Estrategias de seducción - Marie Ferrarella - E-Book
SONDERANGEBOT

Estrategias de seducción E-Book

Marie Ferrarella

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Conseguiría su plan conquistar al Fortune de sus sueños? Blake Fortune podía no ser el jefe más llevadero del mundo, pero Katie Wallace lo conocía mejor que nadie. Vecinos y amigos desde hacía muchos años, Blake y ella formaban un gran equipo. Katie soñaba con que algún día llegaran a ser más… Pero se le estaba acabando el tiempo. Impulsado por el tornado que un mes antes le había llevado a replantearse la vida, Blake había decidido que había llegado la hora de casarse, ¡con otra mujer! Con el resto de los Fortune apostando por ella, la valerosa secretaria tenía que encontrar la manera de hacerle cambiar de opinión, y rápidamente.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 240

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

ESTRATEGIAS DE SEDUCCIÓN, Nº 74 - Febrero 2013

Título original: Fortune’s Valentine Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2661-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

No te lo tomes a mal, Blake —le dijo Wendy Mendoza a su hermano mientras intentaba, sin éxito, encontrar un lugar cómodo en la cama—, pero con tantos mimos de tu parte, empiezo a sentirme vigilada como un cazo al fuego.

Blake Fortune se sentó a horcajadas en la silla que había llevado al dormitorio de su hermana y apoyó los brazos en el respaldo.

—¿Y eso no es bueno? —preguntó—. Un cazo se vigila para evitar que el líquido se salga, en tu caso es para evitar el parto prematuro.

Era precisamente lo que el médico y ella intentaban evitar con inyecciones de terbutalina para detener las contracciones y reposo absoluto.

Pero eso no implicaba que a Wendy tuviera que gustarle la situación, y Blake lo sabía. Cuanto más tiempo pasaba allí parada, más se inquietaba.

—¿No tienes nada que hacer? —presionó ella, más acostumbrada a que la pinchara que a que se preocupara por ella—. Es decir, agradezco que hayas decidido dejarlo todo y venir corriendo a Red Rock para darme la manita, pero que todo el mundo ande a mi alrededor de puntillas me pone tensa y muy nerviosa.

Él sabía que eso era contraproducente para conseguir su objetivo: que siguiera embarazada hasta que la bebé fuera lo bastante fuerte como para sobrevivir por sí sola.

—Si esto sigue así —le advirtió Wendy—, acabaré dado a luz a una nena neurótica que irá directa del paritorio al sofá de un psiquiatra.

Blake se rio y movió la cabeza. Al menos no había perdido el sentido del humor. Toda la familia había sufrido un gran trauma cuando un tornado había golpeado la zona el mes anterior. Y, poco después, Wendy los había asustado a todos poniéndose de parto antes de tiempo.

Tenían que dar las gracias a la medicina moderna. Wendy volvía a ser la misma, excepto por la prohibición de salir de la cama.

—Bueno, es obvio que el tornado no ha afectado a tu imaginación —comentó. Pero un vistazo a su expresión le confirmó que iba en serio. Quería verlo fuera de su dormitorio. Suponía que si estuviera en su lugar, él también se sentiría agobiado—. Ya me has echado de tu casa y me has enviado a la de Scott —le recordó—. ¿Quieres que desaparezca por completo?

Wendy estiró la mano, atrapó la de su hermano y entrelazó los dedos con los suyos. Quería a todos sus hermanos pero, al ser la pequeña de la familia, estaba más unida a Blake. Era el más cercano en edad a ella, el segundo desde abajo.

—No, no quiero que desaparezcas por completo —afirmó con sentimiento—, pero tampoco quiero que pongas tu vida en punto muerto por mí —llevaba dos días siendo su compañía constante. Era hora de que regresara a su carrera, a su vida—. En estos tiempos de ordenadores y videoconferencias, puedes trabajar en cualquier sitio. ¿Por qué no montas una oficina temporal en casa de Scott y te ocupas del trabajo antes de que papá venga a echarte una bronca por perder el norte, o cualquier otro cliché que utilice últimamente?

John Michael Fortune, quien no dudaba que quería a su familia a su manera, era el responsable del giro que había dado su vida. Si su padre no hubiera insistido en enviarla allí, a Red Rock, Texas, con la esperanza de despertar en ella alguna ética de trabajo, hasta entonces inexistente, quizás no habría descubierto las dos pasiones de su vida: la repostería y Marcos, no necesariamente en ese orden.

Su recién descubierta pasión por la repostería y la creación de postres había visto la luz cuando fue a trabajar al restaurante que Marcos dirigía para sus tíos, que eran amigos de los padres de Wendy. En aquel momento había estado claro que Marcos sentía que lo estaban cargando con ella y que la consideraba una rica niña mimada, incapaz de hacer nada a derechas.

Marcos había estado buscando excusas para despedirla mientras ella buscaba maneras de demostrar su valía. Lo que ninguno de los dos había buscado era un compromiso de por vida, pero lo habían encontrado, y con creces. Wendy estaba casada con Marcos y esperaba su bebé en cualquier momento.

Aun así, un mes antes, toda aquella felicidad había estado a punto de convertirse en tragedia por culpa del tornado que había pasado por Red Rock minutos antes de que su familia, que estaba allí por su boda, celebrada el día de Nochebuena, volara de vuelta a Atlanta.

Aún se quedaba sin aire cuando pensaba en ello. Habían pasado de despedirse a, minutos después, quedar enterrados vivos bajo los escombros del aeropuerto.

El shock de todo ello, incluyendo que el hermano de Javier, gravemente herido, estuviera en coma, había sido demasiado para ella. Había empezado a tener contracciones muchísimo antes de la fecha prevista. Por fortuna, el médico había conseguido detenerlas temporalmente con inyecciones. Tenían la esperanza de que retuviera a la bebé el tiempo necesario para que sus pulmones se desarrollaran lo suficiente y pudiera respirar por sí misma.

En ese momento, tenía la sensación de que el proceso se eternizaba. Y tener a Blake allí, lanzándole miraditas de preocupación cada dos por tres, no la ayudaba en absoluto.

—Supongo que tienes razón —admitió Blake. En realidad, entendía su punto de vista. Si él estuviera en su lugar no le gustaría tener a gente a su alrededor a todas horas, por mucho que los quisiera.

Wendy sonrió, aliviada porque a Blake no le hubiera ofendido su «sugerencia». Lo cierto era que solían pensar de forma bastante parecida.

—Claro que la tengo —le dijo.

Blake ya estaba pensando en otro proyecto, uno que llevaba demasiado tiempo requiriendo su atención. Era hora de sacarlo de la trastienda y dedicarse a él con todo su empeño.

—De hecho, hay algo que he estado queriendo hacer desde que casi morimos enterrados vivos en el aeropuerto —le confesó.

—¿Pensaste en el negocio en esos momentos? —preguntó Wendy con incredulidad—. Cielos, Blake, te pareces más a papá de lo que yo creía.

Él dudaba mucho que alguno de los retoños de su padre pudiera equipararse con él. El hombre comía y dormía por el negocio y, aunque esperaba lo mismo de sus hijos, Blake dudaba que llegaran a cumplir sus expectativas. De hecho, en su opinión, solo un robot lo conseguiría.

—No exactamente en el negocio —explicó. Acercó la silla a la cama de Wendy y bajó la voz. No se trataba de un tema que quisiera compartir con el mundo, al menos aún—. Cuando tuve la impresión de que podríamos no salir vivos, me prometí que si sobrevivíamos dejaría de tener mi vida en suspenso y haría lo que debería haber hecho hace muchos años.

Intrigada, Wendy se incorporó un poco y se puso una de las almohadas tras la espalda.

—Sigue —lo animó, curiosa.

—Me prometí que, si sobrevivía, iría tras la mujer que permití que se me escapara hace años —sonriendo por el plan que estaba evolucionando en su cabeza, Blake hizo una pausa de un segundo para añadir dramatismo antes de decir el nombre—. Brittany Everett.

—He cambiado de opinión —dijo Wendy—. No sigas —resopló, decepcionada con la revelación de Blake. Había tenido la esperanza de que la mimada Brittany Everett fuera parte del pasado de Blake para siempre. De hecho, había deseado en secreto que cuando su hermano empezara a pensar seriamente en compromisos románticos, fuera la imagen de Katie Wallace quien hiciera subir su temperatura corporal.

Todo el mundo excepto Blake, por lo visto, sabía que Brittany no era más que una niña de papá malcriada. Además, era una de esas mujeres que daba mala reputación a las «bellezas sureñas».

Intentando no parecer rabiosa, Wendy se dejó caer en los almohadones.

—¿Qué ves en esa mujer? —exigió con voz frustrada. Antes de que Blake pudiera contestar, alzó una mano. No estaba de humor para oír cumplidos dedicados a una mujer que nunca le había gustado—. Quiero decir, aparte de lo obvio: que se caería de bruces si girara demasiado rápido —la mujer de la que hablaban tenía la cara bonita, el busto enorme y la cabeza hueca, por no mencionar que no tenía corazón.

Blake, teniendo en cuenta que Wendy estaba embarazada y tenía las hormonas descontroladas, dejó pasar el último comentario.

—No conoces a Brittany —se limitó a decir.

—Oh, sí la conozco, Blake, de verdad —aseguró. Clavó en él una mirada de desesperación—. Blake, no es lo bastante buena para ti.

Él se rio. Cuando Wendy era muy jovencita, había sido muy posesiva de él y celosa de cualquiera a quien le dedicara tiempo. Supuso que aún quedaban atisbos de esa niña, aunque se hubiera convertido en una mujer casada.

—Dirías lo mismo de cualquiera.

Su protesta hizo que Wendy pensara en Katie. Era encantadora y tenía mucho a su favor. La familia de Katie vivía al lado de la suya, en Atlanta, y habían crecido juntos. Era buena, bonita y lista, y no tenía ni un ápice de egoísmo.

Brittany, por otro lado, estaba convencida de que el mundo existía para su placer. Y de que, además, giraba alrededor de ella.

Si bien era cierto que Brittany y Blake habían salido juntos cuando él estaba en el último año de facultad y de eso ya había pasado tiempo, por lo que Wendy había oído, ella no había cambiado nada.

—No —afirmo Wendy—. No lo haría.

—Sí que lo harías —insistió Blake, convencido de que tenía razón y ella estaba actuando como la hermanita protectora que había sido una vez—. Pero no importa. Está decidido. Voy a lanzar una campaña...

—¿Una campaña? —cuestionó Wendy, preguntándose si seguían hablando de lo mismo.

—Sí. Una campaña empresarial —Blake pensaba que esa era la estrategia que le había faltado. Tenía que enfrentarse a su objetivo utilizando su fuerza y destreza para ganar el «premio»—. Eso es lo que debería haber hecho desde el principio, en vez de retirarme —le dijo a Wendy.

Cuanto más hablaba de ello, más se convencía de que ese era el enfoque adecuado.

—Si hubiera ido tras Brittany como voy tras un cliente nuevo, la habría conquistado hace mucho tiempo —miró el vientre hinchado de su hermana—. Y la pequeña MaryAnne tendría una tía más cuando naciera.

«Que Dios no lo quiera», pensó Wendy, mordiéndose la lengua para no decirlo en voz alta.

—Tu idea de montar una oficina en casa de Scott no es nada mala —continuó Blake, poniendo orden a sus pensamientos—. Si quiero enfrentarme a este problema con profesionalidad...

Wendy controló el deseo de decirle a su hermano que se había precipitado en su sugerencia. Que lo necesitaba a su lado para que paliara su aburrimiento.

Pero si Blake estaba decidido, seguiría hablando de Brittany y de lo maravillosa que le parecía. También sabía que tendría tentaciones de estrangular a su querido hermano si él charlaba sin descanso sobre Brittany y sus supuestas cualidades. Como mínimo, le provocaría náuseas.

Tenía que encontrar la manera de intentar ponerle la zancadilla a ese absurdo plan de campaña. No porque creyera que la despiadada Brittany fuera a acabar casándose con su hermano. La conocía lo bastante para saber que estaba demasiado acostumbrada a contar con la admiración de un montón de hombres como para renunciar a ese placer por solo uno.

Pero si Blake se centraba en conquistar a Brittany, antes o después, ella le arrancaría el corazón y no se lo devolvería precisamente en bandeja de plata. Wendy estaba dispuesta a hacer cuanto hiciese falta para librar a su hermano de ese dolor y esa humillación.

Pero sus limitaciones físicas eran obvias. Wendy frunció el ceño mirando la cama en la que estaba prisionera. Para conseguir que le dieran el alta en el hospital de San Antonio, había tenido que dar su palabra de que no se movería de la cama. Su médico había querido que se quedara en el hospital hasta el nacimiento de su hija. Solo el compromiso de reposo absoluto había conseguido librarla de tamaña tortura.

Así que iba a necesitar una aliada que actuara en su lugar. En concreto, necesitaba a la mujer que podía conseguir que su hermano abandonara la ridícula idea de pedirle a Brittany Everett que se convirtiera en la señora de Blake Fortune.

—Si vas a montar una oficina —dijo Wendy—, merecería la pena que llamaras a Katie para que viniera a reunirse contigo.

—¿Katie? —repitió Blake, desconcertado por la sugerencia.

—Wallace —añadió Wendy, sin necesidad. Katie era tan parte de la vida de su hermano como cualquier miembro de la familia. Posiblemente más—. Ya sabes, tu secretaria de marketing. Una chica guapa, veinticuatro años, un metro sesenta y siete, cabello castaño y cálidos ojos marrones...

—Sé quién es Katie —rezongó Blake. Después, pensó en la sugerencia de su hermana y asintió—. Pues traer a Katie tampoco es mala idea, ¿sabes?

—Claro que no es mala idea —dijo Wendy con serenidad mientras gritaba «¡Sí!» en silencio—. Es una idea maravillosa. Puede ayudarte con tu trabajo —dijo, rezando porque pudiera distraerlo de su interés por Brittany y hacerle volver al redil.

Blake trabajaba mucho y bien, y era muy valioso para FortuneSur. Con un poco de suerte, esa tontería de Brittany se quedaría en eso, en tontería.

—Katie es una excelente organizadora —le recordó.

Además, si Wendy interactuaba con Katie, tal vez olvidara su propósito de conquistar a Señorita Malaelección. O, al menos, le daría vergüenza hablar de su intención en presencia de Katie, y no pondría en práctica el ridículo plan que estuviera cocinando en su mente.

Aunque nunca habían hablado de ello, Wendy estaba segura de que Katie tenía sentimientos por Blake. Tal vez incluso estuviera enamorada. Se veía en sus ojos. Por desgracia, el bobo de Blake no la miraba lo suficiente como para captarlo.

—Pondré manos a la obra —dijo Blake alegremente. Se levantó de la silla y se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Eres la mejor —afirmó con entusiasmo.

—Claro que lo soy —corroboró ella.

—Katie, te necesito.

Katie Wallace casi dejó caer el auricular cuando la voz de Blake Fortune resonó en su oído, diciendo las palabras que llevaba esperando oír casi toda una vida. Palabras que había estado casi segura de que nunca escucharía.

«Katie, te necesito». Lo había dicho. Blake lo había dicho por fin.

A ella.

No estaban en mitad de una larguísima reunión, ni en una maratón de trabajo que les llevaría toda la noche, como ocurría con frecuencia. Ni siquiera estaban en la misma habitación. Blake la llamaba desde Red Rock, donde suponía que estaba de vacaciones u ocupándose de alguna emergencia familiar.

Desde que el tornado había pasado por Red Rock, había seguido las noticias religiosamente y leído cuanto había caído en sus manos sobre la devastación del idílico pueblecito de Texas al que se había trasladado Wendy, su amiga desde la infancia.

Cuando golpeó el tornado, interrumpieron la programación de televisión con un boletín de noticias urgentes. Mientras escuchaba y observaba, su mundo había quedado en suspenso. Había querido asistir a la boda de Wendy, pero debido a ciertas circunstancias de trabajo, había tenido que quedarse en la oficina, capeando el temporal.

Casi se le había parado el corazón al oír la noticia. Sabía que Blake y Wendy, así como el resto de la familia, estaban allí, en el camino del tornado. Solo con pensarlo, perdía los nervios. De inmediato, había empezado a rezar y a buscar más información.

En un momento dado había estado a punto de salir de la oficina e intentar tomar el primer vuelo a Red Rock, pero habían cancelado todos los vuelos con ese destino, tanto directos como con escalas. Según se fueron recibiendo más noticias, descubrió que ya no había aeropuerto donde aterrizar. El tornado se había encargado de eso.

Ese primer día había estado en pie más de veinticuatro horas, pendiente de todos los canales de televisión y de Internet, buscando información. Buscando los nombres de los que no habían sobrevivido y rezando con desesperación por no reconocer ninguno de ellos.

Sobre todo el del hombre a quien amaba con todo su corazón desde que era una niña pequeña.

Y no porque Blake Fortune se hubiera fijado en ella. La veía, pero no como ella quería ser vista. De niña había sido para él la vecinita pesada, amiga de su hermana. Más adelante, la había visto como una licenciada en marketing con aptitudes más que suficientes para contratarla. Pero nunca la veía como lo que era: una mujer dispuesta y capaz de amarlo como él deseaba ser amado.

Aun así, algo era mejor que nada, así que de niña se había conformado con sus palabras burlonas y sus bromas, simulando indignación pero secretamente encantada con que le prestara atención. Había decidido hacía mucho tiempo que cualquier cosa que hiciera que Blake la mirase, le valía.

Con el paso de los años, por supuesto, había querido más. No podía evitarlo. Quería que la mirase como a algo más que Katie Wallace, la niña de la puerta de al lado.

Por eso había ido a la universidad a graduarse en marketing. Esa era la llave para acercarse más a él, si no en su vida privada, al menos en la profesional. Había alimentado la esperanza de que si trabajaba mucho y se hacía imprescindible, un día Blake se despertaría y comprendería que sus sentimientos por ella iban más allá de los de un jefe.

Ese había sido su plan, pero, aun así, en ese momento le estaba costando creer que no estaba soñando. ¿De verdad estaba Blake diciendo lo que creía que decía?

¿Después de tanto tiempo?

—¿Disculpa? —musitó, con el corazón tronándole en el pecho—. ¿Podrías repetir eso, por favor? —por si acaso le parecía una pregunta maliciosa, se explicó—. Hay una interferencia en la línea, no he oído bien lo que acabas de decir.

—He dicho que te necesito —dijo Blake, alzando la voz—. Parece que voy a estar aquí más tiempo del que esperaba. Al menos dos semanas, quizás tres. ¿Cuándo podrías venir?

Katie se permitió saborear sus palabras durante treinta segundos. Se preguntó dónde estaban las mágicas zapatillas rojo rubí de Dorothy cuando hacían falta. Si las tuviera, le bastaría con chocar los talones tres veces y aparecería al lado de Blake. Tal y como deseaba con desesperación.

Sabía que la llamada tenía que estar relacionada con el trabajo, y que Blake la necesitaba a su lado como organizadora, pero consideraba la frase que había dicho como un primer paso en la dirección correcta. Se prometió que, algún día, Blake llegaría a darse cuenta de que la necesitaba de verdad, y no solo como secretaria ejecutiva.

—Puedo tomar el primer vuelo —le prometió. Mientras hablaba, empezó la búsqueda en Internet, consultando aerolíneas y horarios—. Te llamaré en cuanto tenga la reserva.

—Esa es mi chica —dijo él—. Sabía que podía contar contigo.

«Esa es mi chica».

Las cuatro palabras resonaron en su mente una y otra vez mientras corría a su apartamento y establecía un nuevo récord mundial de velocidad haciendo el equipaje.

«Esa es mi chica». Sonrió con alegría.

Decididamente, iba por buen camino.

Capítulo 2

Seguro que no te importa que monte una oficina en tu casa? —le preguntó Blake a su hermano mayor, Scott, por segunda vez.

En circunstancias normales habría optado por utilizar una de las oficinas del edificio en el que se encontraba la Fundación Fortune, en el pueblo. Pero no era posible porque había sufrido importantes daños estructurales durante el tornado.

Hacía muy poco que Scott había decidido trasladarse de Atlanta a Red Rock y acababa de comprar un rancho y la casa que incluía. Él y Christina, la mujer que había conquistado su corazón, estaban redecorando las habitaciones y muchas seguían sin ocupar. Blake quería una como oficina temporal, siempre que Scott no tuviera nada que objetar.

—Quiero decir, ya soy bastante molestia, viviendo aquí hasta que la bebé de Wendy sea lo bastante fuerte para hacernos tíos —Blake pensó un momento y decidió consultar a Scott, en su calidad de residente en Red Rock—. Tal vez sería mejor que alquilara un par de habitaciones en la ciudad...

Scott agitó la mano, rechazando lo que anticipaba completaría el pensamiento de su hermano.

—Después del tornado, todo lo que había disponible en Red Rock se ha convertido en alojamiento temporal para la gente que perdió su casa y para la gente cuya casa hay quedado tan dañada que no es segura de momento. Además —añadió Scott tras pensarlo un minuto—, convertir parte de mi casa en FortuneSurOeste podría hacer que ganara algunos puntos con el viejo, aunque lo dudo.

Su padre, como todos sabían, tenía unos estándares muy elevados que, en opinión de Scott, a veces hasta al mismo Dios le costaría alcanzar. No había sido de ninguna ayuda que, después del tornado, Scott hubiera decidido no volver a Atlanta y quedarse allí con la mujer que creía era su alma gemela. Una mujer a la que había conocido tan solo un mes antes. El viejo Fortune sin duda creía que Scott había perdido la cabeza, en vez de encontrar su alma.

—¿Estás seguro de que no molestaré? —insistió Blake.

Pensó que iba a costarle acostumbrarse al nuevo, mejorado y más relajado Scott. Hasta hacía poco más de un mes, Scott había sido tan adicto al trabajo como su padre o su hermano mayor, Michael. Sin embargo, era indudable que el cambio de su hermano había sido a mejor.

—No, a no ser que pretendas tumbarte delante de la puerta como un obstáculo humano —contestó Scott. Sonrió mirando a su hermano que, con veintisiete años, era cinco más joven que él—. Podría estar bien tenerte por aquí un tiempo. Dejando de lado el incidente de quedar enterrados vivos en Nochevieja y la boda de Wendy, ya apenas nos vemos —comentó.

—Dice el adicto al trabajo —interpuso Blake, divertido por el comentario.

—Ya no lo soy—aseveró Scott—. Ese tornado me hizo reexaminar mis prioridades —Scott pensaba que estar a punto de morir tenía ese efecto en las personas. Tenía la sensación de haber recibido una segunda oportunidad por una razón, y no iba a desperdiciarla volviendo al «ritmo de siempre»—. En la vida hay mucho más que buscar diferentes maneras de seguir construyendo un imperio de las telecomunicaciones.

Blake pensó que su hermano era sincero. No se trataba de una fase pasajera. Scott se había tomado en serio lo de echar raíces en Red Rock porque vivir allí era importante para Christina, su futura esposa y, por tanto, lo era para él.

—Sí, sé lo que quieres decir respecto a reexaminar mis prioridades —al ver que Scott enarcaba una ceja, intrigado, Blake se explicó—. Le dije a Wendy que tengo la sensación de que mi vida lleva mucho tiempo en suspenso y ya es hora de que haga algo al respecto.

—¿Te importaría compartir ese algo? —preguntó Scott divertido por la expresión seria de Blake.

—Voy a ir a por la que se escapó —dijo Blake.

Scott asintió y sonrió. Por muy adicto al trabajo que hubiera sido en Atlanta, eso no quería decir que hubiera llevado una venda en los ojos veinticuatro horas al día. Era muy consciente de cómo la secretaria de su hermano, Katie Wallace, lo miraba cuando creía que nadie prestaba atención. En aquella época le había parecido gracioso, pero desde que era él quien estaba enamorado, entendía cómo se había sentido, y seguiría sintiéndose ella. Sin embargo, algo no cuadraba.

—No tenía conciencia de que «hubiera escapado» —comentó Scott.

—Sí, claro que lo hizo —le aseguró Blake, pensando que o bien Scott había estado demasiado ocupado para enterarse o había olvidado el episodio.

—O sea, que vas a por... —empezó Scott, suponiendo que se había perdido algún capítulo de la vida de Blake.

—Brittany Everett, sí —concluyó Blake.

Durante un segundo, Scott se limitó a mirarlo fijamente.

—Oh —murmuró después. Más para sí que para su hermano.

—¿Qué quieres decir con ese «oh»?

No tenía sentido hablar de Katie si su hermano tenía la vista puesta en una insulsa prima donna como Brittany Everett. Igual que el resto de la familia, porque todos se movían en círculos similares, tenía un vago recuerdo de la mujer, y lo que sabía de ella no lo atraía en absoluto.

—Nada —Scott encogió los hombros para ocultar su desliz—, solo me sorprende que tengas tanto empeño en emparejarte con ella —rememoró un momento la época de estudiante de su hermano—. ¿No te dejó Brittany justo después de la graduación?

—Nadie dejó a nadie —protestó Blake—. Simplemente nos fuimos alejando el uno del otro.

—Ya, después de que la encontraras morreándose con otro tipo, si no recuerdo mal.

—Tendría que haber luchado por ella.

«Tendrías que haberte librado de ella mucho antes que eso», pensó Scott. Pero Blake era un adulto capaz de tomar sus propias decisiones. Además, Scott tenía la sensación de que cuanto más hablara en contra de Brittany, cuyos únicos atributos eran físicos, más se empeñaría por ella Blake. En eso su hermano y él se parecían mucho. Así que decidió dejar el tema y esperar que ocurriera lo mejor.

—Como tú digas. Oye, le prometí a Christina que comería con ella, así que será mejor que me ponga en marcha. Buena suerte con lo que sea que estés planeando —«y espero que recuperes el sentido común cuanto antes», añadió para sí.

—Vaya, yo también tengo que irme —dijo Blake, tras mirar su reloj—. Tengo que ir al aeropuerto de San Antonio a recoger a Katie —se reunió con su hermano en el vestíbulo—. Viene a ayudarme en mi estrategia para reconquistar a Brittany.

—¿En serio? —Scott lo miró atónito. Algo fallaba en esa historia—. ¿De verdad le has dicho a Katie que vas a lanzar una campaña para conseguir que Brittany se convierta en la señora de Blake Fortune?

—Bueno, no con esas palabras —admitió Blake. Vio que la boca de su hermano se curvaba con una amplia sonrisa. No era consciente de haber dicho nada gracioso—. ¿Qué?

—Nada —Scott agitó la mano e intentó controlar la risa—. Solo, que te deseo buena suerte con eso —no pudo resistirse a añadir una pregunta—. Por cierto, ¿cuántos hombres te gustaría que llevaran el féretro en tu funeral?

—¿Qué se supone que quieres decir con eso? —Blake se preguntó si el tornado había afectado a Scott más de lo que habían creído. Lo que decía no tenía ningún sentido.

Pero Scott siguió sonriendo con expresión misteriosa. Después, le dio una palmadita en el hombro.

—Ya lo descubrirás, Blake —le aseguró, antes de apresurarse a salir de la casa.

Blake sacudió la cabeza mientras salía también, e iba hacia el coche que había dejado aparcado en la enorme entrada circular. Desechó la extraña conversación con Scott.

En ese momento tenía algo más importante que hacer.

Tal y como lo veía, si el vuelo de Atlanta llegaba puntual, llegaría al aeropuerto por los pelos, siempre que no hubiera ningún incidente. Se había acostumbrado a añadir esa puntualización desde que el tornado había puesto su vida y la de su familia patas arriba.

Katie llevaba a propósito solo una maleta de cabina. No le apetecía desperdiciar tiempo esperando a recoger su equipaje.

Así que, en aras de la rapidez y la eficacia, Katie había metido en una maleta pequeña cuanto creía que podía hacerle falta y que no podría comprar en cualquier tienda de Red Rock. Tras llenar la maleta hasta que estuvo a punto de reventar, se sentó encima y luchó con la cremallera hasta que consiguió cerrarla.

Tuvo la suerte de poder reservar el último billete de avión para el siguiente vuelo al aeropuerto internacional de San Antonio.

No se relajó en todo el vuelo porque su mente no dejaba de aferrarse a la frase clave que había utilizado Blake cuando la llamó por teléfono.

«Te necesito».

Una parte de ella seguía sin creer que tal vez por fin había llegado el día en el que todo lo que había soñado durante mucho tiempo podría empezar a ocurrir.

«No empieces a enviar invitaciones de boda todavía», le advirtió su mente. Esa era la parte de ella que seguía esperando oír lo malo del asunto.