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¿Cómo describir el mundo en que vivimos? Žižek lo resuelve con pragmatismo: habla de un mundo loco, en el que las ideologías perdieron relevancia. A partir de tres ejes fundamentales: guerra, cine y sexo, todos los textos de este libro se hilvanan para (intentar) explicar un mundo en crisis. Lo que vemos últimamente es algo que solo podemos llamar tecnopopulismo: un movimiento político con una clara apelación populista (trabajar para el pueblo, para sus "intereses reales", ni de izquierda ni de derecha) que promete ocuparse de todos mediante una política racional y de expertos; un enfoque pragmático que no moviliza pasiones bajas ni recurre a eslóganes demagógicos. La vergonzosa paradoja que nos vemos obligados a aceptar es que, desde un punto de vista moral, el modo más cómodo de mantener una posición de superioridad es vivir en un régimen moderadamente autoritario.
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Slavoj Žižek nació en Ljubljana, Eslovenia, el 21 de marzo de 1949 Estudió filosofía en la Universidad de Ljubljana y psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-Saint-Denis, donde se doctoró. Es Director Internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades, en la Universidad de Londres.
Otros títulos publicados en Ediciones Godot son El resto indivisible (2013), La permanencia en lo negativo (2016), Contra la tentación populista (2019), ¡Goza tu síntoma! (2021), Chocolate sin grasa (2022) e Hipocresía (2023).
Žižek, Slavoj / Mundo loco / Slavoj Žižek. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2024. Libro digital, Otros.
Archivo Digital: descarga y onlineTraducción de: Paula Gurtler.ISBN 978-631-6532-39-8
Filosofía Contemporánea. I. Gürtler, Paula, trad. II. Título.
CDD 193
ISBN edición impresa: 978-631-6532-36-71
Título original Mad world. War, Movies, Sex
Publicado en Estados Unidos por OR Books LLC, Nueva York.© 2023, Slavoj ŽižekEdición castellana publicada en acuerdo con OR Books (Nueva York), a través de agencia literaria Oh! Books (Barcelona).
Traducción Paula GürtlerCorrección Federico Juega SicardiDiseño de tapa Francisco BoDiseño de colección e interiores Víctor MalumiánIlustración de Slavoj Žižek Max Amici
© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, octubre de 2024
Slavoj Žižek
TraducciónPaula Gürtler
ESTE LIBRO COMPILA UNA selección de mis columnas y comentarios del último año. La locura evocada en el título no es una mera referencia a la expresión que utilizamos cotidianamente, sino una indicación más precisa de que vivimos en una época en la que carecemos de lo que Fredric Jameson llamó “mapeo cognitivo”, una orientación global de lo que somos y hacia dónde vamos. Hace años, soñábamos con un mundo posideológico; ahora lo tenemos, y la ausencia o irrelevancia de ideologías explícitas hace que todo sea aún peor.
¿Cómo llegamos a este punto? El principal cambio ha sido el reemplazo de la oposición que articulaba el eje principal de nuestro espacio político entre partidos de centroizquierda y centroderecha por la oposición entre un gran partido tecnocrático (en representación del conocimiento experto) y un oponente populista con consignas anticorporativistas y antifinancieras. Sin embargo, este cambio pasó por otro giro sorprendente. Lo que vemos últimamente es algo que solo podemos llamar tecnopopulismo: un movimiento político con una clara apelación populista (trabajar para el pueblo, para sus “intereses reales”, ni de izquierda ni de derecha) que promete ocuparse de todos mediante una política racional y de expertos; un enfoque pragmático que no moviliza pasiones bajas ni recurre a eslóganes demagógicos. Los académicos Bickerton y Accetti escriben lo siguiente acerca del tecnopopulismo:
La apelación tecnocrática al saber experto y las invocaciones populistas al “pueblo” se han convertido en los pilares de la competencia política en las democracias establecidas. Podemos definir este fenómeno como la emergencia del tecnopopulismo: una nueva lógica política que se superpone a la lucha tradicional entre la izquierda y la derecha. Los movimientos y actores políticos combinan de distintos modos la apelación tecnocrática y populista, al igual que los partidos más establecidos que se están adaptando al conjunto particular de incentivos y restricciones que están implícitos en esta nueva forma de la política sin mediación1.
Lo que alguna vez pareció ser el antagonismo definitivo de la política actual —la lucha entre la democracia liberal y el populismo nacionalista de derecha— se ha transformado milagrosamente en una coexistencia pacífica. ¿Estamos frente a una especie de “síntesis dialéctica” de los opuestos? Sí, pero en un sentido muy específico: los opuestos se reconcilian mediante la exclusión del tercer término: el antagonismo político o la dimensión política en sí misma. El mejor modelo es el caso de Mario Draghi en Italia, a quien todo el espectro político avaló como un primer ministro “neutral” y eficiente (con la significativa excepción de los neofascistas de extrema derecha, que están salvando el honor de la política), pero también se pueden reconocer elementos de tecnopopulismo en Emmanuel Macron e incluso en Angela Merkel.
Esta reconfiguración deja a la izquierda auténtica (o lo que sea que quede de ella) en una posición difícil. Si bien el tecnopopulismo es la forma del establishment actual, de la “neutralización” apolítica y de los antagonismos políticos, en algunos casos hay que apoyarlo estratégicamente como el mal menor ante la amenaza de catástrofes inmediatas (Le Pen, Trump, etc.).
La vergonzosa paradoja que nos vemos obligados a aceptar es que, desde un punto de vista moral, el modo más cómodo de mantener una posición de superioridad es vivir en un régimen moderadamente autoritario. Podemos oponernos al régimen (y cumplir con la regla tácita) sin que nuestra postura represente una verdadera amenaza, de modo que afirmamos nuestra posición moral superior sin arriesgar demasiado. Incluso si efectivamente nos enfrentamos a perjuicios reales (puestos de trabajo que quedarán fuera de alcance o la posibilidad de ser procesado legalmente), esos castigos menores solo otorgarán un aura heroica. Pero cuando estamos en una democracia plena, nos adentramos todos en el terreno de la desorientación: las decisiones ya no son tan claras. Por ejemplo, a mediados de la década de 1990, en Hungría, los exdisidentes liberales tuvieron que tomar una decisión difícil: ¿debían ingresar en una coalición con excomunistas para impedir que la derecha conservadora tomara el poder? Se trató de una decisión estratégica en que el razonamiento moral simple no era suficiente. Es por eso que muchos actores políticos en los países postsocialistas anhelan los viejos tiempos, en que las decisiones eran claras. Ante la desesperación, intentan regresar a la claridad del pasado, y equiparan al adversario actual con los antiguos comunistas. En Eslovenia, los nacionalistas conservadores en el gobierno aún culpan a los excomunistas por todos los problemas actuales. Por ejemplo, afirman que el alto número de antivacunas es el resultado de un legado comunista que aún perdura. Al mismo tiempo, la oposición de izquierda y liberal dice que los nacionalistas conservadores gobiernan del mismo modo autoritario que los comunistas antes de 1990. El primer gesto de una nueva política consiste en admitir plenamente la desorientación y asumir la responsabilidad ante las decisiones estratégicas difíciles.
Entonces ¿qué hará el nuevo poder tecnopopulista frente a los enormes problemas que se avecinan? ¿Y cómo podemos superar este escenario? (Dado que en última instancia el tecnopopulismo no puede resolver esos problemas). En este libro intento aportar algunas respuestas, pero principalmente abordo tres facetas de nuestra situación global: la guerra de Ucrania, la cultura popular (Hollywood) como una máquina que registra (y confunde) nuestros callejones sin salida sociales e ideológicos, y diferentes aspectos de nuestra situación política mundial, desde China hasta los intentos desesperados en la actualidad por crear escasez artificial. Mi esperanza es que esta compilación ayudará al menos a algunos lectores a pensar y buscar soluciones. Ya no podemos contar con la lógica del progreso histórico; debemos actuar por cuenta propia porque, a merced de su propia lógica inmanente, la historia está avanzando hacia un precipicio.
I. UCRANIA
EN SU ARTÍCULO“The West at War: On the Self-Enclosure of the Liberal Mind”2, el filósofo Boris Buden aborda el análisis de la guerra en Ucrania a partir de una pregunta que puede parecer ingenua. Sin embargo, la apariencia misma de ingenuidad es un efecto del triunfo ideológico del liberalismo capitalista global:
¿No es ridículo hablar de revolución hoy en día? ¿El concepto no está completamente desacreditado? Efectivamente, se trata de uno de los mayores logros ideológicos de la mente liberal. Lo que falta hoy en el drama sangriento en Ucrania es la idea de revolución. O más precisamente: nos falta Lenin, una figura que desafía radicalmente la lógica binaria detrás del choque entre dos bloques identitarios normativos. Nuestra imaginación debe recuperar la idea de un cambio rápido y radical, como condición para nuestra supervivencia.
Más adelante, Buden explica lo que eso podría significar para la guerra que transcurre en Ucrania:
Lo que Rusia necesita hoy no es un golpe de Estado que en teoría haga que las cosas vuelvan a la normalidad. Necesita una revolución: una revolución leninista con violencia revolucionaria genuina que no solo aparte del poder a Putin y su círculo (se merece la misma suerte que Nicolás II), sino que también destruya todo su sistema de capitalismo oligárquico de amigos, expropie a los expropiadores criminales y llame a los oprimidos del mundo para que se unan a la lucha. Pero eso es precisamente lo que más teme Occidente. El sistema de oligarquía parlamentaria que sostiene a Putin, con su personalidad autoritaria y violenta, no es un invento exclusivamente ruso. Es el sistema que mejor sirve a los intereses de la clase gobernante mundial en la actualidad. Ese es el motivo por el que Putin ha despertado tanta simpatía entre los círculos de derecha de todo el mundo. Si Putin muere, alguien más llevará su bandera, no solo en Rusia sino en muchos otros sitios del mundo, incluido Occidente.
Buden concluye su visión con la pregunta que cae por su peso y a la que responde con la única respuesta adecuada: “¿Esto suena demasiado utópico? Quizás, pero no queda tiempo para ninguna otra cosa. A menos que recuperemos la visión utópica de un cambio rápido y radical, estamos perdidos”. Creo que Buden tiene razón en ambos aspectos, y el pesimista que soy lee estas líneas como un silogismo: (1) la opción revolucionaria es utópica; (2) no queda tiempo para ninguna otra cosa; por lo tanto, (3) estamos perdidos. El suceso más brutal y deprimente de la historia reciente es que el único caso de la escena que imaginó Buden —una multitud revolucionaria violenta que invade la sede del poder— ocurrió el 6 de enero de 2021. Una multitud de seguidores de Trump, que rechazaban los resultados de la elección democrática presidencial, irrumpió en el Capitolio estadounidense en Washington D. C. Consideraban que la elección había sido ilegítima, un robo organizado por élites corporativas (¡tenían razón hasta cierto punto!). Los liberales de izquierda reaccionaron con una mezcla de fascinación y horror. Había cierta envidia en su condena del episodio, en que irrumpieron personas “comunes” en la sede sagrada del poder y crearon un carnaval que suspendió momentáneamente nuestras reglas para la vida pública. Ahora Elon Musk, una versión de Assange del establishment de derecha, está publicando los “archivos de Twitter”; así como las protestas populares del pasado se transformaron en el ataque trumpista al Congreso, ahora pasamos de Assange a Musk. Un seguidor de Musk le escribió el siguiente mensaje: “Estatuas derribadas. Renuncias humillantes de crímenes ideológicos verdaderos y falsos. Se les inculca el marxismo a los niños para que regrese Pol Pot. Y por eso el trabajo que haces con la compra de Twitter quizás sea el último modo de evitar el genocidio y la guerra civil”3.
¿Entonces esto quiere decir que la derecha populista se robó la resistencia de la izquierda al sistema existente a través de un ataque popular a la sede del poder? ¿Nuestra única opción es entre elecciones parlamentarias controladas por élites corruptas o levantamientos controlados por la derecha populista? Con razón Steve Bannon, el ideólogo de la nueva derecha populista, se define abiertamente como “el leninista de la derecha para el siglo XXI”:
La aventura en la Casa Blanca de Bannon fue solo una etapa de un largo recorrido: la migración del lenguaje, las tácticas y las estrategias revolucionarias-populistas de la izquierda a la derecha. Bannon ha dicho: “Soy leninista. Lenin… quería destruir el Estado, y ese también es mi objetivo. Quiero hacer que todo se derrumbe, y destruir todo el establishment actual”4.
Si bien Bannon se burla de las grandes corporaciones que, con los aparatos del Estado, controlan y explotan a los trabajadores comunes estadounidenses, no tuvo problema con que la derecha contratara a la famosa Cambridge Analytica (una empresa de análisis de datos) para usar la IA más sofisticada con el fin de asegurar la victoria de Trump en 2016. Este dato no solo tiene un valor anecdótico: es un signo de la vacuidad del populismo alt-right5, que debe recurrir a los últimos avances tecnológicos para mantener el interés popular entre los rednecks6. Pero también es un signo de la fragilidad de todo el sistema, que necesita de la conmoción de la movilización populista para sobrevivir. Esta coincidencia entre opuestos (manipulación tecnológica y populismo) se basa en la exclusión del tercer elemento: el sujeto liberal “libre” que decide luego de una deliberación racional.
Por lo tanto, sí, estamos perdidos. No hay un camino de salida claro, pero siempre debemos tener presente que el sistema capitalista global está incluso más perdido, y se acerca a su final apocalíptico. Estamos a merced de una máquina capitalista global imbatible, pero la desesperanza no es nuestra; la desesperanza está en el corazón mismo de esta máquina. No hay esperanza posible dentro de las coordenadas del sistema global existente. Así que regresemos a Buden. Tenemos que pensar en términos de cambio radical, y para percibir los contornos de un cambio de esas características, no debemos temer a volver a aprender las lecciones del pasado. Aquí tenemos un ejemplo sorprendente: el último texto publicado de Hegel, el ensayo de 1831 “Sobre el proyecto de reforma inglés”, en el que advierte sobre un posible giro sociohistórico para peor, al menos en Inglaterra. Este texto suele leerse como la advertencia antidemocrática de Hegel contra las elecciones parlamentarias, contra el cambio del orden corporativo —en el que los individuos participan en la totalidad social solo a través de su papel en un estamento particular— por el acceso directo de los individuos en el orden universal. Sin embargo, como señaló el filósofo Adrian Johnston, una mirada más atenta nos permite proponer otra lectura. Hegel “describe una plebe rica de terratenientes que desposeyó al campesinado que desarrollaba una agricultura de subsistencia”:
Entonces, si bien “el proyecto de reforma inglés” del título del ensayo de Hegel promete una mejora democrática a través de la amplitud del sufragio para las elecciones parlamentarias británicas, el proceso de desposesión recién mencionado crea una situación por la que esta “reforma” hace que sea probable que una plebe [Pöbel] adinerada manipule a una población empobrecida y crédula, cuya pobreza deja a los individuos vulnerables a la demagogia y otras situaciones similares. Por lo tanto, lo que aparenta ser un progreso hacia una mayor democracia, a través de una mala astucia de la razón, probablemente conducirá a una verdadera tiranía bajo el disfraz de un gobierno de la turba, turba que a su vez está gobernada por los ricos socialmente irresponsables. Hegel concluye este ensayo con la predicción de que esta parte específica de la legislación inglesa no conducirá a una reforma deseable y pacífica, sino a una revolución indeseada y sangrienta7.
Johnston tiene razón en leer a Hegel a contrapelo. Si bien Hegel duda acerca del proyecto de reforma inglés debido a su visión de un Estado dividido en estamentos y, por lo tanto, opuesto al igualitarismo liberal (cada individuo puede participar en la esfera política universal solo a través de su pertenencia a un estamento específico, y no debe tener participación directa en la universalidad que circunvala el orden jerárquico de los estamentos), anticipó la corrupción antiigualitarista del derecho universal al voto, que ocurre cuando la “plebe rica” manipula a los pobres, como es el caso del populismo nacionalista en la actualidad.
Los llamados oligarcas en Rusia y otros países poscomunistas son otro caso de plebe rica; ni siquiera son una burguesía creativa auténtica, son más bien una contraparte burguesa de lo que Marx denominó lumpemproletariado: la lumpemburguesía. Fue la lumpemburguesía la que explotó en los países poscomunistas a partir de fines de la década de 1980 con las “privatizaciones” salvajes, etc. En Eslovenia, el caso ejemplar de un lumpemburgués es el “asesor impositivo independiente” Rok Snežič, colaborador y amigo del derechista Janez Janša, el actual primer ministro de Eslovenia. Snežič asesora a empresas eslovenas acerca de cómo trasladar su sede a la República Srpska (la parte serbia de Bosnia), donde los impuestos son más bajos que en Eslovenia, pero tiene prohibido ingresar al territorio de Bosnia debido a las acusaciones de crímenes contra él. Snežič es el principal sospechoso de una investigación sobre una red de lavado de dinero internacional. A pesar de que se declaró en bancarrota, no tiene propiedades privadas y evita pagar un millón de euros en impuestos, Snežič conduce autos nuevos y lujosos y paga carteles enorme de publicidad en la ruta. No tiene cuentas bancarias y está oficialmente empleado en una empresa que es propiedad de su esposa, con un salario mensual de 373,62 euros pagado en efectivo. ¿Pero esta tendencia hacia la lumpemburguesía no es una tendencia mundial del capitalismo “normal” de la actualidad? ¿Las figuras como Trump y Musk no son también lumpenmultimillonarios? Cuando Jean-Pierre Dupuy escribió que la elección de Trump “reveló un estado de la sociedad estadounidense que habría permanecido oculto si Clinton hubiera ganado”, expresa la razón por la que, en 2016, yo apoyé a Trump8.
El presidente Volodímir Zelenski “ha dicho que los países occidentales están más preocupados por el impacto económico de la suba de los precios de la energía que por las muertes de ucranianos inocentes cuando denunció la última ola de sanciones contra Rusia”9. Bueno, le llevó mucho tiempo a Zelenski entender cómo funcionan de verdad el capitalismo mundial y la democracia, a pesar de que el gas de Rusia llega a Europa a través de Ucrania. Tarde o temprano, necesitaremos medidas que suelen asociarse con el comunismo de guerra: un estado de emergencia en que el gobierno controla directamente las áreas clave de la producción y la reproducción, y evade las reglas del mercado. No hay que olvidar que el ataque ruso a Ucrania por el suministro mundial del trigo es una catástrofe doble: los dos Estados no solo son los más grandes exportadores de trigo en el mundo, sino también las principales fuentes de fertilizantes químicos para Europa, y solo podemos imaginar lo que esto podría significar para la cosecha europea. Para decirlo de manera brutal, hay una única solución seria: nuestros Estados deben actuar sin depender de los mecanismos del mercado y organizar directamente la producción de fertilizantes. La paradoja es que solo tales medidas, propias del comunismo de guerra, pueden salvar nuestras libertades, no el mercado capitalista, que es el mismo mercado que permite que el gas de Rusia pase por Ucrania hacia Europa incluso mientras azota la guerra. También deberíamos considerar las motivaciones financieras detrás de la guerra ucraniana: la demanda rusa de que su petróleo y su gas se paguen en rublos es un intento coordinado con China para derrocar al dólar estadounidense y al euro como monedas globales y reemplazarlas por el yuan chino.
Tarde o temprano, Ucrania deberá darse cuenta de que, dado que la solidaridad de Occidente está limitada por los intereses económicos, no alcanza simplemente con “defender a Europa”. Ucrania ahora está, de un modo bastante literal, defendiendo a Rusia de un camino de autodestrucción impuesto por Putin y sus oligarcas. Esa postura no implica de ninguna manera que deberíamos albergar ninguna ilusión acerca de los verdaderos objetivos del ataque ruso, que cada vez se pronuncian más y más públicamente. En un artículo reciente titulado “Lo que Rusia debe hacer con Ucrania”, Timoféi Serguéitsev enuncia expresamente que la premisa para el proyecto genocida ruso en Ucrania está basado en el hecho de que la “nazificación” de Ucrania es un proyecto europeo, y “por lo tanto, la desnazificación de Ucrania también es su inevitable deseuropeización”:
La desnazificación es necesaria cuando una parte significativa de la gente —probablemente la mayoría— ha sido dominada y atraída políticamente hacia el régimen nazi. Es un caso en que la hipótesis “la gente es buena, el gobierno es malo” no funciona. […] La desnazificación es un conjunto de medidas en relación con la masa nazificada de la población, que técnicamente no puede estar sujeta al castigo directo como criminales de guerra […] Una de las medidas es la lustración o depuración, la publicación de los nombres de los cómplices del régimen nazi, que deberán ser sometidos a trabajos forzados para restaurar la infraestructura destruida, como castigo por las actividades nazi (entre aquellos que no estarán sujetos a la pena de muerte o prisión) […] El nombre “Ucrania” aparentemente no puede retenerse como título de ninguna entidad estatal completamente desnazificada en un territorio liberado del régimen nazi. La desnazificación también será inevitablemente una desucranización, un rechazo de la inflación artificial a gran escala del componente étnico de la autoidentificación de la población de los territorios de la histórica Pequeña Rusia (Malorossiya) y Nueva Rusia (Novorossiya), que comenzaron las autoridades soviéticas. […] La élite Bandera debe ser liquidada, su reeducación es imposible. El “pantano” social que la sostuvo activa y pasivamente por acción e inacción debe sobrevivir las dificultades de la guerra y asimilar la experiencia como una lección histórica y una expiación por su culpaz10.
Serguéitsev no solo compara la política ucraniana con el nazismo, sino que incluso afirma que el “ucronazismo” es una amenaza aún mayor para el mundo y para Rusia que el nazismo alemán de la versión hitleriana. “El nombre ‘Ucrania’ aparentemente no puede retenerse como título de ninguna entidad estatal completamente desnazificada en un territorio liberado del régimen nazi”. Como queda más que claro por las líneas citadas, lo que Rusia planea hacer con Ucrania es exactamente lo que describe Brecht en su poema “La solución”, a propósito del levantamiento popular de 1953 en la República Democrática Alemana:
Después de la rebelión del 17 de junio / el secretario de la Unión de Escritores / hizo repartir octavillas en la Avenida Stalin / en que se leía que el pueblo / había perdido la confianza del Gobierno / y solo la podía recobrar / redoblando su trabajo. ¿No sería / más sencillo, sin embargo, que el Gobierno / disolviera al pueblo y / eligiera otro?11.
Según Serguéitsev, eso es lo que Rusia tiene que hacer con Ucrania: disolver el pueblo ucraniano y elegir/crear otro pueblo. Si leemos esta locura junto con la afirmación de Putin de que Lenin inventó a Ucrania como nación, llegamos a la conclusión de que, para los ideólogos de Putin, Ucrania tiene dos padres: Lenin (que la inventó) y Hitler (es decir, los nazis que inspiraron a los “ucronazis” a actualizar el invento de Lenin). Entonces ¿qué implica esto para la situación geopolítica de Rusia? En este caso, Serguéitsev es muy claro, el verdadero objetivo es Occidente:
Rusia tiene un gran potencial para alianzas y sociedades con países que Occidente ha oprimido durante siglos y que no aceptan estar bajo su yugo nuevamente. Sin el sacrificio y la lucha rusa, esos países no se habrían liberado. La desnazificación de Ucrania es al mismo tiempo su descolonización, que la población de Ucrania deberá comprender a medida que comience a liberarse de la intoxicación, la tentación y la dependencia de la supuesta elección europea.
En resumen, para Serguéitsev, la solución es un cambio radical en la política exterior rusa, que se aleje de Occidente y se acerque a las naciones que han sido explotadas brutalmente por las potencias occidentales. Rusia debería ocupar su nuevo lugar como líder del proceso global de descolonización en todas sus nuevas formas. La explotación brutal de los países del Tercer Mundo por parte de las potencias occidentales es, por supuesto, una verdad que nunca debemos olvidar. Sin embargo, es un poco extraño viniendo de Rusia, que a lo largo de los últimos siglos ha tenido una historia de expansión colonialista: toda Siberia hasta Alaska y luego hacia el sur, hasta California del Norte; el sudeste de Ucrania —que fue conquistado por Catalina la Grande—; Kazajistán; Azerbaiyán; Georgia, ¡y ahora Ucrania, que será descolonizada por medio de la colonización rusa! Será liberada contra la voluntad de la mayoría de su pueblo, que deberá ser reeducado para aceptar la colonización como una liberación descolonizadora.
Si se evita la guerra mundial, la paz será frágil, y la perspectiva amenazante de una guerra financiará nuevas inversiones militares gigantescas para mantener la frágil paz. Lo que hace frágil a la paz no es solo un conflicto de intereses económicos, sino también un conflicto de interpretaciones de la guerra ucraniana, que no es solo un conflicto de datos. La fe anula todo conocimiento de datos, lo que significa que, desde el punto de vista de la “verdad rusa”, no hay cadáveres vejados en Bucha y otras partes de Ucrania; todo ha sido armado por la propaganda occidental.
Ha llegado la hora de que Occidente —convencido de que una reunión entre Putin y Zelenski será un paso hacia el reconocimiento mutuo— deje de exigir obsesivamente que ocurra ese encuentro. Las eventuales negociaciones deberán realizarse fríamente, entre burócratas de bajo nivel; Putin y su círculo cercano deberán ser ignorados lo más que sea posible, tratados como criminales a quienes nos da vergüenza nombrar. En última instancia, es el deber de los propios rusos encargarse de eso.
En la antigua Yugoslavia, los policías eran el blanco de las burlas; eran vistos como estúpidos y corruptos. En una de esas bromas, un policía regresa a la casa inesperadamente y encuentra a la esposa en la cama, semidesnuda y excitada. Él sospecha que hay un amante escondido debajo de la cama grande, se arrodilla y mira debajo. Después de unos segundos, se pone de pie con una expresión satisfecha y murmura: “¡Todo está bien, no hay nadie allí!”, mientras empuja unos billetes dentro del bolsillo de los pantalones. Así es como aceptar la pobreza y la miseria en nuestras vidas cotidianas se paga con la miseria de alguna forma de plus de goce. En el caso de Rusia, el sufrimiento de los ciudadanos rusos comunes no se paga con billetes, sino con el orgullo patriótico barato de la restauración de la grandeza rusa. En una conferencia de prensa del 7 de febrero de 2022, Putin señaló que el gobierno ucraniano no aceptó sus exigencias, tras lo cual dijo: “Te guste o no, es tu deber, mi bella”. El dicho tiene connotaciones sexuales conocidas. Putin parecía estar citando la canción “Bella durmiente en un ataúd”, del grupo de punk rock de la era soviética Red Mold, que dice así: “Bella durmiente en un ataúd, me acerqué sigilosamente y me la cogí. Te guste o no, duerme, mi bella”12. Aunque el representante de prensa del Kremlin afirmó que Putin estaba hablando de una antigua expresión folclórica, la referencia a Ucrania como objeto de necrofilia y violación es clara13. El pueblo ruso tendrá que darse cuenta de que son ellos, no los ucranianos, la verdadera belleza que está siendo violada por quienes están en el poder en Rusia.
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