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El placer de la venganza Helen Bianchin Había llegado la hora de su venganza… Natalya Montgomery creía que ya había superado su separación de Alexei Delandros, pero volver a trabajar con él despertó en ella el ardor de los antiguos sentimientos y promesas que habían compartido. Sin embargo, ya no ocupaba un lugar en el corazón de Alexei y solo recibía su desprecio… La heredera del desierto Caitlin Crews Para asegurar el futuro de su país, Rihad debía reclamar a Sterling como su esposa… Sterling McRae sabía que el poderoso jeque Rihad al Bakri quería reclamar a su hija como heredera de su reino. La niña era hija de Omar, el hermano de Rihad, su mejor amigo, y había sido concebida para protegerlo. Pero tras la muerte de Omar ya nadie podía proteger a Sterling y a su hija del destino que las esperaba. Desterrada del paraíso Bella Frances ¡Seducida, despreciada y embarazada! La prometedora fotógrafa Coral Dahl no podía permitirse distracciones durante su primer encargo importante. Pero la belleza de Hydros, la isla privada donde se iba a realizar la sesión de fotos, no era nada en comparación con el atractivo Raffaele Rossini. Y Coral se vio incapaz de resistirse a aquel carismático magnate. Un encuentro accidental Cathy William Casarnos, Abigail. No hay otro camino.Leandro Sánchez nunca olvidó a la mujer que encendió un fuego en él como nunca antes había experimentado… y luego le traicionó. Cuando Abigail Christie apareció en la puerta de su casa, Leandro decidió que una última y explosiva noche era la única manera de dejar de pensar en ella. Pero Abigail guardaba un secreto…
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Seitenzahl: 742
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack Bianca 1, n.º 139 - mayo 2018
I.S.B.N.: 978-84-9188-249-7
Portada
Créditos
El placer de la venganza
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
La heredera del desierto
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Desterrada del paraíso
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Un encuentro accidental
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
DAME unos minutos y después hazla pasar.
Alexei terminó la llamada, se guardó el teléfono en el bolsillo interior de la chaqueta y permaneció en silencio mientras observaba la escena que ocurría tras la ventana tintada.
Vista desde la planta alta de un edificio parecía la imagen de una postal, con el agua azul del puerto contrastando contra un muro cubierto de vegetación que rodeaba edificios de lujo.
Sídney. La emblemática Opera House, y el gran puente del puerto.
Una enorme ciudad cosmopolita que él había abandonado durante una época oscura de su vida.
Una ciudad a la que había prometido volver en otras circunstancias.
Y lo había hecho.
Con un plan.
Un plan que consideraba todos los escenarios posibles.
Cinco años antes, en ese mismo despacho, el dueño de Montgomery Electronics, Roman Montgomery, lo había acusado de tener una aventura amorosa con su hija, Natalya.
Una joven que había disfrutado de la vida de lujo desde el nacimiento. Inteligente, licenciada en Empresariales con Matrícula de Honor, espabilada y contratada por su padre como asistente personal.
Una vida en la que un don nadie de treinta años, norteamericano de origen griego, nunca podría ser un rival. Y para más ofensa, Roman Montgomery, se había reído de las honorables intenciones de Alexei, le había entregado un cheque y lo había despedido sin previo aviso, añadiendo que Natalya simplemente se había estado entreteniendo con aquella aventura temporal. A partir de ahí, Natalya ignoró todas las llamadas, mensajes de correo y de teléfono que Alexei le envió, y en pocas horas, él descubrió que ella había cambiado todos sus números y direcciones de contacto y que no figuraban en los listados.
Los guardas de seguridad que permanecían a todas horas en el portal del apartamento de Natalya, garantizaban que Alexei no pudiera entrar. En una ocasión, tras un intento, le dictaron una orden de alejamiento.
Una orden que Alexei no acató… Una locura.
Cuando aparecieron dos agentes de la policía en su apartamento con una orden de detención, él se acogió a su derecho de defensa legal, lo que le aseguró que su detención fuera breve.
La necesidad de desfogarse después de lo que él consideraba que había sido una injusticia, se vio ligeramente satisfecha después de una buena sesión con el saco de boxeo en un gimnasio local. Él todavía recordaba el grito de advertencia de un compañero…
–Eh, tío, ¿pretendes matar a ese saco?
Alexei golpeó el saco por última vez, se quitó los guantes y se dirigió a los vestuarios sin decir palabra.
–Mejor golpear un saco que la mandíbula de Roman Montgomery –murmuró él bajo el chorro de agua caliente de la ducha y antes de darse una ducha de agua fría para calmarse física, mental y emocionalmente.
En cuestión de días, Alexei tomó un vuelo a Nueva York y contactó de nuevo con su madre viuda, y sus dos hermanos en Washington. También trabajó duramente para hacer todo lo que la ley le permitiera, y algunas cosas que estaban al margen, para establecer los cimientos de un imperio que pudiera competir con otros en el mundo de la electrónica.
Y lo había conseguido, superando sus propias expectativas, y ayudado por un nuevo invento que había sido muy bien acogido mundialmente y que lo había convertido en billonario.
El éxito y el dinero que había ganado durante los últimos cinco años había proporcionado muchas cosas a Alexei. Tenía propiedades en muchos países, incluyendo un apartamento en París, un viñedo en las montañas del norte de Italia, un apartamento en Washington, y una villa en Santorini que había heredado de su abuelo paterno.
¿Mujeres? Se había acostado con varias… Y a algunas todavía les tenía cariño. No obstante, ninguna le había robado el corazón.
La hija de Roman Montgomery, entraba en otra categoría.
Durante cinco años, todo lo que había planificado y negociado tenía un único objetivo en mente. Apropiarse de Montgomery Electronics a través de la filial australiana de su empresa ADE Conglomerate.
No había escatimado nada para montar la moderna planta de equipos electrónicos situada en uno de los polígonos industriales de Sídney, ni tampoco en la reforma de las oficinas que tenía en la ciudad y que antes estaban arrendadas a Montgomery Electronics.
La prensa había especulado acerca de la identidad del propietario, y atribuía la quiebra de Montgomery Electronics al delicado estado de salud de Roman Montgomery, a la mala gestión y a la recesión en general.
Se habían revisado los currículums de los empleados y, Marc Adamson, el consejero legal de Alexei estaba preparando todo lo necesario para realizar los contratos.
Entre las empleadas, se encontraba Natalya, la hija de Roman Montgomery.
¿Era una venganza contra el padre de Natalya? Sin duda.
¿Natalya?
La decisión era algo personal.
Muy personal.
DESPUÉS de salir del despacho del Marc Adamson, Natalya decidió que la reunión con el Director Ejecutivo era una mera formalidad y recorrió el pasillo con sus rincones estratégicamente situados y decorados con arreglos florales. También había asientos de piel y obras de arte en las paredes.
Una gran mejora si se comparaba con el estilo que su padre había favorecido.
Natalya sonrió. «Nuevo dueño, nuevo ambiente».
Se sentía orgullosa de que le hubieran ofrecido el puesto de asistente personal del nuevo propietario de la empresa. Y, además, el salario era muy generoso.
Le parecía interesante descubrir con cuántos empleados de los que habían trabajado para su padre se habían quedado.
Todavía no habían informado de la identidad del nuevo propietario, pero se rumoreaba que era un millonario que vivía en Norteamérica.
De ser así, ella lo imaginaba mayor de cincuenta años, o quizá más. Suponía que el dinero lo habría heredado de su familia, que sería alto como la media, que posiblemente tuviera barriga y llevara peluquín.
¿Sería alguien dispuesto a cambiarlo todo? ¿O quizá alguien dispuesto a delegar y a pasar tiempo codeándose con la élite de la sociedad?
Fuera lo que fuera, las primeras impresiones eran claves, y ella trató de no ponerse nerviosa mientras se acercaba al despacho del Director Ejecutivo.
–Hasta el lunes no vamos a estar operativos. Llama a la puerta y entra sin más –eran las órdenes que Marc Adamson le había dado.
De acuerdo, no había problema.
Ella tenía un contrato que mostraba que el puesto era suyo. Solo tenía que sonreír, comportarse como una profesional y relajarse.
¿Qué podía salir mal?
Natalya vio que la puerta del despacho estaba abierta, pero llamó de todos modos. Se fijó en que había muebles de alta calidad, y estanterías a lo largo de una pared.
También había una mesa grande con un ordenador portátil y varios equipos electrónicos. Delante, cuatro sillas de piel colocadas en semicírculo.
Era evidente que aquello reflejaba dinero, buen gusto y poder.
Fue entonces cuando ella se fijó en la silueta masculina que estaba contra una pared de cristal. Era un hombre de anchas espaldas, mentón prominente y cabello oscuro.
Un ejecutivo de unos treinta y tantos años, vestido con pantalones vaqueros de color negro, camisa blanca con el cuello desabrochado y una chaqueta de piel negra, no era la imagen que ella se había hecho del nuevo director ejecutivo.
Alexei tenía ventaja y la empleó sin pensárselo dos veces. Se volvió para mirar a la mujer joven con la que una vez compartió parte de su vida.
Dirigió la mirada de sus ojos negros hacia ella y esperó a que lo reconociera.
Cuando ella lo reconoció, segundos más tarde, Alexei disfrutó al ver que ella abría bien los ojos, separaba los labios y tragaba saliva, tratando de disimular su expresión.
«¿Alexei está aquí?», pensó ella.
Se sentía incapaz de hablar con coherencia y se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho.
«Respira», se dijo en silencio mientras las emociones la invadían por dentro al pensar en la de veces que había tratado de olvidar las imágenes del pasado que habían compartido.
Demasiadas.
Lo peor eran las noches sin dormir.
Porque era cuando los recuerdos regresaban para cautivarla… La manera en que su sonrisa afectaba a todo su cuerpo, las caricias que le había hecho en la mejilla, provocando que le temblaran los labios. El sabor de su boca y su manera de acariciarla hasta volverla loca de deseo. El calor del brillo de su mirada antes de una relación íntima.
Cinco años más tarde su actitud no mostraba nada de ternura, solo una inflexibilidad que la hacía estremecer.
«¿Qué esperabas? ¿Una reunión romántica?»
«¿En serio?»
«Después de cinco años… ¿Estás loca?»
¿Y cómo era posible que Alexei Delandros hubiera acumulado tanto dinero en cinco años? ¿Tanto como para comprar la empresa que había pertenecido a su padre?
Llevaba una barba de varios días bien recortada que le daba un toque provocador, y su apariencia de hombre duro no encajaba con el hombre que una vez había conocido… Y amado.
Natalya lo miró a los ojos y trató de no desviar la mirada. ¿Un acto de desafío o de orgullo y autocuidado?
Ambas. Decidió.
Alexei miró a Natalya y se fijó en las curvas de su cuerpo, en su cintura y sus caderas estrechas cubiertas por un traje de negocios negro. También en sus piernas esbeltas y en sus zapatos de tacón alto.
Iba ligeramente maquillada, de forma que se resaltaban las facciones de su rostro, sus ojos negros y su boca sensual.
Llevaba el cabello recogido en un moño y él deseó soltárselo para que cayera alrededor de su rostro.
Tenía el aspecto de una mujer profesional.
¿Y dónde estaba la mujer divertida y dinámica que estaba dispuesta a comerse el mundo? La curva de su boca al reír… el brillo de humor de su mirada. El roce de sus labios, algo mágico y sensual.
Alexei arqueó una ceja.
–¿No tienes nada que decir, Natalya?
–Si esto se trata de un juego… –dijo ella, con calma–. Me niego a participar.
Él no esperaba menos, teniendo en cuenta que se había esforzado para ocultarle a los medios la identidad del dueño de la empresa.
Ladeó la cabeza y comentó:
–Prefiero las estrategias deliberadas.
Natalya sintió que la rabia la invadía por dentro, le robaba la capacidad de hablar y provocaba que sintiera ganas de darle una bofetada.
–¿Qué se podía esperar de un hombre como tú?
–No sabes nada acerca del hombre en el que me he convertido.
Era muy diferente al Alexei que ella había conocido. Las imágenes invadieron su cabeza, y eran tan reales que Natalya podía recordar su cuerpo bajo el de él, volviéndose loca de deseo.
Por él, solo por él.
«¡Basta!»
–Siéntate –dijo él.
–Prefiero quedarme de pie
Él ladeó la cabeza y esperó.
–En el contrato que me presentó tu asistente no se mencionaba tu nombre.
–¿Asistente, Natalya? Marc Adamson es el asesor legal de ADE –se apoyó en el escritorio y continuó–. Alexei Delandros Electronics.
–En el contrato que firmé no figuraba claramente –sacó el documento de la cartera y lo rompió antes de tirarlo sobre el escritorio de Alexei.
Deseaba hacerle daño. Igual que él le había hecho daño a ella al desaparecer de su vida. Días en los que apenas podía funcionar, noches donde no podía dormir hasta el amanecer.
Semanas preguntándose por qué podía haberse marchado sin avisar.
Un acto inexplicable que se agravó cuando una mañana ella se despertó con náuseas y tuvo que correr al baño. El segundo día que sintió náuseas descartó que le hubiera sentado mal la comida. Al final, la prueba de embarazo le confirmó la realidad. Habían utilizado protección en todo momento, entonces, ¿cómo había podido ser? Ella recordó que una noche el deseo había anulado al sentido común. No podía ser cierto.
Aunque tres pruebas de embarazo después, ya no tenía ninguna duda.
Las imágenes del tiempo que habían compartido, la alegría del amor y los planes de futuro… Después, nada. Era como si Alexei hubiera desaparecido sin más.
La energía que ella había invertido en buscarlo sin éxito. Su carpeta como empleado en Montgomery Electronics había sido borrada, pero ella no sabía por qué.
Parecía como si él hubiese querido desaparecer, pero ¿por qué motivo?
Ella había pasado noches enteras sin dormir, en busca de una respuesta… Cualquier respuesta. Y únicamente para encontrarse con algunos escenarios que no encajaban con el hombre que ella pensaba que conocía tan bien.
¿Estaba desesperada por encontrar al padre de la criatura que llevaba en el vientre cuando él había hecho lo posible por desaparecer? ¿Y si ella conseguía retomar el contacto? ¿Querría luchar con él por la custodia compartida?
Después de buscar confirmación médica acerca del embarazo, decidió llevarlo a término. La única persona en la que podía confiar era su madre, aunque debía encontrar las palabras adecuadas y el momento adecuado.
Todo eso para que a las seis semanas de embarazo sufriera un aborto no deseado.
El feto no estaba desarrollándose de forma adecuada.
Según la opinión del médico, en caso de que tuviera un segundo embarazo tendría que hacerse pruebas de sangre durante el primer trimestre y estar muy controlada. Al ver que Natalya no encajaba muy bien la noticia, Ivana decidió comprar unos billetes para pasar diez días de vacaciones en Queensland’s Hamilton Island.
Compartieron un apartamento con vistas al mar, disfrutaron de los restaurantes y tuvieron tiempo para relajarse con todo lo que el lugar tenía que ofrecer. Incluyendo masajes, y tratamientos terapéuticos en el spa.
El sol, la brisa cálida, las playas idílicas. Unas vacaciones curativas que fortalecieron la relación madre-hija.
–Te quiero, cariño –Ivana abrazó a su hija mientras el taxista sacaba la maleta del maletero–. ¿Estás segura de que no quieres que entre contigo?
–Estoy bien. De verdad –le había asegurado Natalya, consciente de que cuando retomara su trabajo, su vida volvería poco a poco a la normalidad.
Y así había sido.
Los recuerdos la invadieron provocando que sintiera rabia. Se puso en pie y señaló los papeles rotos que estaban en el suelo del despacho de Alexei.
–Ni un sueldo de un millón de dólares me convencería para trabajar para ti.
Su expresión era indescifrable. Al cabo de unos instantes, Alexei arqueó una ceja y preguntó:
–¿Has terminado?
Alexei reconocía que tenía mucho valor.
–Sí.
Natalya se volvió para marcharse y él esperó hasta que llegó a la puerta para decir.
–Te sugiero que cambies de opinión.
Se fijó en que se ponía tensa, respiraba hondo y se volvía para mirarlo.
Natalya se percató de que estaba muy sexy. Sus ojos oscuros reflejaban frialdad, y no ternura, como ella los recordaba. Las líneas de vida de sus mejillas parecían un poco más profundas y los labios que la habían besado de forma apasionada, estaban apretados y con expresión seria.
Su espalda… ¿Siempre había sido tan ancha? Su cabello era tan sedoso que ella deseaba alborotárselo. Recordaba la promesa de sus ojos, y la manera en que él había capturado su boca, su corazón… Su alma.
En el pasado.
No obstante, le costaba admitir que todavía le resultaba doloroso.
Lo había superado. Por supuesto.
Alexei Delandros pertenecía a una etapa pasada de su vida. Una etapa a la que no pensaba regresar. El único motivo por el que seguía frente a él era el orgullo. Todo su cuerpo le indicaba que se marchara, entonces, ¿por qué no lo hacía?
Porque era la salida fácil. Y eso no le gustaba.
Natalya alzó la barbilla y lo fulminó con la mirada.
–Por lo que a mí respecta, puedes tirar el contrato.
–A lo mejor prefieres dejar abiertas las opciones.
Natalya no dejó de mirarlo a los ojos.
–Por favor, no dudes en explicarme por qué debería hacerlo.
Los valores familiares siempre habían sido su punto fuerte. Y él lo había admirado, hasta que investigó en el negocio del padre de Natalya y en su vida privada y descubrió varias discrepancias que confrontaban la imagen que Roman Montgomery trataba de ofrecer.
¿Natalya era consciente de las actuaciones de su padre? Probablemente no, teniendo en cuenta que Roman siempre buscaba cobertura.
No tenía sentido disfrazar los hechos, y tampoco tenía ganas de suavizar sus palabras.
–Mi departamento de contabilidad ha descubierto un plan elaborado que engloba varias cuentas ficticias en paraísos fiscales que creó tu padre para transferir de manera ilegal los fondos de la empresa Montgomery.
Alexei se fijó en que lo miraba con incredulidad.
–No es posible que mi padre cometiera fraudes.
–¿Estás segura?
–Daría mi vida por ello –comentó Natalya, ignorando la carpeta que Alexei extendía hacia ella.
–Te sugiero que examines los documentos.
–¿Y si decido no hacerlo?
Alexei la observó mientras pasaba un dedo por encima de la carpeta. Se fijó en sus mejillas sonrosadas y en el brillo de su mirada defensiva y casi sintió lástima por ella.
Casi.
–El informe detalla las fechas, los números de cuenta y todo lo que hizo para evitar que lo pillaran.
Natalya lo miró y dejó el informe sobre la mesa.
–No hablas en serio.
Se hizo un tenso silencio mientras ella se negaba a desviar la mirada. En el caso de que realmente el informe fuera muy preciso, la pregunta era qué pretendía hacer Alexei con él.
Con suerte, los detalles revelarían que los fraudes se habían cometido sin el conocimiento de su padre.
Y si no… No estaba preparada para darle credibilidad a esa idea.
–Lee el informe.
Ella agarró el informe y lo abrió. Lo primero que vio fue el nombre de la empresa que había recopilado la información y reconoció que era una de las más conocidas y con mejor reputación del mundo.
Sintió un nudo en el estómago y respiró hondo antes de ponerse a mirar las cifras y las fechas, y a medida que pasaba las páginas, su nerviosismo aumentaba. Estaban detalladas todas las entradas de una elaborada red de cuentas bancarias.
Un camino iniciado bajo las instrucciones de Roman Montgomery.
Y que ascendía a millones de dólares.
Natalya necesitaba sentarse. Era como si se le hubiera detenido el corazón al tratar de asimilar la realidad.
Si el informe llegara a manos de las autoridades, su padre sería acusado de evasión de impuestos y, probablemente, condenado a pena de cárcel.
Era increíble.
Ella levantó la cabeza y miró a Alexei con incredulidad.
–Hay más.
Natalya lo miró con fuego en los ojos.
–¿Cómo es posible que haya más?
Alexei se giró, recogió otra carpeta y se la dio.
Ella se puso tensa y miró los detalles. Las fotos indicaban que Roman Montgomery había llevado una doble vida desde hacía años.
Tenía un apartamento en París donde vivía una amante. Otro apartamento en Londres, donde vivía una segunda amante. A ambas mujeres las mantenía Roman, y las visitas que les había hecho coincidían con los viajes de negocios que había hecho a ambas ciudades.
Las escrituras de ambas propiedades se ocultaban bajo una lista de empresas subsidiarias, que al final terminaban señalando a un hombre… su padre.
La incredulidad, el asco y la rabia, la invadieron por dentro.
La pregunta era por qué Alexei Delandros había contratado detectives para ahondar en la vida personal y de negocios de Roman Montgomery.
¿Para qué invertir tanto tiempo, esfuerzo y dinero?
¿Para hacer qué?
¿Chantaje?
¿A su padre? ¿A ella?
Natalya tuvo que esforzarse para mantener la calma a pesar de que deseaba lanzar las carpetas sobre el escritorio, salir al ascensor, dirigirse al aparcamiento y salir de allí con un chirriar de ruedas.
No era la mejor idea, pero resultaría satisfactoria. Suponiendo que fuera capaz de mantener el control y de no estrellarse.
–¿Qué pretendes hacer con esta información?
Alexei la miró pensativo.
–Eso depende de ti.
La única reacción aparente fue que Natalya entornó los ojos y que en la base de su cuello comenzó a notársele el pulso.
Alexei recordó las numerosas ocasiones en las que él le había besado la base del cuello antes de besarla en la boca de forma apasionada. Natalya solía responder con un gemido que provocaba que él comenzara a mordisquearla con delicadeza.
De pronto, notó que su cuerpo reaccionaba. Blasfemó en silencio y se cambió de postura, aprovechando para sacar un documento y un bolígrafo del escritorio y acercárselo a ella.
Natalya lo miró con furia al reconocer una copia del contrato que ella acababa de destruir.
–No tengo intención de firmar un documento que represente a cualquier empresa que lleve tu nombre.
–¿Es tu decisión definitiva?
–Sí.
–Quizá quieras considerar las consecuencias de que presente la información que tengo sobre tu padre a las autoridades pertinentes y los medios de comunicación.
¿Sería capaz de hacerlo?
La respuesta estaba presente en su gélida mirada, y Natalya pensó en el impacto que la noticia tendría en la vida de sus padres. Y en su madre, una vez que se conociera que Roman le estaba siendo infiel.
–¡Bastardo! –dijo con rabia.
–Ese lenguaje –la regañó Alexei.
Durante un instante, ella deseó hacerle daño físico.
El silencio invadió la habitación.
–Ha llegado el momento de decidir, Natalya.
–Debo considerar mis opciones.
–Hay dos opciones –la miró de arriba abajo–. O firmas, o no –hizo una pausa–. Así de sencillo.
Las infidelidades de su padre expuestas al público. Y peor aún, mucho peor… la humillación de su madre y su sufrimiento.
No podía hacerle eso a una mujer adorable que no merecía que la denigraran.
Natalya fulminó a Alexei con la mirada y apretó los dientes con frustración al ver que él no reaccionaba.
–Dame los malditos papeles.
Segundos más tarde se los quitó de la mano y comenzó a leer las cláusulas, prestando atención a que no hubiera cambiado nada del contrato inicial.
Todo estaba muy detallado. Como secretaria personal, ella tendría que estar disponible veinticuatro horas, siete días a la semana, dispuesta a acompañarlo en viajes de negocios dentro de Australia o al extranjero. El contrato sería válido para un año, y renovable por acuerdo mutuo.
De pronto, un año le parecía mucho tiempo.
–Quiero renegociar que el contrato inicial sea de tres meses.
–No.
–¿Venganza o chantaje? ¿Cuál es tu intención?
–Ninguna de las dos.
¿Esperaba que él la creyera?
–Ya, y la luna es una bola de queso azul –contestó ella, antes de respirar hondo–. ¿Y qué garantía tengo de que no lo harás público?
Alexei la miró con frialdad.
–Mi palabra.
–No es suficiente.
–Los documentos originales están en una caja de seguridad del banco.
–¿Y las copias?
–Se llevarán a la caja de seguridad en cuanto hayas firmado el contrato de empleo.
–Pediré un certificado del banco para confirmarlo.
–Hecho –contestó él, y le tendió un bolígrafo.
Ella dudó unos instantes antes de aceptarlo.
–Para que lo sepas… Te odio.
–Un sentimiento que puede ser interesante para una relación –comentó con calma.
–Una relación de negocios –afirmó ella, antes de plasmar su firma en el contrato.
Tras observar que él también firmaba, se levantó y salió del despacho para dirigirse al ascensor.
Alexei estaba jugando duro, ¿y esperaba que ella cumpliera su parte resignada?
La cumpliría.
No le quedaba más opción.
Pero ¿resignada?
Desde luego que no…
NATALYA entró en su casa y saludó a Ollie, su gato. Lo abrazó y se rio al oírlo maullar mientras se dirigía a la cocina.
–Está bien. Ya lo sé. Es la hora de cenar –se quitó los zapatos de tacón, dejó el bolso en la encimera y se dirigió a la despensa.
–¿Pollo o pescado?
Ollie restregó la cabeza contra la barbilla de Natalya y comenzó a ronronear.
–Pollo –decidió ella. Sacó la lata, la abrió y sirvió la comida en el plato de Ollie–. Ahí tienes.
Su apartamento era uno de los dos que había en una casa familiar reformada, en un barrio de lujo con vistas a un pinar que recorría el paseo marítimo.
La casa la había heredado tres años antes por parte de su abuela materna, y estaba en lo alto de una colina con vistas a la bahía y a los barrios vecinos.
La habían convertido en dos bonitos apartamentos, y ella le alquilaba uno de ellos a un inquilino responsable. El lugar era una buena inversión y Natalya podía disfrutar de un lugar donde no tuviera recuerdos del tiempo que había compartido con Alexei.
Excepto a partir de su vuelta.
Encendió el televisor y buscó un programa que pudiera distraerla un poco.
Quedarse en casa había sido su elección. No era una mujer extremadamente sociable, pero tenía algunas amigas con las que disfrutaba y le gustaba ir al teatro, al cine, o a actos benéficos. También solía ir a un polideportivo que tenía piscina climatizada y diversos gimnasios. Aunque en aquellos momentos nada de eso la atraía.
Deseaba darse una ducha, ponerse ropa cómoda y leer la copia del contrato con mucha atención, por si descubría alguna irregularidad.
Una hora más tarde, dejó el contrato a un lado, consciente de que estaba redactado con mucho cuidado.
Comer era un requisito, y después de picotear algo sin mucho apetito, se sentó de nuevo frente al televisor y eligió un programa que resultaba que ya había visto.
¿Qué más podía hacer? ¿Llamar a una amiga? ¿Por Skype? ¿Hojear una revista?
No solía ser una persona indecisa, así que optó por meterse en la cama con un buen libro. Ollie ladeó la cabeza, como cuestionando el cambio de rutina de su dueña, y se subió a la cama al ver que Natalya se acostaba.
Media hora más tarde, Natalya era incapaz de centrarse en la lectura y no podía dejar de repasar los eventos del día. Finalmente, abandonó, apagó la luz y trató de dormir… Sin éxito.
De pronto, el recuerdo la transportó hasta seis años atrás, cuando conoció a Alexei por primera vez. Ocurrió en una fiesta de fin de año para los empleados de la empresa que tenía su padre y que se dedicaba a la fabricación de componentes electrónicos.
Alto, de cabello oscuro, y muy atractivo, él permanecía apartado de los otros hombres. Durante unos instantes, ella se encontró incapaz de mirar hacia otro lado y él se giró como atraído por su presencia.
Durante unos instantes, ella percibió la mirada de sus ojos oscuros, antes de que él volviera a prestarle atención a la mujer que tenía a su lado.
Ella podría haberse acercado a él y presentarse. No obstante, en esos momentos, uno de los empleados de su padre se acercó a ella para presentarle a su hijo, así que, cuando terminaron de saludarse, Alexei ya no estaba por ningún lado.
«Una lástima», pensó ella, consciente de que probablemente no lo volvería a ver.
Sin embargo, días más tarde se lo encontró en un supermercado cuando se disponía a hacer la compra. Estaban en el mismo pasillo. Se miraron e intercambiaron una sonrisa. Después, Alexei se presentó y Natalya hizo lo mismo. Acabaron tomando café e intercambiándose los números de teléfono. A continuación, entablaron una relación especial. Estaban tan compenetrados que apenas habían necesitado las palabras. Solo el roce de la mano de Alexei, su cálida sonrisa, el sabor de su boca mientras capturaba la suya. La fuerza de su cuerpo provocaba que se transportara a un lugar erótico y exquisito.
Ella se sentía feliz… viva, en cuerpo y alma. En su corazón, sabía que estaban destinados a compartir el resto de la vida.
Hasta que una mañana despertó y se encontró sola en su apartamento, sin una nota explicativa, ni un mensaje en su teléfono.
–El número marcado no existe –comentaba un contestador cuando ella lo llamaba. Y después se enteró de que el ya no trabajaba para la empresa de su padre.
Cinco años sin ningún tipo de explicación.
Para ella, Alexei había desaparecido de la faz de la tierra. Y era evidente que no quería que lo encontraran.
De pronto, había regresado. No el hombre que ella había conocido y creído que amaba, sino un desconocido duro y decidido que estaba dispuesto a vengarse y a destruir a su padre empleándola a ella como herramienta.
Chantaje… Esa era la palabra que describía aquella situación.
Ella necesitaba descargar su enfado.
Limpió su apartamento de arriba abajo. Después, se dirigió a la pista de squash y golpeó la pelota una y otra vez contra la pared, imaginando que apuntaba al cuerpo de Alexei cada vez.
Era una venganza contra su imagen, por haberse adentrado en el mundo de sus sueños, provocándole vívidos recuerdos que ella creía haber olvidado hacía mucho tiempo.
–¿Por qué estás tan agresiva?
«Oh, cielos», pensó Natalya antes de volverse hacia su compañero de pista.
–Ha de haber un motivo –Aaron la miró fijamente–. Cuéntamelo.
Uno de los inconvenientes de una buena amistad era que se conocían demasiado bien.
Se habían conocido en un acto social que había organizado su padre. Aaron era socio de un gabinete de abogados y el hijo mayor de una familia adinerada. Se le consideraba un buen partido, y solo algunas personas cercanas a él sabían que mantenía una relación sentimental con una persona de su mismo sexo.
–Nada que no pueda manejar –le aseguró Natalya al salir de la pista.
Aaron era empático y siempre la había apoyado cuando ella lo había necesitado.
–Cena conmigo esta noche –le propuso él.
La invitación era tentadora, pero ella dudó unos instantes mientras recogía una toalla limpia del montón que había junto a las taquillas.
–Reservaré y te recogeré a las siete –sonrió–. Luego, si quieres, me cuentas lo que te pasa.
Natalya no podía contárselo. No quería reconocer lo mucho que le afectaba la presencia de Alexei. Ni compartir esos recuerdos tan vívidos que parecían reales.
Mantuvieron una conversación animada y disfrutaron de una rica comida, de un poco de vino y del ambiente relajado de una buena amistad.
Había sido una velada agradable y Natalya se lo agradeció a Aaron cuando él la dejó en la puerta de su casa.
Sorprendentemente, Natalya durmió bien aquella noche. Nada más despertarse, se puso la ropa de deporte y salió a correr.
Después de una buena ducha, se vistió, se comió una manzana y se dirigió al centro comercial para hacer unas compras.
De camino a comer a casa de sus padres, Natalya no pudo evitar cuestionarse qué parte era verdad y cómo su padre había conseguido engañarlas tan bien. No recordaba ningún incidente que indicara que el matrimonio de sus padres no fuera uno bien avenido. Aunque su padre sí había tenido que irse a un par de reuniones, en Londres y en París, donde no había necesitado su presencia como asistente personal.
De pronto, recordó que su padre se había tomado tiempo libre para darse un masaje e ir de compras. Y también que había asistido solo a reuniones de negocio.
¿Cómo había sido tan ingenua?
¿Y su madre lo sospechaba?
Lo dudaba, teniendo en cuenta que Roman había buscado la coartada perfecta al contratar a Natalya como su asistente personal, asegurándose de que ella lo acompañara a sus viajes de negocio.
Se sentía rabiosa por el hecho de que su padre las hubiera engañado. Por un lado, deseaba enfrentarse a él y preguntarle cómo había podido arriesgar su matrimonio de esa manera.
«Tranquila», pensó Natalya mientras aparcaba frente a la casa de sus padres.
Sonríe, charla, y haz como si nada hubiera cambiado.
Excepto que todo había cambiado, y el esfuerzo de tratar de disimular afectaba a su apetito.
Fue durante el postre cuando le preguntaron por sus planes futuros.
–Cariño –Ivana se dirigió a ella con interés–, ¿vas a tomarte un descanso antes de optar a otro puesto?
–Por desgracia, no me tomaré ningún descanso –consiguió decir con una sonrisa.
–¿De veras? –preguntó su madre como decepcionada–. Esperaba que pudiéramos compartir tiempo de chicas. Salir a comer, ir de compras. Darnos un masaje, ir a hacernos la manicura…
–¿Para quién vas a trabajar? –preguntó Roman.
No había una manera fácil de dar la noticia, así que diría la verdad y esperaría la inevitable respuesta.
Natalya miró a su padre con calma y dijo:
–Para ADE Conglomerate.
–¿Pretendes trabajar para la empresa que ha comprado la mía? –preguntó el padre con dureza.
–¿Hay algún problema?
–¿Eres consciente de quién es el director?
–Me entrevistó un representante legal –contestó ella. Al fin y al cabo, al principio había sido así–. ADE Conglomerate pertenece a Alexei Delandros.
–¿Delandros? –Roman puso una expresión de rabia e incredulidad–. ¿Alexei Delandros? ¿En qué diablos estás pensando?
«En mi madre…», pensó ella, pero no dijo nada.
–Me hizo una oferta que no podía rechazar.
–¿Cómo has podido plantearte trabajar para Delandros?
«Porque no hay alternativa».
–¿En qué cargo?
–Como secretaria personal.
Roman la miró con incredulidad y pegó un puñetazo a la mesa.
–Voy a llamar a mi abogado.
–Y te confirmará que el contrato se firmó sin coacción y que por lo tanto es completamente válido.
–Espero que sepas lo que estás haciendo –le advirtió él.
Ella lo miró unos segundos. Después dejó el tenedor de postre y apartó el plato. La idea de comer otro bocado la hacía sentir enferma.
Por lo que ella recordaba, siempre se había sentido orgullosa de pertenecer a una familia unida.
De pronto se había visto obligada a reconocer que el padre al que había adorado no era el hombre que ella pensaba que era, y el dolor de la traición era casi dolor físico.
Deseaba marcharse antes de decir algo que después no pudiera rectificar.
Una hora más y podría marcharse.
Natalya se tomó el café y aceptó la invitación de Ivana para mostrarle el jardín.
Ambas salieron de la casa y dejaron a Roman tomándose un brandy y fumándose un puro.
–Cariño, estoy preocupada por ti –dijo Ivana mientras paseaban por el jardín–. Tener que vender Montgomery Electronics ha sido un golpe muy duro para el orgullo y la autoestima de tu padre –añadió–. No le resulta fácil asimilar que tendrá que depender del dinero y de las inversiones que he heredado de mi difunta madre.
La abuela de Natalya había mostrado su rechazo a Roman Montgomery desde un principio y se había opuesto al matrimonio, asegurándose además de que todos los bienes que le correspondían a Ivana pasaran directamente a Natalya.
Natalya adoraba a su babushka, las visitas que le hacía regularmente, su risa y su carácter alegre, las historias de su infancia en otro país, las costumbres de otra cultura… la división entre la riqueza y la pobreza.
Ivana agarró la mano de Natalya y se la llevó a los labios.
–¿Te resultará difícil trabajar para Alexei?
–Ya no soy la chica enamorada de hace cinco años, mamá –le recordó Natalya.
–Quizá no, pero…
–He madurado.
–Eso espero –opinó Ivana–. Por tu bien.
–Estoy bien –Natalya besó a su madre en la mejilla.
Continuaron paseando por el jardín y admirando las plantas y el aroma de las flores. Al llegar al BMW plateado que estaba aparcado en la entrada, Natalya se sintió aliviada.
–Cariño, pasa y tómate algo de beber.
–En otro momento, mamá. Si no te importa.
–¿Vas a marcharte tan pronto?
–Tengo un nuevo trabajo –dijo ella–. Tengo que revisar mi armario, mi ordenador, y acostarme pronto –se inclinó y abrazó a su madre–. Te quiero. Gracias por la comida –abrió el vehículo–. Te llamaré durante la semana –se sentó al volante, arrancó y se despidió lanzando un beso.
«No ha sido la comida más agradable», pensó Natalya mientras conducía hacia su casa.
El día siguiente sería mucho peor.
Trabajar con Alexei Delandros era lo que menos le apetecía hacer. ¿Cómo podía prepararse para encontrarse con su peor enemigo?
Peinada a la perfección, vestida con elegancia, bien maquillada y con zapatos de tacón alto… mostrando profesionalidad y seriedad.
Por la mañana, Natalya se incorporó al tráfico de la ciudad y se dirigió al aparcamiento de ADE Conglomerate, tratando de calmar sus nervios mientras subía en ascensor.
Había trabajado como secretaria personal para su padre durante muchos años y sabía lo que implicaba el puesto. Era evidente que tendría que adaptarse, pero ¿le resultaría muy difícil?
NATALYA entró en la recepción de ADE y se encontró con una mujer joven que la saludó enseguida.
–¿Natalya? –le tendió la mano y Natalya aceptó.
–Me llamo Marcie –sonrió la mujer–. Te acompañaré a tu despacho.
Era una sala amplia muy bien equipada.
–Louise es tu asistente, y su despacho está a la derecha, separado por una sala compartida. Te la presentaré cuando terminemos con la visita. Alexei está en la fábrica hoy, Su despacho está a la izquierda y se puede acceder desde el despacho de su asistente, atravesando la sala que comparten.
«El día va mejorando», pensó Natalya.
Después de terminar la visita, Marcie acompañó a Natalya a su despacho.
–Te daré un resumen de la agenda de Alexei para las próximas semanas, y te contestaré a todas las dudas que tengas antes de marcharme para tomar el vuelo de regreso a los Estados Unidos.
Después de ver la agenda de Alexei, Natalya se preguntó cuándo dormía.
No fue una buena idea, porque enseguida se preguntó si compartiría la cama con alguien.
«¿Qué más te da?»
«Lo odias».
–Te he impreso algunas notas que pueden resultarte útiles –le dijo la mujer con una sonrisa–. Estoy segura de que estarás bien.
Natalya estaba segura de que estaría bien, aunque muriera por ello. No permitiría que Alexei Delandros encontrara fallos en su manera de trabajar.
Y en cuanto a su corazón… se había autoimpuesto protegerlo. Para tratar de recuperarse había retomado la vida social e incluso había coqueteado un poco, si sonreír, y mantener conversaciones interesantes podía contar como tal.
¿Alguien se había dado cuenta de que había tratado de reparar su corazón roto para que nadie pudiera partírselo de nuevo? Ella había creído que lo había conseguido, hasta que unos días antes Alexei Delandros reapareció en escena y todo se derrumbó.
Él se había aprovechado de los errores de su padre para colocarla entre la espada y la pared.
Maldita sea.
¿Quería jugar duro?
Entonces, ella también jugaría.
–¿Te parece bien?
La pregunta de Marcie provocó que Natalya volviera a la realidad.
–Sin problema –al menos pensaba que era así
Además, ella conocía bien el negocio de la electrónica. Tenía los números de los contactos de su padre en el teléfono y los correos electrónicos en el ordenador.
No podía ser muy difícil o diferente.
Diferente sí. Natalya lo descubrió al día siguiente por la mañana, al entrar en las oficinas de Alexei Delandros Electronic.
No había rastro del ambiente relajado al que se había acostumbrado durante el tiempo que trabajó con su padre. La sonrisa habitual de la recepcionista brillaba por su ausencia y su expresión era más bien de agobio. Cuando Natalya la miró arqueando una ceja en silencio, ella hizo un círculo con los ojos.
Alexei Delandros estaba en el edificio y era evidente que trataba de que todos los empleados trabajaran buscando alto rendimiento.
Todo indicaba que ella debía sonreír y dirigirse a su despacho… Sin embargo, se detuvo a charlar un momento.
La buena relación entre compañeros siempre había sido algo importante durante el mandato de Roman Montgomery.
En ese momento, sonó su teléfono y ella contestó. Era la secretaria de Alexei.
–Natalya. El señor Delandros te espera en su despacho.
Era evidente que era una orden encubierta.
–En dos minutos –advirtió ella con paciencia, y se despidió de la recepcionista para marcharse por el pasillo.
Se detuvo brevemente en su despacho para dejar el bolso y el ordenador, recogió su iPad, respiró hondo y llamó a la puerta del despacho de Alexei.
Era capaz de hacer aquello, y por mucho que deseara que todo fuera de otra manera, no cambiaría nada.
La teoría era sencilla, pero la práctica se complicaba porque bastó con que mirara a Alexei para que se le acelerara el corazón y una intensa sensación se instalara en su vientre.
Era como si su cuerpo no estuviera en sintonía con su cerebro. Y, desde luego, su sonrisa no se alteró cuando vio que él tenía una expresión impenetrable.
Ni su traje oscuro, la camisa azul marino o la corbata de seda que llevaba, contribuían a suavizar su imagen de depredador.
Si eso era lo que Alexei pretendía, lo había conseguido.
«Muéstrate fría y profesional», se recordó.
–Buenos días.
Él arqueó una ceja.
–¿Tu retraso se debe a un error?
Natalya miró el reloj. Eran las ocho y tres minutos.
–Mi hora de entrada es a las nueve.
–Veo que no has mirado tus mensajes en el teléfono, ni en el ordenador.
Ella los había mirado la noche anterior.
–Has de estar en contacto veinticuatro horas al día, siete días a la semana –le recordó Alexei–. Está en el contrato y te lo comentaron en la entrevista del viernes.
A pesar de que ella intentaba mostrarse como una secretaria excelente, y se mostraba educada delante de otras personas, cuando estaban a solas, todos los intentos eran en vano.
Ella era algo más. Alexei se fijó en su aspecto. En su moño delicado, en su maquillaje perfecto, en el color rojo de sus labios, que hacía juego con la chaqueta que llevaba sobre una falda negra.
Él tenía ganas de alterar su compostura, de descubrir lo que había bajo aquella pose de profesionalidad. ¿Y después qué? ¿Hacerla enfadar?
Su cuerpo reaccionó al instante. Deseaba atraerla hacia sí y besarla de manera apasionada para recordarle lo que habían compartido.
¿Con qué fin? ¿Para acabar entre las sábanas disfrutando de sexo apasionado? ¿Solo para satisfacer un deseo?
Era evidente que él la inquietaba. Alexei consideraba un requisito indispensable que hubiera atracción y deseo mutuo para mantener relaciones sexuales.
Con Natalya tenía la sensación de que faltaba algo. ¿Y solo ella se lo podía ofrecer?
Necesitaba paciencia. Y tiempo… Tiempo tenía mucho.
–Siéntate –le indicó Alexei–. Te mostraré la agenda del día.
Natalya suspiró y comenzó a apuntar las citas y las llamadas que tenía que hacer, dos reuniones por la tarde… y una comida con un socio.
–Reserva una mesa para la una –le ordenó Alexei, nombrando un restaurante con vistas al puerto y conocido por su excelente cocina.
–Llama a Paul, mi chófer, y dile que me espere en la puerta a las doce cuarenta y cinco –no dejó de mirarla ni un instante–. Por supuesto, me acompañarás.
¿No había asistido con su padre a muchas comidas de negocios? Entonces, ¿por qué ese iba a ser diferente? Lo miró con profesionalidad.
–Sería de utilidad si me dijeras con quién nos vamos a reunir.
–Con Elle Johanssen y su secretaria personal.
Natalya mantuvo una expresión serena. Eleanor, o Elle, como insistía en que la llamaran, tenía fama de ganar costase lo que costase.
¿Elle Johanssen, la famosa manipuladora, haciendo negocios con Alexei Delandros?
Una mujer con la que Roman Montgomery no había querido hacer negocios después de un episodio en el que lo humilló públicamente.
Aquella comida iba a ser interesante.
«Puedo hacerlo», trató de convencerse Natalya horas más tarde cuando se montó en el ascensor con Alexei para dirigirse a la planta baja.
Entonces, ¿por qué era consciente de cada respiración y de lo alterada que estaba?
Él irradiaba masculinidad, demasiada como para que una mujer lo pudiera ignorar. Y sobre todo ella, que sabía lo que era que él la poseyera. Un paraíso sensual…
Incluso en aquellos momentos, cuando tenía motivos suficientes para odiarlo, él todavía tenía la capacidad suficiente para afectar sus sentimientos.
Cinco años… Un tiempo durante el que ella había tratado de convencerse de que se había olvidado de él… Desaparecido como la niebla bajo los rayos del sol.
No era nada bueno.
Decía mucho acerca de su capacidad para sobrevivir.
Y solo era el segundo día de trabajo.
«Trágate los nervios».
Y eso hizo. Aunque en un momento dado, Alexei le indicó que compartieran el asiento trasero de la limusina.
¿Era un plan para ponerla más nerviosa?
¿Quién podía asegurarlo?
Podría darle vueltas y vueltas y no llegar a ninguna conclusión, así que, ¿para qué intentarlo?
La clave estaba en seguir las normas, ser una secretaria perfecta durante las horas laborales, simpática y profesional, y sobre todo en no mostrarle ni una sola grieta en la armadura que protegía su estado emocional.
Natalya entró en el restaurante junto a Alexei. El maître los saludó y los guio hasta su mesa.
No al bar, que siempre había sido el lugar preferido de su padre para comenzar. El lugar donde Roman suministraba alcohol a sus invitados antes de acompañarlos a la mesa, donde pedía vino bueno sin importarle el precio. A esas alturas, los negocios habían pasado a un segundo plano.
Elle Johanssen entró cinco minutos más tarde, ofreció una falsa sonrisa, se disculpó brevemente y se sentó en la silla que le ofrecía el camarero. Al instante, tomó el control y pidió vino.
«Un tiburón hembra mostrando los dientes», pensó Natalya, permaneciendo alerta y dispuesta a observar el encuentro entre dos titanes de los negocios, ambos dispuestos a ganar.
Tras un poco de vino, que no sirvió para suavizar las tácticas de Elle, comenzó la negociación.
Resultaba interesante observar. Alexei simplemente escuchaba mientras Elle mencionaba las condiciones y las declaraba no negociables… solo para ponerse a la defensiva cuando Alexei subestimó cada una de ellas antes de mencionar sus propias condiciones.
Punto muerto.
–Eres nuevo en la ciudad –comentó Elle altivamente.
–Pero no en el mundo de los negocios –replicó Alexei.
–Mis condiciones no pueden mejorarse.
–Discrepo –comentó Alexei, arqueando una ceja.
–¿De veras? ¿Quién podría hacerlo? ¿Una empresa que empleara a un superior para conseguir el acuerdo y después le pasara al cliente con un miembro del equipo mucho menos cualificado?
–No.
Natalya vio que Elle entornaba los ojos. ADE Conglomerate era una gran empresa. Tener a Alexei como cliente sería un tanto a favor de aquella mujer.
–Entonces, no hay nada más que decir.
Alexei se encogió de hombros.
–Eso parece.
El camarero les sirvió los entrantes y todos comieron en silencio.
¿Sería esa la última etapa de la negociación? ¿O quién iba a ceder?
Natalya estaba dispuesta a apostar que lo haría Elle, teniendo en cuenta que era Alexei quien tenía el poder.
Durante la mayor parte de la comida la conversación giró en torno a la economía mundial, un tema en el que tanto Alexei como Elle estaban bien informados.
Ninguno pidió postre y Alexei decidió no alargar la reunión tomando café y diciendo que habían terminado.
¿Eso era todo?
Increíble.
Alexei indicó que Natalya se ocupara de la cuenta con la tarjeta de ADE y, después de pagar, ella lo siguió fuera del restaurante y vio que la limusina los esperaba en la puerta.
Fue entonces cuando Elle se acercó a él.
–Dile a tu abogado que me envíe una copia de tus condiciones.
–No tiene sentido.
–Estoy dispuesta a considerar algunos ajustes.
«¿De veras?», pensó Natalya y notó la mano de Alexei sobre la espalda. En ese momento, Paul abrió la puerta trasera de la limusina.
Alexei no hizo ningún otro comentario y se sentó junto a Natalya en el asiento trasero del coche antes de darle instrucciones a Paul.
–¿Jaque mate? –preguntó Natalya con cinismo.
El miércoles por la mañana recibieron una carta de Elle Johanssen con una lista modificada de las condiciones de Alexei. Todas menos tres cláusulas de poca importancia, habían sido aceptadas.
–Devuélvelo al remitente –dijo Alexei después de observar el documento–. Adjunta una carta rechazando las modificaciones y confirmando que ADE ya no requiere sus servicios.
Natalya escribió las palabras importantes en su iPad, lo miró y vio que él arqueaba las cejas.
–Las tres cláusulas no son relevantes.
–Que yo sepa no te he pedido opinión.
¿Era su imaginación o la temperatura de la habitación había descendido varios grados?
–Estabas presente cuando Elle Johanssen pidió una lista de mis condiciones –le recordó él–. Creo que fui claro con ella, ¿no?
–Perfectamente, pero ella está…
–Jugando conmigo –la miró a los ojos–. Algo que no permitiré que haga nadie bajo ninguna circunstancia –añadió él.
Natalya recopiló los documentos.
–Me aseguraré de que se devuelva hoy mismo.
–Por mensajero.
Natalya inclinó la cabeza.
–Por supuesto.
–¿Tienes algún comentario más que decir?
–Nada que quieras oír.
No era la mejor respuesta, sin embargo, sentía un pequeño grado de satisfacción al tener la última palabra.
Y entretanto, no vio que Alexei sonreía con diversión.
Natalya Montgomery era la antítesis de la mujer despreocupada que él había conocido. Apenas sonreía en su presencia y, aunque no debería importarle, le importaba, ya que recordaba muy bien la manera en que su voz se convertía en un gemido cuando él le proporcionaba placer. El dulzor de su boca cuando ella le acariciaba el cuerpo, jugueteando con tanta delicadeza que lo volvía loco… hasta que él tomaba el control y era ella la que jadeaba cuando él la torturaba con la boca en la entrepierna, saboreando el centro de su feminidad y jugueteando con la lengua hasta volverla loca de deseo y provocar que suplicara que la poseyera. Después, él la penetraba hasta que ambos se dejaban llevar por la pasión y se sentían uno solo hasta alcanzar el clímax.
Alexei siempre había imaginado que acabaría con un anillo, una casa, hijos… El pack completo.
Solo para que cambiara todo de forma repentina.
Alexei se acomodó en la silla del despacho y contempló las vistas de la ciudad en un día de verano. Tras los edificios, el cielo y el mar parecían fundirse en uno solo.
El pasado no podía cambiarse. Solo quedaba el presente y el futuro. Juntos con un plan… Un plan que él estaba decidido a ganar.
NO ERA sorprendente que la prensa publicara cada movimiento de Alexei.
Era el nuevo hombre en la ciudad. Un ejecutivo exitoso, muy atractivo, al que invitaban a muchos actos sociales.
Él no solía aceptar dichas invitaciones. Prefería asistir a dos eventos importantes que destinaban la recaudación a organizaciones benéficas que trabajaban con niños.
Ambos eventos atraían la atención de los medios, que después mostraban la prueba de que había asistido acompañado por una mujer glamurosa, que sonreía embobada a su lado.
Más tarde, él les enviaba rosas, acompañadas del siguiente mensaje:
En agradecimiento por una agradable velada.
¿De veras?
Como si a Natalya le importara.
Aunque en su opinión, él se redimía donando una cantidad a cada asociación benéfica.
Era loable. ¿O quizá lo hacía de manera calculadora? Prefería no pensarlo.
Por otro lado, tenía que admitir que él trabajaba muchas horas, ya que siempre era el primero en llegar por las mañanas y el último en marcharse. Nadie conseguía hacer lo que él hacía de nueve a cinco. Un hecho que, evidentemente, había contribuido a que alcanzara el éxito.
Su relevancia en el sector de la electrónica aumentaba cada día, igual que el respeto de sus colegas hacia él.
Todo lo que su padre habría tenido si hubiera prestado más atención al negocio, en lugar de dilapidar el dinero de la empresa.
Tres semanas después, Natalya había conseguido un admirable profesionalismo, independientemente de lo que le presentara Alexei.
Y muchas veces sin avisar.
Si trataba de ponerla a prueba, ella conseguía estar a su altura al menos a nivel profesional.
¿Y personalmente? Por mucho que lo intentara no conseguía criticarlo.
Los empleados admiraban su sentido para los negocios… Sobre todo, los hombres. Las mujeres no dejaban de prestarle atención cada vez que él aparecía.
Algo que Natalya había decidido ignorar. Sin mucho éxito. Y eso la molestaba.
Ya había superado su relación con él. Hacía mucho tiempo.
Entonces, ¿por qué aparecía en sus sueños para recordarle lo que habían compartido?
Era una locura.
Ese Alexei apenas se parecía al hombre a quien ella había entregado su cuerpo… Y su alma.
Él la había rodeado de afecto y ternura. De amor. Y ella había creído que tenía el mundo en sus manos y que nada, ni nadie, podría robárselo.
Sin embargo, él lo había hecho. Y ella no había sido capaz de recoger los pedazos de su vida rota.
¡La de noches que se había pasado llorando y preguntándose por qué! Suplicando que hubiera una llamada, un mensaje, un correo electrónico… Cualquier tipo de contacto para darle una explicación.
No había recibido nada, pero poco a poco había conseguido reconstruir su vida. Prometiendo que no permitiría que ningún hombre se acercara tanto a ella como para derretir su corazón helado.
Tenía amigos en los que confiaba, y Aaron era uno de ellos. Ivana, su madre, otra persona en la que confiaba. Leisl, su mejor amiga, que se había casado y se había ido a vivir a Austria, pero con la que mantenía contacto por las redes sociales. O Anja, una enfermera y especialista en cosmética que trabajaba para un conocido dermatólogo de Sídney.
Conocidos tenía muchos, pero ninguno con el que estuviera dispuesta a revelar sus pensamientos más íntimos.
El sonido insistente de su teléfono móvil la hizo volver a la realidad. Miró la pantalla y contestó de manera animada:
–Soy Natalya.
–Necesito tu presencia esta noche.
Era una exigencia, no una petición. Y no había motivo para que ella se estremeciera al oír su voz.
–Puede que tenga otros planes.
–Cancélalos.
–Si me hubieras avisado con más tiempo…
–¿Se te han olvidado las condiciones de tu contrato?
–¿Es mucho pedir cierto grado de cortesía? –durante un instante esperó su respuesta, y se decepcionó al ver que no había picado el anzuelo.
–Mi chófer te esperará en la puerta de tu casa a las siete.
Ella se disponía a responder cuando él continuó.
–Así son los negocios, Natalya –comentó con burla, y mencionó un restaurante–. Reserva una mesa para seis entre las siete y media y las ocho.
«Negocios, claro. Si no, ¿qué iba a ser?»
–Por supuesto –contestó ella.
Elegir la ropa que iba a ponerse no era problema, teniendo en cuenta que en su armario colgaban prendas para todas las ocasiones.
No obstante, cambió de opinión en varias ocasiones, hasta que se decidió por unos pantalones elegantes y una camisola de color jade, acompañados por unos zapatos negros de tacón de aguja.
Se maquilló para resaltar sus ojos, y se puso brillo en los labios. El cabello lo dejó suelto alrededor de su cara.
Recogió el iPad, el bolso, el teléfono móvil, las llaves y un chal de color negro.
La limusina la estaba esperando en la puerta, y Natalya sonrió al ver que Paul se dirigía a abrirle la puerta del pasajero.
–Gracias.
Al acercarse vio que Alexei ya estaba sentado. Le dio las buenas noches y se sentó a su lado.
La noche era cálida y el aire acondicionado de la limusina se agradecía. Ella trató de relajarse mientras el vehículo recorría las calles del vecindario hacia la ciudad.
En un momento dado, Natalya miró a Alexei y se fijó en su mentón, en sus pómulos prominentes, en sus ojos negros como la pizarra, en su boca…
«No sigas».
Excepto que le resultaba imposible parar cuando el recuerdo de su boca había provocado que todo su cuerpo reaccionara. «¡Contrólate, por favor!»
Se esforzó por conseguirlo y miró a Alexei con frialdad.
–¿Has de añadir algo importante a la reunión de esta noche?
Lo único que sabía era que tenían reservada una mesa para seis. El lugar y la hora.
–No.
«Estupendo». No había nada como no estar preparada.
–¿No vas a contestar nada?
Ella lo miró fijamente.
–No.
Durante un segundo, a Natalya le pareció ver una sonrisa fugaz.
El coche se detuvo en la entrada de uno de los elegantes hoteles de Sídney.
Los socios de Alexei ya estaban sentados cuando Natalya entró junto a Alexei al Bar Lounge.
Cuatro hombres de diferentes edades… A tres de ellos, Natalya los conocía de nombre. Y Jason Tremayne, el hijo de uno de los vástagos ricos de la ciudad, que en el pasado había intentado seducirla… Encantador en público, lo contrario en privado, como ella había podido comprobar.
La tensión aumentó todavía más.
–Natalya –la voz de Jason era casi tan falsa como su sonrisa–. Qué suerte que consiguieras el puesto de secretaria personal del director ejecutivo de ADE –hizo una pausa–, aunque claro, sois viejos amigos.
Natalya percibió su tono sutil, sin embargo, sonrió con frialdad y le pidió una botella de agua con gas al camarero
Era una reunión de negocios y ella pensaba desempeñar el papel para el que la habían contratado. Una comida agradable, durante la cual su intervención sería mínima. Unas horas después, regresaría a su casa.
Parecía sencillo
Excepto por que no había contado con que Jason pudiera recordarle, de manera sutil, el error que cometió al aceptar su invitación cuatro años antes, en un momento en el que se sentía muy vulnerable.
La vida social de la élite de Sídney era muy activa y constantemente se organizaban actos benéficos para causas notables. Sus padres habían formado parte de aquello toda su vida. Roman consideraba al difunto padre de Jason un igual, tanto en el mundo de los negocios como en su grupo social. Incluso habían hablado de que si Natalya y Jason contraían matrimonio tendrían gran ventaja en los negocios. Algo que Natalya se había negado a contemplar.
Hasta que una noche, tras varias copas de champán, un cielo estrellado, y la necesidad de seguir adelante con su vida… Natalya acabó con un encuentro indeseado, después de las duras palabras de Jason, algunos moretones y una huida a la desesperada.
Algo que Jason no le permitiría olvidar nunca, igual que la caída en desgracia de Roman en cuanto al mundo de los negocios.
La reaparición de Alexei en Sídney y la compra de Montgomery Electronics provocó que se hicieran conjeturas… ¿Y qué importaba que Alexei fuera el tema de moda y que se empezara a rumorear todavía más?
Fustigarse por ello no cambiaría las cosas.
–¿Permitiéndote un poco de ensimismamiento, Natalya?
Sin pensarlo, ella miró a Jason y relató un resumen de lo que había anotado.
–Creo que eso es todo.
Les dedicó una sonrisa a los tres hombres, justo en el momento en que el camarero se acercó para preguntar si prefería té o café.
Era imposible ignorar la presencia de Alexei, o el efecto que tenía sobre sus emociones. Una contradicción, teniendo en cuenta que ella tenía motivos para odiarlo. Y lo odiaba.
Entonces, ¿por qué estaba alerta? Por mucho que ella se negara, su cuerpo poseía recuerdos muy vívidos que no eran fáciles de ignorar.
Alexei Delandros estaba presente… Invadiendo su espacio durante las horas de trabajo, y entrometiéndose en sus sueños por la noche.
Ella creía que lo había superado. Al menos pensaba que lo había hecho, hasta que unas semanas antes, cuando entró en el despacho del nuevo director ejecutivo, descubrió que se había adentrado en una pesadilla. Y todo, manipulada por un hombre al que había amado tanto que parecía imposible que nada pudiera interponerse entre ellos.
¡Cómo se había equivocado!
Fue un alivio cuando Alexei dio por terminada la velada y llamo a su chófer.
–Tomaré un taxi –dijo ella.
–No es una opción.
¿Por qué? Si la reunión había terminado y ella ya estaba en su tiempo libre…
Los invitados de Alexei se despidieron y salieron del restaurante.
Natalya agarró su bolso.
–Mañana a primera hora tendrás un correo con la copia de las anotaciones que he tomado –la eficiencia profesional y la educación no podían ignorarse con facilidad…