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Nick Wainwright era un ejecutivo que podía manejar los negocios con los ojos cerrados, pero, ¿un bebé? Nick necesitaba ayuda... una niñera para su adorado hijo Jamie. Reese estaba encantada de que le ofrecieran cuidar a Jamie y de trabajar para el atractivo padre del bebé. Hasta ese momento su trabajo lo había sido todo, pero imaginar una vida como novia de Nick en compañía del pequeño Jamie le sonaba cada vez más a música celestial.
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Seitenzahl: 196
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2011 Rebecca Winters. Todos los derechos reservados. LA NIÑERA Y EL EJECUTIVO, N.º 2392 - abril 2011 Título original: The Nanny and the CEO Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-282-7 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
Promoción
–¿SEÑORITA Chamberlain? Usted es la siguiente. Segunda puerta a la izquierda.
–Gracias.
Reese se levantó de la silla y pasó delante de la mujer de la recepción para llegar al pasillo. A las diez de la mañana, la Agencia de Empleo de la Calle 59 East en el lado este de Nueva York ya estaba atestada de gente que necesitaba un trabajo. Había indagado y descubierto que se trataba de una de las agencias de más renombre de la ciudad.
No tenía idea de lo que alguien se ponía para hacer una entrevista para ser niñera. Al final había optado por una blusa amarilla de manga corta con una falda a juego, atuendo parecido al que había usado para la entrevista inicial del miércoles. Era la primera llamada que recibía en tres días. Como no la contrataran, al día siguiente no le quedaría más remedio que regresar a casa, en Nebraska, lo último que deseaba hacer.
Su padre era dueño de un almacén de madera y siempre podría darle un trabajo si no conseguía encontrar algo que le gustara, pero no le pagaría el dinero que necesitaba. Y lo que era peor, no le tentaba nada la idea de volver a ver a Jeremy, algo que sería inevitable, ya que daba la casualidad de que su ex novio trabajaba en el departamento de préstamos del banco con el que su padre hacía negocios. La noticia de que había vuelto no tardaría en propagarse.
–Pase, señorita Chamberlain.
–Hola, otra vez, señor Lloyd –era el hombre que había aceptado su primera solicitud.
–Permita que le presente a la señora Tribe. Es la secretaria personal del señor Nicholas Wainwright aquí en NuevaYork y ha estado buscando a la niñera adecuada para su jefe. Las dejaré solas durante unos minutos.
La mujer morena y elegante, impecablemente vestida con un traje de corte profesional, apenas pasaba de los cincuenta años.
–Por favor, siéntese. Reese, ¿verdad?
–Sí.
La otra mujer ladeó la cabeza.
–Posee excelentes referencias. Por su solicitud es evidente que es usted una estudiante y una intelectual. Ya que está soltera y carece de experiencia en el cuidado de los hijos de otras personas, ¿por qué solicitó el puesto de niñera?
Reese podía mentir, pero tuvo la impresión de que esa mujer vería a través de ella.
–Necesito ganar todo el dinero que sea posible este verano para poder seguir en la universidad hasta graduarme. Mi beca académica no cubre alojamiento y comida. Incluso los de fuera hemos oído que los trabajos de niñera se pueden llegar a pagar bien en Nueva York, así que pensé en presentarme al puesto –esperó que esa explicación le resultara lo bastante franca.
–Cuidar de niños es un trabajo excepcionalmente duro. Lo sé porque yo crié a dos propios.
Reese sonrió.
–Nunca he estado casada, pero soy la mayor de una familia de seis hijos e hice muchas veces de canguro a lo largo de los años. Tenía catorce años cuando nació mi hermana menor. Mi madre tuvo que permanecer en cama, de modo que yo ayudé con el bebé. Mi hermana era adorable y me encantó. Pero –dijo con un suspiro–, eso fue hace doce años. Sin embargo, cuidar de niños es como aprender a atarte los cordones de los zapatos, ¿no cree? En cuanto se descubre, jamás se olvida.
La otra mujer la observó con mirada penetrante mientras asentía.
–Estoy de acuerdo.
–¿Cuántos hijos tienen? –«por favor, que no sean más de tres». Aunque no rechazaría el trabajo si la paga era buena.
–El señor Wainwright es viudo, con un bebé de diez semanas llamado Jamie.
La noticia fue como una revelación. Había dado por hecho que trabajaría para una pareja con varios hijos, siempre y cuando le ofrecieran el trabajo.
–Entonces, aún lamenta la pérdida de su esposa –movió la cabeza–. Qué triste para él y para el niño, que jamás conocerá a su madre.
–Es una pérdida trágica para ambos. El señor Wainwright ha arreglado que una niñera que ha trabajado con otra familia empiece a trabajar para él, pero no puede venir hasta septiembre. Uno de los motivos por el que nos interesó su solicitud fue que sólo buscaba trabajo para el verano.
¿Uno de los motivos? Eso despertó su curiosidad.
–¿Cuáles fueron los otros?
–No solicitaba un sueldo descabellado. Y finalmente, uno de sus profesores en Wharton me dijo que estudiaba allí con una beca completa. Bien por usted. Una oportunidad como ésa sólo se le presenta a un grupo de élite de estudiantes graduados. Significa que algún día tendrá una carrera brillante en los negocios.
El objetivo de Reese para el futuro era dirigir su propia empresa de corretaje de valores bursátiles.
–Es mi sueño.
El sueño que los había separado a Jeremy y a ella.
A Jeremy no le había molestado que terminara sus estudios en la Universidad de Nebraska, pero la beca en Wharton había representado un traslado importante a Pennsylvania. La insinuación de que era demasiado ambiciosa condujo al núcleo del problema que lo carcomía. Él no había querido por esposa a una futura ejecutiva. A cambio, Reese comprendió que había tenido suerte de escapar de un futuro marido demasiado controlador. La ruptura había sido dolorosa en su momento, pero el dolor ya comenzaba a menguar. No quería volver con él.
La señora Tribe se reclinó en su sillón y la estudió.
–También era mi sueño, pero yo no saqué las notas que he visto en las copias que ha presentado. Otro de sus profesores me dijo que ve un toque de genio en usted. Me gusta oír eso.
Reese no pudo imaginar qué profesor habría sido.
–Me ha alegrado el día.
–Lo mismo digo –murmuró, sonando sorprendida por sus propios pensamientos–. Siempre y cuando se sienta bien con la situación después de ver al bebé y hablar sobre las expectativas que alberga el señor Wainwright para usted en ese aspecto, creo que es perfecta para el puesto. Desde luego, la decisión final depende de él.
Apenas podía creer haber llegado tan lejos en la entrevista.
–No sé cómo darle las gracias, señora Tribe. Prometo que no los defraudaré a ninguno de los dos. ¿Tiene una foto del bebé?
La otra mujer frunció el ceño.
–No, pero conocerá al bebé y a su padre esta tarde. ¿Dónde ha estado alojándose desde que dejó Filadelfia?
–En el Hotel Chelsea Star, en la calle 30 Oeste.
–¿Dijo que estaría disponible de inmediato?
–¡Sí! –la habitación le costaba cincuenta dólares por noche. No podía permitirse el lujo de seguir en Nueva York pasado ese día.
–Eso está bien. Si él decide seguir mi recomendación y estipula un salario que a usted le resulte satisfactorio, entonces querrá que comience hoy mismo.
–¿Qué he de ponerme para la entrevista? ¿Necesito algún tipo de uniforme? Esto es completamente nuevo para mí.
–Para las dos –fue la respuesta sincera–. Vaya con lo que lleva puesto. Si él tiene alguna otra sugerencia, se la comunicará. Hay algo que debe saber. Desde que el bebé nació, ha estado cuidado por sus abuelos maternos.
–¿Siguen viviendo con el señor Wainwright?
–No. Los Hirst viven en White Plains. A una hora de distancia con tráfico denso.
¿Significaba eso que no había estado con su hijo en el último par de meses? No... eso no podía estar bien. Si contrataba a una niñera, probablemente los abuelos se marcharían a casa.
–Comprendo. ¿Tiene Jamie abuelos paternos también?
–Sí. En este momento, están de viaje –fue la respuesta vaga.
Reese procedía de una familia grande. Tanto sus abuelos maternos como paternos seguían vivos y muy activos con la familia. Tenía siete tíos. La última cuenta le había dado veintiocho primos. Con sus hermanos, incluida la siguiente mayor, Carrie, casada y con dos hijos menores de tres años, el número se elevaba a treinta y cuatro. Se preguntó si su jefe tendría hermanos u otra familia.
–Usted lleva tiempo con el señor Wainwright. ¿Considera que haya algo de importancia que deba conocer con antelación?
–Es puntual.
–Lo recordaré –se puso de pie–. No le ocuparé más tiempo. Gracias por esta oportunidad, señora Tribe.
–Ha sido un placer. Una limusina pasará a recogerla a la una en punto.
–Estaré esperando abajo. Oh... una pregunta más. ¿Cómo se gana la vida el señor Wainwright?
La otra mujer enarcó las cejas.
–Como estudió en Wharton, pensé que ya habría establecido la conexión, de lo contrario se lo habría dicho. Es el presidente de Sherborne-Wainwright & Co., en Broadway. Buena suerte.
–Gracias –murmuró Reese conmocionada.
¿Era ese Wainwright?
Era una de las firmas bursátiles más prestigiosas de Nueva York, si no la principal, con raíces que se remontaban a un par de cientos de años. La revelación la aturdió en varios sentidos. De algún modo, había imaginado al hombre que dirigía esa gran empresa con cincuenta y tantos años. Por lo general se requería ese tiempo para llegar a ese nivel. El bebé podía estar justificado por haberse casado con una mujer más joven.
Nick Wainwright se hallaba a un lado de la tumba. En recuerdo de Erica Woodward Hirst Wainwright.
Se era muy joven para morir con treinta y dos años.
–Lamento haberte descuidado tanto como para que eso llevara a nuestro divorcio, Erica. Antes de separarnos, ni por un momento pensé que podrías estar embarazada con nuestro hijo o que perderías la vida en el parto. Mi corazón sufre por nuestro pequeño que necesita a su madre. Fue tu último deseo que yo lo criara, pero temí no saber cómo ser un buen padre para él. Por eso dejé que tus padres cuidaran de él todo este tiempo, pero ya estoy preparado. Te juro que haré todo lo que esté en mi poder para ser un mejor padre para él que marido fui para ti. Si me estás escuchando, sólo quería que supieras que juro mantener esa promesa.
Después de apoyar unas flores frescas sobre la lápida, regresó rápidamente a la limusina que lo esperaba en la distancia. No había vuelto al cementerio desde el funeral. La visita lo llenó de pesar por lo que había salido mal, pero con la decisión tomada de llevarse a Jamie a casa, era idóneo que primero hubiera ido a la tumba de Erica.
A esa hora tan temprana, sólo estaba Paul, su chófer, para verlo. Al cerrar la puerta de atrás, miró el último y más seguro modelo de asiento de coche para bebé que había encargado. Antes de que acabara la mañana, su hijo de diez semanas volvería a la ciudad con él.
–Vayamos a la casa de mis suegros.
Su chófer, de mediana edad, asintió y arrancó. Paul había trabajado para su padre cuando Nick era un adolescente. Con su padre en una jubilación parcial y estando él al frente de la empresa, lo había heredado. Con el paso de los años, se habían hecho buenos amigos.
En cuanto salieron del cementerio, se reclinó en el asiento y se pasó una mano por la cara. En unos pocos minutos iba a tener lugar una escena, pero se había estado preparando para ella.
Antes del nacimiento del bebé, durante los nueve meses del embarazo no había vivido con Erica. Su muerte le había llegado como una conmoción tremenda. Aunque había dejado que sus padres se llevaran al bebé desde el hospital, no había tenido intención que esa situación durara más que unas pocas semanas.
En ese tiempo, pretendía encontrar una ayuda a tiempo completo para el bebé, pero debido a la culpa que sentía por el modo en que su matrimonio se había desmoronado, había dejado que la situación se prolongara demasiado.
Cuando llamó al pediatra de White Plains al que habían recurrido en el momento del parto, éste le había informado de que si pretendía establecer un vínculo con su hijo, no debería esperar mucho más tiempo para ser su padre las veinticuatro horas del día.
También le dio el número del doctor Hebert Wells, un pediatra altamente recomendado que tenía una clínica en la zona del Upper West Side de Nueva York y que podría ocuparse del cuidado de Jamie. Luego le deseó buena suerte.
Después de esa conversación, había llamado a su abogado y le había explicado lo que quería hacer. Éste se había puesto en contacto con el abogado de los Hirst para comunicarles que Nick estaba preparado para asumir las responsabilidades de padre y que iría a buscar a Jamie con el fin de llevarlo a casa.
Los padres de Erica habían deseado que esperara hasta que la niñera que habían elegido estuviera disponible. Querían el control sobre el modo en que su único nieto, un futuro Hirst que continuaría con la tradición familiar, sería criado.
Pero él no estaba dispuesto a esperar más. A través de sus abogados les prometió consultarles algunos asuntos y llevar a Jamie de visita a White Plains, pero en el fondo sabía que nada de lo que les dijera los tranquilizaría. El tiempo debería ocuparse de ese problema.
Su familia, que vivía en Long Island, también quería el control de su único nieto. Pero en ese momento se hallaban en la villa de Cannes con unos amigos, seguros de que Nick haría lo que fuera necesario para mantener sosegada a la familia política.
–Los padres de Erica están dispuestos a tenerlo por ahora –le había explicado su madre–. Sería mejor si dejaras que Jamie se quedara con ellos durante el próximo año.
Nick se conocía el guión de memoria. Sus propios padres ya habían encontrado a otra mujer adecuada para presentarle cuando él se sintiera listo. No veían nada malo en dejar que los padres de Erica supervisaran el cuidado de Jamie, una especie de premio de consuelo para desterrar la culpabilidad por asociación con el hijo que se había divorciado de «la mujer de la temporada».
Esa actitud no lo sorprendía. Él mismo había sido hijo único, criado en el lujo por un completo personal doméstico y no por sus propios padres. Lo que éstos jamás habían entendido era que había sido una vida solitaria, que le había causado gran dolor. No quería eso para Jamie. Pero en el fondo se sentía condenadamente nervioso.
Aunque dirigiera la empresa bursátil familiar con una tradición de doscientos años, no terminaba de saber qué hacer con Jamie. El mundo de un bebé de dos semanas y media era un enigma para él.
Lo había visitado todos los sábados, pero había sido un visitante no bienvenido en lo referente a la familia de Erica. Un personal bien entrenado, aparte de una niñera privada, se encargaba de todas las necesidades de su hijo.
Cuando la antigua mansión colonial de estilo georgiano apareció a la vista y cruzaron la verja principal, Nick decidió que todo iba a cambiar a partir de ese momento. Se bajó de la limusina.
–No tardaré mucho, Paul.
El hombre que empezaba a quedarse calvo sonrió.
–Tengo ganas de verlo. Cada vez que venimos está más grande.
Ése era el problema. Jamie cambiaba y crecía con cada día que pasaba y él no estaba presente para verlo.
Antes de llegar a la resplandeciente puerta blanca, el padre de Erica la abrió. Walter tenía una tupida cabellera blanca y el cuerpo de un golfista. Los padres de Erica eran personas atractivas, pero la expresión furiosa del otro hizo que Nick tuviera que esforzarse para mantener a raya su temperamento.
–¿Walter?
–Antes de dejarte entrar, quiero comunicarte que Anne se encuentra en un estado altamente emocional.
–¿Crees que no soy consciente de ello?
El hombre mayor hizo una mueca.
–Me pidió que te dijera...
–Me lo sé de memoria, Walter –cortó–. Aunque no puedo dar marcha atrás y modificar el pasado, pretendo hacer lo correcto para nuestro hijo. Le dije eso a Erica cuando fui al cementerio hace poco.
El otro pareció sorprendido por esa admisión. Tras una leve vacilación, dijo:
–Pasa a la sala de estar. La niñera te tiene preparado a Jamie.
–Gracias.
Después de tres años de matrimonio, el último separados mientras el divorcio se llevaba a cabo, el hogar de sus suegros estaba lleno de fantasmas del pasado. Al principio, su matrimonio con Erica había sido bastante feliz. Todo el mundo afirmaba que la hermosa hija de los Hirst era el partido de la temporada, pero el tiempo demostró que no eran el uno para el otro, y ella había terminado pasando gran parte del tiempo allí en vez de en la ciudad.
Siguió a su suegro por la casa hasta que llegaron a la sala de estar, una estancia que se había añadido después de que Erica volviera a vivir con ellos. Sin duda con el fin de mantenerla ocupada con algo mientras esperaba que llegara el bebé.
Los ventanales daban a varios acres de jardines inmaculadamente cuidados, verdes y suaves como el terciopelo.
Su suegra se hallaba en uno de los sillones, rígida como una pieza de madera petrificada. Nick miró a su hijo, tumbado en el elegante cochecito. Lo habían vestido para un viaje y se encontraba bien despierto.
No tenía ninguna queja acerca del cuidado recibido por Jamie, pero estaba ansioso por llevárselo, ya que no pensaba permitir que la historia se repitiera ni un día más. Sus padres lo habían descuidado emocionalmente. Erica había sufrido el mismo destino, aunque nunca había sido capaz de reconocerlo y había preferido vivir negándolo.
Se había hecho mucho daño. No pensaba cometer el mismo patrón con Jamie.
–Hola, Anne.
Ella no pudo mirarlo.
Nick fue hacia el cochecito, todavía atónito ante el hecho de que era padre, de que Erica y él eran responsables de la existencia de Jamie.
El bebé había heredado su cuerpo delgado y largo, junto con el pelo negro, pero Nick veía vestigios de la nariz y de la estructura ósea del rostro de Erica en esa carita. Había sido una morena atractiva y esbelta de altura media, como Anne.
–Hola, colega. ¿Me recuerdas? –se inclinó y tomó la mano diminuta de Jamie. Nada más mirarlo, la respiración del bebé se aceleró por la excitación. Agarró el dedo índice de Nick con todos sus deditos. Lo siguiente que supo fue que se lo llevó a la boca, haciendo que su padre riera entre dientes.
Hasta el momento, tenía los ojos de un color terroso y probablemente terminarían siendo castaños como los de Erica y los suyos. Sin duda se llenarían de lágrimas cuando se lo llevara y el bebé se encontrara en un entorno desconocido. Lo mejor era acabar con rapidez.
Alzó al bebé y lo acomodó contra su hombro.
–Vamos, hijo. Iremos a dar una vuelta en el coche con Paul. ¿Te gustaría eso?
Walter le entregó la manta y una bolsa con pañales. Con los ojos le transmitió el mensaje que más le valía cumplir con las promesas que había hecho.
–La niñera imprimió las costumbres de Jamie y las cosas que necesitarás cuando llegues a tu piso.
–No puedo agradeceros lo suficiente que cuidarais de Jamie hasta ahora. Prometo que lo traeré de visita el sábado próximo.
–Te esperaremos –pero no consiguió que su mujer alzara la cabeza.
–Siempre que cualquiera de vosotros desee verlo, pa-saos por el piso. Si yo estoy trabajando, la niñera os dejará entrar.
En ese momento Anne alzó de repente la cabeza, el rostro carente de animación.
–Barbara Cosgriff no puede dejar libre a su niñera hasta septiembre. No hay motivo alguno para que te lleves a nuestro nieto –el reproche en su voz fue palpable.
–Sobran los motivos, Anne. Echo de menos a mi hijo y hasta entonces voy a contratar a alguien.
–¿A quién? –demandó.
–Aún no estoy seguro. Mi secretaria ha estado entrevistando candidatas toda la semana. Para mañana espero que me haya encontrado a varias a las que pueda entrevistar yo en persona. Hará una criba exhaustiva. Esa mujer vale su peso en oro y jamás me ha decepcionado.
–¿Qué sabe sobre ser niñera?
–Aunque comprendo que no puedes entenderlo, ha sido una excepcional madre trabajadora y eso jamás ha cambiado desde que vino a trabajar conmigo hace ocho años. Me revela que sabrá qué buscar. Recuerda que la niñera que encuentre estará conmigo sólo tres meses, hasta que la de los Cosgriff quede libre.
Eso era lo que decía, pero en realidad no tenía idea de si contrataría a la niñera de los Cosgriff. Pero esa revelación se podía guardar para otra ocasión.
–Planeo trabajar menos este verano, de modo que no será como si Jamie vaya a estar solo con ella doce horas.
–Si hubieras dedicado más tiempo a viajar con Erica, podrías haber salvado tu matrimonio.
«No, nada lo habría salvado, Anne». Pero sabía que entrar en una discusión postmortem con ella en ese momento sería inútil.
–Tu ático no está acondicionado para albergar un bebé, pero insististe en que Erica viviera allí contigo para que tú pudieras estar más cerca de tu oficina. Ella necesitaba un hogar verdadero donde pudiera recibir a sus amigos.
Volvió a lograr contener su deseo de replicar con sequedad.
–Lo convirtió en un sitio al que podía invitar a sus amigos después de la ópera y el ballet. Me ofrecí a comprar la Mansión Sedgewick en los Hamptons para ella, pero prefirió quedarse con vosotros porque afirmaba que le iba mejor. Jamie y yo nos arreglaremos –aún no sabía cómo, pero lo descubriría. Besó la cabeza sedosa del bebé–. Dadle las gracias a la niñera por las notas que me imprimió. Estoy seguro de que tendré que recurrir a ellas hasta que me acostumbre a la rutina.
–La niñera ha dicho que tiene que tomar otro biberón a la hora de su siesta del mediodía –mantuvo las manos rígidamente unidas sobre el regazo.
–Es bueno saberlo. Por ese entonces habremos llegado al piso –con suerte, ya tendría noticias de Leah Tribe acerca de la niñera–. Os veré el sábado próximo. Recordad que podéis llamar en cualquier momento.
Al marcharse, aún lo invadía cierta incredulidad de que hubiera llegado el día en que dejara todo el horrible pasado atrás. Y le dolió haber esperado tanto para ir en busca de su hijo. Carne de su carne. Sintió un nudo de emoción en la garganta.
Mientras Paul conducía, abrió la bolsa de pañales y sacó las instrucciones. Aparte de incorporar algunos suministros, la niñera había dejado notas precisas sobre la rutina con Jamie, las dosis precisas de leche preparada para el biberón, la asiduidad con la que dormía y ese tipo de cosas.
Ya había encargado a unos grandes almacenes que le llevaran una cuna y un nuevo asiento para coches que había llegado el día anterior. Mientras pensaba en la lista de cosas que aún quedaban por hacer, sonó su teléfono móvil. Contento de ver que era su secretaria, contestó:
–¿Leah? ¿Algún éxito ya?
–He encontrado a alguien que creo que les irá bien tanto a usted como al bebé.
El tipo Mary Poppins sólo existía en el cine.
–Mientras le gusten los niños y sea maternal de verdad, me inclino ante tu sabiduría.
–Dejaré que usted lo juzgue. Sabe que todavía no está contratada. Le dije que una limusina iría a recogerla a la una para que pudiera conocerla y tomara la decisión final.
–¿Puede empezar hoy?
–Sí. Necesita un trabajo con urgencia.
Excelente.
–¿Cómo se llama?
–Reese Chamberlain.
–Háblame más de ella.