Su Vikingo Elemental: La Colección Completa - AJ Tipton - E-Book

Su Vikingo Elemental: La Colección Completa E-Book

AJ Tipton

0,0
6,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Un libro de regalo! La unidad vikinga en “Su navideño vikingo”. Ahora incluido en esta colección 

Vikingos antiguos, magia y mujeres de la era moderna unidos con una asombrosa pasión. 

Hace más de mil años, una bruja lanzó una malvada maldición sobre cuatro encantadores hermanos vikingos. Hoy en día continúan siendo sexy e inmortales, pero por siempre condenados a sufrir por sus transgresiones del pasado… ¿o no? 

Su Ardiente Vikingo: El romance para adultos de Mikkel contiene escandalosas travesuras en tabernas, aventuras en automóviles a alta velocidad y un romance flameante que vence todos los pretextos. 

Su Caliente Vikingo: La historia sexy de Bram para lectores adultos incluye una espectral abuela casamentera, diversión en la bañera y una propietaria de bar con un toque mágico. 

Su Alado Vikingo: La salvaje aventura de Erik involucra inmortales calientes, una camarera casamentera y un amor tan poderoso como para volar. 

Su Duro Vikingo: La aventura de Carr en la isla contiene romance, sexy acción en las cataratas y un amor tan apasionado como para hacer temblar la tierra. 

Su Navideño Vikingo: Esta novela festiva para adultos presenta trabajo de hechizos navideños, regalos picarescos y una maravillosa tierra invernal que no te esperabas ver venir. 

Estas novelas INDEPENDIENTES pueden ser leídas en cualquier orden. No hay finales de suspenso y cada historia termina como debe: felices por siempre.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Su Vikingo Elemental

La Colección Completa

AJ Tipton

Traducido porLorena De Isla

Traducido porRaimon J Colmenares

Traducido porHarold J Encarnacion

Illustrated byChameleonstudio74

Índice

Su Ardiente Vikingo

Su Caliente Vikingo

Su Alado Vikingo

Su Duro Vikingo

Su Navideño Vikingo

Agradecimientos

Acerca del Autor

Copyright © AJ Tipton 2015 El derecho de AJ Tipton a ser identificada como la autora de este trabajo ha sido afirmado por ella en conformidad con Copyright, Designs and Patents Act de 1988 (Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988) (u otra ley similar, dependiendo de su país). Todos los derechos, reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en ninguna forma o por ningún medio (electrónico, mecánico, fotocopias, grabaciones u otro medio) sin la previa aprobación por escrito de la autora, exceptuando casos de citas breves como parte de una reseña o artículo. No puede ser editado, modificado, prestado, revendido, alquilado, distribuido o circulado de alguna otra manera sin el consentimiento por escrito del editor. Se pueden obtener los permisos en [email protected]

Este libro es para la venta a un público adulto solamente. Contiene escenas sustancialmente explícitas y leguaje gráfico que puede considerarse ofensivo por algunos lectores.

Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, nombres, lugares e incidentes que aparecen aquí son ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, organizaciones, eventos o locales es pura coincidencia.

Todos los personajes sexualmente activos en esta obra son de 18 años o mayores.

Creado con Vellum

Su Ardiente Vikingo

La nueva secretaria lo estaba decepcionando espectacularmente — sus puños golpeaban rítmicamente sobre el amplio escritorio de caoba mientras él la penetraba con fuerza por detrás. La última de una serie de secretarias — ¿Sissy? ¿Sally? Era algo así, muy fácil de olvidar — vociferaba demasiado para su gusto. Mikkel resistió la imperiosa necesidad de voltear sus ojos ante sus jadeantes demandas.

“¡Más! ¡Dame más! Oh Dios, ¡Más duro! ¡Más! ¡Más! ¡Dios! ¡Oh sí! ¡Más!” Él estiró la mano y le tapó la boca, silenciando sus gritos antes de que toda la oficina se enterara de qué hacían. Tras esperar unos cuantos segundos más a que ella bajara de su orgasmo, se lo sacó y le eyaculó sobre su perfecto culo. Aburrido, Mikkel bostezó. Ya había escuchado todo eso antes.

Esforzándose tremendamente para silenciar el segundo bostezo, intentando forzarlo a pasar entre sus labios, Mikkel se pasó los dedos entre su rubio cabello corto. Durante siglos de portarse mal se había permitido disfrutar de mujeres de casi cualquier tipo – jóvenes y mayores, nobles y plebeyas. Había perfeccionado sus proezas sexuales con sacerdotisas y princesas, reinas y campesinas, pero por alguna razón no se podía resistir al indefinible encanto de las secretarias de su empresa. Desde luego no le molestaba que esas mujeres echaran buenos vistazos a sus rasgos cincelados, abdominales de acero y bíceps ondulantes, y se le lanzaran encima.

La nueva secretaria – Mikkel estaba ahora casi seguro de que su nombre era Samantha – aceptó la caja de Kleenex que le pasó para que se limpiara. Le pestañeó rápidamente con una pobre imitación de la sonrisa sensual de chica pin-up plasmada en su rostro. Habría sido más efectiva si el resto de su expresión no fuera tan… insulsa. La ayudó a limpiarse y la condujo hacia la puerta de la oficina tan rápido como pudo.

“Eso estuvo genial, Stephanie.” Le dijo, dándole un beso rápido en los labios. Incluso Cleopatra ya sabía que no debía escribirle de vuelta cuando la llamaba Livia. “Fue realmente…” Se pausó a propósito, tomándose un tiempo para que ella esperara el cumplido, “… un rato especial.”

La mujer apenas lo miró. Mikkel no pudo evitar sentirse un poco molesto. Ella había tenido tres orgasmos – seguro algo había hecho bien. Esta chica ya había sacado su teléfono y estaba en un intenso juego de combinación de piezas.

Terminó un nivel y guardó el teléfono, mirando alrededor, obviamente esperando algo. Él no podía imaginar qué esperaba. Ella apenas había empezado en Demoliciones Firewall hace unos pocos días, y no se había molestado en conocer a más nadie a parte de él. La mayoría de los empleados se habían dispersado para almorzar, y los pasillos que conducían a la oficina de Mikkel estaban casi desérticos. Un hombre alto y moreno con pantalones marineros de cuadros, tirantes a juego, y camisa blanca, rondaba la esquina de un pasillo gris, hojeando una pila de informes.

“¡Es Lizzie!”, le chilló, emocionada de que por fin llegara alguna audiencia. Pisó con su tacón tan duro que Mikkel hasta se preocupó por la vida útil de su zapato. “¡Por Dios, eres como el peor jefe del mundo!”, le espetó furiosamente, apuntándole a la cara con su uña de meticulosa manicura.

“Siento salirte con esto cariño, pero él no es el jefe,” Nick colocó los reportes en una pila ordenada bajo su brazo, sus ojos azules fueron de la uña roja hacia Mikkel. “Oh no…” se río entre dientes, “¿Te gastaste todo ese entusiasmo en un empleado de bajo nivel? Espero que te lo haya hecho todo bien”

“Por Dios, Nick, ¿De bajo nivel? ¡Eres malo conmigo!” Mikkel se rió fingiendo indignación. Rápidamente se agachó para evitar las uñas de Lizzie, que rasgaban el aire justo donde había estado su cabeza. Los reflejos de un Vikingo de mil años tenían su utilidad a veces.

“¡¿NO ERES EL JEFE?!” Otro golpe de garras falló en darle al amplio y musculoso pecho de Mikkel, y su brillante teléfono rosa salió volando.

“Créeme, tigresa, tú no tendrías oportunidad con el jefe,” dijo Nick con una sonrisa pícara. Tomó el objeto arrojado y se lo entregó con un guiño rápido. “Él es mi esposo.”

El rostro de Lizzie se volvió una máscara de absoluto disgusto al procesar esta información.

“Vámonos “esposo del jefe”, vamos a la reunión de mediodía, ¿Eh?” Nick le golpeó el hombro a Mikkel riendo. El exquisito trasero de Lizzie salió resoplando en la dirección opuesta. “Nosotros, los simples esbirros, estaríamos perdidos sin tu sabiduría y liderazgo, oh grandioso.” Caminaron juntos a través del laberíntico edificio de oficinas.

Mikkel se reía. “No le dije que era el jefe. Pero no puedo negarme a darle a una dulce y sensual criatura—” hizo un gesto hacia arriba y abajo abarcando sus amplios hombros, cincelados abdominales, y trasero perfectamente redondo, “todo esto.”

“Realmente sería un crimen contra el género femenino,” dijo Nick con falsa reverencia, inclinando la cabeza y colocándose la mano en el corazón. “Pero, ¿No podrías haber esperado una semana? Tu Pequeña Señorita Garras apenas ha estado aquí por un segundo, y estoy un 90% seguro de que la demente va a renunciar o a prenderle fuego al sitio. Ya sabes cómo odio el papeleo y esos asuntos infernales. Aunque los bomberos-” Nick fue interrumpido a mitad de la frase por el bajito y de apariencia grasienta Dwayne, caminando hacia ellos.

“Te he escuchado pasándola bastante bien con la chica nueva, Mickey,” dijo Dwayne con una sonrisa burlona. Se quitó un poquito de caspa que le cubría la chaqueta mientras ellos seguían su camino por los pasillos. “Dime una cosa, ¿Todas tus conquistas tienen que darte instrucciones tan detalladas, o comúnmente tienen que darse por vencidas y aceptar que no sabes lo que estás haciendo?”

“Cállate, idiota,” Le dijo Nick. “No sabrías si una mujer la está pasando bien ni porque estuviera bailando encima tuyo.” Mikkel le sonrió a su amigo con aprecio. Nick podía hacerle pasar malos ratos, pero lo defendía, especialmente contra parásitos como Dwayne.

“Por lo menos mis mujeres saben cómo callarse la boca,” la sonrisa de Dwayne no se ampliaba tanto pero se curvaba maliciosamente en lo profundo de su rostro.

Mikkel sabía que Dwayne era una pequeña sabandija inútil que siempre hablaba estupideces, pero aun así sintió un destello de ira en su pecho. Podía sentirlo como una tormenta de fuego en su corazón, llameando y chispeando, esperando levantarse e incinerar todo en su camino. A través de los años, Mikkel había conocido a millones con malos temperamentos, incluso a unos pocos frenéticos desquiciados que perdían su humanidad cuando la furia se apoderaba de sus mentes. En cierta forma les envidiaba su furia; ellos no tenían que enfrentar la clase de consecuencias que él sí enfrentaba cuando su furia se desbordaba.

Respira, respira profundo. No puedes dejarla salir aquí. Nick se encontraba en un área bastante poblada; no podía dejarse llevar por su temperamento aquí. Dwayne no lo valía.

Llenó sus pulmones con aire y se concentró en la completa aspiración y en la liberación purificadora al exhalar. Aflojó sus puños al sentir que la burbujeante rabia se calmaba lo suficiente para encarar a Dwayne y tranquilamente citar:

“El odio y la intolerancia son enemigos del correcto entendimiento. Gandhi.”

Dwayne volteó sus ojos, murmurando “Oh, yo te voy a dar tu Gandhi…” mientras llegaban a la reunión de la tarde. El salón de conferencias tenía la misma escalofriante luz fluorescente y las paredes grises de los pasillos, pero todas las paredes estaban llenas de fotos de estructuras siendo demolidas. Un equipo de arquitectos visitantes una vez soltó gritos al ver la pared llena de maravillas estructurales destruidas; para el equipo de demolición las explosiones eran las verdaderas obras de arte. Las fotos llenaban de orgullo a Mikkel cada vez que las miraba; eran tributos a dispositivos perfectamente ubicados, detonaciones bien programadas, y territorios minuciosamente conquistados. Se rió para sus adentros. Papá estaría orgulloso. Cuando se es un Vikingo, siempre se será un Vikingo.

La reunión no era nada especial; se sincronizaron los horarios y se asignaron proyectos a novatos desorientados. El nuevo ingeniero estructural llegaría mañana, junto con una nueva secretaria. Mikkel se apartó de los codazos de sus compañeros de trabajo con sus apenas veladas insinuaciones acerca de la velocidad con la que cambiaba al personal administrativo. Se discutieron las nuevas cuentas y se lanzaron planos alrededor como confeti. Tres tazas de café y dos horas después, todos fueron liberados al mundo exterior. Hora de hacer volar algunas mierdas.

Joanna Baltz golpeó el volante de su Ford Pinto con suficiente fuerza para sacudir la radio de sus no tan seguras amarraduras. La radio se había quedado pegada en la misma estación por la última media hora, y los bordes de su visión se tornaban rojos.

Los comentaristas parloteaban una y otra vez sobre cómo un tipo famoso del cual ella jamás había escuchado había golpeado a otro tipo famoso del cual jamás había escuchado. ¿No estaba pasando más nada en el mundo? Joanna presionó el botón de cambio por trigésima séptima vez, pero la estación apenas parpadeó. Cada una de las personas que llamaban al programa vociferaban como si estuvieran aceptando al Espíritu Santo; sus testimonios proclamaban que el puñetazo era una señal de atracción entre los dos tipos. Sólo era cuestión de tiempo – vociferaba una mujer tan alto que distorsionaba las cornetas de Joanna – antes de que aparecieran en los periódicos besándose en chaparreras con el trasero descubierto.

¿Cómo puede ser esto la única cosa de la que toda esta gente quiere hablar? Joanna sostuvo el volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron tres tonos más pálidos.

“¿No se están dando guerras allá afuera?” Murmuró Joanna ante el volante. “¿No hay enfermedades azotando países? ¿No hay injusticias masivas perpetuándose por todos lados?” En camas de hospitales por todo el mundo había gente muriéndose de enfermedades prevenibles, accidentes prevenibles. Personas con familias. Personas con hermanas. Joanna respiró profundo. Inhala y exhala, decía su terapeuta. Sólo concéntrate en la respiración.

“¡Qué manera de utilizar las luces, imbécil!” le gritó al BMW plateado del frente. Le sacó el dedo medio mientras presionaba duro el claxon. La fuerte pitada desde su auto se correspondía con el desafinado grito de furia en su cabeza. Un sedán blanco trató de meterse delante de ella para entrar en el carril de salida.

“¡Vete a la mierda!” le gritó. “¡Pudiste haberte cambiado bien atrás!” El sedán blanco se metió de nuevo en el carril central y Joanna pudo ver a la conductora que se ponía al lado. La mujer no tendría menos de ochenta y llevaba tres niños gritando en el asiento trasero.

“Mierda,” murmuró Joanna, presionando el freno y parpadeando sus luces hasta que la vieja señora se percató, y Joanna desaceleró lo suficiente para dejarla unirse a la rampa de salida con espacio de sobra.

Suspiró y se frotó la frente al llegar al estacionamiento. Tu temperamento podría matar a alguien, le había dicho su primo.

Inhala. Exhala. El motor soltó unos pequeños chasquidos al enfriarse. Joanna se concentró en soltar la fuerte presión sobre el volante y enumerar sus bendiciones. Estoy agradecida por un nuevo trabajo. Estoy agradecida por un nuevo comienzo. Estoy agradecida por tener salud. Estoy agradecida por mi apartamento de mierda con una ducha que no funciona. Estoy agradecida por mis pasatiempos. Se detuvo para corregir. Por mi pasatiempo. Que consiste en sentarme en un bar a emborracharme hasta reventarme el hígado para no perseguir a todo el mundo con una barra metálica.Estoy agradecida por… se quedó sin cosas para enumerar. Golpeó el volante de nuevo y la radio cayó con un golpe seco.

“Bueno, ahora puedo decirle al Dr. Terapista que su técnica para librarse del estrés es pura mierda”, murmuró.

Esta no era la forma en la que ella quería que empezara su primer día en el nuevo trabajo. Empujó la radio de nuevo dentro del tablero, le volvió a colocar la cinta adhesiva, y salió del auto.

La entrada del arruinado edificio de oficinas se alzaba frente a ella como una boca abierta, con láminas de plástico colgando de la puerta como si fueran dientes torcidos. Mirando hacia arriba toda la extensión del edificio, pudo ver desde ese momento tres puntos donde iban a necesitarse cargas extra para una demolición controlada. Sacó su cuaderno de notas para agregar un pequeño bosquejo del edificio, anotando dicha observación antes de que la distrajeran con las instrucciones del primer día.

Esta era la parte del trabajo que más le gustaba. Los edificios eran simples. Las leyes físicas determinaban dónde y cómo caerían. Leyes simples y confiables que dictaban dónde y cómo situar los explosivos para que la estructura entera se quebrara en un rápido y controlado descenso.

“Hey, lindas nalgas,” escuchó con una voz aguda nasal.

La gente, por otra parte…

Pudo ver al dueño de la voz por el rabillo del ojo; una panza saliendo de una cintura y un escaso cabello grasiento echado ligeramente hacia atrás. Se apoyó en el basurero industrial que estaba cerca, con una mano en su cinturón, en lo que probablemente se suponía que era un gesto insinuante.

“Mis nalgas no se verán tan lindas con unos 50.000 voltios atravesando tu culo baboso”, sonrió dulcemente. Su mano se moría de ganas por agarrar la pistola eléctrica dentro del bolso, pero Joanna agarró el lápiz en su lugar. Su primo, el abogado, habría estado orgulloso de su moderación.

“Oh, nena, no te pongas así. Sólo estaba bromeando,” dijo el fenómeno.

Por lo general su severo cabello corto, traje de chaqueta, lentes, y cuaderno de notas eran el suficiente mensaje de que ella no era el tipo de mujer para hacerle bromas. Joanna se concentró en respirar lentamente, adentro y afuera, agarrando la correa de cuero del bolso tan fuerte que sus incrustaciones metálicas se le clavaban en las manos. Esperaba que la fuerza del agarre escondiera el temblor de sus manos. Su terapista le dijo que contar sus respiraciones la ayudaría a calmar la ira. Un margarita helado con un trago doble de tequila también lo haría. Pero ese margarita estaba a otras largas ocho horas de distancia, y podía sentir el peso de esas ocho horas puestas como una enorme carga sobre su espalda.

Terminó su bosquejo con unos pequeños trazos y guardó su cuaderno y su lápiz en el bolso, caminando rápidamente hacia el edificio.

“¡Hey!” la voz aguda gritó detrás de ella. “¡Hey!” Corrió un poco para acercarse, jadeando fuerte tras solo unos pocos metros.

Habían instalado una oficina temporal en un remolque fuera del edificio. El nombre de la empresa, Demoliciones Firewall, ardía en grandes letras rojas en el costado del remolque, y unos pocos hombres se hallaban alrededor de los escalones de metal sosteniendo cafés y rosquillas. Andaban en pares y tríos sueltos, sus conversaciones sonaban como gruñidos inarticulados a unos diez pasos de distancia. Había exactamente treinta y seis pasos desde donde ella se encontraba hasta la puerta del jefe. Siete hombres. No era el peor grupo de primer día que hubiera visto. Dependiendo de qué tan rápido el primero la mirara, y de la velocidad de su paso, tendría que soportar unos cinco silbidos, o quizás tres, sólo para ir a hablar con su nuevo jefe.

"Miren lo que encontré, muchachos", el fenómeno del basurero hizo un gesto hacia ella como si esperara una estrellita dorada. Sus ojos la devoraban lentamente, mientras le daba un codazo al hombre que estaba a su lado. "Esta nueva secretaria se parece a la profesora de Inglés de séptimo grado que me causó mi primera erección". Las risas dispersas sonaron un poco forzadas, pero pudo sentir la mirada colectiva de los hombres como una picazón arrastrándose sobre su piel.

"Apuesto a que se vería súper sexy sin esos lentes..." el primer comentario fue tranquilo, un hombre hablando al de al lado en una voz lo suficientemente fuerte para que continuaran. Joanna podía sentir la sangre fluyendo a su rostro. Ellos probablemente pensarían que fue un poco de rubor que se pintó.

Antes intentaba diciéndoles a los equipos que ella no era una secretaria.

“Dios, ese trasero seguro que rebota bien…” dijo la siguiente voz, un poco más alto. Los puños de Joanna se apretaron.

Aparentemente la profesión de “ingeniero estructural” les resultaba algo absolutamente desconocido cuando era una mujer la que cargaba el portapapeles.

“No los escuches nena, eres una diosa entre campesinos…” le dijo otro Cromañón, ahora directamente.

Aquí viene. Joanna metió la mano en el bolso. La furia contraída se sentía como una masa sólida de energía esperando a explotar en sus entrañas.

El sujeto del basurero la alcanzó por detrás y le agarró el culo.

En un suave movimiento, Joanna sacó la pistola paralizadora de su bolso, dio un paso atrás para que su piel no tocara la de él, y presionó el disparador. El sujeto se desplomó al suelo con sacudidas y espasmos convulsivos recorriéndole el cuerpo. Por su rostro caían lágrimas.

El silencio se extendió por todo el patio. Todos los ojos parpadearon y se movieron entre Joanna, la luz azul parpadeante en su pistola paralizadora, y las maldiciones entre gemidos procedentes del fenómeno en el suelo

"Chicos", esta voz era tan diferente del resto que casi tropezó con sus propios pies cuando se volteó para mirar. La voz sonaba como el whisky, y profundas cavernas suaves. El dueño de la voz no estaba de pie, pero este se levantaba lentamente. Sus músculos tensos, unos sobre otros, se mostraban como los de un dios descansando que estaba a punto de alcanzar su orgullosa postura alfa al erigirse en su metro y noventa y cuatro de estatura. Le tomó un segundo para darse cuenta de que él seguía hablando.

“Parece que la mayoría de ustedes no ha visto una mujer desde la última edición de Playboy. Pero les informo que sólo a las mujeres de las porno les gustan esas mierdas.”

Ella pensó que los otros hombres responderían con más burlas y golpes de pecho de peleas de machos alfa, pero tras la palabra de este hombre, ellos se detuvieron. Sólo se detuvieron. Se rieron entre ellos y regresaron a su café y sus conversaciones, dejando al sujeto agarrón todavía retorciéndose en el suelo. Sabía que debería estar agradecida, pero se sentía furiosa de nuevo. Acababa de paralizar a un tipo, ¿Yél era el que tomaba el mando? Guardó la pistola paralizadora en el bolso antes de sentirse muy tentada a usarla de nuevo.

Caminando hacia la oficina en el remolque pudo ver al macho alfa con mayor claridad. No era el jefe de Demoliciones Firewall. Ya había conocido a la mayoría de los ejecutivos de alto nivel del equipo de demolición, y también a los directivos durante su proceso de entrevista. Joanna trató de mantener su expresión facial neutra mientras lo examinaba. Si se revirtieran sus posiciones, se habría sentido tentada a silbarle y a llamarlo un dios entre ratas. Su dorado cabello ondulado ante la luz del sol de la mañana lucía como el de un superhéroe, y la camisa blanca estirada sobre su abdomen ondulante no dejaba nada a la imaginación. Sus jeans colgaban bajo su cintura para que ella pudiera ver un ligero camino de pelo oscuro que conducía hacia una pendiente en "v" hasta desaparecer bajo su cinturón. Su boca se secó y por un segundo todo lo que pudo pensar fue en meterle la mano por ese camino hacia lo que había debajo.

“Los ojos están aquí arriba, querida,” su sonrisa arrogante le dijo que sabía exactamente lo que ella estaba pensando y que lo aceptaba como algo debido.

La atrapó. Hace dos años, ella le habría dicho algo breve en disculpa por lo incorrecto que había sido devorárselo con los ojos, cuando ella misma odiaba las miradas lascivas hacia ella. Hace dos años se habría deslizado eludiéndolo tímidamente y sintiéndose culpable por cosificarlo. Pero eso era hace dos años.

"Quítate de mi camino, idiota," gruñó las palabras desde el fondo de su garganta. Los ojos de él se abrieron en respuesta, sus cejas se unieron en un ceño fruncido. Se alejó, ondeándole la mano hacia la puerta del jefe de modo sarcástico.

“Por supuesto, su excelencia”, su voz sonaba demasiado bien para ser real. Incluso sonando sarcástica y ligeramente lastimada, sus palabras parecían susurrarle directo a los ovarios.

La oficina del remolque era un caos total. Papeles y planos derramados unos sobre otros en desbordados montones sobre cada superficie. Cajones de archivos colgando abiertos con migajas de alimentos cubriendo los bordes, y una tambaleante pila de cajas de pizza puesta al lado de la puerta, con un miasma lleno de mosquitos zumbándole encima. Las fibras de la alfombra se movieron ligeramente y ella trató de no imaginar las corrientes de los insectos que se movían en ese entramado de pelusa naranja.

"¿Hola?" llamó. El tráiler no era tan grande, pero había tantas pilas gigantes de papeles y desechos de comida que apenas podía ver a unos pocos metros al frente.

"¿Señorita Baltz?" La voz del hombre era profunda y rica, pero carecía de la resonancia del dios arrogante de afuera. Un hombre alto, con una apretada camisa de botones, salió mostrándose hasta los codos, con su corbata y pantalones bien ajustados. Se levantó bruscamente desde detrás de una torre de papeleo que cubría el escritorio. Navegó hábilmente alrededor de una pila de informes con pestañas rojas y le tendió una mano.

"Ben Knightly. Encantado de verla de nuevo. La felicito por su trabajo con la pistola paralizadora; Espero que mis hombres no le hayan causado demasiadas molestias".

"No, en absoluto", las palabras le salieron automáticamente de su boca, como le hubieran salido por haber hecho cualquier otro trabajo. "Aunque, espero que usted tenga la oportunidad de recordarles que este tipo de acoso es ilegal por las leyes estatales y federales".

Los ojos de Ben fueron hacia la ventana y luego de nuevo hacia ella. Se sonrojó ligeramente. "Tratamos de mantener un ambiente de trabajo respetuoso aquí. Si alguien le dice algo a usted, por favor siéntase libre de decirme, y hablaré con él".

El miedo pulsó en el fondo de su garganta. Tres demandas por acoso sexual en cuatro trabajos anteriores le habían dado a ella cierta reputación en la industria. Las normas anti-represalia no significan una mierda cuando las partes involucradas en la demanda no respetan las órdenes de anonimato de la corte. Sabía que no sería capaz de encontrar otro trabajo de inmediato si perdía este. Necesitaba restablecer su reputación si quería prosperar en esta industria. Demoliciones Firewall tenía la reputación de ser justa y generosa con sus referencias y recomendaciones, pero si las burlas y los agarres solamente iban a ser castigados con una charla firme, en todo caso...

Joanna apretaba y cerraba los puños alrededor de las correas de su bolso. "Si me molestan así de nuevo", lo miró a los ojos. "Le aseguro que una charla amistosa de usted no será suficiente. Hay por lo menos tres cámaras de seguridad ahí afuera. Dígale a sus hombres que se contengan o voy a proceder con todo el rigor de la ley".

"Eso parece un poco rudo, señorita Baltz. Somos una compañía amigable, ellos son buenos chicos..."

"Fui perfectamente clara durante el proceso de entrevista, señor, sobre la clase de entorno laboral que toleraría", dijo a través de sus dientes apretados.

"Si no puede evitar que los chicos sean babosos, entonces tal vez usted no debería llevar una chaqueta tan ajustada", la interrumpió Ben.

El sitio se teñía en rojo.

Inhala exhala. Es necesario este trabajo. Él es el jefe. El de la foto con su marido y sus hijos, a él en realidad no le interesa tu ropa. Respira.

"Las últimas mujeres que hemos tenido en el sitio se han acostado con algunos de mis mejores hombres por deporte. Si cualquiera de ellas acudiera ante un juez por acoso sexual después de haber hecho su juego, perdería a mis mejores trabajadores. Son buenos chicos, ellos saben lo significa un "no". Si no se detienen cuando usted les diga, yo les hablaré”.

En su experiencia, los hombres - cuando estaban rodeados de amigos machistas competitivos – sólo sabían lo que un "no" significaba si venía acompañado de una patada en la ingle.

Antes de que su cerebro tuviera la oportunidad de ponerse al día con sus extremidades, Joanna golpeó con su brazo sobre el escritorio lleno de basura, esparciendo material de oficina y documentos sobre las cajas de pizza abandonadas y los archivadores desbordantes. El golpe fue tan fuerte que sacudió las paredes finas del remolque.

Ay mierda. Otra vez no.

"¿Todo el mundo está bien ahí adentro?" gritó una voz desde fuera. Lógicamente, sabía que la voz entraba muy enmudecida para poder identificar quién hablaba, pero había algo en la forma como las palabras golpeaban sus entrañas que la hizo saber que provenían del hombre de hermoso abdomen.

"Hasta el momento", le respondió Ben, con expresión sombría.

Joanna hizo una mueca. ¿Qué podía decir? Lo siento, le prometo que no volverá a suceder. No podía prometer eso. Lo siento, le aseguro que estoy trabajando en mi temperamento en la terapia. Dos años de terapia no habían cambiado nada. Lo siento, mi hermana murió y ahora no puedo dejar de romper cosas. A él no le importaría.

“Lo siento. De verdad necesito este trabajo”.

Ben suspiró y se frotó las sienes. "Puede tomarse la mañana de hoy para revisar los papeles y decidir si quiere trabajar aquí en serio. Si no regresa mañana con una mejor actitud, entonces llamaré a otro de nuestros candidatos. Usted no es la única ingeniera estructural cualificada en esta ciudad".

Ella asintió con la cabeza, aturdida. Un día para arreglar dos años de bagaje. Necesitaba un milagro.

Por los dioses, qué día. Los chicos de Mikkel en el sitio de demolición ya eran lo suficientemente difíciles para resultar un buen día, y esta chica ardiente de hoy - Joanna, según Ben - llega y sus especialistas en demoliciones ya grandecitos se convierten en unos monos babosos. Mikkel agradecía que fuera miércoles, el día de su reunión semanal de Control de la Ira, y también que podría tomarse algún tiempo para calmar la furia que crecía en él.

Se removió en la silla de metal duro y se retorció las manos, frustrado por la incapacidad de sus compañeros de trabajo de ser sólo seres humanos por un momento y ver algo más que el cuerpo de locura de esa mujer. Y sin duda era un cuerpo de locura. Deja de pensar en sus piernas, Mikkel, dejar de pensar en ellas envolviéndote las caderas. Sólo quería desenvolverla de su traje demasiado serio, como un regalo de cumpleaños, y disfrutar del centro suave como la seda que se hallaba en su interior. Deja de pensar en sus ojos. No había visto tan feroz fuerza y ardiente determinación en una mujer en años. Joanna no tenía nada de esos ojitos lindos que las mujeres sumisas de mierda habían estado imitando desde los puritanos. Esta era una mujer que gritaría los orgasmos arañando, y apenas podía esperar para verlo. Apretó las manos sobre las rodillas para descarrilar ese tren de pensamientos, pero mirar al suelo entre sus rodillas sólo le hizo imaginársela allí, mirándolo con esa determinación feroz mientras se lo llevaba a la boca.

Soltó sus rodillas y agarró la fría parte inferior de la silla metálica. No pensar en ella estaba resultando ser imposible. Joanna irrumpió en su vida profesional de la nada y ahora tenía residencia permanente dentro de su cabeza.

Un puñado de aplausos estalló a su alrededor y Mikkel se obligó a concentrarse. Le asintió con la cabeza a un joven que llevaba demasiadas joyas de oro y tomaba asiento a su lado. Esperaba que su expresión pareciera inspirada por lo que sea que el joven hubiera dicho. Mierda, Mikkel apretó la silla tanto que la oyó crujir. Estoy aquí por una razón; puedo soñar despierto con cualquier cosa en mi tiempo libre.

"Gracias, Petey. Eso fue muy valiente, es maravilloso que sientas que puedes compartir algo tan personal con todos nosotros", dijo Tabitha, la líder de reuniones. Su barbilla temblaba un poco mientras hablaba. "Sé que todos estamos aquí en Control de la Ira por diferentes razones, pero los bendigo a todos por venir, y compartir, y mostrarnos que todos somos iguales por dentro". Ahogó un sollozo en un pañuelo de estampado floral. "Me hace sentir muy orgullosa estar aquí y verlos a todos ustedes, valientes y queridas almas que tratan de mejorarse a sí mismos y a sus relaciones mediante el compartir".

Mikkel sintió lástima por el grupo. Tabitha era dulce como un pastel, pero más llorona que un villano en la horca, y medio hablaría, medio lloraría durante toda aquella reunión que iría rumbo al olvido. Él se puso de pie y caminó hacia la pila de cajas vacías que se utilizaban como un podio improvisado. El grupo se reunía debajo de una ferretería perteneciente a uno de los miembros, y la habitación siempre olía ligeramente a masilla y pegamento seco. No se comparaba con todos los templos budistas y claustro-católicos que había visitado durante milenios para lograr la paz, pero había algo casi reconfortante en esa sinceridad de bricolaje.

"Me gustaría compartir", empezó, con su profunda voz resonando en el pequeño sótano.

Tabitha se iluminó como un árbol de Navidad ante la perspectiva de oír hablar de los sentimientos, las pruebas y el sufrimiento de otro ser humano. "¡Gracias, Mike! Chicos y chicas, este es Mike. ¡Vamos todos a hacer que se sienta escuchado y apoyado!" - se estremeció, iniciando un pequeño aplauso mediocre.

Mikkel se bajó de la tribuna improvisada, agachándose detrás para adaptar su cuerpo debajo de una tubería colgante. Mientras tomaba un respiro, miraba distraídamente a su alrededor. La habitación estaba llena de algunos asistentes habituales, algunos novatos, y una mujer en traje de oficina tratando de ocultar su rostro con un volante que Tabitha había entregado. El caricaturesco intento de anonimato era más gracioso que efectivo, pues Mikkel habría reconocido ese puntiagudo estilo de cabello en cualquier lugar.

El corazón le brincó en el pecho, sorprendiéndolo por la fuerte reacción ante su presencia. Se había quitado la chaqueta y Mikkel se sumergió en sus brazos delgados y fuertes, su delicado cuello, y el contorno de sus amplios senos.

“Hola a todos, soy Mike y tengo problemas de ira”.

“Hola Mike”, entonó el grupo robóticamente.

Mikkel empezó su historia. Tuvo que cambiar algunos detalles cada ciertas décadas para asegurarse de que sus referencias tuvieran sentido dentro del actual periodo de tiempo, pero aparte de algunas pequeñas ediciones cronológicas, siempre era la misma. “Yo solía ser un tipo normal de familia – esposa, hijos, el paquete completo”. Esto era bastante cierto.

"Un día yo estaba fuera de la ciudad, por negocios, y un ladrón irrumpió en nuestra casa, asesinando a mi familia a sangre fría". Esto no era del todo cierto. Mientras pronunciaba su discurso bien practicado, no podía dejar de recordar la historia verdadera. Las llamas cayendo del cielo, quemando su pequeña aldea por completo. Los gritos de batalla de la tribu Skomer resonando entre las colinas. Sus manos agarraron el borde del podio. Ese día era uno de los peores recuerdos de su larga vida, y uno de los pocos que no había mermado con el tiempo. Nunca se había sentido tan impotente, tan vulnerable como ese momento. Nunca se había sentido tan enojado.

"Después de sepultar a mi familia, terminé completamente engullido por la ira – metiéndome en peleas a puñetazos, destruyendo todo lo que tocaba, y totalmente incapaz de interactuar a un nivel humano básico".

Observó, intentando sin éxito no quedarse viéndola, como Joanna dejó de intentar esconderse detrás del volante y se inclinaba hacia adelante, aparentemente acercada por sus palabras.

Lo que Mikkel siempre evitaba mencionar eran la serie de explosiones asesinas en las que cayó poco después de que sus razones para vivir fueran reducidas a cenizas. Había nacido Vikingo después de todo, y la mayoría de sus compañeros y hermanos nunca se lo pensaban dos veces con respecto a su comportamiento excepcionalmente violento. Su padre incluso se aprovechaba de esto, enviando a Mikkel a la batalla de primero para pavimentar el camino a sus más equilibrados hermanos.

Sentía un dolor apagado en el pecho cada vez que recordaba la persona horrible y sedienta de sangre en la que se había convertido. De no haberse enfrentado su familia contra aquella bruja en Escocia, su alboroto probablemente hubiera sido interrumpido con su muerte, y Mikkel habría sido liberado del dolor. La maldición de la bruja lo volvió invulnerable e incapaz de envejecer; cosas aparentemente buenas, pero esto lo había obligado a ver a todas sus amantes y a todos sus compatriotas envejecer y morir, una y otra vez.

"Una mujer que conocí por casualidad, trató de enseñarme a parar, pero yo no quería escuchar". Aquella mañana de la maldición era otra escena marcada en su memoria para siempre. Se suponía que iba a ser sólo otra incursión, sólo otra isla para conquistar y poblar. Su padre había ignorado las advertencias de que una poderosa bruja protegía la isla, decía que sólo era un rumor salvaje transmitido por personas incapaces de protegerse a sí mismas.

Pero todo había salido mal desde el momento en que Mikkel dio el primer paso en a la isla. La furia de la batalla se hizo presente, como siempre lo hacía en los primeros días tras la masacre de su familia. Vagamente recordaba a su medio hermano, Erik, yendo hacia el lado opuesto de la isla, mientras que su hermano menor, Bram, bajaba hacia la playa. Pero una hora crucial se había borrado de su memoria: el recuerdo de enfrentarse a la bruja.

Todo lo que podía recordar era posterior; estando arrodillado y débil en aquella playa, buscando y llamando desesperadamente al cuerpo de Bram en el mar. Sus otros hermanos yacían fríos e inmóviles en el suelo. La bruja le gritó algo, y Mikkel hizo lo único en lo que podía pensar: correr. Pensó que perder a su familia era bastante castigo por el daño que habían causado en la isla de la bruja, pero conoció la capacidad de venganza de la bruja la próxima vez que se enojó...

"Cada vez que me enfurezco, me encuentro en un estado completamente fuera de mi control. Esto fue aumentando, año tras año, hasta que me di cuenta del patrón de herir involuntariamente los que me rodeaban, una y otra vez. Estaba tan cegado por mi rabia que destrocé irreparablemente las vidas de algunas personas. He arruinado amistades, alienado novias, y me he encontrado del lado equivocado de la ley una o dos veces".

El eufemismo del milenio, pensó Mikkel. Una semana después de salir de la isla maldita de la bruja, Mikkel se metió en una pelea de taberna cuando uno de los otros clientes trató de empujarlo sobre una de las camareras. Desde que su esposa e hijos murieron, él había sido rápido para la ira, pero esto era diferente. Esto fue más allá de la rabia, era un infierno crepitando, ardiente, que se formaba en su pecho, le recorría la espalda y luego explotaba sobre su piel en llamas literales. No pudo contenerlo, y la bola de fuego destruyó el bar y a todo el mundo en su interior; amigos y enemigos por igual, carbonizados más allá del reconocimiento. Había perdido a un sinnúmero de amigos y amantes con los años debido a su rabia. Había aprendido métodos para calmar su ira, pero la maldición aún se apoderaba de él cuando lo irritaban lo suficiente - y los que le rodeaban siempre pagaban el precio.

Se percató de un cambio en el fondo de la sala cuando Joanna se echó hacia atrás, cruzando sus piernas largas y esbeltas. Su rostro tenía una expresión, no de juicio o de preocupación, sino comprensión absoluta. Sus senos perfectos se tensaron contra su camisa, levantándose mientras suspiraba, y Mikkel casi gimió en voz alta. Quería darle una patada al podio, abrirse paso a través de los otros presentes y devorar a esta mujer con los ojos ardientes. Por suerte la lujuria nunca había sido uno de sus detonantes, si no, toda la habitación estaría en llamas.

Mikkel se dio cuenta de que había dejado de hablar a mitad de la historia, y se aclaró la garganta. Esperaba que el grupo asumiera que estaba aturdido por la emoción, en lugar de distraído con pensamientos al observar a la ingeniera estructural en la última fila.

"No me gusta pensar en todas las vidas destruí en aquellos días. Cuando estaba enojado, parecía que nada podía interponerse en mi camino. Yo era como una revolución andante". “Las palabras más verdaderas de toda la historia". Con el tiempo me di cuenta de que esta forma de vida sólo causaba dolor, así que viajé por el mundo, en busca de alguna religión o filosofía que pudiera ayudarme a encontrar la manera de controlarme".

Durante ese tiempo había buscado respuestas de místicos, brujas, hechiceros y científicos para tratar de disminuir su rabia, contrarrestar el hechizo, o simplemente mitigar el efecto. Ni uno solo pudo ayudarlo. Lógicamente, Mikkel sabía que debía salir de la civilización e irse a vivir en una cueva aislada lejos de cualquier persona que pudiera lastimar, pero la esperanza lo arrastraba de nuevo a la sociedad cada vez que lo intentaba. Necesitaba creer que la maldición de la bruja tenía alguna cura, o que - por lo menos - algún día alguien pudiera encontrar una manera de reunirlo con su familia.

La infructuosa búsqueda por todo el mundo tuvo sus propias recompensas, sin embargo.

"En mis viajes, encontré un montón de gente interesante que me conmovió profundamente, cambiando realmente mi forma de ver el mundo". Si el grupo de apoyo fuese en su mayoría hombres, habría admitido que estos "encuentros profundos” sucedieron con mujeres hermosas. Con Joanna en la audiencia, sin embargo, se contuvo sus vívidas descripciones de las mujeres de todo el mundo que pasaron por su cabeza. Lo que no lo curaba de su maldición lo distraía de ella. Se deleitaba con sus olores, su sensualidad, sus gritos de satisfacción.

Su mirada se desvió una vez más hacia Joanna, quien escuchaba con avidez su relato. Deseaba tener una conclusión más inspiradora para ella, algo que le diera esperanza en sus propias luchas.

"Después de un buen tiempo, me di cuenta de la solución a mis problemas no era algo que un monje o un chamán pudiera conjurar para mí, así que dejé de vagar por el mundo buscando soluciones mágicas. Aquí estoy, luchando contra mi problema de ira, día tras día, trabajando en el programa. Ciertamente no ayuda el hecho de que me gane la vida demoliendo cosas”. Esto causó algunas risas. "Pero estoy agradecido con Tabitha y con todos ustedes aquí por apoyarme”.

La sala estalló en aplausos y Tabitha se movió hacia el podio, llorando alegremente. Agarró a Mikkel por los hombros y le dio un beso húmedo y torpe en la mejilla, dejándole una marca de labial grande y cómica. Esto siempre lo sorprendía, pero se sentía mejor.

El corazón de Joanna latía tan rápido que pensó la mujer del de la falda hippie junto a ella lo oiría. Su boca se sentía reseca, y sus bragas estaban húmedas de deseo. No fue la historia que contó; la mayoría era obviamente una mentira, o una verdad a medias. Podía contar una buena historia, tuvo que darle crédito por eso. Por lo general, los oradores de estas reuniones zumbaban sin cesar sobre detalles insignificantes y nunca parecían llegar al punto. Ya sabía que él era un buen orador tras su breve intercambio en el sitio de la demolición. Y era guapo, eso era seguro.

Cada vez que él se humedecía los labios con la lengua, ella podía sentir cada partícula de ésta haciendo contacto directamente sobre su clítoris. El ver cómo dobló los bordes de la caja-podio, la hizo imaginar fácilmente cómo le agarraría fuertemente las caderas mientras la penetraba. Su camiseta era lo suficientemente apretada para que ella pudiera ver los bordes de sus pectorales cincelados y los pequeños puntos de sus pezones a través de la tela, pidiendo a gritos ser mordisqueados. Era definitivamente digno de fantasear, pero su apariencia escultural no habría sido suficiente para hacerle querer treparlo como un árbol si no fuera por ese detalle.

Era su condenado hoyuelo en la mejilla. Ella no le había prestado demasiada atención a su rostro en el sitio de demolición para notarlo durante su primer encuentro, pero le fue imposible ignorarlo ahora que el podio ocultaba de la vista la distracción de sus abdominales. Justo en el borde de la boca, la pequeña media luna perfecta ondeaba y se hundía. Era como una criatura independiente que vivía en su rostro, ese hoyuelo. Él mencionaría algún detalle trivial, como el robo de la casa de su familia, y aquel pequeño hoyuelo saldría a declararle al mundo; así no fue como sucedió, fue bastante peor que eso.

Y luego él pasaba a una parte sincera, como la de que los viajes por el mundo no le habían dado ninguna respuesta, y el pequeño hoyuelo se giraba hacia abajo. Ese pequeño descenso, la desesperación que irradiaba ese pequeño pedacito de piel, tenía la suficiente intensidad para cargar el resto de su cuerpo con vibrante pasión. Todo lo que podía hacer para no dejar resbalar sus manos entre los muslos apretados y acariciarse el brote sensible, era apretar los puños sobre las rodillas y desear que sus mejillas sonrojadas se calmaran antes de hacer una escena. Como correr hasta el podio, arrancándose la ropa, y gritar como una demente mientras él la penetraba sobre la mesa de refrescos.

Todo el mundo estaba aplaudiendo, y medio segundo después de que ya fuera muy tarde, Joanna se unió al aplauso.

"¿No fue increíble?" La pobre Tabitha se iba a morir de deshidratación si no dejaba de llorar. Se había quedado sin pañuelos de papel en algún punto de la parte de la rabia incontrolable, y en su lugar comenzó a usar su chal tejido para secarse los ojos. "Muchas gracias por compartir, Mike. Eso fue tan conmovedor. Eres es una inspiración para todos nosotros. Es muy refrescante ver a un hombre tan en contacto con sus sentimientos".

Juntó las manos apretadas contra su pecho y suspiró tan profundamente que las grandes peinetas de madera que sostenían su cabello se balancearon peligrosamente. "Los sentimientos son los que hacen de la vida algo digno de vivirse, y ser capaces de articular plenamente esos sentimientos es lo que nos ayuda a todos a manejar nuestras relaciones".

Joanna se cubrió el resoplido de la risa contenida fingiendo una tos. Esperaba sinceramente que Tabitha no fuese una psicópata furiosa antes de aprender a predicar en iglesia de los sentimientos y gestionar un grupo control de la ira. Una imagen de Tabitha atacando a alguien en el autobús con agujas de tejer por no levantarse para dar asiento a personas mayores hizo que le fuera más fácil sentir agrado por la mujer de ropa floreada. Joanna cometió el error de mirar a Mike para ver su reacción ante el pequeño discurso de Tabitha. El hoyuelo bailó en una danza desdeñosa cuando él dijo, "Gracias, Tabitha. Me alegra mucho que mi historia te conmoviera".

Volvió a tomar asiento, estirando sus largas y fuertes piernas debajo de la silla del frente. Su rostro lucía impasible cuando el siguiente orador se encamó tímidamente hacia el podio. Los brazos de Mikkel vagamente se cruzaron sobre su pecho. Cuando la señora de la falda hippie comenzó a presentarse, giró sobre su silla un poco para poder mirar a Joanna directamente a los ojos. Por un momento, un calor abrasador quemó el aire entre ellos como una fuerza física auténtica.

Le guiñó un ojo. El hoyuelo se hundió, prometiendo largas noches de sexo travieso que incluían la utilización sin complejos de dientes y cuerdas.

El resto de la reunión fue algo borrosa. Sabía que tenía que concentrarse, pero sus ojos se mantenían regresando a la mejilla de Mike, como una buscadora de tesoros intentando darle otro vistazo a la tumba maldita. La reacción del hoyuelo ante cada historia le importaba más a Joanna que cualquier otra cosa en la habitación. La chica hippie admitió haber golpeado a un cliente en su puesto de venta de tomates orgánicos cuando el cliente se jactó de tener una foto de Ronald Reagan en una capilla dorada junto a una imagen de San Mateo, patrón de los banqueros y contadores. El hoyuelo de Mike saltó con aprobación. El tipo de al lado que básicamente se quejó durante cinco minutos de la pésima cocina de su esposa, se llevó un hundimiento de burla del hoyuelo.

¿Qué pensaría el hoyuelo sobre su historia? La idea de dirigirse al podio hizo que le empezara a sudar fríamente la columna. Hola a todos. Mi nombre es Joanna y tengo problemas de ira. Empujé a un lado a una mujer que no quiso moverse en el lado izquierdo de una escalera mecánica, y ella me demandado por romperle la muñeca. El hoyuelo probablemente no reaccionaría con amabilidad. Joanna sabía que, por mucha fortuna, la corte sólo la había mandado a clases de control de la ira y le había puesto una multa como únicas consecuencias por empujar a una abogada especializada en injurias personales. Su terapeuta le dijo que debía dejar atrás su ira y perdonar a la mujer, pero Joanna no podía sacar a relucir el nivel suficiente de arrepentimiento. Esa perra debería saber que no puede permanecer parada en el lado izquierdo de la escalera mecánica durante las horas pico, pensó.

La reunión se sintió como que terminó tres vidas después. Ella asintió con cumplidos a Tabitha, obtuvo su tarjeta de la corte firmada, y se dirigió a una mesa de rosquillas duras como piedras. Si pudiera conseguir una servilleta llena de comida gratis y cruzar la puerta hacia afuera antes de que Mike la reconociera, entonces tal vez podría evitar pasar la vergüenza de brincarle y pasarle lengua sobre su tentador hoyuelo.

“¡Hola! Eres Joanna, ¿verdad?”

Joanna se quedó inmóvil, sosteniendo en el puño una servilleta envuelta en el pan de plátano a medio camino hacia su bolso. Se giró lentamente y se encontró mirando al nivel de un par de músculos pectorales muy firmes. De alguna manera se había olvidado lo alto que era. Inclinó la cabeza hacia atrás para conseguir una mirada a su rostro. Un hormigueo de calor se extendió por su cuello y su pecho, siguiendo una línea caliente a través de su estómago, para terminar en la humedad entre sus piernas. Deseaba desesperadamente que no estuviera tan sonrojada como lo acalorada que se sentía.

"Hola, sí, soy Jo," dijo. La confrontación de esta mañana irrumpió repentinamente en su mente con una nitidez de película, y pudo sentir su cómo su cara se enrojecía aún más. "Oh Dios, siento mucho lo de esta mañana. Probablemente me comporté como una perra iracunda contigo. Es algo en lo que estoy trabajando", dijo señalando ligeramente con la mano a la clase de control de la ira.

Él le sonrió y su hoyuelo pegó un salto en una señal de alegría sincera, esto hizo que el calor apasionado en su pecho se fundiera en algo más cálido y suave. Notó que los bordes de su boca le sonreían de vuelta.

"No hay ningún problema. Soy Mike, Mike Eld". Le tendió su mano para que la estrechara. Los callos de esa mano se frotaron contra la palma de la suya en una fricción juguetona que produjo eco en sus fantasías. Lamentó soltarla. "En cuanto a lo de esta mañana, lo olvido todo si me invitas una bebida". Le dijo.

“¿No se supone que debería ser al revés?” le dijo ella. Su sonrisa se expandía como si tuviera una mente propia.

“Ahh, pero yo soy a la antigua. Yo creo que la persona más guapa debería pagar por la menos guapa. Eso ayuda a equilibrar la balanza del poder”.

Le tomó un segundo a su cerebro podrido de lujuria darle sentido a lo que él dijo, pero cuando lo hizo no pudo evitar sentirse irracionalmente feliz.

“¿Qué tan seguido te funciona esa frase?” Le preguntó.

La cálida risita de Mike le hizo cosas extrañas en el estómago. “Funcionó con Juana de Arco, y ella sí que era una dura”. Dijo él con un rostro inexpresivo que se sorprendió por la risa de ella.

Qué rarito. “Bueno, si funcionó con Juana de Arco, está bastante bien para mí”, dijo. Él extendió el brazo como un hombre que guía al estilo de las películas en blanco y negro, y ella deslizó su brazo dentro de éste, sintiéndose tonta y complacida al mismo tiempo.

"Que se diviertan, niños", la anciana les guiñó un ojo. "Y no se olviden de los sentimientos. Los sentimientos son todo". Joanna juraría que por un segundo los ojos de Tabitha destellaron en un verde brillante, pero cuando miró de nuevo, eran del mismo azul plácido. Se estremeció.

“¿Todo bien?” Le preguntó Mike preocupado, en voz baja. Joann [...]