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Y vivieron felices para siempre jamás había sido tan ARDIENTE.
En un reino mágico lejano, vivían príncipes encantados, mujeres guerreras y magia poderosa.
Lo Que la Reina Quiere es una nueva versión sexy de Cenicienta con cambio de género, en la cual los héroes se han convertido en heroínas, las heroínas se han convertido en héroes y nada es lo que parece.
Eliot es sexy, sensible e inteligente, y también está cansado de fregar pisos para sus abusivos hermanos. Mientras ellos planean tener más poder, Eliot sueña con asistir a la reunión de la reina Cassandra –una velada de élite para los más habilidosos sexualmente– y conocer a la mujer de sus sueños.
Quizás él ya la ha conocido. La amable y encantadora Amelia trabaja como doncella en la casa de Eliot. Pero cuando sus buenas intenciones son recompensadas con violencia, ella es forzada a huir, encontrando un trabajo en el palacio bajo la mirada de la encantadora y poderosa reina Cassandra.
Mientras la lujuria… y quizás algo más… empieza a despertar entre Amelia y la reina. ¿Podrá Eliot, aun así, ganar su corazón?
En este cuento poliamoroso de seducción, liberación y desconocidos apasionados, hasta el más humilde de los plebeyos tiene una oportunidad con la reina, si ella así lo quiere.
NOTA –Esta novela contiene FFM, sexo grupal, juguetes sexuales y BDSM ligero.
Esta novela INDEPENDIENTE es parte de la serie “Sexys Cuentos de Hadas al Revés” la cual puede ser leída en cualquier orden. No hay finales de suspenso y cada uno termina como debe: con un “felices para siempre”.
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Copyright © AJ Tipton 2015 El derecho de AJ Tipton a ser identificada como la autora de este trabajo ha sido afirmado por ella en conformidad con Copyright, Designs and Patents Act de 1988 (Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988) (u otra ley similar, dependiendo de su país). Todos los derechos, reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en ninguna forma o por ningún medio (electrónico, mecánico, fotocopias, grabaciones u otro medio) sin la previa aprobación por escrito de la autora, exceptuando casos de citas breves como parte de una reseña o artículo. No puede ser editado, modificado, prestado, revendido, alquilado, distribuido o circulado de alguna otra manera sin el consentimiento por escrito del editor. Se pueden obtener los permisos en [email protected]
Este libro es para la venta a un público adulto solamente. Contiene escenas sustancialmente explícitas y leguaje gráfico que puede considerarse ofensivo por algunos lectores.
Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, lugares e incidentes que aparecen aquí son ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, organizaciones, eventos o locales es pura coincidencia.
Todos los personajes sexualmente activos en esta obra son de 18 años o mayores.
Fotografías de portada proporcionadas por BigStock.com, Flickr.com, Archivos Morgue, y Upsplash.com. Diseño gráfico por Lydia Chai. Traducción por Lorena De Isla.
Creado con Vellum
El rostro de Eliot golpeó el suelo con un mojado estruendo. Su cabeza se sacudió con el impacto y su visión se puso tan borrosa que casi no alcanzó a ver la bota de cuero balanceando hacia sus costillas. Él absorbió el golpe, dejando escapar un grito de sus labios. Una gota de sangre cayó al suelo y deseó que la cortada en su frente no le dejara una cicatriz.
Bueno, esta es una reacción un poco exagerada.
Eliot rechinó sus dientes y apretó sus puños, tratando de resistir su impulso natural para defenderse. Él era más alto y más fuerte que sus dos hermanos mayores; fácilmente podía vencer a ambos si así lo quisiera.
Pero eso no sería correcto, se dijo a sí mismo, por tercera vez. Les debo demasiado.
— ¡Cómete esto, imbécil sumiso! —Artie, el mayor, dijo, mientras machacaba cenizas de la chimenea sobre el rostro de Eliot, luego le escupió. Artie tenía la constitución de un boxeador, musculoso pero bajo de estatura. Las sombras de los fuegos de las antorchas en la pared lo hacían lucir como un troll en cuclillas—. Nadie querría a un fenómeno como tú en su Reunión.
La voz ronca de Artie hizo eco en las paredes de los húmedos cuarteles de los sirvientes. Ellos ya había quebrado tres sillas y Eliot solo esperaba que no usaran los atizadores de la chimenea como más armas para castigarlo. Las cenizas cubriendo su rostro le ardían y provocaban escozor donde hicieron contacto con la cortada en su frente.
— ¡Dile Artie! —Mitch, el hermano de en medio, intervino, contribuyendo con nada como era normal. Tan bajito como su hermano, Mitch era más delgado donde Artie era ancho, con una nariz como-de-pico y una mala postura que exacerbaban su apariencia de comadreja. Él se recargó contra uno de los roperos antiguos tallados, escarbando sus dientes con sus uñas mugrientas.
Esta vez, Eliot casi había logrado ir a la Reunión. Él había recibido su propia invitación, la primera dirigida específicamente a él. En su momento, apenas si lo pudo creer.
La punta de la bota de Artie lo golpeó en el estómago y Eliot resolló. Así que, después de todo, era demasiado bueno para ser verdad.
Eliot había sabido que sus hermanos no aprobaban que él fuera a las Reuniones del pueblo, considerando su dolencia. Si no fuera por el apoyo de su doncella, Amelia, él jamás se habría atrevido a tratar de ir en lo absoluto. Eliot asumió, o al menos deseó, que a pesar de la severidad de su amor, ellos estarían felices de ver que él había sido invitado. Él no se había dado cuenta que sus hermanos reaccionarían tan duramente por encontrarlo tratando de arreglar su disfraz.
Ahora lo sabía. Ellos lo habían encontrado cuando se estaba arreglando, casi desnudo, excepto por unas pocas tiras de tela necesarias para un atuendo de Reunión apropiado: una bragueta de armar en buen estado de entre los desperdicios de cuero y cintos de sus hermanos.
Ellos irrumpieron en la habitación, irradiando furia. Las venas azules atravesando la frente de Artie sobresaltadas por la ira, hasta un grado alarmante. Mientras tanto, Mitch, se veía más jubiloso que enojado, con un nivel de sudor sin precedentes, goteando de su frente para demostrarlo, anticipando el castigo de Eliot.
—Nosotros te criamos, imbécil desagradecido. ¿Qué te hace pensar que tienes derecho para hacer cualquier cosa sin nuestro permiso? —La voz de Artie se enronqueció a medio camino hasta la última palabra.
Otra bota golpeó en el pecho de Eliot, sacando el aire de sus pulmones. Mitch tomaba indicaciones de Artie, golpeando en el mismo punto donde el pie de Artie acababa de golpearle.
— ¡Mierda! Sí, nosotros te criamos, redrojo sobredimensionado —Mitch repitió.
Mientras Eliot se enroscaba haciéndose bola y jadeando por aire, Artie y enseguida Mitch voltearon hacia Amelia, con puños cerrados y sus ceños profundamente fruncidos mostrando que su ira todavía no había desaparecido.
Eliot sintió una quietud helada llenando su pecho cuando sus hermanos avanzaron hacia Amelia. Ella solo había estado trabajando para ellos por unos pocos meses, una ágil rubia en sus veinte-y-pocos años, cuya amabilidad lo había sorprendido desde el principio.
Pero entonces, ella no sabía nada acerca de su aflicción. Sus hermanos se lo habían dicho a él tan pronto como llegó a la pubertad, que ninguna mujer que supiera acerca de su condición querría estar cerca de él.
Amelia era demasiado hermosa, dulce y amable para alguna vez considerar estar con alguien como Eliot, sin embargo, él la adoraba. Eliot no podía soportar el pensamiento de que ella sufriera algún daño. Cuando Mitch avanzó hacia ella, Amelia trató de ponerse detrás de una de las sillas y quiso agarrar uno de los sartenes colgando en la pared. Artie era demasiado rápido.
— ¡Y tú perra! —Artie rugió, agarrándola y mangoneando su antebrazo a su alrededor para enfrentarlo—. ¿Quién te dio el maldito derecho de interferir? —Le dijo con desdeño, capturando sus muñecas con ambas manos—. ¿De hecho pensaste que esta pequeña caca podría ir a una Reunión?
Mitch se movió hacia la mujer refrenada, resoplando y riendo. — ¡Sí, tú no tienes derecho, perra!
¡Esto no está bien! Eliot no podía seguir viendo. De un salto se puso de pie, ignorando el dolor que gritaba desde las lastimaduras y cortadas en todo su cuerpo. Toda su vida, sus hermanos habían tratado a Eliot como una mula, pero observarlos atacar a una mujer inocente como lo era Amelia, era demasiado para soportarlo. Él apretó sus puños y balanceó un fuerte golpe, girando sus caderas mientras sus hombros rotaban, tirando al suelo a Artie.
La sangre roció a través de la habitación. El tabique nasal de Artie no era competencia para el golpe de Eliot, y se quebró con el impacto. Inmediatamente, Mitch salió corriendo de la habitación, dejando salir un grito agudo y gangoso mientras huía. Artie se tambaleó sobre sus pies, apretando su nariz para detener el flujo de sangre corriendo por su barbilla.
—Más vale que te quedes aquí, fenómeno —Artie escupió, desparramando un rocío de sangre en la bien cuidada habitación—. Tú sabes a dónde perteneces —salió a tropezones del cuarto, golpeando la puerta detrás de él.
— ¿Estás bien? —la voz de Amelia apenas era un susurro. Sus manos temblorosas mientras ella caminaba despacio a través de la habitación, peinando su cabello despeinado con sus dedos, nerviosamente, acomodándolo en su lugar.
Eliot cayó al piso, los moretones ya comenzaban a aflorar en su piel expuesta —Solo necesito un minuto… ¡Auch!
Amelia se dejó caer de rodillas a su lado, sus manos ya revisaban la carne de Eliot, examinando de manera experta sus heridas. Él no pudo evitar notar la perfecta curva de sus labios llenos. Eran tan rojos y jugosos, que parecían una pintura. —No se siente como si tuvieras algún hueso roto, así que al menos, eso son buenas noticias —ella le sonrió, sus ojos color azul brillante, resplandecían.
Eliot luchó para pensar en cualquier otra cosa que no fuera la sensación de las manos de ella sobre su cuerpo. A pesar de sus mejores esfuerzos, su verga comenzó a ponerse dura, presionando dentro de la escasa tela de su bragueta de armar medio-zurcida. —Lo siento mucho que ellos hayan sido tan rudos contigo —él le dijo, tratando de mantener su voz firme—. Ellos no son malas personas.
Amelia levantó una ceja y resopló suavemente, pero sus suaves manos continuaron examinándolo. Sus dedos mimaron y exploraron la musculosa carne de su espalda. Eliot tuvo que acallar un gemido mientras ella corrió sus dedos sobre sus omóplatos, sus costillas y su columna vertebral. Sus manos eran tan suaves y delicadas, y él se deleitó con cada uno de sus toques. Ninguna mujer lo había tocado así antes.