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Desde los comienzos de la Modernidad, la teología católica apenas ha progresado en los intentos de dar una solución al problema de las relaciones entre revelación y tradición. Al establecer contactos con los teólogos protestantes en tiempos más recientes y plantear de modo especial este problema de la relación entre revelación y tradición, las primeras figuras de la teología católica pudieron apreciar las dificultades existentes y comenzaron a trabajar en un profundo replanteamiento de todo el problema. En este volumen, los destacados teólogos Joseph Ratzinger y Karl Rahner exponen los términos de este planteamiento, que fue uno de los temas centrales del Concilio Vaticano II. El estudio del teólogo Karl Rahner aborda el problema desde un punto de vista más bien especulativo. Interpreta la revelación en función de la ascendencia del ser humano, que se eleva al plano sobrenatural y la mediación del misterio divino que se realiza en el acontecimiento histórico. Considerado así, Dios aparece como el secreto absoluto, y la encarnación de Cristo como una mediación histórica de esta experiencia trascendental. La investigación de juventud del hoy Papa Benedicto XVI se desarrolla, en cambio, en el terreno de la historia que viene a confirmar las especulaciones de Karl Rahner sobre el problema de la revelación. En realidad, toma como punto de partida la disputa con los teólogos de la Reforma protestante al abordar el problema de la revelación y la tradición. Joseph Ratzinger marca con gran cautela los jalones que se pueden observar en la larga polémica entre las teologías católica y protestante y subraya la estrecha conexión que las interpretaciones más recientes tienen de hecho con las más tradicionales, asociadas al Concilio de Trento. Ambos ensayos valoran las interpretaciones de Lutero en todo aquello que realza la Sagrada Escritura dentro de la realidad de la tradición.
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Seitenzahl: 103
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Karl Rahner - Joseph Ratzinger
REVELACIÓN Y TRADICIÓN
Traducción deDaniel Ruiz Bueno
Herder
www.herdereditorial.com
Título original: Offenbarung und ÜberlieferungTraducción: Daniel Ruiz BuenoDiseño de la cubierta: Claudio Bado y Mónica BazánMaquetación electrónica: Manuel Rodríguez
© 1965, Verlag Herder, Freiburg im Breisgau © 1970, Herder Editorial, S.L., Barcelona © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-2967-5
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Herder
www.herdereditorial.com
A Hans Urs von Balthasar
en su LX aniversario
Prólogo
Observaciones sobre el concepto de revelación
por Karl Rahner
Ensayo sobre el concepto de tradición
por Joseph Ratzinger
Sección primera: Análisis del concepto de tradición
I. Planteamiento del problema
II. Tesis acerca de la relación entre revelación y tradición
1. Revelación y Escritura
2. La diferente significación de la Escritura en el Antiguo Testamento y en el Nuevo
3. Cristo, revelación de Dios
4. La esencia de la tradición
5. La función de la exégesis
Sección segunda: Interpretación del decreto tridentino sobre la tradición
1. La versión pneumatológica del concepto de tradición en el esquema fundamental del cardenal Cervini
a) El contenido
b) La repercusión del esquema en las diversas determinaciones del Concilio
2. La unión de tradición y vida eclesial en las distintas intervenciones de la discusión tridentina
3. La tradición y el dogma eclesiástico
4. Sentido del decreto tridentino
Siglas
Junto a las extensas monografías, en que se han dilatado algunos volúmenes de las «Quaestiones disputatae», las páginas que siguen se presentan un poco como perdidas y con pobre aspecto. Lo que, sin embargo, ha inducido a los autores a tener la audacia de poner tan modestos ensayos a par de obras tan poderosas es el hecho de que lo que ellos ofrecen puede llamarse desde luego una quaestio disputata en el primigenio sentido de la palabra. Y ello lo mismo si se mira el origen externo como el contenido objetivo del conjunto.
Un esquema modo grosso de la primera sección del trabajo de J. Ratzinger, así como el texto de la segunda fueron presentados en el congreso del J.A. Möhler-Institut de Paderborn el 28 de marzo de 1963. La discusión, en que intervinieron principalmente antiguos colegas de Bonn, H. Jedin y H. Schlier, a quienes debe el autor gratitud por sus importantes críticas y estímulos, le animó a nuevas reflexiones, y así la primera sección, reelaborada ahora de nuevo, pudo servir el 28 de junio de 1963 como lección inaugural al volver a ocupar en la primavera de aquel año, la cátedra de dogmática e historia de los dogmas de la universidad de Münster. El proyecto de ampliar el conjunto histórica y objetivamente, para lo que se disponía del copioso material acumulado en anteriores trabajos previos, falló una y otra vez en los meses siguientes, ante obligaciones más urgentes, que, mal que bien, relegaron todos los otros planes a segundo y último término. Así que el trabajo hubo de quedar en el estado de una verdadera quaestio disputata, y, como el autor, sin desconocer los límites de su ensayo, cree que alguna que otra observación puede contribuir al diálogo sobre el gran tema «tradición», se atreve a lanzarlo en esta forma a la publicidad. Lógicamente se ha renunciado también en la bibliografía a todo lo que quiera parecer completo y sólo se ha citado el instrumento que parece servir inmediatamente para el trabajo.
El estudio, muy breve, de K. Rahner es una lección dada por el autor con ocasión de su promoción a doctor honoris causa por la facultad católica de teología de la universidad de Münster de Westfalia, en mayo de 1964. No pareció oportuno ampliar posteriormente este texto ni proveerlo de bibliografía.
Digámoslo una vez más: las páginas que siguen sólo quieren ser «un pido la palabra» en el diálogo teológico en torno a los conceptos de revelación y tradición; esperamos que, junto a las grandes obras, pareja empresa no parecerá enteramente sin valor.
Roma, octubre de 1964
Karl Rahner - Joseph Ratzinger
por Karl Rahner
La rectitud, la legitimación dentro de la Iglesia y su situación histórica, y la significación histórica de la condenación eclesiástica de una herejía no depende siempre ni necesariamente de que la condenación de una tesis herética haya también oído y respondido a las intenciones de la herejía misma, a la cuestión que ésta plantea a la Iglesia. El dominio positivo de la cuestión que un tiempo plantea aun en forma de herejía, puede tener lugar mucho más tarde. Y ha de quedar abierta la pregunta de si esa dilación de tal elaboración es culpa trágica, error o impotencia, o simplemente el tributo que la Iglesia misma tiene que pagar a su propia historicidad. Pero tampoco se puede pensar que una condenación eclesiástica afecte siempre y exclusivamente a opiniones y tendencias que sólo encierran la vacía y mortal negación de una verdad que ya de muy atrás fue claramente asida y lúcidamente predicada por la Iglesia.
Hace más de medio siglo amenazó a la Iglesia la herejía del modernismo. Una de sus tesis y errores fundamentales era el concepto de revelación. Para los modernistas (por lo menos si nos atenemos a la síntesis y sistematización del modernismo por las condenaciones eclesiásticas), revelación era otra palabra para expresar la evolución de la necesidad religiosa inherente y necesaria a la historia humana; en esa evolución, el sentimiento o necesidad religiosa se va objetivando en las más variadas formas de la historia de las religiones y lentamente se levanta a mayor pureza y plenitud más universal hasta que llega a su objetivación en el cristianismo y la Iglesia. Este concepto se pensó como antítesis a una inteligencia de la revelación —que se suponía tradicional en la Iglesia— según la cual es aquélla una intervención de Dios, «venida de fuera», por la que él habla a los hombres, y les comunica por medio de los profetas verdades en proposiciones humanas, que ellos de suyo no hubieran podido alcanzar, y les da preceptos que han de seguir en lo futuro. La necesidad de la gracia interior divina para la aceptación saludable de esa revelación por la fe, fue desde luego afirmada y expresamente enseñada por la ortodoxia eclesiástica que impugnaba el modernismo, pero no fue visto el nexo interno entre la gracia de la fe y la revelación histórica. Si la Iglesia echaba en cara al modernismo un inmanentismo, hoy estamos sin duda en estado de reconocer en la teología corriente de entonces, a la que atacaba el modernismo, un extrinsecismo de la noción de revelación, que no era doctrina oficial, sino supuesto irreflejo de la mencionada teología corriente. Suave y casi imperceptiblemente se realiza hoy la respuesta a la cuestión sobre la recta y plena inteligencia del concepto de revelación, cuestión a la que no dio la Iglesia de entonces una respuesta clara, y para la que fue falsa la del modernismo, y también precipitada y liquidada demasiado pronto como herética. Que esta pregunta y su congruente respuesta tenga importancia fundamental en la actual discusión e interferencia entre cristianismo y vida del espíritu, aunque no se hace claramente temática, es cosa que a cualquiera se le alcanza. Pues, efectivamente, para el hombre del actual humanismo antieclesiástico, del ateísmo preocupado; de una actitud para la que Dios es una cifra eternamente indescifrable; de un materialismo, para el que la verdadera fuerza motriz del mundo es el esperado futuro del Espíritu; para ese hombre, decimos, la piedra de tropiezo, el escándalo no es el Deus absconditus del cristianismo, que mora en luz inaccesible, sino la doctrina de que haya de haber una historia de la revelación, en que Dios mismo abre un camino señero a los muchos otros de las restantes religiones y, aparecido en carne, lo recorre él mismo. El escándalo es, si es lícito decirlo así, la categoría histórica de la revelación, no la relación trascendente con Dios, por la que el hombre se funda en el abismo del misterio inaccesible.
¿Qué es la revelación y por qué, no obstante su inmediato origen divino, es lo más íntimo de la historia humana en general? ¿Cómo puede ser idéntica a la historia de la humanidad en general sin dejar de ser la gracia especial y señera de Dios? ¿Cómo puede estar la revelación siempre y donde quiera, para poder ser siempre y donde quiera la salvación, sin dejar de estar, aquí y ahora, en la carne de Cristo, en la palabra del profeta que habla aquí, en la letra de la Escritura? ¿Puede ser el motivo más íntimo, la verdadera fuerza motriz, donde quiera, de la historia, si es una acción libre de Dios que, por la historia, no puede calcularse desde abajo, sino que es el prodigio de su gracia, en un momento histórico, en algo que acontece de una vez para siempre? Para señalar el horizonte más amplio de inteligencia de esta cuestión, cabría apuntar que la relación más universal entre Dios y el mundo en devenir (del mundo in fieri) consiste en que Dios, como el más íntimo, y así precisamente el absoluto transcendente, concede al ente finito una transcendencia activa de sí mismo, en su hacerse o devenir, y a la postre él mismo es el futuro, la causa final que representa en todo devenir la verdadera y propia causa eficiente. Partiendo de ahí pudiera decirse que nuestra cuestión no pregunta por otra cosa, sino por el caso sumo y más radical de aquella intuición, que hoy día penetra lentamente en la teología, de que un hacerse real, logrado desde abajo, de lo superior, desde algo inferior que se supera a sí mismo, y la creación permanente desde arriba, son sólo dos aspectos, ambos por igual verdaderos y reales, del prodigio sumo de la evolución y de la historia; son sólo el caso más alto de la intuición de que Dios, en su libre relación con su creación, no es categoría causal junto a otras en el mundo, sino el fondo o razón transcendental, viva y permanente del propio movimiento del mundo mismo, y esto precisamente se da a su manera en la relación entre Dios y el hombre, en el acontecer e historia de la revelación, y hasta se da en medida suma, pues esta historia, en su medida extrema, debe ser a par creación de Dios y del hombre, si ha de ser la suprema realidad en el ser y en el hacerse del mundo. Si se da pareja superación de carácter teórico del contraste puesto entre inmanentismo y extrinsecismo en la interpretación ontológica del hacerse y de la historia en general, también la teología ha de levantarse, en la cuestión que nos ocupa, por encima de ese contraste.
De hecho, si la teología católica toma en serio la doctrina, evidente para ella, de la gracia divinizante y de la universal voluntad salvadora de Dios, de la necesidad de la gracia interior elevante para la fe, y la doctrina tomista de la significación transcendental ontológica de la gracia entitativa y la aplica también cuando se trata del concepto de la revelación, en ese caso puede y debe reconocer, sin caer en el modernismo, la historia de la revelación y lo que ella suele llamar simplemente revelación, como la interpretación histórica y categorial de sí misma, o, casi más sencilla y rectamente, como la historia de aquella relación trascendental entre el hombre y Dios, que es dada con la comunicación sobrenatural de Dios a todo espíritu, inherente por gracia pero ineludiblemente siempre y que ya de suyo debe con razón llamarse revelación. Si la transcendencia se da siempre en la historia, se comunica siempre históricamente, y si hay una concepción transcendental del hombre que está dada por lo que, como existencial permanente del hombre, llamamos gracia divinizante por la comunicación de Dios y no por eficiencia causal de otros, en tal caso precisamente esta absoluta transcendencia hacia la absoluta cercanía del misterio inefable que a sí mismo se regala al hombre tiene una historia, y ésa es la que llamamos historia de la revelación.