Pasión en grecia - Rebecca Winters - E-Book
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Pasión en grecia E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

Una noche cambiaría sus vidas para siempre… Un adolescente había desaparecido en la isla griega de Stavros Konstantinos y el millonario rebelde acabó implicándose en la búsqueda junto a Andrea Linford, una preciosa guía turística. Una vez acabada la heroica misión, ambos comenzaron a explorar esa chispa que había surgido entre ellos. Andrea siempre había creído que el amor era algo que le ocurría a los demás, pero después de dos días de felicidad junto a Stavros iba a darse cuenta de la profundidad de sus sentimientos. ¿Sería capaz de dejar atrás el pasado y de dar un paso hacia el futuro, con él a su lado?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Rebecca Winters

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión en Grecia, n.º 2587 - febrero 2016

Título original: The Renegade Billionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7672-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Después de quitarse el sudor, Stavros Konstantinos se puso una toalla alrededor de las caderas y caminó hasta la terraza. La vista del Egeo desde su villa privada, situada en lo más alto del Monte Ypsarion, siempre le hacía sentirse renovado por dentro. Gracias a otra de esas lagunas que se estaban haciendo tan frecuentes, la reunión que había tenido ese día en Thessaloniki había terminado demasiado pronto. Su propuesta de un nuevo producto para Konstantinos Marble Corporation había sido rechazada y en ese momento una profunda negrura se había apoderado de él. Esa inquietud que llevaba más de un año atormentándole le había ganado la batalla por fin. La depresión era una sensación desconocida para él, pero no encontraba una etiqueta mejor.

Sabía que los miembros de su familia, que constituían la mayor parte de la junta directiva, seguían llevando la empresa como si estuvieran en los años cincuenta, así que el resultado era de esperar. A excepción de su hermano mayor, Leon, todos estaban en contra de cualquier innovación y ni siquiera habían querido escucharle hasta el final. Tenían miedo del cambio.

Pero esa había sido la gota que había colmado el vaso. En su tiempo libre había construido una nueva planta en sus propias tierras y él y sus dos socios, Theo y Zander, comenzarían con la producción el lunes siguiente. Su familia se había negado a escucharle y no quería saber nada de iniciativas novedosas, así que ya no había nada más que hacer.

Como no había llegado a ninguna parte con los miembros de la junta, les había dicho que iba a abandonar de inmediato su puesto como director gerente de la corporación. Todos los lazos habían sido cortados, por tanto. Ni siquiera había mantenido su sitio en la junta. Les había sugerido que empezaran a buscar a un sustituto lo antes posible.

Simplemente con decir esas palabras había sido capaz de ahuyentar algunas de esas nubes negras. Estaba en una jaula, pero esa etapa había llegado a su fin.

Tras dejarlos allí, boquiabiertos, había abandonado la sala de reuniones y había subido a un helicóptero que lo había llevado de vuelta a su villa de la isla de Thassos. De camino, había mirado los mensajes en el teléfono. Tina Nasso, la mujer a la que había dejado de ver tres meses antes, le había vuelto a escribir. ¿Por qué le mandaba otro mensaje si nunca le contestaba? ¿Acaso estaba tan desesperada?

 

Esta separación no puede continuar, Stavros. Has sido tan cruel. ¡No te he visto ni he sabido nada de ti en más de tres meses! No has respondido ni a uno de mis mensajes. ¡Tengo que hablar contigo! Esto es importante. Tina.

 

El mensaje significaba que seguía presionándole para que cambiara de idea. Stavros frunció el ceño. Christina Nasso, la mujer con la que sus padres esperaban que se casara, no sabía cómo dejar ir algo que jamás hubiera salido bien. Sin intención de contestar, lo borró también, tal y como había hecho con todos los anteriores.

Las presiones de sus padres le habían llevado a pasar algo de tiempo con ella, pero no había ninguna atracción por su parte. Seguramente los padres de ella continuaban insistiendo porque querían a toda costa una alianza entre las dos familias. No era ningún secreto que el clan de los Nasso, una poderosa estirpe de astilleros de Kavala, quería como yerno a un heredero de los Konstantinos. Y su propia familia también buscaba un enlace conveniente. Los negocios de ambas dinastías estaban estrechamente ligados.

Pero cuando Christina había buscado un acercamiento más íntimo no había sido capaz de fingir emociones que no sentía. No había querido hacerle daño, pero no había tenido más remedio que decirle la verdad. No estaba enamorado de ella y ambos necesitaban ser libres.

Les había dicho lo mismo a sus padres cuando le habían exigido una explicación. Su gran error había sido complacerles en un primer momento; un gran error que no volvería a cometer. Podían esperar todo el tiempo que quisieran, pero el matrimonio con Tina jamás se produciría.

Ese día, sin embargo, había sentido las consecuencias de sus actos con una gran claridad. Su negativa en el asunto de Christina había causado un enfrentamiento importante, y su padre había ejercido toda su influencia sobre sus tíos y primos para que cerraran filas en su contra, en vez de apoyar la nueva aventura empresarial.

En cuanto a Tina, lo único que podía esperar era que algún día encontrara a alguien que pudiera contar con el visto bueno de su familia. Era una mujer atractiva con mucho que ofrecerle al hombre que quisiera casarse con ella, pero él no era ese hombre. Algún día ella se daría cuenta de ello y seguiría adelante. Al igual que la sal cuando pierde su sabor, todas sus relaciones con mujeres carecían de ese ingrediente indispensable para la felicidad.

La única cosa que le aportaba algo de placer en ese momento era pasar tiempo en su nuevo negocio. Su nueva empresa no competiría con la de su familia, pero sí caerían bombas cuando se enteraran de que había seguido adelante con la producción sin contar con ellos. Uno de los suyos estaba haciendo algo a sus espaldas y no eran capaces de tolerarlo. No debería haber sido ninguna sorpresa para ellos, no obstante. Él casi nunca agachaba la cabeza ante los dictados autoritarios de su padre o de sus tíos.

Había intentado lo de Tina por su madre, pero también había encontrado desaprobación en su mirada una vez se había enterado de que su hijo pequeño no estaba enamorado de la chica de los Nasso. Stavros respiró profundamente. Ese no había sido un día cualquiera. A partir de ese momento, su vida iría en una dirección que no satisfaría a nadie, pero al menos estaría en paz consigo mismo.

Y era mejor así.

De camino a la cocina para buscar algo con lo que calmar la sed, oyó que sonaba su móvil. Si era Tina porque no le había contestado, entonces se llevaría otra decepción más al ver que continuaba ignorando sus llamadas y mensajes.

Al mirar la pantalla, sin embargo, vio que se trataba del gerente de la cantera tres de la isla de Thassos.

–¿Qué pasa, Gus?

–¿Kyrie Konstantinos?

Kyrie era un título de cortesía que en griego significaba «señor».

–Ha surgido un problema con uno de los grupos de estudiantes que vienen con los profesores, de PanHellenic Tours. Falta un adolescente. Y ha venido la policía.

Eso era todo lo que Stavros necesitaba oír, sobre todo teniendo en cuenta que él había sido el único de la junta que había estado a favor de permitir visitas turísticas en la cantera. El programa había funcionado bien desde marzo, sin ningún incidente hasta ese día…

Stavros agarró el teléfono con fuerza.

–¿Han empezado a buscar?

Al oír los detalles, hizo una mueca. Para un helicóptero era casi imposible ver algo de movimiento bajo esa frondosa vegetación del bosque.

–¿Qué recomienda, señor?

–Estaré ahí enseguida –dijo, yendo hacia el dormitorio.

Se vistió rápidamente y fue hacia el coche. Albergaba la esperanza de que la experiencia en la cantera fuera útil para los estudiantes y que sirviera para mostrar distintas oportunidades de trabajo. El cuarenta por ciento del mármol de Grecia provenía de una fuente casi inagotable situada en la región de Thassos. La mayor parte era enviada a Asia, sobre todo a China, y al resto de Europa. Se trataba de un recurso natural muy abundante gracias al que se generaban muchos puestos de trabajo, algo vital para Grecia en esos momentos.

Con ese argumento había logrado convencer a su abuelo, fallecido poco tiempo antes, para poner en marcha las visitas guiadas en la cantera. Esa clase de publicidad podía resultar beneficiosa para el sector y el resto de la junta había aceptado con reticencias, bajo la condición de poner un periodo de pruebas. Si ocurría algún problema, sin embargo, las visitas serían interrumpidas.

Esa cantera en particular, una de las muchas que su familia tenía al norte de Grecia, estaba al otro lado de la cima, a diez minutos en coche. Conocía muy bien al teniente de la policía y le pediría su colaboración para mantener a raya a la prensa todo el tiempo posible.

La crisis tenía que resolverse antes de que los medios se hicieran eco de la historia. Una vez la convirtieran en un circo internacional, la isla se llenaría de espectadores no deseables. Y aunque el personal de la cantera no fuera responsable de lo ocurrido, el público no lo vería de esa manera.

Tal y como él lo veía, el profesor era el último responsable en esa clase de situaciones, y podía enfrentarse a una demanda. Eran seis grupos de secundaria de seis estudiantes cada uno con sus respectivos profesores. ¿Acaso era tan difícil no perder de vista a seis chicos?

Gus le había dicho que la profesora era una guapa joven americana. A lo mejor era demasiado joven para manejar a un grupo de adolescentes. Stavros pisó a fondo el acelerador al tomar una curva. Su humor no hacía más que empeorar por momentos.

En cuanto la familia Konstantinos se enterara, pondría fin a las visitas, y como él ya había anunciado su dimisión ya no tendría ni voz ni voto. Mientras tanto, no obstante, sentía esa gran responsabilidad sobre sus hombros. El hijo adolescente de alguien se había perdido en un país extranjero.

 

 

Panagia era el pueblo favorito de Andrea Linford en la isla griega de Thassos. Después de viajar en avión desde Thessaloniki hasta el aeropuerto de Keramoti, había tomado un ferri que la había llevado hasta Thassos, la capital a la que muchos llamaban Limenas. Desde el agua la isla parecía un enorme bosque flotante, por todos los bosques de pinos y olivos que la cubrían. Había alquilado un coche y había conducido hasta Panagia, que estaba a diez kilómetros de distancia. El pueblo se llamaba así por la Virgen María y había sido construido en la falda de la montaña. Desde las terrazas de las casas, con sus techos pintados y tejados de esquisto, las vistas de la bahía y del mar eran maravillosas, y los riachuelos naturales que corrían paralelos a las estrechas calles eran un espectáculo para los sentidos.

Andrea había estado en la iglesia de la Virgen María, construida en el año 1831, y adoraba ese impresionante estilo señorial, construido con piedras de ruinas de antiguos templos. El exterior y la cúpula estaban pintados en tonos blancos y azules, absolutamente exquisitos.

Había estado en muchas iglesias por todo el mundo, pero el interior de esa en particular era como un tesoro de fábula. Albergaba un estandarte que databa de los tiempos de las Cruzadas. Había una esencia espiritual en ese lugar que no había encontrado en otros templos.

Pero ese día no tenía tiempo para entretenerse. Llevaba un año y medio trabajando para PanHellenic Tours, en las oficinas centrales de Thessaloniki. Eran uno de los mayores tour-operadores de Grecia. Después de licenciarse en Humanidades en la universidad de allí la habían contratado para hacer traducciones y elaborar rutas turísticas.

Andrea era la primera persona que le había sugerido a la empresa que pusiera en marcha visitas a la cantera que tanto la fascinaba. Su jefe, Sakis, se había mostrado tan entusiasmado con la idea que la había incluido en los itinerarios de ese año, pero le habían llegado noticias de que había habido un problema con un estudiante americano que se encontraba visitando la cantera de mármol de Thassos. El chico se había perdido y habían llamado a la policía.

Como Andrea hablaba tanto inglés como griego, y dado que ella había sido la que se había ocupado de los preparativos iniciales con el gerente de la cantera, Sakis la había enviado al lugar.

Antes de salir de su despacho, descargó la ficha del estudiante con su correspondiente foto en la memoria del teléfono móvil. Conocía muy bien el camino de la cantera, famosa por su mármol puro y blanco. Sonriendo, condujo montaña arriba por la vieja carretera que ascendía por la falda del monte. Thassos realmente era una isla de color esmeralda, casi redonda en su forma. Algunos lugareños decían que era un enorme trozo de mármol.

Muchas de las minas que había por toda la isla eran fosos abiertos, y un turista que no conociera el sitio podía pensar que se había topado con un enorme cementerio lleno de lápidas de mármol reluciente y rodeado por inmensos pinos de color verde oscuro. Brillaban bajo el sol abrasador de agosto a última hora de la tarde.

Andrea se dirigió hacia las oficinas de Konstantinos Corporation de la cantera, empresa líder en la producción de mármol gracias a todas sus minas del norte de Grecia. En el extremo este de la cantera estaba el autocar del grupo turístico, rodeado de media docena de coches de policía. Los agentes hablaban con los estudiantes y profesores.

Andrea aparcó su vehículo al final de la fila y bajó. Georgios, el curtido guía turístico, era un ligón que siempre la hacía sonreír cuando entraba en la oficina. Ese día, sin embargo, no tenía muy buena cara.

En cuanto bajó del coche, un agente le salió al paso.

–Lo siento, pero no pueden entrar visitantes.

–Soy de PanHellenic Tours –dijo Andrea en griego.

Se presentó como la representante de la empresa turística y le enseñó su identificación. Normalmente llevaba su chaqueta azul con la insignia de la empresa, pero hacía demasiado calor en la calle.

–Disculpe.

–No se preocupe. Nos han avisado de que uno de los estudiantes americanos, un chico de diecisiete años llamado Darren Lewis, ha desaparecido durante la visita. Estoy aquí para ayudar en lo que pueda. ¿Alguna noticia?

El teniente frunció el ceño.

–Hay un helicóptero sobrevolando la zona y también hay agentes peinando el lugar, pero no hay ninguna novedad todavía.

–¿Cuánto tiempo lleva desaparecido?

–Casi tres horas. Hemos hablado con todos los empleados de la cantera. Nadie nos ha podido decir nada y al parecer les han dicho que mantengan la máxima discreción. Ya casi estamos terminando de tomarles declaración a los estudiantes y profesores. Después podrán irse a su siguiente parada en Thassos.

Tres horas… Andrea pensó que había tardado demasiado tiempo en ir a la cantera. A esas alturas el chico podía estar escondiéndose en cualquier rincón de esas montañas, pero por suerte la temperatura no bajaba mucho por las noches allí.

–Antes de que se vayan, necesito hablar con el guía.

–Claro.

–Disculpe.

Andrea fue hacia Georgios.

–Vaya situación se nos ha presentado de repente. ¿Cómo estás?

Él sacudió la cabeza.

–Llevo quince años en la empresa y nunca he perdido a nadie. Cuando terminamos la visita, el gerente de la cantera nos dijo que el grupo podía dar una vuelta. Ya sabes cómo es la rutina. Les dije que regresaran al autocar en media hora. Darren le dijo a su profesora, la señorita Shapiro, que tenía que ir al servicio antes de volver al autocar.

–¿Y fue entonces cuando desapareció?

–Eso parece.

–Entonces ella tiene que estar desolada.

Él asintió.

–Contamos a todo el mundo cuando subieron al autocar, pero faltaba él. Uno de los estudiantes que se había sentado a su lado nos dijo que recordaba que llevaba su mochila mientras paseaban por la cantera.

–Con este calor, no querrías cargar con una mochila, a no ser que tuvieras una buena razón. Parece que tenía un plan antes de llegar aquí.

–Eso piensa la policía. Y yo estoy de acuerdo con ellos. El grupo sabe que se deben dejar las pertenencias personales en el autocar durante las excursiones, pero la norma no era muy estricta. Después de esta experiencia, yo voy a insistir en ello, si no me echan.

Andrea sacudió la cabeza.

–Sakis sabe que esto no es culpa de nadie más que de Darren –le aseguró Andrea.

Sabía cómo reaccionaría la gente, no obstante. Todo el mundo recibiría su cuota de culpa.

–De acuerdo con la ficha, no está tomando ninguna medicación, pero eso no excluye la posibilidad de que tomara drogas. ¿Qué tal se ha comportado?

–A lo largo de la visita su comportamiento no destacó en ningún sentido. Su profesora dice que es un estudiante ejemplar, bastante tranquilo –se rascó la cabeza–. Hay que avisar a sus padres.

–Yo informaré a Sakis y él se ocupará de todo, si es que no lo ha hecho ya. Ahora mismo tienes a un grupo de estudiantes hambrientos y sedientos y a unos profesores que necesitan toda tu atención. Sigue adelante y súbelos al autocar. Te veo luego y te ayudo en todo lo que pueda.

–Gracias, Andrea.

Andrea se volvió justo cuando aparecía un lujoso sedán negro de gama alta. El coche apareció de repente, cerrándole el paso. Un hombre moreno y alto salió del vehículo. El aura de autoridad que le acompañaba no pasaba desapercibida. Tendría unos treinta y pocos años y su exquisito atractivo griego resultaba irresistible. Andrea se quedó en blanco unos segundos, pero al final apartó la vista para evitar mirarlo fijamente. Llevaba un reloj de oro, pero no había ninguna alianza en sus dedos.

Andrea creía que los hombres así no existían más que en las portadas de las revistas. ¿De dónde había salido?

–¡Señor Konstantinos!

La exclamación del teniente, acompañada de una evidente deferencia, despejó todas sus dudas.

El hombre estrechó la mano del oficial.

–Cuando el gerente me puso al tanto de todo, vine en cuanto pude. Dígame qué ha pasado.

Los dos hombres discutieron la situación y hablaron de mantener la mayor discreción posible ante la prensa mientras prosiguiera la búsqueda.

Esos ojos de color gris oscuro se volvieron hacia Andrea de repente.

–Supongo que es usted la profesora americana que estaba a cargo del adolescente, ¿no? –le dijo, hablándole en inglés–. ¿Cómo es posible que haya desaparecido si estaba bajo su vigilancia?

Le había espetado la pregunta de golpe, y su acento apenas revelaba su origen. Pero eso no la sorprendía, teniendo en cuenta su educación. Lo que sí la desconcertaba, en cambio, era el hecho de que hubiera acertado que era americana. De alguna forma, algo la había delatado.

Esperaba que el teniente interviniera en ese momento, para explicarle la situación, pero otro de los agentes se acercó al magnate en ese momento, reclamando su atención.

Andrea se dio cuenta de que no tendría más remedio que explicárselo ella misma en cuanto tuviera ocasión, antes de que extrajera más conclusiones precipitadas.

–Creo que primero debería presentarme –le dijo, en griego–. Me llamo Andrea Linford. Trabajo para PanHellenic Tours en Thessaloniki. Mi jefe me ha enviado para que ayudara al guía turístico, Georgios Debakis, y para que elabore un informe.

Le ofreció una mano y él no tuvo más remedio que estrechársela.

–¿Cuál de los Konstantinos es usted? ¿Leon, Stavros, Alexios o Charis?

Se hizo el silencio durante unos segundos.

–Stavros –dijo ella finalmente.

–Ya veo que ha hecho los deberes, kyria Linford.

–Despinis –le dijo, corrigiéndole. No estaba casada.

–Mis disculpas por el malentendido.

Las disculpas casi se le habían atragantado, pero Andrea no estaba dispuesta a darle ni un respiro.

–Sí acertó en algo. Uno de mis muchos pecados es ser americana. Pero no soy la pobre señorita Shapiro, quien, sin duda, no le ha parecido lo bastante madura como para manejar a un grupo de adolescentes lejos de sus padres. Si me he equivocado en algo, le pido disculpas.

Los ojos de Stavros Konstantinos emitieron un destello.

–No se ha equivocado.

–Gracias por su sinceridad. Creo que los dos estamos de acuerdo en que esta situación es muy desafortunada y en que nadie está en su mejor momento. Mi jefe está muy preocupado. Tiene que llamar a la familia del adolescente y explicarles que su hijo ha desaparecido. Con un poco de suerte ellos quizás puedan darle alguna razón por la que podría haberse fugado en mitad de la visita.

–Esperemos que lo encuentren en menos de una hora.

Andrea asintió con la cabeza.

–Todos queremos eso. Por desgracia, su desaparición ha tenido lugar en una propiedad de su empresa y el apellido de la familia estará en todos los titulares, atrayendo publicidad muy poco deseable. En cuanto a la señorita Shapiro y a Georgios, no se quedarán tranquilos hasta que Darren aparezca.

Stavros se pasó una mano por el cabello.

–Le he pedido al teniente que lo mantenga todo en secreto durante el mayor tiempo posible.

–Sí. Le he oído. Esperemos que ninguno de los agentes lo filtre a los medios. ¡Hay que encontrar a ese chico!

Andrea sintió que la voz le temblaba porque no podía evitar recordar aquella larga espera de diez días que había vivido hasta que habían encontrado el cuerpo sin vida de su prometido, en la cornisa de una montaña. Pensar en el suplicio por el que tendrían que pasar los padres de Darren la hacía estremecerse.

Sus emociones no pasaron desapercibidas para Stavros Konstantinos, que la observaba con atención. Ella apartó la mirada rápidamente justo a tiempo para ver cómo el autocar turístico salía a la carretera.

–Solo nos lleva tres horas y media de ventaja, así que no puede haber ido muy lejos –dijo el apuesto millonario griego, como si pudiera leerle la mente.

Andrea cruzó los brazos a la altura de la cintura.

–¿Sabe que llevaba la mochila encima? Me pregunto si no tenía planeado escaparse desde hace tiempo.