el alma mia

adora, y de quien son nombre y memoria

objetos para mí de idolatría.

Bella cual la esperanza de la gloria,

no se aparta de mí noche y dia

su casta imájen: mi pasion, mi dueño,

con ella vivo, con su imájen sueño.

Templo es mi corazon en donde mora:

la conocí y la amé desde tan niño,

que de mi infancia dividí la aurora

entre mi madre y ella mi cariño.

Su imájen tuve en primera hora

en frente de mi cuna: el desaliño

del lecho maternal me la dejaba

ver, y yo por mi madre la tomaba.

Su nombre fue el primero que mi labio

aprendió á balbucear: nombre tan suave,

que se le hiciera al contemplarle agravio

al són del agua y al trinar de el ave.

La ciencia ruin de el Universo sábio

otro mas dulce componer no sabe:

porque es su nombre bálsamo que calma

el mal del cuerpo y el pesar del alma.

La tierra al despertarse le murmura

percibiendo la luz del nuevo dia:

vaga en las tinieblas de la noche oscura:

reposa en un rincon del alma mia.

Yo le invoco en mis horas de amargura,

le bendigo en mis horas de alegría;

tres veces cada sol mi fé Cristiana

le oye del sacro templo en la campana.

Al oir ese nombre soberano

Satán huyendo amedrentado ruje

y el alma suelta que apresó su mano:

el mar se aduerme, que soberbio muje:

tórnase el huracán aire liviano:

espira el trueno, que rodando cruje

se disipa en la atmósfera la peste,

y Dios aplaca su furor celeste.

Yo idolatro este nombre. El mundo entero

sabe ya que le adoro: yo le hé escrito

mil veces en mis versos y le quiero

escribir otras mil. Nombre bendito,

luz de mi fé, de mi placer venero,

quiero que halle en mi vóz eco infinito,

quiero que dure más que mi memoria,

quiero que alumbre mi terrena gloria.

Quiero que de la tumba que se cabe

para que el polvo de mi sér reciba

sobre la piedra funeral se grabe:

quiero que el dedo del amor le escriba

sobre mi corazon, para que lave

con su pureza mi maldad nativa:

porque la tierra, á su vital contacto,

deje por él mi corazon intacto.

Y quiero, al dulce són del arpa mia,

celebrar á la faz de el Universo

de este nombre la santa poesía,

con vóz solemne y cadencioso verso.

Quiero el viento llenar de la armonía

de este glorioso nombre, y que disperso

por sus espacios mi cantar resuene,

y que su nombre el Universo llene.

Azucenas de abril, dad á mi aliento,

al pronunciar su nombre, vuestro aroma:

auras de la arboleda, el suave acento

dadme del ruiseñor y la paloma,

en palabra al tornar mi pensamiento:

plantas donde su miel la abeja toma,

dadme de vuestros jugos la dulzura

al hablar de su gloria y su hermosura.

Espirad á su nombre terrenales

cantares y profanas relaciones:

desvaneceos vientos mundanales

que embrabeceis el mar de las pasiones:

venid á oirme y preparad, mortales,

á la luz y al placer los corazones,

porque en verdad os digo que és su historia

mas grata que los himnos de la gloria.

Venid á mí, los que creeis que existe

otro mundo mejor que nuestro mundo:

venid, los que buscais la sombra triste

del solitario altar, en lo profundo

del templo abandonado, que resiste

al vendabal del siglo furibundo:

venid y os bañareis en la ambrosía

del dulcísimo nombre de Maria.

Maria, emanación del puro aliento

del infinito creador: Maria,

augusta emperatriz del firmamento,

gozo del triste, del perdido guia,

madre buena de el huérfano, alimento

del alma casta, luz que en la agonia

mas allá del sepulcro, en lontananza

alumbra la region de la esperanza.

Maria, arca sellada, guardadora

del tesoro inmortal de la clemencia

de Dios; sér de sér, fe del que ora,

santuario del pudor, de la inocencia

pabellon perfumado, sombreadora

palma triunfal del Gólgota, escelencia

de los mundos creados, poesia

del paraiso, y gérmen de la mia.

Tal és el nombre y la muger que canto,

tal és el nombre y la muger que adoro:

yo me prosterno ante su nombre santo,

y á la señora e los cielos oro.

Débil mortal, cuando me atrevo á tanto,

que nada soy para quien és no ignoro:

mas me infundió mi madre su cariño

y no puedo olvidar mi amor de niño.

¡Oh Reina del zenit resplandeciente!

voy á ser el cantor de tu existencia:

mas tus ojos alumbran el oriente,

los astros de placer á tu presencia

tiemblan, corona el sol tu réjia frente,

calza tus pies la luna, tu escelencia

no alcanza á comprender la criatura...

¿qué ha de decir de tí i lengua impura?

Tú, empero, inspiracion vendrás á darme

para hablar de tu gloria soberana:

tú me darás vigor, para elevarme

sobre el turbion de la impiedad mundana;

tú vendrás con tu manto á cobijarme

cuando al morir me dén tumba cristiana,

y yo á tus pies invocaré tu nombre

libre al partir de la mansion del hombre.

Dios me inspiró al nacer la fé en que vivo,

y Dios, mi fé para cantar, me ha dado