Pack Miniserie Recetas de amor 2 - Varias Autoras - E-Book

Pack Miniserie Recetas de amor 2 E-Book

Varias Autoras

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No puedes perderte la segunda parte de la Miniserie "Recetas de amor". Mezclar, hornear y degustar los romances más dulces. Superar el pasado Patricia Thayer Ni siquiera su sombrero de vaquero podía hacer sombra al fuego italiano que irradiaban sus ojos Cinco años después Jennie Adams ¿Qué ocurrirá cuando el fuego se encuentre con el hielo en la cocina? Destino compartido Jackie Braun El Ángel de Nueva York se enfrenta a su pasado en Italia Amor en llamas Barbara McMahon Lo iba a rescatar una preciosa mujer…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 714

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 80 Miniserie Recetas de amor 2, n.º 80 - diciembre 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-6197-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Créditos

Índice

Superar el pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Cinco años después

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Destino compartido

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Amor en llamas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 1

Alex Casali, subido a su semental, Diablo, observó el pasto donde pacían trescientas cabezas de excelentes vacas Hereford. Un par de meses más y el ganado volvería a trasladarse y los animales que tuviesen un año serían enviados al cebadero.

Cambió de postura en la silla y miró hacia la zona montañosa. Cada estación del año tenía una rutina que hacía que su vida se mantuviese ordenada. Observó los cientos de hectáreas que formaban su rancho. En Texas, aquella granja de ganado se consideraba de tamaño normal, lo que no eran normales eran los animales de pura raza que se criaban en el rancho A Bar A. Alex había trabajado en varios ranchos antes y había ahorrado todo lo que había podido para comprar el suyo propio. Poco a poco, había reformado aquel rancho medio derruido que había comprado en una subasta hasta ponerlo a su gusto. Después de diez años y muchas inversiones, había levantado un imperio.

Apoyó el brazo en el cuerno de la silla. Aun así, la Empresa de Ganado Casali no era suficiente para satisfacerlo. Había empezado a criar caballos unos años antes y en esos momentos tenía entre manos una nueva aventura: un rancho para huéspedes. Miró más allá de la arboleda, hacia la docena de cabañas que pronto estarían ocupadas por extraños.

Todavía no sabía cómo había permitido que Tilda lo convenciese para meterse en aquel proyecto. No obstante, a la que había sido su ama de llaves, y que en esos momentos era su socia en el rancho para huéspedes, se le habían ocurrido varias ideas buenas para estimular los ingresos a lo largo de los años. Aun así, lo que más le gustaba a él de aquella vida seguía siendo la soledad, no tener que estar rodeado de demasiadas personas. A excepción de su hermano, Angelo, prefería no tener a nadie más cerca.

Diablo se movió con impaciencia y Alex tiró de las riendas para controlarlo. Fue entonces cuando vio que un vehículo se acercaba hacia su casa por la carretera principal.

No reconoció el coche. Eso quería decir que, fuese quien fuese, no tenía por qué estar en sus tierras.

Allison Cole miró por la ventanilla mientras entraba con su pequeño todoterreno en el rancho A Bar A. La carretera estaba bordeada de cedros y robles y a su lado había una valla de un blanco inmaculado tras la cual pastaban tranquilamente unos caballos.

–Es un lugar muy bonito, ¿verdad, Cherry?

Miró por el espejo retrovisor y vio a su hija observando el paisaje desde su sillita. La mayoría de los niños de cuatro años hacían muchas preguntas. Cherry, no. Y Allison echaba de menos escuchar su vocecita. A excepción de cuando gritaba por las noches, Cherry no había vuelto a hablar desde el accidente. Ni tampoco había vuelto a caminar.

Cuando Tilda Emerson la había llamado esa mañana, Allison no había podido rechazar su interesante invitación. Había ido por su hija, además de por el nuevo negocio que estaba intentando levantar en la ciudad, su tienda de edredones, Blind Stitch. Así que lo había dejado todo, había metido a Cherry en el coche y había ido en busca de Tilda.

Hacía mucho tiempo que no se tomaba una tarde libre. Sin pensarlo, aparcó el coche a un lado de la carretera, donde había varios caballos y yeguas pastando.

–Cherry, ¿quieres ver un caballo?

Haciendo caso omiso del silencio de la niña, Allison salió y sacó a su hija para llevarla en brazos hasta la valla.

Le alegró ver que ésta se aferraba a ella y observaba a los animales. Hacía mucho tiempo que no mostraba tanto interés por algo.

–¿Ves al bebé? –le dijo.

–¿Qué cree que está haciendo?

Allison se giró al oír aquella profunda voz y vio a un hombre alto subido encima de un enorme caballo. Con la luz del sol de frente, sólo pudo ver su silueta, sus anchos hombros y un sombrero de vaquero.

Era difícil no sentirse intimidada.

–Lo siento. ¿Qué ha dicho?

El semental negro caminó de lado y respiró con fuerza.

–Está usted en una propiedad privada –contestó el hombre–. No se puede entrar sin autorización.

–Me han invitado a venir. Tengo una reunión de negocios con Tilda Emerson.

Aunque no pudo ver los ojos del hombre, Allison supo que la estaba estudiando con la mirada.

–Está en la casa. Le sugiero que no la haga esperar.

Y dicho aquello, hizo girar al caballo y se marchó.

–Que hombre tan poco simpático –murmuró ella.

Volvió a sentar a Cherry en su sillita y arrancó el coche mientras pensaba que tal vez no hubiese sido tan buena idea ir allí.

Pasó por delante de varios edificios, incluido un gran establo rojo y un corral. Y entonces vio la casa de dos pisos, de ladrillo y madera. Los muros eran blancos y las contraventanas negras, y el porche que la rodeaba estaba adornado con jardineras llenas de flores.

–Muy bonita –murmuró de nuevo, recordando la lujosa casa que había dejado en Phoenix.

Tal y como le había dicho la señora Emerson, fue a aparcar frente a la puerta trasera.

Apagó el motor y se giró hacia Cherry.

–No vamos a quedarnos mucho rato, cariño –alargó la mano y le retiró los rizos de color rubio rojizo de la cara. Dos enormes ojos azules la miraron, pero su hija no respondió, sólo giró la cabeza y miró por la ventanilla.

Allison miró más allá de un gran roble y vio un caballo pastando al lado de la valla.

–Mira, Cherry, otro caballo.

Salió del coche justo en el momento en que una mujer salía de la casa. Tenía unos sesenta años, era alta y delgada e iba vestida con vaqueros y una colorida blusa.

–¿Señora Emerson?

La mujer de pelo cano sonrió.

–Sí, soy Tilda. Y tú debes de ser Allison Cole. Me alegro de que hayas podido venir.

Se dieron la mano.

–Has despertado mi curiosidad con tu propuesta. Me gustaría saber algo más.

–Bien. ¿Te ha costado trabajo llegar?

Allison se acordó del vaquero.

–Me he encontrado con uno de los trabajadores del rancho y me ha indicado –se giró hacia el coche–. Espero que no te importe que haya traído a mi hija.

Tilda hizo un ademán.

–Por supuesto que no. Vamos a sacarla del coche, hace mucho calor.

Allison dudó, abrió el maletero y sacó una pequeña silla de ruedas de él.

–Voy a instalar a Cherry y podremos hablar.

–Deja que te ayude –se ofreció Tilda.

Sacaron la silla entres las dos y Allison levantó a su hija para sentarla en ella.

Tilda las condujo hasta un patio que estaba a la sombra, justo debajo del porche delantero.

–Cherry, es un nombre muy bonito y tú eres una niña muy guapa –le dijo–. ¿Te gustan los animales? –aunque no obtuvo respuesta, continuó–: Eso espero, porque tenemos muchos por aquí.

Como por arte de magia, un enorme perro se paseó por delante de ellas, seguido por otro más pequeño.

–El grande se llama Rover –comentó Tilda, acariciando al gran labrador–. Y, el pequeño, Pete. Les gusta que los acaricien los niños.

Rover se acercó a la silla de ruedas y apoyó la cabeza en el brazo.

A Allison le sorprendió ver que su hija ponía la mano en el animal. Pete también quiso recibir atención y se apoyó en las patas traseras para acercarse. Cherry lo acarició.

Su madre le sacó un vaso de limonada y después entró de nuevo a la cocina con Tilda.

–Debería traer a Cherry.

–Dudo que quiera separarse de sus nuevos amigos. Relájate, podemos verla desde la ventana. Rover y Pete cuidarán de ella.

Allison asintió y se sentó junto a la ventana. Después, miró a Tilda.

–La casa es preciosa.

–Gracias, pero no es mía. Ya no. Cuando mi marido falleció, hace doce años, me di cuenta de que no podía llevar el rancho sola, ni podía permitirme contratar a nadie. Me sentía muy cansada. Al final se lo quedó el banco, lo subastó y lo compró Alex Casali.

–Lo siento, debió de ser horrible.

–Fue lo mejor. Además, Alex me pidió que me quedase. Me ocupé de la casa y lo ayudé con la contabilidad. Y él ha conseguido muchas cosas en los últimos diez años. Reformó la casa, construyó un establo nuevo y otras naves para su ganado. Me gusta pensar que yo lo ayudé –sonrió–. Ahora soy su socia en este proyecto nuevo del rancho de huéspedes.

–Tengo que serte sincera, Tilda. Tal vez no tenga el tiempo necesario para este proyecto –Allison sabía que no podía desperdiciar la oportunidad–. No puedo dejar de atender a mi hija.

La otra mujer asintió.

–Espero que podamos llegar a un acuerdo, porque creo que eres perfecta para lo que tengo en mente.

En los establos, Alex le dio las riendas de Diablo a Jake, uno de los trabajadores del rancho, antes de ir hacia la casa. Fue entonces cuando vio el coche de aquella mujer aparcado en la parte trasera. Estupendo. Debía de tratarse de la decoradora de las cabañas. ¿Para qué iban a decorar unas cabañas? No quería tener que escoger colores ni cortinas. Se limitaría a entrar, saludar a la impresionante pelirroja de increíbles ojos verdes y luego se marcharía a su despacho.

Era fácil.

No era la primera vez que se sentía atraído por una mujer, pero cuando le ocurría, siempre pasaba de largo. Sobre todo, si la mujer llevaba la palabra «compromiso» escrita en la frente. Y aquélla tenía una hija.

Había empezado a subir las escaleras del porche cuando vio una silla de ruedas vacía cerca de la verja. Se acercó y vio a los perros, y a Buck-shot, que estaba al otro lado de la verja. No había nada de extraño en aquello, salvo que no estaban solos. Estaban con la niña.

–¿Qué demonios…? –se acercó y vio a la niña sentada en el suelo, cerca de la verja. El viejo Buckshot había bajado la cabeza para que la niña le acariciase el morro.

Aquello no era buena idea.

–Vaya.

La niña lo oyó, se giró a mirarlo y le sonrió. Su cabeza estaba cubierta de tirabuzones dorados y rojizos.

–Caballo –dijo la niña en un susurro.

A él se le hizo un nudo en el estómago.

–Sí, es un caballo –le dijo, acercándose despacio para no asustarla–. ¿Qué te parece si te levanto para que puedas acariciarlo mejor?

Le sorprendió que la niña levantase los brazos hacia él y tuvo una sensación extraña al tomarla, como si no pesase nada. Una vez en sus brazos, sana y salva, la acercó al caballo para que pudiese acariciarlo.

–Se llama Buckshot. Le gusta que lo acaricien aquí –le dijo, tomando su minúscula mano y poniéndola en la cabeza del animal.

La niña rió, volviendo a causar una sensación extraña en su pecho.

De repente, oyó un grito de mujer.

–¡Cherry!

Alex se giró y vio cómo la madre de la niña salía corriendo de la casa. Al llegar a su lado se dio cuenta de que su cabeza sólo le llegaba al pecho.

–Cherry –le quitó a la pequeña de los brazos–. ¿Estás bien?

A Alex no le gustó cómo lo miraba.

–Lo está gracias a mí.

–No me parece bien que traiga a mi hija aquí sin mi permiso –replicó ella.

–Señora, yo no la he traído –contestó él, señalando el suelo–. Me la he encontrado aquí, con Buckshot.

–Eso es imposible. Cherry no camina.

Alex miró a la niña y se preguntó qué habría pasado.

–Bueno pues, en cualquier caso, no he sido yo quien la ha traído aquí.

–¿Entonces, cómo ha venido?

–Pregúnteselo a ella.

A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Me encantaría, pero hace un año que tampoco habla.

–A mí me ha hablado –le dijo él.

Los dos miraron a la pequeña.

–¿Cherry? ¿Te gusta el caballo? –le preguntó su madre.

La niña miró al animal, pero no respondió.

Por fin apareció Tilda. Alex se preguntó dónde se había metido.

–Lo siento, pero me habían llamado por teléfono. ¿Va todo bien?

–Me parece que su trabajador y yo tenemos una pequeña discrepancia. En referencia a algo de lo que no tiene ni idea.

Alex se negó a dejarse acosar por aquella mujer.

–Tal vez no conozca a su hija tan bien como cree.

–¿Cómo se atreve?

Tilda intervino.

–¡Ya vale! Es culpa mía. He sido yo la que ha dicho que la niña estaría bien sola en el patio –parecía preocupada–. Lo siento, Allison, no pensé que fuese a alejarse.

Alex miró a la mujer, que seguía pareciéndole muy atractiva.

–Le agradecería que, a partir de ahora, no se separase de su hija. Un rancho no es el mejor lugar para dejar a un niño sin vigilancia.

Allison se giró hacia Tilda.

–¿Cómo aguantas esto?

–A veces, es difícil –respondió ella conteniendo una sonrisa–. Allison Cole, te presento a Alex Casali, el dueño del rancho.

A Allison no le gustó aquel hombre tan seguro de sí mismo. Como tampoco le gustó que le pareciese tan guapo. Era alto, musculoso y duro, y tenía unos penetrantes ojos grises.

–¿Se ha quedado sin habla, señora Cole?

Allison pensó que también era arrogante.

–Sólo me preocupo por mi hija, señor Casali. Suele ser tímida con los extraños.

Él se echó el sombrero hacia atrás, dejando al descubierto su pelo castaño.

–Eso es comprensible –miró a Cherry y su expresión se suavizó–. Lo que está claro es que no le dan miedo los animales.

Cherry gruñó y señaló a Buckshot, y luego alargó los brazos hacia Alex Casali.

Su madre intentó sujetarla, pero la niña se había lanzado hacia él con tanta fuerza que Alex tuvo que tomarla en brazos.

–¿Le importa? –le preguntó a Allison.

Ésta negó con la cabeza. Era la primera vez que veía responder así a su hija después del accidente.

–Por favor, tenga cuidado con ella.

–Por supuesto.

Allison observó cómo se la llevaba hasta donde estaba el caballo.

Tilda se acercó a ella.

–No te preocupes por el viejo Buckshot –le dijo–. Era el caballo de mi marido y no hace nada, le hemos dejado que termine sus días pastando. Y, además, Cherry está en buenas manos.

–Los caballos son tan grandes…

–Tienes razón. A pesar de que Buckshot es un animal manso, sigue siendo grande, pero Alex se ocupará de que no le pase nada –luego señaló con la cabeza hacia los dos perros–. Tu hija ha hecho muchos amigos hoy.

Allison no estaba mirando al caballo ni a los perros, sino al hombre que tenía en brazos a Cherry. A pesar de ser grande, la trataba con cuidado. Y, lo que era más importante, Cherry parecía confiar en él. Aunque ninguna de las dos tenía motivos para confiar en ningún hombre.

–Alex es un poco brusco a veces –comentó Tilda–, pero tiene buen corazón. Y lo principal es que Cherry lo piense.

Antes de que a Allison le diese tiempo a contestar, el ranchero se giró y empezó a andar hacia ellas. Su hija tenía la cabeza apoyada en su ancho hombro y los ojos cerrados.

–Creo que está cansada.

–No me extraña, con lo bien que se lo ha pasado –comentó Tilda–. Vamos a tumbarla dentro.

Allison dudó.

–Tal vez deberíamos volver a la ciudad.

Tilda negó con la cabeza.

–¿Para qué la vas a meter en el coche ahora? La tumbaremos en una cama y terminaremos de hablar.

Sin que nadie le diese permiso, Alex Casali fue hacia la casa. Allison corrió tras él.

–No he dicho que sí.

–No sé de dónde viene usted, pero aquí en Texas no se rechaza jamás una invitación –mantuvo la mano en la espalda de la niña y siguió andando–. A mí me da igual que se quede o no, pero para Tilda es importante su visita.

–Y para mí también –admitió ella.

–En ese caso, ya está arreglado. Quédese y hable con Tilda.

–Sólo me preocupo por mi hija, señor Casali, ha pasado un año muy duro.

–Soy Alex. Y ya me he dado cuenta, pero también he visto que se ha divertido mucho aquí.

En eso tenía razón.

–Está bien, nos quedaremos.

Entraron en la casa y Tilda los guió hasta una habitación con una cama de matrimonio. Allison observó cómo el hombre dejaba a su hija en ella con cuidado. Cuando se apartó, ella la puso de lado y la tapó con una manta fina, después le apartó los rizos de la cara y, cuando se giró, el ranchero ya se había marchado. Siguió a Tilda hasta la cocina. Él tampoco estaba allí y a Allison le sorprendió sentirse tan decepcionada.

Capítulo 2

Allison se acercó a la mesa de la cocina. Sabía que Tilda quería hablar de negocios, pero ella tenía la mente en otra parte. ¿Adónde se había marchado Alex Casali? ¿Volvería para participar en la conversación? Y, todavía más importante, ¿quería aquel hombre que ella estuviese allí?

Tilda llevó a la mesa dos vasos de limonada fresca.

–Oiremos a Cherry si se despierta, así que siéntate y relájate.

–Gracias –Allison dio un trago.

La otra mujer se sentó frente a ella.

–Supongo que la primera impresión no está siendo demasiado buena.

–No es culpa tuya, Tilda. Tenía que haberte explicado la situación y haberte pedido que nos viésemos en la tienda. Es más fácil para Cherry.

–Espero que no te importe que te lo pregunte, pero ¿siempre ha estado en silla de ruedas?

–No. Tuvo un accidente de tráfico el año pasado y no ha vuelto a andar desde entonces.

–Debió de ser muy duro para las dos –comentó Tilda, poniendo su mano sobre la de ella.

Allison tragó saliva. Se sentía muy cómoda con aquella mujer. Desde la muerte de su abuela no había tenido con quién hablar.

–Durante un tiempo fue horrible. Aunque la operación salió bien, necesita mucha terapia. Y, aun así, no hay garantías de que vaya a recuperarse por completo.

Tilda sonrió con tristeza.

–Bueno, siempre que haya esperanza… Parecía contenta con los animales.

Allison sacudió la cabeza, sorprendida.

–No lo entiendo. Normalmente sólo quiere estar conmigo.

–Tal vez Alex sea parco en palabras, pero es el mejor con los animales… y parece ser que con los niños también.

Con los adultos no, eso estaba claro.

–Si no te gusta mi pregunta, dime que no me meta donde no me llaman, pero ¿dónde está el padre de Cherry?

–Ya no vivimos juntos –se limitó a responder ella.

–Ser madre soltera es muy duro.

–Yo sólo quiero que Cherry vuelva a ser una niña normal, feliz –sintió ganas de llorar–. No ha vuelto a hablar desde el accidente.

Tilda suspiró.

–Pobrecita.

Allison pensó en cómo se había lanzado a los brazos de Alex Casali. Un extraño y un hombre, ni más ni menos.

–Pues, al parecer, Rover, Pete y Buckshot han conseguido obtener alguna respuesta de ella. Puedes traerla siempre que quieras. Si decides hacer el taller de acolchado podría pasar tiempo con ellos todos los días.

–Ah, Tilda… No sé cómo voy a dar el taller y ocuparme de mi hija al mismo tiempo. Y luego está la tienda.

–Por Cherry no te preocupes. Puede quedarse con nosotras. Y con respecto a la tienda, ¿no puede ocuparse de ella Mattie durante algunos días?

Allison había tenido la suerte de encontrar a Mattie Smyth, una viuda con mucho tiempo libre. Y la oferta de Tilda era tentadora.

–Cinco días es mucho tiempo.

Tilda se inclinó hacia delante.

–Podríamos adaptarnos, si fuese necesario. Mira, Allison, lo cierto es que el rancho de huéspedes Hidden Hills es una empresa nueva. Digamos que a Alex no le gustaba la idea de que trajésemos a gente de fuera. Él prefiere su ganado y sus caballos. Yo, además de pensar en el dinero que vamos a ganar, quiero disfrutar de tener gente por aquí. Y lo cierto es que Alex también lo necesita.

De eso estaba segura Allison.

–Tengo planeado organizar cinco talleres diferentes a lo largo del año –continuó explicando Tilda–. Kerry Springs se ha convertido en un destino muy popular para las personas que quieren retirarse y no hacer nada. También hay varias señoras de la iglesia que estarían muy interesadas en asistir a las clases de acolchado.

Allison echaba de menos diseñar sus colchas y hacer su programa de televisión por cable semanal. Durante unos años, su trabajo le había impedido pasar tiempo con su hija, pero había aprendido la lección.

–¿De qué nivel serían las clases?

Tilda se encogió de hombros.

–He puesto el anuncio para personas con experiencia, pero no vamos a rechazar a nadie. Muchas son seguidoras de tu programa de televisión.

–Tuve que dejarlo después del accidente de Cherry. Me necesita a tiempo completo.

Y su ex marido se había quedado con los derechos de sus diseños. Se lo había dado todo a Jack Hudson para conseguir el divorcio y la custodia permanente de su hija. Dado que los cuidados de ésta eran caros, le vendrían bien unos ingresos extra.

Miró a Tilda.

–Necesitaría tener dos tardes libres para llevar a Cherry al fisioterapeuta.

–No hay ningún problema. Y tendrás tu propia cabaña durante el taller. Así no hará falta que vuelvas a la ciudad todos los días, si te parece bien.

Cuando Tilda le dijo cuánto le iba a pagar, Allison supo que tenía que intentarlo.

Se preguntó si le importaría a Alex Casali, al que no había parecido gustarle. En cualquier caso, lo más probable era que no le interesase nada en absoluto su taller.

–Bueno, en ese caso, si Cherry puede acompañarme, encontraré el modo de hacerlo. Hablaré con Mattie para ver si puede trabajar unas horas más.

–Por supuesto –respondió Tilda con los ojos brillantes, poniéndose de pie–. Seguro que puede. ¿Te importa si la llamo yo?

Y salió de la cocina.

Allison miró a su alrededor. Era una cocina muy acogedora. El olor a especias procedente del horno le hizo acordarse de su abuela. Su casa nunca había sido tan grande, pero Emmeline Cole le había dado todo su amor y un techo bajo el que vivir cuando nadie más había querido ocuparse de ella.

Más tarde, había estado tan desesperada por recibir amor que se había precipitado al elegir marido.

Se acercó a la ventana y observó el rancho. Esperaba que Cherry pudiese entender el motivo por el que hacía aquello. Quince meses antes, sentada a los pies de su cama en el hospital, le había prometido que, si se despertaba, sería una madre de verdad.

Y Cherry le había tomado la palabra, no queriendo separarse de ella desde entonces. Hasta esa tarde, que se había lanzado a los brazos de Alex Casali.

Allison oyó pasos y se volvió. No se trataba de Tilda, sino de Alex, que acababa de entrar en la cocina.

Hablando del rey de Roma… Contuvo la respiración y lo estudió con la mirada. Se había duchado y afeitado y no llevaba el sombrero. Era muy guapo. Él también la miró y Allison sintió un escalofrío.

–Me sorprende que sigas aquí –le dijo él, tuteándola, mientras se servía una taza de café.

–Nos iremos en cuanto se despierte Cherry.

Él le dio un trago a su café.

–A mí me da igual. Es sólo que Tilda quiere que el rancho de huéspedes se inaugure sin problemas. Así que, si lo que quieres es más dinero…

–Su oferta es más que justa. Sólo tengo que asegurarme de que puedo ocuparme de mi hija al mismo tiempo.

Él asintió.

–Bien. Es probable que a la pequeña le divierta venir aquí. Eso, si a ti no te da miedo que se acerque a los animales.

–Hasta hoy, Cherry no se había acercado nunca a un caballo. No sabía que le iba a gustar tanto.

Él dejó la taza en la encimera.

–En ese caso, no le niegues el placer de venir a ver a Buckshot. Hay quien dice que los caballos son una buena terapia para los niños. Tal vez algún día pueda montar.

Ella se puso tensa.

–Espera. Yo no he dicho que vaya a dejarla montar. Por el momento, ni siquiera puede hablar.

–Tal vez no pueda hablar, pero sabe cómo conseguir lo que quiere.

Se acercó a ella, que contuvo la respiración.

–¿Y tú, Allie? ¿Eres lo suficientemente valiente como para intentar conseguir lo que quieres? –le preguntó con voz ronca.

Alex no sabía por qué lo afectaba tanto aquella mujer. Tenía que haber desaparecido y haber dejado que Tilda se ocupase de todo, pero no había podido evitar volver a la cocina.

–Valiente o no, señor Casali, lo único que me preocupa es ser una buena madre para mi hija. Y si doy este taller es sólo por ese motivo –se giró hacia la ventana–. ¿No tiene que ir a marcar ganado o algo así?

Era evidente que Allison estaba incómoda con él, aunque intentase ocultarlo.

–Por ahora, no.

–Bueno, no quiero entretenerlo.

–No me estás entreteniendo. Llevo levantado desde la cuatro de la mañana, así que ya he terminado todo lo que tenía que hacer.

–Pensé que los rancheros trabajaban desde que salía el sol hasta que se ponía.

–No si podemos evitarlo.

En ese preciso momento entró Tilda en la cocina, con el teléfono pegado a la oreja. Estaba sonriendo.

–Aquí está –le tendió el auricular a Allison–. Es Mattie.

Ella lo tomó y se alejó con él. Alex miró a Tilda.

–¿Algún problema?

–Ninguno. Parece que tenemos a Allison Cole –respondió.

Alex estudió a la pequeña mujer que iba ataviada con pantalones de vestir, zapatos de piel y camisa blanca. Era evidente que venía de la ciudad.

–¿Estás segura de que va a encajar aquí?

–Por supuesto. ¿Por qué no? Además, Allison es de campo, creo que de Virginia –puso los brazos en jarras–. ¿Por qué te interesa tanto de repente? Pensé que no querías participar en el proyecto.

–Y no quería, pero he tenido que hacerlo al tener que sacar a la niña de los pastos.

–Cherry es una monada, ¿verdad? Y su madre tampoco está mal.

Él prefirió no opinar al respecto.

–Jamás había visto un color de pelo tan bonito –continuó ella–. Y las pecas que tiene en la cara son tan graciosas… Aunque me parece que lo que más destaca son esos ojos verdes.

Alex no quería pensar en Allison Cole.

–Tengo que hacer papeleo –intentó marcharse, pero Tilda no lo dejó.

–Alex, no te escapes. Tengo que enseñarle a Allison la casa principal de Hidden Hills y vamos a necesitar tu ayuda para llevar a Cherry.

–Dudo que ella quiera mi ayuda –la miró–. Es una de esas mujeres independientes.

Tilda contuvo una sonrisa.

–Quieres decir que no es como esas mujeres que se enamoran de ti. Aunque tal vez ésta se te resista.

Allison volvió a acercarse a ellos.

–Parece que Mattie puede quedarse en la tienda todos los días salvo el miércoles por la tarde –lo miró a los ojos–. Puedo cerrar la tienda unas horas.

Sonrió y Alex sintió un cosquilleo en el estómago, y más abajo.

–Ya tenéis profesora para la clase.

Tilda sonrió también.

–Estupendo –la abrazó–. Quedaos a cenar para que lo celebremos. Ya tengo el asado en el horno. Vamos a enseñarte dónde tendrán lugar las clases y tenemos que cerrar algunos detalles más antes de que ponga toda la información en la página web.

En ese momento oyeron gritar a la niña.

–¡Cherry! –dijo Allison, yendo hacia la habitación.

Alex salió a por la silla de ruedas y la llevó hasta la habitación.

La niña sonrió con timidez nada más verlo.

–Parece que he llegado justo a tiempo –dijo él–. Su silla, signorina.

Allison dudó, pero su hija se inclinó hacia delante, obligándola a sentarla.

–Me da la sensación de que mi hija se ha quedado muy impresionada con usted, señor Casali.

–Dado que vamos a trabajar juntos, me gustaría que me llamases Alex. Y yo te llamaré Allie.

Aquello la molestó. Y Alex se dio cuenta de que le gustaba verla enfadada.

–Prefiero Allison.

–Tilda quiere enseñarte el rancho –dijo él–. Antes de que lo preguntes, podemos llevar la silla de ruedas a todas partes, así que Cherry puede venir con nosotros –se inclinó hacia la niña–. ¿Quieres venir a dar una vuelta?

Ella asintió y miró a su madre.

–Está bien –le dijo Allison.

Volvieron a la cocina, donde Tilda estaba dándole la vuelta al asado.

–Cuando volvamos estará listo.

–No quiero darte más trabajo, Tilda.

–Tonterías, ya te he dicho que hay comida suficiente. Y no solemos tener compañía –miró a Alex–. Éste vive como un ermitaño –miró a Allison–. Tal vez tú puedas cambiar eso.

Veinte minutos más tarde, subidos en la camioneta de Alex, fueron todos hasta el rancho de huéspedes. Atravesaron una arboleda y nada más tomar un polvoriento camino aparecieron a la vista varias cabañas y una estructura de dos pisos.

–Impresionante –comentó Allison.

Tilda sonrió.

–Hay doce cabañas de una y dos habitaciones, y en la casa principal, otras diez habitaciones. Estamos anunciando ésta para reuniones familiares y de negocios.

Alex aparcó delante de la casa principal.

–Por si no os habíais dado cuenta, a Tilda se le dan muy bien las relaciones públicas –comentó.

–Bueno, alguien tiene que darnos publicidad –contestó Tilda.

Alex murmuró algo entre dientes y bajó de la camioneta. Allison no entendió lo que había dicho, pero supuso que había hablado en italiano, ya que el apellido Casali lo era. ¿Qué hacía un italiano en Texas?

Alex abrió la puerta de atrás para sacar a Cherry.

–Ven, pequeña. ¿Quieres dar un paseo?

La sacó del coche y la puso en su silla.

Allison salió por su lado y vio que Alex ya estaba empujando la silla hacia la casa. Tilda abrió la puerta. Entraron en una habitación grande, donde olía a madera recién cortada. Tilda encendió las luces y Allison vio una enorme chimenea y unas anchas escaleras que daban al piso de arriba. Los muebles todavía estaban cubiertos por plásticos, pero parecían de cuero.

–Increíble –susurró Allison.

–Eso pensamos nosotros también –Tilda la llevó hasta otra habitación–. Aquí tendrían lugar las clases. Deberían caber unas doce o quince mesas y máquinas sin problemas.

Allison observó la habitación y entonces se dio cuenta de que Alex y Cherry estaban al lado de la ventana. Le llamó la atención la expresión de la niña.

–¿Ocurre algo? –le preguntó Tilda.

–No, estaba pensando en todo el material que vamos a necesitar.

–Bueno, de eso te ocupas tú. Dado que tienes la tienda, lo cobraremos aparte.

Allison sonrió.

–¿Estás segura de que vamos a tener alumnas?

–Ya casi tengo la clase llena. Espero conseguir quince personas. A mí siempre me ha encantado hacer colchas, sobre todo, porque conlleva pasar tiempo con amigas y con la familia.

–A mí me enseñó mi abuela cuando tenía más o menos la edad de Cherry. Emmeline Cole tenía mucho talento. Y yo todavía guardo algunas de sus colchas.

–Eso es lo que quiero conseguir con este taller. Quiero reunir a madres e hijas que quieran volver a venir año tras año.

Alex las observó desde el otro lado de la habitación. A pesar de que el rancho estaba lejos de allí, tal vez tuviese que hacer algo para apartarse todavía más.

No le iba a ser fácil mantenerse alejado de Allison Cole. Miró a su hija y se le encogió el corazón. Tenía que poderse hacer algo por ella.

–¿Caballos? –susurró la niña, señalando por la ventana.

Él intentó no mostrarse sorprendido porque le hubiese vuelto a hablar. Se arrodilló a su lado.

–Ésa es Starlight, y su bebé –sonrió a la niña–. Tal vez quieras ponerle tú el nombre.

Ella lo miró y arrugó la nariz cubierta de pecas. Aquello hizo que Alex desease protegerla. Se preguntó quién le habría hecho tanto daño que la niña había decidido no volver a hablar.

Tilda y Allison fueron hacia ellos.

–¿Qué estáis tramando vosotros dos? –inquirió Tilda.

Alex le guiñó un ojo a Cherry.

–Es un secreto.

Miró a su madre y vio que estaba sufriendo.

Él también había sufrido mucho, con una madre que siempre había pensado en ella antes que en sus dos hijos. Allison Cole parecía preocuparse de verdad por su hija. No obstante, no habría sido la primera vez que lo engañaban.

Por eso ya no dejaba que nadie se le acercase demasiado, para no sufrir.

Capítulo 3

–¡Maldito animal! –gritó Alex, intentando recuperar el control del semental, que se resistía a obedecer las órdenes.

Pero Whiskey Chaser no iba a poder con él, así que continuó montándolo con determinación hasta conseguir que galopase por el corral.

Alex no se sintió demasiado satisfecho. Había pasado toda la semana anterior intentando domar al animal. Había tenido demasiadas distracciones. Desde que Allison Cole y su hija habían llegado, se había acabado su paz y tranquilidad. No había dejado de esperar que volviesen a aparecer por el rancho, cosa que no había ocurrido.

Él sabía al detalle todo lo que estaba ocurriendo, se lo contaba Tilda aunque no le preguntase.

Condujo a Chaser de vuelta al establo y allí se encontró con su capataz, Brian Perkins. Con cuarenta años, había perdido su propio rancho al divorciarse de su mujer diez años antes, y había ido allí a pedir trabajo.

Había sido precisamente él quien lo había convencido para que empezase a criar caballos cuarto de milla.

–Hoy ha estado bien –comentó Brian, tomando las riendas–. Aunque sigo pensando que deberías ponerlo a correr por la pista, a ver cómo lo hace. Quiere correr.

–Inténtalo tú si quieres –le dijo Alex.

Eso era lo que le gustaba de Brian, que le hacía sugerencias, pero nunca lo presionaba para que tomase decisiones. También le gustaba que no hablasen nunca de cosas demasiado personales. Él sabía que Brian había estado casado y tenía dos hijos, John y Lindsey, a los que mantenía. Los chicos habían ido a verlo allí en verano. Aparte de eso, no le había contado mucho más de su pasado. No obstante, Alex sabía que podía contar con él, y a la inversa.

Alex desmontó del caballo, que fue conducido a su establo por otro trabajador. Se giró hacia Brian y vio que se acercaba un vehículo. Era el todoterreno de Allison Cole. El coche se detuvo delante de la casa, pero Allison no bajó; Tilda salió de la casa, se subió a él y ambas se fueron hacia las cabañas.

–Parece que Tilda está preparada para la gran inauguración –le dijo Brian–. ¿Y tú?

Alex se quitó los guantes.

–No, no me hace gracia la idea de tener el rancho lleno de mujeres.

–Supongo que a mí tampoco. Será más interesante cuando vengan futuros vaqueros, dentro de un par de meses.

Alex no sabía cómo iba a salir aquello, pero tampoco le preocupaba.

–¿Has encontrado ya a los hombres necesarios para ir a reunir el ganado en otoño? Si vamos con jóvenes inexpertos, vamos a necesitar más ayuda.

Brian asintió.

–Tengo la sensación de que este año vamos a tener mucho más trabajo.

Alex miró hacia el rancho de huéspedes. Se preguntó si Cherry estaría con su madre.

Cuando volvió a girarse, Brian lo estaba observando.

–Es una pena lo de la niña. Tilda me ha contado cómo reaccionó con Buckshot.

–Sí –admitió Alex.

–¿Por qué no le enseñas a Maisie? –le sugirió su capataz–. Tal vez le guste.

Habían adquirido el poni junto a un lote de ganado en una subasta. Alex pensó que le apetecía ver sonreír a la niña, y hacer reaccionar a la madre también.

–Supongo que no le hará ningún daño.

Allison llevó a Cherry en la silla hasta la sala de conferencias. Allí contó dieciséis mesas con sus máquinas de coser y una gran mesa en la parte delantera de la habitación. Fue hacia los estantes que había en una de las paredes, en los que había varios rollos de tela.

Tilda se acercó a ella.

–He organizado todo lo que me pediste, y las telas que trajiste de la tienda. ¿Se me ha olvidado algo?

–Esto es increíble, Tilda. Has debido de trabajar día y noche para conseguir tenerlo todo preparado.

–Me han ayudado unas amigas. Les he prometido que podrán asistir a alguna clase. Son admiradoras tuyas, Allison. Y les gustaría ayudarte con Cherry también si hace falta.

Allison no podía creerlo. Los dos últimos años habían sido una pesadilla, entre el accidente y el divorcio.

–Oh, Tilda… No sé cómo darte las gracias por todo lo que has hecho.

–Bueno, he anunciado el curso como algo fuera de serie, y lo será con tu participación –sonrió–. Sólo quiero que estés cómoda. Me gustaría poder hacer dos cursos al año. Tal vez hasta consigamos que vuelvas a la televisión.

Allison se quedó helada. Si lo hacía, Jack se llevaría la mitad de todo lo que ganase. Y, además, le había hecho una promesa a su hija.

–Será mejor que vayamos poco a poco –miró a la niña–. Entre la tienda y la terapia de Cherry, ya tengo suficiente.

–Por supuesto.

De repente, Cherry empezó a hacer sonidos y señaló hacia la ventana.

Tilda se acercó a la niña.

–Vaya, parece que Alex te ha traído otro amigo.

Allison vio al ranchero montado en su semental negro, con un poni detrás de él.

–Ésa es Maisie –les dijo Tilda–. Lleva por aquí un par de años. Es tan dócil como un perro grande y le encantan los niños, aunque no suelen venir muchos por aquí.

Allison vio cómo Alex desmontaba y ataba las riendas de su caballo al porche. Luego se llevó al poni más lejos y lo ató también.

Miró por la ventana y se tocó el sombrero, y luego fue hacia la puerta dando grandes zancadas.

–Es un vaquero muy guapo, aunque no haya nacido ni se haya criado en Texas –comentó Tilda.

Allison estaba de acuerdo. El corazón se le aceleró al oír sus botas en el suelo de madera. Lo vio aparecer en la puerta.

–Buenas tardes, señoras –dijo, dirigiéndose directamente hacia Cherry–. Tengo una bonita sorpresa para ti, uccellino –se echó el sombrero hacia atrás y miró a Allison con sus grandes ojos grises–. ¿Puedo llevar a tu hija a que conozca a Maisie?

¿Cómo iba a decirle que no?

–Podríamos ir todos juntos.

Él asintió y, en vez de empujar la silla de Cherry, la levantó con sus fuertes brazos. Allison se dio cuenta de que su hija parecía contenta, así que no protestó.

Salieron todos al porche y se acercaron al poni dorado con la crin y la cola blancas.

–Cherry, ésta es Maisie. Lleva dos años viviendo en el rancho, pero ningún niño viene a visitarla. Por eso le alegra tanto que hayas venido tú hoy.

Allison tuvo que contener sus emociones al ver cómo su hija acariciaba al animal. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió esperanzada.

Alex pensó que le ocurría algo cuando tenía a la niña cerca. Tal vez le recordase a su hermano y a él. Tenían más o menos la edad de Cherry cuando fueron enviados a Estados Unidos por un padre que no los quería, a una madre que tampoco los quería.

Miró a Allison. A ella sí parecía importarle su hija. Se preguntó por qué no hablaría la pequeña.

–¿Caballo? –susurró la niña para que nadie la oyese.

Por algún motivo, a él sí le hablaba. Le había confiado su secreto. Y Alex no iba a traicionarla, todavía no.

–Es un poni, Cherry. Maisie es un poni.

Cherry sonrió con timidez y susurró la palabra «poni». Luego se echó hacia delante, como si quisiese subirse encima del animal.

–Eh, vaquera –dijo él–. Me parece que todavía no estás preparada para eso. Antes de que subas necesitamos una silla.

Allison se acercó.

–Cariño, no sabes montar.

A la niña no le gustó aquello y se puso a llorar. Muy fuerte.

Alex se apartó del poni.

–Llorando no vas a conseguir nada –le dijo al oído–. Demuéstrale a mamá que eres una niña grande.

Cherry dejó poco a poco de llorar. Alex sacó un pañuelo y le limpió los ojos.

–¿Mejor? Ahora, hoy vamos a acariciar al poni y tal vez otro día podamos montarlo. Tu mamá nos tiene que dar permiso, ¿de acuerdo?

Ella lo miró fijamente y a Alex se le ablandó el corazón y supo que se estaba metiendo en un buen lío. Miró por encima de su hombro y vio a la guapa Allison Cole. En un enorme lío.

Dos horas más tarde, Allison y Cherry estaban cenando otra vez con Alex Casali y Tilda. A Allison le sorprendió que su hija lo comiese todo sin protestar. Después de la cena, Alex desapareció.

Tilda le dijo que ya estaba todo preparado, que sólo tenía que volver el día antes del curso para instalarse en su cabaña.

–Creo que va siendo hora de que nos marchemos –dijo, mirando hacia su hija, que se había quedado dormida.

Tilda sonrió.

–Qué rica. Ha tenido un día muy ocupado y muy cansado.

Allison recogió sus cosas.

–Voy a meterlo todo al coche y luego volveré por ella –salió al exterior, dejó los libros en el asiento y volvió a la casa. Estaba subiendo las escaleras cuando apareció Alex con la niña en brazos–. No era necesario.

–No pasa nada, ¿puedes abrirme la puerta?

–Por supuesto –Allison volvió al coche y abrió la puerta.

Alex colocó a la niña en su silla con cuidado, pero no consiguió abrocharle el cinturón.

–Es un poco difícil –dijo ella, metiéndose dentro del coche.

De repente, se dio cuenta de lo pequeño que era. Estuvo a punto de chocar con Alex, que la miró a los ojos, haciendo que se le acelerase el corazón.

–Ya está –añadió, saliendo enseguida–. Iré por la silla y nos marcharemos.

–Quédate aquí, yo iré por ella.

Un minuto después volvía con la silla.

–¿Cómo puedes con ella? –le preguntó a Allison.

–Soy más fuerte de lo que parezco.

–Seguro que sí –dijo él–, pero eso no quiere decir que no puedan ayudarte de vez en cuando.

–Prefiero hacerlo sola, es más seguro –respondió ella, apartando la mirada.

–Te seguiré hasta la ciudad –dijo Alex.

Y antes de que a Allison le diese tiempo a contestar, ya estaba subido a su camioneta.

Estuvo a punto de seguirlo y darle una charla, pero estaba oscureciendo y no le apetecía volver sola. Así que decidió dejar que se hiciese el héroe, por Cherry.

Veinte minutos más tarde se había hecho de noche. Alex siguió a Allison hasta el centro histórico de la ciudad. Ella aparcó en un callejón que daba a la parte trasera de su tienda y Alex se detuvo justo detrás y salió enseguida del coche para ayudar a bajar a la niña antes de que su madre le dijese que no lo hiciese.

La niña se acurrucó contra su pecho y él intentó no dejarse llevar por la emoción. Siguió a Allison al interior del edificio. Subieron unas escaleras y llegaron a un gran salón en el que hacía mucho calor. Allison fue hacia la ventana y encendió el aire acondicionado.

–La habitación de Cherry está aquí.

Llegaron a una habitación pequeña con una cama. Allison apartó las sábanas y él fue a dejarla, pero la niña se despertó y protestó.

–Eh, espera a que tu madre te ponga el pijama y luego volveré a darte las buenas noches –le dijo, pero la niña siguió agarrándolo del brazo–. Recuerda que eres una niña grande.

Cuando por fin lo hubo soltado, Alex fue a por la silla de ruedas y la subió a la casa. Luego, se entretuvo curioseando por el salón, que le recordó al mejor sitio en el que había vivido de niño.

Luego se preguntó dónde dormiría Allison. Se maldijo. No quería estar allí. No quería ver cómo vivían. No quería que nada le recordase a su pasado. Era el momento de salir de esa casa y de olvidarse de Allison Cole y de su hija.

De repente, oyó su nombre en un susurro y vio a Allison, que le señalaba hacia la habitación. La niña estaba en camisón, con un cuento en las manos.

–Le he dicho a Cherry que podías leerle dos páginas antes de que se durmiese.

Él pensó que no debía habérselo prometido.

–Eres tú el que nos ha seguido a casa, así que ahora tienes que asumir las consecuencias –añadió Allison sin levantar la voz.

Alex entró en la habitación y se sentó en el borde de la cama.

–Dime por dónde tengo que empezar.

Cherry sonrió y señaló la línea. Cinco minutos más tarde, estaba dormida. Él dejó el cuento en la mesita de noche y salió de la habitación.

–Muchas gracias –le dijo Allison, que lo estaba esperando.

Él la miró fijamente antes de preguntarle:

–¿Por qué vives así? –preguntó, señalando la escalera–. ¿Cuánto tiempo vas a seguir subiendo a tu hija por ahí?

–El tiempo que sea necesario. El tratamiento de Cherry es muy caro. Y también lo es montar un negocio.

–¿Y el seguro?

–Nos dieron una indemnización después del accidente, pero estoy empleando ese dinero para el tratamiento. Nos trasladamos aquí por su médico. Es el mejor.

–¿Cómo fue el accidente?

Allison apartó la mirada.

–Cherry iba en el coche cuando el vehículo recibió un golpe. Hacía muy mal tiempo.

–¿Y dónde está su padre?

–Eso no importa.

–¿Cómo que no? A mí me parece que él también debería asumir su responsabilidad.

–Jack ya no forma parte de nuestras vidas. Yo tengo la custodia de la niña, tanto económica como emocionalmente.

Alex se dio la vuelta. Así que su ex era un cretino. Él sabía muy bien lo fácil que era que un padre se olvidase de sus responsabilidades. Miró a Allison, que era menuda, testaruda y estaba decidida a demostrar que podía hacerlo todo sola.

Se dijo a sí mismo que debía marcharse de allí.

–¿Montas a caballo?

A ella le sorprendió su pregunta.

–¿Por qué? He montado alguna vez, hace años.

–¿Y Cherry? ¿Crees que sería capaz de mantenerse sentada en una silla de montar?

–No estoy segura de que sea buena idea.

–¿La has visto hoy con Maisie? ¿Has oído hablar de la terapia con caballos?

–Sí, pero no puedo tomar una decisión sin consultarlo antes con el médico.

–En ese caso, pregúntaselo. Porque la niña va a estar toda la semana que viene en el rancho –dio un paso al frente–. Y otra cosa más: tu hija puede hablar. A mí me ha dicho tres palabras. Hoy me ha dicho «caballo» y «poni». En un susurro, pero lo ha dicho.

A Allison se le llenaron los ojos de lágrimas y se le encogió el corazón.

–Eh, no te lo he contado para que llores.

–Lo sé, pero hace tanto tiempo que no la oigo hablar… Y lo ha hecho con un extraño.

Alex no pudo evitarlo, agarró a Allison de los brazos.

–A veces es más fácil compartir las cosas con extraños.

Ella lo miró con sus ojos de color esmeralda llenos de lágrimas. Una de ellas corrió por su mejilla.

–Sólo quiero ayudarla –dijo Allison.

Alex le limpió la lágrima de la cara.

–Y ella lo sabe, Allie. Verás como vuelve a ser la de antes.

–No, no lo hará. Y no es culpa suya.

–¿Por qué dices eso?

–Porque yo fui la responsable del accidente.

Capítulo 4

Ella era la responsable del accidente de su hija.

Cuatro horas más tarde, Alex estaba sentado en su despacho, en casa. Aquél era su santuario, pero esa noche, después de la confesión que le había hecho Allison, no lograba relajarse ni siquiera allí.

Un rato antes, había hecho una búsqueda en Internet acerca de Jack Cole. Con ese nombre no lo encontró, pero descubrió que un tal Jack Hudson había sido primero su manager y, más tarde, se había convertido en su marido. Y después, en su ex marido.

Cerró los puños y pensó en su propio padre. Casi no se acordaba de él. Sólo recordaba el día en que Luca Casali los había mandado a él y a su hermano a Estados Unidos.

Al menos Allison estaba con su hija. Pensó en el dolor que había visto en su rostro cuando le había contado que había sido ella la causante del accidente.

Se dijo que tenía que haber sillas de montar especiales para niños con problemas, e hizo otra búsqueda en Internet.

En ese momento le entró un correo electrónico nuevo. Angelo. Sonrió al pensar en su hermano, que se había convertido en un jugador de béisbol famoso. El Ángel de Nueva York. Aunque en esos momentos estaba lesionado, y aburrido.

Alex le contestó que si necesitaba hacer algo, que fuese al rancho a echarle una mano.

Después abrió otro correo que llevaba dos meses esperando en la bandeja de entrada: Boda familiar. Empezó a leerlo de nuevo, a pesar de que se lo sabía de memoria.

Querido Alessandro:

Hola desde Italia. Sé que hace mucho tiempo que no tienes noticias de esta parte de tu familia, por eso intento comunicarme contigo por este medio. He pensado que tal vez el mejor modo de retomar el contacto sea invitándote a venir a Italia, a mi boda. Los años pasan y me encantaría volver a veros. Por favor, si Angelo y tú vinieseis, el día sería perfecto.

Te enviaré una invitación formal por vía postal con la fecha y la hora.

Un abrazo, Lizzie

Alex frunció el ceño mientras releía la breve respuesta que le había enviado:

Lizzie:

Muchas gracias por la invitación, pero no voy a poder aceptarla. Estoy demasiado ocupado aquí y no puedo dejar el rancho. Mis mejores deseos para tu día especial.

Alex

De repente, la familia de su padre quería saber de él. ¿Por qué, después de treinta años? ¿Dónde habían estado cuando los había necesitado, cuando Angelo y él no habían tenido ni un hogar ni una familia?

Cerró el ordenador. No quería pensar más en su familia italiana. No iba a ser él quien les descargara la conciencia. No había sido él quien les había dado la espalda.

Mientras volvía de San Antonio, Allison miró a su hija por el espejo retrovisor. La terapia no había ido bien. Cherry había estado todo el tiempo llorando y ella se había tenido que salir de la sala para que el fisioterapeuta hiciese los ejercicios con su hija.

Aparcó en la parte trasera de la tienda, contenta de estar en casa. Sacó la silla de ruedas, colocó a Cherry en ella y entró por la puerta de atrás. Oyó una voz masculina en la parte delantera, en la tienda, y fue hacia allí con su hija. El local era lo suficientemente grande para albergar su negocio, el material y los diseños de las colchas.

Lo que no cabía era un enorme ranchero. Alex Casali iba vestido con vaqueros y una camisa de cuadros azul marino que acentuaba sus anchos hombros.

No había vuelto a verlo desde la noche en que las había acompañado allí. Desde que se lo había contado todo.

Miró a Mattie, que estaba cuidando de la tienda en su ausencia. La señora se estaba riendo con algún comentario de Alex.

Aquello agotó su paciencia.

–Mattie.

Al oírla, la otra mujer se dio la vuelta.

–Oh, Allison, ya habéis vuelto –miró a Cherry y se acercó a ellas–. ¿Qué tal estás, pequeña? Has tenido una mañana bastante difícil, ¿verdad?

Allison no separó la mirada de Alex.

–La sesión de hoy ha sido muy dura. Necesita echarse una buena siesta. Mattie, puedes irte a comer.

–Gracias, Allison –miró a Alex–. Encantada de conocerlo, señor Casali.

–El placer ha sido mío, señora –respondió éste.

Cuando Mattie se hubo marchado, Alex se acercó a Allison muy serio, luego miró a Cherry y sonrió.

–Hola, Cherry.

Ni siquiera él consiguió que la niña reaccionase.

–Está muy cansada.

Pero cuando Allison intentó llevársela, empujando la silla, la niña se inclinó hacia Alex. Éste la tomó en brazos sin dudarlo.

–Tienes que descansar, pero quería decirte que Maisie te echa de menos y quiere saber cuándo vas a ir a verla.

Para sorpresa de Allison, Cherry se echó a reír.

Alex la miró con una ceja arqueada.

–¿Qué ocurre? ¿No te crees que haya hablado conmigo?

Otra risa.

–¿Sabes otra cosa? Maisie tiene cosquillas. Te lo demostraré cuando vengas al rancho.

En esa ocasión, Cherry bostezó.

Allison, celosa por cómo se estaba comportando su hija con Alex, intervino.

–Creo que la niña tiene sueño.

Cherry protestó, pero accedió a ir con su madre. Allison la llevó a la oficina, en la que había un sofá cama, y la acostó en él. La niña cerró los ojos al instante.

–Duerme bien, cariño –Allison le dio un beso y salió.

Alex estuvo curioseando por la tienda hasta que Allison volvió.

–¿Se ha dormido?

–Sí –respondió ella, acercándose a cerrar el libro de diseños que Alex había estado hojeando–. ¿Puedo ayudarte en algo?

–Soy yo el que ha venido a ayudarte. He venido a recoger el material del taller.

–Ya lo llevaré yo mañana. Gracias, pero no quiero molestarte.

–Si me molestases, te lo diría. De todos modos, tenía que venir a la ciudad.

Ella asintió.

–Gracias. Hay dos cajas preparadas. Están en el rellano.

Él se quedó donde estaba. Era difícil no fijarse en Allison, con sus grandes ojos de color esmeralda, la piel cremosa y una boca generosa. Llevaba el pelo recogido en una coleta, dejando al descubierto la delicada línea de su mandíbula. Se le hizo un nudo en el estómago.

Ella apartó la mirada.

–Si eso es todo, no quiero entretenerte más –le dijo.

–De hecho, quería saber si le has preguntado al médico si Cherry puede montar a caballo.

–No, pero lo he hablado con el fisioterapeuta. Me ha dicho que puede hacerlo si utiliza una silla especial. Y si quiere hacerlo.

–Ya tengo la silla.

–Espera un momento –dijo ella, visiblemente sorprendida–. ¿Le has comprado una silla?

Alex se encogió de hombros.

–No pasa nada.

–Claro que sí. Las sillas de montar son caras, y una especial ha debido de costarte una fortuna.

–No te preocupes, Allie. No voy a morirme de hambre. Ya no.

Al día siguiente, Allison entró en lo que sería su casa y la de Cherry durante la semana siguiente. Era una cabaña de dos habitaciones rodeada de árboles. Tenía un salón espacioso con una enorme chimenea, cocina y los suelos de madera.

–¿Te gusta?

Se giró y vio a Tilda en la puerta.

–Esto es increíble. Podría vivir aquí toda la vida.

A la otra mujer se le iluminó la mirada.

–Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

Antes de que a Allison le diese tiempo a responder, Tilda ya se había ido. La siguió hasta el coche para sacar a Cherry. El porche tenía una rampa, por lo que no tendría que hacer demasiados esfuerzos con la silla.

–Gracias por la rampa –le dijo a Tilda.

–De nada, aunque la idea se le ha ocurrido a Alex, así que agradéceselo a él.

Aquello confundió a Allison, que había pensado que a Alex no le gustaba nada su presencia allí. Pero le había comprado una silla a Cherry y había puesto una rampa. Si además de guapo resultaba ser un buen tipo, le iba a ser muy difícil ignorarlo.

–Ven a ver la casa nueva, cariño –le dijo a su hija, sacándola del coche.

Se dio la vuelta con ella en brazos y estuvo a punto de chocar con Alex.

–Ah, lo siento, pensé que sólo estaba Tilda.

–Ha tenido que ir a hacer otra reserva. Deja que te ayude.

Allison no protestó cuando le quitó a la niña de los brazos, pero no pudo evitar dar un grito ahogado cuando sus dedos le rozaron el pecho, causándole un escalofrío que la pilló desprevenida. Se apartó enseguida y fue por la silla de ruedas.

–Hola, uccellino –le dijo él a la niña.

Allison sintió celos de su hija. Aunque fuese una locura. Además, técnicamente, él era su jefe. Y necesitaba el trabajo.

Una vez dentro, Alex dejó a Cherry en su silla.

–¿Qué vas a querer hacer hoy? –le preguntó.

Cherry miró a su madre. Era evidente que quería ver a los caballos.

–Dime lo que quieres hacer –le dijo ella.

Cherry frunció el ceño y miró a Alex.

–Tu madre tiene razón –tomó la mano de la niña–. Dímelo otra vez, Cherry. Puedes hacerlo.

La niña lo retó con la mirada.

–En ese caso, no podrás tener tu sorpresa hoy –le dijo Alex.

–Caballo –susurró por fin Cherry.

Allison dio un grito ahogado.

–Muy bien, pequeña. En ese caso, si a tu madre le parece bien, tal vez podamos ir a montar en Maisie.

Allison asintió.

–Después de comer y dormir la siesta.

Alex se incorporó.

–Está bien. En ese caso, volveré después de la siesta –las dos le sonrieron y él supo que tenía que salir de allí–. Hasta luego.

Ya estaba en el porche cuando Allison lo llamó.

–Sólo quería saber qué quiere decir lo que llamas a Cherry en italiano.

–La llamo uccellino. Quiere decir «pajarillo» –respondió Alex.

–Qué encanto.

–Me habían llamado muchas cosas en esta vida, pero nunca eso.

Ella sonrió.

–Tu secreto está a salvo conmigo –se puso seria de nuevo–. Gracias por hacer que Cherry hable. No tienes ni idea de lo que eso significa para mí.

Alex sintió algo extraño en el pecho. No sabía por qué, pero le gustaba que Allison lo elogiase.

* * *

Esa misma tarde, Allison se sentó en la valla del corral y observó con alegría a Cherry, que sonreía de oreja a oreja. Se sentía muy orgullosa, montando a Maisie. Iba sentada en su silla especial, un trabajador del rancho guiaba al poni y Alex caminaba a su lado, alabando sus cualidades de amazona.

–Lo está haciendo muy bien.

Allison se giró al oír aquello y vio a un hombre de unos cuarenta años. Sonreía y su mirada era amable.

–Sí.

–Soy Brian Perkins, el capataz de Alex.

–Allison Cole –respondió ella–. Voy a dar el taller de acolchado esta semana.

–Ya lo sé. Y ésa es su hija, Cherry. Jamás pensé que vería algo así. Una mujer que ha conseguido conquistar al jefe. No me extraña, esa niña es un encanto. Me recuerda a mi hija cuando tenía la misma edad. Enseguida saben cómo manejarnos, a los pobres hombres.

–¿Pobres hombres? En eso no estoy de acuerdo.

Brian se echó a reír y ella lo imitó. No se dio cuenta de que Alex se estaba acercando a ellos.

–Si tenéis tiempo para estar aquí, es que no tenéis suficiente trabajo.

Ambos se giraron hacia él, que no parecía nada contento.

–Encantado de conocerla, señora Cole –le dijo Brian antes de irse.

–Allison –lo corrigió ella–. Encantada de conocerte, Brian.

El capataz se dirigió a los establos y Allison se volvió hacia Alex, que parecía un poco enfadado.

–¿Pasa algo porque hable con Brian?

–No, que yo sepa.

–Pues has sido muy grosero.

–En el rancho hay mucho trabajo y yo me ocupo de que todo el mundo haga el suyo.

Allison sonrió a su hija.

–Será mejor que nos olvidemos del tema –añadió Alex–. ¿Puedes enseñarle a tu hija cómo montas tú?

–No. No he montado a caballo desde que tenía diez años.

–En ese caso, ya tienes experiencia –uno de los trabajadores del rancho se acercó a ellos–. Jake, ésta es la señora Cole. Va a pasar aquí una semana con su hija Cherry.