La proposición del magnate - Rebecca Winters - E-Book
SONDERANGEBOT

La proposición del magnate E-Book

Rebecca Winters

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El jefe necesita esposa... En cuanto Terri Jeppson se enteró de que su ex marido había resultado herido en un accidente, corrió en su ayuda. Y hasta que le dio aquel masaje terapéutico, por orden facultativa, no cayó en la cuenta de que era imposible que aquel hombre fuera su ex esposo. ¡En realidad era un desconocido muy sexy! Sin saberlo, Terri había entablado amistad con el millonario Ben Herrick; pero aún le quedaba otra sorpresa: la increíble proposición que este estaba a punto de hacerle. Aquel inesperado encuentro había resultado muy revelador, pero ¿debía Terri atreverse a aceptar la proposición de Ben?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 193

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Rebecca Winters

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La proposición del magnate, n.º 1769 - marzo 2016

Título original: The Tycoon’s Proposition

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8027-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

No vas a invitarme a pasar?

Matt Watkins era un atractivo divorciado que se había traslado hacía poco tiempo a Lead, en South Dakota, para dirigir una ajetreada estación de servicio.

Esa noche habían salido juntos por primera vez, pero Terri Jeppson ya sabía que nunca llegaría a interesarse por él. Intuía que estaba buscando esposa, de manera que lo mejor que podía hacer era quitarle las esperanzas cuanto antes.

–Lo siento, Matt. Entro a trabajar muy temprano y…

–Sigues enamorada de tu ex –interrumpió él, en tono más dolido que enfadado.

Terri estuvo a punto de decirle que su amor por Richard había sufrido un temprano final durante sus seis años de matrimonio, pero se contuvo.

–Puede que tengas razón, y que me haya hecho falta salir con otra persona para darme cuenta –era una excusa que podía ayudar a Matt a superar la situación sin demasiados traumas–. Perdóname, por favor. He pasado un rato muy agradable contigo. Gracias por la cena y la película.

Él la miró con dureza.

–Cuando creas haberlo superado, avísame.

Terri asintió antes de cerrar la puerta de su apartamento. Alegrándose de poder olvidar por fin su sentimiento de culpabilidad, fue a la cocina y puso en marcha el contestador.

Su trabajo como subdirectora adjunta de la Cámara de Comercio significaba que recibía muchas llamadas desviadas a su apartamento fuera del horario laborable. La época más ajetreada era el verano y julio, el peor mes, sobre todo por la avalancha de turistas.

Mientras esperaba para escuchar los problemas a los que había que enfrentarse aquella noche, repasó el correo.

Las dos primeras llamadas eran de su madre y de su hermana Beth, que vivía en Lead con su marido, Tom. Desafortunadamente, Beth se había enterado de que Terri tenía una cita. Su familia estaba deseando que conociera a un hombre que «mereciera la pena», y su interés por el tema era transparente. No se iban a alegrar cuando les dijera que no iba a volver a ver a Matt.

–¿Señora Jeppson? –empezaba el tercer mensaje, haciéndole saber que tenía algo que ver con su trabajo. Tiró a la papelera el correo basura mientras escuchaba–. Me llamo Martha Shaw. Llamo de las oficinas de Creighton Herrick en Houston, Texas. Richard, su marido, ha sufrido un accidente donde estaba trabajando. Nos han pedido que acuda lo antes posible a verlo. Ya hemos solicitado un visado especial para que pueda entrar en el país. Como no tendrá que penetrar en la selva, no necesita vacunarse. La empresa se ocupará de sus gastos de transporte y hotel. En cuanto llegue, haga el favor de llamarme al número que le dejaré a continuación, sea de día o de noche. Así podré ocuparme de reservarle el vuelo y el hotel.

Terri movió la cabeza, perpleja.

Richard y ella llevaban casi un año divorciados, y ya habían estado separados seis meses antes de eso. Desde que el divorcio se había hecho firme no habían vuelto a comunicarse. Creía que su ex marido había desaparecido de su vida para siempre.

¿Por qué habría mentido sobre su estado civil? Ella sabía que era feliz siendo un hombre libre, sin ataduras.

En cuanto a trabajar fuera de Estados Unidos, no podía entenderlo, a menos que un vidriero pudiera ganar mucho dinero en algún otro sitio.

Todo resultaba muy misterioso pero, fuera cual fuese la explicación, parecía que su estado era bastante serio, pues de lo contrario la empresa no se habría puesto en contacto con ella.

Tras volver a escuchar el mensaje para anotar el número, hizo la llamada. El teléfono solo sonó dos veces antes de que alguien descolgara.

–Martha Shaw al aparato.

–¿Hola? ¿Señorita Shaw? Soy Terri Jeppson.

–Ah, bien. Me alegra que haya escuchado mi mensaje.

–Gracias por llamar. ¿Está muy grave Richard?

–Ojalá pudiera decirle algo al respecto. Lo siento. Un empleado de la oficina de Herrick en Ecuador llamó a Houston y nos informó de que su marido había resultado herido. Me temo que no puedo darle más detalles, pero eso es habitual cuando el lugar de trabajo se halla tan alejado. El mensaje ha tenido que pasar por varias personas antes de llegar a nosotros. Cuando llegue a Guayaquil, tendrá que llamar a nuestra oficina allí. Le daré el número antes de que colguemos. Estoy segura de que cuando llegue a Ecuador podrán proporcionarle mucha más información. Lo importante es que vaya allí lo antes posible.

Unos minutos después estaba todo organizado para que Terri pudiera volar y hospedarse en un hotel en Guayaquil. Tras dar las gracias a la señorita Shaw, Terri llamó a su jefe para contarle lo sucedido y decirle que tenía que irse urgentemente.

Ray Gladstone, su jefe en la Cámara de Comercio, no podría haberse mostrado más amable al respecto. Dijo que se ocuparía de todo mientras ella estaba fuera y le deseó suerte en su viaje.

A continuación, Terri llamó a su madre y le explicó lo sucedido. A pesar de lo mucho que a esta le desagradaba Richard, por los años de dolor que había causado a su hija, la compasión que le produjo enterarse de lo sucedido se impuso. Le dijo a Terri que Beth y ella se ocuparían de cuidar su apartamento mientras estuviera fuera.

Sin tiempo que perder, Terri se puso a recoger y a hacer el equipaje mientras reflexionaba sobre el cambio que había supuesto aquella llamada telefónica. Hacía mucho tiempo que había relegado a Richard al pasado y, de pronto, no tenía más opción que tomar un avión para acudir a su lado. Como había dicho su madre, era lo más caritativo que podía hacer.

Su mente tuvo que volver muy atrás en el tiempo para recordar que en otra época había estado enamorada de él. Richard era de Spearfish, South Dakota, y se había criado con sus tíos. Su tío era maestro vidriero y Richard aprendió bien el oficio. Cuando sus tíos murieron, encontró trabajo en Lead, donde se casó con Terri. Ella no llegó a conocer su lado oscuro hasta bastante más tarde. Fue manifestándose poco a poco mientras la inquietud de Richard le hacía moverse de una localidad a otra, de un trabajo a otro, de un Estado a otro. Siempre quería más dinero y un trabajo mejor. Terri sospechaba que también había habido otras mujeres. Tenía un problema con la bebida que trataba de ocultar cuando volvía a su casa entre trabajo y trabajo.

Aunque Terri ya no echaba de menos al hombre que había sido incapaz de colmarla como marido, había una parte de ella que siempre amaría el recuerdo del joven de veintidós años con los ojos azules y sonrientes que le propuso matrimonio.

Tal y como habían sido las cosas, Richard había resultado ser un hombre con más encanto que sustancia.

Las largas separaciones, su incapacidad para asentarse y dos abortos sufridos por Terri mientras él estaba fuera contribuyeron al fin del matrimonio. En algún momento, ella dejó de preocuparse por salvarlo.

Pero nada de todo aquello importaba ya. Richard estaba muy lejos y no contaba con el apoyo de nadie.

Dieciocho horas después, una agotada Terri llegaba al aeropuerto de Guayaquil, ciudad con más de ocho millones de habitantes. El clima seco fue una sorpresa para ella, pues esperaba una intensa humedad en el ambiente.

Tras llegar al hotel llamó de inmediato al teléfono que le había facilitado Martha Shaw. Tuvo que hablar con varias personas hasta averiguar que Richard había sido trasladado al hospital San Lorenzo. Esa era toda la información que tenían disponible.

Después se dio una rápida ducha, cambió algunos cheques de viaje en el mismo hotel y tomó un taxi. Dado el caos circulatorio, consideró un milagro llegar al hospital de una pieza. Cuando subió a la planta que le habían indicado fue recibida por el doctor Domínguez, un hombre de avanzada edad que no disimuló su admiración masculina mientras la miraba.

–Su marido se alegrará mucho de verla –dijo en un inglés con marcado acento británico–. Según el pescador local que lo trajo al hospital hace tres días, no dejó de pronunciar su nombre antes de perder el sentido. Como no llevaba ninguna identificación encima, nos llevó bastante tiempo averiguar que trabajaba para la empresa Herrick.

–¿Me está diciendo que aún sigue en coma? –preguntó Terri, sin molestarse en aclarar que ya no era la esposa de Richard.

–No, no. Despertó en el hospital. El mayor problema que tiene es la agitación. Ahora que usted ha llegado, espero que logre descansar lo que necesita.

–¿Cuál es su estado?

–Su vida no corre ningún peligro. Los cortes de la cara han sido suturados y las quemaduras superficiales de las manos sanarán pronto. En cuanto se recupere del hombro dislocado, estará perfectamente. Lo que más problemas le está dando es la garganta. Después del accidente debió tragar algún tipo de contaminante en el agua del mar y tiene la mucosa abrasada.

–Eso es terrible…

–No se preocupe. También se está recuperando bien de eso, pero de momento tiene la garganta inflamada y no puede hablar. Dentro de unos pocos días podrá comunicarse con nosotros y nos contará con exactitud lo sucedido. Entretanto le hemos vendado la cabeza y el rostro para proteger los puntos. Por suerte, se hizo los cortes en el borde del cuero cabelludo y debajo de la barbilla, de manera que no sufrirá ninguna desfiguración.

–¿Puedo verlo ahora?

–Desde luego. Pero tenga en cuenta que hemos dejado la luz de su habitación apagada para ayudarlo a descansar.

Terri asintió.

–La hermana Angélica lo llevará con él –el doctor se volvió y habló rápidamente en español con una enfermera que condujo a Terri hasta la habitación de su ex marido.

Ella siempre había tenido miedo de las momias, de manera que cuando se asomó al interior y vio lo que parecía la cabeza de una momia, dejó escapar un gritito involuntario.

El enfermo movió la cabeza en dirección a ella. La enfermera miró a Terri se llevó un dedo a los labios para que se controlara.

Avergonzada por su reacción, ella asintió y se acercó al borde de la cama.

Richard llevaba el brazo derecho en cabestrillo y tenía agujas intravenosas en ambos brazos por encima de las muñecas. Sus manos parecían enfundadas en unos pequeños guantes de gasa y una máscara de oxígeno cubría su nariz.

–¿Richard? –dijo con suavidad–. Soy Terri. He venido en cuanto me he enterado de tu accidente.

La garganta del enfermo dejó escapar un extraño ruidito.

–No, no trates de hablar. El doctor ha dicho que la garganta se te curará antes si dejas descansar las cuerdas vocales. Yo ya estoy aquí y me quedaré contigo todo el tiempo que sea necesario.

Terri tomó una silla y se sentó junto a la cama. La enfermera sonrió y asintió con la cabeza en señal de aprobación antes de salir de la habitación.

Richard jugaba al fútbol americano en la universidad y era un musculoso hombretón de un metro ochenta y cinco, pero con todos aquellos vendajes parecía aún más grande. La única zona descubierta de su cuerpo era una parte del hombro que no había resultado herido. Normalmente, Richard solía trabajar en camisa, pero Terri supuso que se la habría quitado para sentirse más machito. Eso explicaría el tono bronceado de su piel.

Richard hizo otro ruido apagado y alzó su mano izquierda de las sábanas.

Era un hombre inquieto, y debía estar sufriendo mucho con aquella inmovilidad. Terri se inclinó hacia él y le palmeó una pierna con delicadeza.

–El médico me ha dicho que te vas a poner bien y que no vas a necesitar cirugía plástica para recuperar tu aspecto de siempre. Eso es una gran suerte, porque siempre has sido un rompecorazones.

Notó que Richard agitaba las piernas bajo las sábanas. Debía estar sufriendo un intenso dolor.

Hacía ya un año y medio que no se veían, y tener que encontrarse con su ex marido en aquellas circunstancias ponía las cosas aún más difíciles. ¿Qué podía decirle a un hombre que prácticamente era un desconocido a aquellas alturas?

–El doctor Domínguez me ha dicho que no dejabas de repetir mi nombre al pescador que te salvó. Debo admitir que me ha sorprendido que me anotaras como tu esposa en los impresos de la solicitud que rellenaste para el puesto de trabajo. Estando divorciados como lo estamos, no entiendo por qué lo hiciste. Pero no lamento estar aquí. No debes estar solo en un momento como este. Mi familia te envía sus recuerdos. Todos desean que te recuperes lo antes posible.

Él alzó su brazo izquierdo una vez más y rozó el de Terri antes de volver a bajarlo. Tal vez era su forma de darle las gracias.

–Tomé un avión en cuanto la empresa Herrick se puso en contacto conmigo. Ray me dijo que no me preocupara por el trabajo y me pidió que te transmitiera sus deseos de que te mejores cuanto antes.

Mientras pensaba en qué más decir, Terri no pudo evitar que su corazón se ablandara viendo a Richard en aquel estado.

–No sabía que habías venido a trabajar a Sudamérica. Juzgando por el moreno de tu piel, debes llevar aquí bastante tiempo. Según el médico, podrás hablar dentro de unos días. Entonces podrás decirme lo que necesitas. Si quieres ponerte en contacto con algún amigo, o alguna mujer, haré lo necesario para conseguirlo.

Richard hizo otro sonido con su garganta y trató de alzar la cabeza. Terri sintió que, en lugar de calmarlo, su presencia lo estaba agitando. Temía hacer algo que pudiera retrasar su sanación; se puso en pie.

–Tienes que descansar, Richard. Ahora me voy, pero prometo estar de vuelta por la mañana. Estoy en el Ecuador Inn y voy a dejar el número de mi habitación por si el hospital necesita ponerse en contacto conmigo antes de mañana.

Richard gimió con más claridad que antes. Preocupada por su reacción, Terri salió de la habitación y fue en busca del médico.

–¿Ya se va? –preguntó él, extrañado.

–Richard parece más inquieto desde que he entrado en su habitación. No deja de tratar de hablar.

–Debe ser a causa de la excitación que le ha producido ver de nuevo a su guapa esposa.

Terri pensó que si aquel fuera el caso nunca habrían llegado al divorcio.

–Saber que está aquí hará que se recupere antes –continuó el médico.

Terri movió la cabeza.

–Doctor Domínguez…, yo ya no soy la esposa de Richard –el médico la miró con expresión perpleja y esperó a que continuara–. Hace once meses que estamos divorciados. Desde entonces no he tenido contacto con él y no he sabido dónde se encontraba hasta que me han llamado de Herrick. No sé por qué puso que estaba casado en su solicitud de trabajo, pero estoy segura de que nos lo explicará todo cuando se restablezca y pueda hablar. Lo que más me importa ahora es que se recupere, pero no deja de intentar decirme algo, y eso no puede ser bueno para su garganta. Le he dicho que volvería por la mañana. Estoy en la habitación ciento treinta y siete del Ecuador Inn. Puede localizarme allí a cualquier hora.

–Muy bien –murmuró el doctor, aún desconcertado por la noticia–. Puede que la inquietud haya aumentado porque su presencia aquí sea un recuerdo de la ruptura de su matrimonio. Posiblemente lamenta el divorcio y ese sea el motivo por el que sigue diciendo que está casado. A veces nos hace falta perder algo para darnos cuenta de cuánto nos importa. ¿Se ha planteado que esta podría ser una buena oportunidad para una reconciliación?

Terri estaba convencida de que debía haber otro motivo para que Richard hubiera dicho que aún estaba casado cuando había aceptado ir a trabajar allí.

–Nuestro matrimonio terminó hace tiempo. Sin embargo, aún me preocupo por Richard y quiero que se recupere lo antes posible.

–Es lo mismo que quiero yo.

–Entonces nos vemos mañana.

Terri tomó un taxi de vuelta al hotel. Una vez en su habitación llamó a recepción y pidió que le subieran algo de comer. Cuando llegó la comida se puso el pijama y comió en la cama mientras hablaba con su madre y con Beth y las ponía al tanto de la situación de Richard.

Beth sugirió la posibilidad de que hubiera mentido porque era la única forma de conseguir el trabajo. Era posible que la empresa Herrick tuviera la norma de enviar al extranjero solo a empleados casados.

Era una posibilidad que no se le había ocurrido a Terri. Al día siguiente iría a ver a Richard de nuevo y luego acudiría a las oficinas de Herrick a hacer algunas averiguaciones. Pero en aquellos momentos lo que más necesitaba era una buena noche de sueño para poder enfrentarse a la situación con energía.

A la mañana siguiente, después de desayunar en la habitación, bajó a tomar un taxi.

De camino al hospital miró a su alrededor para aprender a orientarse mejor en la zona. Guayaquil era una gran ciudad portuaria. Su proximidad al mar y su población de habla hispana hacían de ella un lugar fascinante. Con tantas mujeres guapas, Terri supuso que Richard lo habría estado pasando muy bien. Lo del accidente había sido una verdadera lástima.

Sabía que le gustaba mucho pescar y probablemente habría salido en algún bote cuando sufrió el accidente. ¿Habría ido solo? ¿Había algún otro herido?

Estaba impaciente por obtener respuestas a sus preguntas, pero tendría que esperar a que Richard pudiera hacerse entender para que le contara lo sucedido.

Cuando avanzaba por el pasillo del hospital hacia la habitación vio que la puerta estaba entreabierta. Al asomarse distinguió junto a la cama a un doctor joven que estaba retirando el vendaje de la frente de Richard. El médico volvió la cabeza y le dedicó una amplia sonrisa.

–Pase, señora Jeppson. Soy el doctor Fortuna. La estábamos esperando.

Terri no hizo ningún comentario. Evidentemente, el doctor Domínguez no había informado a la plantilla de que Richard y ella estaban divorciados.

–Si su marido pudiera hablar –continuó el doctor Fortuna–, estoy seguro de que le diría que se alegra mucho de que esté aquí. He estado revisando los puntos. El corte de debajo de la barbilla no muestra señales de infección.

Terri sintió un gran alivio al oír la noticia y se sentó en la silla que había al otro lado de la cama para observar. La cama había sido alzada de manera que Richard estaba prácticamente sentado. Le habían quitado la máscara de oxígeno.

Un minuto después pudo ver su pelo. Solía llevarlo rapado al estilo marine, pero habría decidido dejárselo algo más largo durante su estancia en Sudamérica.

–Ah –murmuró el médico con satisfacción mientras retiraba el vendaje–. Todo parece en perfecto estado. Nadie podría adivinar que ha sufrido un corte ahí. Permanezca quieto mientras le cambio el vendaje. Si mañana sigue sin haber infección, no tendrá que continuar llevando la cabeza vendada.

Terri supuso que Richard se habría sentido aún más aliviado que ella al oír la noticia. Debía ser como para volverse loco estar confinado de aquella manera.

–¿Y sus quemaduras, doctor?

–Están mucho mejor. Mañana revisaremos el estado de sus manos y le pondremos un vendaje que le dejará libres los dedos. Además, está respirando a un noventa y cinco por ciento de su capacidad y ya no necesita oxígeno.

–¿Y su hombro?

–Sufrió una dislocación anterior, que es la más común. El cirujano la redujo. Lo único que tiene que hacer su marido es llevar el cabestrillo durante tres o cuatro semanas y quedará perfectamente. Hay que reconocer que está en muy buena forma. ¿Siempre ha trabajado al aire libre?

Terri negó con la cabeza.

–No desde que dejó de jugar al fútbol en la universidad.

–En ese caso, debe haberlo mantenido en secreto. No se puede estar tan en forma como su marido sin hacer ejercicio.

Terri supuso que Richard habría estado yendo al gimnasio durante los meses pasados. No tenía ni idea.

–¿Y su garganta está mejorando de verdad?

–Dentro de unos días estará como nueva.

–Siento parecer tan impaciente.

–Es una prerrogativa de las esposas.

Terri no respondió al comentario.

–Ojalá pudiera hacer algo por él ahora mismo –murmuró.

El médico terminó de vendar a Richard y luego bajó la cama hasta dejarlo prácticamente tumbado.

–Se me ocurre una cosa.

–¿Qué?

–Podría masajearle las piernas y los pies con esa loción que hay sobre la mesa. Hará que se relaje y lo ayudará a dormir.

–De acuerdo.

–Excelente. Estoy seguro de que su marido estará deseando recibir las atenciones de una esposa tan guapa como usted.

El médico estaba equivocado en aquello, pero Terri estaba segura de que Richard ansiaba cualquier alivio que pudiera recibir. Si un masaje podía ayudarlo, ella se sentiría feliz de dárselo.

–Mañana lo meteremos en la ducha por primera vez. Eso también le hará sentirse realmente bien.

Terri no tenía dudas al respecto y le dio las gracias al médico.

–Me impresionan las atenciones que estás recibiendo en este hospital –dijo cuando el doctor hubo salido de la habitación–. Mañana te quitarán todos estos vendajes. Sé que estás deseándolo. Hasta entonces, voy ha hacer lo que me ha aconsejado para aliviarte.

Tomó la loción de la mesa y se acercó a la cama. Tras retirar la sábana para descubrir una de las piernas de Richard hasta la rodilla, vertió un poco de loción en sus manos para empezar a darle el masaje.

Pero cuando empezó a hacerlo se quedó repentinamente paralizada.

¡Dios santo!

¡Aquel hombre no era Richard!

¡La musculosa pierna que estaba tocando no pertenecía a su ex marido! Las piernas de Richard eran más cortas y tenían más pelo, y su pie era más ancho, no tan largo como aquel.

Al notar que empezaba a temblar, retiró las manos y fue rápidamente a encender la luz del techo. Luego volvió junto a la cama y se inclinó para poder mirar bien al hombre.

Unos dolidos ojos grises le devolvieron la mirada. La frenética urgencia que había en ellos conmovió intensamente a Terri.

–Pobrecillo… –murmuró con voz temblorosa–. Pensar que todo el mundo ha creído que eras mi ex marido. No me extraña que estuvieras tan disgustado.

El hombre dejó escapar un gemido que ella interpretó como un «sí».

–Siento mucho haber tardado tanto en descubrir la verdad –dijo Terri con lágrimas en los ojos–. Ayer por la tarde, cuando llegué, el doctor Domínguez me dijo que tenían el cuarto en penumbra para que pudieras dormir. Si hubiera podido mirarte bien a los ojos, habría sabido de inmediato que no eras Richard. El pescador que te trajo dijo que habías repetido mi nombre varias veces. Eso significa que conocías a Richard. Supongo que sois amigos… o colegas. ¿Estabais juntos en el accidente?