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¡Atrévete a llegar a los límites más insospechados en tus relaciones laborales! Cuando quieras... Mary Lynn Baxter Le había ocultado a su hijo… y ahora tendría que pagar por su pecado. Habían pasado cinco años desde que Molly Stewart Bailey había huido de Texas, embarazada de Worth Cavannaugh. Ahora él era el hombre más poderoso del estado y el jefe de la madre de Molly. Ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger a su hijo, pero estar junto al indomable Worth le hacía desear arriesgarse cada vez un poco más. La hija de su ama de llaves había regresado y Worth no podía olvidarse del deseo que sentía por ella. Quería revivir la pasión que había estado a punto de destruirlos a ambos en otro tiempo... aunque fuera una sola noche. Después descubriría el secreto que Molly guardaba... Diario de una mujer Elizabeth Harbison Lo primero que debía hacer era saber lo que quería… Y después, ir tras ello. La columnista Kit Macy sabía que la casa de sus sueños ya era casi suya. Pero entonces su nuevo, arrogante y guapísimo jefe despidió a todos los trabajadores de la revista. Sin trabajo no habría hipoteca ni jardín para su hijo de cuatro años. Necesitaba un plan… y decidió reinventarse a sí misma. El editor Cal Panagos tenía la intención de modernizar a fondo la revista; desde los trabajadores a los artículos. Pero el deseo de triunfar de aquella testaruda madre soltera… y sus preciosos ojos no tardaron en desbaratarle los planes. Lo cierto era que sus artículos infundían vida a la revista… y ella le estaba haciendo olvidar su regla número uno: no mezclar los negocios con el placer… Semillas de deseo Anne Oliver ¿Seguiría siendo una chica buena? Cuando Ellie, una humilde jardinera, conoció al multimillonario arquitecto Matt McGregor en un bar, ambos se sintieron atraídos de inmediato.
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Seitenzahl: 525
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack Romance con el jefe, n.º 66 - julio 2015
I.S.B.N.: 978-84-687-6187-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Cuando quieras…
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Diario de una mujer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Semillas de deseo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Epílogo
¿Qué estaba haciendo?
Molly Stewart Bailey no podía seguir ignorando el mareo que sentía. Se paró en el arcén de la autopista y se volvió para comprobar si el frenazo había despertado a su hijo Trent. El niño seguía profundamente dormido y tenía la cabeza ladeada. Molly estuvo a punto de bajarse del coche para colocar bien al crío en su silla. Sin embargo el tráfico era tan intenso y se encontraba tan mal, que tuvo miedo de que la atropellaran.
Siguió mirando a su hijo, quien se parecía un poco a ella. Tenía el pelo de color castaño oscuro, los ojos azules y unas facciones muy bien definidas.
El único rasgo que el niño había heredado de su padre era….
«Para», se dijo a sí misma. No era el mejor momento para dejarse llevar por los recuerdos. Necesitaba toda la fuerza y todo el coraje del mundo para enfrentarse a lo que estaba a punto de hacer. No tenía otra elección. Aquella decisión iba a cambiar la vida de Molly para siempre y no a mejor precisamente.
Tenía que protegerse el corazón y el secreto que allí guardaba desde hacía años.
Agitó la cabeza tratando de despejarse y encendió de nuevo el motor del coche. Enseguida se dio cuenta de que estaba más cerca del rancho Cavanaugh de lo que había pensado. Sintió de nuevo unas fuertes náuseas. Se había prometido a sí misma que nunca regresaría al este de Texas, y sobre todo, a aquel rancho.
Pero cuando había hecho la promesa no había sabido que su madre se iba a caer e iba a tener una lesión en la espalda que no le iba a permitir levantarse de la cama.
Molly soltó un suspiro y trató de pensar sólo en el paisaje. Los robles estaban perdiendo las hojas de colores rojizos y dorados. Los altos pinos, las aguas cristalinas del estanque y las dehesas donde pastaba el ganado.
Pero era inútil, no podía dejar de imaginar lo que se iba a encontrar cuando llegara al rancho.
Irremediablemente, iba a ver, después de cinco años, a Worth Cavanaugh. En carne y hueso. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Molly y comenzó a temblar.
«¡Para!», se repitió a sí misma. Tenía que conseguir controlar sus emociones y reprimirse si era necesario. Si no lo lograba, las siguientes dos semanas se iban a convertir en un infierno.
Molly agarró el volante con firmeza y encaró la última curva que había antes de llegar al camino que ascendía por la colina. En lo alto estaba situado el rancho. Cuando llegó, paró el coche y respiró hondo para aplacar sus nervios. Había previsto que aquella situación no iba a ser sencilla, pero no había pensado que le fuera a resultar tan difícil. Tenía los nervios a flor de piel.
Aquella sensación ni le gustaba ni era habitual en ella. Era una enfermera famosa por tener los nervios de acero. Su trabajo lo exigía. Pero la persona con la que estaba a punto de encontrarse, no tenía nada que ver con el trabajo. Era un asunto estrictamente personal. Estaba a punto de encontrarse con el hombre al que había jurado que no volvería a ver en su vida. El hombre que una vez le había roto el corazón y después lo había pisoteado.
–¡No empieces, Molly! –se dijo en voz alta.
Estaba frente a la casa de Worth y se sintió tentada a meter la marcha atrás para darse la vuelta. Quería desaparecer del mapa. Sin embargo, la tentación desapareció en cuanto se acordó de la angustiada voz de su madre. Había ido hasta allí para visitar a su madre enferma. Y mientras no se olvidara de ello, todo iría bien.
Molly siempre estaría en deuda con Maxine Stewart y no sólo porque fuera su madre. Maxine siempre la había apoyado, a pesar de que no había sabido mucho de su hija en aquellos años. Molly siempre la querría por su apoyo incondicional.
–Mamá.
Molly se alegró de que alguien la distrajera de sus pensamientos. Giró la cabeza y sonrió al pequeño que la miraba con los ojos bien abiertos.
–Ya era hora de que te despertaras, ¿eh? –le dijo.
–¿Cuándo puedo ir a ver a los caballos y a las vacas? –preguntó Trent.
–Vamos a ir paso a paso. Primero veremos a la abuelita y después a los animales.
–La abuela me llevará a ver a los animales.
Molly salió del coche y se dispuso a soltar el cinturón de seguridad que sujetaba la silla de Trent. Lo ayudó a salir del coche.
–Recuerda que la abuela no puede moverse. Está en la cama con dolor de espalda.
Trent frunció el ceño, pero enseguida se despistó y se puso a mirarlo todo.
Se dirigieron a la puerta del rancho. Había una pradera de césped muy cuidada delante de la casa reformada. Los establos estaban cerca del estanque en la ladera de la colina.
–Mami, mira, hay muchas vacas –dijo Trent.
–Sí –contestó ella ausente mientras agarraba al niño por los hombros y lo encaminaba hacia la casa.
Fueron hacia la puerta lateral donde se encontraba la entrada a las dependencias de su madre. La habitación y el saloncito de Maxine estaban situados en la casa principal, pero Worth se había encargado de hacerle una entrada independiente.
–Mamá, ya hemos llegado –anunció Molly al entrar en la casa.
Maxine Stewart estaba recostada en la cama sobre una pila de almohadones. Su cara, aún atractiva, se iluminó con una sonrisa y abrió los brazos para estrechar a su nieto.
–Corre cariño, ve a darle un abrazo a la abuela –le indicó Molly al niño.
–Estoy esperando un abrazo, niño bonito. La abuela lleva mucho tiempo esperando este momento –dijo Maxine.
Trent caminó hacia la cama algo reticente. Cuando llegó le dio un abrazo a su abuela, quien tenía los ojos llenos de lágrimas.
–Qué niño más grande –dijo Maxine.
–Voy a cumplir cinco años –contestó el niño orgulloso.
–La abuela no se ha olvidado. Ya tengo preparado tu regalo.
–¡Vaya! –exclamó Trent asombrado.
–No te emociones. Todavía quedan dos meses para tu cumpleaños –le dijo Molly.
–¿Pero me lo puede dar ahora? –preguntó el niño.
–No, no –contestó Molly acariciándole el pelo. Después se dirigió hacia su madre.
El rostro de Maxine había envejecido y tenía unas pronunciadas ojeras. Molly nunca la había visto tan frágil.
Aunque su madre no había sido una mujer robusta, la belleza y la salud siempre la habían acompañado. Molly se parecía mucho a ella y algunas personas les habían llegado a preguntar que si eran hermanas.
El dolor era el único culpable del envejecimiento de su madre.
–Mamá, dime de verdad cómo estás –le pidió Molly.
–Bien.
–Acuérdate de con quién estás hablando.
–Con una enfermera, lo sé.
–Es una razón más para que seas honesta y me lo cuentes todo.
–Bueno, pues no sabes cuánto me duele la espalda.
–Por eso he venido –dijo Molly.
–Pero no te quedarás mucho tiempo. No puedes dejar de ir a trabajar. Me sentiría aún peor si perdieras tu empleo por mi culpa –admitió Maxine.
–Tranquila. Mi jefe es un doctor estupendo. Además me quedan todavía cuatro semanas de vacaciones.
–Pero aun así, hija…
–Todo está bien. Te prometo que no haré nada que pueda poner en juego mi carrera –añadió Molly. Maxine dio un suspiro de alivio y sonrió.
–Me alegro, hija. Estoy tan contenta de veros a ti y a Trent. Es una alegría para mis cansados ojos. Y el niño, ha crecido tanto desde la última vez que lo vi.
–Está creciendo demasiado deprisa. Ya ha dejado de ser mi pequeño bebé –dijo Molly con nostalgia.
–Eso no es cierto. Trent siempre será tu bebé, igual que tú siempre serás el mío –declaró Maxine. Los ojos de Molly se llenaron de lágrimas y trató de disimularlas
–Bueno, ¿y qué está pasando por aquí?
–¿Te refieres al trabajo? –preguntó Maxine. Aquella pregunta la había pillado desprevenida.
–No, no creo que vayas a tener problemas con tu trabajo.
–Espero que tengas razón. Worth ha contratado a una asistenta a media jornada, Kathy. Y la verdad es que ha venido muy bien. Es ella quien se encarga de la casa, siguiendo siempre las indicaciones que yo le doy.
–¿Y está funcionando?
–Sí. Lo que me preocupa es que esta casa necesita a una persona trabajando a jornada completa. Sobre todo ahora que Worth está pensando en meterse en política.
Molly no tenía ninguna gana de hablar sobre Worth. De hecho le hubiera gustado ni tener que oír su nombre, pero dadas las circunstancias, sabía que era imposible.
–No puedo evitar tener un poco de miedo a perder mi trabajo. Sobre todo si no empiezo a mejorar –confesó Maxine.
–Vamos, mamá. Worth no te va a echar. Lo sabes perfectamente.
–Quizás en el fondo lo sepa, pero ya sabes que la mente te juega malas pasadas y te convence de lo contrario. La mente puede llegar a convertirse en tu peor enemigo.
–Eso te pasa por estar todo el día en la cama sin hacer nada que te distraiga. Pero ahora, Trent y yo estamos aquí y las cosas van a cambiar –afirmó Molly. Al hablar del niño se volvió y vio que ya no estaba en la habitación. De repente le entró una sensación de pánico–. ¿Has visto salir a Trent?
–No. Pero no ha podido ir muy lejos.
–Ahora mismo vuelvo –dijo Molly tras darse cuenta de que la puerta que comunicaba con la casa principal estaba abierta. Echó a correr y cuando se quiso dar cuenta estaba en el salón de la casa gritando–. Trent Bailey, ¿dónde te has metido?
–¿Quién es Trent?
Molly se quedó paralizada, pero no apartó la mirada de los ojos de Worth Cavanaugh. Se quedaron en silencio, mirándose. La tensión se hubiera podido cortar con un cuchillo.
–Hola, Worth –consiguió pronunciar Molly para romper el hielo.
–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó él en un tono duro.
–Creo que la respuesta es obvia.
–Maxine no me ha avisado de que venías –dijo él en un tono aún más frío.
–Eso también resulta obvio.
Se hizo un silencio.
–No me has dicho quién es Trent –soltó Worth.
–Es mi hijo.
La expresión del rostro de Worth era de máxima tensión. Tenía los labios apretados y sus ojos echaban chispas.
–Qué afortunada eres –dijo él irónicamente.
Sus ojos estaban llenos de resentimiento, pero no dejaban de mirar el cuerpo de Molly. Ella estuvo a punto de decirle que era un bastardo, pero justo en aquel momento Trent apareció en la habitación.
–Mamá he ido a ver las vacas.
Molly abrazó al niño y lo mantuvo a su lado.
–Trent, éste es el señor Cavanaugh –dijo ella con una voz tensa. Worth apenas si miró al niño.
–Me gustaría hablar contigo a solas –afirmó Worth.
–Vuelve a la habitación de la abuela, cariño. Y no te muevas de allí. Yo volveré enseguida –le propuso Molly al niño.
–Vale –aceptó el niño echando a correr.
–¿Cuántos años tiene? –preguntó Worth.
–Casi cuatro años.
–Es un chico guapo.
–Gracias.
La tensión entre ellos iba en aumento. Molly sintió que estaba a punto de estallar y se dio cuenta de que Worth estaba en el mismo estado que ella.
–¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? –le preguntó él.
–No estoy segura. Quizás una semana, o quizás unos días más. ¿Tienes algún problema con que esté aquí?
–En absoluto –afirmó él.
–¿Nada más entonces? –preguntó ella para finalizar la conversación.
–Tan sólo mantente fuera de mi camino –sentenció Worth.
Molly lo había ignorado. Worth odiaba aquella sensación.
El rancho era su territorio y era él quien debía de tener el control sobre todo lo que allí ocurría.
Soltó una palabrota sin dejar de acariciar la barba de dos día que cubría parte de su rostro. Estaba asomado al porche de su habitación y tenía la mirada perdida en los últimos rayos de sol que iluminaban de forma tenue el atardecer.
Consultó el reloj y se dio cuenta de que no eran ni las cinco. Le encantaba el otoño, sobre todo el mes de octubre, cuando las hojas de los árboles cambiaban de color. Pero le molestaba el cambio horario y que le quitaran una hora de luz por la tarde. En el trabajo de ranchero, la luz era un bien muy preciado.
En cualquier caso, la frustración que sentía en aquel momento nada tenía que ver con la luz.
Molly.
De nuevo en su vida.
De ninguna manera.
Imposible.
No podía ser cierto.
Y sin embargo lo era.
Molly estaba en su rancho.
Y encima Worth no podía hacer nada para ponerla a ella y a su hijo de patitas en la calle. Soltó otra palabrota, pero el nudo en el estómago seguía sin desaparecer.
Sabía que en algún momento aquello iba a suceder. Pensar que no iba a volverla a ver en su vida hubiera sido poco realista. La madre de Molly trabajaba para él. Maxine siempre había ido a visitar a su hija en las vacaciones y de alguna manera, Worth se había hecho a la idea de que siempre iba a ser así.
Con la caída de Maxine, era lógico que su hija viniera a visitarla. Lo que no era lógico era que no lo hubieran avisado.
No le gustaban las sorpresas, y sobre todo las de aquella naturaleza. Habérsela encontrado de sopetón había supuesto una impresión muy fuerte, tanto que aún no había logrado recuperarse.
También le había impresionado ver al niño.
Worth se frotó el cuello, que estaba muy cargado por la tensión. Sabía que si les pedía que se marcharan, no se iba a sentir mejor. No les iba a echar, por lo menos hasta que pasaran unos días.
Ojalá no hubiera encontrado a Molly tan guapa. Le había parecido que estaba más hermosa que nunca, y eso que guardaba un recuerdo excelente de ella. No había pasado un día durante aquellos cinco años en el que no se hubiera acordado de ella. A pesar de que aquellos recuerdos siempre hacían que se le acelerara el pulso, Worth se había forzado a olvidarla y a seguir adelante.
Sin embargo, en aquel momento, se sentía incapaz de dejar de pensar en ella. Mientras Molly estuviera en su territorio, Worth no iba a poder evitarla. Ni tampoco al niño.
El chaval era clavado a su madre.
Tenía el mismo pelo de color casi negro. Molly lo llevaba corto y con mucho estilo. Sus ojos seguían teniendo aquel tono azul grisáceo y su voz aterciopelada le había resultado tan atractiva como en el pasado.
Worth sabía que Molly tenía veintisiete años, siete menos que él, pero no los aparentaba. Tenía una piel tan fina y tersa que podría haber pasado por una chiquilla de veinte.
No obstante, si la miraba detenidamente se daba cuenta de que los años también habían pasado por ella. Seguía teniendo un tipo inmejorable, pero había engordado un poco y sus curvas eran más pronunciadas.
El haber tenido un hijo seguramente hubiera provocado aquellos cambios. Sin embargo, no sólo no estaba menos atractiva, sino que había alcanzado una belleza más madura y más sexy que nunca. A Worth le costaba admitirlo, pero hubiera tenido que estar muerto para no reconocerlo. Y muerto no estaba.
Sin embargo, había habido momentos en los que había deseado estarlo. Y todo por Molly.
Cuando ella había huido abandonándolo, se había llevado con ella una parte de Worth, que ya era irrecuperable. Una parte de su alma y de su corazón habían muerto, y Molly era la culpable.
Era por eso por lo que la despreciaba profundamente.
Al menos, no iba a quedarse muchos días. Sabía que estaba trabajando como enfermera en Houston. Maxine se lo había contado. La mujer le había hablado de su hija hasta que se había dado cuenta de que Worth no estaba interesado en tener información sobre Molly.
Sonó un teléfono y hasta el tercer timbre, Worth no se dio cuenta de que era su móvil. Contestó sin consultar quién lo llamaba.
–Cavanaugh –soltó bruscamente.
–Vaya, parece que no estás de muy buen humor.
–Hola, Olivia –respondió él. Escuchó un suspiro al otro lado de la línea.
–¿Eso es todo lo que tienes que decir?
–¿Qué más quieres que diga?
–Hola, cariño, sería un buen comienzo –sugirió la mujer.
Worth no contestó. Nunca la había llamado cariño y no estaba dispuesto a empezar a hacerlo. Además era cierto que no estaba de buen humor, pero tampoco quería contarle los motivos. No quería desencadenar una pelea diciéndole que Molly había regresado y que se estaba quedando en el rancho. Aquello no era asunto de Olivia.
–Vale, tú ganas. Aguantaré tu humor de mil demonios –dijo ella.
–¿Me llamabas para algo en concreto? –preguntó Worth en un tono frío. Sabía que no se estaba portando bien, pero no iba a pedir disculpas por ello.
–¿A qué hora vas a pasar a recogerme?
–¿Recogerte? –preguntó él con la mente en blanco.
–Sí. Acuérdate de que me habías prometido que esta noche me invitabas a cenar –contestó Olivia cada vez más irritada.
–Sí, claro.
–Ya lo habías olvidado, ¿verdad?
–Estaré allí sobre las siete –dijo él. No estaba dispuesto a reconocer su despiste.
–Sabes una cosa, Worth, parece que sientes orgulloso por comportarte de esta manera –declaró Olivia. Se hizo un silencio–. Y ya que estamos hablando sobre cenas, no olvides la fiesta de mañana en mi casa porque está en juego tu futuro político.
–No la he olvidado, Olvia. Sé que mis padres están invitados y también algunos posibles apoyos –repuso él en un tono serio.
–Al menos te acuerdas de algo –respondió ella y colgó.
Era la segunda mujer a la que se había tenido que enfrentar aquel día. Sólo faltaba que llamara su madre, a quien normalmente no veía a diario. Quizás las cosas hubieran sido distintas si Eva Cavanaugh no hubiera tenido la costumbre de controlar la vida de su hijo. Su padre era diferente. Worth y él se llevaban bien, al menos aparentemente. Pero Worth tenía la sensación de que no lo conocía del todo.
Seguramente, sus padres tampoco lo conocieran a él en profundidad. Estaban obsesionados con que se casara con Olivia Blackburn. Y esperaban que cumpliera sus deseos. Pero si había una cosa que Worth no soportaba era que otros trataran de dirigir su vida. Además, él no amaba a Olivia. Ya había cometido el error de enamorarse una vez y no estaba dispuesto a repetirlo. Nunca más.
El único problema era que Olivia podía darle lo que él necesitaba porque iba a heredar muchas tierras. A pesar de que sus padres le habían cedido tres mil acres de tierra para el rancho, Worth necesitaba más espacio para el ganado.
Por eso Olivia encajaba tan bien en su vida. Los acres que ella iba a heredar de su padre eran justo lo que Worth necesitaba para ampliar su negocio de caballos, un sueño que aún no había convertido en realidad.
A la mierda con las mujeres y sus problemas. Todo lo que necesitaba era una copa. Algo fuerte que le hiciera olvidar la angustia que sentía en la garganta.
Cuando estaba a punto de sentarse, el teléfono sonó de nuevo. Era su madre. Estuvo tentado a no descolgar, pero pensó que quizás fuera algo importante.
–¿Qué tal, madre?
–¿Ésa es la manera que tiene un político de contestar al teléfono?
–Yo no soy un político. Todavía –contestó irritado.
–Pero lo serás. En cuanto te lances al ruedo.
–Todavía no he tomado la decisión.
–No sé por qué disfrutas tanto haciéndote el difícil –dijo la madre.
–Madre, si vas a soltarme tu rollo sobre política, esta conversación ha terminado.
–No te atrevas a colgarme.
Worth se podía imaginar la expresión del rostro de su madre en aquel momento. Era alta y delgada como él. Una mujer rubia y de ojos negros que se preocupaba por mantener la línea y por estar a la moda. Era guapa, sin embargo cuando se enfadaba, la expresión de su rostro se endurecía y era muy desagradable.
–Os veo a papá y a ti mañana por la noche en casa de Liv, sobre las ocho. Allí podremos hablar de política.
–No te estoy llamando para eso –repuso ella en un tono de voz que puso a Worth en guardia. Sabía que no le iba a gustar lo que iba a oír–. ¿Por qué no me lo has dicho? –preguntó la madre en tono acusador.
–¿Decirte el qué?
–Que Molly Bailey, o como se apellide ahora, está en tu rancho.
Las noticias volaban así de deprisa en un pueblo pequeño como Sky. El cotilleo era el mayor entretenimiento del pueblo.
–Porque no me ha parecido importante –respondió él.
–¿Que no te ha parecido importante? –preguntó Eva alzando la voz–. ¿Cómo puedes decir eso?
–Porque es la verdad. Ha venido para ver a su madre.
–Eso es comprensible.
–Entonces, ¿dónde está el problema?
–El problema radica en el hecho de que se esté quedando en tu casa.
–Mamá, no quiero discutir sobre esto.
–Un motel es un sitio más adecuado para ella –prosiguió Eva como si no hubiera escuchado a su hijo.
Worth no tenía ningunas ganas de defender a Molly. Pero las palabras de su madre le acababan de sentar fatal.
–Adiós, madre. Nos vemos mañana por la noche –dijo. Tenía que colgar antes de decir algo de lo que se pudiera arrepentir después.
–Worth Cavanaugh, no puedes colgar…
–Sí que puedo. Me tengo que ir –dijo justo antes de apretar el botón rojo del teléfono y de dejar de oír la desagradable voz de su madre.
¡Mujeres!
Ya había tenido bastante por aquel día. Necesitaba ese trago, pero justo antes de entrar en la habitación distinguió la figura de Molly caminando por la pradera. Estaba sola.
Worth no pudo evitar detenerse a mirarla. Todavía llevaba los vaqueros de aquella mañana, que le quedaban como un guante. Tenía unas caderas perfectas. Molly se dio la vuelta, y Worth se fijó en cómo el jersey de punto verde se ajustaba a sus pechos.
Durante un rato que pareció una eternidad, Worth la observó con la mirada cargada de deseo. Cada vez se sentía más excitado. Retiró la mirada de los pechos de Molly y observó su rostro, pero nada podía contener la presión que sentía la cremallera de su pantalón.
Estaba tan hermosa en medio de aquel paisaje otoñal, que Worth estuvo a punto de quedarse sin aliento.
Molly alzó la vista y se encontró con la mirada de Worth. Por segunda vez en el día, se miraron fijamente a los ojos.
Worth la observó, mientras respiraba entrecortadamente.
Se sintió como un estúpido así que se dio media vuelta y entró en la casa. Ya en la habitación, se dio cuenta de que estaba temblando.
Afortunadamente, Worth fue el primero en apartar la mirada. Por alguna extraña razón a Molly le había resultado imposible dejar de mirarlo. A pesar de la distancia, la figura esbelta y amenazante de Worth había atrapado su mirada. Molly era consciente de que si hubieran estado más cerca habría podido apreciar la animadversión que probablemente reflejaban los ojos de él.
Menos mal que Worth se había dado la vuelta y se había marchado. Sin embargo, Molly se había quedado clavada en el sitio. Se había sentido tan frágil como una de las hojas que caían de los árboles, pensando que nunca más se volvería a sentir comprometida con nadie.
Comenzó a caminar hacia su habitación diciéndose a sí misma que aquél era un pensamiento muy destructivo. Había refrescado y cuando quiso entrar en la casa se dio cuenta de que estaba temblando, no tanto por el frío sino por haberse encontrado de nuevo con Worth.
Se sentó en el primer sillón que encontró y trató de calmar los latidos acelerados de su corazón. Por fin estaba sola. Trent se encontraba con su abuela, quien estaba feliz contándole cuentos. El niño escuchaba con atención cada una de las palabras de Maxine.
Antes de haber salido a dar un paseo, Molly se había quedado mirándolos desde la puerta y se había sentido en paz consigo misma. Ir al rancho, a pesar de los obstáculos, había sido lo correcto. Su madre necesitaba estar con ella tanto como establecer un vínculo más fuerte con su nieto. Hasta la fecha, Maxine y Trent apenas si habían tenido posibilidad de desarrollar una relación tan especial como era la de abuela y nieto.
Sin embargo las dudas no dejaban de asaltarla después de aquella extraña situación que acababa de vivir con Worth. Trató de evitar pensar y concentró su atención en la habitación.
Las paredes estaban pintadas de color azul cobalto y había una cama con dosel situada en una esquina. Al otro lado de la habitación había un armario y a su lado el escritorio y el sofá donde estaba sentada. Sin lugar a dudas era un espacio agradable en el que Molly hubiera estado cómoda para quedarse un periodo de tiempo largo. Sin embargo, aun si su trabajo se lo hubiera permitido, no habría funcionado.
Y el motivo era Worth.
De repente los ojos se le llenaron de lágrimas. Se enfadó ante aquella reacción y apretó los puños. No iba a permitir que sus emociones la desestabilizaran de nuevo. Ya se había permitido llorar antes del viaje, así que era una fase superada.
No obstante no conseguía echar la imagen de Worth de su mente. Lo había encontrado guapísimo. Era un hombre alto y delgado, pero no flaco. Sus músculos se habían modelado de una forma perfecta gracias al trabajo físico. Tenía el pelo corto y castaño con algunos reflejos rubios. Molly hubiera jurado que le había visto también algunas canas. Sus ojos seguían teniendo aquel impresionante color, tan negros como el azabache, y las pestañas eran largas. Aquella mirada era el rasgo más característico y atractivo de Worth.
Y él sabía cómo utilizarla. Molly sentía que ningún hombre la había mirado de la forma en la que lo hacía Worth. Siempre había sido una mirada llena de deseo.
Hasta aquel día.
Aquella tarde, cuando se había encontrado con él en la casa, no había encontrado ni rastro de aquel deseo sexual. La mirada de Worth solamente había reflejado hostilidad y un enfado que rallaba en el odio. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Molly al recordarlo y se cruzó de brazos como si quisiera protegerse.
¿Protegerse de Worth?
Él ya no era el hombre que Molly había conocido. Además de los cambios en su aspecto físico, había cambios en su forma de actuar. Desde el primer momento en el que lo había conocido, un fatídico verano cinco años atrás, le había resultado un tipo demasiado gallito y seguro de sí mismo. Pero a Molly no le había ofendido aquella actitud, sino que más bien le había atraído.
Aquella tarde no sólo le había encontrado gallito y seguro de sí mismo, además, había estado ácido, cínico e inflexible.
Molly no podía olvidar que Worth la había traicionado en el pasado. Si alguien había sufrido, había sido ella. Y lo admitía aunque no estuviera dispuesta a mostrar su dolor ante todo el mundo.
Tragó saliva y se incorporó. Los recuerdos vivos de la última vez que había estado con Worth asaltaron su mente. Si la memoria no le fallaba, ella había ido al granero en su busca. Se había subido sobre los montones de paja y se había quedado dormida. Había soñado con Worth y cuando finalmente había abierto los ojos, se había encontrado con que él estaba apoyado en un poste mirándola con un incontenible deseo.
Había sido un verano caluroso y Molly aquella noche había ido ligera de ropa: unos pantalones vaqueros cortos, un top sin sujetador y unas chanclas. Además Worth prácticamente la había desnudado con aquella mirada.
Molly había sentido una oleada de calor entre sus muslos apretados.
Se había dado cuenta de que la respiración de Worth no había llevado un ritmo normal ya que su nuez se había movido agitadamente. Él había comenzado a andar lentamente mientras sus dedos se habían ocupado en desabrochar la cremallera del pantalón.
Molly se había quedado quieta, escuchando la fuerza de los latidos de su corazón, mientras había observado todo a cámara lenta. Cuando él había llegado a su lado, Molly había desviado la vista de los ojos de Worth a su potente erección.
No había podido hablar, tenía la boca demasiado seca. Sólo había podido admirar al hombre que había tenido enfrente, que en aquel momento se había quitado la camiseta y la había lanzado lejos. Molly había soltado un suspiro al observar cada centímetro cuadrado de aquel cuerpo y sobre todo, la erección que no había dejado de crecer.
El pulso de Molly había sido tan acelerado, que se había sentido aturdida. No habría podido apartar su mirada de aquel hombre ni aunque la hubieran estado apuntado con una pistola, a pesar de que no había sido la primera vez que había visto a Worth en aquella situación.
Desde el primer día en que Molly había llegado al rancho aquel verano, Worth y ella se habían convertido en inseparables. La pasión había surgido a primera vista.
Molly no sabía en qué momento aquella pasión se había transformado en amor. Quizás hubiese sido después de que él la hubiera poseído por primera vez. Desde aquel instante, ninguno de los dos había podido resistirse a la atracción existente. Cuando el final del verano había llegado, las cosas habían seguido el mismo curso. Cada vez que él se había acercado a Molly o la había mirado, ella se había derretido.
Y aquel día no había sido una excepción.
–Eres un hombre muy guapo –le había dicho ella con su voz aterciopelada, ligeramente quebrada por el deseo.
Worth se había limitado a sonreír. Se había arrodillado frente a ella y le había quitado la ropa.
–Tú si que eres guapa –había dicho él devorándola con la mirada.
Worth se había inclinado y había tomado en su boca un pezón ya excitado. Lo había lamido hasta casi hacer que Molly perdiera el sentido y después le había chupado el otro pezón.
Después de que la lengua de Worth descendiera hacia el vientre, Molly había pasado a la acción y había tomado el miembro erecto entre sus dedos acariciando hábilmente con el pulgar su extremo.
Worth había soltado un gemido y había abierto las piernas de Molly. Suavemente había introducido dos dedos dentro de ella.
–Oh, sí –había suspirado Molly mientras sus caderas se habían movido incontroladamente.
–Nena, nena… estás tan húmeda, estás lista.
–Por favor, ya. No me hagas esperar más –había suplicado Molly.
Worth se había apoyado sobre sus manos y la había penetrado sin más dilación. Durante unos instantes, se había quedado quieto y Molly había aprovechado para rodearlo fuertemente con sus piernas, bajo su mirada ardiente.
Había sido entonces cuando Worth había empezado a moverse rítmicamente, sin descanso, hasta que los dos habían alcanzado el éxtasis simultáneamente. Después Worth se había desplomado sobre ella y Molly lo había abrazado con fuerza.
–¿Peso mucho? –había susurrado Worth en su oído.
–No.
–Seguro que sí –había insistido y había hecho que los dos cuerpos rodaran de tal manera, que el de Molly quedara sobre el de él.
–Me parece increíble que aún sigas dentro de mí –había dicho ella sobrecogida.
–A mí también, sobre todo porque me has dejado exhausto.
Molly había sonreído y lo había besado de nuevo.
De repente la mirada de Worth se había ensombrecido.
–¿Sabes una cosa? –le había preguntado él.
–Sé muchas cosas y una de ellas es que te quiero.
–Yo también te quiero mucho. Te quiero tanto que me he dejado llevar y no me he puesto un preservativo.
Se mantuvieron en silencio unos segundos.
–¿Estás enfadada conmigo? –le había preguntado Worth.
–No. Yo también soy responsable.
–Ya, pero yo debería haber sido más responsable.
–Shhh. No pasa nada. No me toca ovular en este momento del ciclo. Al menos, eso creo.
–Lo siento.
–No digas eso. He disfrutado de cada segundo. No hay nada de lo que arrepentirse.
El recuerdo de aquella frase devolvió a Molly al presente. Al dolor y al daño que habían seguido a aquella noche de pasión.
Molly se dirigió al baño para lavarse la cara con agua fría y tratar de interrumpir el llanto. El frío aclaró ligeramente su mente confusa.
Nada podía hacer para cambiar lo que había sucedido entre ella y Worth. Lo único que estaba en su mano era tratar de controlar la reacción ante su presencia. A pesar de que aquella relación le había dejado profundas secuelas, también era el origen de lo más valioso que había tenido en su vida, Trent.
Nunca se arrepentiría de haberlo tenido.
En aquel momento, Molly escuchó el sonido de un motor. Se asomó al porche y vio a Worth montado en la furgoneta. Se quedó observándolo hasta que las luces del vehículo, desaparecieron.
Molly entró en la casa y se dirigió a la habitación de su madre, donde Trent la recibió con una cara alegre.
–Mami, mami, ven a ver lo que la abuelita me ha dado –dijo el niño.
Molly recuperó la compostura y se reafirmó en la decisión de guardar el pasado bajo llave en su corazón.
–Oh, doctor, gracias por llamarme.
–No se preocupe. Sé que está preocupada por su madre y es lógico –respondió el doctor Roy Coleman.
Molly se estremeció ante las palabras sinceras del médico. Pero ella era enfermera, no debía sorprenderse. La mayoría de los médicos no se andaban por las ramas. El jefe de Molly, Sam Nutting estaba cortado por ese mismo patrón.
No obstante Molly se asustó. Estaban hablando de su madre, quien siempre había sido su mayor apoyo. El padre de Molly había muerto cuando ella era pequeña de un fallo cardiaco y se habían quedado bastante desprotegidas económicamente. Maxine había tenido que trabajar de la mañana a la noche para sacarla adelante. Y sin embargo nunca había desatendido a su hija. Maxine siempre había encontrado momentos para compartir con ella, sin importarle lo cansada o atareada que estuviera.
–¿Está usted ahí, señora Bailey? –preguntó el médico. Molly se dio cuenta de que se había quedado absorta en sus pensamientos.
–Perdone. Me he quedado pensando en mi madre. Ahora que la he visto, estoy muy preocupada.
–Como le he dicho antes, tiene motivos para estarlo. Ha sufrido una caída muy mala, y como usted ya sabe, la espalda ha sido dañada. Pero no hay ninguna fractura.
Maxine se había caído en el vestíbulo de la casa dos semanas atrás. Cuando Molly había conseguido hablar desde Houston con el doctor Coleman, éste le había enviado una copia de las pruebas. Entonces Molly se había dado cuenta de la gravedad de la situación y había corrido junto a su madre.
–Le estoy muy agradecida por haberme mantenido informada en todo momento, doctor.
–No podía hacer otra cosa. Como ya la he dicho, Maxine está hecha de una madera especial. Sé que tiene muchos dolores, sin embargo, sufre en silencio.
–Pero eso no es bueno.
–Tiene razón. No quiero que sufra. Pero creo que Maxine es la paciente más testaruda que tengo –confesó el doctor con una sonrisa.
A Molly le agradó aquel gesto. Nunca había visto al médico en persona, pero había tenido incontables conversaciones telefónicas con él. Cada vez estaba más impresionada por su sentido del humor y por lo atento que se mostraba con su madre.
–Quiero hacerle otra resonancia magnética pronto, así podremos comprobar si los músculos dañados están empezando a cicatrizar o no. Mientras tanto he encargado un corsé para que pueda ponérselo. No quiero que se mueva de la cama si no lo lleva puesto –prosiguió el doctor.
–Parece entonces que va a tener que guardar reposo durante bastante tiempo –comentó Molly cada vez más preocupada.
–Sí. Sobre todo por la osteoporosis.
–Así que nos enfrentamos a un periodo de recuperación largo –dijo Molly con el corazón en un puño.
–No necesariamente. Maxine es tan decidida que creo que podrá recuperarse mucho antes que cualquiera de nosotros en su caso. Lo que sí que está claro es que se tiene que olvidar de trabajar durante una buena temporada.
–¿Y qué hay de la rehabilitación?
–Tendrá que hacerla, pero todavía es pronto.
Molly estaba luchando contra los sentimientos que estaban desatándose en su interior. Tenía un panorama desolador. ¿Qué ocurriría si su madre nunca llegaba a recuperar toda la movilidad? Maxine siempre había trabajado y había sido una mujer llena de vitalidad.
–Me va a tener que ayudar para convencerla de que no puede trabajar. Supongo que hasta el momento no le ha comentado nada de esto. Ella piensa que la semana que viene ya estará fregando suelos –dijo Molly.
–Alguien tendrá que fregar los suelos, pero no va a ser Maxine.
–Gracias por ser tan tremendamente sincero conmigo. Ahora yo tendré que ser tremendamente sincera con ella –afirmó Molly tras un suspiro.
–Si espera un rato, me acercaré al rancho. Y los dos le podremos soltarle la noticia.
–Gracias por su amabilidad, pero déjeme intentarlo a mí. Si se me resiste, se lo comunicaré.
–Llámeme cuando sea necesario.
Cuando la conversación terminó, Molly se quedó con el auricular en la mano unos instantes antes de colgar. Estaba aturdida.
Aquella mañana tenía la ardua tarea de darle a Maxine las malas noticias. Al menos Trent estaba con ella. El niño apenas si había abandonado la habitación desde que habían llegado. Era como si se hubiera olvidado de los caballos y del ganado que tanto le habían fascinado al principio. Maxine no había parado de jugar con él hasta que Molly había distraído a Trent para que su madre no se cansara. Molly sabía que no tenía sentido posponer lo inevitable. Trató de recuperar la compostura y se dirigió a la habitación de su madre, sin poder evitar echar un vistazo a su alrededor. No es que esperara que Worth estuviera escondido al acecho, pero se sentía intranquila caminando por aquella casa.
No tenía ni idea de a qué hora había regresado Worth a casa la noche anterior. Aunque lo había sentido entrar en su habitación y le había parecido que era tarde. No le importaba ni dónde había ido y qué había hecho. La relación entre ellos era agua pasada y no había ninguna razón por la que Molly tuviera que estar pendiente de sus idas y venidas. Su único objetivo era evitarlo a toda costa.
Molly dejó aquel pensamiento desagradable a un lado y llamó suavemente a la puerta de su madre. Entró y se encontró que Maxine estaba dormida con Trent tumbado a su lado coloreando un cuaderno.
–Hola, mami –dijo él en voz baja–. La abuela se ha quedado dormida.
–Está cansada, cariño –dijo Molly. Se agachó y tomó al niño entre sus brazos–. Ahora quiero que vayas a nuestra habitación un rato y que sigas allí coloreando, ¿vale?
–No quiero –dijo Trent haciendo un mohín. Molly sonrió.
–Lo sé, pero sólo serán unos minutos, después yo iré a buscarte. Tengo que hablar a solas con la abuela.
–¿Por qué no puedo quedarme?
–Trent –dijo ella con una mirada seria. El niño recogió sus cosas y con cara de disgusto se fue hacia la puerta.
–No te muevas de la habitación.
–Vale –balbuceó Trent.
Molly se quedó pendiente hasta que lo vio llegar al vestíbulo y cerrar la puerta. Era tan bueno. Molly casi nunca le obligaba a irse, pero en aquella ocasión no quería que escuchara lo que tenía que decirle a su madre. Tenía miedo de que Maxine no reaccionara bien.
–Mamá –dijo Maxine mientras acariciaba el hombro de su madre.
Maxine abrió lo ojos y por unos instantes pareció estar desorientada. Cuando finalmente reconoció a Molly, sonrió aliviada pero al instante frunció el ceño.
–¿Dónde está Trent? –preguntó.
–Está en nuestra habitación. Volverá enseguida.
–¿Qué hora es?
–Es casi mediodía –dijo Molly.
–Vaya , querida, no me puedo creer que haya dormido tanto.
–Eso está bien, madre. Necesitas descansar cuanto más mejor.
–No. Lo que necesito es pasar el máximo de tiempo posible con mi hija y con mi nieto, antes de volver a trabajar –contestó Maxine.
–Mamá… –comenzó Molly después de un silencio. No sabía cómo empezar.
–Vas a decirme que no voy a poder volver a trabajar pronto, ¿verdad? –preguntó Maxine con los ojos clavados en los de su hija.
–Así es.
–No, así no es.
–Yo…
–Voy a ponerme bien. Sé que se han dañado algunos músculos de la espalda…
–Se han dañado. Y según el doctor la recuperación no va a ser ni rápida ni sencilla –explicó Molly.
–Me niego a creer eso –contestó Maxine con la voz temblorosa.
–Es la verdad, madre, y tienes que enfrentarte a ella. Más bien tienes que aceptarla. Quizás si no tuvieras osteoporosis la situación sería más sencilla.
–¿Pero qué voy hacer con mi trabajo? Hasta ahora Worth se ha portado muy bien conmigo, pero al final contratará a alguien que me sustituya. Tendrá que hacerlo y yo me pongo mala con sólo pensarlo.
–Mamá, no le des más vueltas a eso ahora. Worth no te va a sustituir.
–¿Acaso te lo ha dicho él?
–No.
–Entonces no tienes ni idea de lo que está pasando por su mente –soltó Maxine con la voz rota.
–Mamá, por favor, no te preocupes. Todo va a salir bien –dijo Molly mientras acariciaba la mejilla de su madre.
–Él no sabe… –la voz de Maxine se rompió de nuevo.
–Toda la información sobre tu lesión. ¿Es eso lo que ibas a decir? –preguntó Molly. Su madre apenas si asintió–. Así que sólo le contaste lo que tú querías que supiera. O más bien lo que pensabas que él quería oír.
–No puedo creer que me esté pasando esto.
–Mira, mamá, no es tan horrible como lo estás pintando.
–Dices eso porque no te está pasando a ti –dijo Maxine–. De lo cual me alegro mucho. No soportaría verte a ti en esta situación.
–Claro que lo soportarías. Y vendrías a cuidarme como yo estoy haciendo contigo.
–No puede ser. Tú tienes un hijo y un trabajo. Y una vida propia. No puedes…
–Shhh. Ya es suficiente. No voy a abandonar mi vida, por el amor de Dios. Descansa tranquila que yo tengo un plan –dijo Molly suavemente.
–¿Cuál? –preguntó Maxine en un tono de sospecha.
–Luego te lo cuento –dijo Molly inclinándose para poder darle un beso a su madre –. Y ahora, voy a decirle a Trent que ya puede venir, a no ser que quieras seguir durmiendo.
–Ni se te ocurra decirle que no venga. Quiero pasar todo el tiempo posible con mi nieto.
–A propósito, he hablado bastante con el doctor Coleman –dejó caer Molly. Maxine alzó la barbilla–. Hey, no te preocupes. Hablaremos de eso también después. Mientras tanto baja esa barbilla. Y no te preocupes, porque todo va a salir bien.
Maxine trató de sonreír.
–Tráeme a mi niño de vuelta. Tengo planes que no te incluyen a ti.
–No dejes que te agote, sabes que puede hacerlo –bromeó Molly sonriente ante el humor de su madre.
–Eso es asunto mío.
Cuando Molly llegó a la puerta de su habitación se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se limpió y entró.
–Hola, guapo, la abuela te está esperando –le dijo a Trent.
¿Llegaría algún día el momento en el que la presencia de Worth no afectara a Molly?
«Sí», pensó ella con determinación. Siempre y cuando no tuviera que verlo, la vida seguiría su curso normal. ¿O no? Ya habían pasado casi cinco años y no había pasado un solo día en el que no hubiera pensado en él. Estar en la casa de Worth no estaba resultando fácil.
En aquel momento, Molly no tenía otra elección.
Como si se hubiera dado cuenta de que no estaba solo, Worth se dio la vuelta. Cuando se dio cuenta de que era Molly quien tenía enfrente, sus ojos se abrieron más, pero quedaron cubiertos por un velo que tapaba cualquier atisbo de humanidad.
–¿Nadie te ha dicho nunca que es de mala educación acercarse por la espalda y a hurtadillas a la gente? –le preguntó Worth a Molly.
«Vete al infierno», pensó ella.
No le dijo nada, pero se tuvo que morder la lengua. Lo último que necesitaba era iniciar una discusión. Había demasiado en juego, así que hablaría con él de forma civilizada.
–Lo siento –dijo finalmente ella en un tono moderado.
–No lo sientes.
Molly no había querido asustarlo. Simplemente había pasado por la puerta que daba al porche y lo había visto allí. Sentado sobre una de las sillas de hierro y contemplando el atardecer absorto en sus pensamientos.
Molly quizás hubiese podido toser, para anunciar su presencia, pero no se le había ocurrido. Se había limitado a salir al porche porque aquélla era una oportunidad de hablar con él que no debía dejar pasar.
–Mira, Worth, no quiero pelearme contigo –dijo por fin.
–¿Es que nos estamos peleando? –preguntó él.
–Tampoco quiero empezar con los juegos de palabras.
Worth se metió las manos en los bolsillos y la tela marcó la prominencia de sus partes íntimas. Por un instante la mirada de Molly se paseó por la protuberancia que se intuía tras la cremallera del pantalón de Worth. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo miró a la cara, deseando que él no se hubiera dado cuenta del despiste.
–¿Entonces qué es lo que quieres? –preguntó él.
–Ocupar el lugar de mi madre.
–¿Como mi ama de llaves? –dijo boquiabierto.
–Sí –repuso ella. Worh se echó a reír.
–Vuelve a la realidad.
–Estoy hablando en serio, Worth.
–Yo también y te digo desde ya que no.
–¿Por qué no? –preguntó Molly.
–Vamos, Molly, tú sabes la razón. Eres enfermera y ése es tu trabajo.
–Puedo ser las dos cosas. Me encargaré de la casa y seré la enfermera de mi madre.
–¿Y qué pasa con Trent?
–Buscaré alguien que lo cuide durante el día.
–No.
–La mente de mi madre es su peor enemiga ahora mismo. Piensa que la vas a sustituir –prosiguió Molly sin hacer caso de la rotunda negativa.
–Eso es una tontería. Ella tendrá trabajo en esta casa mientras lo quiera. Eso déjaselo bien claro.
–Aprecio tu gesto, pero aun así quiero asumir su trabajo. Puedo cuidar de mamá, animarla y además verá que la estoy sustituyendo de forma temporal. Así no podrá preocuparse de que tú busques a otra persona que la sustituya para siempre. Estará segura de que yo sólo estoy aquí por un tiempo. Además, sé desempeñar el trabajo. Crecí ayudándola a limpiar casas.
–¿Estás loca? Tú no tienes ninguna necesidad de realizar ese trabajo –dijo Worth completamente alucinado.
–No tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.
–Maldita mujer. No has cambiado un ápice.
–¿Qué? –Molly alzó las cejas sorprendida.
–Sí, sigues siendo más terca que una mula.
Molly estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Se esforzó para mantenerse con los pies en la tierra.
–Tú también eres bastante terco –declaró.
En aquel momento sus miradas se encontraron y se produjo tal magnetismo que ninguno de los dos pudo apartar la vista.
De repente fue como si el oxígeno de la habitación se hubiera acabado. A Molly le costaba respirar y por el color pálido del rostro de Worth, se atrevía a pensar que a él le estaba ocurriendo lo mismo. Allí pasaba algo, aunque Molly no supiera ponerle nombre.
¿Sería deseo? No, se estaba equivocando. Worth la despreciaba y eso no iba a cambiar. Además, ella tampoco lo deseaba, a pesar de que el recuerdo de sus encuentros sexuales no la abandonaba.
Molly se forzó a dejar el pánico a un lado. Tomó aire y lo miró suplicante.
–Me lo pensaré –murmuró Worth hundiendo aún más las manos en los bolsillos y por lo tanto, ajustando la tela aún más a su cuerpo.
–Gracias –murmuró ella desviando la vista.
Worth se echó a reír, pero sin el menor atisbo de humor.
Molly se dio cuenta de que se estaba sonrojando y decidió que era mejor marcharse antes de que Worth empezara a insultarla.
–¿Por qué me abandonaste? –preguntó él de repente. Molly se quedó paralizada.
Molly se dio la vuelta y clavó la mirada en los ojos de Worth.
–¿Qué has dicho? –consiguió preguntar finalmente.
–No te hagas la sorda conmigo. No funciona. Sé que has escuchado cada una de mis palabras –afirmó él en un tono rudo pero bajo.
–Antes solía admirar tu actitud chulesca. De hecho, creía que eras el más gallito del corral –le soltó Molly con rabia. Las cejas de Worth se arquearon en un gesto de sorpresa–. Pero ahora he aprendido.
–¿El qué? –preguntó él con el rostro ensombrecido.
–Que ahora esa actitud me da asco.
La mirada de Worth era gélida. Se levantó y caminó hacia ella. De repente se paró como si fuera una marioneta y alguien estuviese moviendo sus hilos. Pero Worth no era ninguna marioneta y Molly lo sabía bien. Nunca lo había sido, aunque sus padres siempre habían ejercido una fuerte influencia sobre él
–Ya sabes que no me importa en absoluto lo que tú puedas pensar sobre mí o sobre mi actitud –contestó él con dureza.
–¿Entonces por qué me has hecho esa pregunta?
–Supongo que por curiosidad –contestó él ácidamente.
–Tu curiosidad se puede ir al infierno. No voy a contestar a tu pregunta.
–Eso es porque no tienes una explicación coherente –repuso Worth con una sonrisa en los labios.
–Nada más lejos de mi intención que sumergirme en las pantanosas aguas del pasado. Además, con el juicio cínico que ya tienes formado sobre mí, sería una pérdida de tiempo.
Sin lugar a dudas, Molly estaba a la defensiva. Sólo tenía esa opción si quería sobrevivir y mantener a salvo su secreto de Worth y de sus padres. Tenía que ganarle la partida, o al menos, empatarla.
Si no, se ahogaría en las aguas pantanosas.
–¿Qué te pasa? –preguntó él con los ojos rebosantes de deseo–. Parece que hubieras visto a un fantasma.
–Nada. Estoy bien –dijo ella.
–Mentirosa –soltó Worth. Molly echó la cabeza hacia atrás y suspiró.
–¿Qué quieres, Worth?
–¿Qué pasaría si te respondiera que te quiero a ti?
Molly agitó la cabeza tratando de recuperarse de lo que acababa de escuchar. Sentía demasiada atracción.
–Que no te creería –susurró.
Worth la estaba devorando con la mirada. O aquella locura se acababa o Molly acabaría rindiéndose a los pies de aquel hombre de nuevo, y aquello no beneficiaría a nadie. Por aquella razón había sido por lo que no lo había querido volver a ver. Era demasiado débil y vulnerable cuando estaba a su lado. Con sólo estar en la misma habitación ya sentía que se deshacía.
–Tienes razón, no deberías de creerme –contestó él de forma fría y cruel–. Porque no es verdad.
Molly tomó aire y trató de fingir que no había sentido una puñalada en su corazón.
–Quizás me puedas contestar a otra pregunta –prosiguió Worth.
Molly apenas si lo escuchó porque estaba demasiado ocupada tratando de recuperar la dignidad dañada tras el ataque. Se dispuso a darse la vuelta y marcharse porque no iba a salir nada positivo de aquella conversación.
–Me tengo que ir –dijo ella resuelta evitando mirar a Worth.
–¿Lo amas?
–¿A quién? –preguntó Molly paralizada por la sorpresa.
–A tu marido. Ese tipo, Bailey, el padre de tu hijo.
Oh, cielos santo. Si no se hubiera parado en el porche se habría evitado toda aquella conversación sin sentido.
–Sí –mintió ella.
–¿Y todavía estás casada? No veo tu anillo de matrimonio –dijo Worth mirando la mano derecha de ella.
–Estamos divorciados –añadió. Molly odiaba mentir, pero era el único recurso que le quedaba. Worth era insaciable, no paraba de hacer preguntas que además no eran asunto suyo.
Molly tenía que tomar una determinación porque él no iba a terminar con el interrogatorio. Cuanto más supiera, más peligroso sería. Estaba atrapada. Y no podía marcharse porque su madre estaba enferma.
No quedaba más remedio que encarar la animosidad que había entre ellos. Era la única forma para conseguir quedarse en el rancho y con suerte, poder ser el ama de llaves. Quizás sacar todo a la luz, de golpe y de una vez por todas, fuera lo mejor para ambos. Estarían al día de la vida del otro y así se podrían dejar tranquilos.
–Yo podría preguntarte por qué no estás casado –le soltó Molly. Se arrepintió al instante, aquello era añadir más leña al fuego. ¿Cuándo aprendería a cerrar la boca?
–Sí, podrías –añadió él. Se hizo un silencio.
–¿Por qué no lo estás? Supongo que seguirás saliendo con Olivia. Pensé que ya te habría hecho pasar por la vicaría.
–Pues, ya ves, te has equivocado –declaró él sin más comentarios pero sin dejar de mirarla.
Bien. Por fin le había dado donde más le dolía. Le estaba respondiendo con su misma moneda, pero se sintió fatal. A Molly no le gustaban esos juegos hirientes. Intercambiar provocaciones, sólo empeoraba las cosas.
–Si me voy a quedar aquí y voy a trabajar…
–Todavía no te he dado permiso para hacerlo –interrumpió Worth.
–No me voy a marchar, Worth. No puedo. Mi madre me necesita.
–Si te digo la verdad, no me importa en absoluto lo que hagas –repuso él tras encogerse de hombros.
–Mientras… me mantenga fuera de tu camino.
–Lo has comprendido –dijo él conteniendo su rabia.
–¿Y qué hay de una tregua? ¿Crees que es posible?
–¿Tú crees que lo es?
–Estoy dispuesta a intentarlo.
Worth se volvió a encoger de hombros y la miró detenidamente. Miró sus pechos y Molly sintió cómo se le aceleraba el corazón.
–Como quieras –respondió él sin entusiasmo.
–Buenas noches, Worth –se limitó a decir Molly. Él no contestó–. Que duermas bien.
–Sí, vale –murmuró Worth cuando ella se dio la vuelta.
Molly sintió la brisa fresca de la noche y agradeció la calidez de la casa al entrar. Sin embargo, ya en la habitación se dio cuenta de que no podía dejar de temblar.
Worth decidió acercarse al granero en vez de entrar en la casa.
–Hola, jefe, ¿qué haces por aquí? –preguntó Art Downing, su capataz.
No era extraño encontrarse al capataz enredando a cualquier hora ya que nunca sabía cuándo poner fin a su jornada. Le encantaba su trabajo, sobre todo encargarse de los caballos de primera categoría del establo de Worth. Seguramente estuviera más a gusto en el rancho con los animales, que en su casa con sus hijos y su mujer.
Al igual que él, Art tampoco estaba hecho para la vida familiar.
–Te iba a preguntar lo mismo –dijo Worth.
–Estaba asegurándome de que estas maravillas estaban bien antes de marcharme –respondió sonriente sin dejar de acariciar a uno de los animales.
–Están bien. Venga, lárgate ya de aquí.
–Lo haré, pero antes tengo que revisar una última cosa –dijo el capataz.
–¿El qué tienes que revisar? –preguntó Worth contento de tener otros pensamientos en la cabeza que desplazaran a Molly.
–Quiero tenerlo todo preparado para mañana.
Worth había comprado otro caballo semental que llegaba al día siguiente.
–¿Te estás riendo de mí? Pero si lo tienes todo listo desde el día que hice el pago –comentó Worth.
–Tienes toda la razón. –reconoció Art y se tocó la barriga–. Me está entrando hambre.
–Entonces pon rumbo a casa. Y no se te ocurra volver antes de que amanezca.
–A la orden jefe –dijo Art inclinando levemente su sombrero antes de irse.
Worth sabía que el capataz no le haría caso y que volvería al rancho antes de que se hubiera hecho de día. El trabajo de aquel hombre era tan valioso, que no se podía pagar ni con todo el oro del mundo.
Worth regresó a la casa. Hizo una parada en la cocina para recoger una cerveza y se marchó a su habitación. Consultó el reloj y se dio cuenta de que sólo le quedaban treinta minutos para salir en dirección a la casa de Olivia. Ella odiaba que la gente llegara tarde.
Worth no tenía ningunas ganas de ir a aquella fiesta. Maldición. Ya la había llevado a cenar la noche anterior. Sin embargo, tenía un compromiso y no lo iba a romper. Además el evento estaba pensado para promover su candidatura en el Senado de Texas.
En vez de darse una ducha y cambiarse de ropa, Worth se echó en la cama y se bebió media cerveza. Estaba agotado mentalmente y no sabía por qué.
«Sí que lo sabes», pensó.
Molly.
El encuentro con ella en el porche lo había dejado exhausto. No sabía si iba a soportar tenerla cerca de forma indefinida y trabajando para él como ama de llaves. Era una idea ridícula y no sabía por qué no la había rechazado de forma rotunda desde el primer momento.
La herida que Worth había creído cicatrizada se había vuelto a abrir.
«¡Qué más da!», pensó apurando su cerveza.
Estuvo tentado a beberse otra cerveza, quizás lo ayudara a olvidar. Pero no quería ni pensar en la cara de Olivia si aparecía en la fiesta con una copa de más. Se echó a reír.
Sin embargo, trató de serenarse. No había razones para la risa.
¿Por qué se había visto tan frágil de repente junto a Molly?
Cuando la había conocido, ella había conseguido engatusarlo. Y después había huido, se había casado con otro y había tenido un hijo. Worth se había jurado que la despreciaría el resto de sus días y que no quería volver a verla jamás.
Al encontrarse de nuevo con ella, si bien el desprecio seguía presente, había también otro sentimiento. Un sentimiento al que no quería ponerle nombre pero que desataba un fuego ardiente en sus entrañas.
«Date un respiro, Cavanaugh», pensó y se metió en el baño a darse una ducha.
El único problema era que su mente se estaba negando a colaborar. Cerró los ojos mientras el agua le mojaba, pero la imagen de Molly no desaparecía. Se la imaginaba de pie, frente a él con una mirada libidinosa y acariciando su cuerpo.
Worth soltó un gemido y se entregó al dolor que lo dejó inmóvil unos instantes.
–Mamá, ¿cuándo voy a poder montar a caballo?
–Cariño, creo que eso no va a poder ser –contestó Molly. Trent frunció el ceño.
–Pero me lo habías prometido.
–Lo siento, cariño, pero creo que no te lo había prometido.
–Estoy seguro de que el señor me dejará.
–¿Estás hablando de Worth?
–No, el otro hombre.