Cuentos de Hadas Sexy II - AJ Tipton - E-Book

Cuentos de Hadas Sexy II E-Book

AJ Tipton

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Beschreibung

La Bella y la Bestia, Blancanieves, y Rapunzel como nunca antes las habías visto.

En un lejano reino mágico, vivían príncipes encantados, mujeres guerreras, y héroes poderosos. Esta colección de tres-libros presenta sexys recuentos con cambio de género de los clásicos cuentos de hadas: La Bella y la Bestia, Blancanieves, y Rapunzel. Los héroes se han convertido en heroínas, las heroínas se han convertido en héroes, y nada es lo que parece. 

El Guapo y la Bestia: Este cuento de hadas con cambio de género para adultos presenta sexys tríos FFM, cambios de imagen bestiales, y una historia que es más antiguo que el tiempo. 

El Genuino Amor de Snow: Este cuento de hadas con cambio de género para adultos presenta sexys tríos FFM, enanas feroces, y el más hermoso amor de todos.

Su Destino Aparente: Esta novela sexy para adultos incluye travesuras de gran-riesgo, criaturas peligrosas con juegos de palabras, y un amor que ni siquiera la magia puede predecir. 

Estas novelas INDEPENDIENTES pueden ser leídas en cualquier orden. No hay finales de suspenso, y cada una termina como debe: felices para siempre.

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Cuentos de Hadas Sexy II

Tres Colección de Libros

AJ Tipton

Traducido porLorena De Isla

Copyright © AJ Tipton 2015 El derecho de AJ Tipton a ser identificada como la autora de este trabajo ha sido afirmado por ella en conformidad con Copyright, Designs and Patents Act de 1988 (Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988) (u otra ley similar, dependiendo de su país). Todos los derechos, reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en ninguna forma o por ningún medio (electrónico, mecánico, fotocopias, grabaciones u otro medio) sin la previa aprobación por escrito de la autora, exceptuando casos de citas breves como parte de una reseña o artículo. No puede ser editado, modificado, prestado, revendido, alquilado, distribuido o circulado de alguna otra manera sin el consentimiento por escrito del editor. Se pueden obtener los permisos en [email protected]

Este libro es para la venta a un público adulto solamente. Contiene escenas sustancialmente explícitas y leguaje gráfico que puede considerarse ofensivo por algunos lectores.

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, lugares e incidentes que aparecen aquí son ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, organizaciones, eventos o locales es pura coincidencia.

Todos los personajes sexualmente activos en esta obra son de 18 años o mayores.

Fotografías de portada proporcionadas por BigStock.com, Flickr.com, Archivos Morgue, y Upsplash.com. Diseño gráfico por Lydia Chai. Traducción por Lorena De Isla.

Creado con Vellum

Índice

El Guapo y la Bestia

El Genuino Amor de Snow

Su Destino Aparente

Agradecimientos

Acerca del Autor

El Guapo y la Bestia

Una figura empapada-de-lluvia entró pateando la puerta, rociando de astillas y agua todo el piso de duela recién-trapeado.

—Bienvenida a casa, Mamá —Quinn dijo, sin levantar la mirada, mientras preparaba un conejo para la cena. Él resistió la urgencia de suspirar desanimado a causa del piso ahora-sucio, que él tendría que volver a lavar. Madre ya viene enojada; no hay necesidad de atizar su temperamento con mis quejas.

La casa que él compartía con su madre era modesta: solo una habitación principal que servía como cocina, sala y vestíbulo con una recámara pequeña por un lado. Quinn estaba orgulloso de ser capaz de mantenerla inmaculada, a pesar de los constantes esfuerzos de su madre para ser lo más abusiva y desconsiderada que le fuera posible.

Con Beatrice, la madre de Quinn, no se podía andar jugando. Ella era baja de estatura y de edad avanzada, pero tenía un lado malvado y una habilidad con el cinto, que le había servido bien siendo viuda con dos niños. También tenía un historial de vender a sus propios hijos cuando su cuenta en la taberna, se elevaba demasiado. Quinn apenas si recordaba a su hermana, tan solo un vago recuerdo de voces fuertes y enojadas desde la otra habitación. Pero aquél día, hace quince años, cuando su madre se fue con su hermana y regresó con cuatro cabras y una sonrisa victoriosa, quedó marcado en su memoria para siempre. El recibía una postal de su hermana cada año, más o menos, diciéndole que estaba bien, pero ella nunca contestó a la súplica de Quinn para llevarlo con ella. Después de unos pocos años, él dejó de pedírselo y en vez de ello, se concentró en hacerse tan valioso e imprescindible que su madre nunca pudiera darse el lujo de venderlo.

—Quinn, ¡ya termina de hacer la cena! —Beatrice gruñó a través de sus dientes amarillentos. Dejó caer su chal enlodado hecho bulto en el suelo—. Escucha mientras cocinas. Tengo unas buenas noticias para ti —ella giró su cabeza hacia un lado, exprimiendo su largo cabello gris. El charco formándose a sus pies era lodoso con un brillo grasoso.

Mierda. A Quinn se le heló la sangre. La última vez que su madre había usado la frase “buenas noticias” fue cuando él perdió a su hermana. Lo único que puedo esperar es que por mí, de perdido haya obtenido seis cabras.

—Mi niño, tu vieja madre se ha encontrado con una oportunidad para ti. Estaba teniendo una encantadora caminata por el bosque cuando cayó esa terrible tormenta —Beatrice dijo.

Quinn trató de mantener una expresión neutral en su rostro. Beatrice era un notable-cliente frecuente de la taberna del pueblo. Sus “caminatas por el bosque” para nada eran tomar aire fresco y hacer ejercicio, era más bien una desviación hacia una tambaleante-borrachera y todo mundo lo sabía. Quinn sabía que corregir ese punto solamente la enfurecería.

—Encontré un castillo abandonado y me guarecí ahí hasta que lo peor de la tormenta pasó —ella miró al lodo, el charco, y la capa empapada en la entrada y apuntó con su dedo retorcido—. ¡Limpia esto!

Quinn saltó para ponerse en acción, trapeando el desastre. —Me da gusto que encontraste refugio. La tormenta fue bestial.

—Estoy segura de que te sentiste enfermo de la preocupación —Beatrice escupió—. Ni siquiera pensaste en ir a buscar a tu propia madre en tremenda tormenta. ¡Yo estaba pensando en ti! —Ella se sentó a la pequeña mesa de madera en medio de la habitación e hizo un ademán para que Quinn le trajera sus alimentos—. Ahí, había un fino arco montado en la pared junto a una aljaba llena de flechas —Beatrice hurgó sus dientes con una de sus uñas mugrientas—. ¿Puedes imaginarlo? ¡Como alguna clase de decoración inútil! Era claro que tendría un mejor uso poniendo comida en mi mesa.

Oh mierda, se lo robó. Quinn le pasó a su madre un plato de conejo y vegetales cocidos, dándose media vuelta para limpiar las encimeras de la cocina detrás de él. Un impresionante arco nuevo sería increíble, pero los hombros de Quinn se tensaron. Beatrice era una astuta vieja bruja, pero tenía que haber habido consecuencias por saquear la casa de un extraño.

—La tormenta se tranquilizó y ya había terminado de tomar mi descanso así que me imaginé que solo tomaría el arco y me iría —ella empujó la comida en su boca mientras hablaba, enviando pedacitos volando a lo largo de la mesa—. Estas gentes llegaron de quién sabe dónde. Una mujer elegante con un genio de locura…

Mira quién habla. Quinn hizo una mueca.

—… y esa rara que siempre viene al pueblo. ¿Mira?

— ¿Mirror? —La esperanza surgió en el pecho de Quinn. Mirror vivía en algún lugar en el bosque que rodeaba su pueblo, y ocasionalmente lo visitaba para adquirir provisiones. Ella era una visitante bastante regular para ser un rostro familiar, pero lo suficientemente forastera para que los pueblerinos la hicieran pasar malos ratos. Quinn siempre había admirado lo amable y paciente que ella era para enfrentar algunos de los comentarios más idiotas que llegaban por su camino. El hecho de que Mirror era una completa maravilla, ciertamente que no hacía daño.

—Lo que sea. Nombre tonto, chica tonta —Beatrice se puso de pie y se sirvió un vaso de algo de color café, tan fuerte, que hizo que los ojos de Quinn lagrimearan estando al otro lado de la habitación. —Aparentemente el castillo no estaba tan abandonado como yo pensé, y la dueña estaba irracionalmente enojada por mi presencia. Perra —ella tomó un rápido trago a su bebida, con su rostro contorsionado por el sabor—. La chica Mirror dijo algo acerca de ti y de que tú y su ama hacen buena pareja, así que se me ocurrió, eso es eso.

— ¿Qué es qué? —la sensación de un presentimiento aumentó en Quinn con cada palabra.

—Te vas a poder quedar con ese elegante arco que yo quería para ti, solo que lo tendrás que usar en el castillo —otro trago desapareció por la garganta de Beatrice—. El castillo donde vas a vivir —el líquido café desapareció en un trago—. Para siempre.

— ¿Me vendiste por un arco? —Quinn deseó estar sorprendido.

— ¡No! —Beatrice sonrió cálidamente—. No, mi niño, por supuesto que no. ¡Te vendí por esto! —Ella levantó un gran morral, pesado y lleno con brillantes monedas de oro.

Eso vale mucho más que cuatro cabras. Era una victoria extraña y triste, pero Quinn estaba listo para tomarla. Después de veinticinco años de negligencia y abuso, un cambio, aún si era para obligarlo por contrato a ser la servidumbre de un extraño, sonaba como un alivio maravilloso.

—Carajo —finalmente él habló, lanzando al suelo el trapo sucio que traía en su mano—Iré.

Sophie estiró el espejo de aumento para acercarlo a su rostro mientras agarraba las pinzas como si fueran un arma para poder sacar todos esos tercos pelos negros; nunca desaparecían, no importaba cuantas veces ella se los sacaba.

Jodida maldición. Jodido hechicero.

Una dama no decía tales obscenidades en voz alta, pero ella podía pensar bastante en ellas, dentro de su cabeza. La madre de Sophie la había entrenado agresivamente acerca de lo que una dama debía ser: hermosa, distante, recatada, aguzada. Como un cuchillo. —Una dama es como un escalpelo: afilado, pero hermoso —no es exactamente el consejo que cada niñita espera aprender en el regazo de su madre, pero como su familia tenía mucho tiempo de haberse ido, todo lo que ella tenía eran los recuerdos de crianza de hace mucho tiempo.

Nada había preparado a Sophie para la maldición, hace diez años.

Mierda. Mierda. Mierda. Las palabras se sintieron bien dentro de su cabeza, las consonantes sordas acentuando sus jalones en los últimos tres pelos. Ella pasó la punta de sus dedos bajo su barbilla, sonriendo a su reflejo. Su cabello castaño estaba amontonado en estilosas capas sobre su cabeza, sus cejas medias-lunas gemelas, y su boca roja brillante, pequeña y femenina en vez del hocico de una bestia babeante. Gracias dioses del maquillaje. Ella suspiró y dejó el espejo a un lado. Tenía menos de dos horas para apreciar la sensación de ser hermosa hasta que la maldición la alcanzara y se convirtiera en bestia otra vez.

—Viene cabalgando hasta el portón —Mirror dijo, abriendo la puerta sin tocar. En el castillo, nadie más se atrevería a abrir la puerta de su habitación, pero Mirror era una excepción a casi todas las reglas.

— ¿Estás segura acerca de todo esto? —Mirror preguntó, cerrando la puerta para que nadie más pudiera oír—. Cuando avalé que él era un chico decente, realmente no pensé que tú harías un trato con esa horrible mujer para comprarlo. Vamos, ¿realmente piensas que él podría romper la maldición? Ha habido tantos pretendientes. Todos ellos hubieron fallado. Alguna vez has considerado que quizás…

Sophie levantó su mano, cortando las palabras de Mirror antes de que comenzara con la misma vieja cantaleta acerca de cómo Sophie estaba malinterpretando la maldición. Mirror no hubo estado ahí. Mirror nunca podría entender lo que se sentía el vivir con una poderosa magia afectando cada momento de su vida.

—Sé que tus intenciones son buenas, Mirror, pero por favor, guárdate tus teorías —Sophie le dio una última mirada crítica a su reflejo y se puso de pie, enderezando las faldas de su vestido para que cayeran en sedosas y gráciles ondas. —Este es el Número Trece. ¿No es el trece un número de la suerte?

—No, no es —Mirror dijo, con un profundo suspiro y cruzando sus brazos mientras fruncía el ceño mirando a su ama. Sophie alzó una ceja mirándola, una invitación para que Mirror dijera lo que pensaba. La mujer se pondría insufrible hasta que tuviera oportunidad de decir lo suyo.

—Es solo que pienso que todo esto es un poco barbárico. ¿En serio necesitas salir con estos chicos teniéndolos prisioneros aquí? ¿No sería más sencillo ir al pueblo, andar en unos pocos bares, o ir a algunos festivales de cosecha? —Ella caminó hacia Sophie para masajear sus hombros, sus dedos se sentían impresionantemente persuasivos, y Sophie dejó escapar un pequeño gemido mientras se recargaba en las manos de Mirror—. Tú sabes, ¿simplemente conocer gente de la manera normal? ¿Realmente tienes que continuar con este trato de te-encarcelo-hasta-que-te-enamores?

Sophie se retiró de Mirror. —Se te olvida que, no soy normal. Sería una bestia asquerosa para cuando llegue al pueblo, tú lo sabes. ¿Qué hombre podría enamorarse de algo tan horroroso? Hago lo que tengo que hacer.

Sophie podía oír los trotes secos de las herraduras sobre el empedrado que llevaba al castillo. Él estaba aquí. Ella sujetó su abdomen, a las mariposas que revoloteaban en su estómago cada vez que un nuevo rompe-maldiciones potencial llegaba. Ninguno de los primeros doce había roto su maldición por medio de actos de amor verdadero, y probablemente este no sería diferente. Aun así, Sophie no podía detener la bolita de esperanza que crecía en su pecho mientras soñaba en vivir con libertad, finalmente.

—Nunca se sabe —Sophie dijo, tanto a sí misma como a Mirror—. Puede que él sea el indicado. Dime otra vez, ¿cuál es su nombre?

—Quinn —Mirror dijo.

—Me gusta. Suena como gin, ginebra en lengua antigua. Ese si lo recordaré —Sophie no podía repetir el desastre que tuvo con el Número Nueve, cuando en la cama, ella gritó el nombre del Número Ocho. Fue tan vergonzoso—. Ve a abrir la puerta principal, estoy lista —Sophie dijo, dirigiéndose a la parte superior de las escaleras.

—Sí, seguro. Se me olvidó lo de tu entrada dramática. Solo que esta vez, no te tropieces con tus pies —Mirror dijo, sonriendo ligeramente.

—Eso solo me pasó una vez —Sophie dijo entre-dientes. Con el Número Cinco; Mirror nunca lo iba a dejar por la paz.

—Dos veces —Mirror dijo, bajando a saltos la escalera con sus prácticos zapatos de piso antes de que Sophie pudiera jalarle el cabello en retribución.

Sophie se agachó detrás de una columna, escuchando al sonido del Número Trece, Quinn, como gin, se recordó a sí misma, golpeando en la puerta y Mirror haciéndolo pasar. Sophie esperó un momento para que su invitado pudiera admirar la rica decoración del vestíbulo y los grandes retratos de su familia, las ostentosas alfombras importadas, las molduras doradas alrededor de los marcos de las puertas, los candeleros de plata, y el adornado reloj de pie. Entonces ella se deslizó desde atrás de la columna y descendió por las escaleras.

Sophie abrió sus brazos ampliamente, consciente de cómo el movimiento presionaba sus pechos empujándolos más alto en su corsé y haciendo que sus brazos se vieran delicados y femeninos bajo sus mangas colgantes.

—Bienvenido a mi humilde morada. Espero que disfrutes tu tiempo aquí —ella dijo, profundizando su voz en un ronco ronroneo. A los hombres les encantan los ronroneos roncos. Todo estaba en los libros sobre seducción—. Sr. Quinn, es un honor que haya venido a quedarse aquí —a los hombres también les gusta ser halagados.

Cuando Sophie tuvo una mejor vista del Número Trece, ella sintió que su sonrisa forzada se ampliaba en una sonrisa más genuina. Este, era espléndido. De todos los pretendientes que habían fallado para romper la maldición, éste era por mucho, el más hermoso: alto, cabello castaño rizado, una fuerte barbilla, sumamente musculoso, y unos ojos más azules que el cielo en primavera.

Hola, bonito.

—Mi querida amiga, Mirror, me dice que eres tan bondadoso como guapo —Sophie dijo, tratando de evitar un estremecimiento. Demasiado expresiva, demasiado desesperada. Oh dios. Tratando de disimular, ella extendió su mano hacia él para que la besara.

Quinn miró rápidamente, por un segundo, a Mirror, antes de plantar un beso en las puntas de los dedos de Sophie, lo que disparó deliciosos cosquilleos por su brazo y abajo hasta su esencia.

—Gracias, mi lady. Espero ser de utilidad adicional para su hogar —Quinn dijo, su voz grave y seductora como un arroyo del bosque.

—Por favor, señor, soy Lady Sophia Chase. Pero espero me llames Sophie —Sophie dijo, pasando su brazo por el codo de él y maravillándose por los duros músculos bajo su chaqueta—. Permíteme darte un tour —ella miró a Mirror duramente—. A Solas.

Mirror se encogió de hombros y le hizo una señal alentadora de “pulgares hacia arriba” a Quinn, quien por su mirada confundida, en realidad no supo cómo interpretarlo. Sophie golpeó ligeramente su brazo.

—No te preocupes por ella. Tengo muchas cosas que enseñarte.

Quinn no parecía muy impresionado con la biblioteca de tres pisos de altura, o el tamaño de las cocinas, o de los jardines, o de cualquiera de las otras suntuosas áreas del castillo. Había habido un chico que amaba tanto la biblioteca que no tenía tiempo para Sophie y ella lo envió lejos con una novela todavía pegada a su rostro. Otro estaba encantado con sus enormes jardines y plantó con coloridas rosas una sección entera. Ella había esperado en ese momento, que fuera una señal de que quería quedarse. Una esperanza tonta, por supuesto. Ellos nunca se quedaban.

La única cosa en la que el chico nuevo parecía estar interesado eran las repetidas discusiones de los sirvientes. Los sonidos de otra discusión flotaron a través del castillo y él se detuvo a medio-paso, una expresión preocupada en su rostro.

— ¿Siempre se gritan unos a otros así? —él preguntó.

Número Trece, Quinn, necesito recordar que su nombre es Quinn.

— ¿De qué hablas? —Sophie dijo, mirando alrededor. Las únicas otras personas en el pasillo eran el ama de llaves y la cocinera de pie, en la parte superior de las escaleras principales. El ama de llaves, la Sra. Ladium, era anciana y su familia había servido en la casa desde siempre; su hijo trabajaba en los establos. La cocinera, Macy, era bastante coqueta, la clase de monada alegre que Sophie sabía ella nunca sería, aún con su intenso régimen diario de belleza. Sophie odiaba un poquito a Macy por su piel impecable, pero era difícil apegarse a esa emoción cuando Macy quedaba atrapada en el fuego cruzado de la maldición de Sophie.

— ¡Yo siempre ando limpiando tras de ti! —la vieja gritó, lo suficientemente fuerte que los cristales de los candiles chocaban entre sí.

—Si no te gusta como manejo mi cocina, ¡entonces no entres ahí! —la joven mujer le gritó en respuesta. Normalmente, tenía una voz encantadora como una campana, pero cuando se molestaba, lo cual era casi todo el tiempo desde que cayó la maldición, su voz tenía el raspante maullido de un gato en celo. Todos los sirvientes, con excepción de Mirror, estaban atrapados en un ciclo interminable de peleas repetidas, liando las mismas discusiones una y otra vez.

— ¡Si pasaras menos tiempo enredándote con cada hombre que ves, tendría menos desastres que limpiar todos los días! —La Sra. Ladium sacudió un sucio trapo en el rostro de la mujer más joven.

Quinn tocó suavemente el brazo de Sophie y ella saltó. Sus pretendientes casi nunca eran gentiles.

— ¿No debería hacer algo al respecto? —Él dijo, haciendo un ademán hacia las dos mujeres—. Realmente se ven muy molestas.

Sophie se encogió de hombros. —Ellas siempre están gritando acerca de algo —ahora no era el momento para explicarle la maldición. El momento para esas explicaciones tenía que ser perfecto. El Número Dos casi corría hacia la puerta antes de ella terminar de contarle lo que había pasado hace tantos años, cuando el tiempo dejó de avanzar en este castillo maldito.

— ¿Y el jardinero y el mozo del establo? —Quinn dijo—. Cuando estuvimos afuera en los jardines, ellos estaban gritando y peleando a golpes. Ni siquiera lo notaste.

Un estruendo sonó desde la otra habitación, y Quinn corrió hacia él. Sophie suspiró y lo siguió, justo cuando el platón de plata que la Sra. Ladium le lanzó a Macy, voló hacia abajo por las escaleras.

— ¿Por qué no simplemente lo admites? —decía a gritos, una mujer desde la otra habitación, seguido de un segundo estruendo. Sophie hizo una pausa en la entrada para arreglar su vestido, mientras Quinn no la veía.

Hillary, la esteta de Sophie, estaba de pie con sus brazos en alto, sosteniendo un candelero, lista para aventarlo al hombre agazapado en una esquina del salón de baile con sus manos protegiendo su cabeza.

— ¡Te juro que yo no tomé tu puto tinte de cabello! Soy el jardinero; ¿para qué carajos querría tinte de cabello? —él chilló.

Grandioso. Hillary y Aarón están iterando, otra vez, Sophie suspiró.

— ¿Esperas que te crea que tu cabello es de ese tono de negro naturalmente? ¿Piensas que simplemente puedes robarme, Aarón? —Hillary lanzó el candelero y rebotó en la pared, dejando una abolladura nueva, en la pared ya llena de marcas de cientos de abolladuras por la estúpida iteración sin sentido de Hillary y Aarón.

— ¡Por favor! ¡Por favor, deténganse! —Quinn gritó, corriendo a ponerse entre ellos—. Esto es una locura. ¿Qué piensas que hizo este joven hombre? —él puso sus brazos en alto entre ellos, pero Hillary estaba en una iteración, así que ella no podía verlo.

— ¿Por qué no simplemente lo admites? —Hillary gritó, sujetando un candelero idéntico que había reaparecido en el lugar donde hubo descansado el primero que ella había lanzado. Sophie se sintió agradecida por un segundo de que la magia de la maldición reemplazaba todas sus posesiones rotas durante las iteraciones de la maldición. No le habría quedado nada, por la forma en que los sirvientes discutían todo el día.

— ¡Te juro que yo no tomé tu puto tinte de cabello! Soy el jardinero; ¿para qué carajos querría tinte de cabello? —Aarón volvió a decir.

— ¿Qué les está sucediendo? —Quinn dijo, agachándose fuera del camino cuando Hillary lanzó el candelero.

Sophie suspiró. —Están iterando. Es lo que sucede.

— ¿No puede detenerlos? —Quinn dijo, mirando a Hillary y Aarón. El estruendo del platón cayendo por las escaleras otra vez, en la otra habitación, lo hizo saltar—. ¿Las dos en las escaleras también están iterando?

— ¿Por qué no simplemente lo admites? —Hillary gritó otra vez, sujetando el candelero regenerado.

— ¡Te juro que yo no tomé tu puto tinte de cabello! Soy el jardinero; ¿para qué carajos querría tinte de cabello?

Quinn continuó mirando horrorizado a la esteta y al jardinero.

—Bien, si esto te está molestando… —Sophie suspiró y caminó adentrándose en la habitación hasta que pudo captar la mirada de Hillary. Hillary se miró confundida por un segundo, y luego bajó el candelero. Sophie mantuvo el contacto visual con ella y dijo con voz firme: —Hillary, ve arriba y comienza a preparar el nuevo lote de crema para ojos. Se nos está terminando.

Hillary asintió e hizo una reverencia, sonriendo como si todo estuviera bien con el mundo. —Absolutamente, mi lady, comenzaré con ello de inmediato.

Sophie asintió mirando a Aarón. —Y tú también, regresa a trabajar —ella meneó su mano y Aarón, dificultosamente se puso de pie, haciendo una profunda reverencia antes de esprintar por la puerta. Ella solo deseó que Aarón no viera al mozo del establo, Chad, antes de que regresara a trabajar. Su iteración era ruidosa.

Sophie se limpió las manos, una con otra y se dio media vuelta hacia Quinn. —Bien, ahora que nos deshicimos de ese desagradable asunto, quiero mostrarte la última parada en nuestro tour. —Ella caminó saliendo de la habitación, dando un vistazo sobre su hombro para asegurarse de que Quinn todavía la seguía. Él no le estaba poniendo atención. Corrió sus dedos sobre la sección arruinada de la pared, donde el papel tapiz estaba cortado y los paneles de madera lastimados por los impactos repetidos del candelero siendo lanzado con toda la fuerza de Hillary.

—Ven conmigo, Quinn —Sophie dijo, tratando de ocultar la impaciencia de su voz.

Ella tenía la intención de llevarlo arriba por la escalera principal. Era por mucho, la ruta más impresionante a su destino, pero todavía podía oír a la Sra. Ladium y a Macy comenzando de nuevo.

La vida es tan injusta. Ella suspiró, y extendió su mano para que Quinn la tomara. Él dudó por un segundo, y luego puso su mano en la de ella. Sophie esperó por el pequeño chispazo de calor que ella había sentido cuando él besó su mano, pero no estaba ahí. Él todavía estaba mirando hacia atrás, a la pared abollada.

Sophie podía oír en su cabeza la voz de su madre, regañándola. Un hombre es como una cuchara: solo tiene un tanto de capacidad, así que asegúrate de llenarlo con pensamientos de ti. Mientras la cabeza de él estaba volteada, rápidamente ella jaló la base de su vestido así este se bajó más a lo ancho de sus pechos.

—Te dije, reservé lo mejor para el último —ella dijo.

—Mm, bien. Sabe que su castillo es un poco raro, ¿verdad? —él dijo, con voz distante.

—No sé de qué hablas. Eres tan fuerte. ¿Haces ejercicio? —Sophie frotó un lado de su brazo.

—Nunca pensé en eso —él dijo, su voz tensa con alguna clase de emoción que Sophie no podía diagnosticar. ¿Enojo? ¿Fastidio?

Este tiene que ser diferente. Yo puedo hacer que esta vez sea diferente, se dijo a sí misma cuando abrió la puerta de su recámara y se hizo a un lado para que él la siguiera.

Su recámara estaba decorada en el estilo de la pintura que ella una vez vio mostrando el interior de la botella de un genio: un valioso ambiente para una romántica y opulenta fantasía. La habitación estaba decorada con cortinas de sedas azules, verdes y moradas, con un amplio sofá que corría por la extensión de una pared y una gran cama con dosel que ocupaba la mayor parte del resto de la habitación. Suficientemente grande para acomodar a cuatro adultos, una docena de almohadas de terciopelo cubrían su sedosa superficie, arreglados para hacer juego con las cortinas.

— ¿Qué te parece? —Sophie dijo, ya desenlazando los costados de su vestido y jalando hacia bajo sus mangas colgantes para así caminar, deshaciéndose del vestido, sin tropezarse. Ella se desvistió rápidamente quedando en ligera ropa de encaje que apenas cubría la piel alrededor de sus tetas y no llegaba más abajo de la parte superior de sus muslos. Conservó puestos los zapatos de tacón-alto y puso un coqueto contoneo extra en su caminar.

Esto tiene que funcionar. Pensó ella, apretando sus dientes.

Quinn se adentró en la habitación sin voltear detrás de él para verla. Apenas pasó su mirada por la opulencia alrededor de él y se movió directamente hacia la gran ventana con vista al bosque.

—Este lugar es muy diferente al lugar donde yo crecí. Pero el bosque siempre se ve igual —su voz se apagó cuando él se dio media vuelta y admiró el cuerpo casi desnudo de Sophie. Sus ojos viajaron sobre sus suaves piernas, Sophie mantuvo la expresión de su rostro neutral mientras recordaba todo el depilado que le tomó hace una hora, para lograr tener sus piernas tan suaves, su estómago firme, después de ejercitar casi tres horas al día, debe estar firme, llegando hasta arriba a su rostro perfectamente-maquillado.

Sophie caminó hacia él lentamente, un gato acechando a un ratón, mientras ella retiraba su ropa de encaje, regalándole una prolongada vista de su cuerpo mientras levantaba los brazos sobre su cabeza y luego dejando caer la frágil tela en el piso.

—Espero que sepas que, aunque aquí yo soy el ama, quiero que te sientas con la libertad de hacer de este lugar, tu hogar. Y hagas uso de mis —ella alcanzó el rostro de Quinn y corrió el dorso de una de sus uñas por un costado de su mejilla— atenciones.

—Oooh —Quinn dijo, con sus ojos muy abiertos—. Realmente no estoy muy seguro de qué es lo que quiere de mí, mi lady.

—Oh, yo pienso que es bastante obvio lo que quiero de ti —Sophie dijo, corriendo sus manos por el pecho de Quinn, hasta llegar a su cinto. Ella comenzó a aflojar la hebilla cuando él dio un paso hacia atrás, con sus manos en alto en forma defensiva.

—Realmente lo siento, pero acabo de conocerla hace como quince minutos y, tengo que admitir que, hasta ahora, no creo que usted sea mi tipo —él tartamudeó, dando otro paso hacia atrás.

Otra vez no, otra vez no, otra vez no. Esto no estaba sucediendo por la treceava vez.

— ¿No soy tu tipo? —Sophie gritó.

¿Qué era lo que estaba mal con todos estos hombres? ¡Les estaba dando exactamente lo que ellos querían! ¡Pasó la mitad de su día poniéndose hermosa! ¿Qué más tenía ella para darles?

— ¡Lo siento! —Quinn dijo—. ¡No era mi intención molestarla!

Ella agarró una de las almohadas de la cama y la arrojó a la cabeza de Quinn. Le rebotó cuando él se hacía para atrás hacia la puerta.

— ¿Cómo es posible que no sea tu tipo? —Ella dejó escapar un enorme rugido que hizo temblar y caer a la mitad de los retratos en la pared y agitó las cortinas de seda. Quinn tapó sus oídos con sus manos.

Las puertas de la recámara se abrieron de golpe y Mirror entró apurada, su rostro rojo y su pecho palpitante como si viniera corriendo desde otra parte del castillo.

— ¡Sophie! ¡Necesitas tranquilizarte! —Mirror dijo, haciéndole un ademán a Quinn para que se pusiera detrás de ella.

— ¡Ni mierda que me voy a tranquilizar! —Sophie gritó—. ¡Él es otro fracaso! ¡Mándalo al calabozo hasta que encuentre una forma de deshacerme de él!

Mirror vaciló, como si estuviera a punto de decir algo más, pero Sophie agarró almohadas con ambas manos y comenzó a golpear a Mirror con ellas hasta que sujetó a Quinn y se movieron para irse.

— ¡Largo! ¡Largo! ¡Largo! ¡Todos váyanse a la mierda lejos de mí! Sophie gritó.

Mirror asintió lentamente con su cabeza y cerró la puerta detrás de ella.

Sophie escuchó atentamente a los sonidos de sus pisadas mientras se alejaban por el pasillo. Tan pronto como estuvo en silencio. Sophie colapsó en llanto.

Mirror miraba de reojo a Quinn mientras lo dirigía por los sinuosos pasillos del castillo. No parecía estar demasiado agitado por el exabrupto de Sophie, pero podía ser que simplemente estuviera en shock por todo lo que había visto hoy. Era demasiado para digerirlo.

Mirror tenía grandes expectativas para Quinn. De hecho, él había r [...]