Buenos vecinos - Marie Ferrarella - E-Book

Buenos vecinos E-Book

Marie Ferrarella

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Beschreibung

Julia 942 El oficial Guy Tripopulous sabía que el caso de la mamá secuestrada no era un asunto corriente: la nota en la que se pedía el rescate estaba manchada, escrita con letras de imprenta y los hijos de la víctima parecían extrañamente bien informados. Sin embargo, Guy decidió seguirles el juego. Había estado devanándose los sesos para encontrar una forma de entrar en contacto con su guapa vecina, y la estratagema de Addie y A.J. Douglas le proporcionaba una excusa inmejorable. Encontrar a la mamá desaparecida sería toda una delicia. Pero, sin esperárselo, Guy se encontró con un caso más peliagudo entre manos. Nancy Douglas y sus dos adorables hijos le habían robado el corazón... y no estaba muy seguro de querer que se lo devolvieran.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1997 Marie Rydzynski-Ferrarella

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Buenos vecinos, n.º 942- dic-22

Título original: Mommy and the Policeman Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-335-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Si quieres volver a ver a mami, lleva mil dólares en billetes pequeños a los bancos de picnic del parque Cedarwood.

 

 

ADAM John Douglas se mordisqueó el labio inferior mientras contemplaba aprensivamente a la niña que era su doble exacta. Su hermana estaba leyendo la nota que acababa de escribir con suma atención, lo que significaba que, en cuanto acabara de hacerlo, empezaría a criticarle sin piedad.

Resignadamente, se preparó para aguantar el inevitable chaparrón, que aunque no por esperado le iba a resultar menos doloroso.

Habían planeado todo el asunto ellos dos juntos, él y Addie, tal y como siempre hacían, y necesitaba saber cuanto antes qué era lo que su hermana estaba pensando. Normalmente, reconoció, era Addie la que tenía las mejores ideas, aunque, por supuesto, él no pensaba decírselo jamás, ni siquiera aunque le pillara desprevenido y le matara a cosquillas, haciéndole reír hasta que le dolieran los costados. Pero era la pura verdad.

A.J. empezó a balancearse impaciente sobre sus talones, sintiendo un extraño cosquilleo en el estómago. Estaba empezando a sentirse excitado por todo aquello. Por fin iban a hacer algo para conocer al policía de la casa de al lado, y no simplemente charlar con él de vez en cuando, como llevaban haciendo desde que el hombre se instalara en el barrio. Por fin iban a conseguir que se fijara en mami, y en cuanto se diera cuenta de lo simpática que era, de lo bien que jugaba al béisbol y probara las deliciosas galletas que sabía hacer, estaría más que encantado de convertirse en su papá.

Y sería como el padre que habían perdido. Incluso se parecía un poco a él, pensó A.J. Por lo menos, el uniforme era igual.

Todo lo que tenían que hacer era conseguir que mamá y el policía se conocieran y se hablaran.

Se le había ocurrido la idea el domingo anterior, viendo una película en la que una señora era secuestrada. Él sabía que los policías eran los encargados de encontrar a las personas secuestradas, así que aquel era un buen modo para hacer que se conocieran.

Desde aquel día, los dos hermanos habían estado esperando que se presentara la oportunidad de poner su idea en funcionamiento. Tenían que hacerlo cuando su madre estuviera fuera, para que el policía no se diera cuenta de que estaban mintiendo. A A.J. todo ese tiempo se le había hecho eterno, aunque sólo habían pasado cuatro días. Cuando ya estaba a punto de renunciar a su plan, parecía que las cosas habían empezado a enderezarse.

Aquel día, al poco de que su madre se fuera al periódico, dejándoles al cuidado de Summer, Addie había visto que el policía bajaba a la piscina. Aunque no llevaba puesto el uniforme, A.J. estaba casi seguro de que seguía siendo un policía.

Tendría que ser entonces o nunca.

A.J. se sentía lo suficientemente seguro como para dejar que Addie viera la nota que había escrito. Se la darían al policía, que, de inmediato, se pondría a buscar a su madre y, en cuanto la encontrara, todos vivirían juntos para siempre. Era un plan perfecto.

A.J. dejó escapar un largo y hondo suspiro. ¿Por qué Addie estaba tardando tanto? Ella leía muy bien, mucho más rápido que él, de hecho. Estaba más que harto de oírla presumir de ello.

—Bueno, ¿qué te parece?

Adelaide Douglas, que había nacido cinco minutos antes que su hermano, no perdía oportunidad de hacerle sentir aquella primacía. Arrogante, levantó sus ojos de un azul casi transparente para enfrentar la mirada de A.J., le devolvió la nota y se metió las manos en los bolsillos del peto vaquero.

—Me parece una tontería —dijo en el tono que reservaba para cuando quería fastidiar de verdad a su hermano.

—¡No lo es! —protestó el niño.

—Claro que sí —contestó Addie—. Las notas de rescatar no se escriben a lápiz —dijo, señalando despectivamente el papel.

—Se llaman notas de rescate, tonta —le corrigió A.J. de inmediato. Era una suerte que hubiese visto aquella película él solo, así no podría hacerse la lista—. Y ya sé que no se escriben así. Es que es un… borrador —declaró triunfalmente.

Así era como su madre llamaba a las cosas que escribía antes de enseñárselas a su jefe del periódico. A.J. se sintió tan orgulloso por recordarlo, que casi se le pasó la vergüenza por no haber escrito la nota con bolígrafo. Lo cierto era que odiaba los bolis, siempre le dejaban los dedos llenos de tinta.

Molesta, Addie le arrancó la nota de la mano.

—Dame eso —murmuró, releyendo de nuevo el escrito. Rápidamente, encontró otro error—. No creo que el secuestrador pusiera «mami»: no es su madre, sino la nuestra. Habría que cambiarlo por «tu mami».

A.J. siempre estaba dispuesto a admitir sugerencias. Aquella era una de las razones por las que formaban tan buen equipo. Mientras que a Addie le encantaba dar órdenes, a él le gustaba que le dirigieran… por lo menos casi siempre.

—Muy bien —A.J. se hizo de nuevo con la nota y, con bolígrafo, incluyó la corrección propuesta por Addie, tras lo cual se quedó mirando a su hermana, a la espera de nuevas críticas.

—Y me parece que mamá vale más de mil dólares —continuó la niña implacable.

¿Acaso se pensaba que él no lo sabía?

—¡Por lo menos vale un trillón de dólares! Lo que pasa es que no sé cómo se escribe.

—Yo tampoco —reconoció Addie tristemente. Era la mayor, y consideraba su deber saber ese tipo de cosas.

A.J. le pasó el brazo por los hombros para consolarla. Era el más sensible de los dos, lo que, según su madre, le haría muy popular en cuanto fuera ocho ó nueve años mayor. Addie, sin embargo, era harina de otro costal.

—No importa —dijo el niño—. Podemos poner «diez mil dólares», eso sí sé escribirlo.

—Yo también —replicó Addie, recuperando de inmediato su orgullo. Se dirigió a la mesa del cuarto de juegos—. Y como tengo mejor letra que tú, lo escribiré yo misma.

—De acuerdo —contestó alegremente A.J., más que feliz de dejar que su hermana se ocupara de aquella tarea.

Con la lengua fuera para concentrarse mejor, Addie reescribió la nota. El corazón le latía con fuerza al pensar en las consecuencias de lo que estaban haciendo. Se quedó mirando a su hermano con un gesto de duda.

—¿Tú crees que nos ayudará?

—Es policía, ese es su trabajo —contestó A.J. sin vacilar. Aquello es lo que Big Bird decía en Barrio Sésamo, y Big Bird no mentía nunca. Tampoco mamá.

Addie dejó a un lado el bolígrafo y releyó atentamente lo que había escrito. Incluso a alguien tan exigente como ella le parecía que estaba bien, concluyó satisfecha. Sin embargo, sentía un enorme nudo en el estómago. No le gustaba nada tener que mentir, y su madre siempre decía que no estaba bien hacerlo. Pero si no hacían algo pronto, ella se quedaría sola para siempre, como la vieja señora Springer. Se le pondría el pelo blanco y todo lo demás por no tener un marido que viviera con ella.

Además, Addie también quería tener un padre, uno que los abrazara fuertemente a ellos dos… y también a su madre, añadió tras un instante de reflexión.

Nerviosa, se mordisqueó el labio en un gesto idéntico al de su mellizo.

—¿Qué pasará cuando se dé cuenta de que mamá no ha desaparecido?

—Seguro que se alegra mucho al ver que está bien —repuso A.J. con un optimismo a prueba de bombas.

—¿Eso crees? —insistió Addie empezando a sonreír. A.J. siempre conseguía animarla.

—¡Por supuesto! —afirmó su hermano lleno de confianza.

—¡Claro que sí! —exclamó Addie también levantándose de la mesa—. En la tele siempre pasa eso.

—¡Exacto! —dijo A.J., más que dispuesto a darle la razón a su hermana sólo para verla contenta.

—¡Que guay! Ahora tienes que buscar un sobre en el cuarto de mamá —le ordenó—. ¡Y que no te vea Summer! —le advirtió antes de que saliera por la puerta.

Summer era la canguro que les cuidaba desde hacía dos años. Al principio les había caído muy bien, pues siempre estaba dispuesta a jugar con ellos y contarles cuentos… pero eso había sido antes de que empezara a ir al instituto.

—Seguro que está hablando por teléfono con alguno de sus novios —contestó A.J. despreocupadamente—. Aunque entrara un elefante en el salón no se daría ni cuenta.

Addie estaba de acuerdo con él, pero pensaba que no estaba de más ser precavidos. Al menos, eso era lo que su madre siempre decía. Y en ausencia de su madre, era su deber recordar ese tipo de cosas.

—Venga, date prisa.

Cuando A.J. salió del cuarto, se quedó mirando a la ventana, poniéndose de puntillas, como si eso le permitiera ver mejor. Desde donde estaba apenas se divisaba un trocito de la piscina. El objetivo de su plan estaba tranquilamente tumbado al borde del agua, descansando. Sin embargo, A.J. y ella le habían vigilado lo suficiente como para saber que no se quedaría allí mucho rato. Siempre estaba yendo y viniendo.

Se dio la vuelta y vio que A.J. todavía no se había ido, estaba en la puerta mirándola.

—¡Vete de una vez! —susurró enérgicamente—. No va a estar ahí tumbado todo el día…

Al oír estas palabras, A.J. salió a toda prisa, sin esperar siquiera a que su hermana terminara la frase.

 

 

El sargento Augustus Tripopulous, conocido por todo el mundo como Guy, nombre que tenía su origen en la incapacidad de su hermana pequeña para pronunciar correctamente su nombre cuando era niña, apenas podía recordar cuándo había sido la última vez que se había tomado el día libre y había conseguido relajarse. Debía haber sido hacía mucho tiempo, pero, a pesar de eso, no podía evitar una punzada de culpabilidad al pensar en todas las cosas que tenía que hacer. Decidió no pensar más en sus obligaciones, y, con un suspiro, se tendió cuan largo era en la tumbona.

Ante sus ojos reverberaban los rayos del cálido sol de California arrancando destellos de las aguas verdiazules de la piscina. Había soñado con ese momento de paz durante meses.

En comparación con otras ciudades de California, más grandes y sofisticadas, Bedford era un pueblo relativamente tranquilo, aunque tampoco se podía decir que fuera precisamente el paraíso. Los malhechores no descansaban nunca, y como guardián de la ley debía mantenerse constantemente alerta.

Nacido y criado en las cercanías de Newport Beach, a Guy le gustaba vivir en Bedford. Le agradaba vivir en un lugar tan tranquilo, y esperaba que continuara siéndolo durante mucho tiempo.

Por suerte, le encantaban todos los aspectos de su trabajo, excepto redactar los informes por supuesto. De vez en cuando y para variar ocurría algo que se salía un poco de lo normal, como la vez que encontró a un hombre vagando por las calles, con la cabeza perdida. La única cosa que podía servir para identificarle era el medallón que llevaba colgado al cuello. Aunque su trabajo se limitaba a llevarle al hospital, se sintió obligado a hacer algo más por aquel desconocido. Se lo presentó a su hermana, quien regentaba el restaurante familiar, para que le proporcionara un trabajo y le ayudara a encontrar un lugar donde instalarse. Por su parte, en su tiempo libre Guy se esforzó por averiguar algo más sobre aquel hombre.

Por fin, gracias a sus desvelos, consiguió no sólo ayudarle a recuperar su pasado sino también darle un futuro que incluía una esposa y una hija. Aquella historia había contribuido a hacer que Guy se sintiera mucho mejor consigo mismo… y para ser completamente sincero, a sentir también un poco de envidia.

Por delante de él paso una joven en bikini que le dirigió una deslumbrante sonrisa. Guy se limitó a responderla con un gesto, ya que no tenía la menor intención de levantarse y seguirle el juego. Estaba harto de tontear con las chicas, ya se había pasado diez años haciéndolo, y lo que deseaba realmente era encontrar a alguien que le importara y echar raíces.

Lo que realmente quería, se dijo a sí mismo, era ser como Brady Lockwood, aunque sin sufrir amnesia, claro. Deseaba tener lo mismo que él: un hogar, una esposa, una familia.

Aunque, tuvo que reconocer, él tenía una familia, y una muy cariñosa además. Lo que ocurría era que estaba compuesta por sus padres, abuelos y una hermana que parecía creer que por el simple hecho de que él tuviera oídos para escucharla podía decirle todo lo que se le pasara por la cabeza. Guy les quería a todos ellos, pero eso no era suficiente.

Quería tener su propia familia, pequeña para empezar, quizás. Todo lo que tenía que hacer era empezar por encontrar a la mujer adecuada.

Nada más y nada menos. Para su desgracia, la mujer perfecta no había dado señales de vida en casi treinta años, así qué, ¿qué le hacía pensar que aparecería de la noche a la mañana?

No pudo evitar estremecerse. Era un día demasiado bonito como para estropearlo con pensamientos tan negativos.

Sintió que la pereza le corría por las venas como jarabe rezumando de un montón de tortitas. Pensar en tortitas le recordó que estaba empezando sentir hambre, pero estaba demasiado cansado para hacer algo al respecto.

Quizá más tarde.

Cuando estaba a punto de quedarse dormido notó con sobresalto dos empujones a cada lado de la tumbona. Se incorporó de inmediato, encontrándose con que dos niños de cabellos dorados se habían sentado a su lado. Aunque sería mejor decir que le habían rodeado, por la forma en que se dirigían a él, con las caritas contraídas por la excitación y el temor.

Los dos le estaban gritando a la vez, uno en cada oído, así que lo único que pudo entender de su parloteo fueron las palabras ayuda y secuestro, pero poco más.

Guy asió por los hombros al niño, procurando que se tranquilizara.

—¡Calma, calma! ¿Qué es lo que os pasa?

Addie, por su parte, le agarró del brazo para que no la ignorara.

—¡Tienes que ayudarnos! —gritó con su mejor estilo dramático.

La niña se preguntó si no sería mejor fingir que se desmayaba, pero como si lo hacía A.J. hablaría todo el rato, decidió que sería mejor no intentarlo

—Sois los niños de la casa de al lado, ¿verdad? —preguntó Guy al reconocerlos.

Les había visto por primera vez el día que se había mudado al barrio. Desde entonces les había sorprendido contemplándole en numerosas ocasiones, con una extraña expresión en sus caritas que concordaba muy poco con su escasa edad. Sin embargo, habían escapado cada vez que él había intentado hablar con ellos. Se había prometido a sí mismo que tarde o temprano lo conseguiría, pues deseaba llevarse bien con todos sus vecinos, especialmente si éstos tenían una madre tan guapa como aquellos dos renacuajos, con unos ojos de un azul increíble y piernas larguísimas.

—Sí, somos nosotros —respondió el niño—. Yo me llamo A.J., y esta es mi hermana Addie. Nos apellidamos Douglas.

—Encantado de conoceros, A.J. y Addie Douglas —declaró Guy solemnemente.

A Addie no le hizo ninguna gracia que la mencionara la última, así que apretó con fuerza el brazo del policía para llamarle la atención.

—¡Tienes que ayudarnos! —repitió.

Aquellos niños estaban terriblemente nerviosos, aunque Guy no era capaz de determinar si la causa de ello era realmente seria o si simplemente era porque todos los niños menores de diez años se comportaban de aquel modo.

—¿Ayudaros? ¿Cómo? —preguntó mirándolos alternativamente.

Addie se mordió la parte interna del labio tan fuerte que se le saltaron las lágrimas, que era justo lo que pretendía que ocurriera.

—Han secuestrado a nuestra mamá.

A.J. se quedó mirando a su hermana maravillado. Addie lo había hecho aún mejor que los actores de la película.

En circunstancias normales, Guy hubiera jurado que aquellos niños estaban quedándose con él, pero el caso es que ambos parecían tan consternados, que, por el momento, decidió creerlos. Sabía por experiencia que los niños solían ser más astutos de lo que la gente pensaba, así que se dispuso a esperar los acontecimientos.

—¿Cómo lo sabéis? —preguntó, sentando a la niña en su regazo.

Los estaba creyendo, pensó Addie, realmente los creía, se dijo, y el corazón empezó a latirle a toda velocidad. Le daban ganas de abrazar a su hermano, pero no se atrevió a hacerlo.

—Porque hemos visto la nota de los secuestradores —respondió pronunciando cuidadosamente todas las palabras por temor a que la lengua se le trabara y estropearlo todo—. Tú la rescatarás, ¿verdad? Sabemos que eres policía, te hemos visto con el uniforme.

Lo dijo con tal patetismo que a Guy le llegó al corazón. Pobre niña, pensó, acariciándole la cabeza para tranquilizarla.

—Sí, soy policía.

—No permitirás que le ocurra nada, ¿verdad? —intervino A.J.—. Ella es todo lo que tenemos. Nuestro padre se fue hace muchos años, y no ha vuelto —el niño se preguntaba cómo sería capaz su hermana de llorar del modo que lo hacía. Él procuraba pensar en cosas tristes y no lo conseguía—. Mamá nos ha dicho que no puede volver.

Guy se preguntó si el padre desaparecido realmente no podría o no querría volver. Ignoraba si su vecina sería una viuda o una divorciada a quien el juez le hubiera dado la custodia de sus hijos. No había visto a ningún hombre entrando o saliendo, pero la verdad es que tampoco se había fijado mucho.

—¿Sabéis si hay alguien que le quiera hacer daño a vuestra mamá? —le preguntó a A.J.

El niño negó con la cabeza. Empujó a Addie y se sentó también en el regazo del policía. Le pareció un sitio cálido y agradable donde estar. Vagamente recordaba haber estado sentado en un regazo grande y suave, donde se había sentido más seguro que en ningún otro sitio. El regazo de su mami estaba bien, pero era pequeño, en cambio, en el del policía había sitio de sobra para Addie y él.

—No. Todo el mundo quiere a mami —dijo, devanándose los sesos para añadir algo más que hiciera que el hombre se apiadara de él—. No dejará que le ocurra nada, ¿verdad señor policía?

—Llámame Guy —replicó—. No te preocupes, no dejaré que a tu madre le pasa nada malo —pensó que lo mejor sería echar un vistazo en el apartamento de su vecina, pero antes tendría que preguntarles un par de cosas más a los niños, procurando que pareciera una conversación normal para no asustarlos— ¿Cuánto tiempo hace desde que se marchó?

—Muchísimo —contestó Addie solemnemente.

—Desde esta mañana —proclamó A.J.

Al oírle, Addie le fulminó con la mirada. Si se descuidaba, su hermano lo echaría todo a perder. Tenía que haberle obligado a que se quedara en casa.

—Lo que pasa es que se nos ha hecho muy largo —explicó rápidamente.

—Seguro que sí —convino Guy. Suavemente apartó a los niños y se levantó de la tumbona—. ¿Os deja solos a menudo? —preguntó.

Tal vez todo fuera un error. Quizá la mujer simplemente se hubiera marchado y los niños se hubieran creído que la habían secuestrado. Si resultaba ser así, tendría que advertir muy seriamente a la madre de los niños de las consecuencias penales que tenía el que dejara a los niños solos en casa.

—No, no —replicó A.J. de inmediato—. No estamos solos, nos cuida Summer.

—Sumer —repitió Guy cada vez más extrañado. Si había una persona a cargo de los niños, ¿por qué no había denunciado el secuestro?

—Es nuestra canguro —explicó A.J. a pesar de la furibunda mirada que le dirigió Addie. Nunca sería capaz de hacer las cosas como ella quería, pensó amargamente, siempre tenía que meter la pata.

Addie se dijo que tenía que evitar como fuera que A.J. abriera la boca otra vez, tenían que conseguir que Guy fuera al apartamento antes de que su madre regresara.

—Summer es la persona que nos cuida —corrigió la niña.

Esa chica iba a ser una jefa de armas tomar cuando fuera mayor, pensó Guy divertido. Tal vez todo el asunto no fuera más que un juego después de todo.

—¿Puedo ver la nota? —dijo alargando la mano.

El plan se ponía de nuevo en marcha.

—Claro —asintió Addie de inmediato con expresión de inocencia. Asió la mano de Guy para guiarle—. Tienes que venir a nuestra casa.

Entonces todas sus sospechas parecieron confirmarse. Tenía un sexto sentido para presentir los problemas, y en ese momento estaba empezando a activarse.

—¿Y eso por qué? —le preguntó a Addie.

Addie, que continuaba tirando de su brazo, lanzó una mirada a su hermano que asió la otra mano de Guy y empezó a empujar a su vez.