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Trent Marlowe no podía creer que Laurel reapareciera de repente en su vida después de que hubiera desaparecido de ésta hacía siete años. Ella había provocado que su corazón se convirtiera en una roca y él deseaba que continuara igual. Pero entonces descubrió la verdadera razón de aquella visita…Laurel había desaparecido llevándose consigo una letanía de secretos demasiado bochornosos como para confiárselos a un hombre al que nunca había dejado de amar. Sin embargo, en aquel momento, necesitaba con desesperación que él ayudara a su pequeño hijo. Aunque no sabía cómo iba a controlar el deseo que Trent estaba volviendo a despertar en ella...
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Seitenzahl: 219
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2008 Marie Rydzynski-Ferrarella. Todos los derechos reservados. UN SECRETO INCONFESABLE, N.º 1873 - noviembre 2010 Título original: Mistletoe and Miracles Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9271-1 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa
URANTE un momento, Trent Marlowe pensó que estaba soñando. Cuando levantó la mirada del artículo que estaba leyendo y la vio a ella de pie en la puerta de su despacho, creyó haberse quedado dormido.
Pero aunque el artículo era aburrido, la última vez que se había quedado dormido estando sentado ante un escritorio había sido durante una clase a la que había asistido a las ocho de la mañana, en la que la voz monótona del profesor lo había adormilado.
Por aquel entonces, él era un novato de primer año de primaria.
Y ella también.
Parpadeando, comprobó su bloc de citas antes de volver a mirar a la delgada rubia de mirada triste que estaba en su puerta. Eran las nueve de la mañana y le esperaba un intenso día de trabajo. Lo primero que tenía era un nuevo paciente, Cody Greer. Cody sólo tenía seis años y lo acompañaría su madre, Laurel Greer.
Cuando había leído el nombre de la madre en su agenda, le había hecho recordar a otra Laurel que él había conocido. Alguien que había sido muy importante en su vida. Pero de todo aquello hacía ya mucho tiempo y, si de vez en cuando seguía pensando en ella, jamás se la había imaginado entrando en su despacho. Después de todo, al igual que su madrastra, él se había convertido en psicólogo infantil, y Laurel Valentine ya no era una niña… ni siquiera lo había sido cuando había sido pequeña de verdad.
Como Laurel no era un nombre poco frecuente, no se le había pasado por la cabeza que Laurel Greer y Laurel Valentine fueran la misma persona.
Pero allí estaba ella, en la puerta de su despacho. Tan dolorosamente guapa como siempre.
Quizá incluso más.
No fue consciente de haberse levantado de la silla ni de haber abierto la boca para hablar. Cuando oyó su propia voz, le pareció casi irreal.
—¿Laurel?
Ella sonrió.
Lo hizo de manera tensa y vacilante. Pero, aun así, seguía siendo la sonrisa de Laurel; una sonrisa que iluminó toda la sala. En aquel preciso momento fue cuando él se dio cuenta de que no estaba soñando.
Laurel no se movió. Parecía tener dudas acerca de dar el último paso para entrar en el despacho.
—Hola, Trent. ¿Cómo estás?
Su voz seguía siendo dulce y melódica.
—Impresionado —contestó él, ya que fue lo primero que le vino a la cabeza. Se rió con sequedad para intentar salir del estado de desconcierto en el que se encontraba.
Hacía más de siete años que no la veía. Y, a primera vista, no había cambiado. Seguía teniendo una timidez que le hacía pensar en una princesa de cuento de hadas que necesitaba ser rescatada.
Muy confundido, se planteó si Laurel habría ido a la clínica para buscarlo a él o si realmente necesitaba sus servicios profesionales. Pero allí no se atendía a personas adultas.
—Soy psicólogo infantil —le dijo.
Ella sonrió aún más abiertamente.
—Lo sé —contestó—. Tengo un hijo.
Trent sintió que algo se revolvía dentro de su cuerpo, pero decidió ignorarlo. Inclinó la cabeza ligeramente para mirar detrás de Laurel, pero no parecía que hubiera nadie con ella.
—Está en casa —explicó ella—. Con mi madre.
Él comprobó la hora en su reloj, aunque tan sólo hacía tres minutos desde la última vez que lo había hecho. Pero en aquel momento no estaba seguro de nada. Parecía como si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies y se lo hubiera tragado.
—¿No debería estar en el colegio?
Laurel suspiró antes de contestar, como si alguna carga invisible le hubiera hecho sentirse extremadamente cansada.
—Ya no quiere ir a ningún sitio —explicó, apretando los labios. Miró a Trent con la esperanza reflejada en los ojos—. ¿Puedo pasar?
Él se reprendió a sí mismo y se dijo que era un idiota. El haber vuelto a ver a su primer, no, a su único amor después de tantos años, le había dejado completamente aturdido. Su habitual aplomo había desaparecido.
Se forzó en centrarse, en relajarse. Y logró apartar de su mente las numerosas preguntas que estaba deseando realizarle.
—Desde luego, lo siento. Haberte vuelto a ver me ha sorprendido mucho —respondió, indicando las dos sillas que había frente a su moderno escritorio—. Por favor, siéntate.
Ella se movió por la sala como la modelo que una vez le había confesado que quería ser. Se sentó con gracia en una de las sillas que Trent le había indicado, dejó el bolso en el suelo y entrelazó las manos en su regazo.
Parecía incómoda y nunca antes lo había estado cerca de él. Pero desde la última vez que se habían visto había pasado mucho tiempo.
—Quería hablarte de Cody antes de que comenzaras a trabajar con él, pero no quería que mi hijo me oyera.
Trent se preguntó si Laurel pensaba que el chico no la comprendería o que la comprendería demasiado bien.
—¿Por qué?
—Tal y como están las cosas, Cody es prácticamente una estatua. No quiero que sienta que estoy hablando de él como si no estuviera delante. Quiero decir… —ella hizo una pausa.
Él observó que su labio inferior se movía de la manera en la que solía hacerlo cuando le resultaba muy difícil expresar algo con palabras. Algunas cosas no cambiaban… y no supo si ello le reconfortaba o no.
Cuando Laurel lo miró a los ojos, él vio que se había mordido el labio inferior para evitar ponerse a llorar. Las lágrimas brillaban en sus ojos.
—No sé por dónde empezar.
—Por lo que sea que te haga sentir cómoda —contestó Trent con delicadeza, invadido por unos intensos y antiguos sentimientos. Sonrió de manera alentadora—. La mayoría de la gente comienza por el principio.
Pero ella pensó que nada de aquello le hacía sentir cómoda. Sentía como si estuviera pendiendo de un hilo que cada vez era más fino. Tenía la sensación de que en cualquier momento caería por un gran abismo.
Apretó las manos y se forzó en concentrarse. No podía venirse abajo, no podía permitírselo. Tenía que salvar a Cody. O, más correctamente, tenía que lograr que Trent salvara a Cody. Sabía que si alguien podía salvar a su hijo era Trent.
—No habla. No emite ni una sola palabra desde que… —comenzó a explicar. Pero, a pesar de su determinación, se le quebró la voz. Se sintió invadida por una sensación de déjà vu.
Trent se sintió profundamente tentado de acercarse a ella y tomarle las manos, tentado de indicarle que se levantara para abrazarla estrechamente hasta que recuperara las fuerzas y pudiera continuar hablando.
Precisamente aquello hubiera sido lo que habría hecho durante una época.
Pero ya no seguían siendo unos jovencitos enamorados, no estaban en la universidad planeando juntos un futuro en común. Sus vidas se habían separado y cada uno había seguido su propio camino. Les había apartado el equipaje que ella parecía no haber podido abrir delante de él.
Sintiendo una inesperada amargura, pensó que obviamente sí que lo había abierto para otra persona. Laurel se había casado y había formado una familia. Ya no era la Laurel con la que, en ocasiones, él seguía soñando.
La Laurel a la que le había pedido que se casara con él… justo antes de que ella hubiera desaparecido.
Lo mejor que podía hacer era volver a sentarse en su silla al otro lado del escritorio y así crear el ambiente profesional que se suponía debía existir en aquel despacho. Pero decidió que no podía aceptar el caso de Cody… ya que éste era hijo de Laurel y tendría demasiada cercanía con el tema.
Pero sí que podía escuchar el caso para traspasarle éste a su madre o a alguno de los otros dos psicólogos que trabajaban con él.
—¿Desde que…? —incitó.
Laurel se enderezó como para protegerse de las palabras que iba a decir a continuación. —Desde que murió su padre. —Lo siento mucho —murmuró Trent, mirando la mano de ella. Comprobó que todavía llevaba puesta su alianza matrimonial—. ¿Cuándo ocurrió?
—Hace casi un año —contestó Laurel, susurrando.
Un año. Él pensó que la mayoría de mujeres ya habrían seguido su camino, animadas por su familia o amigos a enfrentarse a la vida. Pero recordó que ella nunca había sido como el resto de mujeres.
Respirando profundamente, Laurel pareció lograr contener sus emociones. La antigua Laurel se habría derrumbado para después, tras un rato, luchar por re-componerse de nuevo. Con admiración, se dio cuenta de que ella sí que había cambiado.
—Fue un accidente de coche —continuó Laurel, apretando tanto las manos en su regazo que se le pusieron blancos los nudillos—. Cody estaba con él en el vehículo.
Al haber perdido a su madre a una temprana edad, la empatía que Trent sintió con el chico fue inmediata. Su progenitora había fallecido en un accidente aéreo, hecho que le había perseguido siempre y que había provocado que los compromisos fueran algo muy difícil para él. Y no quería ni imaginarse lo horrible que hubiera llegado a ser si hubiera presenciado en primera persona como a su madre se le apagaba la vida.
—¿Vio a su padre morir?
—Sí —respondió Laurel con voz ronca—. Cody estuvo en el coche durante casi una hora hasta que los bomberos lograron sacarlo.
Cody y Matt se dirigían a un camping cuando ocurrió el accidente. Ella había querido acompañarlos, pero Matt le había pedido que se quedara en casa, ya que quería pasar un poco de tiempo a solas con el pequeño. A regañadientes, Laurel había aceptado. Todavía no podía dejar de pensar que tal vez, si los hubiera acompañado, las cosas habrían sido distintas.
—Cuando llegué al hospital, esperaba que Cody estuviera llorando, histérico o algo parecido. Pero no ocurrió nada de eso. Mi hijo no parecía sentir nada. Era como si su cuerpo hubiera permanecido con nosotros pero el resto de él hubiera desaparecido. Al principio pensé que era por la impresión y que poco a poco se le pasaría, pero… —en ese momento tuvo que hacer una pausa— no ha sido así. Desde entonces no ha dicho ni una sola palabra.
—¿Lo han examinado físicamente, por si tiene algún daño neurológico? —¿Qué clase de madre crees que soy? —preguntó ella enfadada.
Trent sabía que el enfado ayudaba a algunas personas a sobrevivir en situaciones que de otra manera les superarían.
—Desde luego que lo examinaron. Lo llevé a un pediatra y después a otro, tras lo cual me decidí por un neurólogo y finalmente por nuestro médico de cabecera. Cody no tiene ningún daño físico —explicó Laurel, respirando profundamente de nuevo—. El doctor Miller me sugirió que lo intentara con un psicólogo infantil. Fue él quien me dio tu nombre.
Trent conocía a un doctor Miller. El hombre formaba parte del personal del Blair Memorial, pero no recordaba haber impresionado nunca al médico.
—¿Te dio mi nombre?
—Bueno, en realidad me dio el nombre de tu clínica —corrigió ella, encogiéndose levemente de hombros—. Pero cuando vi tu nombre en la tarjeta que él me dio…
Al ver el nombre de Trent, se había quedado muy impresionada y prácticamente se le había parado el corazón. Por primera vez en meses, había comenzado a pensar que había esperanza para Cody.
—Recordé lo amable y paciente que podías llegar a ser —añadió, mirándolo a los ojos.
—Laurel…
En ese momento, ella supo que él iba a rechazar el caso de su hijo, lo supo por el tono de su voz. Pensó que tenía todo el derecho a hacerlo… debido a lo que ella misma le había hecho años atrás. Pero la desesperación provocó que lo interrumpiera. Por el bien de Cody.
—Trent, mi hijo era muy alegre. Sociable, simpático, divertido —dijo, sintiendo un gran dolor de corazón al recordar cómo habían sido las cosas antes del accidente—. Con cuatro años, ya podía leer. Sé que lo que ocurrió supuso un gran trauma para él. Quería mucho a su padre y simplemente se quedó destrozado. Pero también sé que tú podrías encontrar la manera de llegar a mi pequeño. Sé que puedes.
Todo le indicaba a Trent que debía alejarse de aquella situación… todo salvo la mirada de Laurel. Pero sabía que no estaría bien e intentó explicarle por qué no debía aceptar el caso.
—Realmente no creo que yo sea la persona adecuada para tratarlo.
Ella se dijo a sí misma que no iba a aceptar un no por respuesta. De ninguna manera. Trent era la última esperanza de su hijo.
—¿Por lo que pasó entre nosotros?
Él no hizo ningún esfuerzo por negarlo.
—Sí.
Pero Laurel se negaba a aceptar aquello. Tenía que hacerle comprender.
—Precisamente eso es lo que te hace tan idóneo para tratar a mi hijo. Sé que tienes un don para lograr que la gente se abra a ti —comentó sin querer entrar en detalles, ya que le resultaba demasiado doloroso. Aunque lo haría si tuviera que hacerlo.
Aquello no trataba sobre ella, sino sobre su hijo, y haría lo que fuera para salvarlo, para sacarlo del infierno en el que éste se había encerrado.
—No confío mucho en las personas.
—Lo recuerdo —confesó Trent.
Nunca podría olvidar lo difícil que había sido conseguir que Laurel se abriera a él y le contara lo que la atormentaba. Aunque, finalmente, el haberlo sabido tampoco había ayudado.
—Pero confío en ti —continuó ella con una gran vulnerabilidad reflejada en la voz—. Trent, he intentado todo para hacerle hablar, incluso he contratado un profesor particular para que lo ayudara a no perder el ritmo en el colegio. Los demás niños se ríen de él y yo me doy cuenta de que, poco a poco, Cody se encierra más y más en su propia concha. Ya no sé qué más hacer. Pero no puedo perderlo, Trent. Es un niño tan especial y tan indefenso —añadió, tensa.
En aquel momento hizo una pausa como si estuviera decidiendo si revelarle más intimidades o no. Respirando profundamente, decidió hacerlo.
—El otro día me lo encontré jugando con cerillas. Y sabe perfectamente que no debe hacerlo —le confió a Trent, suplicándole con la mirada que lo ayudara—. Me temo que un día va a hacerse mucho daño si no logra salir del estado en el que vive.
Trent se quedó mirándola durante largo rato. Sabía que debía ceñirse a sus principios y transferir el caso a Lucas Andrews, cuya técnica era similar a la suya, o incluso a su madrastra. Kate Llewellyn Marlowe podía lograr que cualquier persona se abriera a ella. Había logrado maravillas con sus hermanos y con él cuando había ido a trabajar como niñera para cuidarlos hacía ya más de veinte años. Y, además, también había conseguido cambiar a su padre, al cual se había vuelto más humano.
Todo lo que él había aprendido acerca de la paciencia y el amor lo había hecho a través de Kate, así como también el curar las almas heridas. Sería mejor si Laurel llevaba a su hijo tanto con su madrastra como con Lucas. Pero era muy difícil decir no ante la expresión de los ojos de su antiguo amor. Había una parte de él que todavía la amaba después de tanto tiempo… aunque ya hacía muchos años que había logrado aceptar el rumbo que habían tomado las cosas.
O, por lo menos, aquello había sido lo que se había dicho a sí mismo.
Supuso que no haría ningún daño realizar algunas preguntas para así transferir el caso con más propiedad.
—¿Qué hace Cody durante el día? ¿Juega con otros niños?
Ella negó con la cabeza.
—Ya no. Ni siquiera con su mejor amigo, Scott, quien siempre estuvo a su lado cuando los demás niños comenzaron a reírse de él. Mi hijo solía ser muy sociable y simpático. Y verlo en este estado… —explicó, apretando los labios con fuerza.
—¿Entonces cómo pasa el tiempo? —insistió Trent—. ¿Ve la televisión constantemente? ¿O se queda mirando al vacío? ¿Qué hace?
—Juega a los videojuegos —contestó Laurel, esbozando una triste sonrisa. Aunque supuso que aquello era preferible a que no hiciera nada—. En realidad, juega a un solo videojuego. Es de carreras de coches… se lo compró su padre.
No había sido capaz de quitarle el videojuego al pequeño, aunque ver como jugaba a éste constantemente le preocupaba.
—Choca los coches continuamente. También juega con sus coches de juguete… hace que choquen los unos contra los otros… —Destroza lo que destrozó a su padre —comentó Trent.
—Sí, esencialmente es lo que hace —concedió ella. En ese momento se echó hacia delante en la silla y tomó una mano de él entre las suyas—. Por favor, Trent —le suplicó—. Por favor, ayúdalo.
Durante un momento, él se vio invadido por una lucha interna entre la lógica y los sentimientos. Sabía lo que debía decir, lo que debía hacer. Pero fue una batalla muy corta. La mujer que tenía delante era Laurel y ésta había sufrido mucho en la vida. Y él no quería ser la razón por la que ella perdiera la esperanza.
—Está bien, lo veré… por lo menos para evaluarlo —aceptó—. Tráelo a la consulta —comentó, comprobando su agenda—. ¿Te viene bien mañana a las nueve de la mañana?
Las lágrimas volvieron a inundar los ojos de Laurel, pero en aquella ocasión fueron lágrimas de gratitud.
—Me viene bien a cualquier hora —contestó, aliviada—. Gracias, Trent.
—No me des las gracias todavía —le advirtió él—. No he hecho nada.
—Pero lo harás —aseguró ella, a quien no le cabía duda alguna de que Trent podía ayudar a su hijo, de que encontraría la manera de lograr que su pequeño se encontrara mejor.
Sabía que finalmente lograría que volviera a ser el mismo de antes.
—Laurel, aquí no se hace magia. No puedo pasarle una varita por encima y repentinamente lograr que mejore. Tal vez esto tarde mucho tiempo —explicó Trent. Incluso mientras estaba diciendo aquello, no pudo evitar preguntarse si le apetecía aceptar aquel caso o no, si estaba responsabilizándose de algo que no iba a poder manejar. No supo qué era más cruel, si no ofrecer esperanza alguna u ofrecer falsas esperanzas.
—Tú me ayudaste a sentirme mejor —recordó ella. Pero entonces se corrigió a sí misma—. Casi.
Él recordó entonces muchos pequeños momentos que habían vivido juntos, momentos que le habían hecho creer que siempre estarían el uno al lado del otro…
—Es el mismo «casi» que siempre ha estado presente en tu vida —comentó, conteniendo la ola de tristeza que amenazaba con apoderarse de todo su cuerpo.
Entonces miró a Laurel durante un largo momento. Era una mujer preciosa. Siempre lo había sido. Por lo que le había contado, el año anterior había sido muy difícil para ella. Nunca lo había tenido fácil. Era una persona frágil, pero todavía estaba entera, lo que demostraba su gran capacidad de recuperación.
—¿Cómo estás? —le preguntó con dulzura.
Laurel pareció sorprendida ante la pregunta.
—Estoy bien —se apresuró en contestar. A continuación volvió a esbozar aquella triste sonrisa—. Salvo porque estoy realmente preocupada por Cody.
—Pero… ¿aparte de eso?
Ella levantó la cabeza y enmascaró sus emociones.
—Bien, estoy bien.
Trent pensó que parecía que Cody no era el único que se había apartado del mundo. A su manera, Laurel también lo había hecho. Pero aquél era un asunto a tratar en otro momento… si es que éste llegaba.
—Bueno, ya te he robado mucho tiempo —comentó ella, tomando su bolso. Sacó de éste su talonario de cheques—. ¿Cuánto te debo?
Él negó con la cabeza.
—Esto no ha sido una consulta, Laurel.
Ella no guardó su chequera.
—Pero he estado ocupando tu tiempo.
Trent esbozó una leve sonrisa.
—Bueno, así nos hemos puesto al día.
—Pretendo pagar las sesiones de Cody —insistió Laurel. Matthew había sido un hombre muy rico. —No he venido a tu consulta esperando caridad. —Ya discutiremos los honorarios cuando llegue el momento… si es que llega —aclaró Trent—. Rita puede darte una copia. Pero lo de hoy no ha sido una consulta, ha sido simplemente una conversación. No cobro por charlar.
Laurel inclinó la cabeza y aceptó la explicación… por el momento. Pensó que tal vez estaba siendo demasiado susceptible. Desde que su mundo se había quedado destrozado, había tenido problemas para controlar sus emociones.
—¿Rita?
Él estuvo a punto de calificar a Rita como su secretaria, pero lo pensó mejor e intentó encontrar un término más políticamente correcto.
—Es la asistente administrativa que está sentada en recepción.
Laurel asintió con la cabeza.
—La que frunció el ceño al verme aparecer sin Cody.
Trent pensó que Rita siempre se comportaba de aquella manera.
—A Rita le gusta que las cosas siempre estén controladas. Ella se ocupa de nosotros.
—¿De nosotros?
—De los otros psicólogos que trabajan aquí y de mí.
En ese momento, Laurel se levantó, y él hizo lo mismo. Durante un instante, pareció como si ella hubiera estado a punto de acercarse a Trent para darle un abrazo. Pero, aparentemente, en el último minuto cambió de idea y simplemente le tendió la mano.
—Gracias otra vez, Trent. Esto significa mucho para mí.
—No te prometo nada. Acerca de nada —respondió él, que sabía que ella pensaba que iba a comenzar a tratar al pequeño. Pero no se había comprometido a nada más que a una visita inicial—. Iremos paso a paso —añadió.
Laurel asintió con la cabeza. Aquello le bastaba.
Su perfume, el mismo que solía utilizar cuando había estado saliendo con él, impregnó la sala durante mucho tiempo después de que ella se hubiera marchado…
OCOS minutos después, Trent salió a la sala donde se encontraba Rita. Desde su posición privilegiada en medio del área de recepción, podía observar los despachos de los cuatro psicólogos que allí trabajaban.
La pequeña mujer, cuyo pelo lacio y oscuro era demasiado negro para ser natural, abrió la boca para decirle algo, pero de inmediato volvió a cerrarla sin pronunciar ni una palabra.
Trent continuó andando. No era con Rita con quien quería hablar. Se digirió al despacho que había justo enfrente del suyo y llamó a la puerta. Como la pequeña luz roja que indicaba que un paciente estaba siendo atendido en aquella sala no estaba encendida, no esperó a que su socia le invitara a entrar. Tras llamar a la puerta, abrió y asomó la cabeza por ésta.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó a Kate.
Ella dejó de anotar algo en su bloc de notas y levantó la mirada. Colocó el bolígrafo que había estado utilizando sobre su escritorio y sonrió. Le indicó que entrara.
—¿Para ti? Siempre —contestó. Entonces presionó el botón del intercomunicador que le comunicaba con recepción—. No me pases ninguna llamada durante unos minutos, Rita.
En respuesta, se oyó un suspiro al otro lado de la línea.
—Está bien, si es lo que quieres.
Kate se rió dulcemente. Estaba segura de que quién hubiera inventado el calificativo «malhumorado» lo había hecho para referirse a Rita. Ésta apenas sonreía y nadie sabía la edad que tenía. Ella la había mantenido en el puesto de trabajo ya que Rita había trabajado para el hombre de quien había tomado el relevo en el negocio. Según él, la recepcionista iba incluida en el edificio y Kate no había tenido ninguna razón para dudar del hombre. Rita era muy hábil, fiel y dogmática. En realidad, le tenía mucho cariño.
—No finjas que poner a la gente en espera no es uno de tus pasatiempos favoritos, Rita. No olvides que nos conocemos desde hace mucho tiempo.
—Si usted lo dice, doctora —murmuró la recepcionista, cortando la comunicación.
La señora Marlowe no había esperado otra cosa. Rita no era muy dada a perder el tiempo.
Entonces levantó el dedo del interfono y miró a Trent. No necesitaba su licenciatura en Psicología para percatarse de que estaba tenso. Aunque su hijo intentara parecer despreocupado, algo le estaba perturbando.
Alto, con el pelo rubio rojizo y unos preciosos ojos azules, Trent se había convertido en un hombre muy guapo… al igual que sus hermanos.
Conteniendo una sonrisa, pensó que exactamente igual a dos de sus hermanos. Trent y sus dos hermanos Trevor y Travis eran trillizos. Para la gente que no los conocía, parecían tres copias idénticas. Sólo prestando mucha atención podían verse las leves diferencias que había entre los tres. La sonrisa de uno era muy abierta, el otro inclinaba la cabeza de cierta manera cuando conversaba y al tercero se le ponían los ojos de un tono más azul que a sus hermanos cuando se apasionaba por algún tema.
Lo que los trillizos compartían, junto con su hermano mayor, Mike, era una gran capacidad de amor y empatía. Aunque ella había llegado a sus vidas cuando éstos habían sido unos niños que estaban pasando por un momento muy crucial, no quería llevarse el mérito por la manera en la que los pequeños Marlowe habían madurado. La personalidad de cada uno los había acompañado desde su nacimiento y lo que ella había hecho había sido simplemente ayudarles a que sus mejores cualidades florecieran.
No podría querer más a Trent y a sus hermanos si éstos hubieran sido sus hijos biológicos en vez de los hijos de Bryan y su primera esposa. Aunque, en algún momento de flaqueza, si la hubieran presionado, habría admitido tener cierta debilidad por Trent, ya que éste había elegido seguir sus mismos pasos profesionales.
—¿Tiene esto algo que ver con Laurel? —le preguntó a su hijo al no decir nada éste.