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Pasión a flor de piel Robyn Grady ¿Acabarán los enemigos de la infancia enamorándose el uno del otro? Tres noches contigo ¿Era una aventura o el amor verdadero? Más que un guardaespaldas Nikki Logan Su protector preferido. Su lugar en el mundo Sophie Pembroke Bajo el sol de La Toscana…
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Seitenzahl: 715
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack 94 Deseo y Jazmín, n.º 94 - abril 2016
I.S.B.N.: 978-84-687-8266-9
Créditos
Índice
Pasión a flor de piel
Portadilla
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Epílogo
Tres noches contigo
Portadilla
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Más que un guardaespaldas
Portadilla
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Su lugar en el mundo
Portadilla
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
De espaldas al espejo de cuerpo entero, Grace Munroe se bajó la cremallera del vestido y se lo quitó. A continuación se deshizo de las sandalias, de las braguitas y el sujetador a juego y se envolvió en una toalla suave y perfumada. Pero cuando llegó a la puerta del baño, un estremecimiento le recorrió la espalda.
Respiró hondo.
«Soy una mujer adulta, y esto es lo que quiero. Tranquilízate».
Abrió la puerta y salió a una habitación iluminada por la suave luz de una lámpara de pie. Se acercó a la cama, la abrió y se quitó la toalla. Estaba metiéndose bajo las sábanas cuando una silueta llenó el hueco de la puerta. Era la primera vez que se encontraba en una situación así, nunca volvería a estarlo, pero en aquel momento, estaba haciendo lo que quería hacer.
Cómo lo deseaba…
Él se quitó la camisa, se desabrochó el cinturón y se acercó a ella para lamerle un pezón.
–Me gustaría saber cómo te llamas –musitó, y su barba incipiente le rozó la cara.
Ella solo sonrió.
–Y a mí que te metieras bajo las sábanas.
Aquella noche había comenzado con un largo paseo para despejarse la cabeza. Desde que había vuelto a Nueva York, los recuerdos y los remordimientos no le habían dado tregua.
Durante la caminata pasó por un piano bar y se sintió atraída por la música. Entró y buscó acomodo. Un hombre se detuvo junto a ella: atractivo, bien vestido, con un cuerpo que llenaba la chaqueta del traje de un modo que hacía volverse a las mujeres. Pero Grace estaba dispuesta a espantarlo. No quería compañía aquella noche.
Se llevó una sorpresa al ver que apenas hizo un comentario sobre la pieza que estaban tocando y siguió su camino, aunque el brillo peculiar de su sonrisa le llamó la atención e hizo que cambiase de opinión inesperadamente.
Decidió llamarlo y preguntarle si quería sentarse con ella. Diez minutos, nada más, porque no iba a quedarse mucho. Él ladeó la cabeza e iba a presentarse, pero ella levantó una mano para impedírselo. Si le daba lo mismo, prefería no conocer su historia. No saber nada de su vida, ni contarle la suya. Él frunció el ceño y alzó su copa a modo de saludo.
Durante veinte minutos, se perdieron juntos en la música del piano. Al final del intermedio, cuando ella se levantó y se iba a despedir de él, el desconocido dijo que él también tenía que marcharse, de modo que resultó de lo más natural que salieran y caminaran juntos. Charlaron sobre música y deportes, comida y teatro. Era fácil hablar y reír con él. Había algo casi familiar en su sonrisa y en su voz. No tardaron en llegar a la casa de él y, como si fueran amigos de toda la vida, la invitó a subir. Grace no se sintió forzada, ni insegura tampoco.
Y en aquel momento, en su cama, bajo la caricia de sus labios, tampoco pesarosa, a pesar de que aquella experiencia quedaba muy alejada de sus costumbres.
Un año antes, había tenido una relación. Sam era un bombero condecorado que respetaba a sus padres y muy valorado por la comunidad. Nada era demasiado para su familia o sus amigos. La había querido muchísimo, y una noche, le pidió que se casaran. Doce meses habían pasado ya, pero Grace se sentía atascada en aquella noche.
Pero no en aquel preciso instante. Ni una pizca.
Cuando la lengua de aquel desconocido se abrió paso entre sus labios, el ritmo lento de su asalto alimentó una necesidad que se desperezó en su interior, y cuando lo interrumpió, el pulso que estaba sintiendo en el interior creció. Se sentía atraída por aquel hombre de un modo inexplicable. Era una atracción física, intelectual… quería volver a verlo, pero desgraciadamente, no era posible. Aquel encuentro era únicamente sexual e impulsivo, una fusión de fuerzas explosivas.
Un encuentro de una sola noche.
Y así es como debería seguir siendo.
–Guapa, ¿verdad?
Wynn Hunter sonrió.
–Siento tener que decirte esto, pero esa dama de honor es un poco joven para ti.
–Natural –respondió Brock Munroe sacando pecho–. Es mi hija.
Wynn se quedó helado, rojo como un tomate, y puso el pensamiento a mil por hora para encajar todas las piezas. Brock tenía tres hijas.
–¿Esa es Grace?
–Exacto. Ya crecidita.
Si Wynn hubiera hecho la conexión tres noches antes, nunca se la habría llevado a su apartamento del Upper East Side, no tanto por respeto hacia Brock, que era amigo de su padre, tiburón de los medios de Australia y cabeza de Hunter Enterprises Guthrie Hunter, sino porque cuando eran críos, Grace Munroe le caía fatal. Le ponía enfermo. Le chirriaban los dientes en su presencia.
¿Cómo era posible que hubiera sido precisamente con ella la mejor noche de sexo de toda su vida?
–Grace se parece a su madre, igual que mis otras dos hijas –continuó Brock, mientras las luces giraban lentamente en el salón de baile al compás de la música–. ¿Te acuerdas de las vacaciones que pasamos todos juntos? Aquellas Navidades en Colorado fueron muy especiales.
Brock había conocido a Guthrie en unas vacaciones en el recién abierto Vail Resort tras graduarse en la universidad de Sídney. A lo largo de los años se habían mantenido en contacto, y cuando los Munroe y los Hunter volvieron a reunirse dos décadas después, Wynn tenía ya ocho años. Mientras él y sus hermanos mayores hacían un muñeco de nieve en el jardín de la casa que habían alquilado las dos familias, Grace y su hermana menor, Teagan, conspiraban para destrozarlo. En aquel momento, su adorada madre aún vivía, y le había explicado que las niñas, con seis años por entonces, solo querían participar. Que las tuvieran en cuenta.
En el presente Wynn dirigía Hunter Publishing, una sucursal con base en Nueva York de Hunter Enterprises, y siempre se había tenido por un tipo afable, pero aquel día de Navidad, cuando la risa hacía que Grace se doblara por la cintura tras verle empotrado contra la nieve del muñeco, y la piedra que había dentro, saltó, y mientras ella corría para esconderse en la casa, su hermano Cole había tenido que sujetarlo para que no fuera tras ella.
Habían pasado ya muchos años, y sin embargo Wynn dudaba de que hubiera pasado alguna otra persona por su vida que le hubiera cabreado tanto como aquella mocosa de nariz respingona y coletas.
Pero sus coletas se habían transformado en una hermosa melena color trigo, y sus extremidades flacas como estacas habían madurado convirtiéndose en espléndidas piernas. Recordaba perfectamente a aquella criatura, una especie de moscardón que no paraba de dar por saco. Era incapaz de encajarla con el recuerdo de su propia boca recorriéndole el cuerpo. Cuando empezaron a charlar en aquel piano bar, Grace no podía tener ni idea de quién era él… ¿no?
–¿Cómo le va a tu padre? –preguntó Brock mientras su hija seguía bailando–. Hablé con él hace un par de meses. ¿Y qué hay de eso que me contó de que alguien quería matarlo? ¡Increíble! ¿Os ha dicho la policía si tienen más pistas?
Mirando a medias el trasero de Grace, hipnótico con aquel vestido rojo que llevaba, le relató algunos detalles.
–Un par de semanas después de que lo echaran de la carretera, alguien le disparó. Menos mal que no acertaron. Cuando el guardaespaldas de mi padre lo perseguía, se puso delante de un coche y lo arrollaron. No sobrevivió.
–Pero hubo otro incidente poco después, ¿no?
–Sí. La policía sigue con ello, pero mi hermano ha contratado a un investigador privado.
Brandon Powell y Cole se conocían desde que eran cadetes en la Armada. Era un tipo con buen olfato y concienzudo, el mejor para aquel trabajo.
Las canciones se iban enlazando las unas con las otras y aquel cuerpazo embutido en un vestido de cóctel rojo no había dejado de bailar ni un momento. Era imposible no mirarla. Y no solo él. El primero con el que había bailado había sido reemplazado por otro que a duras penas estaba siendo capaz de contenerse.
Apuró el resto de la copa que tenía en la mano. Seguro que aún no le había visto entre los trescientos invitados a la boda, y ahora que sabía quién era, no tenía sentido quedarse hasta que lo reconociese. Resultaría muy incómodo.
–En fin, hay que ir desfilando –le dijo a Brock, señalando la puerta–. Mañana tengo una reunión muy temprano.
–¿En domingo? Pues sí que estás bueno. En fin… Son tiempos difíciles . Adaptarse o morir. La publicidad también está por los suelos.
Brock era el presidente fundador de Munroe Select Advertising, una empresa con oficinas en Florida, California y Nueva York.
–¿Grace trabaja en la empresa?
–Ella te lo contará. Viene hacia aquí.
Wynn se volvió a mirar a la pista. Cuando Grace lo reconoció, su sonrisa desapareció, pero por lo menos no dio media vuelta y salió corriendo.
Brock sonrió.
–Ya os conocéis.
Grace miró a Wynn sin dejar translucir una sola emoción.
–¿Ah, sí?
–Es Wynn, el hijo de Guthrie Hunter.
Sus hermosos ojos parpadearon confusos.
–¿Wynn? –repitió–. ¿Wynn Hunter?
–Estábamos recordando –continuó su padre, dejando su copa de champán vacía en la bandeja de un camarero que pasaba– aquella Navidad en la que alquilamos la casa en Colorado.
–Ya ha pasado tiempo desde aquello, sí –respondió ella, arqueando las cejas–. Supongo que ya no haces muñecos de nieve, ¿no?
–Es demasiado peligroso –replicó él.
–¿Peligroso? –repitió, sorprendida, hasta que de pronto cayó en la cuenta–. ¡Ah, sí! Estabas en el jardín con tu hermano la mañana del día de Navidad, y te diste un golpe en la cabeza.
Wynn se rozó la marca con los dedos.
–Nunca llegué a darte las gracias por la cicatriz. Fuiste tú quien me empujó.
–Si no recuerdo mal, te pisaste los cordones. Lo hacías siempre.
Wynn iba a contradecirla, ya que recordaba perfectamente que Grace había puesto el pie para que tropezara, pero Brock intervino.
–Grace es amiga de la novia desde primaria.
–Jason y yo estudiamos juntos en la universidad de Sídney. Fuimos perdiendo el contacto, y la verdad es que no esperaba que me invitasen a su boda.
–El mundo, que está lleno de sorpresas.
Mientras ambos se miraban, Brock eligió un tema menos complicado.
–Wynn dirige la línea editorial de Hunter Enterprises aquí en Nueva York. Por cierto –le preguntó–, ¿sigue llevando Cole la división de comunicación en Australia?
Wynn asintió.
–Aunque ha dado un paso atrás. Se va a casar.
–Cole siempre ha estado muy comprometido con la empresa. Un adicto al trabajo, como su padre –se sonrió–. Me alegro de que vaya a casarse, eso demuestra que siempre hay un roto para un descosido.
Y miró a su hija sin poder evitarlo. Grace bajó de inmediato la mirada.
–Ahí están los Dilshan –dijo, tras pasear la mirada por la habitación–. Voy a saludarlos. Os dejo para que os pongáis al día.
Wynn decidió que la marcha de Brock marcaba el momento de soltar el anzuelo.
–No te preocupes –dijo, inclinándose hacia ella–. No voy a hacerle saber que tú y yo ya nos hemos puesto al día.
Ella lo miró divertida.
–Ya me imaginaba que no ibas a ir contando por ahí que ligamos en un bar.
–¿Sigues sin querer que nos conozcamos?
–Es que resulta que ya nos conocemos.
–No me refería a quienes éramos hace veinte años, sino ahora.
La sonrisa se le heló en los labios.
–Mejor que no.
Grace Munroe tenía sus secretos.
Y no eran asunto suyo. Ya tenía suficiente con los propios, pero estaba decidido a aclarar un punto antes de irse:
–Dime una cosa: ¿tenías idea de quién era yo la otra noche?
Ella se rio.
–¡Vaya! ¡Pues sí que tienes sentido del humor!
Ella iba a marcharse ya cuando Wynn le sujetó la muñeca, y el modo en que lo miró le dejó aturdido. Casi parecía asustada.
–Baila conmigo.
Sus hermosos ojos color miel se abrieron un poco más antes de que ladeara la cabeza para decir:
–Creo que no.
–¿No quieres correr el riesgo de volver a tirarme?
–Admitirás que eras un crío un poco torpe.
–Y tú, un bicho.
–Ten cuidado –le advirtió, mirando la mano que aún le sostenía la muñeca–. Te vas a contagiar de los gérmenes que solo tenemos las chicas.
–Soy inmune.
–No estés tan seguro.
–Lo estoy.
Y la condujo a la pista de baile. Un segundo después, cuando la rodeaba con los brazos, Wynn tuvo que admitir que, aunque la pequeña Gracie Munroe nunca le había gustado, aquella versión más madura encajaba con él a la perfección.
–¿Qué tal? –preguntó.
–No tengo náuseas… aún.
–¿No tienes ganas de poner el pie delante del mío y empujar?
–Te lo haré saber si se me pasa por la cabeza –sonrió.
–¿Dónde está tu madre, que no la he visto?
Su sonrisa palideció.
–Ha tenido que quedarse con mi abuela. No se encuentra bien.
–Espero que no sea serio.
–Melancolía. Mi abuelo ha fallecido hace poco, y era el bastión de mi abuela –su mirada se dulcificó–. Mis padres fueron al funeral de tu madre hace unos años.
El estómago se le encogió. Aun después del tiempo transcurrido, su inconmensurable pérdida le dejó un peso en el estómago y un intenso dolor en la garganta.
–Mi padre volvió a casarse.
Ella asintió. Sus padres habían asistido a la boda.
–¿Es feliz?
–Supongo.
–No pareces convencido.
–Su mujer es hija de una de las mejores amigas de mi madre.
–Vaya. Un poco complicado, ¿no?
Bueno… eso era solo una manera de decirlo.
Cole y Dex, sus hermanos, decían que era una cazafortunas y cosas peores, pero es que no todo era blanco o negro con Eloise Hunter. Además, era la madre de su hermano más pequeño, Tate.
De todos sus hermanos, era a Tate al que más quería. Hubo un tiempo incluso en el que deseó tener un hijo que fuera como él.
Ya no.
Wynn sintió que le tocaban el hombro. Un hombre de menos estatura que él estaba a su espalda, enderezándose la pajarita y con una sonrisa estúpida.
–¿Cambio de parejas?
–No –espetó con una sonrisa.
Grace lo miró frunciendo el ceño.
–Eso ha sido una grosería.
Wynn se limitó a sonreír.
–Es un amigo –explicó.
–Estoy un poco confusa –continuó–. Según tengo entendido, Cole es el adicto al trabajo y Dex, el ligón. ¿No eras tú el que tenía conciencia?
–He madurado.
–Te has endurecido.
–Y sin embargo, mi encanto te ha cautivado.
Sonrió.
–Yo no diría tanto.
–Entonces, ¿he soñado yo que te estabas en mi casa hace tres noches?
Grace no se sonrojó. Ni el más mínimo rubor.
–Estaba de humor. Supongo que conectamos.
–Por si no lo has notado, seguimos conectando –respondió, acercándose a su oído.
–Nunca he estado en una situación parecida.
–Yo tampoco –admitió.
–No puedo lamentar lo de la otra noche –respiró hondo–, pero no me interesa seguir con ello, ni avivar la llama… no es un buen momento.
La sonrisa le flaqueó un instante antes de volver a la carga.
–No es lo que pretendo.
–Entonces, esa mano que está bajando más allá de la cintura y que me empuja suavemente hacia tus pantalones… me había parecido una indirecta. Y yo no quiero tener una relación con nadie, Wynn. De ninguna clase.
La había sacado a bailar para demostrar… bueno, algo, pero ya no sabía bien qué. La condujo al borde de la pista y la soltó.
–Te dejo que vuelvas a tu fiesta.
Una mirada de respeto apareció en sus ojos.
–Saluda a Teagan y a tus hermanos de mi parte.
–Lo haré.
Cole estaba a punto de sentar la cabeza con la productora australiana de televisión Taryn Quinn, lo cual acarrearía la reunión completa de la familia y las inevitables preguntas sobre su vida personal.
Hasta hacía bien poco, y a diferencia de sus hermanos, era él el destinado al matrimonio antes de que, quien había sido el amor de su vida, Heather Matthews, tuviera a bien anunciarle al mundo que sus planes eran otros. Cuando cayó la bomba, tuvo que ponerlo todo de sí para superarlo. Ya no sentía la más leve inclinación de volver a abrirle el corazón a ninguna chica, y eso incluía a la sexy Grace Munroe.
Fue en busca de los novios para desearles todo lo mejor, y de camino hacia la salida, volvió a tropezarse con Brock. Tuvo la impresión de que no había sido por casualidad.
–Te he visto bailando con mi hija. No sé si te habrá contado… Grace se marchó de Nueva York hace doce meses. Se va a quedar en Manhattan unos días, para verse con los antiguos amigos –añadió el nombre de un hotel de prestigio–. Si te apetece pasarte y ver qué tal está… bueno, yo te lo agradecería. A lo mejor le ayuda a mantener a raya los malos recuerdos –bajó la voz–. Ha perdido a alguien muy cercano hace poco.
–Me ha hablado de lo del abuelo…
–No. Era un bombero, un buen hombre. Iban a comprometerse cuando ocurrió el accidente.
El suelo le tembló bajo los pies.
–¿Grace estaba comprometida?
–Casi. El accidente ocurrió aquí en Nueva York. La semana pasada hizo un año.
Las piezas encajaban. En el triste aniversario, Grace había ahogado los recuerdos perdiéndose en su compañía, y él lo entendía. ¿Acaso no había encontrado también él la paz, el olvido, en los brazos de otra persona?
–Sabe mantener el tipo –continuó Brock, mirando a su alrededor–, pero esta aquí, en la boda de una de sus mejores amigas, delante de tantos que lo saben… –respiró hondo–. A nadie le gusta que le compadezcan, y nadie quiere estar solo.
Tras despedirse de Brock, estaba ya casi en la puerta cuando oyó que la música se detenía y que el pinchadiscos anunciaba:
–Llamada para todas las solteras. ¡A reunirse, que la novia va a lanzar el ramo!
Wynn echó un último vistazo, y reparó en que Grace no se había colocado para el lanzamiento, sino que se había quedado apartada.
Un redoble de tambor sonó por los altavoces mientras la novia se daba la vuelta y lanzó el ramo por encima de su cabeza. Las flores dejaron atrás los brazos más cercanos. Y los más alejados. Siguió volando y volando directo a Grace.
Cuando empezó la trayectoria descendente, Grace se dio cuenta, aunque en el último momento, de que estaba en la línea de fuego, y se apartó. Las flores se estrellaron en el suelo, cerca de ella y, a continuación, como si las estuviesen manejando con hilos invisibles, resbalaron hasta detenerse a apenas un par de centímetros de los zapatos de Wynn. Todo el mundo se quedó mudo y miró las flores y a Grace.
Wynn se agachó a recoger el ramo, y entre los murmullos de la audiencia, se acercó a Grace, pero en lugar de entregárselo, le rodeó la cintura y, delante de todo el mundo, lenta y deliberadamente, bajó la cabeza.
¿Qué demonios estaba haciendo Wynn Hunter?
El calor conocido de su boca cubrió la de ella. En aquel mismo segundo, las piernas se le volvieron de goma y se aferró a las solapas de su chaqueta.
El beso de aquel hombre estaba hecho de la misma materia que los sueños. Las sensaciones que le provocaba, su sabor, su olor…
Cuando se marchó de su apartamento y llegó a su casa, no podía discernir si lo que había ocurrido era sueño o realidad, pero aquel momento era indiscutiblemente real, y le hacía desear que todo volviera a comenzar: la caricia de sus labios en sus senos, las palmas de sus manos resbalándole por el cuerpo, el movimiento de sus caderas…
Cuando por fin sus labios la abandonaron, ella permaneció con los ojos cerrados, arrasada por la necesidad de que volviera a besarla. Desde el fondo de aquella niebla a la que la había llevado su beso, oyó una exclamación colectiva del salón y abrió los ojos. Wynn la miraba y sonreía dulcemente.
En cuestión de segundos, había logrado que se olvidara de todo, pero aquella escena estaba teniendo lugar delante de una nutrida audiencia, personas que sabían perfectamente lo que había ocurrido el año anterior.
O que creían saberlo.
–¿Qué haces? –le preguntó en voz baja.
–Despedirme de ti como Dios manda –respondió, sin soltarle la cintura–. ¿Puedes mantenerte de pie?
–¡Pues claro que puedo!
Con una sonrisa divertida, le entregó el ramo.
–¿Qué os parece? –tronó la voz del pinchadiscos por la megafonía–. ¿Será nuestra siguiente novia?
El aplauso fue tibio al principio, pero enseguida inundó la habitación.
La miró a la cara, deteniéndose en la boca, aún húmeda de su beso, se dio media vuelta y desapareció.
Amy Calhoun la agarró por la muñeca para llevársela a un rincón tranquilo, lejos de miradas curiosas.
–¿Pero quién era ese? ¿Lo conocías? Bueno, no tienes por qué contarme nada. Es solo la curiosidad de las amigas –y apretándole la mano, añadió–: Es maravilloso volver a verte feliz.
–¿Te parezco feliz?
Lo que se sentía era agitada. Descolocada. Necesitada de una ducha fría.
–La verdad es que pareces estar en trance –sonrió.
Amy y ella habían estado siempre muy unidas.
–Wynn y yo nos conocimos hace dos noches. Hubo algo –dejó las flores en una mesa–, pero solo una noche.
–Ya –tragó saliva–. Y cuando dices que «hubo algo», te refieres a…
–Sí. A una noche de sexo maravilloso e inolvidable.
–¡Vaya! –exclamó, echándose mano a la frente como si la cabeza le estuviera dando vueltas–. Genial. Fantástico. Me dejas un poco…
–¿Sorprendida?
–En el buen sentido. Es que todos hemos estado muy preocupados por ti.
Una sensación de náusea ya conocida le subió desde el estómago.
–No era necesario.
–Estoy segura de que, ahora, ya lo sabe todo el mundo –sonrió–. Sam era un tío genial, bombero condecorado, y de una gran familia. Todos lo queríamos, y él te adoraba. Pero necesitabas que algo te empujara a pasar página.
Aquellas últimas palabras le hicieron pensar.
Pero también que el ramo había ido a parar a sus pies por pura casualidad, y de no haber sido así, nunca habría tenido la oportunidad de… ¿Cómo lo había expresado él? «De despedirse como Dios manda».
Tres días después, cuando estaba ya a punto de finalizar su jornada de trabajo, Wynn recibió una llamada a tres de sus hermanos por Skype.
La voz de su hermano y su expresión relajada eran la imagen perfecta de un productor de Hollywood. Cole se había hecho cargo de la empresa cinematográfica que la familia tenía en Los Ángeles. Había estado de viaje con su novia, Taryn Quinn, por el Pacífico.
–¿Cómo está papá?
Se había puesto de pie para ponerse la americana. La entrevista que le esperaba con Christopher Riggs no le tomaría demasiado tiempo y quería estar preparado para salir por la puerta en cuanto acabase de hablar con sus hermanos.
–Nadie ha vuelto a intentar nada desde la última vez que hablamos, gracias a Dios –respondió Cole.
–Le gustaría que Tate volviera con ellos –dijo Dex.
–Pero Brandon cree que es mejor que siga lejos –intervino Cole–, al menos hasta que pueda seguirle la pista a esa furgoneta.
Meses antes, en el último ataque del acosador, Tate había estado a punto de que le raptaran junto a su padre, y hasta que la situación se aclarara y se detuviera a los culpables, la familia había decidido poner al más joven de los Hunter a buen recaudo. En un principio se había ido a vivir con Teagan a Seattle, pero ahora estaba con Dex en Los Ángeles. El crío estaba disfrutando de lo lindo con su hermano cineasta, casi tanto como lo estaba Dex con su niñera, Shelby Scout, que había acabado siendo su novia.
Pero ahora que había nuevas pistas sobre la furgoneta del ataque, a lo mejor Tate podía volver a casa.
–Brandon ha localizado unas fotos que sacó una cámara de tráfico el día del ataque.
–No irás a decirme que, después de todo el tiempo que ha pasado, han descubierto que la matrícula de la furgoneta era legal y que han encontrado al dueño.
–Ese cerdo no es tan tonto.
–Pero en las fotos se ve que se detiene delante de un piso –añadió Cole.
–¿Tienes una descripción? –preguntó Wynn.
–Gafas oscuras y barba postiza. Altura media. Pero Brandon ha hecho un buen trabajo en la zona, y resulta que una mujer que paseaba al perro recordaba a la furgoneta y al hombre. Al parecer se le cayeron unas llaves.
–Las recogió, y antes de devolvérselas, tomó nota de la compañía de alquiler de la furgoneta.
Wynn apoyó las manos en la mesa.
–¿No se había contactado ya con todas las empresas de alquiler?
–Era de otro estado –explicó Dex.
–Brandon ha localizado al dueño –añadió Cole–. Al parecer no está involucrado. Se limitó a alquilar la furgoneta, pero conseguir su libro de registro fue más difícil que arrancarle una muela.
–Hasta que Brandon le amenazó con llamar a las autoridades.
–Buen trabajo. Entonces, ¿se va a quedar Tate contigo, Dex?
–Shelby y él son uña y carne. Le encanta su cocina. Y a mí, también. Estamos pensando pasar por el altar a finales de año. Será en Mountain Ridge, Oklahoma. Es donde ella nació.
–Ya lo estoy viendo: los dos montando corceles del mismo color de camino a la iglesia, como en una de esas pelis del oeste de los años cuarenta.
Wynn sonrió.
–Ríete. He comprado una propiedad que perteneció al padre de Shelby –la mirada castaña de Dex se volvió reflexiva–. Algún día nos instalaremos allí.
–¿Lejos de brillo de Hollywood?
A Wynn le costaba imaginárselo.
–Si es con Shelby, viviría en una choza de pescadores.
A Wynn le alegraba que sus dos hermanos fueran tan felices, aunque a él no le quedase un ápice de romanticismo en el cuerpo.
Excepto la otra noche, claro.
La situación de Grace era dura. Todas aquellas miradas a hurtadillas, compasión bienintencionada por una relación que había terminado mal… era duro de soportar. Mejor darle a la gente algo en condiciones de lo que hablar. Por eso la había besado mientras los miraba todo el mundo.
–Chicos, tengo que irme –dijo, recordando la entrevista–. Papá me llamó hace un par de semanas para que le diera trabajo a un conocido. Parece ser que tiene experiencia en publicidad y, según él, instinto para encontrar soluciones en una era digital como esta, y cito textualmente.
–Suena bien –dijo Dex–. A lo mejor te quita un poco de presión.
–Ojalá –replicó.
Estaría más tranquilo cuando la fusión en la que había estado trabajando fuera cosa hecha. Pero por el momento, tenía que mantenerlo todo en secreto, ya que ni siquiera su padre conocía sus planes.
–Bueno, en cualquier caso, tendrás ocasión de desestresarte cuando vengáis a la boda. Dex y tú vais a ser mis padrinos.
–Vaya. Será un honor. ¿Se pueden tener dos padrinos?
–¡Estamos en el siglo veintiuno! –respondió, riendo–. Se puede hacer lo que se quiera. Entonces, Wynn, ¿vas a venir?
–Os alegrará saber que he pasado página.
–¿En serio? –dijo Cole, al tiempo que Dex preguntaba–: ¿La conocemos?
–Pues… ¿os acordáis de Grace Munroe?
Cole tardó un instante en reaccionar.
–No te referirás a la chica de Brock Munroe.
–¡Ostras! Pues claro que me acuerdo –respondió Dex–. Ese monstruo que se enamoró de ti cuando fuimos de vacaciones a Colorado.
–¿Que se enamoró, dices? Más bien que me lanzó a la nieve.
–¿Y ahora? –preguntó Dex.
–Digamos que hemos hecho las paces.
–Entonces, ¿podemos emparejarte con ella en la boda?
–He dicho que he pasado página –insistió–. No que quiera empezar a escribir otra.
Christopher Riggs era casi tan alto como él, y su pecho era ancho y sólido. Wynn llegó hasta él, le estrechó la mano y se dirigieron a la sala de reuniones.
–Mi padre está impresionado con tus credenciales –dijo Wynn, al tiempo que separaba una silla para sentarse.
–Es un hombre fascinante tu padre.
–Ha trabajado muy duro para levantar Hunter Enterprises y llevarlo donde está hoy.
–Tengo entendido que el ámbito de actividad de la empresa se limitaba básicamente a Australia cuando Guthrie se hizo cargo de ella, de manos de tu abuelo.
–Mi padre codirigió la empresa con mi tío un corto periodo de tiempo. Pero eran dos caracteres muy fuertes, y cada uno con una idea distinta de cómo se debía llevar, de modo que no funcionó –se desabrochó el botón de la americana–. Hace tiempo ya de eso.
–Con un poco de suerte, tendré la oportunidad de colaborar para que siga hacia delante.
Acordaron que se incorporaría al departamento de marketing, su salario y sus beneficios sociales.
–Te esperamos mañana –le dijo, poniéndose de pie–. Daphne te instalará en un despacho.
Wynn recogió el maletín e iba a salir ya cuando Daphne lo detuvo.
–Estas entradas han llegado hace un momento –le dijo, ofreciéndole un sobre–. Son regalo de un productor.
Por un instante fue a decirle que no le apetecía ir a Broadway aquella noche, que se las quedara ella, pero no lo hizo.
Brock había mencionado que Grace se quedaría en la ciudad unos días, y su hotel quedaba muy cerca de la oficina. Tomó el ascensor dándole vueltas. A lo mejor ya se había marchado. Además, le había dejado bien clarito que, aunque no se arrepentía de la noche que había pasado en su cama, no quería repetir. No le interesaba volver a verlo.
Mientras se cerraban las puertas guardó el sobre en el bolsillo interior de la americana, pero recordando su último beso, sonrió.
Qué demonios… no tenía nada que hacer aquella noche. A lo mejor lograba hacerla cambiar de opinión.
Atravesaba el vestíbulo del hotel en dirección a la salida cuando se quedó clavada en el sitio. Con una figura que quitaba el hipo con aquel traje de chaqueta, Wynn Hunter estaba en recepción, esperando.
No tenía por qué dar por sentado que había ido a verla a ella. Un soltero triunfador tan atractivo como él tendría a las mujeres siguiéndolo en rebaño.
Los labios aún sentían cosquilleos cuando pensaba en cómo se habían besado.
Mejor pasar de largo sin tan siquiera saludar.
Ya estaba fuera cuando le vio tamborilear con los nudillos en el mostrador y mirar distraídamente alrededor. Fue entonces cuando la vio. Ya no tenía elección.
Wynn caminó hacia ella.
–¿Salías? –le preguntó con su voz profunda y soñadora.
Ella asintió, deseando que el corazón no se le hubiera desbocado.
–¿Y tú? ¿Qué te trae por aquí? ¿Trabajo?
–Tu padre me dijo que ibas a quedarte unos días más –contestó, mostrándole un sobre–. Tengo entradas para una función. Podríamos comer algo antes.
–Wynn, de verdad que me gustaría, pero…
–¿Tienes otra cita? ¿Ya has cenado?
Ella respondió negando con la cabeza, a pesar de que, inesperadamente, volvió a sentir en la boca el delicioso sabor de él.
–Lo siento, pero no puede ser.
–¿No es buen momento?
Ella asintió.
–No lo es.
Wynn tardó un momento en volver a hablar.
–¿Cuándo te vas de Nueva York?
–Aún no lo sé con seguridad, pero pronto.
–En ese caso, en el peor de los escenarios, podemos salir esta noche y no volverás a verme hasta dentro de otros veinte años.
La verdad es que sonaba completamente inofensivo, y quizás lo fuera.
Brock Munroe era un padre devoto de sus tres hijas, dispuesto siempre a hacer lo que fuera necesario para ayudarlas. ¿Incluiría ese afán proporcionarle compañía masculina para ayudarle a alejar los recuerdos dolorosos mientras estaba en la ciudad?
–Wynn, ¿esto ha sido cosa de mi padre?
–Lo único que nos dijo es que fuéramos amables contigo para que volvieras a sentirte a gusto en la ciudad.
Grace suspiró.
–Me gustaría ver la sonrisa de mi padre si supiera que su plan ha funcionado, pero…
–No estoy aquí porque me lo haya pedido él.
–No pasa nada, de verdad. No te preocupes.
–¡Grace, que he venido porque he querido yo! –se rio–. No tenemos que ir obligatoriamente a la obra de teatro, pero sí que tendrás que cenar. Conozco un sitio estupendo en la Cuarenta y Dos.
–¿Qué sitio?
Le dio el nombre de un restaurante que ella conocía y que le encantaba.
Su sonrisa le aceleró el latido del corazón, y asintió sin darle más vueltas.
–De acuerdo. Pero tengo que subir a cambiarme.
–Te espero allí –dijo él, señalando un bar junto al vestíbulo–. Tómate tu tiempo.
Durante la cena se había puesto al día con la historia de la familia Hunter y, después, la obra le había puesto un nudo en la garganta en más de una ocasión. Y la compañía de Wynn había resultado tan embriagadora como siempre. Al final se alegraba de haberse dejado convencer.
Estaba a punto de preguntarle más cuando una gota de lluvia le aterrizó en la nariz, obligándola a mirar al cielo. Una segunda y una tercera le cayeron en la frente y en la barbilla, y de pronto el cielo pareció abrirse en dos.
Bajo el aguacero, Wynn la tomó de la mano para refugiarse en el escaparate de una tienda.
–Pasará pronto –dijo él con un tono tan autoritario como si pudiera darle órdenes al clima.
Con el pelo mojado y las facciones sombreadas parecía tan seguro, tan atractivo…
–¿Tienes frío? –preguntó él.
Grace no pudo disimular un escalofrío y acabó asintiendo. Wynn la colocó delante de él, abrió los delanteros de la americana y la rodeó con ellos, acurrucándola contra un muro de músculos y calor.
Grace cerró los ojos. No quería iniciar nada con él, pero era humana, y qué gustito daba aquello.
Su barba le rozó la sien.
–¿Más caliente?
–Todavía no –respondió sonriendo.
Cuando sintió sus palmas sobre el vientre, subiendo y bajando lentamente, tuvo que morderse los labios para contener un suspiro. Entonces sintió que la apretaba más entre los brazos, al tiempo que sus dedos se abrían en abanico y sus manos descendían un poco más.
–¿Mejor? –le preguntó al oído.
–Todavía no –mintió.
Se abrió camino al interior de su pañuelo y la besó en el cuello mientras una mano ascendía hasta llegar al inicio de sus senos. Con el pulgar le acarició el pezón hasta que la sintió temblar.
Grace le sintió respirar hondo y luego la hizo darse la vuelta.
–Grace, ¿hasta dónde quieres calentarte?
El pulso se le aceleró. Era innegable que había química entre ellos, una conexión, como dos imanes destinados a atraerse.
Qué ganas de sentirse devorada por las llamas. Pero si cedía a la tentación y volvían a acostarse, ¿cómo se sentiría por la mañana? A lo mejor, simple y llanamente, satisfecha. ¿O desearía haberse ceñido al plan inicial?
Le gustaba Wynn, y cómo la hacía sentirse. Pero era mejor pisar el freno.
A veces, cuando pensaba en Sam, y en los años que habían pasado juntos, la noche en que murió, parecía que hubieran pasado siglos, y al mismo tiempo, que todo hubiera sucedido el día anterior.
La pérdida.
El sentimiento de culpa.
Bajó la mirada. Se habían refugiado en el escaparate de una librería, el marco perfecto para cambiar de tema.
–¿Hunter Publishing tiene librerías?
Wynn se pasó la mano por el pelo y luego la sacudió.
–Publicamos revistas y periódicos, no novela.
–Se dice que todo el mundo lleva una dentro.
Desde luego, ella la tenía. Nada que quisiera ver publicado, desde luego.
–¿Tienes vuelo de vuelta reservado?
–Estaba pensando tomarme algunos días más.
Wynn se guardó las manos en los bolsillos y se apoyó en la puerta de la tienda.
–¿Cuántos?
–Un par de semanas.
Había un terapeuta experto que acababa de abrir consulta, y su jefe le había dicho que si necesitamos unos días más, no habría problema.
–Podías venirte conmigo a la boda de Cole.
–¿No hablarás en serio?
–Claro que hablo en serio.
–¿De verdad pretendes que me meta en un avión y recorra medio mundo contigo así, sin más? ¡Estás loco!
–No estoy loco. Conoces a todo el mundo, y les he contado a mis hermanos que nos habíamos encontrado.
¿Hasta dónde les habría contado?
–¿Y qué te han dicho ellos?
–Que estabas enamorada de mí cuando tenías seis años.
La idea de reencontrarse con su familia resultaba tentadora. Pero el viaje a Australia significaría pasar horas y horas con Wynn, lo cual no respondía precisamente a su propósito de enfriar las cosas, ni a darle el tiempo necesario para asimilar y aceptar su pasado con Sam.
–Ya no llueve. Vámonos antes de que empiece otra vez.
¿Por qué no viajar juntos hasta Australia? Él no pretendía reemplazar a su ex. Sabía bien que ciertas heridas no cicatrizaban nunca.
A lo mejor debía hacérselo saber así.
–¿Tomamos la última? –sugirió al entrar en el hotel–. Hay un rincón muy agradable en el bar, pero sin piano.
–Es que mañana tengo que levantarme temprano –respondió ella, dirigiéndose a los ascensores.
También podía decirle lo que quería delante de su puerta. Pero cuando llegaron a los ascensores, también esa idea quedó invalidada.
–Ha sido una noche estupenda –dijo, tras pulsar el botón–, pero creo que es mejor que nos despidamos aquí.
Iba a contestar cuando oyó la risa de una mujer, una risa honda, conocida. El estómago se le encogió antes de darse la vuelta. Conversando animadamente con una especie de roquero , Heather Matthews acababa de poner el pie en el mármol de la entrada.
Ella miró en su dirección casi al mismo tiempo que se abrieron las puertas del ascensor. Invitó a Grace a precederle y pulsó un botón. Cuando se cerraron las puertas, el hielo que le había congelado la sangre comenzó a derretirse, pero tardó un momento en darse cuenta de que Grace lo estudiaba.
–¿Has decidido invitarte a subir? –bromeó.
–Me despido de ti en la puerta.
–¿Por esa mujer a la que has querido evitar? ¿Quieres contarme quién es?
–Mejor no.
No insistió y Wynn le agradeció el gesto, aunque a lo mejor la ayudaba saber que también él había perdido a alguien hacía poco, aunque de un modo completamente distinto.
Se tiró del nudo de la corbata para aflojarlo.
–Esa mujer y yo estuvimos juntos unos años. Incluso llegué a pensar que acabaríamos casándonos y teniendo hijos. Pero ella no lo veía de ese modo.
Sus ojos se llenaron de comprensión.
–Wynn… lo siento.
–Es pasado –respondió, y respiró hondo–. Me alegro por Cole y por Dex, pero yo pienso mantenerme lejos de esa clase de… compromiso.
Llegaron a la planta. Grace salió y con una mirada le indicó que podía seguirla. Abrió la puerta y se volvió a mirarlo. Los dos estaban mojados.
–Pues he de decirte que tu ex ha perdido en el cambio.
Y poniéndose de puntillas, le besó en la mejilla. Si quería irse, no parecía tener demasiada prisa. Parecía estarle dando la entrada.
La sujetó por los hombros, ella alzó la cara y él la bajó, y cuando su boca llegó a fundirse con la suya, esperó un instante antes de pasarle un brazo por la cintura. Sintió, más que oyó, un gemido al hacerlo. Un segundo después se relajaba y, a continuación, se derretía, colgándose de su cuello.
–¡Metanse en la habitación, por amor de Dios!
Grace se separó de inmediato. En el corredor, una pareja de mediana edad los miraba moviendo la cabeza y entraban en otra habitación.
–A lo mejor no es mala idea –murmuró Wynn, deslizándole una mano por el costado.
Al ver que no respondía, retrocedió.
–Buenas noches, Wynn.
–¿Qué hay de Sídney?
–Ya te contestaré.
–Hazlo pronto –le advirtió, entregándole una tarjeta con sus números de teléfono.
Antes de que su dulce sonrisa desapareciera tras la puerta, la oyó decir:
–Sí, Wynn. Pronto.
A la mañana siguiente, Wynn llegó temprano a la oficina.
A las siete estaba ya en la planta baja hablando con el editor jefe sobre una reclamación por plagio que estaba causando dolores de cabeza al departamento legal. Hora y media después, volvía a subir por las escaleras pensando en Grace. Se habían separado en buena sintonía, por expresarlo de algún modo. Incluso cabía la posibilidad de que aceptase la invitación.
Le daría un día para pensárselo y luego pasaría por su hotel. O podía pedirle su número de móvil a Brock. Aun si decidía no acompañarlo a Sídney, le gustaría volver a salir con ella.
Pasó por delante de la mesa de Daphne, que parecía haberse retrasado un poco, y cuando entraba en el despacho, alguien lo llamó por la espalda. Era Christopher Riggs, tan entusiasmado como el día anterior en la entrevista.
Wynn consultó sucintamente su reloj. Tenía una reunión importante dentro de unos minutos, pero podía dedicarle un instante.
La expresión de Christopher se agudizó al ver algo sobre la mesa de Wynn que le llamó la atención: una L y una T unidas en el logo de una publicación.
–La Trobes –dijo.
Wynn se volvió y se apoyó en el borde de la mesa.
–Impresióname con tus conocimientos.
–Sé que esas publicaciones tienen una respetable cuota de mercado.
–Teniendo en cuenta que, en general, se están reduciendo.
–Pero hay otras oportunidades, puede que aún mayores, fuera de las publicaciones convencionales, si se manejan como es debido.
Y durante unos minutos, se lanzó a un pormenorizado análisis del mercado digital. Estaba claro que sabía de qué hablaba, pero aquel no era el momento de meterse en una conversación a gran escala.
–Tengo una reunión –le interrumpió–. Ya hablaremos.
A Christopher le tembló el mentón, pero supo contenerse.
–Por supuesto. No quiero entretenerte más.
Christopher salía cuando Daphne apareció en la puerta abierta.
–Ay, siento interrumpir. No sabía que…
Al retroceder, se golpeó el codo con la jamba de la puerta y el bolígrafo que llevaba se le cayó de la mano. Christopher se apresuró a recogerlo, y al devolvérselo, Wynn se percató de que le guiñaba un ojo, y de que su joven asistente enrojecía.
Recomponiéndose, estirándose el vestido azul marino, avanzó hasta su mesa y se acomodó en la silla.
–El lunes me voy a Sídney.
Daphne cruzó las piernas y anotó.
–¿La vuelta para cuándo?
–Déjala abierta.
–Le prepararé un coche en el aeropuerto –se subió las gafas hasta el puente de la nariz–. ¿Necesitará alojamiento?
–Nos quedamos todos en casa de mis padres.
Si Grace decidía acompañarle, ya se ocuparía él de ese detalle.
Mientras Daphne tomaba notas, sus ojillos de un azul violáceo brillaban tras los cristales de las gafas. No podía estar seguro, pero intuía que era una romántica. Le gustaba lo de las bodas. De hecho, hacía bien poco, estaba entusiasmada con Heather.
–A media mañana –dijo, repasando la agenda del día–, tiene una reunión con los de estrategia digital. A las dos, con los de financiero –Daphne miró el reloj de pared–. En unos minutos, con Paul Lumos.
El presidente de Episode. Los dos estaban deseando limar los puntos que aún se interponían en su fusión. Ninguno quería posibles filtraciones, ya fuera a la prensa, a los empleados o, en el caso de Wynn, a su familia.
No había barreras entre su padre y él, pero aquel caso era excepcional. En una conversación que habían mantenido hacía poco tiempo, Wynn le había mencionado la posibilidad de una fusión, pero su padre le había cortado diciendo que no le interesaba.
Incluso en épocas tan difíciles como aquellas, el viejo roble se resistía a doblarse con el viento, pero con la reducción casi a la mitad de lo editado en papel, tanto Lumos como Wynn veían grandes beneficios en compartir costes de fabricación y de logística.
Como el mismo Brock Munroe había dicho: «Adaptarse o morir».
Daphne salía del despacho cuando la línea privada de Wynn anunció la entrada de una llamada. Era su padre. Miró el reloj. Lumos llegaría de un momento a otro. Tendría que ser una conversación breve.
–Solo quería asegurarme de que vas a estar aquí la semana que viene –le dijo nada más descolgar.
Wynn sonrió y apoyó la espalda.
–Ya tengo el vuelo reservado.
–Acabo de hablar con Dex y Tate –suspiró–. Esto está tan vacío sin ese crío…
–Todos estuvimos de acuerdo en que lo mejor para él es no estar contigo ahora mismo. ¿Hay alguna noticia sobre los archivos de esa empresa de alquiler de coches? –quiso saber Wynn.
–La matrícula era falsa –le confirmó su padre–. Si esa mujer con la que habló Brandon no hubiera visto el nombre de la empresa de alquiler, no tendríamos nada. Por lo menos ahora tenemos esa descripción del conductor. Tengo que saber quién está detrás de todo esto.
La frustración y la rabia debían estar devorándole por dentro.
–Nos estamos acercando, papá –le dijo, e intentó cambiar de tema–. Christopher Riggs ha empezado hoy.
–Ese muchacho tiene buenas credenciales –respondió su padre con aplomo, en un terreno mucho más seguro–. Su padre trabajó para mí hace años, y al tiempo compró una revista de distribución modesta que él consiguió lanzar, pero una fusión desgraciada fue su sentencia de muerte.
El estómago se le encogió. Pero su padre no podía saber nada de sus negociaciones con Lumos.
–El padre de Christopher es un buen amigo –continuó Guthrie–. Le confiaría mi vida. Cuando Tobías y yo discutimos, fue a Vincent Riggs a quien recurrí. Yo estaba dispuesto a darle a mi hermano lo que quisiera si se quedaba en la empresa, que fue el deseo de nuestro padre en su lecho de muerte. Pero Vincent me ayudó a aclararme las ideas. Tobias y yo hacíamos las cosas de modos diferentes. Pensábamos de manera distinta. Y sigue siendo así. De haberse quedado en la empresa, habríamos terminado matándonos, y le estaré eternamente agradecido por hacerme verlo. Darle a su único hijo esta oportunidad es lo menos que puedo hacer.
Wynn se había recostado en el sillón y se tocaba la cicatriz de la frente mientras contemplaba el retrato de su padre que colgaba de la pared. Iba a sentirse hondamente traicionado cuando se enterara que había estado organizando una fusión a sus espaldas.
–¿Sigues ahí, hijo?
–Sí –carraspeó–. Perdona. Tengo una reunión ahora mismo.
–No te entretengo más.
Se despidieron, Wynn se levantó de la silla y al pasar la mirada por encima de la mesa vio el expediente de La Trobes. El pecho le ardió. Su padre acababa de contarle cómo, en su relación con el tío Tobías, no le había quedado otro remedio que aceptar que, a veces, la respuesta a un problema es que no hay respuesta.
Y en aquel momento, él tampoco tenía otra opción: debía seguir adelante con la fusión, mantener fuerte su rincón del imperio Hunter.
–¡Vaya! Esto sí que es una sorpresa.
Al oír su saludo y ver cómo la miraba tragó saliva.
–Es que he salido a hacer unos recados –le explicó Grace desde la recepción–, y al pasar por delante de tu edificio, he pensado entrar a verte antes de que te marcharas.
Grace entró en el despacho. Lo que más le llamó la atención fue la vista del centro de la ciudad que se disfrutaba a través de los ventanales. Se acercó y, poniendo una mano en el cristal, musitó:
–He echado de menos todo esto.
La voz de Wynn sonó a su espalda.
–Cuando era pequeño, mi padre viajaba mucho. Tenía gente de su confianza en los puestos clave de Nueva York, pero siempre quería estar él al tanto personalmente. Cuando me dijo que confiaba en mí lo bastante para dejarme de guardameta, casi me caigo de la silla. Tenía veintitrés años cuando comencé aquí.
El tono profundo de su voz, el calor de su cuerpo… cuanto antes le dijera lo que había pensado decirle, mejor.
Se humedeció los labios.
–He decidido no ir a Sídney.
La miró frunciendo el ceño y luego le pasó la mano por la mejilla.
–Es una pena –sonrió, y se acercó un poco más–. ¿Seguro que no puedo convencerte?
–Si nos vamos juntos… bueno, es que no quiero que puedan hacerse una idea equivocada.
–¿Qué idea? ¿Que somos pareja?
–Sí.
–Y te sentirías incómoda, ¿no? Desleal con tu ex. Tu madre me contó lo que pasó el año pasado y ha debido de ser duro.
El estómago comenzó a arderle, como le ocurría siempre que alguien le decía esa frase.
–Lo estoy superando –contestó, acercándose a su mesa para detenerse justo al lado de su sillón de respaldo alto.
–Nadie tiene por qué saber nada.
–Tu familia hará preguntas.
–Estarán encantados de verte, créeme. Especialmente Teagan.
Respiró hondo. Nunca se rendía.
–Wynn, hace cinco minutos que nos conocemos.
–Y me gustaría conocerte mejor –respondió, acariciándole el dorso de la mano.
Grace se desplazó al otro lado del sillón.
–No estoy preparada.
–Te estoy hablando de disfrutar de unos estupendos y terapéuticos baños de sol subtropical. ¿Tienes idea de lo suave que tienen la piel los koalas?
–¡Eso no es justo! –protestó.
Esquivó el sillón para llegar de nuevo junto a ella, y cuando notó otra vez el roce de su mano, quiso volver a apartarse, pero es que le parecía tan fácil rendirse a la necesidad, dejarse ir…
–Anoche no podía dormir –continuó él–, pensando en la noche que pasamos juntos. En si podríamos dejar el pasado en el pasado durante un par de semanas.
Recordaba bien con qué candidez le había oído hablar de su ex, a pesar de que en sus ojos había visto el sufrimiento que le había causado.
En cierto modo la entendía, y ella le entendía a él.
No podría arreglar nada con Sam, pero Wynn estaba allí, en el presente, y había sido muy considerado con ella. Además, no estaba proponiéndole que se fueran a vivir juntos, sino que disfrutaran al máximo del tiempo que le quedaba antes de volver a Florida.
Y por supuesto, tenía razón en que no tendría por qué contarle a su familia nada que no quisiera. Era su conciencia la que se interponía en aquel camino, como llevaba ya meses sin dejar de hacer.
Cuando el pulgar de Wynn le rozó la palma de la mano, los dedos le temblaron.
–Si no quieres volver a verme, ¿podría pedirte una cosa más?
–¿Qué?
–Que te despidas de mí con un beso.
Grace contuvo el aliento.
–¿Solo uno?
Wynn la rodeó con los brazos.
–Tú decides.
En cuanto sintió el contacto de su boca, el deseo invadió hasta la última de sus células. La noche antes, ella también había estado mucho tiempo despierta, imaginándolo a su lado, acariciándola, jugando, complaciéndola como solo él parecía saber hacer. Había reinventado el momento en que se había despedido de él: en lugar de cerrar la puerta, tiraba de su corbata y lo arrastraba al interior de su habitación.
Pero en aquel instante, con su boca trazando lentos arabescos sobre la suya y con aquel pulso ardiente latiéndole en el centro de su ser, se sentía derrotada, vencida. Un beso. No quería que se detuviera en un solo beso, pero afortunadamente aún no había perdido por completo la cabeza. Aquel no era ni el momento, ni el lugar.
–Wynn… tengo que irme.
–Y yo quiero que te quedes. Tú misma quieres quedarte.
–Podría entrar alguien.
Fue a la puerta, echó la llave y cuando volvió junto a ella, no hubo más palabras, y el tiempo y el lugar dejaron de importar.
La tomó por la cintura y sin apenas separar sus labios de los de Grace, la sentó en la mesa y con las manos muy abiertas le recorrió la espalda hasta llegar a su nalgas mientras ella, ciega, le desabrochaba los botones de la camisa para deslizar la mano sobre la piel de su pecho, cubierta de un vello suave y caliente.
Sintió que Wynn le recorría con una mano la parte exterior del muslo y la sujetaba por la corva, y mientas un beso crecía, tiró del nudo de su corbata. Los botones de la camisa se le estaban resistiendo, y de un tirón, saltaron, al mismo tiempo que él la empujaba para recostarla.
Cuando la tuvo tumbada sobre su mesa, cuando ella soltaba la camisa de sus pantalones, le subió la falda, se colocó entre sus piernas y volvió a su boca.
Grace se aferró a Wynn mientras él introducía la mano entre sus piernas para llegar a las braguitas e introducir dos dedos entre la seda y su piel para explorar la hondura húmeda de su vagina y acariciarle al mismo tiempo el clítoris con el pulgar. Grace se mordió los labios y un instante después, él presionaba ese punto con la fuerza necesaria para que una flecha ardiendo alcanzara el centro de su ser.
Se había agarrado a sus hombros cuando Wynn sacó la mano de sus braguitas, y ella se incorporó con la misma intención que él: desabrocharse la blusa. Cuando le bajó de los hombros la tela, ella arqueó la espalda.
Sus miradas se encontraron y un momento distinto pasó entre ellos. Wynn respiró hondo y dio la impresión de que necesitaba controlarse antes de continuar. Colocó sus piernas casi en ángulo recto con la mesa y, tomándose su tiempo, le quitó los zapatos de tacón antes de dejar resbalar las manos por las piernas y la cara interior de sus muslos, antes de besarle en el puente de ambos pies.
Con los tobillos apoyados sobre sus hombros, disfrutó de la visión de su cuerpo, su falda arrugada, y más arriba, sus pechos aún cubiertos por el encaje del sujetador. Descubrió uno de ellos e hizo girar el pezón entre sus dedos antes de pellizcarlo suavemente. Cuando la quemazón creada por su caricia fue casi imposible de soportar, lo invitó a inclinarse.
Con la lengua describió un círculo alrededor del pezón antes de probarlo, y al succionarlo, ella suspiró y se agarró a su pelo, diciéndole lo increíble que era cómo la hacía sentir, apenas un instante antes de que el pulso que le latía en el vientre se desatara y el clímax anunciara su inminente cercanía. Su boca era maravillosa, el contacto con sus dientes, pero lo que en aquel momento necesitaba era que la abriera, que la penetrara y la llenase.
Pero Wynn puso su atención en liberar el otro seno del sujetador para obrar su magia en él, colocando al mismo tiempo su mano detrás de los hombros para ayudarla a incorporarse y dejarla de pie delante de él. Soltó su pecho de la boca para desabrocharle el sujetador y la falda, que cayó a sus pies mientras él le sacaba el sujetador por los brazos. A continuación se desabrochó el cinturón, bajó la cremallera del pantalón y se sentó en su sillón de cuero.
Solo le quedaban puestas las medias y las braguitas, y Wynn alargó los brazos para meter los dedos debajo de las tiras del tanga; a continuación se incorporó y depositó un beso encima del triángulo de seda antes de bajarlo. Con la punta de la lengua dibujó la línea de su vello mientras alzaba las manos hasta sus senos y cuando el sendero de su lengua se volvió vertical hacia abajo, el fuego amenazó con consumirla.
Apoyó la espalda en el asiento y la colocó sobre él. Tenía un preservativo en la mano, y para dejarle sitio, se colocó de rodillas, lo que él aprovechó para, mientras se lo colocaba, besar sus ingles. Entonces la guio hasta que el extremo de su pene entró un poco en su vagina.
Las sensación fue tan intensa, tan completamente perfecta, que Grace se estremeció de pies a cabeza. Wynn la retuvo así mientras la besaba el cuello y le decía cuánto la había echado de menos. Cuando ella se agarró la hizo descender un poco más.
Rotó ligeramente las caderas para presionar un punto que ya estaba a punto de arder en llamas, y cuando volvió a entrar y salir de nuevo, más hondo aquella vez, una cadena de sensaciones efervescentes le circuló a toda velocidad por las venas.
Volvió a alzarla y a bajarla, y las sensaciones explotaron. Quiso retenerlo así, hundido en ella. Necesitaba prolongar aquellas sensaciones que sabía precedían al abismo. Con cada respiración, el mundo se alejaba, dejando solo la consciencia del ritmo que latía en su cerebro, ordenando sus movimientos, avivando las llamas.
El ritmo se aceleró, la respiración se volvió entrecortada. Cuando otro movimiento rozó de nuevo aquel punto, se soltó de la silla y se agarró a su pelo para besarlo en la boca.
De pronto su movimiento se tornó más lento, más controlado e intenso, para volver a acelerar después, hasta que ella ya no pudo aguantar más y la fuerza del orgasmo la echó hacia atrás.
Pero él la retuvo sobre su pene, abrazándola como si fuera una serpiente, con lo que ella se deshizo, cada fibra de su ser, cada pensamiento. Sintió como si estuviera en el lugar más brillante que hubiera existido. Nada podía interrumpir esa energía, ni calmar aquel estallido. Nada… excepto…
Excepto quizás…
Frunció el ceño.
Aquel sonido.
¿Quién estaba llamando a la puerta?
La realidad se abrió paso. Estaba sentada sobre Wynn, desnuda de no ser por las medias, una de las cuales se le había bajado por debajo de la rodilla. Por lo menos él tenía puestos los pantalones, aunque no cubrían lo que deberían cubrir.
Volvieron a llamar y se oyó una voz de hombre. Miró a Wynn, y él le puso un dedo sobre los labios. Alguien intentaba abrir la puerta. Con la mirada le preguntó «¿qué hacemos?», y él contestó de igual modo «no te preocupes».
El ruido cesó.
–Finjamos que no ha ocurrido –dijo él en un susurro–. La interrupción, quiero decir. No esto –y la besó en la boca después de dedicarle una de sus devastadoras sonrisas.
¿Habría oído algún suspiro o algún gemido la persona que llamaba a la puerta?
–Nos hemos dejado llevar –reconoció.
Él le mordisqueaba el hombro.
–Ajá –respondió, y fue subiendo por el cuello–. Hagámoslo otra vez.
Ella se apartó de golpe.
–¡Estás loco!
–Estoy en mi despacho, y esta es mi empresa. Puedo volverme loco si me da la gana.
La abrazó y Grace sintió que aún tenía su pene erecto dentro de ella. Había estado tan embriagada en sus propias respuestas que no había pensado en él, aunque tenía la impresión de que estaba peligrosamente cerca del clímax.
Señaló con un gesto de la cabeza una puerta.
–Tengo una suite ahí para cuando estoy demasiado cansado para volver a casa.
–A ver si lo adivino: tiene una cama.
Wynn le rodó los labios con los suyos.
–Has acertado.
Más tarde, estaban ya los dos en la cama de la suite. Se sentía tan bien que le costaba trabajo imaginarse a sí misma en otro estado. No iba a preocuparse de si aquello había sido una tontería o, simplemente, algo inevitable. Ahora que Wynn había alcanzado la satisfacción suprema que había empezado en su despacho, ella solo quería disfrutar del momento de después, aunque había algo que la tenía inquieta.
Wynn la abrazaba y ella estaba acurrucada a su costado.
–¿Tienes idea de quién llamaba a la puerta?
–Christopher Riggs. Acaba de empezar a trabajar para nosotros por una recomendación de mi padre, y supongo que tendría algo que contarme.
–¿Algo urgente?
–No más que esto.
Wynn sonrió, y ella se apoyó en un codo para mirarle.