Razón fronteriza y sujeto del inconsciente - Jorge Alemán - E-Book

Razón fronteriza y sujeto del inconsciente E-Book

Jorge Alemán

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¿Qué llevaría a dos psicoanalistas lacanianos a interesarse por la filosofía del límite y la razón fronteriza? ¿Qué les motivaría a conversar con el autor de toda una topología filosófica sin más centro que las fronteras? La filosofía de Eugenio Trías despliega un pensamiento del límite donde todas las centralidades de la tradición metafísica occidental (Dios, el Espíritu o la Sustancia) son derrocadas y sustituidas por un vacío incognoscible. Pensar el límite es ahondar en el misterio, abrazar la oscuridad del Otro, asumir el vértigo como el ánimo propio de la filosofía. La pregunta es más bien cómo no pensar ese misterio, esa selva, como una de las formas que adopta lo inaprensible del inconsciente. Esta conversación, entre filosofía y psicoanálisis, es la exploración de todos esos abismos.

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© De los autores: Jorge Alemán y Sergio Larriera, 2020

Corrección: Marta Beltrán Bahón

© De la imagen de cubierta:Foto Realizada por Blanca Samaniego en el Museo Arqueológico Nacional, Madrid, el 10 de Febrero de 2004.Intervenida por María Alemán

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, febrero 2020

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2020

Preimpresión: gama, slTravessera de les Corts, 55, 2.º 1.ª

ISBN: 978-84-16737-84-0

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

ÍNDICE

Portada

Créditos

Índice

Testimonio

I. FILOSOFÍA DEL LÍMITE E INCONSCIENTE

Vida y pensamiento. Psicoanálisis en acto

Vértigo y sueño

La plaza

Una pesadilla «epistemológica»

Excelente interiorista: gran urbanista

Espacio-luz

Diferencia ontológica o topología

El fin de la metáfora esférica

Los tres cercos

Analítica del fronterizo

El psicoanálisis y la comunidad intelectual en España

II. LA RAZÓN FRONTERIZA Y EL SUJETO DEL INCONSCIENTE

Quién es Eugenio Trías

El cerco fronterizo. Materialidad y operaciones

El sujeto del inconsciente es un sujeto fronterizo

El olvido en la topología del límite

Topología del imperativo ético

III. ROBERT SCHUMANN EN EL LÍMITE

Aproximación psicoanalítica a la filosofía del límite

La locura de Robert Schumann

El Tema Principal

El salto hacia el espacio-luz

Los tres cercos

Referencia

IV. LA CUESTIÓN DEL TIEMPO

Participantes en el coloquio

Bibliografía referenciada de Eugenio Trías

V. ESPACIO-TIEMPO EN EUGENIO TRÍAS

Presente de la experiencia / experiencia del presente

VI. CODA

TESTIMONIO

El texto que presentamos, en sentido estricto, es un testimonio.

Un filósofo, Eugenio Trías, que se hallaba en pleno proyecto de elaboración sistemática de una obra filosófica, sometida a un permanente ajuste y revisión en relación a su idea central: la razón fronteriza. Dos psicoanalistas, que bajo la égida de Lacan intentaban extraer de su enseñanza una «antifilosofía lacaniana» que perturbara los modos ya instituidos de la trasmisión del psicoanálisis.

Lo que otorga su radical singularidad a este testimonio es la expansión transversal que se intenta alcanzar en el choque de un pensador español identificado a la propuesta de su Idea filosófica con dos psicoanalistas que aceptaron instalarse en la frontera propuesta, más allá de las corrientes filosóficas y psicoanalíticas imperantes de la época.

Es en este aspecto que se puede apreciar en las conversaciones e intervenciones presentes en este libro el carácter de aventura de las mismas.

Aventura que compartimos con quienes se involucraron en esa travesía.

De la labor asumida en aquellos tiempos permanece como huella indeleble una silenciosa amistad con Eugenio.

I

FILOSOFÍA DEL LÍMITE E INCONSCIENTE

Conversación con Eugenio Trías28 y 29 de marzo de 2003

Vida y pensamiento. Psicoanálisis en acto

JORGE ALEMÁN y SERGIO LARRIERA: ¿Qué lleva a dos psicoanalistas lacanianos a estudiar la filosofía del límite y a interrogar a su autor? ¿Cuáles son las afinidades, resonancias y problemas en común entre la novedad en lengua española que es la filosofía del límite y la «analítica del fronterizo» que la misma implica, y el psicoanálisis de orientación freudo-lacaniana?

A lo largo de esta conversación intentaremos que comparezca la respuesta a estas preguntas. Pero de entrada, para reafirmar la pertinencia de estas cuestiones, nos podemos referir a su último libro, El árbol de la vida, en uno de cuyos capítulos, el titulado «Viaje iniciático», en la página 440, usted sostiene lo siguiente: «...y el psicoanálisis se me aparecía ya entonces como el talismán propio de nuestra época y condición para que ese viaje pudiera llevarse a cabo, era el instrumento y alimento de nuestra edad para realizar el único imperativo ético que siempre he reconocido, el imperativo délfico y socrático que dice así: conócete a ti mismo, conoce tu propia medida».

El árbol de la vida esun libro muy peculiar, porque el lector no se encuentra con la trampa del libro de memorias que no exige ninguna dedicación intelectual. Estas memorias, por el contrario, piden ser leídas con atención, aunque no están escritas de un modo críptico. Deconstruyen el género de las memorias. No son un mero relato autobiográfico, ni una épica psicológica que busque la complicidad del lector por la vía de la identificación.

La idea es empezar por las «memorias», por el significado actual que tienen; entendemos que son algo más que «memorias». Hay algo metodológico, algo esencial de su pensamiento, de su concepción de la filosofía, de la escritura, de la vida, que se pone aquí en juego, según esa especie de máxima que usted había formulado en La Edad del espíritu,donde vida y pensamiento sustancialmente son la misma cosa. Cuando vida y pensamiento son la misma cosa, el compromiso del filósofo con el psicoanálisis, compromiso excepcional, suscita necesariamente nuestra atención.

EUGENIO TRÍAS: Me he pasado la vida cuestionando los géneros tradicionales a través de los cuales suele exponerse la filosofía. He escrito multitud de ensayos que parecen tratados, u otros tantos tratados que en cambio tienen nítido carácter ensayístico. En un reciente artículo en Babelia, en El País, Ana María Moix lo subrayaba; el artículo se titulaba: «Una vida en cuatro movimientos», y era una reflexión crítica efectuada con máxima solvencia de mi libro El árbol de la vida.

Esta peculiaridad de mi escritura, o de la forma en que expongo mi pensamiento, me ha valido mucha incomprensión también. Recuerdo unas aproximaciones que hice, hace años, al pensamiento de Joan Maragall, que tampoco era posible encuadrar en ningún género existente. Muchos especialistas se sintieron invadidos en sus territorios, y la reacción habitual ante esto es, siempre, rechazar al forastero. Un ensayo mío titulado «La Cataluña ciudad», que versaba sobre Maragall y D´Ors, que no sobrepasaba las sesenta páginas fue contestado, con máxima agresividad ad hominem, por un ensayo de crítica de casi cuarenta páginas.

Libros míos como La edad del espíritu desconciertan a los especialistas, o al gremio académico de estrechas miras que tanto abunda en la universidad. ¿Es una filosofía de la religión, o una filosofía de la historia, o una historia de las ideas, o un remedo hegeliano de la conjugación de historia y sistema? Y así sucesivamente.

Con todo lo cual voy creando por todas partes «daños colaterales» (como está ahora en boga decir). Y abundan los agraviados porque muestro el carácter convencional, anquilosado y caduco de muchos de estos compartimentos estancos, detrás de los cuales siempre hay algún mezquino interés, alguien que ha montado su pequeño negocio; por ejemplo, en el terreno del «memorialismo» (¡vaya una especialidad más pintoresca!).

Y está muy claro que romper géneros es algo que se paga caro. Pondré dos ejemplos musicales muy ilustres: Beethoven rompe los cauces del cuarteto al final de su vida; resultado: un siglo de incomprensión. Mahler escribe sinfonías que son, de hecho, como señala Adorno, novelas enciclopédicas; resultado: cincuenta años en que nadie se lo tomaba verdaderamente en serio en su calidad de sinfonista. Pero debe recordarse la frase de Otilia en Las afinidades electivas de Goethe, en su Diario: «Lo que es excelente en su género rebasa siempre el propio género».

Por todas estas razones comienzo mi libro abriendo una cascada de interrogantes relativos al género de El árbol de la vida. ¿De qué se trata? ¿De unas memorias, de unas confesiones al estilo de Agustín de Hipona, de una autobiografía intelectual, filosófica, de una reconstrucción de la propia memoria e identidad a través de una «novela formativa», al estilo del Wilhem Meister? Dejo abierta la cuestión, con la esperanza de que el lector, si es avispado, pueda responderla.

Yo he escrito ese libro con una prosa que todo el mundo que sabe leer pueda entenderla. Diría lo que decía Mozart a su padre en una carta, comentando un concierto para piano que acababa de escribir: «Está escrito para el entendido, pero también para el que simplemente desee disfrutar de la música. Sólo está vedado a las Orejas Largas». El problema es que son extraordinariamente abundantes, como Mozart pudo comprobar a lo largo de su vida, los Orejas Largas (los asnos, las acémilas). Y esos también se acercan a las obras, mostrando en palabras y obras su «alto entendimiento» (como diría Mahler).

Mi libro es, más que un libro de «memorias», un libro en el que se expone y relata la experiencia que he podido hacer con mi propia memoria, o con lo que de ella me llega a partir de los treinta y tres primeros años de mi vida, que además coinciden con un mundo hoy claramente pretérito (las memorias se cierran un año antes de la muerte de Franco).

Y desde luego en ellas hay un diálogo constante, vivo, implícito y explícito, con el psicoanálisis. Me acerqué a él desde muy pronto. Tuve una experiencia psicoanalítica con Luis María Esmerado que duró cinco años, entre 1976 y 1980, en una época posterior a la que relato en El árbol de la vida. El psicoanálisis ha sido siempre, para mí, una referencia necesaria; efectivamente, lo he comprendido como la posible concreción, en el mundo en que vivimos, del imperativo délfico «conócete a ti mismo».

J.A. y S.L.: A diferencia de otros textos suyos, donde las referencias teóricas a Freud siempre están presentes, aquí en su escritura se produce una suerte de psicoanálisis en acto, donde incluso la propia realidad de las instituciones es captada como un resto diurno.

E.T.: Quizás por eso este libro, El árbol de la vida,que es uno de los libros de filosofía que he escrito del que más satisfecho me encuentro, sobre todo por la adecuación entre su ambiciosa estructura formal y el contenido de ideas que en él se vierten, provoca tanta empatía y simpatía en mucho lector, y tanto rechazo o fobia en alguna minoría que se cruza con él.

Y es que el psicoanálisis, cuando es de verdad, provoca siempre esta duplicidad en la recepción, máximamente en un país, España, en donde ha debido siempre vencer grandes resistencias, pues a causa de sus tradiciones altamente gazmoñas, clericales y carcamales, de un derechismo vital extraordinariamente arraigado, siempre produce aversión y sonrojo aquello que Freud puso sobre el tapete: la sexualidad; sobre todo la experiencia y la conciencia (o expresión verbal) de la propia sexualidad.

De hecho hay dos aspectos en los que ese implícito diálogo con el psicoanálisis aparecen en primer término en mi libro; o mejor, como ustedes dicen con acierto, en los cuales mi libro constituye una suerte de ejercicio práctico del psicoanálisis, o de psicoanálisis en acto.

En primer lugar, el material onírico que está tan presente en El árbol de la vida, sobre todo en su «primer movimiento», y que en cierto modo destaca algunos sueños como particularmente relevantes y decisivos para comprender la manera como se constituye y construye una identidad (la del personaje que soy, y que en el libro es sometido a reflexión analítica y crítica).

Por ejemplo, el importante sueño del eje de la Tierra, que es, quizás, uno de los más importantes «motivos conductores» (para decirlo al wagneriano modo) de todo el libro, ya que aparece y reaparece una y otra vez. Pero así mismo el sueño de la «fecundidad» (o del leitmotiv «fecundidad», o «aptitud creadora», pues así se le podría llamar, el relativo a la hinchazón de la cabeza, y por supuesto del vientre materno).

El segundo aspecto que llama la atención de mi libro es el modo en que presento la sexualidad, mi propia sexualidad. Y es que eso es una exigencia y un compromiso ineludible para todo aquel que hace una experiencia de testimonio de la propia memoria en una época que se inaugura, hacia 1900, con el gran discurso de Freud sobre los sueños y sobre la sexualidad.

Ocultar, solapar, omitir o no tener en consideración este aspecto crucial y decisivo de nuestra conducta y experiencia arruina toda verdad de la memoria, y toda posible exposición de la misma encaminada, como es de rigor en el ámbito de la filosofía, a hacer y decir verdad. Ése fue, desde luego, mi objetivo en este texto: hacer y decir verdad. Por eso, aunque en el libro hay rigurosa selección, este componente de mi identidad, tan relevante, está por supuesto destacado y tratado.

Vértigo y sueño

J.A. y S.L.: Una vez anunciada su relación con el inconsciente podríamos empezar a comentar esa decidida y valiente relación que usted tiene con sus propios sueños, y con un síntoma capital en su vida (y que, a la vez, es un concepto fundamental en su filosofía): el vértigo.

Cuando introduce la cuestión del vértigo llega a decir que es algo del orden de la confesión. De hecho es mucho más: usted ahí está asignando al vértigo un papel en el desarrollo y en la fundamentación de su escritura filosófica. Es algo que va mucho más allá de la simple confesión, algo que resulta ser necesario respecto a sus desarrollos teóricos, y en el mismo sentido, la exposición minuciosa y con un peculiar encanto de todo ese material onírico, incluso del que usted promete, mencionando que hay varios cuadernos de meticulosas anotaciones según las prescripciones freudianas de escribir al despertar.

E.T.: He querido dar una prueba biográfica de una de las ideas cruciales de mi proyecto filosófico. Como ustedes saben, asigno al vértigo un sentido semejante al que en las «filosofías de la existencia» (desde Kierkegaard hasta Jaspers, Heidegger o Sartre) se asigna a la angustia.

Se trata, para mí, o para la filosofía del límite, de una emoción fundamental, en el sentido de que permite convalidar, desde el ángulo de los afectos, o de la inteligencia emocional, como suele hoy decirse, lo que en forma objetiva se puede determinar como el espacio del límite. El vértigo es la emoción que nos muestra el límite como una evidencia metodológica y filosófica. Y el límite aparece entonces como lugar de prueba, de experimentación, y hasta de definición de lo que somos. Así lo expongo sobre todo en una obra particularmente reveladora de lo que estoy diciendo, que es Ciudad sobre ciudad; sobre todo en el importante capítulo titulado «Las pasiones filosóficas».

Pues bien, en El árbol de la vida relato o narro un episodio de mi vida que puede permitir cierta explicación de mi especial sensibilidad en relación al vértigo; también en referencia al impacto que la gran película de Hitchcock me produjo desde que la vi por primera vez.

Hablo, como habrán podido comprobar, de la consternación que me produjo en mi infancia el atropello de mi hermana, la que me sigue en el orden familiar (yo he sido el mayor de una familia de ocho hermanos). Un automóvil la atropelló; pudo morir, pero de hecho se repuso sin ninguna consecuencia. Y yo me sentí culpable, pues en cierto modo le induje a un juego peligroso al atravesar una y otra vez una peligrosa carretera de un pueblo costero cercano a Barcelona (Vilassar de Mar). Bien, en el libro está narrado el episodio, y entroncado así mismo con mi experiencia del vértigo.

Y tras esa epifanía de mi memoria, a la que consagro la exposición, se inicia entonces el recuento de algunos de mis sueños más importantes, como es la pesadilla referida al eje de la Tierra, a la que consagro muchas páginas; esas páginas que a muchos lectores son las que más le gustan, por su intensidad, de todo el relato, y que, en cambio, a personas sin sensibilidad les pueden parecer irrelevantes.

De nuevo aquí debe recordarse la carta de Mozart a su padre, o la canción del Wunderhorn de Mahler «Elogio al alto entendimiento» (el del juicio que un asno efectúa al escuchar el canto de un ruiseñor, que le parece demasiado complicado, y el del cuclillo, que es el que finalmente se lleva el premio).

Pero vuelvo a las «pasiones filosóficas» de que hablé en Ciudad sobre ciudad. El vértigo es, junto al asombro, y al amor-pasión, la emoción que me orienta hacia el concepto de Límite. Por cierto, escribí ese capítulo, y en general todo el libro Ciudad sobre ciudad,después de haber escrito el borrador de El árbol de la vida, libro que en sus trazos más generales estaba terminado ya, como indico en el prólogo y dejo constar al final del libro, en 1999.

Ciudad sobre ciudad fue un libro de síntesis que pude hacer una vez efectuada esa experiencia radical con mi propia memoria, y con sus huellas y testimonios, a través del texto que sirvió de base a El árbol de la vida (y que luego, durante tres años, corregí, recorté, mejoré y volví a redactar en muchos de sus apartados).

J.A. y S.L.: Es interesante este dato de la secuencia de producción. Primero las memorias y luego Ciudad sobre ciudad, porque inclusive aquí aparece especialmente destacado, cosa a la que íbamos a ir de alguna manera en esa especialísima relación con su abuela materna, en esa visita al museo de la ciudad; ahí surge esa idea de una ciudad, la Barcelona actual, edificada sobre las ruinas de otra ciudad, la romana. Eso fue a los doce años más o menos, según calculamos.

Desde entonces, dice usted: «Toda la vida busqué sin encontrar el pretexto de escribir un libro titulado Ciudad sobre ciudad». En esa fórmula se construye un deseo a partir de esa experiencia de la visita al museo de la ciudad, un deseo en su carácter indestructible. Toda una vida para encontrar la excusa para escribir un libro que llevara por título Ciudad sobre ciudad.

E.T.: Ciudad sobre ciudad es un libro de síntesis en que utilizo la gran metáfora filosófica de la ciudad, que Platón consagró en esa carta magna de la filosofía que es, a mi modo ver, su República, su Politeia, para ordenar aquellos ámbitos que en libros anteriores he ido explorando y colonizando. Evoco la correlación del hombre y la ciudad con que se inicia el texto platónico, y evoco así mismo el rito simbólico mediante el cual se inauguraban las ciudades en la antigüedad grecolatina, según lo reconstruye de manera excelente Joseph Ryckwert en su gran libro La idea de ciudad. Allí se advierte la duplicidad entre la ciudad celeste, que el Augur observa, o «contempla», y la ciudad terrestre, en donde proyecta lo que en el cielo ha contemplado.

Todo lo cual me sirve para ordenar mis incursiones en los distintos ámbitos de la ciudad que la filosofía (del límite) se construye: en el terreno estricto del conocimiento filosófico, en su proyección práctica, o ética, o bien en el ámbito simbólico de las formas del arte (con las que dialoga), o en el simbolismo que da sentido y mediación a la referencia a lo sagrado (o la expansión de la filosofía del límite hacia un diálogo con la religión).

En filosofía, donde también abundan las Orejas Largas, como en todas las cosas de la vida, esta actitud aventurera que se trasluce en esas incursiones por los distintos ámbitos o distritos de la Ciudad del Límite, puede evocar, en mentes algo suspicaces, el viejo fantasma de la «voluntad de sistema». Pero sucede que hay también quienes, llamándose filósofos, muestran hasta la saciedad hasta qué punto la filosofía les importa bien poco, o no les interesa en absoluto. Y la filosofía, siempre, hoy como ayer, intenta descubrir, a través de sus formas de argumentación, todos aquellos ámbitos en los cuales puede incidir, o con lo que puede dialogar (en mi caso, además de la ontología, también la ética, la estética o la filosofía de la religión).

Nunca he creído que una orientación ambiciosa sea justamente la que provoca o puede provocar objeciones o prevenciones. Puede que algunos no puedan soportarlo, por razón de que jamás han tenido en la cabeza la posibilidad de elaborar una propuesta filosófica que pudiera ser argumentada. Es su problema, en todo caso.

J.A. y S.L.: Fíjese usted que en Ciudad sobre ciudad, justamente en la página 21, dice: «Ahora puedo, al fin, contemplar la ciudad entera».

E.T.: Sí, en efecto, ese libro es aquel que uno puede escribir al final de un largo camino, lo cual no significa que en ese libro concluye y se pone punto final a mi aventura filosófica, que seguirá existiendo y produciéndose mientras tenga vida y energía. De hecho, he seguido escribiendo después de Ciudad sobre ciudad.

El año próximo saldrá un libro que reflexiona más radicalmente las ideas nucleares de la filosofía del límite, al tiempo que se pone a prueba en diferentes ensayos sobre temas de arte (una película de Orson Welles, dos obras pictóricas de Marcel Duchamp emblemáticas de nuestra época, dos episodios particularmente relevantes de nuestras tradiciones filosóficas: Platón y Nietzsche, etcétera). El libro se titula El hilo de la verdad, y ya en el título está expreso mi carácter provocador: intento en él repensar ese término tabú, precipitadamente sentenciado por la dogmática posmoderna: el término verdad.

En cualquier caso, Ciudad sobre ciudad lo escribí después de El árbol de la vida, y sin duda mis recuerdos relacionados con mi abuela materna, mis incursiones infantiles con ella por el casco antiguo de Barcelona, y sobre todo la visita a la antigua ciudad romana en el Museo de la Ciudad, todo ello fue sin duda fermentando en la idea del libro que finalmente fue Ciudad sobre ciudad.

La plaza

J.A. y S.L.: Justamente queríamos consignar su convergencia espiritual con Freud en cuanto al gusto por lo arqueológico. Sabemos de la pasión de Freud por Pompeya, ciudad en la que quiso ver, en sus momentos de la vida cotidiana petrificados por la lava, una metáfora del inconsciente y una indicación para la tarea del psicoanalista, análoga a la excavación arqueológica.

Inclusive pensamos, en ese sentido, una tal proximidad, en esa posición y en esa disposición, con Freud, porque este deseo orientado por la ciudad romana en los sótanos de la ciudad de Barcelona estructura toda su obra, porque es el working progress del que usted habla, que después podemos comentar. No solamente está en la construcción de los distintos momentos de su escritura filosófica, sino incluso en la construcción dentro de sus sueños, de ciertos espacios como la «plaza», un elemento onírico que se reitera de muy variadas maneras.

E.T.: En cierto modo toda mi aventura filosófica, que se materializa en palabra o en escritura, y sobre todo en la sucesión de libros que he ido componiendo, constituye una aventura hacia el misterio. Insisto en que el asombro de vivir es lo que me mueve y me guía. Y el misterio está en nosotros mismos.

Yo le doy una metáfora genesíaca, o bíblica, en el libro que acabo de publicar; quizás el motivo conductor y la metáfora más importante de todo él; el que le da título y sentido: el árbol de la vida. Se trata de algo que da sentido a la vida, y que orienta a ésta hacia una búsqueda incesante.

Se afirma en la novela y película que da título a mi libro (la película de Edward Dmytryck que protagonizaban Montgomery Clift, Elisabeth Taylor y Eva Maria Saint, entre otros) que ese árbol mítico y simbólico se halla incrustado en el centro de una selva situada en el corazón del condado de Raintree, que es el condado que en esa novela y en esa película hace de hábitat de los personajes que la componen.

Esa selva es, quizás, una espléndida metáfora del Inconsciente, de lo que en las tradiciones psicoanalíticas, abiertas por Freud, se llama a través de esta expresión. Yo concibo el límite, el limes, como el espacio en el cual habitamos, y que a la vez nos identifica y constituye. Más allá de él, bordeándolo, a la manera del misterio, se halla eso que suelo llamar en mi topología del límite el cerco hermético.

Está claro que con esa expresión aludo a un ámbito real, efectivo y positivo, pero que sólo a través de antenas simbólicas puede ser advertido y colonizado. Y siempre de manera precaria, insuficiente. Es evidente que ese cerco hermético se halla muy cerca de lo que Freud, y las tradiciones psicoanalíticas que prolongan su pensamiento y su práctica, llamaban Inconsciente. Sin duda es una ciudad, sólo que soterrada, susceptible de aproximación por la vía arqueológica; la ciudad romana de Barcelona; la Roma antigua que tanto impactó a Freud en sus viajes a la gran capital de la cristiandad latina.

J.A. y S.L.: Decía a propósito de este hallazgo: «Ahora puedo al fin contemplar la ciudad entera. Este libro muestra la ciudad ideal que he ido configurando con mi palabra y mi escritura». Esta diferencia entre palabra y escritura merece ser atendida.

Al establecer esta diferencia entendemos que no solamente está referida al mero hecho de su función de orador, que da clases y conferencias, sino que ahí, en esa «palabra», hay un peculiar ejercicio de su relación de lector con su propia escritura, un ejercicio retroalimentador. Por ello es tan importante para usted la lectura de su propio texto, y eso que por otros, en forma mezquina, puede ser interpretado como aquel que da vuelta sobre su propio pensamiento y no puede salir de ese laberinto.

Sin embargo, nosotros consideramos que es una cuestión metodológica de una enorme importancia, porque es precisamente en esa lectura de sí mismo donde se lleva a cabo su análisis personal, en el compromiso de su vida con la escritura filosófica, y los efectos de la lectura filosófica sobre su vida.

Metodológicamente diríamos que volviendo usted a leerse a sí mismo practica un desciframiento donde se despeja como sujeto. Sólo en el paso de la escritura a la palabra se produce el efecto retroactivo de sujeto. Ahí está usted definiéndose como lector, en esta diferencia palabra/escritura.

E.T.: Un filósofo no hace sino volver, una y otra vez, sobre lo mismo; sobre aquello que constituye su propuesta filosófica, en la que se cifra su propio proyecto de vida (ya que para el filósofo esa propuesta, o proposición, compone y constituye el algoritmo que da sentido y significación a su propia vida).

En mi caso esa propuesta se ciñe a la idea de Límite, a la topología que desde esa idea puede trazarse, a la ontología que desprende, a la revisión que desde ella puede hacerse del concepto de espacio y de tiempo, y al curso de categorías (de la razón fronteriza) que desde esa idea pueden trazarse.

Idea que permite una reflexión renovada, diferenciada, respecto a nuestra propia condición, de manera que sea reconstruida y recreada la idea de Sujeto (pero en un sentido altamente polémico en relación a lo que por ello puede entenderse en la modernidad, desde Descartes a Hegel, o desde Kant hasta el propio Heidegger).

La filosofía está siempre abocada a reflexionar, de forma crítica, sobre aquella experiencia vital que le da materia y sustancia. En mi caso, las experiencias, o algunas de las experiencias, que en El árbol de la vida