Soledad:Común - Jorge Alemán - E-Book

Soledad:Común E-Book

Jorge Alemán

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Beschreibung

Hay una paradoja constitutiva de los seres hablantes y es que lo que tienen en común es la soledad que habita en cada uno. ¿Pero qué tipo de relación estructural existe entre lo más singular de cada uno, la Soledad irreductible, y el Común, que constituye la matriz de lo colectivo? Pensar esa relación paradójica, de conjunción y disyunción, entre la Soledad y el Común, es la condición primera para aproximarse a la enigmática cuestión política de la Igualdad.

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© Jorge Alemán, 2023

© Prólogo de Massimo Recalcati

Traducción del prólogo: Lidia Ferrari

Primera edición aumentada y corregida, 2023

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2023

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-19407-22-1

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

ÍNDICE

Prólogo

Prefacio

Conjunción-disyunción

Soledad estructural

El Común-Deleuze

El Común-Negri y Hardt

No saber y experiencia colectiva

La conjetura: una izquierda lacaniana…

Zizek-Badiou-Deleuze

Voluntad y servidumbre

Capitalismo y transformación

El Común y Lalengua

No-todo y emancipación

Referencias bibliográficas

PRÓLOGO

Este pequeño libro es el tercero de los cinco libros de Jorge Alemán publicados en lengua italiana. Pero ¿quién es Jorge Alemán? Es un psicoanalista argentino que vive y practica el psicoanálisis en Madrid, donde se trasladó, exiliado, en los años setenta del siglo pasado, a la edad de veinticinco años, huyendo de la dictadura militar que había afligido a su tierra. Un filósofo que se ha confrontado asiduamente con los grandes temas de la filosofía contemporánea, privilegiando un intenso diálogo con Heidegger y Foucault, mediados por la enseñanza de Lacan. Un joven poeta reconocido entre los más prometedores de su país de origen. Un intelectual que siempre se interesó en la vida colectiva y en las vicisitudes sociales y políticas. Un brillante orador cuya potente voz lleva su discurso alrededor del mundo, entre Madrid, París y Argentina. Un ensayista brillante que ha publicado al menos unos quince libros traducidos a varias lenguas. Uno de los protagonistas más significativos de la introducción de la doctrina de Jacques Lacan en tierras de lengua castellana; actualmente entre las presencias más interesantes del mundo del psicoanálisis contemporáneo.

Sus indagaciones tienen como punto de partida la intersección entre la doctrina lacaniana del sujeto y la analítica existencial de Heidegger expuesta en Ser y tiempo, de las cuales una primera etapa está constituida por Lacan: Heidegger. El psicoanálisis en la tarea del pensar (1989), escrito en colaboración con el filósofo Sergio Larriera. Aquello que impacta en esta operación de lectura es la elaboración de una «ontología barrada» que coloca en el propio centro la imposibilidad de alcanzar una sutura definitiva del sujeto. La división subjetiva teorizada por Lacan, como el ser-para-la-muerte teorizado por Heidegger, convergen en indicar a la ilusión metafísica de la totalización del sujeto y del ser como la primera y más grave enfermedad de la vida individual y colectiva de Occidente. La tarea de la antifilosofía de Lacan encuentra en Heidegger un interlocutor privilegiado, porque para Heidegger la filosofía no entra de ninguna manera en el matema del discurso del amo —en lenguaje heideggeriano, el de la metafísica—, constituyendo más bien un punto de subversión. Como Lacan, también Heidegger individualiza en la exaltación antropocéntrica del Yo, en su prolongación en la técnica y en su poder biopolítico (Foucault) la deriva agresiva y políticamente totalitaria de la enfermedad de la metafísica. Como Badiou, también Alemán insiste en pensar la operación de Lacan al interior de la antifilosofía. De esta manera el psicoanalista francés había definido efectivamente su relación «crítica» con la filosofía.

En Soledad:Común Alemán retoma este punto de partida de su recorrido interrogando la posibilidad de un lazo social no dominado por el discurso del amo (totalitarismo) ni de aquel del discurso capitalista (nihilismo). Como hombre de izquierda se plantea el problema del más allá de la ideología comunista. «Progresismo, utopía y revolución», que fueron palabras insignias de aquella ideología, se convirtieron para Alemán en tres figuras fuertemente comprometidas con una «metafísica de la totalidad como fundamento». Son síntomas de la metafísica aplicada a la política. El esfuerzo de este libro consiste, en cambio, en liberar la categoría de «común» de aquella de «comunismo» y de «comunión», porque el Común como es aquí entendido no coincide con la masa, que representaría solo una versión imaginaria. El Común, para decirlo con Jean-Luc Nancy, excluye de hecho toda forma de comunión. Freud, al contrario, no se había apartado, en definitiva, de confirmar la coincidencia ideológica entre común y masa, manifestando su total escepticismo sobre cualquier empresa de constitución de una comunidad que quisiera realizar una alternativa a los principios liberales sobre los que se funda el orden capitalista. Freud también critica duramente la explotación que está en la base del capitalismo, pero sin proponer una solución alternativa al inevitable malestar de la cultura y a esa forma de régimen basada en la explotación del hombre por el hombre. Incluso Lacan, por otra parte, siempre manifestó una distancia crítica hacia los movimientos de liberación y emancipación que invocaban la revolución. Su anarquismo individualista, su resistencia hacia las jerarquías y las instituciones (el último acto político de Lacan, hay que recordarlo, es el de la disolución de su propia escuela), estaba a la par de su conservadurismo y su cinismo en materia política: no hay posibilidad de estar «fuera» del sistema, no hay posibilidad de desalienación, no hay posibilidad de escapar al discurso del Amo, no hay posibilidad de escribir la relación sexual.

El valor del libro de Alemán consiste precisamente en asumir esta imposibilidad —subrayada con fuerza por Lacan—, pero operando sobre ella una torsión que altera la perspectiva. La «hendidura ontológica de la ausencia de relación» que Lacan teoriza, precisamente, como estructural y pasable —más aún, cuando su asunción subjetiva se convierte en la meta misma del análisis (renuncia a la posibilidad de instituir la relación sexual con el Otro, asunción de su inexistencia)—, es reabierta por Alemán como la posibilidad de un pensamiento inédito del común.

El común no es la masa porque la masa, como el «comunismo marxista» o la «comunión» católica, pretende saldar la hendidura ontológica de la ausencia de relación, mientras que es precisamente esta hendidura lo que constituye eso que los seres humanos comparten. Es decir que lo que acomuna al ser hablante es el carácter radicalmente no compartible de la inexistencia de la relación sexual, la imposibilidad de escribir en modo necesario la relación entre el Uno y el Otro. En este sentido, el Común del que habla Alemán no tiene en verdad nada de común; no establece propiedades que harían iguales a unos entes, sino que define la imposibilidad de toda forma de propiedad, el carácter inapropiable de la comunidad. Es decir, que lo común solo puede nutrirse de la soledad de la «diferencia soberana» que separa a los seres humanos en singularidades absolutas. Eso no supone de ninguna manera que sea indicativo de una potencia expansiva, ilimitada e impersonal de la vida —como creen el deleuzismo y su reactivación ideológica propuesta por Negri—, sino la radical experiencia de la castración. En este sentido Alemán ofrece una lectura política de las famosas fórmulas de la sexuación expuestas por Lacan en el Seminario XX: el campo colectivo, como aquel de la diferencia sexual, «surge ontológicamente fracturado». Este es un campo donde cada totalización es imposible. En primer plano está el no-todo que encuentra su encarnación en el Otro sexo como índice de una alteridad que nunca se deja absorber por lo idéntico.

Solo la Soledad —no la relación— se puede escribir, comenta Alemán. Ciertamente, no se trata de una conciencia reflexiva que se refleja en su propia unidad imaginaria, ni de una mónada cerrada y autoconsistente. Esta Soledad —la soledad que es el fundamento de lo común, que es lo único que los humanos tienen en común— es más bien una singularidad absoluta que no puede compartirse pero que, al mismo tiempo, no existe sino incluida, ligada, anudada al campo del Otro. Si imaginamos al sujeto y al Otro como los dos círculos de Euler, la imposibilidad de la relación será señalada por el anillo vacío que separa y, a la vez, junta los círculos del sujeto y del Otro. Solo en la intersección vacía entre la Soledad y el Común puede surgir un lazo social emancipado de la identificación a la masa. La destitución de cualquier psicología de masas basada en la ilusión de la totalización es aquí radical. Es la esencia lacaniana del razonamiento de Alemán: el vínculo no repara al sujeto de la angustia de su soledad, sino que se funda precisamente en esta soledad. Dimensión radicalmente asimétrica y antiempática de la «relación» con el Otro que discrepa sensiblemente con las soluciones retórico-humanistas del problema de la convivencia social. El problema no es ni el diálogo entre el uno y el Otro, ni su recíproca identificación empática. Ni, mucho menos, la aparente consistencia ofrecida por el régimen biopolítico de la tecnología, que solo crea, en realidad, una nueva forma de explotación de la vida.

Contra toda la retórica de la «comunión» o del «comunismo», afirmar, como hace Alemán, que el Común es la Soledad, significa acentuar la conversión ética en juego en el análisis, donde el sujeto, separándose de los significantes amo que petrifican el ser, puede acoger la verdad no compartible de su propio deseo inconsciente. Pero en este punto surge una pregunta políticamente crucial: ¿cómo puede llegar a ser posible una experiencia colectiva liberada de la función alienante y subyugante de los significantes amo? ¿Es utópico, como ya se preguntaba en las postrimerías de 1968 un gran y disidente psicoanalista italiano como Elvio Fachinelli, «pensar en establecer relaciones de igualdad entre no iguales»?1 ¿Es posible, se pregunta Alemán, «otra forma de estar con los otros diversa a la que se conoce en el capitalismo»?

La respuesta a esta pregunta que extrae de Lacan es decisiva: no solo es posible, sino que es la única posibilidad para que no se extinga el sujeto del inconsciente. De lo contrario tendríamos la exaltación colectiva de la masa totalitaria, el fascismo descerebrado o la ilusión —igualmente fascista en su raíz— de una expansión ilimitada de la potencia de la vida. El único fundamento posible de una comunidad que se aleje de la «comunión» y del «comunismo», es decir, que no genere una identificación fanática a la Causa, es el de la «diferencia absoluta». Se abre entonces el gran capítulo —que también ha atormentado las reflexiones de Jean-Luc Nancy en La comunidad inoperante, a Jacques Derrida en Políticas de la amistad y otros escritos, a Giorgio Agamben en La comunidad que viene, y a Roberto Esposito en Inmunitas y Communitas, y que constituye un punto focal de la reflexión sobre el lazo social desarrollada por Lacan— de cómo sería posible una comunidad establecida sobre lo real de una diferencia irreconciliable. En definitiva, se pregunta con razón Alemán, ¿qué cosa hay de común fuera del Ideal totalitario de la «fantasmatización homogeneizante»?

Las respuestas que encontramos en este libro son dos. La primera —a mis ojos la menos convincente— es la que se condensa en el concepto lacaniano de «Escuela», que Alemán tiende a presentar como una suerte de colectivo emancipado de los significantes amo; un colectivo que no renuncia al ideal porque ha sabido radicalmente hacer su duelo. Solo si se abandona el espejismo utópico de la «comunión» o el «comunismo», se hace posible una comunidad no totalitaria. Solo si el colectivo pasa por el estrecho vado del duelo de la metafísica que lo ha hipnotizado, se hace posible una comunidad de iguales-desiguales. En esto Alemán, como Lacan, postula al psicoanálisis a convertirse en una terapia del marxismo que libere su legítimo contenido emancipador de las categorías todavía metafísicas de reconciliación y totalidad. El concepto y la experiencia de la «Escuela» debía ser, en efecto, para Lacan una declinación concreta de este nuevo campo. Alemán parece creer en esta dirección a pesar de los fracasos y decepciones de todo tipo, las diásporas y las innumerables escisiones entre los alumnos de Lacan y los de las sucesivas generaciones que han acompañado históricamente este proyecto. ¿Es la Escuela de psicoanálisis a cuyo edificio Lacan consagró sus esfuerzos políticos realmente una versión ejemplar de lo que debería ser un nuevo campo colectivo instituido en el respeto a la diferencia absoluta? ¿Sobre el reconocimiento de que lo común es la ausencia de relación que libera al vínculo de cualquier engaño identificatorio? Los mecanismos internos —a menudo perversos— en los que no solo se empantanó la École freudienne de Paris