Amor en la sombra - Marie Ferrarella - E-Book
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Amor en la sombra E-Book

Marie Ferrarella

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Beschreibung

Para los trillizos de Melinda Morrow, Carl Cutler era un tipo estupendo; pero para ella... bueno, para ella era algo muy diferente. Estaba claro que la fuerza y la tranquilidad del apuesto ayudante del sheriff la ayudaba a sentirse más segura... pero también le recordaba que era una mujer. ¡Algo que había jurado no volver a desear sentir jamás! Por su parte, Carl disfrutaba al ver cómo Melinda se estremecía. Le encantaba estar con ella y con sus hijos... pero después le gustaba volver a la soledad de su casa. Hasta que aquel soltero empedernido empezó a buscar excusas para quedarse con aquellos niños tan ruidosos... y con su encantadora madre. Y de pronto, el matrimonio dejó de parecerle una idea tan descabellada.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Amor en la sombra, n.º 1295 - abril 2015

Título original: A Triple Threat to Bachelorhood

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6358-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Bueno, ¿cuánto tiempo piensas seguir fingiendo que no sabes que ha vuelto?

Carl Cutler levantó la vista del tablón en el que estaba colocando los carteles de personas buscadas y se quedó mirando a aquel hombre que, además de ser su jefe, era su primo, y también el sheriff del pequeño aunque próspero pueblo de Serendipity, en el estado de Montana.

—¿De quién hablas?

No era propio de Carl comportarse de un modo tan esquivo, pensó Quint. Pero también era cierto que en las dos últimas semanas su primo pequeño no había sido el mismo de siempre. Ya era hora de dejar de andarse por las ramas esperando a que las cosas siguieran su curso, ya era hora de hacer reaccionar a Carl.

—De Melinda Morrow —respondió Quint escuetamente.

—Ahora su apellido es Greenwood, ¿no? —preguntó Carl sin apartar la mirada del cartel que estaba colocando con chinchetas.

—Ya no. Se deshizo del apellido al mismo tiempo que del cretino que se la llevó de aquí —explicó Quint observando la reacción de su primo.

Carl se encogió de hombros como si Melinda Morrow no hubiera ocupado sus pensamientos todos y cada uno de los días de los últimos siete años; desde el momento que se fue del pueblo de la mano de Steven Greenwood en busca de algo mejor y más emocionante, algo que podría estar en cualquier sitio menos en Serendipity.

«Esto es demasiado tranquilo para mí, todo es tan predecible. Quiero sentir que estoy viva, Carly. ¿Es que tú nunca has deseado algo diferente?», todavía podía recordar sus palabras con claridad. En aquel momento no había sido capaz de decirle que él se sentía vivo siempre que la tenía cerca; que ella era lo único que lo hacía sentirse vivo. Pero aquello no era lo que se suponía que tenía que decirle, Melinda lo consideraba su mejor amigo, la persona en la que podía confiar para contarle cualquier secreto… Como que estaba enamorada de Steve Greenwood y que tenían planeado «alcanzar la luna juntos», y eso significaba salir de Serendipity.

Pero nunca había podido salir de su corazón.

Carl había intentado olvidarla muchas veces, había intentado borrar de su mente todos los recuerdos relacionados con ella del mismo modo que había conseguido olvidar la última letra de su nombre; ahora para todo el mundo su nombre era Carl, que parecía mucho más adecuado para el ayudante del sheriff que Carly.

Pero una letra era muy fácil de apartar de los pensamientos y de la memoria, sin embargo le había resultado imposible olvidar todos los recuerdos que conservaba de Melinda. Era algo que le venía a la cabeza nada más abrir los ojos por la mañana y justo antes de cerrarlos por la noche.

Era consciente de que era una tontería pensar tanto en una mujer a la que ni siquiera había besado. Cada vez que había creído haberlo superado había ocurrido algo que lo había desencadenado todo de nuevo y había tenido que empezar otra vez a luchar contra la hegemonía que ejercía Melinda en su corazón.

Aun así, en alguna ocasión había accedido a salir con mujeres que su bienintencionada familia le había presentado con la esperanza de que él reaccionara, de que sintiera el mismo irrefrenable impulso que había llevado a sus cinco primos al altar uno detrás de otro.

Pero nunca ocurrió. Nunca surgió la más mínima química con ninguna de esas mujeres, aquellas citas no habían sido nada más que una serie de agradables veladas sin ningún futuro.

Y ahora Melinda había vuelto al pueblo y, según había oído, lo había hecho acompañada por sus tres hijos; dos niñas y un niño exactamente idénticos. Trillizos. Y los tres eran a su vez la viva imagen de Melinda. Wylie, el dueño de la principal tienda del pueblo, le había descrito a los tres pequeños rubios con todo lujo de detalles; Wylie era mejor que un periódico en todo lo relativo a Serendipity ya que todo el mundo pasaba por su establecimiento. Aquellas descripciones habían provocado cierto dolor en Carl, un dolor que había escondido con gran esfuerzo.

Se quedó mirando los carteles pero sin verlos realmente.

—Ya sé que ha vuelto, Quint —admitió por fin.

—No me habías dicho nada.

Carl lo miró muy serio.

—¿Qué querías que te dijera?

Normalmente Quint tenía la paciencia de un santo, pero en esa ocasión resopló y negó con la cabeza en un gesto de incomprensión. De los cuatro primos que tenía, Quint era el único al que Carl le había confesado lo que sentía por Melinda, y no lo había hecho porque deseara hacerlo sino porque Quint siempre había podido adivinar lo que le pasaba a su primo con solo mirarlo y este nunca había sido capaz de mentirle.

—Por ejemplo que vas a ir a verla y a decirle hola —le sugirió Quint.

Carl se sorprendió al notar que se sentía irritado y eso era algo que no le sucedía a menudo, y menos aún con Quint.

—Melinda no necesita que yo vaya a saludarla, seguro que ya la ha saludado suficiente gente —respondió Carl manteniendo la calma.

—No te hagas el tonto, sabes a qué me refiero. Lo que quiero decir es que seguro que le vendría bien un amigo.

En otro tiempo lo habría dado todo por ser mucho más que eso para Melinda, ella solo habría tenido que decir una palabra; pero ese tiempo ya había pasado y ahora necesitaba protegerse.

—Si necesita un amigo, seguro que lo encuentra en Morgan, siempre estuvieron muy unidas —argumentó Carl sin excesiva convicción.

—Estaba mucho más unida a ti —le corrigió Quint.

—Pero no lo bastante, si no… —dejó la última palabra en el aire sin atreverse a continuar, de nada servía contar que Melinda no le había confesado sus planes de marcharse del pueblo hasta el día antes de hacerlo. Él había deseado con todas sus fuerzas que entrara en razón y decidiera quedarse… con él. Carl siempre había pensado que Steve era un tipo demasiado superficial para estar con Melinda y hacerla feliz. Era cierto que era un hombre bastante guapo, pero no se podía hablar tan bien de su corazón, en él no había espacio para nada más que para sus propios intereses.

Aquel día Carl había reunido el valor suficiente para decirle todo aquello, pero Melinda reaccionó con furia y lo comparó con su padre porque, según ella, lo único que quería era encerrarla en aquel pueblo insignificante.

Aquella fue la última vez que la había visto.

Lo siguiente que había sabido era que se había ido, y se había enterado al oír por casualidad una conversación entre su prima Morgan y su tía. Por lo visto el padre de Melinda se había puesto como una fiera al enterarse y había afirmado que lo había visto venir porque Melinda era como su madre, que también había huido con otro hombre.

La diferencia era que Melinda no había abandonado a su marido y a su hija, había pensado entonces Carl. Lo único que ella había dejado atrás había sido a él, y ni siquiera lo sabía.

Carl se sentó en una silla, tenía sus bonitos ojos azules perdidos en algún remoto lugar donde parecía estar buscando las palabras para explicar lo que todo aquello lo hacía sentir.

—Nunca habría pensado que pudieras guardarle rencor a alguien —comentó Quint sorprendido.

—No siento ningún rencor —la respuesta fue demasiado airada y, al darse cuenta, Carl trató de controlarse—. Hace siete años que no sé nada de ella. ¿Qué se supone que podría decirle?

—Ya te lo he dicho, un saludo valdría, podrías darle la bienvenida…

No tenía ningún sentido seguir dándole vueltas a aquello porque Carl no tenía la menor intención de ir en busca de Melinda como un pobre perrillo enamorado. Si tenía algo que decirle, iba a tener que ser ella la que lo fuera a verlo a él; y si no era así, lo mejor era dejar dormir todos aquellos sentimientos que pertenecían al pasado.

—Está bien —Carl le dio la razón para dejar el tema cuanto antes, mientras buscaba un informe en el cajón de su mesa; enfadado al ver que no estaba allí cerró el cajón de golpe y se puso en pie de nuevo—. Pero solo si no estoy muy ocupado.

Quint le puso la mano en el hombro intentando hacerlo ver que comprendía lo que estaba pasando; aunque ya fuera todo un adulto seguía siendo su único primo pequeño y siempre sentiría un cierto instinto de protección hacia él; el mismo instinto que había hecho que toda su familia lo aceptara y lo cuidara como si fuera uno de ellos.

—Mira, Carl —le dijo con cariño—, te agradecemos que estés ayudando en casa ahora que todos hemos abandonado el nido, pero necesitas tener tiempo para ti mismo, haz algo que te apetezca de vez en cuando.

—Ya lo hago, me gusta ayudar a Jake y a Zoe, con todos vosotros casados echan de menos tener gente alrededor armando jaleo. Además, nunca nadie se ha portado tan bien conmigo como lo hicieron tus padres.

Ambos sabían que eso no era todo, así que Quint decidió utilizarlo en su argumentación.

—Ya sabes qué es lo que se siente cuando alguien es amable contigo, quizás te apetezca que otra persona lo experimente gracias a ti…

El joven frunció el ceño, sabía perfectamente adónde quería llegar Quint.

—¿Qué te hace pensar que Melinda necesite de mi amabilidad?

—Ha vuelto ella sola con tres niños pequeños y está viviendo en casa de su padre. ¿Tú qué crees que necesita?

—Que el banco le dé un buen préstamo —contestó Carl con sarcasmo y le sorprendió oír la respuesta de Quint porque él solo estaba bromeando.

—Eso ya está en marcha.

—¿Por qué? —le preguntó preocupado—. ¿Es que Steve le dejó deudas por pagar?

Quint negó con la cabeza al tiempo que en su rostro se dibujaba una sonrisa malévola.

—No, es que está intentando abrir una guardería; así podrá seguir trabajando en lo suyo y además cuidar a sus hijos.

Carl recordaba haber oído a Morgan mencionar que Melinda estaba estudiando para hacerse profesora; eso había sido nada más marcharse de Serendipity, cuando todavía mantenían el contacto.

¿Por qué no habría intentado trabajar en el colegio del pueblo?

—Parece que sabes mucho de sus planes —dijo mirando a su primo.

—Claro, soy el sheriff y ya sabes que debo mantenerme al corriente de las vidas de los vecinos del pueblo —explicó Quint bromeando—. Y como ayudante mío, tú también deberías saber unas cuantas cosas —añadió con picardía.

Carl pensó que ya sabía demasiadas cosas que prefería no saber, por ejemplo cómo olía el pelo de Melinda cuando se movía con la brisa; o cómo su sonrisa parecía iluminar hasta la noche más oscura…

Sí, sabía demasiadas cosas.

—¿Es que vas a despedirme? —preguntó provocador.

—¡Dios! Mandas a un muchacho a que estudie y de pronto se cree Aristóteles —respondió el sheriff bromeando—. Se te da muy bien cambiar de tema.

—No hay ningún tema, Quint —aseguró Carl con firmeza—. Lo que te conté hace siete años está ya más que pasado.

Justo en ese momento sonó el teléfono, lo que hizo que Carl se sintiera aliviado. El mismo Quint contestó puesto que Tracy, la secretaría, había salido a comer; eso hizo que Carl decidiera que era un buen momento para hacer lo mismo y así, con un poco de suerte, cuando regresara, su primo habría olvidado la conversación, pero antes de salir de la oficina quiso enterarse de quién llamaba.

—¿Una disputa doméstica? —preguntó con cierto aburrimiento porque lo cierto era que, aunque le gustaba el pueblo, Carl a veces deseaba un poco más de emoción en un trabajo que la mayoría de las veces se limitaba a llevar a casa al señor McCormick cuando se le olvidaba vestirse antes de salir a la calle.

—No —respondió Quint mientras apuntaba los datos en un papel.

—¿No habrá habido un robo? No ha habido ninguno desde que el señor Wesson denunció a su hijo Billy por llevarse su coche sin permiso.

—No, no era un robo —por alguna razón Quint estaba empeñado en no contarle de qué se trataba—. Solo te diré que tiene algo que ver con un gato —dijo dándole el papel con la dirección a la que tenía que ir.

Al verla Carl sintió un escalofrío.

—No, ve tú.

—No puedo —respondió Quint con malicia.

—¿Por qué?

—Estoy muy ocupado.

Carl comenzaba a ponerse nervioso, ambos eran demasiado mayores para andarse con esos jueguecitos.

—¿Haciendo qué?

La sonrisa de Quint se convirtió en una risilla malévola.

—Delegando autoridad.

—Bueno, pues la persona en la que quieres delegar esa autoridad no quiere que lo hagas con este encargo precisamente. Atiende tú esta llamada y yo atenderé la siguiente, no, mejor las dos siguientes —suplicó Carl.

—Lo siento, no hay trato. Espero que no me hagas recurrir a la fuerza.

Miró fijamente el papel consciente de que no iba a haber forma de convencer a Quint; volvió a leer aquella dirección a la que había ido tantas veces de niño y después durante la adolescencia.

Era la casa de Melinda.

—Sabes que esto que estás haciendo es juego sucio, ¿verdad?

—Vamos, solo es un gato atrapado en un árbol —siguió bromeando Quint balanceándose en su silla—. Tu deber es rescatarlo, se llama Bigotes, por si quieres llamarlo por su nombre.

Carl abrió la puerta, pero antes de salir le lanzó una mirada asesina.

—A ti te llamaría algo que no es precisamente tu nombre.

Quint soltó una fuerte carcajada.

—Se lo voy a decir a mamá.

Desde que murieron los padres de Carl sus tíos habían sido para él lo más parecido a las figuras paternales; especialmente su tía Zoe representaba todo el cariño y el cuidado de una madre.

—Pues si hablas con ella antes que yo, dile que siento mucho que su hijo se haya convertido en una persona tan cruel…

—En realidad creo que le parecería bien lo que estoy haciendo… si estuviera al tanto de las cosas —añadió antes de que Carl pudiera preguntarle. Lo que Quint sabía era algo estrictamente confidencial y, por supuesto él no lo había compartido con nadie más—. Sé amable con el gato, es de angora.

—Muy bien.

Así que allí estaba con la misión de salvar al gato, con lo poco que le interesaban a él los gatos y el resto de los animales; siempre había sentido mucho más interés por las personas. Siempre le había fascinado observar el comportamiento de la gente sin intervenir, sin decir nada, que siempre era lo menos arriesgado.

 

 

Melinda Morrow estaba saturada.

Estaba intentando con todas sus fuerzas sobrellevar aquella situación, pero era demasiado, tenía que estar pendiente de demasiadas cosas para poder empezar de nuevo. Y tampoco empezaba de cero porque no estaba sola, estaban Mollie, Matthew y Maggie, que eran lo más alejado a la soledad. De hecho la casa era un auténtico caos.

También era cierto que los trillizos la hacían sentirse esperanzada a pesar de las dificultades; hacían que pudiera ver el futuro con ilusión. Antes de tenerlos jamás habría pensado ser capaz de querer del modo que quería a esos tres pequeños medio huérfanos. Medio huérfanos porque su padre no quería tener absolutamente nada que ver con ellos, y lo había dejado muy claro cuando había decidido abandonarlos.

Había sido lo más humillante de su vida, pensó Melinda mientras intentaba encontrar un sitio desde donde pudiera alcanzar a Bigotes. Le había dicho a todo el mundo que había sido ella la que se había marchado porque Steve se negaba a madurar, y eso último era cierto, pero había sido él el que la había abandonado, a ella y a sus tres hijos.

Había sido entonces cuando se había hecho obvio que lo que había entre ellos dos era solo un cúmulo de buenos momentos sin futuro puesto que él no tenía la menor intención de aceptar responsabilidades. Su historia de amor había sido algo irreal que se había venido abajo con la llegada de los niños.

Por eso había decidido volver a casa; Serendipity había sido el mejor lugar que se le había ocurrido para criar a sus hijos. Y la guardería iba a ser el medio de volver a ponerse en funcionamiento y aprovechar su formación como profesora.

—¡Mamá, baja a Bigotes ya! —era Mollie, que lloraba impaciente por recuperar a su adorado gato.

—Cariño, tienes madera de auténtico dictador —le dijo a la pequeña acariciándole la melena rubia—. No te preocupes, haremos que baje, te lo prometo —lo que no sabía era cómo iban a conseguirlo. ¿Cómo era posible que un gato supiera subirse a un árbol pero no bajar de él?

Melinda se metió las manos en los bolsillos sin dejar de observar al gato encaramado al árbol. Si no llegaba pronto alguien de la oficina del sheriff iba a tener que subir ella misma a por Bigotes. Al fin y al cabo había trepado a aquel árbol miles de veces de niña, claro que ya no era lo mismo, si se caía ahora, quién cuidaría de sus hijos. Por el momento su padre los había aceptado muy bien, pero sabía que era solo una medida temporal.

¿Cuándo demonios se había vuelto la vida tan complicada?

—Vamos a hacer una cosa, vamos a entrar a echarnos una siesta y, cuando te despiertes, Bigotes estará otra vez en casa maullando como loco.

El gato era sobre todo de Mollie, eso explicaba que sus dos hermanos estuvieran pegados a la televisión.

Melinda pensó que un gato de peluche habría dado muchos menos problemas, pero ya era demasiado tarde.

 

 

Carl llamó al timbre haciendo un verdadero esfuerzo por controlar sus sentimientos y decidido a comportarse única y exclusivamente como el ayudante del sheriff. Después de llamar varias veces se dio cuenta de que el jaleo que se oía dentro debía de estar ahogando el ruido del timbre; así que llamó con los nudillos con fuerza. No tenía intención de rendirse tan fácilmente, eso habría sido una cobardía y él nunca había sido ningún cobarde.

Unos segundos más tarde se abrió la puerta.

Resultaba increíblemente difícil seguir adelante con su papel de ayudante del sheriff y no ver a la mujer que tenía frente a él.

La chiquilla que se había marchado de Serendipity a los dieciocho años era guapa; la mujer que había regresado con veinticinco era impresionante.

De algún modo consiguió reunir fuerzas para hacer que sus pensamientos y su boca lo obedecieran.

—He venido por lo del gato.

Capítulo 2