Persiguiendo una ambición - Rebecca Winters - E-Book
SONDERANGEBOT

Persiguiendo una ambición E-Book

Rebecca Winters

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tenía que elegir entre su carrera y el sueño de su vida... Mallory Ellis se enfrentaba al dilema de su vida: el aristócrata Rafael D'Afonso estaba ofreciéndole la familia que siempre había deseado. ¿Debía poner en peligro una carrera en ascenso como la suya por la posibilidad de ser madre? Al fin y al cabo, Rafael sólo quería un matrimonio de conveniencia...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 181

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Rebecca Winters

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Persiguiendo una ambición, n.º 5547 - marzo 2017

Título original: Rafael’s Convenient Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-8801-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Para todos los que acaben de sintonizar el programa de Jack Hendley que se emite en directo todos los viernes desde Nueva York, esta noche tenemos en el estudio a la despampanante Mallory Ellis –la banda tocó un poco de música y el público aplaudió–. A cualquiera se le perdonaría por pensar que ella es una supermodelo o una actriz famosa, pero han de saber que estarían muy equivocados. A los veintinueve años, la señorita Ellis tiene la distinción de ser una de las ejecutivas más jóvenes reconocidas por el Financial Wizards of Wall Street. Licenciada en Derecho en la Universidad de Yale, la señorita Ellis trabajó para Windemere Cosmetics, una empresa nueva de Los Ángeles. En tres años y bajo su dirección, la empresa no sólo tiene un nuevo nombre, Lady Windemere Cosmetics, sino que también se ha expandido. Hasta el momento siguen aumentando sus beneficios, lo que supone una buena noticia para los empleados que poseen acciones en la empresa. Según el artículo que se publica en la revista, centra su talento en sus conocimientos sobre pérdidas y beneficios, pero esperamos que esta noche nos revele algunos secretos de su maravilloso éxito –desde la distancia, el público no podía percatarse de cómo brillaban los ojos del presentador al mirarla–. Según una fuente cercana, eres una mujer que sabe lo que quieren las mujeres, y tienes al mando a mujeres muy cualificadas. ¿Siempre quisiste ser una magnate?

El tono de la pregunta no era exactamente de broma. Ella lo había visto antes en acción. Jack Hendley era un machista que tenía ideas fijas acerca del lugar que debían ocupar las mujeres en la vida. A Mallory eso no le importaba. Muchos hombres inseguros tenían el mismo problema.

Asistir a su programa era lo último que deseaba hacer. Pero cuando Liz Graffman, la viuda de setenta años, propietaria de Lady Windemere Cosmetics, recibió una llamada de la cadena de televisión pidiéndole que la vicepresidenta de su empresa volara a Nueva York para participar en el programa de Jack Hendley, Mallory no pudo negarse.

Con ese programa, Lady Windemere Cosmetics conseguiría una publicidad que no podría lograr a ningún precio.

Durante los tres años anteriores, la relación entre Liz y Mallory había llegado a ser como la de una tía abuela y una sobrina. Sin duda, Mallory podría soportar que uno de los presentadores más famosos de la televisión la entrevistara durante media hora.

–Por definición, un magnate se refiere a alguien que posee una o varias empresas. Yo sólo trabajo para una –le corrigió con una sonrisa amistosa. Él no correspondió con otra sonrisa, algo que no resultó sorprendente ya que era evidente que ella no estaba dispuesta a seguirle el juego–. Sin embargo, para responder a su pregunta, cuando me hice lo suficiente mayor como para empezar a pensar en el mundo, sólo había una cosa que me hacía seguir adelante, mi insaciable amor por el surf.

La miró sorprendido al oír su respuesta.

–¿Dónde te criaste?

–En Huntington Beach, California.

–Eso lo explica todo. ¿Eras buena surfera?

–Gané algunos campeonatos regionales en Redondo Beach y Malibú.

El público comenzó a aplaudir y se oyeron algunos silbidos.

–Estoy seguro de que en estos momentos todos los solteros que nos estén viendo se preguntarán si hay algún futuro Lord Windemere esperando en algún sitio.

–No.

–Eso significa…

–Significa que no –lo interrumpió con una de sus sonrisas que hacían que se iluminaran sus ojos azules. Mallory ya había salido con suficientes hombres. Le gustaban como a cualquier mujer, pero no quería complicar su vida personal y profesional con una relación seria. De hecho, imaginaba que no sucedería en un futuro cercano. Quizá algún día.

–¿Y qué sucedió para que dejaras de ser surfera y te convirtieras en abogada de empresa?

Había conseguido que se pusiera nervioso con sus respuestas poco reveladoras. Bien.

–Si no estaba haciendo surf, estaba leyendo a la sombra de una sombrilla de playa. A temprana edad me aficioné a los cómics. Mi padre tiene una gran colección, desde ejemplares de los años cuarenta hasta los de la actualidad. He leído todos y sobre todo me gustaban los que trataban sobre las mujeres amazonas que vivían en la isla Paradise y tenían poderes secretos.

El presentador se volvió hacia el público.

–Vestidla con uno de esos modelitos sexys y se parecerá a una de ellas –su comentario provocó más silbidos.

Mallory ignoró el comentario. Cuando el plató volvió a quedar en silencio, dijo:

–Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, el hombre que escribió esas historias dijo que si se les diera un poco más de tiempo a las mujeres y la fuerza necesaria, conseguirían terminar la guerra y comenzarían a controlar las cosas de una manera seria. Y que cuando las mujeres gobernaran ya no habría más guerras porque las chicas no querrían perder el tiempo matando hombres –un gran aplauso invadió la sala–. No hace falta decir que aquel comentario me caló hondo y desde entonces decidí que sería una de esas mujeres que controlan las cosas de manera seria.

Muchas mujeres se pusieron en pie y continuaron aplaudiendo mientras la banda tocaba música de ambiente. Cuando se sentaron de nuevo, el presentador dijo:

–Entonces, ¿es cierto que desde que has tomado las riendas, Lady Windemere se ha convertido en una empresa dirigida por mujeres?

–Así es. Las mujeres quieren estar guapas para los hombres, pero se visten y se maquillan para pasar la inspección de una mujer. Usted está casado, señor Hendley. Cuando su esposa le pregunta si le gusta más que se ponga lápiz de labios de color rosado o rojo, ¿qué le dice?

–Que me gusta se ponga lo que se ponga.

–Exacto. Parece un buen marido que sabe cómo no meterse en líos. Pero no es de gran ayuda, porque no quiere ofenderla dándole una respuesta equivocada. Las empleadas y directivas de Lady Windemere no tienen que tener el mismo cuidado. Pueden decirle la verdad a un cliente y crearle una paleta de colores para que se sienta bella y segura de sí misma. Al final comprará más productos y será fiel a la marca el resto de su vida.

–En otras palabras, si entro en una de sus tiendas no será un hombre quien me atienda.

–No.

–Algunos dirían que es sexista.

Mallory había estado esperando ese comentario. Cruzó sus piernas elegantes.

–Después de estudiar bien la situación de Windemere, descubrí lo que creía que era necesario hacer para convertirla en una empresa prometedora. Si dirigiera una empresa que no estuviera dedicada sólo a las mujeres, contratar a hombres o a mujeres no sería un asunto importante.

El presentador arqueó las cejas.

–¿Quieres decir que no despedirías a todos los hombres y pondrías a un montón de mujeres al mando si, por ejemplo, dirigieras una empresa de accesorios del automóvil que estuviera en quiebra?

Aquel hombre no estaba dispuesto a dejar el tema. Quizá por eso había bajado el índice de audiencia del programa. Mallory comprendía por qué la cadena de televisión estaba pensando en contratar también a una presentadora. Necesitaban a una mujer que neutralizara su actitud sexista.

–Si estuviera en mis manos contratar y despedir, consideraría quién es productivo y quién no lo es. Los despediría independientemente de si fueran hombres o mujeres, siempre que los intereses de la empresa no fueran su prioridad.

–Nos queda un minuto para terminar. Veo muchas manos levantadas entre el público –se volvió a la audiencia–. ¿Cuál es su pregunta?

–¿Qué tal una cita después del programa? –gritaron una docena de chicos.

Mallory sabía que, después de cómo había llevado el programa el presentador, nadie le haría una pregunta sobre Lady Windemere.

–Gracias, pero mi ocupada agenda no me lo permite –contestó con una sonrisa–. Habéis sido un público excelente, y quiero que tengáis unas muestras de algunos productos de Lady Windemere. Cuando salgáis estarán en la puerta –mientras el público aplaudía, ella sacó un paquete de su bolso–. Esto es para su esposa, señor Hendley. Recuerdo de Lady Windemere –era de Liz, quien había puesto una nota personal en su interior.

–Estoy seguro de que le gustarán sus productos. Gracias –dejó el paquete a un lado–. Antes de que terminemos, ¿puedes decirle al público qué planes tienes cuando te marches de Nueva York?

–Sí. Voy de camino a Europa para visitar la tienda que hemos abierto en Lisboa.

–Así que, viaje de negocios, como siempre. ¿También te graduaste en lengua portuguesa cuando estuviste en Yale?

Su condescendencia la aburría.

–Ojalá. Afortunadamente para mí, la nueva directiva habla inglés y español.

Él se volvió hacia la banda y se dirigió a uno de sus miembros en español, como para impresionar al público, pero Mallory estaba pensando en Lianor D’Afonso, la nueva directiva a la que iba a visitar.

La mujer era inteligente, moderna, encantadora, femenina y con un gran sentido empresarial.

Durante las tres semanas de formación que tuvieron en Los Ángeles, en donde se reunieron seis directivas europeas, Mallory sintió especial simpatía por Lianor, una soltera de veintinueve años.

Después del trabajo, Mallory la había acompañado a varios lugares turísticos y descubrieron que tenían muchas cosas en común.

Mallory era hija única, pero de haber tenido una hermana le hubiera gustado una tan encantadora como Lianor.

Habían pasado casi cuatro meses desde que terminó el curso de formación y Mallory estaba deseando ver a Lianor, quien al día siguiente iría a recogerla al aeropuerto.

–Tenemos que irnos, chicos –dijo Jack Handley, de nuevo en inglés–. Ha sido un placer tenerte en el programa, Mallory Ellis.

–Gracias por haberme invitado, señor Hendley –estrechó su mano y se puso de pie.

Al salir del plató, supo que él estaba pensando:

«Por qué no te vas a casa y encuentras un hombre. Te hará una mujer de verdad, cariño».

Mallory lo había oído muchas veces.

Aliviada porque el programa había terminado, salió del estudio. Un taxi la estaba esperando para llevarla al hotel. Había trabajado sin parar desde hacía mucho tiempo y le apetecía disfrutar del cambio que le proporcionaría el viaje a Portugal.

 

 

Rafael D’Afonso hizo una mueca cuando se percató de que la tienda de cosméticos de Lady Windemere que estaba en la calle Da Plata estaba a tope.

Era junio. Suponía que, para entonces, la empresa estadounidense que dirigía su hermana se hubiera visto obligada a cerrar sus puertas. Y a ella no le habría quedado más remedio que buscar otro trabajo. Quizá así habría podido convencerla de que abandonara el apartamento que tenía en Lisboa y regresara a casa.

Por desgracia, sus esperanzas se vieron truncadas cuando ella le comentó la semana anterior que los beneficios del primer trimestre habían sido superiores de lo que había previsto la empresa.

Le encantaba su nuevo trabajo y no estaba dispuesta a abandonarlo.

Desde que fallecieron sus padres doce años atrás, él había estado cuidando de su hermana, quien ya había rechazado varias propuestas de matrimonio. Si se centraba en su trabajo durante mucho más tiempo, perdería lo que era el papel más importante de la vida, convertirse en esposa.

Lianor tenía veintinueve años, seis menos que él. El tiempo pasaba deprisa. Pronto se quejaría por no tener esposo, ni hijos. Él se negaba a que las cicatrices del pasado le arruinaran el resto de la vida.

Aunque Rafael estaba apesadumbrado por las malas noticias que le habían dado, decidió que era el momento de utilizarlas para obligarla a regresar a casa y retomar el tipo de vida que debía llevar. Lo único que deseaba era que fuera feliz.

Al entrar en la tienda, sus miradas se cruzaron. Ella estaba atendiendo a una cliente. Las otras dos empleadas también estaban ocupadas. Respiró hondo para calmar su impaciencia y se dirigió al despacho de su hermana. La esperaría el tiempo que fuera necesario.

Por suerte, se reunió con él un par de minutos más tarde. Dejó el teléfono móvil a un lado y la abrazó. Después, ella se sentó tras el escritorio y sonrió, satisfecha de sí misma.

–Toma una silla, querido hermano. Caminas como un lobo hambriento. ¿Qué te ha hecho tener esa cara?

Él permaneció de pie.

–No es fácil decir esto. Como sabes, últimamente, María ha tenido un dolor de estómago insoportable. Ha ido al médico y le han diagnosticado cáncer. Está en estado terminal. Le han dicho que no saldrá del hospital.

–Oh, no… –exclamó Lianor. Al instante estaba llorando a su lado–. Pobrecilla. Y Apolonia, ¿lo sabe?

–No –él había dejado a su hija de diez años jugando con una amiga y al cuidado de Inés, su niñera–. Va a ser algo muy duro para ella.

–No puedo creerlo. María es muy joven. Pensé que permanecería contigo hasta que Apolonia creciera.

–Yo también –murmuró él.

–Es terrible –se lamentó.

Lo era. Desde que su esposa, Isabell, había fallecido de neumonía, a las pocas semanas de dar a luz, María, que tenía sesenta y dos años y había sido la doncella de la casa de los padres de Isabell, había adoptado el papel de abuela suplente para Apolonia.

Últimamente, su hija estaba siempre callada y parecía triste, algo inusual. Sin duda, estaba preocupada por María, quien no había podido ocultar su malestar a la familia. Rafael temía que cuando Apolonia se enterara de que la única figura materna que había conocido en su vida estaba a punto de morir, no pudiera soportarlo si Lianor no estaba allí para ocupar su lugar.

–Por eso he venido en lugar de telefonearte. Quiero que vengas a casa esta noche para que se lo digamos juntos.

Ella se separó de su hermano y se frotó los ojos.

–Lo siento, Rafael, pero me temo que no puedo.

–¿Por qué? ¿Qué es más importante?

–La vicepresidenta de la empresa llega hoy desde Nueva York. Tengo que recogerla en el aeropuerto dentro de dos horas.

–¿Te refieres a la tan famosa Lady Windemere?

Su hermana parecía ofendida.

–Siento que el hecho de que sea una mujer brillante alabada en Wall Street te haga verla de manera tan desfavorable, Rafael.

–¿De qué otra manera puede ver un hombre a una mujer así?

–Te equivocas. No es la dueña, y no es Lady Windemere. Para tu información, ése es el nombre que le ha dado a la empresa para revitalizarla y darle un poco de romanticismo. El incremento de beneficios es la prueba de su dedicación al negocio. Su nombre es Mallory Ellis. Y te pido que no hables de ella en ese tono despectivo nunca más.

Él no podía evitarlo.

«Mallory». Incluso su nombre sonaba demasiado masculino para sus oídos. No había nada delicado en el nuevo ídolo de su hermana Lianor. La idea de que su hermana pasara más tiempo con una mujer testaruda desinteresada por el matrimonio y la familia lo horrorizaba.

–¿Cuánto tiempo va a estar aquí?

–Hoy y mañana por la noche. Regresará a su casa al día siguiente.

Rafael masculló unas palabras.

Ella lo agarró del brazo.

–Mira, no le digas nada a Apolonia durante un par de días más. Te prometo que iré a casa en cuanto Mallory haya regresado a los Estados Unidos.

–Parece que no me queda otra opción. ¿Dónde va a alojarse esa magnate estadounidense?

–En mi apartamento.

–No, Lianor, no puedes hacer eso.

–Nos hemos hecho amigas, Rafael. Cuando estuve en California ella se esforzó por dedicarme algunos de los momentos más maravillosos de mi vida. Nos quedamos en casa de sus padres y se portaron fenomenal conmigo –Rafael no tenía ni idea de que eso hubiera sucedido cuando ella estuvo fuera del país–. Desde luego no voy a permitir que se quede en un hotel. Además, tú siempre agasajas a tus socios y amigos en casa.

–Resulta que yo vivo en la mansión familiar, donde resulta conveniente alojar a los invitados.

Su hermana lo miró con seriedad.

–Llevarla a casa habría sido mi primera opción, pero como sé lo que sientes por mi trabajo, pensé que sería mejor mantenerme alejada.

–También es tu casa –dijo él–. Llévala allí esta noche –decidió que quería conocer a esa extraña que se había convertido en la amiga de su hermana–. Le arreglaré una habitación.

–Esto es muy importante para mí, Rafael. ¿La alojarás en la suite Alfama?

¿En la Alfama? Su primera reacción fue recordarle que esa habitación estaba reservada para los jefes de estado y la realeza. Pero se contuvo a tiempo.

–Estoy dispuesto a hacerte ese favor… siempre que tú me hagas uno a mí más tarde.

–Por supuesto.

Su hermana no imaginaba lo que acababa de aceptar.

–Le diré a Vaz que tu amiga se quedará dos noches.

–Gracias –susurró, y lo besó en la mejilla–. Te quiero. Sé que estás muy preocupado por cómo va a reaccionar Apolonia. Durante los próximos días intentaré pensar en quién podría sustituir a María.

–Ya tengo en mente a la persona adecuada –murmuró él–, pero hablaremos de ello cuando pueda tener toda tu atención.

Después de abrazarla una vez más, él salió de su despacho de mejor humor que cuando entró. Apolonia y Lianor se adoraban mutuamente. Su hermana no podría negarse a aceptar el papel de María.

De esa manera, Lianor regresaría al círculo de amigos comunes y hombres. Para asegurarse de que ella diría que sí, visitaría a María en el hospital y le diría que Lianor había aceptado dedicarse a Apolonia a tiempo completo. Eso calmaría los temores de María.

Y respecto a Lianor, cuando fuera a visitar a María, la mujer le daría las gracias por ejercer el papel de tía de Apolonia, si es que todavía era capaz de comunicarse. Lianor no tendría valor para discutir con una mujer moribunda.

Su hermana no lo sabía todavía, pero ella necesitaba a su hija tanto como Apolonia la necesitaba a ella.

 

 

De camino a la ciudad desde el aeropuerto, Mallory pensó que nunca había visto un sitio tan romántico como Lisboa y se lo comentó a Lianor, que había ido a recogerla en un Jaguar de color plata.

–Si esto te parece bonito, espera a ver la casa con vistas al Atlántico que tiene mi familia. Es allí donde vas a alojarte mientras estés aquí. Está a sólo media hora de Lisboa en la costa de Estoril, y tiene una playa privada.

–Suena de maravilla.

–¿Quieres que paremos a comer algo primero?

–Gracias, pero han servido una comida en el avión justo antes de aterrizar. Todavía estoy llena.

–¿Estás segura?

–Segura. Ahora sólo quiero verlo todo.

–Eso es lo que me pasaba a mí cuando fui a Los Ángeles al curso de formación. Cuando terminó y me llevaste al aeropuerto no pude resistirme a pasar unos días en San Francisco. El avión aterrizó a estas horas más o menos. Durante un momento pensé que había regresado a Lisboa porque las dos ciudades se parecían.

–Yo también –murmuró Mallory–, pero Lisboa es una ciudad antigua. Eso es lo que hace que sea tan fascinante. A juzgar por los beneficios del primer trimestre, abrir la tienda en la parte medieval de la ciudad fue una decisión acertada.

–Lo sé. Cada vez tenemos más trabajo.

–A Liz le encantará oír eso. Ella y yo discutimos mucho sobre la localización de la tienda, el márketing y los departamentos de venta. Me alegra que la empresa decidiera correr el riesgo, y me alegro de que te hayan contratado.

–Soy yo quien está encantada.

A Mallory cada vez le caía mejor Lianor. De hecho, todo el personal de Windemere le había tomado cariño. Varias personas le habían comentado que, desde lejos, Mallory y ella podrían ser hermanas, ya que ambas eran altas, tenían buen tipo y cabello largo y oscuro.

Pero desde cerca, Lianor tenía la piel de color aceitunado y los ojos marrones, algo que contrastaba con la piel rosada que Mallory había heredado de su madre.

–Que te guste tu trabajo es una bendición, Lianor. No a todo el mundo le gusta. Sin la directora adecuada esa tienda no iría tan bien y, desde luego, no tan pronto. Liz ha decidido que te dará un incentivo en tu próxima paga por el duro trabajo que has hecho.

Lianor sonrió antes de murmurar agradecida.

–Cuando mi hermano se enteró de que me habían contratado para dirigir una tienda de cosméticos en la calle Da Plata, me advirtió de que en pocos meses me quedaría sin trabajo porque el casco antiguo no era un buen lugar. Sin embargo, entre los turistas y los locales ha tenido mucho éxito.

–Por lo que me has contado, tu hermano es uno de los hombres de negocios con más éxito del país. Pero como es hombre, no comprende que una mujer dejaría cualquier cosa para probar un nuevo cosmético.

Su amiga asintió.

–Isabell, la esposa de Rafael, la que te conté que falleció hace diez años, era muy bella. Raramente utilizaba maquillaje porque a él no le gustaba. Decía que los hombres prefieren a las mujeres al natural, así que les resta importancia.

–Pero no puede restar importancia a los beneficios que ha conseguido tu tienda, ¿no?

–No, y no quiere admitirlo.

–En ese caso, sería interesante que viera el resultado de los estudios que ha hecho nuestro departamento de márketing entre hombres europeos. He traído un gráfico. Las estadísticas de Portugal serían muy ilustradoras para él si dedicara un poco de su tiempo a mirarlas.

–¡Cuéntame! –exclamó Lianor.